"(...) Hasta los diez años Emilio Hernández vivió en Casillas de Flores,
donde asistió a la escuela, con provecho, pues aprendió a leer, escribir
y contar con soltura. Tenía ocho años cuando estalló el Movimiento y
vivió de cerca la agonía de un familiar ejecutado en una detención
sangrienta, Felipe Rastrero Antúnez, en parte conocida gracias
precisamente a su testimonio (Iglesias, Represión franquista:
1.2.3; “Secuelas vigentes del franquismo” del 27/04/2017).
Su
información de entonces no alcanzó a todos los efectos perversos de la
persecución de Felipe, en la que se vieron gravemente afectados también
dos de sus hijos, José y Manuel Rastrero González, aunque no perdieran
la vida entonces. En cambio, Emilio guarda fresco el recuerdo de aquella
experiencia temprana.
Los falangistas fueron a registrar la casa de
Felipe, exigiendo la entrega de una bandera del partido socialista. No
la encontró, o no la quiso entregar. Los victimarios le dispararon a las
piernas cuatro o seis tiros, y se fueron a comer “donde Gonzalo el del
Bar de la Plaza”, con la amenaza de volver y matarlo si no entregaba
dicha insignia. El herido se desangraba, y sus familiares lo vendaron y
lo metieron en la cama.
La esposa mandó al informante, sobrino suyo, a
buscar al médico, que no quiso acudir. Y Felipe fue rematado por los
matones en su propia casa delante de la familia. Esta víctima estaba
emparentada con otro informante, Vicente Carballo, que globalmente
corrobora la versión de Emilio (CdF 2008).
Este
informante ha estado atento a la transmisión oral de la represión vivida
en su entorno local y comarcal, según la cual en la eliminación de este
y otros vecinos habrían participado falangistas de Casillas de Flores,
que también actuaron en los asesinatos cometidos en Fuenteguinaldo y en
los conatos de Navasfrías en las primeras semanas de agosto de 1936.
Había una copiosa “lista” de víctimas elegidas, que habría aligerado el
sargento de la Guardia Civil de otro pueblo, por estar casado con una
mujer de Casillas y ver en el listado el nombre de un cuñado suyo en
tercer lugar, y al final varios sacados se librarían en el viaje
macabro, porque quienes los llevaban los habrían dejado escapar, aunque
esto solo es conjetura.
El octavo lugar de la nómina lo ocupaba el
propio padre del informante, Francisco Hernández, a quien, por aquellas
fechas, un tal “Gallina le metió la escopeta en la boca”, en presunto
simulacro de ejecución. Otro día se salvó de lo peor, gracias al aviso
de una persona recientemente fallecida, compañera de la infancia y
vecina de Emilio, de nombre Ángela.
Cuando volvía del trabajo con su
padre les dijo que “los estaban esperando a la puerta los falangistas”.
Francisco tuvo que esconderse cerca de la frontera portuguesa con un
hermano suyo, llamado Ángel, y dos primos. El propio informante les
llevaba la comida, después de que gente amiga, en un carro de vacas,
condujera a la madre y otros tres hijos, el mayor de ellos enfermo de
meningitis (supra), a las Cuestas de Alberguería de Argañán.
A
pesar de la tremenda paliza, Emilio no reveló el paradero desconocido
para los perseguidores, que terminarían por enterarse y fueron a buscar a
los fugitivos “cuando estaban trillando”. El dueño de la finca se
interpuso.
Y esta persona perseguida acabó de pastor del conde de
Montarco (Eduardo de Rojas Ordóñez), dueño de Sageras, aunque esto sería
más tarde, después de la guerra, cuando el informante tenía 14 años
(1942). Francisco Hernández iba con las ovejas paridas y su hijo
ayudaba, yendo con las machorras.
A partir de los 10 años, Emilio siguió la carrera de los niños y
adolescentes pobres de este territorio, sirviendo a diversos amos por la
comida y poco más (la cagada de lagarto). Empezó cuidando
cabras en una finca de Puebla de Azaba, donde era criado su padre, al
servicio de Guillermo Montero, que era de los que habían tratado de
implantar allí el partido de Unión Republicana.
Emilio ya no regresaría
a Casillas de Flores, donde “había falangistas muy malos”, que en la
época de la persecución del padre obligaron a “la abuela María” y a
otras personas mayores que trabajaban en las eras a cantar el “Cara al
sol”, como solían hacer aquellos bárbaros cuando no recibían encargos
macabros.
No tendría que viajar mucho para encontrar señores a quien
servir, como Ángel Plaza, de quien fue criado en Sexmiro, hasta el
servicio militar. Entonces empezó de verdad a recorrer mundo, pues lo
destinaron a Melilla y después a Alcalá de Henares, en el Regimiento de
Caballería, nº 14. (...)
A pesar de su carácter templado y pacífico, desde joven Emilio nunca
tuvo relaciones fluidas con las autoridades religiosas y civiles de la
España franquista. Si con el párroco local se atascaron en los
prolegómenos de su matrimonio, con el alcalde se echaron a perder poco
después de la boda, según cuenta. “Volvía de arar con su suegro, y la
mujer le dice que el señor Justo le manda ir a su casa. Iba a venir el
Caudillo a Ciudad Rodrigo a inaugurar un pueblo que han hecho. Hay que
traer las camisas”.
Se trataba de disfrazarse de falangista y participar
en la acogida masiva y “espontánea” de Franco, el colonizador de las
riberas del Águeda, que, después de una novedosa y gloriosa travesía
fluvial, recibió una ofrenda verbal, algo redundante, prosaica y
ramplona, pero grabada en una placa para imborrable memoria (hasta
ahora): “Franco / Caudillo de España / al visitar el día 9 de mayo de
1954 las zonas de / riego del Águeda inauguró este pueblo que como
modesta / ofrenda al jefe del Estado lleva el nombre de / Águeda del
Caudillo / en prueba de gratitud por sus constantes afanes
colonizadores”.
Emilio no quiso ir a hacer bulto en aquella
pantomima, y por ello se quedó en paro forzoso, sin que le sirviera de
mucho el tardío recuerdo de una lapidaria frase de su madre: “Nunca hay
mejor palabra que la que hay por decir”. Y como tampoco había tenido
nunca otros recursos que sus manos, siguió la corriente migratoria,
dejando de lado la opción del contrabando, al que iba mucha gente en la
Raya para tratar de sobrevivir. De hecho algunos quedaban cojos o mancos
en la empresa e incluso perdían la vida a manos de la Guardia Civil,
como en Casillas el hermano de una vecina suya. (...)" (Salamanca al día, Ángel Iglesias Ovejero, 22/02/18)
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