El militante de las Brigadas Rojas Prospero Gallinari
"Prospero Gallinari, que perteneció al grupo terrorista marxista
leninista de las Brigadas Rojas, murió en la mañana del lunes 14 de
enero en el garaje de su casa, en Reggio Emilia. Tenía 62 años, corazón
débil y manos grandes. (...)
Sus manos de campesino y de obrero cogieron las armas a principio de
los años setenta, en una guerra al Estado organizada en varios ataques.
En la primavera de 1978, formó parte del grupo que secuestró y asesinó a
la víctima más famosa del terrorismo italiano: Aldo Moro, presidente de
la Democracia Cristiana.
En 1993, Mario Moretti contó haber apretado el gatillo. Hasta
entonces los jueces habían condenado como ejecutor a Gallinari, quien
sostuvo, frente al periodista Sergio Zavoli, que la responsabilidad de
aquel gesto fue compartida:
“Los militantes de las Brigadas Rojas
mataron a Moro. Reivindicamos la paternidad de lo que decidimos hacer.
Hemos llevado a cabo nuestras elecciones, conscientes de lo que
estábamos haciendo y de las consecuencias que provocarían”. (...)
Gallinari creció en Reggio Emilia, ciudad rica de industrias y con
pasado rural en el norte del país, galardonada con una medalla de oro
por su lucha contra el fascismo nazi: las matanzas del Ejército alemán
que se retiraba, entre septiembre de 1943 y abril de 1945, allí se
cuentan por docenas y fueron de una extrema crueldad. En 1960, cuando la
Democracia Cristiana (DC) formó un Gobierno con el apoyo externo de la
extrema derecha del Movimiento Social, en la zona estalló la protesta.
Durante una manifestación sindical, la policía disparó y mató a cinco
trabajadores, todos inscritos al Partido Comunista (PCI), la agrupación
de sobra más votada. En esta zona, entre Bolonia y Milán, los padres
cogieron el fusil para echar a los fascistas. Sus hijos crecían en el
mito de aquella resistencia traicionada.
Algunos de ellos —no
reconociéndose más en la política de los partidos de izquierdas—
fundaron el núcleo de las Brigadas Rojas y en las colinas de Reggio, en
1970, decidieron volver a las armas.
Empezó una época oscura de
pistoletazos, secuestros y muertes. Empresarios, policías, funcionarios,
periodistas, magistrados, profesores, hasta un obrero, fueron víctimas
del grupo armado. En el otro bando, la extrema derecha ponía bombas en
trenes, plazas y bancos.
La mañana del 16 de marzo de 1978, 10 brigadistas mataron a los
agentes que escoltaban a Aldo Moro, el presidente del primer partido
italiano, y le secuestraron. Desde aquel momento, Roma escondió un
agujero negro en su vientre caótico.
Un puntito invisible a centenares
de investigadores, policías y carabinieri: la prisión del pueblo, en la
jerga terrorista. Cuatro hombres, entre ellos Gallinari, y una mujer
mantuvieron al diputado en un pequeño piso, en una habitación tras una
estantería, interrogándole y dejándole escribir sus reflexiones y
cartas. Italia, allá fuera, estaba convulsionada pero inmóvil entre la
búsqueda y la indecisión sobre si negociar. El Estado decidió que no. (...)
Moro fue condenado a muerte. Gallinari no dejó ni un minuto el piso
en los 55 días del secuestro. No salió ni la mañana del 9 de mayo,
cuando Moro fue escondido en una cesta, llevado al garaje, tiroteado y
dejado en el baúl de un Renault 4, aparcado en el centro de Roma, entre
la sede del PCI y la de la DC. Una tumba bien estudiada, ya que Moro, a
pesar de las presiones del Vaticano y de EE UU, imaginaba un Gobierno
abierto a los comunistas.
Le preguntaba Zavoli: “Gallinari, usted se quedó en el umbral viendo
aquella cesta que desaparecía por las escaleras. ¿Qué hizo?”. “Recuerdo
el telediario. Teníamos una televisión en blanco y negro, pero el color
del rostro del periodista yo lo vi. He visto su cambio de expresión. Aún
no había leído la noticia, pero supe que estaba a punto de anunciar el
hallazgo del cadáver”.
En aquel momento, Italia perdió la inocencia. Las
Brigadas Rojas siguieron disparando, pero cada vez más aisladas.
Gallinari fue arrestado el año siguiente. Con la misma frialdad con la
que contaba el evento que desvió la historia de su país y su vida
personal, decretó el fracaso de la lucha armada en 1987. Nunca se
arrepintió o disoció de lo hecho." (El País, 17/01/2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario