"Con el final de la
guerra civil y la implantación del nuevo régimen, el
nacional-catolicismo se convirtió en el plan de estudios de los niños de
la época. Se establecía que la enseñanza tenía que ser "confesional,
patriótica, social, intelectual, obligatoria, gratuita, con separación
por sexos y en castellano en todo el Estado".
La educación se imbuía así
de los rasgos distintivos del bando triunfante, enmarcada dentro de una
política fundamentada doctrinalmente en el derecho de la victoria,
según refería el propio Franco.
Los proyectos
educativos de la República fueron abandonados y muchos maestros fueron
condenados, depurados y obligados a abandonar su profesión. El ministro
de Educación Nacional, hasta 1951, fue José Ibáñez Martín.
La inicial
disputa interna que se planteó entre Falange y la Iglesia española por
el control de la enseñanza se saldó a favor de la segunda, que impuso su
ideario y principios, en los que se abundará más adelante.
Sin embargo, a mediados de los cincuenta la situación
estudiantil en nuestro país empezaría a cambiar. Los movimientos
estudiantiles se convirtieron en uno de los principales aglutinadores
del descontento de la juventud contra la dictadura. La llegada a la
Universidad de los hijos de la emergente clase media aportó nuevos aires
a la anquilosada vida académica española. En 1956 los enfrentamientos
en Madrid, entre universitarios y miembros del Sindicato Español
Universitario (SEU) pusieron de manifiesto el descontento que ya era
evidente en los campus.
El régimen resolvió la crisis
con el cese de Joaquín Ruiz-Giménez, ministro de inspiración cristiana
que había intentado una moderadísima apertura en el cerrado mundo
franquista.
A partir de entonces, no obstante, se
fueron sucediendo las algaradas y los enfrentamientos con la Policía
Armada cada vez con más asiduidad por parte de cientos de estudiantes,
añadido a las protestas de muchos profesores, lo cual desembocó en 1965
con la separación "definitiva" de la Universidad de los profesores López
Aranguren, García Calvo y Tierno Galván (aunque este castigo se anuló
en 1976, con Franco ya muerto) y una sanción de dos años para los
profesores José María Valverde y Antonio Tovar; en todos los casos por
"una falta grave de disciplina académica", que en realidad escondía el
apoyo por parte de los profesores mencionados a las protestas
estudiantiles que aquel año se estaban sucediendo en la mayoría de las
universidades españolas
Especial influencia tuvo en
el movimiento universitario el Mayo del 68 parisino que hizo alentar
nuevas esperanzas entre los estudiantes y, al mismo tiempo, incrementar
el temor de las autoridades que no dudaron en endurecer la represión.
La muerte del joven universitario y militante del Frente de Liberación
Popular (FeLiPe) Enrique Ruano a manos de la Brigada político-social en
enero de 1969 agitó aun más las protestas universitarias.
El asesinato
de este joven estudiante de Derecho no se zanjaría en los tribunales
hasta 1996 con la absolución de los tres policías que le custodiaban
pese al reconocimiento por parte del tribunal de que la causa de la
muerte había sido un disparo hecho por los propios agentes y no el
suicidio como había mantenido hasta ese momento el Ministerio del
Interior (Ministerio de Gobernación hasta 1977).
En
los últimos años del franquismo las movilizaciones estudiantiles fueron
perdiendo fuelle dejando el protagonismo a sectores más amplios de la
oposición (trabajadores, partidos, nacionalistas vascos, grupos de la
Iglesia católica...), coincidiendo con un endurecimiento del régimen
En los niveles no universitarios, la educación de los más jóvenes
estuvo desde la postguerra en manos de las escuelas públicas, escuelas
privadas y centros religiosos. La segregación por sexos, la moral
preconciliar, la formación del espíritu nacional o la asignatura de
Hogar dejaban bien a las claras el papel que se asignaba en el futuro
inmediato al alumnado. Sin duda fueron tiempos de oscuridad y temor
donde nos hicieron creer que "el mundo, el demonio y la carne" campaban
a sus anchas intentando corromper las virtudes de los buenos
'españolitos'.
Hasta bien entrados los años 60, la
retórica oficial que hacía de España "la reserva espiritual de
Occidente", iba a ser una constante tanto en la vida educativa como en
el devenir cotidiano. Solo hay que recordar las tenebrosas Semanas
Santas, los libros prohibidos o la obligación de los colegiales de
asistir a los distintos oficios religiosos. El control social constituyó
uno de los elementos clave que explican la longevidad del franquismo.
En 1970 la reforma educativa de José Luis Villar Palasí modernizó el
programa educativo. La Educación General Básica, el Bachillerato
Unificado Polivalente o la Formación Profesional y el Curso de
Orientación Universitaria iban a sustituir al antiguo Bachillerato y
Preuniversitario.
Con esta evolución en el mundo
educativo entramos en la transición y no fue hasta 1979 cuando tuvo
lugar la primera huelga universitaria, apoyada también por los
estudiantes de enseñanzas medias, contra el gobierno de la UCD.
La llamada Ley de Autonomía Universitaria fijaba la Selectividad como
forma de acceso, incrementaba el precio de las tasas o facilitaba la
privatización, en contra de la opinión mayoritaria de los estudiantes.
En diciembre de 1979 se produjeron manifestaciones y protestas en toda
España. La fotografía que ilustra este artículo fue tomada en esos días
frente al Instituto de Enseñanza Media José María Pereda de Santander.
El día 13, en Madrid, al atardecer, se unieron estudiantes y
trabajadores, estos últimos en manifestación contra el anteproyecto del
Estatuto de los Trabajadores, sucediéndose los altercados. Como
consecuencia de los mismos dos jóvenes resultaron muertos por disparos
de la Policía. Se trataba de Emilio Martínez Menéndez y José Luis
Montañés Gil.
Al día siguiente hubo movilizaciones en
todo el país. La Universidad de Santander (que así se llamó la
institución desde el establecimiento del distrito universitario, en
1971, hasta la denominación de Universidad de Cantabria, en 1985) se
declaró en huelga el día 14 secundada por los institutos y el día 15 fue
disuelta una manifestación por el centro de la ciudad.
Tres alumnos de la Universidad fueron detenidos por colocar carteles
contra la actuación policial. La tensión no disminuía, y un grupo de
estudiantes fue recibido por el alcalde de la ciudad, Juan Hormaechea
Cazón, para que los jóvenes pudieran presentar sus quejas. En ese
tiempo, tal y como se refleja en la prensa diaria, se celebraron
multitudinarias Asambleas de Distrito, las más populosas que han tenido
lugar hasta nuestros días.
A nivel estatal la
confrontación fue en aumento y llegó a su cima cuando la extrema
derecha, bajo el amparo de las cloacas del Estado, secuestró y asesinó a
Yolanda González, líder del movimiento estudiantil en Madrid.
A las protestas juveniles hay que unir las críticas de los profesores
universitarios. Desde los no numerarios hasta los catedráticos el
rechazo a la ley fue casi unánime entre los docentes. Por fin, en 1982,
el Gobierno retiró del Parlamento tan controvertida ley. (...)" (eldiario.es, 01/10/17)
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