"Josefina Lamberto Yoldi nació en Larraga en 1929. Habla castellano,
inglés, francés y urdu. Era la menor de tres hermanas. Su madre,
Paulina, era un ama de casa originaria de Allo y su padre, Vicente, un
labrador socialista del pueblo.
Criaron también a un niño y a una niña
que no eran suyos, y algún que otro vagabundo solía comer y dormir en su
casa. El 15 de agosto de 1936, dos guardias civiles y el churrero se
llevaron a su padre y a Maravillas, su hermana mayor de catorce años,
que fue violada por un grupo de fascistas en el Ayuntamiento.
Luego los
fusilaron en el campo. Los perros se comieron parte del cuerpo de la
niña, que fue abandonado junto a un enebro.
¿Qué ves cuando echas la vista atrás?
Veo a una familia de agricultores trabajando de sol a sol. Recuerdo a mi padre, la oveja negra republicana entre sus hermanos, diciéndonos: “Cualquier día vienen éstos y nos cortan la cabeza”. Me acuerdo perfectamente de ese día. Después nos quitaron la yegua y detuvieron a mi madre tres días.
Estaba en la puerta de mi casa, con mi hermana,
cuando pasó una mujer mala que gritaba en voz alta: “A las pequeñas
también, que luego crecen”. Recuerdo a mi madre pidiendo limosna y
sirviendo otra vez en la casa en la que había trabajado de soltera. Mi
hermana y yo también tuvimos que hacerlo, pero en casa de uno de los
violadores.
¿Cómo lo soportasteis?
Aguantamos un año y luego nos fuimos a Pamplona. Mi madre consiguió un trabajico en Casa Guerendiain, que estaba en la Estafeta. Se levantaba a las cuatro y media y hacía sacos de cemento en una bajera pequeña que le dejaban. Ganaba muy poco dinero. Mi hermana y yo fuimos una temporada al Auxilio Social hasta que lo dejamos porque allí había mala gente.
¿Por qué?
Un día guardé el pan de mi cena para llevárselo a mi madre, que estaba malica en la cama. Una monja me lo quitó y me molió a palos. Había temporadas que no teníamos para pagar el alquiler y dormíamos en la escalera. Tuvimos que ponernos de internas las tres, mi hermana y yo con 15 y 12 años. Nos veíamos los domingos y mi madre aprovechaba para quitarnos los piojos y lavarnos la ropa. Estuve así hasta los 21 años.
¿Y después?
Una amiga se metió a monja y yo la seguí. Cualquier cosa era mejor que aquello. Estuve 14 años en un orfelinato de Islamabad, en Pakistán. Me pasó de todo: enfermé de malaria, quisieron quemarnos vivas unos integristas musulmanes... Lo peor era el ambiente del convento: había algunas superioras muy crueles.
Al final pillé una infección grave y
estuve 13 meses en la cama en un sanatorio en Francia. Pedí el traslado y
después de mucho insistir me lo dieron y me volví a Pamplona. Tras la
muerte de Franco, empezaron a cambiar algunas cosas.
¿Qué cosas?
El general Salas Larrazábal publicó una lista de víctimas del franquismo en la que Maravillas constaba como desaparecida y no como muerta. Le contesté con una carta pública que salió en el Diario de Navarra y así empecé a buscar a mi padre y a mi hermana.
Las monjas me
dijeron que “algo habría hecho mi padre”, me amenazaron y acabaron
enviándome a Madrid. Al final, perdí la fe y en 1996 abandoné la vida
religiosa. Estuve en un par de residencias de mayores y, en cuanto pude,
regresé a Pamplona.
¿Y qué tal por aquí?
Estupendamente. Llevo en Navarra desde 2003. La Casa de la Misericordia se queda mi pensión de 600 euros pero gano 100 euros al mes doblando las camisas de los seiscientos residentes. Todos los días un par de horas y los sábados cuatro. Ahora mismo venía de apoyar una protesta de las trabajadoras.
¿Y aparte de eso?
Paro poco por la residencia. Me levanto a las seis y media, voy a la lavandería, desayuno y luego me marcho a colaborar con el Comedor Social París 365. Antes lavaba y tendía la ropa voluntariamente, pero ahora ya me canso mucho y solo ayudo en la tienda. Vuelvo a comer, me echo la siesta, veo Saber y Ganar o algún documental de animales, y por la tarde me voy a la biblioteca a leer la prensa o a reuniones. Estoy muy activa en las asociaciones de la memoria histórica.
¿Has vuelto a Larraga?
Pocas veces. Al año de irnos volví con mi madre y con mi hermana, para un asunto de la casa, que acabamos perdiendo. Cogimos el tren hasta Tafalla, anduvimos 16 kilómetros, hicimos las gestiones y nos volvimos en la Estellesa. Últimamente he vuelto a un homenaje, y cuando inauguraron el Parque de la Memoria y le pusieron el nombre de mi hermana a una calle. Han sido momentos emocionantes pero también difíciles.
¿No te sientes apoyada?
Sí, pero también noto que alguna gente no lamenta lo que ocurrió y eso es muy difícil de llevar." (Entrevista a Josefina Lamberto, El Salto, 24/11/17)
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