"Era un día normal de mayo de 1994 en Kigali. Los cadáveres se
amontonaban con una terrorífica naturalidad, y la muerte se había
normalizado de tal manera que formaba ya parte del paisaje cotidiano en
la capital de Ruanda.
Valerie Bemeriki, una de las presentadoras
estrella de la Radio Television Libre Des Mille Collines, tenía por
aquel entonces 38 años, y fue personalmente a felicitar a un grupo de
jóvenes que habían masacrado a toda una familia tutsi. "Vuestro trabajo
es un ejemplo para la juventud", les dijo.
"Era necesario matar a esta
gente y lo hicisteis". Solamente tenía una queja. El padre de la familia
había sido asesinado de un tiro en la cabeza. "Deberíais haberle
cortado en pedazos".
Hoy, 20 años después, una señora bajita de
mal aspecto camina con dificultad por el patio de la prisión central de
Kigali, apoyada en un bastón. Calza unas zapatillas deportivas y viste
un uniforme naranja, el mismo color que llevará todos los días de su
vida hasta que la muerte le libere de la cadena perpetua.
Valerie
Bemeriki pasa las horas encerrada en este lugar desde 1999, año en que
fue detenida en el sur de Kivu, en la República Democrática del Congo, y
trasladada a Ruanda bajo acusaciones de planificación de genocidio,
incitación a la violencia y complicidad en varios asesinatos.
Bemeriki
se escondía en el país vecino desde julio de 1994, cuando se vio
obligada a huir de Ruanda después de que Paul Kagame y las tropas del
Frente Patriótico Ruandés ocuparan el país y pusieran fin al genocidio.
Hasta el momento de su detención, Bemeriki estaba incluida en la lista
100 personas más buscadas que el Gobierno elaboró tras el genocidio
ruandés.
A pesar de su gesto agrio y de una infección labial que
le dibuja si cabe un aspecto más desagradable, es complicado
imaginársela alentando a sus oyentes a coger los machetes. No queda
rastro de esa líder mediática que interrumpía los espacios radiofónicos
de música moderna de la emisora RTLM para animar a los radioyentes a
salir a matar a sus vecinos.
No hay señal de esa presentadora que leía
en antena listados con nombres y apellidos de 'inyenzi' –'cucarachas',
en ruandés– para condenar a cientos de seres humanos a una muerte
segura. Que desvelaba direcciones de las víctimas y los lugares donde se
escondían.
"¿Realmente estabas de acuerdo con los mensajes que
dabas a tu audiencia?", preguntamos. Valerie Bemeriki responde rápido,
como si fuera una respuesta aprendida que ha tenido que responder en mil
ocasiones. "Desde que tenía 4 años, en el colegio, nos enseñaban a
odiar a los tutsis. Nos decían que no nos querían, que eran nuestros
enemigos y que cuando recuperaran el control del país nos
exterminarían", recuerda.
"Años después, como presentadora de radio,
creía firmemente que estaba haciendo mi trabajo, que tenía que
defenderme a mí misma, a mis familiares, a todos los hutus y a mi país".
Insistimos en su responsabilidad, en si la educación y el entorno de
aquella época justifican actos criminales tan bárbaros. "Se planteaba
como una cuestión de asesinar o ser asesinado", dice. "Instalar el odio
en nosotros llevó muchísimos años a través de las instituciones, la
escuela, las canciones. Cuando naces y creces en ese entorno, es difícil
distinguir entre el bien y el mal". (...)
Con el nacimiento en 1993 de la RTLM, una emisora financiada por
familiares del presidente Juvénal Habyarimana y controlada por la
facción hutu más extremista del partido en el poder, se inauguró la más
eficaz de las armas de propaganda del régimen en su propósito de
inyectar el odio étnico en la población.
Por aquel entonces existían ya
varios medios impresos como Kangura que incitaban al odio hacia los
tutsis, pero el alto grado de analfabetismo y la facilidad de acceso a
los transistores colocó a la RTLM como referencia mediática y fuente de
inspiración violenta para la población.
"La radio fue creada con
el objetivo de implementar la idea del genocidio", comenta Bemeriki.
"Todas nuestras intervenciones en antena eran discursos de odio en los
que decíamos que los tutsis no era ruandeses, que eran nuestros enemigos
y que no deberíamos vivir junto a ellos".
A principios de los
90, uno de cada trece ruandeses tenía un receptor de radio. La Radio
Television Libre Des Mille Collines ofrecía un modelo radiofónico
occidental, música actual y diálogos informales. Su estilo pronto
enganchó a los jóvenes que posteriormente formarían las 'interahamwe'
-'aquellos que luchan juntos'-, milicias radicales hutus que
protagonizaron algunos de los capítulos más sangrientos del genocidio.
"Su aspecto es horrible con ese pelo espeso y barbas llenas de
pulgas. Se parecen a los animales. En realidad, son animales. Las
cucarachas tutsis son asesinos sedientos de sangre. Diseccionan a sus
víctimas, extrayendo sus órganos vitales. Son bestias feroces. Pido que
os levantéis y que luchéis usando todo lo que encontréis. Coged palos,
garrotes y machetes, y evitad la destrucción de nuestro país".
Con afirmaciones como éstas, la semilla del odio se había mutado para el
6 de abril de 1994 en una peligrosa bacteria inoculada en la mayoría de
la población, de mayoría hutu. Esa noche, Valerie Bemeriki hacía
guardia en la emisora. El país vivía una tensa calma, pero nada hacía
presagiar la magnitud de la que se avecinaba.
A las 8.20 de la noche,
cuando el presidente hutu Juvénal Habyarimana volvía junto con el
presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, de firmar los acuerdos de paz
de Arusha, el avión presidencial fue derribado por dos misiles en las
inmediaciones del Aeropuerto Internacional de Kigali.
"Cuando me llegó
aquella noche la información de lo que había pasado, pensé que nosotros
[el resto de los hutus] seríamos los siguientes en morir y que teníamos
que defendernos del enemigo que había matado a nuestro presidente".
La maquinaria mediática ya había hecho un buen trabajo previo meses
atrás. Ahora sólo quedaba pasar a la acción y guiar toda la furia
asesina. "Utilizábamos nuestra influencia y la capacidad de llegar a la
audiencia para orientar a las masas hacia los lugares donde se escondían
los tutsis", reconoce la ex presentadora. "Hacíamos llamamientos
continuos a las milicias callejeras y a los soldaros del Gobierno para
que mataran a todos los tutsis".
A pesar de diversas
investigaciones, todavía hoy no se sabe si fueron hutus radicales o
rebeldes tutsis los responsables de aquello, pero fue la señal para
llevar a cabo la mayor atrocidad de la historia reciente: el exterminio
de alrededor de un millón de personas a machetazos y en tan solo 100
días.
20 años después de que el país quedase totalmente destrozado, Ruanda es
un espejismo para el visitante, un ejemplo de reconstrucción en tiempo
récord y un caso sin precedentes en el continente negro. Los coches
respetan las normas de circulación, los autobuses salen puntuales, las
carreteras se conservan en buenas condiciones y miles de empleados se
afanan por mantener limpias todas las calles.
Los parques de la capital,
Kigali, no tienen nada que envidiar a los parques de cualquier capital
europea, la población es respetuosa y apenas hay robos o crímenes. Todo
ello, junto con el espectacular desarrollo económico del país, hace que
Ruanda sea según el informe 'Doing Business 2014' el segundo mejor país
para hacer negocios en África y esté incluso por encima de España. (...)
Existen leyes que prohiben hablar de las masacres que se cometieron
hacia los hutus tras el genocidio, y cualquiera que contradiga al
presidente corre el riesgo de ser asesinado, como le pasó al ex jefe de
inteligencia exterior, Patrick Karegeya, cuyo cadáver apareció a
principios de año estrangulado en Sudáfrica, donde vivía exiliado. Gran
parte de la oposición política está refugiada en Bélgica, Finlandia o
Sudáfrica, y la minoría tutsi controla los puestos de mayor
responsabilidad en el Gobierno, el Ejército y la empresa privada.
El miedo a la dictadura de Kagame mantiene una falsa apariencia de
reconciliación, y mensajes oficiales del Gobierno como 'no somos tutsis y
hutus, somos sólo ruandeses", "perdonamos y creemos en la
reconciliación" o "gracias al liderazgo de nuestro presidente hemos
llegado hasta aquí" son repetidos hasta la saciedad delante de un
micrófono por supervivientes, asesinos, miembros de organizaciones
civiles y políticos.
En este punto, Valerie Bemeriki no es una
excepción. Cuando la detuvieron, se consideró a sí misma una prisionera
de guerra y seguía manteniendo sus ideas de odio étnico. "Pensé que me
iban a torturar hasta morir, que me iban a cortar los dedos, las orejas y
que me arrancarían los ojos", dice.
Tiempo después, fue juzgada, pidió
perdón por sus actos y se libró de la pena de muerte a cambio de la
cadena perpetua. "Acepté mi responsabilidad, tomé la decisión de
cambiar, y ahora considero a los tutsis como a mis hermanos. Tenemos que
luchar por la unidad y la reconciliación, y construir nuestro país sólo
como ruandeses". (Jon Cuesta ,El diario.es, en Rebelión, 29/04/2014)
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