"Tomen nota: Por la presente, yo, Uri Avnery, soldado
del ejército de Israel número 44410, niego cualquier relación con los
francotiradores del ejército que disparan contra manifestantes
desarmados en la Franja de Gaza, así como con los oficiales que les
ordenan hacerlo, siguiendo la cadena de mando hasta el comandante en
jefe.
No pertenecemos al mismo ejército ni al mismo país. Casi no pertenecemos a la misma raza humana.
¿Comete mi gobierno “crímenes de guerra” en la Franja de Gaza? Yo no soy abogado, así que no lo sé.
Pero al parecer los juristas del Tribunal Penal Internacional sí
creen que las acciones de nuestros soldados constituyan crímenes de
guerra. Por eso exigen que se lleve a cabo una investigación
internacional.
Para evitarla, nuestro ejército ha propuesto una investigación
militar israelí. Un ejército investigándose a sí mismo sobre actos
cometidos bajo las órdenes directas del jefe de Estado Mayor.
Absolutamente ridículo.
Como se avisó de antemano, el ejército desplegó a los francotiradores
en el muro fronterizo y les ordenó matar a los “cabecillas” de los
manifestantes desarmados en el otro lado del muro. Los líderes de Hamas
habían anunciado que las manifestaciones tendrían lugar todas las
semanas después de la oración del viernes hasta el 15 de mayo, Día de la
Nakba.
Durante los dos primeros viernes, los francotiradores mataron a 29 personas desarmadas e hirieron a más de mil.
En mi opinión, no estamos ante un asunto judicial. Estamos ante un
crimen, y no solo contra manifestantes desarmados. Es un crimen contra
el Estado de Israel, contra el pueblo de Israel y contra el ejército de
Israel.
Dado que formé parte de dicho ejército desde el mismo día de su
fundación, considero que también es un crimen contra mis camaradas y
contra mí.
Esta semana en Israel todos hemos visto un vídeo grabado por un soldado durante dicha operación.
Muestra la acción desde el punto de vista de un soldado que
evidentemente se encuentra junto al francotirador. El francotirador
divisa a los manifestantes a varios cientos de metros de distancia. El
punto de mira se mueve al azar y después se fija en un individuo. El
soldado dispara. La persona se desploma en el suelo.
Los soldados que presencian el momento, y que no aparecen en el vídeo, dejan escapar un grito de júbilo, Yesh. Yesh significa “le ha dado”, es el grito de alegría que puede soltar un cazador cuando mata un conejo.
Desde que la televisión mostró por primera vez este vídeo ya lo han
visto cientos de miles de israelíes. Aparte de unos pocos artículos y
cartas al editor (en el rotativo Haaretz), no ha habido protesta alguna.
El suceso no ha tenido lugar en una colonia remota. Ha sido aquí mismo, a cuarenta y cinco minutos en coche de mi casa.
El asesino no era un mercenario endurecido. Tanto él como los alegres
soldados que lo acompañan son jóvenes normales que entran en el
ejército a los dieciocho años, como casi todos los jóvenes israelíes.
Los implicados se limitaban a “cumplir órdenes” ¿Le suena a algún
lector esta expresión? No nos hemos enterado ni de un solo caso de un
soldado que se negara a cumplir órdenes.
Hasta hace dos semanas, yo sentía el mayor respeto
por el militar de más alto rango de nuestro ejército, el jefe de Estado
Mayor, Gadi Eizenkot. Rodeado de oficiales que son simples técnicos
militares, Eizenkot, a pesar de su aspecto poco marcial, parecía alguien
capaz de hacer respetar el honor de las Fuerzas Armadas frente al
salvaje que ocupa el cargo de ministro de Defensa.
Ya no siento lo mismo. Eizenkot es quien ha dado de la orden asesina. ¿Por qué, santo cielo?
Al igual que los británicos en India y los supremacistas blancos en
Estados Unidos, el gobierno israelí no sabe cómo reaccionar ante una
protesta pacífica. Nunca ha tenido que enfrentarse a ninguna. La
protesta pacífica no existe en la tradición árabe.
Casualmente, esta semana he visto la película sobre la vida de
Mahatma Gandhi. Los británicos lo intentaron todo, él y sus seguidores
fueron apaleados sin compasión, muchos otros murieron a tiros. Gandhi y
los suyos optaron por sufrir aquellos tormentos sin devolver el golpe.
Al final a los británicos no les quedó otra que aceptar la derrota y
largarse.
Lo mismo sucedió con los racistas que se oponían a Martin Luther King
en Alabama. En los albores de la ocupación, un seguidor de Luther King
de origen palestino vino a este país e intentó convencer a sus
compatriotas de que adoptaran la misma estrategia. El ejército israelí
abrió fuego y los palestinos recurrieron a la lucha armada.
Pero esta vez es distinto. La organización islámica (violenta) Hamas
de la Franja de Gaza ha hecho un llamamiento a la protesta pacífica, y
decenas de miles de personas lo han seguido. La novedad puede ofrecer
resultados imprevistos. Uno de ellos es ordenar a los francotiradores
abrir fuego más o menos al azar.
Al manifestar públicamente mi vergüenza, un lector
me ha acusado de hipocresía citando mis dos libros sobre la Guerra de
Independencia de 1948, en los que describo las atrocidades de las que
fui testigo.
Por supuesto que se cometieron atrocidades, como se cometen en todas
las guerras. Los que las perpetraron fueron soldados procedentes de
todos los grupos étnicos y todas las clases sociales. Sin embargo,
fueron denunciados por algunos de sus compañeros de armas (que también
pertenecían a todos los grupos étnicos y clases sociales). La mayoría de
los soldados se limitaron a seguir al más persuasivo.
Hoy en día la situación es diferente. No solo porque hoy disparan
siguiendo órdenes a manifestantes desarmados que se encuentran lejos del
muro, sino que porque además no se oyen voces de protesta. Los
políticos y los militares están unidos. Incluso en la sociedad civil,
las protestas por este asesinato en masa han sido muy pocas.
¿Cuál ha sido la reacción de los medios
israelíes? No la ha habido. Los medios prácticamente han ignorado este
suceso, fundamental en la historia de Israel.
Por suerte para los perpetradores, están sucediendo muchas cosas que
nos distraen de sus acciones. Al parecer, en Siria el presidente Bashar
al Asad ha utilizado armas químicas contra los rebeldes. Los medios de
comunicación israelíes se han volcado en estas noticias. ¡Qué salvajada!
¡Qué barbaridad! ¡Qué típico de los árabes!
Después está el asunto de los 36.000 trabajadores “ilegales”, es
decir no judíos, que pululan por Israel. El gobierno quiere expulsarlos.
Los israelíes de bien quieren evitarlo, con mucha razón. Es un trabajo a
jornada completa. No queda tiempo para la Franja de Gaza.
Y por supuesto, también está el Día del Recuerdo del Holocausto, que
se celebra convenientemente esta semana. Se podrían escribir ríos de
tinta sobre este horrible capítulo de la historia. ¿Qué es Gaza
comparado con el Holocausto?
¿Qué pasa con nuestros medios de comunicación?
La triste realidad es que nuestros medios de comunicación han
retomado el papel que cumplían en los primeros días del Estado de
Israel: son un instrumento del gobierno. La revista que yo dirigía tardó
décadas en cambiar ese hábito. Durante muchos años, en Israel hubo una
prensa decente con brillantes periodistas y presentadores.
Pero aquella época acabó. Quedan algunos, pero la gran mayoría de la
prensa está al servicio del régimen (gleichgeschaltet en alemán). 2
minutos sobre Gaza. 20 sobre Siria. 10 sobre el último (e imaginario)
brote de antisemitismo en el Partido Laborista británico.
La mayoría de los presentadores y periodistas, todos ellos personas
honestas y bienintencionadas, no se dan cuenta de lo que hacen (o no
hacen). Son inocentes del delito de pensar por sí mismos.
¿Dónde está la “izquierda”? ¿Dónde está el así llamado “centro”?
No han desaparecido, como tantos lamentan. Ni mucho menos. Para
derrocar a Netanyahu bastaría con que un pequeño porcentaje de israelíes
cambiara su voto o que uno de los partidos minoritarios gravitara hacia
un lado o hacia el otro del espectro político.
Sin embargo, están todos paralizados. Más allá de algunos susurros
inaudibles, nadie se atreve a protestar contra los asesinatos. Incluso
entre muchos de los admirables jóvenes que luchan contra la ocupación,
cada uno desde su sector específico, cunde el silencio sobre los
crímenes en Gaza.
No hay manifestaciones masivas. No hay enormes protestas. No hay nada.
Por eso nosotros somos también culpables. Y quizá más culpables que otros.
Tomen nota: ¡Yo soy culpable!" (i Avnery , periodista y diputado israelí, m'sur, 15/04/18, Publicado en Gush Shalom | 14 Abril 2017 )
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