9/2/18

Se quiso que toda la ciudad tuviese conocimiento de la ejecución como escarmiento público y por eso los dividieron en grupos por distintos barrios...

"La casa está cerrada a cal y canto. La puerta es de chapa marrón. “Sí, soy yo”. La puerta chirría cada vez que la mujer, asida a ella, da un paso hacia adelante o hacia detrás. “Yo no quiero recordar eso”.

 Tiene ganas de cerrar pero se resiste a hacerlo. “Yo no, yo no”. Observa con miedo al vacío, sin entender por qué han venido a preguntarle 40 años después. “No quiero hablar. Adiós. Muy amable”. 

Aquello de lo que no quiere hablar esta mujer septuagenaria –tal vez octogenaria– ocurrió el 8 de julio de 1977 en Sevilla, unos meses antes del disparo que acabó con la vida de Manuel José García Caparrós en Málaga, del que tanto se ha hablado estos días; y unos meses después del disparo que acabó con la vida del joven almeriense Javier Verdejo, al que no dejaron terminar de escribir “Pan, trabajo y libertad”, y del que tan poco se ha hablado estos y todos los días. 

“Yo fui a coger a mi hijo, que se me había escapao“, suelta apresurada la mujer. El disparo podría haberle alcanzado a ella. Tal vez al niño.

La esquina donde sucedieron los hechos ve pasar los días como si nada. “Alquilo piso por 450 euros”.  “Vendo piso por 82.000 euros”, anuncian varios papeles pegados a una señal de ceda el paso. Son otros tiempos. Hay otros nombres. Avenida Hytasa con calle Diamantino García, entonces Comandante Castejón.

 El tiro, tan fallido en la Transición cuando iba dirigido al aire, alcanzó esta vez a Francisco Rodríguez Ledesma, un albañil que se había acercado a la manifestación contra el cierre de la fábrica textil del mismo nombre que la avenida y que tantos uniformes para el Ejército franquista había confeccionado. 

Queipo de Llano había puesto la primera piedra. El dictador la había visitado. Hoy, frente a aquella esquina hay un edificio de la Junta de Andalucía. Al lado, Casa Arcadio pone desayunos como si no hubiera un mañana. Un cartel indica una peluquería de caballeros y niños a escasos metros. Y en la esquina, justo en la esquina, se levanta una escuela infantil con ladrillos vistos.

La mujer que no quiere hablar vio caer justo ahí, a su lado, al albañil, militante de CCOO. Murió en el hospital en enero de 1978. Mil personas acudieron a su entierro, según las crónicas periodísticas de la época, que ya auguraban también que aquella muerte, como la de Caparrós o la de Verdejo, quedaría impune.

Estamos en el Cerro del Águila, un barrio obrero de Sevilla. Pueden llegar hasta aquí en autobús. El 26 va directo desde el Prado de San Sebastián. Si están en la céntrica Plaza del Duque, una opción es el 32 con parada en Ciudad Jardín, desde donde pueden ir dando un paseo. Si están más cerca de Puerta Jerez, el metro o el tranvía son una solución para parte del trayecto. 

Es 5 de diciembre. Varios miembros de la asociación Aire Libre acaban de renovar el cartel que colocaron en 2015 como homenaje a Rodríguez Ledesma, que fue nombrado también cerreño del año por la Velá del Cerro del Águila. “Pusimos un clavel en la imagen porque su hermana nos contó que le dejaban uno todos y cada uno de los días que pasó en el hospital”, cuenta Pepe Verdón. La Junta de Andalucía tiene previsto catalogar en breve esta esquina como Lugar de Memoria.

“Mira, estos son los que mataron en aquellas fechas”, muestra en un papel escrito a boli Juan Morillo. Dice que a uno de ellos, a su amigo Aurelio Fernández, lo asesinaron en París en 1979. “Las manifestaciones eran asiduas”, añade Verdón. Esta fría mañana, ellos dos y tres compañeros, Jesús, Teo y José, recogen firmas para la apertura de un nuevo centro de salud. 

Hablan de Miguel Hernández, y de Mandela, y de cómo se está deteriorando el barrio, y de la próxima función del teatro de la memoria del Aguaucho. Ponen una bandera republicana y otra andaluza para hacerse la foto. Se acerca un hombre: “Conozco la historia por mi suegra”. Pero su suegra, ya han leído, no quiere hablar. La mujer, finalmente, echa el cerrojo a la puerta de chapa marrón.

Otro barrio en el que no hubo guerra

El historiador José María García Márquez destaca un caso en el Cerro del Águila: “Especialmente impactante fue la muerte de Francisco Portales Casamar, de 35 años, empleado del Matadero y afiliado a Unión Republicana, detenido por orden de Queipo el 10 de agosto de 1936, junto a su cuñado Rafael Herrera Mata. Lo juzgaron en consejo de guerra el 21 del mismo mes y lo condenaron a muerte.

 Al día siguiente, 22, Queipo aprobó la sentencia y el 23 fue asesinado a las seis y media de la mañana en la muralla de la Macarena. Rafael, impresor que trabajó en El Cerro en la imprenta de Luis Barral, fue puesto en libertad poco después, aunque en 1937 sería nuevamente detenido y asesinado el 29 de enero de 1938”.

La hermana de Francisco, Luisa Portales, fue una mujer muy conocida en el barrio por su militancia política en Unión Republicana; y su hermano Luis, activo miembro de las Juventudes Libertarias, estuvo a punto de ser capturado, aunque no lo detuvieron hasta enero de 1938 y lo condenaron a veinte años de prisión, indica García Márquez.

Muy cerquita, añade el historiador, se llevó a cabo el fusilamiento, en dos grupos de 11, de 22 miembros de la columna minera de Huelva, que llegó a Sevilla el 19 de julio y fue traicionada por la Guardia Civil. “Se quiso que toda la ciudad tuviese conocimiento de la ejecución como escarmiento público y por eso los dividieron en grupos por distintos barrios. Las desapariciones se sucedían una tras otra. Llantos, gritos de desesperación, búsquedas de familiares por todos los centros de reclusión de Sevilla, etc., se convirtieron en algo cotidiano y repetido en aquel verano y otoño de 1936”."                  (Olivia Carballar, La Marea, 01/02/18)

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