"(...) Isidro fue nombrado Secretario General
de las “Izquierdas” de El Rocío, algo que llevó con mucho orgullo. El
guardia del Coto de Doñana andaba detrás de Isidro por este asunto, y
porque Isidro furtiveaba, ya que la gente de la zona, necesitaba los
alimentos que la Marisma y Doñana aportaban a la escasa y pobre dieta
local.
La familia tenía una bandera republicana en la choza del
Acebuchal donde vivían. Desde allí organizaron una pequeña manifestación
de apoyo a la República, dando una vuelta por las calles principales de
El Rocío.
Las hijas María y Luz, vestiditas con un traje rojo que les
hizo Isabel la Coraje, presidían la marcha con la bandera republicana.
Aquello no sentó bien a los sectores más reaccionarios de la aldea, y
esto se sumó a la rabia que el Guarda del Coto y algunos falangistas le
tenían.
El 25 de julio las tropas fascistas
rebeldes entraron en Almonte, e Isidro se alejó varios días a la marisma
a recoger el ganado y alejarse de la angustia del ambiente. Cuando a
los pocos días volvió, se enteró de que 2 guardias civiles habían estado
preguntando por él; al día siguiente volvieron a la choza con
instrucciones de que se presentase en el Ayuntamiento de Almonte.
Amigos
y familia le aconsejaron huir, pero Isidro, convencido de que no habría
acusación ya que nada había hecho, acudió a la cita, aunque las niñas
le decían, ¡Papá no te vayas! ¡Papá te queremos! ¡Acuérdate de nosotros!
Isidro fue empujado por 2 falangistas al
despacho del alcalde. En una habitación cercana, Frasquita una buena
mujer republicana, lloraba con un llanto que desgarraba el alma
preguntando por su hermano, estaba rapada y su cara reflejaba un gran
dolor. Tras un interrogatorio y 3 días de cárcel le dejaron libre, los
falangistas le habían robado un caballo, 2 yeguas y parte del ganado.
Pero volvieron a por él, le subieron a un camión con otros vecinos y le
llevaron al cuartelillo, donde los maltrataron, y después a la cárcel.
En la plaza del pueblo se anunciaba a los que iban a ser fusilados y se
pedían voluntarios.
A quien se ofrecía le daban un bocadillo y un litro
de vino, después en el cuartel de Falange pagaban 1 peseta de jornal.
Allí tenían las listas de fusilamientos, acumulaban lo que robaban a los
“rojos”, rapaban, daban ricino, maltrataban o violaban a las “rojas” o
las que tenían vínculos con algún “revolucionario”.
Mariquita se acercó a preguntar al
alcalde y al cuartel de la guardia civil: “Lo llamamos y lo tenemos
encerrado para matarlo. ¿Pero él que ha hecho? Nada, lo matamos por sus
ideales”. Sin preguntas, causa, juicio, amparo, cargos, inscripción, los
trasladaron directos a fusilar en un camión que los llevó hasta las
tapias del cementerio de Hinojos.
Los bajaron, les quitaron lo que
llevaban, a empujones los colocaron en fila detrás de un pino. Sonó una
voz, ¡ahora os vamos a dar vuestro merecido rojos de mierda!. Estaba
casi amaneciendo, cuando sonaron las descargas. Después trasladaron los
cadáveres a una fosa común.
Mariquita enloqueció. Estuvo más de 3
meses llorando de noche y día, intentó rehacer su vida, con la
dificultad y la presión de ser mujer de un “rojo asesinado”. Lo peor que
se podía ser. Ella y la niñas fueron humilladas y rechazadas. No
pudieron ir a la escuela y desde muy pequeñas, tuvieron que ganarse la
vida sirviendo a esa clase dominante, a los vencedores. Al poder que
había matado a su padre." (Documentalismo memorialista y republicano, 15/10/17)
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