"Los indignados que censuran el humor de una chirigota por proponer la guillotina para Puigdemont quizás no sepan que el carnaval de Cádiz ya sufrió hace décadas una durísima represión por burlarse de todo quisque.
El carnaval está hasta el plumero de reprimendas, cortapisas y mamoneos
que intenten frenar la libertad con la que se mueve, y con la máscara
de lo grotesco se lo toma todo a chufla, guste o no guste y caiga quien
caiga (que se le digan a Carlos Díaz, exalcalde por el PSOE, a Teófila Martínez, exalcaldesa por el PP, y al Kichi, el actual alcalde de Podemos, que han tenido y aún tienen que aguantar chaparrones cada febrero).
A las tablas del teatro Falla, donde se celebra el concurso desde hace años, se han subido clones amamarrachados del Caudillo (chirigota ‘Esto conmigo no pasaba’), de Mariano Rajoy (‘Esto sí que es una chirigota’) y hasta de Jesucristo (cuarteto ‘Vaya cruz’), y si creaban polémica el carnaval se la ha pasado siempre por el mismísimo forro del disfraz.
(...) Al poco de dar el golpe de estado en julio de 1936, los franquistas de gatillo rápido asesinaron a varias personas vinculadas al carnaval gaditano.
En agosto de ese mismo año, Guillermo Crespillo Lavié, al que no se le conocía afiliación política alguna, fue ejecutado con dos balazos
en la cabeza en la plaza de las Viudas de Cádiz.
¿Qué delito cometió?
No otro que pertenecer a una murga del barrio de San José que se
caracterizaba por cantar letras comprometidas durante la Segunda
República, pero en concreto Guillermo tuvo la osadía de dirigir en 1932
‘Frailazo y los tragabuches’, murga conocida popularmente como Los Frailes que, por su burla a la iglesia, escardó a los más reaccionarios de la sociedad gaditana.
Si hoy distintos periódicos españoles, y sobre todo ciertos medios
catalanes, han puesto el foco en el gag de Puigdemont, entonces fue la prensa local la que llamó la atención sobre el mal gusto de aquella agrupación de los curas, avivando el fuego en quienes ya estaban a punto de arder de ira.
Según el experto Santiago Moreno, autor de la tesis ‘El carnaval silenciado. Golpe de estado, guerra, dictadura y represión en el febrero gaditano (1936-1945)’, no fue otra la causa de la ejecución de Guillermo que su vinculación a esa chirigota.
Después de Crespillo Lavié, los franquistas mataron a José Mejías Mejías, componente de Los enchufistas de un país desconocido (1936), y a Juan Ragel Jiménez, autor también de letras comprometidas en chirigotas como Los viejos Matatías (1935).
La lista de “carnavaleros” represaliados es amplia, aunque algunos
tuvieron la suerte de esconderse para evitar acabar con una bala en la
cabeza, entre ellos un nombre muy popular en la fiesta gaditana: Cañamaque. Y, como era de esperar, Franco prohibió el carnaval en cuanto pudo:
“El carnaval no ha gustado nunca a la bienpensancia, y a lo largo de la
historia le ha puesto obstáculos y, cuando pudo, lo prohibió sin más.
Así en 1716, el dedo enjoyado del rey Felipe V también prohibió el
carnaval. Siempre al borde de su supervivencia, el carnaval llegó a
1937, y el franquismo lo prohibió otra vez. Y lo prohibió como prohibía
las cosas, a lo bestia”, cuenta Pepe Pettenghi en un artículo de Diario de Cádiz.
La prohibición del carnaval se ratifica en 1940: “Suspendidas en años anteriores las fiestas del carnaval y no
existiendo razones que aconsejen rectificar dicha decisión. Este
Ministerio ha resuelto mantener y recordar a las Autoridades
Dependientes de él, la prohibición absoluta de la celebración de tales
fiestas. Madrid 12/1/1940. El Ministro de la Gobernación, Serrano Súñer”.
El carnaval pasó a llamarse entonces Fiestas Típicas,
edulcoradas y complacientes, con cabalgatas que paseaban como reina
infantil a la hija de algún poderoso, caso de la nietísima Carmen Martínez Bordiú, a la que se coronó en 1963. En aquellos años de prohibición, los
autores y componentes de las agrupaciones se reunían a escondidas en
las tascas, conocidas como baches, para cantar sus letrillas.
Hoy sería improbable que tuvieran que ocultarse, pero, tal y como está
la cosa del papel de fumar, la autocensura a la que se está obligando a
los autores también se manifiesta como una forma de clandestinidad. ¿Se
dejarán las letras más punzantes solo para los corrillos de confianza?
Esperemos que no."
(José Manuel Serrano Cueto es director de cine, periodista y autor de los libros ‘Cádiz oculto’ y ‘Cádiz oculto 2’. Con información de Diario de Cádiz y más Diario de Cádiz. en Strambotic Público, 23/01/18)
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