"Conviene copiar la justa y sentida dedicatoria de los editores: "Este
libro representa también un homenaje a los y a las periodistas que
desempeñan su trabajo aun arriesgando su vida y a los que han muerto,
víctimas de esta guerra" (p. 9).
También esta reseña quiere contribuir a
ello. Lo mismo que la viñeta, en el libro incluida, de Antonio
Helguera, "Morir en México" (p. 7), publicada inicialmente en La Jornada el 15 de marzo de 2010
Con las siguientes palabras empieza John Gibler su relato: "Los
hechos son tan aterradores que rebasan los límites de todo lo creíble"
(p. 11). Tiene razón, no exagera. Un ejemplo: "¿Quién creería, por
ejemplo, que la directora de una prisión estatal dejaría salir en la
noche a un grupo de asesinos convictos y les prestaría vehículos
oficiales, fusiles de asalto automáticos y chalecos antibalas para que
pudieran matar a decenas de inocentes en un estado vecino, cruzar
rápidamente, la frontera estatal y regresar a la prisión, tras las rejas
de una cortada perfecta?" (p. 11)
Sobre el autor: John Gibler
(Texas, 1973) llegó a México como periodista independiente atraído por
el movimiento zapatista y las movilizaciones sociales de Oaxaca el mismo
año en que el presidente de la República, Felipe Calderón, declaraba
"la guerra contra el narcotráfico". Era 2006, desde entonces reside en
México. Es autor de Fue el Estado: los ataques contra los estudiantes de Ayotzinapa (2016) y Tzompaxtle: la fuga del guerrillero (2014).
La
estructura del libro: cinco capítulos, cinco aproximaciones desde
diferentes y complementarias perspectivas, a la temática (la historia
del México más reciente y de sus numerosos mártires obreros y
campesinos), más un epílogo para la edición española -"Terror de Estado y
mercados de la muerte" (pp. 151-167)-, las fuentes usadas, los
agradecimientos y la bibliografía. No es necesario en este caso un
índice nominal y/o analítico.
Un comentario de los editores con
el que se abre el libro: "Las cifras aumentan cada día. Este libro se
nutre de un trabajo periodístico que finalizó en 2011, año de su
publicación en Estados Unidos bajo el título To Die in Mexico, Dispatches from inside Drug War
(City Lights). Por ello, muchas cifras se remiten a ese momento" (p.
9).
A mediados de 2012, prosiguen, fecha de publicación de la edición
mexicana de Morir en México (Sur+), "el número de muertos en la
llamada guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno
mexicano alcanza los 60.000" (p. 9). La edición española no llegó hasta
2016.
"Se calcula que para entonces la guerra contra el narco había
dejado 175.000 muertos y casi 30.000 desaparecidos. Las cifras no dejan
de aumentar. La guerra continúa" (p. 9). No es una metáfora: las cifras
aumentan y la guerra contra los sectores más desfavorecidos del pueblo
de México, y contra la ciudadanía en general, sigue en pie de horror y
destrucción.
Una de las tesis del autor: "la guerra contra el
narco no puede entenderse como un fracaso de varias décadas en la
represión, sino más bien como una de las múltiples transfiguraciones de
las nunca totalmente extintas guerras coloniales, como una forma muy
productiva, racializada, de crear terror: produce riqueza, discursos de
legitimidad, carreras personales, indemnizaciones, terror y muerte y
muerte-en-la-vida" (p. 168).
Otra más: "A menudo, el fracaso de la
guerra contra el narco se presenta como la inevitable inferioridad de la
política frente al poder del mercado. Pero, ¿acaso están separados? La
política -la guerra- crea nuevos mercados y reestructura a los
existentes" (p. 158).
Una tercera: "Y esta es la guerra en la que
debemos luchar. Contra un futuro de hambre, de migración forzosa y de
mal disfrazado trabajo esclavo" (p. 149). No, propiamente, en la
narcoguerra.
"Porque la narcoguerra -tal como la diseña, la combate y la
impone a otras naciones el gobierno de los Estados Unidos- no es una
guerra de creencias políticas, de manifiestos y declaraciones, una
guerra por la patria, por la defensa de la nación o por la liberación"
(p. 149).
La narcoguerra es, señala Gibler, "una guerra subsidiaria por
el racismo, la militarización, el control social y el acceso a toneladas
de dinero en efectivo que la ilegalidad posibilita. La narcoguerra en
sí es una empresa violenta y criminal. Quedarnos de brazos cruzados y
verla propagarse es entrar al ámbito del silencio que envuelve a todas
las muertes anónimas, agachar la cabeza y esperar nuestro turno" (pp.
149-150).
La última consideración que recogemos, hay muchas
otras de interés: "No debería sorprendernos que la industria maquiladora
de Juárez se mantenga inmune a la muerte y al caos a su alrededor.
Las
maquiladoras y el narcotráfico son dos engranes de una sola economía, y
en Juárez estos engranes se encuentran y giran juntos. Más de 2.000
camiones y 34.000 coches cruzan de Juárez a El Paso todos los días" (p.
136). Ya en 2009 "más de 42.000 millones de dólares en comercio legal
atravesaron la frontera entre Juárez y El Paso" (p. 136).
Se calcula que
de 1,5 a 10 millones de dólares en drogas ilegales "atraviesan la
frontera de Ciudad Juárez a El Paso todos los días. ¿Cómo crees que las
drogas -paquetes voluminosos y pesados de cocaína, marihuana, heroína y
metanfetaminas- atraviesan la frontera? ¿Dónde hay la infraestructura y
la capacidad organizativa necesarias para transportar esa cantidad de
mercancías?" (pp. 136-137).
No se lo pierdan. Vale la pena leer y sentir este Morir en México, más
allá de sus coincidencias o no con algunas categorías, algunos nombres y
algunas reflexiones político-filosóficas generales del autor de las
que, yo por ejemplo, ando algo alejado en ocasiones.
Les
advierto, eso sí, que el descenso a las tinieblas no es en este caso una
figura literaria más o menos afortunada. Tan real como la barbarie. Y
una barbarie que no cesa.
Mientras escribía esta nota me llegó
una información de una amiga argentina residente en los Estados Unidos:
habían asesinado a Javier Valdez, corresponsal de La Jornada en
Sinaloa (el cuarto capítulo del libro se centra en este estado
mexicano).
El periodista y escritor fue muerto a tiros en Culiacán,
capital del noroccidental estado de Sinaloa, proseguía la noticia.
Valdez, quien en 2011 obtuvo el Premio Libertad de Prensa del Comité
para la Protección de Periodistas y el Maria Moors Cabot con el equipo
del semanario Ríodoce, fue interceptado y atacado a tiros desde un
vehículo cuando caminaba por la calle.
Valdez, experto en narcotráfico y
violencia, fundador de ‘Ríodoce’ y autor de obras como Narcoperiodismo o Levantones,
es el sexto periodista al que matan en lo que va de año (mayo de 2017).
De 50 años, el periodista quedó tendido boca abajo en el pavimento, muy
cerca de las instalaciones del semanario que fundó hace varios años.
Los otros nombres de periodistas asesinados en lo que va de 2017: 1.
Cecilio Pineda (Guerrero) La Voz de Tierra Caliente. 2. Ricardo Monlui
Cabrera (Veracruz) El Político/El Sol de Córdoba 3. Miroslava Breach
(Chihuahua) La Jornada. 4. Maximino Rodríguez Palacios (BCS) Colectivo
Pericú. 5.Filiberto Álvarez (Morelos) emisora La señal de Jojutla.
Javier Valdez es el sexto.
Hay más nombres que añadir. La muerte y el horror continúan."
/Fuente: Papeles de relaciones ecosociales y del cambio global, n.º 140, invierno de 2017/2018. En Salvador López Arnal , Rebelión, 23/02/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario