"En Córdoba capital se fusilaron unas 7.000 víctimas, 100
personas diariamente, cada 3 o 4 horas, sin parar, de forma
indiscriminada. Empezaban a las 3 de la mañana y los siguientes morían
en el charco de sangre de los anteriores.
Llegaba la mañana y
continuaban ante los ojos atónitos de los vecinos. Las víctimas eran
arrojadas a fosas comunes en los cementerios de La Salud y San Rafael.
El exterminio comenzó con personalidades del Frente Popular, después se
extendió con los fusilamientos en masa, y luego un vendaval de sangre
espeluznante sumió en el pánico a toda la población, en los conocidos
paseos del cortijo de El Telégrafo, carretera de Almadén, cuesta de Los Visos y en Alcoloea.
Murieron concejales, ferroviarios, maestros, médicos, ingenieros…y muchos intelectuales.
De los 75 municipios cordobeses, 48 cayeron en manos de los
golpistas, que realizaron más de 11.581 fusilamientos, entre los que hay
que recordar el alto número de mujeres, entre ellos el triste caso de
la periodista francesa Renée Laffont.
Se fusilaba a personas anónimas, no aparecen en ningún
registro, están desaparecidos, hay al menos, 4.000 personas asesinadas y
enterradas sin identificar en las fosas comunes de La Salud y San
Rafael, y sus familiares están muertos o exiliados. Mas de 80 años
después de la masacre solo existe un listado que corresponde a 2.311
víctimas.
A las cifras anteriores hay que añadir 1.600 represaliados en
la posguerra, 220 exterminados en los campos nazis, unas 4.500 personas
desaparecidas que aún reposan en fosas comunes a lo largo de la
provincia.
En las cárceles
de la capital murieron 750 presos, hacinados en condiciones durísimas,
insalubres, sin médicos, la alimentación era deplorable, los muertos se
amontonaban en los pasillos, el olor era insoportable.
La represión franquista en Córdoba fue un auténtico genocidio preventivo,
sin escrúpulos ni miramientos. El ejecutor fue el teniente coronel
Bruno Ibañez, enviado ‘con carta blanca’ por el general Queipo de Llano;
la masacre creció tras la visita de éste y del general Varela. Las
derechas prepararon el alzamiento con meses de antelación, campañas de
violencia callejera incluida, para promover la inestabilidad política y
poner así a su favor al cuartel africanista, al casino latifundista y a
la sacristía ‘cómplice e integrista’.
Los fascistas mataron
premeditadamente en todas partes, durante muchos años, de manera
programada y ciega, en caliente y en frío. La horrible carnicería estaba
programada para realizar una eliminación selectiva y sistemática del
enemigo, un auténtico plan de “crímenes de guerra y delitos de lesa
humanidad”. (...)
Nunca se conocerán las cifras exactas porque el franquismo empleó
todos los métodos posibles para borrar la huella de sus crímenes
mediante la desaparición física, documental, histórica, la aniquilación
de la memoria de lo ocurrido. Solo se inscribió un tercio de la matanza,
el resto quedó desaparecido. El régimen franquista llegó a prohibir el
luto a los familiares que estaban obligados a esconder su tragedia para
poder sobrevivir.
En su avance por numerosas comarcas rurales andaluzas, las tropas rebeldes procedieron a la brutal aniquilación
de numerosos integrantes de las clases medias reformistas o sectores
populares izquierdistas, una represión selectiva contra los dirigentes
de los sindicatos, partidos de izquierda, difusores de ideales
democráticos y republicanos, jornaleros y campesinos izquierdistas.
Los
franquistas persiguieron, encarcelaron, ejecutaron masivamente a
enemigos políticos mediante la implantación de una situación de
auténtico terror, para borrar definitivamente toda idea encaminada a la
recuperación o reconstrucción de un modelo de convivencia política de
carácter democrático.
En poblaciones de gran envergadura, tales como Baena,
Bujalance, Castro del Río, Peñarroya, Baena, Pedroches, Fuenteobejuna o
Pozoblanco los tribunales y juzgados militares ordenaron miles de
fusilamientos.
Como consecuencia, en la provincia hay mas de 90 fosas
comunes, muchas clandestinas como las descubiertas en Aguilar de la
Frontera, otras en los municipios de Baena, Belmez, Lucena, Villafranca,
Torrecampo, Pedro Abad, Espiel, Doña Mencía, Peñarroya, El Carpio,
Bujalance, Santaella, Puente Genil, Villanueva.
En la Córdoba rural, la
virulencia de los consejos de guerra prosiguió tras la victoria, y
durante los años 1940-41 se liquidaron a muchos republicanos
políticamente significados. El nuevo Estado franquista continuó
reprimiendo mediante cárceles, campos de concentración, tribunales
especiales, requisos, humillaciones, nuevas ejecuciones. Eliminados los
elementos más ‘indeseables’, la dictadura y sus hombres se centrarían en
doblegar las esperanzas y destinos de los vencidos. (...)
El sufrimiento, la marginación, la represión y el terror con el
que tuvieron que vivir a lo largo de 40 años los hijos y familias de los
asesinados, desaparecidos y perseguidos, el miedo con el que crecieron,
su lucha por la supervivencia en una dictadura en la que vivían
amenazados, obligados a guardar silencio, a esconder sus historias, a no
manifestar dolor, ni pena.
No se podía llorar a los muertos, no se podía hablar de ello, el miedo lo invadía todo, hay personas que siguen traumatizadas sin que se les haya hecho justicia ni curado sus heridas. (...)" (Documentalismo Memorialista y Republicano, 11/10/17)
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