Una prisionera de Auschwitz, fotografiada por Wilhelm Brasse
“Siéntese cómodamente, relájese y piense en la patria”. El teniente de
la SS Maximilian Grabner sonrió entonces con el gesto dulce
inmortalizado por el fotógrafo Wilhelm Brasse. Los presos políticos de
Auschwitz llamaban a Grabner “Dios nuestro señor”, porque torturaba y
fusilaba con tanta iniquidad que hasta la SS investigó sus actividades.
El castigo le llegó con la derrota alemana, en forma de una condena a
muerte por 25.000 asesinatos. El de Grabner sería uno de los pocos
retratos amables que Brasse pudo hacer durante su encierro en el campo
de exterminio de Auschwitz-Birkenau, donde le obligaron a trabajar en el
“servicio de identificación”.
Entre sus tareas estaba retratar a las
víctimas de los experimentos científicos del médico nazi Josef Mengele.
En total, unos 50.000 documentos de la vida y la muerte en el campo
donde los nazis asesinaron a más de un millón de personas. Este encargo
salvó su vida. (...)
Tras la derrota fue apresado cuando intentaba escapara a Hungría. Dado
que sus antepasados paternos eran austríacos y él hablaba el idioma, los
alemanes le propusieron alistarse en las Fuerzas Armadas (Wehrmacht) de
Hitler. Se negó porque se “sentía polaco y era polaco”, como su madre.
El 31 de agosto de 1940 lo enviaron al recién construido campo de
concentración de Auschwitz, levantado por la SS en la Polonia ocupada.
El nombre aún no era sinónimo de los horrores racistas ni de la
arbitrariedad criminal de los nazis. Pronto lo sería, con Brasse como
testigo de primera fila.
Primero le dieron el uniforme de interno y, a golpes, le forzaron a
saltar en el patio con otros presos, para humillarlos. “Jugaban con
nosotros como si fuéramos animales”. Los judíos “simplemente eran
asesinados”. Los curas polacos recibían trabajos particularmente
extenuantes.
Los guardas les explicaban a los supervivientes que, si
eran fuertes, tenían por delante algunos meses de vida. Para Brasse
fueron dos semanas de cuarentena y algunas más de trabajos forzados.
Después, un guarda alemán que era preso político le facilitó un trabajo
en la cocina para premiar su bilingüismo y sus dotes como intérprete
En
1941 lo llamaron al despacho del célebre Rudol Höß, el comandante de
Auschwitz cuyas confesiones sirvieron para reconstruir parte de los
sucesos del campo antes de que los aliados lo ahorcaran por sus
crímenes. Resultó que los jefes buscaban un fotógrafo. Lo eligieron a
él.
Recordaba en algunas entrevistas que su trabajo no solo le salvó de
una muerte segura, sino que le proporcionó una estancia más confortable
entre las alambradas del campo. Como tenía que tratar con los alemanes,
éstos le facilitaban ropa y le permitían lavarse “para no molestarlos
con mal olor”. La suerte de Brasse fue la manía alemana por documentarlo
todo con prolijidad, aun aquellas brutalidades.
Después de la guerra le perseguían pesadillas protagonizadas por las
víctimas de los nazis que tuvo que fotografiar. Sobre todo, por chicas
judías que sufrieron los experimentos del doctor Mengele. Un día, el
propio médico de Auschwitz lo felicitó por el trabajo a través de su
jefe en el campo: “Las fotos son exactamente lo que necesitamos”.
Explicaría después Brasse que había cumplido sus tareas “porque no se
podía decir que no [a la SS] y porque no hacía daño a nadie”. Después
de la guerra no volvió a la profesión, “porque los muchachos judíos y
las chicas judías se aparecían en flashes constantes ante los ojos”. El
fotógrafo sabía que su cámara iba a ser una de las últimas cosas que
iban a ver antes de que los enviaran al gas.
Tras sobrevivir a una de las “marchas de la muerte” de prisioneros de
los nazis, Brasse regresó a su ciudad natal en Polonia, donde murió el
martes a los 95 años." (El País, 25/10/2012 y Retratos de presos realizados por Wilhelm Brasse (Yad Vashem)
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