1/12/12

"Al entrar en mi pueblo las fuerzas fascistas me buscaron para fusilarme. Como no pudieron cogerme, fusilaron a dos hermanos míos"

 El diplomático mexicano en Lisboa, Gilberto Bosques

"Al entrar en mi pueblo las fuerzas fascistas me buscaron para fusilarme, pero no lo consiguieron porque ya me había fugado. Como no pudieron cogerme, fusilaron a dos hermanos míos”. 

Así empieza su relato al llegar a Lisboa a finales de 1946, huyendo de la dictadura franquista, Joaquín Martín Reinoso, de 33 años, soltero, natural de Fuentes de León (Badajoz) y militante del PSOE.

 Uno de los cientos, tal vez miles, de republicanos españoles que encontraron auxilio en la Embajada de México en Portugal y a cuyos testimonios, inéditos hasta ahora y conservados en el archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, ha tenido acceso EL PAÍS.  (...)

Su peripecia es un ejemplo más de las penalidades sufridas por tantos fugitivos del franquismo durante 10 años terribles de guerra y cárcel hasta que encontraron en el país vecino la mano amiga de Gilberto Bosques, embajador mexicano en Lisboa, y pudieron escapar hacia la libertad. 

“Yo me había marchado a Madrid”, continuaba Martín Reinoso, “incorporándome al batallón de Margarita Nelken y combatiendo hasta el 28 de agosto de 1938 en que perdí el brazo a consecuencia de un morterazo del enemigo en la posición de Carabanchel (…). 

Me lo amputaron y me dieron inútil total. Como había que evacuar Madrid y no sabía adónde ir, cogí el tren y me marché para mi tierra (…). 

En Talarrubias (Badajoz) me detuvieron y me mandaron a Siruela, donde me tuvieron 15 días sufriendo los más malos ratos que se pueden dar; de ahí me trasladaron al campo de concentración de Castuera, donde sacaban a los hombres en camiones para fusilarlos. 

Un día, un falangista me pegó una paliza por gusto. Al año me trasladaron a Herrera del Duque, donde la comida nos la daban cada 24 horas, 150 gramos de pan y 2 sardinas”.

En enero de 1941, Martín Reinoso fue condenado a muerte, pena que después le sería conmutada por la de 20 años y un día. En 1946 recibió un indulto y volvió a su pueblo. Pero sus desgracias estaban aún lejos de acabar. “Me presenté a la Junta de Libertad Vigilada y me mandaron al cuartel de la Guardia Civil.

 Mi llegada fue mala. Empezó el comandante del puesto por insultarme todo lo que quiso hasta decirme que me iba a dar una paliza y me iba a cortar la otra mano (…). Me dijo que me tenía que presentar todos los domingos y que me iba a vigilar muy de cerca (…). 

Me prohibió entrar en ningún casino; a las ocho de la noche tenía que estar en casa (…). El 27 de octubre fue la última vez que me presenté porque esa noche me volvieron a llamar. Aquello no me gustó nada y crucé la frontera…”.

 Y concluye: “No he de olvidar las dos animaladas cometidas contra dos hermanos míos, ni la de mi querido padre, que murió cuando iba para la estación de Fregenal de la Sierra con el carro y le salieron al camino los fascistas y por no decir dónde me encontraba yo le dieron fuego al carro (…) y no quiero escribir más porque recordando toda la historia pierdo el sentido”.   (...)

“Desde los Pirineos hasta Málaga lo hice a pie en 39 días, en los cuales pasé todas las calamidades que puede pasar una persona”, cuenta el malagueño y militante de la CNT Juan Contreras Mancera, de 36 años, que, tras fugarse de un batallón disciplinario de Noales (Huesca) el 20 de junio de 1943 y permanecer dos años escondido en Málaga, logra junto con un compañero, “unas veces a pie y otras en tren”, cruzar la frontera portuguesa el 8 de marzo de 1945.

La enfermera socialista de Badajoz Isabel Pavón Pavón, de 42 años, narra a su llegada al país vecino que tras la entrada de las fuerzas franquistas a su ciudad fue detenida y “propuesta para fusilamiento, no llevándose este a cabo por no sé qué causas”.

 “No obstante, me hicieron beber medio litro de aceite de ricino y me cortaron el pelo. A mi padre, que contaba 70 años y desempeñaba el cargo de alcalde de Aceuchal, lo fusilaron, y mi hermano, que tenía el mismo cargo en Almendralejo, tuvo que huir…”.  (...)

Llegar al Portugal del dictador Salazar, estrecho aliado de Franco, no era ninguna garantía de seguridad. Indocumentados e indigentes, los fugitivos tenían que esconderse, pues si caían en manos de la policía portuguesa eran devueltos de inmediato al presidio o al cadalso español. 

Una de sus tablas de salvación, como acreditan los documentos ahora desvelados, era la organización humanitaria norteamericana Unitarian Service Comitte (USC), creada en 1940 con el fin de rescatar judíos, con sedes en Lisboa y Marsella, que trabajando clandestinamente colaboraba con la legación mexicana en la capital portuguesa.  (...)

Manuel Trigo Domínguez, sevillano, que acabaría la guerra como teniente y sería condenado a muerte e indultado a finales de 1940, declara el 4 de diciembre de 1946, al poco de llegar a Portugal, que era tal el acoso policial al que se veía sometido que tomó una drástica decisión: “Recurrí a fingirme loco como único medio de salvación. Estuve fingiendo hasta el 6 de octubre de 1946. 

En dicha fecha salí del manicomio de Miraflores de Sevilla, con permiso dado a los clientes mejorados (…), permiso que estoy disfrutando en Lisboa, fuera del terror fascista que asola mi patria…”. 

José Couvelo Lorenzo, de Pontevedra, de 28 años, recuerda cuando le llevaban prisionero al penal de Burgos “con los grillos en las manos corriendo la sangre” y cuando “los fascistas” le metieron “en una prensa de hierro para que confesase”.

Ángel López Sot, universitario malagueño y militante de las Juventudes Socialistas, fue hecho prisionero por soldados italianos en febrero de 1937. Logró escapar y regresar campo a través a su ciudad natal, pero fue detenido de nuevo al ser delatado por una vecina.

 “Días más tarde, a la una de la madrugada, fui conducido con nueve jóvenes más y una señorita al cementerio de San Rafael, donde fueron fusilados en presencia mía, librándome yo gracias a la intervención de un teniente que al tomarme el nombre y la edad se impresionó que fuera tan joven”.

Agustín Giménez Campaña, cordobés, fue condenado a muerte al término de la guerra. Su relato en tercera persona es de una impasibilidad desconcertante: “Trasladado al amanecer del 28 de mayo de 1940 al Cementerio Municipal del Este de Madrid y fusilado en unión de otros 50 sin ser herido ni recibir el tiro de gracia, pudo escapar y esconderse…”. Lograría huir a Portugal al segundo intento tras pasar por las cárceles de Zamora y Valencia.

Los papeles de Lisboa permiten establecer un patrón común en la odisea de los fugitivos: condena de muerte al acabar la guerra, conmutada luego por 30 o 20 años de cárcel, lo que daba paso a un periplo interminable por el gran presidio en que se había convertido España; después, el indulto, la delación, una nueva detención y fuga.

Los documentos dan idea también de la persistencia de la lucha guerrillera en aquellos años cuarenta. La resistencia, sobre todo de los militantes comunistas, es de una determinación épica, como ilustra el caso de Ángel Ansareo Grandas. Tras participar en la toma del Cuartel de la Montaña y combatir en los frentes de Guadarrama, Teruel y Cataluña, huye a Francia al perder la guerra. 

Allí permanece 10 meses, hasta que es entregado a Franco y encarcelado en Reus. Escapa y le detienen otra vez el 5 de mayo de 1940. Condenado a muerte en Madrid, es indultado en 1943. Inmediatamente vuelve a unirse al maquis y llega a presidir “el congreso que se celebró en Cobas (A Coruña)”.

 Con el nombre de guerra de A. Ribas, organiza varios grupos guerrilleros y mantiene cruentos enfrentamientos armados “con falangistas y guardias civiles”. Llegan a ofrecerse, según su relato, “medio millón de pesetas por noticias de su paradero”. Ante el hostigamiento al que es sometido por las fuerzas franquistas, cruza la frontera de Portugal, “sin rumbo conocido”, y llega a Lisboa en agosto de 1946. 

Su declaración jurada acaba: “Eliminando la descripción y hasta el recuerdo de otros muchos sufrimientos, solo me resta decir: ¡Viva la República española! ¡Viva la paz en el mundo!”.

Los documentos revelan el incansable trabajo del embajador sorteando toda clase de trabas para salvar vidas o reunificar familias"       ( , El País,  25 NOV 2012)

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