Por cuestionar un tribunal del Ejército, al obispo le impusieron una multa de 10.000 pesetas. Y años más tarde, el Régimen le haría pagar su debilidad con un burdo montaje que desacreditaría su carrera para siempre.
Leyendo y hablando con el hispanista británico Paul Preston (Liverpool, 1946) cobran sentido las descripciones realizadas por Victoriano Crémer en el Libro de San Marcos tras su experiencia en el terrorífico campo de concentración, — «‘¡Comeos los unos a los otros!’, nos aconsejaban piadosamente los guardianes, ‘y así tendréis más sitio’»—, los aterradores testimonios recogidos a pie de fosa durante las exhumaciones de cadáveres y el desesperado lamento de los que sobrevivieron a la tragedia. (...)
De manera que muchos estudios muy detallados han llegado a la cifra de 50.000. Es sólo indicativa, pero bastante exacta en cuanto a las víctimas en zona republicana. En zona rebelde es mucho más difícil porque nunca hubo una investigación semejante, las autoridades no querían que se supiera el nivel de la matanza, había problemas de gente que murió lejos de sus pueblos, que no llevaba papeles y eran difíciles de identificar.Pero a base de las investigaciones de historiadores locales se han llegado a descubrir los nombres de 130.000 personas. Hay bastantes provincias, sobre todo en Castilla La Vieja, donde apenas se ha hecho investigación y hay otras, incluso en el sur, donde sólo se han hecho investigaciones parciales. Todos los investigadores están de acuerdo en que esas 130.000 son sólo el comienzo, por lo que se llegaría, como mínimo, a 150.000, es decir tres veces más. (...)
—¿Qué diferencias hubo entre las víctimas de una misma guerra?
—Por un lado, hay una diferencia cuantitativa de tres a uno. También hay otra gran diferencia de intencionalidad. En zona republicana todo lo que pasó fue en contra de los deseos de las autoridades republicanas y realmente las matanzas habían acabado alrededor de diciembre del 36, porque habían vuelto a imponer el orden.
¿Quiénes eran los culpables ahí? Había incontrolados porque se habían abierto las cárceles, había grupos políticos como los anarquistas que creían que había que acabar con todos los representantes de la vieja sociedad en aras de crear otra nueva, con lo cual asesinaron al clero, a los ricos, si les encontraban, y a los militares, si les pillaban.
También hubo grupos de comunistas y algún socialista que hizo eso. Pero siempre en contra de las autoridades republicanas y, en el caso de los socialistas, en contra de los deseos de la dirección del partido.
En cambio, en la zona rebelde, la eliminación del pueblo republicano, por así decirlo, de la gente asociada a las ideas progresistas de la república, los maestros, las maestras, todo el que había participado en un sindicato, en un municipio; todo el que estuviera de alguna forma relacionado con la república o participado en acciones sindicales que suponían un desafío a los terratenientes eran las víctimas predestinadas por el plan de exterminio que había.
Había un plan previo de eliminación del enemigo y eso no tiene parangón en la zona republicana. Lo que sí hubo en ambas zonas fueron los bajos instintos humanos. En ambas zonas hubo casos de gente que aprovechó la situación para vengarse de alguien, para robar lo que codiciaban: y eso era la mujer, la casa, la propiedad, la empresa.
Había mucho de eso; gente que, por la situación, podía violar, robar y matar impunemente. Y eso es algo que ocurre en todas las guerras civiles. Pero las grandes divergencias entre los dos tipos de víctimas son la intencionalidad y las diferencias cuantitativas. (...)
—¿Lloró? En el capítulo de las gratitudes dice que Gabrielle, su esposa, «es la única que conoce el coste emocional que ha supuesto la inmersión diaria en esta crónica inhumana».—A lo largo del libro me provocó indignación ver la muerte de personas inocentes en ambas zonas, pero lo que realmente me emocionó fue el tratamiento a las mujeres y a los niños, y especialmente las cosas que pasaron a las mujeres que llegaban a la cárcel con sus hijos pequeños o embarazadas.
Había una población bastante amplia en las cárceles, donde las condiciones eran inhumanas para estas mujeres con niños. El tratamiento de esos niños fue espantoso, incluso se los robaban a las mujeres jóvenes. Eso me ha emocionado mucho.
También había casos de pueblos donde mataron a familias casi enteras. Lo hicieron con los adultos, dejando en la calle a niños de tres, cuatro o cinco años totalmente desamparados. Cualquier ser humano se emociona con estos casos." (Paul Preston: «La represión franquista fue un plan de exterminio». Diario de León, 08/09/2011)
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