"El 16 de junio de este año, varios centenares de personas se
congregaron en el cementerio Père Lachaise de París en un acto presidido
por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. Durante el acto se procedió al
traslado y entierro de los restos del superviviente de Mauthausen
Francesc Boix.
Francesc Boix, el prisionero 5185 de Mauthausen, fue uno de los
más de 9000 españoles y españoles que fueron prisioneros de los por el
infierno de los campos de concentración, falleciendo más de dos terceras
partes de los mismos. Boix, encargado de realizar fotografías por las
autoridades y SS del campo de concentración, a escondidas pudo
fotografíar los horrendos crímenes acaecidos allí.
Con la ayuda de otros
prisioneros y personas exteriores pudieron guardar las fotografías.
Boix y sus fotografías fueron protagonistas en diferentes procesos
contra los responsables de los campos de concentración, en los juicios
de Nuremberg o Dachau, entre otros. Su testimonio fue de importancia
capital para las sentencias.
En 2010, la Fundación Ideas y el Instituto Ramón Rubial, ahora
integrados en la Fundación Pablo Iglesias, convocaron un certamen de
relatos sobre Memoria Histórica, “Tu historia es nuestra historia”. Uno
de los relatos premiados, en la categoría de “Experiencias durante la
Dictadura”, del profesor de Historia de la UNED Juan Pedro Rodríguez,
explica esta valiente historia.
El relato que aquí reproducimos,
“Barracón 12, preso 5185”, refleja lo acontecido. En 2016 el autor, 6
años después de la redacción de este relato, tras una investigación
descubrió que su tío abuelo, Isidro Sánchez, que falleció en Tolouse en
1977, fue el prisionero 73986 del campo de concentración de Dachau. (..)
Barracón 12, preso 5185
Campo de concentración de Mauthausen (Austria). 20 de febrero de 1941
Desde la pequeña ventana del barracón solo se puede ver la verja, y
a la derecha una torre de vigilancia. Es un barracón muy peculiar en el
cual los presos hablan castellano y, de vez en cuando, se escucha
alguna conversación en catalán, gallego o euskera.
Todos ellos,
españoles, gente derrotada de la Guerra Civil, exiliados, personas que
no saben cuál será su futuro en una Europa esclavizada por Hitler. Se
abre la puerta y entra un oficial en el barracón, conocido de
todos ellos por ser el único que habla castellano. Fija su mirada en el
preso más joven, Francesc:
–Preso 5185, acompáñame.
Un escalofrío recorre el cuerpo de nuestro joven amigo, mientras
sus compañeros temen que sea la última vez que le vean. Una vez fuera de
nuevo el oficial se dirige al preso:
–Tú en España eras fotógrafo, ¿no es así?
–Cuando no era el preso 5185.
–Bien, entonces hoy tienes trabajo. Nuestro fotógrafo ha sido
enviado al frente y es el cumpleaños de la hija del alcaide. Tú te harás
cargo de fotografiar la fiesta.
Media hora después Francesc se encuentra con la cámara en la
fiesta, en la cual están los oficiales con sus parejas e hijos. Ahora
saca una foto de cómo bailan, luego partiendo la tarta, más tarde de los
niños jugando... El sonido de la sirena recuerda a Francesc dónde se
encuentra.
También se escuchan gritos y a los perros ladrar. Es el
ritual de todos los días: un preso intenta escapar. Todo el campamento
queda iluminado, y la noche parece convertirse en día. Francesc observa a
través de la ventana y ve como un preso escala por la verja, pero se
enreda en los alambres y en ese momento se escucha un disparo.
El preso
abrazado a la verja queda muerto, mientras la sangre le cae por el
cuello. Se oye un segundo disparo, pero esta vez ni hiere ni mata a
nadie. Es el disparo de la cámara de Francesc, que ha intentado captar
ese momento.
Mira temeroso a su alrededor, aunque por suerte nadie le ha visto.
Con mucho esfuerzo logra disimular los sentimientos de rabia y miedo
que le invaden en esos instantes.
Horas más tarde se encuentra solo en un pequeño cuarto y va
revelando las fotos; en esos momentos sólo le preocupa que una de ellas
salga nítida. Cuando la tiene delante y va apareciendo la imagen ve que
es tan perfecta que, ¡ay Dios!, las lágrimas le caen por la cara al
reconocer al preso asesinado. Es Josep su amigo, su maestro, su
compañero.
Años atrás, Francesc paseaba por las calles de una bulliciosa
Barcelona buscando trabajo, y llegó hasta la pequeña tienda de
fotografía de Josep, quien le daría trabajo, le enseñaría un oficio, y
lo más importante, a ser mejor persona y más libre. Por su influencia
entraría en las Juventudes Socialistas Unificadas. La derrota en la
Guerra Civil llevaría a maestro y discípulo al exilio, a luchar contra
Hitler y a ser encerrados en este campo de concentración.
Francesc cubre cuidadosamente con plástico la fotografía y la
guarda encima de un armario. A los pocos minutos entra por la puerta el
oficial alemán y observa detenidamente las fotos del cumpleaños:
–En verdad tu oficio es ser fotógrafo. Haremos una cosa: a partir
de ahora te vas a hacer cargo de las fotografías del campamento. Los
límites de lo que debes o no fotografiar ya los tienes que saber a estas
alturas. No cometas un error o terminarás muerto.
Lo que no sabe el oficial es que Francesc ya ha sobrepasado los límites en el primer día de su nuevo destino.
De nuevo en el barracón, ve como los compañeros están desolados,
sin ganas de conversar tras haberse enterado de la muerte de Josep. Sin
embargo, Francesc cuenta lo sucedido con la foto y el hecho de que podrá
tomar más fotos para que una vez liberados puedan servir a los
tribunales, o para que en el futuro se sepa lo que pasó en este campo de
concentración.
En ese momento todos los presos son conscientes del
valor de la vida de Francesc: debe vivir hasta la liberación del campo, y
por ello deciden que cada uno de los presos dará una cucharada de su
comida a Francesc.
Nuremberg (Alemania), juicio contra criminales de guerra alemanes, 28 de enero de 1946
Los acusados, todos oficiales alemanes, ríen y bromean mientras
los jueces discuten entre sí. El juez que preside el tribunal, se dirige
desazonado a la sala con su acento francés:
–Faltan pruebas para procesar a los acusados. Vamos a tener que dar el juicio por terminado.
De repente entra en la sala un fiscal de manera apresurada:
–Tenemos nuevas pruebas documentales y un testimonio.
Francesc entra en la sala. Todo rasgo de juventud ha desaparecido:
luce el cabello de color plata, y el gesto es serio. Entrega al
presidente del tribunal un sobre lleno de fotos, que se pasan a
proyectar en la sala. Muestran horrores, tortura, sufrimiento y
humillaciones. Los oficiales alemanes ya no ríen ni bromean.
De nuevo el juez presidente se dirige a la sala, ahora con gesto de satisfacción:
–Estas pruebas hacen que se deba continuar el juicio y la sentencia empieza a adquirir sentido y forma.
Francesc Boix (Barcelona, 1920–París, 1951) perteneció a
Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), que de 1936 a 1961 aglutinaban a
las Juventudes Socialistas y Comunistas. Permaneció encerrado en
Mauthausen de 1941 hasta 1945, cuando el campo fue liberado por los
norteamericanos.
Por este campo de concentración pasaron unos 7200
españoles, y fallecieron cerca de 5000; los norteamericanos fueron
recibidos con banderas republicanas cuando entraron en Mauthausen. El
testimonio de Boix en los juicios contra criminales de guerra y la
aportación documental de sus fotografías fueron de vital importancia
para las sentencias, y para mostrar los horrores de los campos de
concentración y del nazismo. Francesc falleció con tan solo 30 años,
seguramente fruto de alguna enfermedad contraída en el internamiento.
Mientras muchos, víctimas, verdugos o cómplices, tenían la excusa
de apartar la vista para no ver los horrores del internamiento, Francesc
debía fijar bien su objetivo para captar la mejor fotografía. En el año
2000, Lorenzo Soler realizó el documental “Frances Boix,
un fotógrafo en el infierno”, donde recorre la biografía del que en este
relato fue nuestro joven amigo y compañero. A pesar de haber
pertenecido a JSU hasta ahora ha sido más reivindicado por el PC,
pareciendo ignorar que su militancia fue en JSU, donde estaban las
Juventudes Socialistas." (Búscame en el ciclo de la vida, 15/09/17)
1 comentario:
Muchas gracias por reproducir este relado. Juan Pedro Rodríguez (jprodriguez@madridsur.uned.es)
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