"Cuando escribió Anatomía de un
escándalo (Roca) todavía no había salido a la luz el escándalo Weinstein
y todos los que siguieron, por eso en los medios británicos la han
llamado la novela del #MeToo.
A Vaughan siempre le interesó el tema del
abuso de poder y cómo los hombres poderosos lo utilizan para
aprovecharse de las mujeres. En este thriller psicológico, igual que en
la realidad, un político carismático y con una familia y una mujer
maravillosas es acusado de violación. La autora nos habla de algo que
conoció de primera mano: la atmósfera de los colleges de Oxford y sus
exclusivos clubs masculinos, como el Bullingdon, al que perteneció
Cameron. Años después fue redactora de Política en The Guardian.
Leer muchas biografías sobre políticos que estudiaron allí y pertenecieron a este tipo de clubs.
Ha seguido profundizando...
Son clubs no oficiales, una tradición de jóvenes hombres ricos a los que les gusta destrozar locales y luego extender un cheque. Se cuenta que el actual secretario de Exteriores británico destrozó un restaurante y huyó para refugiarse en los jardines de Oxford.
Bastante banal y muy clasista.
Estos jóvenes alcanzan posiciones muy altas
en el gobierno. Si fuera gente de la clase trabajadora, serían llevados
ante la ley, pero como los niños ricos pagan por sus excesos, no hay
problema, todo queda perdonado.
Simbolizan esta falta absoluta de consideración por los demás y esa pulsión de saltarse las normas cívicas que la mayoría del resto de lasociedad no alberga.
Inglaterra parece muy cosmopolita, ¿cómo lo permite la sociedad?
El voto pro Brexit también ha sido un rechazo a lo que representa esa gente, como David Cameron o el exalcalde de Londres Boris Johnson, que pertenecieron a uno de esos clubs. Mucha gente del gobierno es de Oxford o Eton y no comprenden lo que es estar en el paro.
¿Por qué nadie carga contra esos clubs?
Los medios están fascinados por ese ambiente.
¿Vivió usted discriminación en Oxford?
Sí, hacía sólo veinte años que se aceptaban mujeres y éramos pocas. Hoy, mirando hacia atrás, me choca que conviviese con la idea plenamente aceptada de que por el hecho de ser mujer yo sacaría una nota media inferior.
Como corresponsal política cubrió años de Parlamento. ¿Qué le sorprendió?
Empecé a cubrir el Parlamento cuando Inglaterra entró en la guerra de Irak y se difundió el dossier en el que se veía claramente la maquinaria de Downing Street a la hora de construir un discurso medidísimo donde las mentiras se disfrazaban de verdades. Paralelamente entrevisté a un político muy destacado que había tenido una aventura.
¿Qué tipo de aventura?
Su amante había tenido un par de abortos. El hombre mintió sobre ello y luego tuvo que retractarse públicamente. Para muchos miembros del Parlamento la verdad es algo absolutamente maleable.
Doce miembros investigados por abusos sexuales, dos ministros dimitidos…
Creo que es algo endémico de los hombres poderosos con esa sensación de tener derecho a todo. ¿En España no pasan estas cosas?
El ambiente en el Parlamento es especialmente propicio, la gente trabaja muchísimas horas y están lejos de sus familias, que suelen vivir en el campo. Añada la cultura del alcohol y que hay investigadores muy jóvenes inmersos en un trabajo muy competitivo y dispuestos a congraciarse con los veteranos.
¿No le parece todo un poco troglodita?
Sí, me pregunto por qué hemos tardado tanto en despertar. Pero me gustaría aclarar que esto no pasa sólo en el Parlamento, ocurre en la City de Londres, en el periodismo –en la BBC ha habido muchos escándalos–, en Hollywood... No quiero dar a entender que Inglaterra está llena de violadores.
Queda claro.
Quiero profundizar en esa cosificación de la mujer. Lo que está ocurriendo con el #MeToo nos da la oportunidad de entender la dimensión del tema y replanteárnoslo.
¿Por qué ahora y no hace diez años?
Para mí la elección de Donald Trump fue el catalizador del fenómeno #MeToo. Salió electo un mes después de que se filtraran las grabaciones en las que presumía de que su poder le permita abusar de las mujeres, y pese a ello muchas le votaron, y eso provocó una reacción.
¿Ese comportamiento de abuso de poder es cultural o es el animalito en sí?
Cultura, por eso me preocupa que la formación sexual de los adolescentes pase hoy por consumir pornografía que cosifica a la mujer.
Lo que está señalando no apunta a un futuro halagüeño.
Yo soy optimista, el #MeToo es imparable, aunque hay actitudes muy enraizadas y debemos estar atentos a la educación. Pero no tengo esperanza respecto a las generaciones de hombres maduros, muchos se quejan de que esto es una caza de brujas.
Hay quien no entiende que denuncien veinte años después.
Hay muchos hombres mayores perplejos porque no tienen esta experiencia de ser una mujer joven, vulnerable y confundida que se encuentra en la situación de estar siendo acorralada por un superior, y no pueden empatizar.
Presenció usted juicios por abusos.
Y comprobé que cualquier mujer es sometida a un juicio al denunciar un caso de violación.
¿Y qué me dice del evento benéfico en el que 360 tipos manosearon a las azafatas?
Hombres de la City londinense, entre ellos el secretario de Estado de Infancia y Familia. Y ocurrió en un hotel de lujo y no en un club de striptease, lo que deja muy claro que en nuestra cultura seguimos teniendo un grave problema, pero el elefante ya está dando vueltas por la habitación, ya no se puede ignorar."
(Entrevista a Sarah Vaughan, periodista y autora de un thriller que explora un escándalo sexual, Ima Sanchís , La Vanguardia, 08/03/2018)
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