"Mi madre era una rebelde, pero no para matarla". Así arranca Dalia
Romero Luna a hablar de Carmen Luna. Una mujer que además de ser su
madre fue una de las muchas que representaban el naciente feminismo
republicano con el que el golpe de Estado perpetrado por las tropas
franquistas en 1936 quiso acabar.(...)
"Mi madre quería la libertad para la mujer", cuenta Dalia, una "viejita"
que ya ha cumplido un siglo de vida y atiende la llamada de eldiario.es
desde su casa en Mallemort, un pueblo cercano a Marsella. Allí acabó
exiliada. "A mí no me mataron porque me escapé a zona republicana",
dice. Dalia tenía 18 años en 1936, el año en que empezó la guerra y en
el que los rebeldes ejecutaron a su madre como castigo ejemplarizante. (...)
El franquismo acabó imponiendo una doble venganza sobre la mujer.
Era el escarmiento adoctrinador para aquellas que transgredieron los
límites de lo que la dictadura había pensado para ellas. Una represión
de género que dominó a través de ejecuciones, cárcel, torturas,
violaciones, rapados y aceite de ricino o por medio del destierro
interior que condenó a las mujeres señaladas como rojas.
La Luna –así era conocida entonces
Carmen– quería "que el pueblo tuviera la cultura y la educación como
una herramienta, que supiera defenderse y no agachara la cabeza para
todo". Era "rebelde", asume Dalia, con causa: "para denunciar las
injusticias y defender los derechos". Quería que hubiera "escuelas,
instrucción y trabajo" en vez de "tanta miseria terrible".
Por eso los franquistas mataron a la Luna,
para atemorizar y dejar claro el camino del silencio y la obediencia.
Porque la subordinación de la mujer no entraba en su diccionario. El
relato de terror ocurrió en Utrera
(Sevilla), donde Dalia tiene todavía viva a una de sus hermanas,
Rosario Peña Luna (84 años), hija del segundo matrimonio de Carmen Luna.
"Lo recuerdo todo", confiesa Dalia con un asimétrico acento francés y
andaluz. "Mi madre vendía en la plaza del pueblo y tenía mucho contacto
con la gente, les ayudaba y aconsejaba para que no se callaran, para que
protestaran y reclamaran lo que era suyo", sostiene. "Los fascistas la
vigilaban (sobre todo en los meses previos a la sublevación armada) y
por estas razones la cogieron y la asesinaron", culmina.
"Lo recuerdo todo", repite. Fue hace 82 años. "Ella no hizo nada malo a
nadie", asegura. Dalia tiene ahora "100 años y cinco meses", precisa.
"La tengo presente, siempre, y todos los días me acuerdo de ella y de lo
que le hicieron", dice recordando a su madre. (...)
"Hacíamos teatro para que la gente aprendiera, para que
leyeran y se preocuparan por sus cosas", narra Dalia. Animada por su
madre, pertenecía a una compañía llamada Pan de piedra
y estaba afiliada al sindicato anarquista Confederación Nacional del
Trabajo (CNT). "Los compañeros iban al campo de noche para dar lecciones
y yo misma sabía leer y escribir porque había aprendido sola en mi
casa", cerca del influjo feminista de su madre.
"En
aquella época había una propaganda terrible y el pueblo estaba muy
animado", dice, "pero no para matar, eso lo hicieron ellos (los
fascistas), sino para salir adelante". Los golpistas acabaron acusando a
Dalia. "Eso de que fui a matar es mentira, las juventudes de Utrera no
matamos a nadie", asegura. En el pueblo, sin embargo, los golpistas
acabaron ejecutando a 424 personas.
"Y a tantísimas
mujeres y compañeras que asesinaron, hasta niñas de 15 años", continúa,
"no solamente confederadas, republicanas o socialistas, de todas clases,
y metieron a muchas en prisión". Todas las que osaron enfrentar los
ideales tradicionales.
De ahí el castigo ejemplar.
"La mataron en la puerta del cementerio por la mañana y la dejaron allí
hasta por la noche". Era la pedagogía del terror usada por los
franquistas como estrategia atemorizante. Un plan ejercido con especial
saña sobre el cuerpo de la mujer.
"A mi madre la
metieron presa, un mes, y la sacaban y le decían ‘vamos a darle el
paseo’, a saber todo lo que le harían allí dentro", cuenta Dalia. "La
quitaron de en medio bien pronto", lamenta. "Estaba todo el mundo
aterrado". No como antes, apunta, cuando la República trajo "todas las
libertades".
Cuando los hijos de la Luna jugaban
en su pueblo: "Un día nos cambiamos los nombres y cuando volvió del
campo se lo dijimos y se echó a reír". Y se quedaron con los nuevos.
Ella sigue llamándose Dalia. "Y a la más pequeñita le pusimos Libertad". (Juan Miguel Baquero, eldiario.es, 13/04/18)
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