"Gitta Sereny, fallecida en junio de 2012 a los 91 años, fue una de las
más importantes periodistas del siglo XX, autora de varios libros
extraordinarios que tratan de desentrañar una pregunta fundamental y
obsesiva: ¿de dónde nacen el odio, la violencia, el crimen?
Si
suponemos, como ella, que esos comportamientos son la encarnación del
mal y que, por otra parte, no existen dos subespecies humanas, la de los
monstruos y la de los normales, ¿cómo explicar que se cometan esos
actos destructivos? (...)
La envían a la Alemania ocupada por los ejércitos occidentales, con la
misión de ocuparse de los niños arrancados de sus lugares de origen.
Entonces descubre un crimen insospechado. Al día siguiente de la
ocupación de Polonia, las autoridades alemanas habían empezado a fijarse
en los niños de aspecto “ario” (rubios y con ojos azules), a
secuestrarlos y llevárselos a Alemania, donde los más próximos al modelo
racial eran adoptados por familias y los otros estaban destinados a
convertirse en trabajadores esclavos.
Se calcula que los “niños robados”
de Polonia fueron 200.000, a los que hay que añadir otros capturados en
Ucrania y otros lugares. El crimen exigía una reparación, ¿pero cuál?
Los niños habían sufrido un primer choque cuando, con tres, cuatro o
cinco años, les habían separado de sus padres, su lengua y su país; al
acabar la guerra, cuando tienen 8, 9 o 10 años, vuelven a arrancarlos de
sus familias adoptivas, en las que habían estado rodeados de amor, para
devolverlos a un país que no conocen, con adultos de los que no se
acuerdan y donde se habla una lengua que no entienden.
La situación se
complica aún más por motivos políticos: en la situación de guerra fría
que ha sucedido a la guerra real, ¿no sería mejor para los niños
enviarlos al paraíso occidental que al infierno comunista? ¿No les
convendría más una tercera familia, transatlántica? No es de extrañar
que algunos de esos niños después desarrollen comportamientos asociales y
tendencias violentas. (...)
Empieza a trabajar como periodista, se instala en Londres y escribe su
primer trabajo de investigación sobre Mary Bell, una niña de 11 años que
en 1968, con ayuda de una cómplice, mata a dos niños de tres y cuatro
años. El crimen conmociona a Inglaterra: ¿cómo es posible cometer un
acto tan odioso?
Sereny pone en práctica su método: interroga a todas
las personas involucradas y reúne una información exhaustiva (The Case of Mary Bell,
1972). Veinticinco años más tarde, cuando Mary ya haya salido de la
cárcel y esté viviendo bajo una identidad nueva, volverá a entrevistar a
la joven convertida en adulta para ahondar en el examen de unos actos y
unas circunstancias aparentemente vulgares que transformaron a una niña
en asesina. De ahí sale lo que hoy es una obra de referencia sobre la
criminalidad infantil (Cries Unheard, 1998).
Esa misma necesidad de descubrir las fuentes del mal empuja a Sereny en
otra dirección. En 1970 entra en contacto con Franz Stangl, el antiguo
responsable de Treblinka, el mayor campo alemán de exterminio. Stangl
está condenado a cadena perpetua, pero acepta responder a las preguntas
de la periodista. Cuando llevan poco más de 70 horas de entrevistas,
Stangl fallece; Sereny prosigue su investigación preguntando a sus
familiares, allegados y víctimas supervivientes.
El resultado es un
libro excepcional (Desde aquella oscuridad: conversaciones con el verdugo Franz Stangl, comandante de Treblinka,
2009), que permite abordar este enigma: ¿cómo es posible que una
persona normal pueda cometer un crimen semejante? Y, si no le excluimos
del género humano, como hacía él con sus víctimas, ¿a qué conclusión
debemos llegar sobre la naturaleza de la humanidad? (...)
Algunos se han preguntado si Sereny no se acercó demasiado a los sujetos
que aparecen en sus libros, Mary Bell, Stangl, Speer, si no los
“humanizaba” demasiado. Desde luego, no los excluía del círculo de la
humanidad y, al escucharles y transcribir sus palabras, construyó un
marco común que les englobaba a ellos y a nosotros.
Quienes adoptan la
fórmula del miembro de las SS con el que se cruza Primo Levi en
Auschwitz, “Aquí no hay un porqué”, corren el riesgo de no saber
apreciar sus libros. Para juzgar y condenar a los individuos, la empatía
no es indispensable y puede ser incluso molesta. Pero no podemos
prescindir de ella si el objetivo de nuestra investigación es comprender
las razones oscuras de nuestros actos, por odiosos que sean." (
Tzvetan Todorov , El País, 21 OCT 2012)
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