"El día que cumplía 9 años la policía irrumpió en su casa, una corrala
del madrileño barrio de Lavapiés, y se llevó a su madre, a la que no
volvió a ver en libertad hasta 14 años después. Fue así como a Alexis Mesón Doña (Madrid, 1938) la vida se le llenó de horas de espera, trenes interminables a cárceles franquistas, besos, cartas y despedidas. (...)
La prisión fue una de las cicatrices de Juana Doña,
el lugar por el que transcurrieron 16 años de su vida en dos fases, de
1939 a 1941 y del 47 al 61. La primera vez fue privada de libertad
acusada de participar en la reorganización del Partido Comunista y de
estar implicada en la muerte, nunca aclarada, del comandante Gabaldón.
Fue torturada por la policía franquista con palizas y
descargas eléctricas hasta el desmayo, y conducida a la cárcel de
Ventas, de donde salió el 28 de mayo de 1941, poco antes del
fusilamiento de su marido, Eugenio Mesón, ante las tapias del
cementerio del Este [hoy, de la Almudena].
Esta pérdida tatuó en su piel
otra profunda cicatriz. “Yo tenía 3 años cuando mataron a mi padre
pero en casa siempre se hablaba de él y aún hoy seguimos llevando a su
tumba claveles rojos”, anota Alexis.
Uno meses antes de morir, Juana Doña publicó Querido Eugenio
(Lumen, 2003), con el testimonio y cartas desde prisión de su marido,
dirigente de la Juventud Socialista Unificada, entre ellas, la misiva de
capilla, escrita horas antes de ser ejecutado:
“Muero con la
tranquilidad de haber cumplido mi deber revolucionario, de haber
sido feliz contigo y de haber permanecido siempre fiel a tu cariño (…).
No quiero lágrimas. ¡Acción, acción y acción! Es lo que necesita la
juventud y la clase obrera (...)”.
El género epistolar constituyó el cable a tierra de
la vida carcelaria de Juana Doña. A lo largo de 192 meses, la militante
comunista recibió más de 5.200 cartas de su hermana Valia: una
por cada jornada de presidio. “Cada día del año de su vida, ya fuera
fiesta o sábado o domingo", escribió a su hermana Juana. Aunque fuera un
folio o un párrafo de 4 o 5 líneas.
Con detalles del día a día,
contando las cosas cotidianas. Valia tenía la necesidad de que el
vínculo de mi madre con su familia fuera diario, como "ayuda para
sobrellevar la cárcel”, detalla Alexis. “Fue un hito en prisión que una
persona durante tantos años recibiera una carta diaria”.
Y si las palabras de Valia le devolvían la
cotidianidad robada, fue otra misiva, firmada por su hijo, la que le
restituyó la vida. La condena a muerte llegó en mayo de 1947 y, un mes
después, la argentina Eva Perón realizaba una visita oficial a
España.
Por entonces, Valia Doña trabajaba en una compañía argentina de
revista, cuya directora era pariente de la dirigente política. "Se les
ocurrió hacer una carta escrita con mi puño y letra pero dictada por
ellas". Me acuerdo muy bien de aquello y hace 70 años. La carta decía:
'Señora Eva Perón, hace 8 años que han fusilado a mi padre y ahora van a
fusilar a mi madre’. Así empezaba”, rememora Alexis.
“Fuimos a la embajada mi abuela y yo para hacerla
llegar. Recorrimos todos los estamentos y yo nunca vi a Eva Perón, pero
la carta llegó”.
Durante ese año y el siguiente, Argentina había comprometido a la dictadura española la llegada de 700 mil toneladas de cereales,
además de otros acuerdos comerciales y crediticios. Alexis intuye que
ante la mediación de Eva Perón, el dictador no pudo negarse pues “no le
quedó más remedio”.
Hace algunos años, este madrileño afincado en
Barcelona escribió a la embajada argentina en España para recuperar
aquella famosa misiva que inspiró al cineasta Agustí Villaronga la
miniserie ‘Carta a Eva’ (2013), sobre este episodio de su vida. “Me
habría gustado recuperarla pero no lo pude conseguir”, lamenta.
Pese a una infancia atravesada por los encuentros fugaces y las
despedidas dolorosas, Alexis guarda de esta etapa algunos de los mejores
momentos con su madre, como las tardes de cine en Lavapiés, “la
válvula de escape de la época”, y los paseos que concluían con castañas
asadas regadas con café con leche. “Fueron ratos fantásticos; me
inundaba de cariño, algo de lo que fui consciente después”.
“Ella había perdido una hija antes de nacer yo;
también a su marido y volcó todo su amor en mí y en toda su familia”.
Así, cierta alegría tiñe aún hoy los recuerdos que este jubilado de 80
años guarda sobre sus visitas a prisión. “Los niños sólo podíamos entrar a la cárcel el día de La Merced y el de Reyes.
Íbamos desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
Y
éramos la alegría de la reclusión. No me han dado más besos en mi vida
que en esos días. Venían unas 30 señoras maravillosas, republicanas,
alegres a besarte cada medio segundo”, describe. “Lo malo era cuando
tenías que irte. Pero los 9 años de la posguerra no son los de ahora. Madurabas a una velocidad de miedo”.
Con el tiempo estos encuentros se volvían “más
necesarios”, aunque el trabajo y la distancia colocaban trabas en el
camino. “Nos tuvimos que ir a Barcelona. Yo empecé a trabajar a los 13
años y ya sólo podíamos ir a verla en los 10 o 12 días de vacaciones que
daban al año. Y los trenes de Barcelona a Madrid tardaban trece horas”.
Cada cierto tiempo cambiaban a su madre de prisión. Segovia, Málaga,
Alcalá o la prisión de castigo de Guadalajara, lugares donde su familia
redirigía sus pasos. “Por entonces ya tenía plena conciencia de la
historia familiar”, afirma Alexis, heredero de las ideas y el empuje de
su madre.
“He estado separado de ella físicamente pero no me ha faltado
su figura. Y ella desde la cárcel dirigía para que me educaran como
quería”.
Juana Doña salió de prisión en agosto de 1961. Volvió “a la vida”, como escribía Marcos Ana,
otro ex preso político con un récord de años de reclusión, 23.
Arrancaba su adaptación a un país que, en los años 60, comenzaba a
recibir turistas y a ver coches por sus carreteras, todo, bajo la sombra
del franquismo, que seguía fusilando a quien consideraba adversario
político.
“Mi madre quedó anclada 16 años atrás, como le
sucedió a Marcos Ana, Mari Salvo y tantos y tantas que se sintieron con
los pies fuera del tiesto. Fue un choque y necesitó un año de adaptación a la realidad social, política y familiar.
Yo me di cuenta y me volqué con ella para atender sus necesidades y
explicarle”. Esta es otra de las etapas que el hijo de la dirigente
política destaca como un de las de mayor unión. “Encontró en mí a un
hijo y al compañero que la ayudó a salir de ese descuadre temporal”.
Después llegaron los años en París y la conexión con el feminismo.
Según decía la propia Juana Doña “estaba mal apoyada, me faltaba una
pata”. Así emergió su lucha por la puesta en marcha de movimientos
sociales basados en la reivindicación de la igualdad.
“Trató de llevar
al seno del partido [PCE] el convencimiento que era tan revolucionario
luchar por la emancipación de la mujer como hacerlo por las clases
obreras trabajadoras; que era equiparable y que había que llevarlo a
cabo dentro del partido”. En esa línea, lideró la organización de
mujeres del PCE hasta que fundó el Movimiento por la Liberación e
Igualdad de la Mujer.
La trayectoria política de Juana Doña continuó como
candidata al senado por el Partido Comunista durante la Transición;
trabajó para Comisiones Obreras e integró el comité central del Partido
Comunista, donde militó desde los 14 años hasta los 84, cuando falleció
en Barcelona, horas antes que el periodista y amigo suyo Manuel Vázquez Montalbán,
quien se refería a ella como “la segunda dama del comunismo en España”,
detrás de Dolores Ibárruri, Pasionaria, y prolongó sus últimos dos
libros.
Preguntado sobre si su madre sintió alguna vez reparadas sus heridas,
Alexis no titubea: "Siempre reivindicó verdad, justicia y reparación, y
denunció los sufrimientos del pueblo español bajo la represión
franquista. Nunca se sintió recompensada".
Ahora, con la calle a su
nombre en un barrio que ya la recuerda con una placa en la casa donde
vivió y un centro municipal denominado como ella, Juana Doña
viene a interpelar la curiosidad de quienes transiten por este castizo
barrio y aún no la conozcan. “Es una manera de consolidar su memoria y legado histórico. Mientras viva en el recuerdo de alguien, familiar o no, la gente no se muere del todo”. (Patricia Campelo, Público, 29/05/18)
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