Shlomo Venezia, en 2003
"El silencio que Shlomo Venezia mantuvo durante casi cinco décadas no
borró de su memoria cada detalle de lo vivido en ese infierno llamado
Auschwitz. Fue uno de los millones de judíos que pasó por los campos de
concentración nazis, pero fue uno de los pocos que salió con vida.
Miembro de los Sonderkommando —las brigadas especiales que trabajaban en
las cámaras de gas y en los crematorios— sobrevivió a un año de
encierro, pero su mente fue prisionera del horror hasta su muerte, el
pasado día 1 de octubre en Roma.
“Nunca se sale del campo, todo te recuerda a aquello”, explicó en una
extensa entrevista que se publicó en forma de libro (Sonderkommando: El
testimonio de un judío obligado a trabajar en las cámaras de gas, RBA).
Esta obra es el único testimonio completo de un miembro de estos
comandos especiales, personas que se convirtieron en cómplices del
horror a su pesar. (...)
Como todos los judíos que los alemanes hacinaban en vagones de tren,
Venezia y su familia fueron engañados: les dijeron que su destino sería
Alemania, donde les esperaban una casa y un trabajo. Tras 11
interminables días de viaje, pudieron comprobar que el destino eran las
alambradas del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.
Según
cuenta en el libro, ya en los andenes fueron separados a golpes los
hombres de las mujeres y los niños. No tuvo tiempo ni siquiera de
despedirse de su madre y de sus hermanas menores, que fueron asesinadas
ese mismo día. Shlomo y su hermano mayor fueron seleccionados para
trabajar y salieron con vida del campo. Tiempo después supo que su
hermana mayor, Rachel, también sobrevivió.
A pesar de la desorientación que le asaltó a su llegada a Auschwitz,
Venezia apreció el fluido mecanismo del campo, diseñado para que la
mayoría de los deportados fuesen conducidos a las cámaras de gas
directamente. Otros, los más fuertes, serían seleccionados para
trabajar.
Venezia se presentó ante los SS como barbero. Mintió, pero eso
probablemente le salvó la vida. En función de su nuevo oficio se le
asignó la aberrante tarea de cortar el pelo a los cadáveres después de
ser sacados de las cámaras de gas. Con todo, tuvo más suerte que los
dentistas, encargados de extraer las muelas de oro de los fallecidos.
Venezia aceptó pertenecer a los Sonderkommandos para comer un poco
más y por tener alguna posibilidad de salir, puro instinto de
supervivencia. Al margen de cortar el pelo también debía acompañar a los
deportados hasta las cámaras, transportar cadáveres y echarlos a los
hornos. Según cuenta en el libro, “los primeros días estás horrorizado,
luego eres como un autómata”.
Con tanta desolación alrededor, llegó a pensar que los muertos tenían
más suerte. “Hubiera preferido morir, pero cuando pensaba esto, una
frase de mi madre se me venía a la cabeza: ‘Mientras se respira, hay
vida”.
Por trabajar en estos comandos fue criticado y acusado de
colaboracionismo, incluso por Primo Levi, con el que coincidió en el
campo. Según contó Venezia a EL PAÍS,
le decepcionó lo que el escritor dijo: “No teníamos elección. A los que
no querían trabajar los mataban, a los que trabajan, también”.
Con la proximidad de los rusos, los prisioneros fueron trasladados al
campo de Mauthausen, en Austria. En mayo de 1945, los supervivientes
fueron liberados por el Ejército estadounidense.
Pasaron muchos años hasta que Shlomo Venezia se decidió a hablar. Se
recluyó en su silencio, incluso con su familia. Cuando sus hijos le
preguntaban por su número de identificación tatuado, bromeaba diciendo
que era el teléfono de una antigua novia.
Finalmente, en 1992, ante el creciente antisemitismo en Italia y
animado por su esposa, Marika, decidió dar a conocer su historia, sobre
todo en colegios y conferencias. En 2006 apareció el libro y su crudo
relato llegó a todo el mundo. Una experiencia que tenía grabada en la
mente de igual manera que el número de su brazo. Nunca pudo salir de
Auschwitz." (El País, 02/10/2012)
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