"Los campesinos que plantaron cara al Gobierno de Colombia. Hostigados por el ejército, guerrilla y paramilitares, un
grupo de trabajadores del campo lleva 15 años resistiendo de forma
pacífica en una zona de fuego cruzado
La denuncia pública ha logrado que muchos ojos se posen en el grupo de campesinos que respondió con un ‘no' a las FARC, a los paramilitares y al Ejército colombiano hace 15 años.
La denuncia pública ha logrado que muchos ojos se posen en el grupo de campesinos que respondió con un ‘no' a las FARC, a los paramilitares y al Ejército colombiano hace 15 años.
Cerca
de 1.200 trabajadores del campo de la zona de Urabá, al noreste del
país, se declararon neutrales en el conflicto que enfrenta el país
latinoamericano desde hace medio siglo.
La comunidad de paz de San José
de Apartadó -como resolvieron llamarse- harta del asedio que sufría por
ubicarse en una zona de fuego cruzado y geográficamente clave para el tránsito de drogas
y armamento decidió no ceder ante los chantajes de uno y otro lado.
Adoptaron la estrategia de resistencia pacífica y acordaron normas de
convivencia y requisitos para formar parte de este espacio humanitario
al margen de las acciones armadas.
En marzo de 1997, cientos de
campesinos desplazados se negaron a abandonar la región y decidieron
volver a sus tierras. Firmaron una declaración en la que se
comprometieron a no permitir la presencia de actores armados en el
asentamiento y asumieron el rol de "alternativa civil no violenta al
conflicto". El precio de aquella decisión lo siguen pagando hoy en día.
"No se cómo se llegará a un acuerdo de paz con el país inundado de paramilitares",
titubea Javier Giraldo, sacerdote jesuita miembro de la comunidad de
paz, en relación a las conversaciones entre el Gobierno y las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia [FARC]. "La violencia sigue siendo
una realidad cotidiana en el país", añade.
Sobre el proceso de paz
que se abre con las negociaciones en La Habana, teme que se termine
cerrando con la impunidad total de militares y paramilitares, e incide
en el "cruce de expectativas" por el que atraviesa Colombia.
Giraldo
trabaja desde hace 25 años coordinando el banco de datos del Centro de
Investigación y Educación Popular, donde, en este tiempo, ha registrado más de 180.000 víctimas del conflicto
armado en todo el país. "La mayor parte pertenece a la sociedad civil, a
movimientos de base, indígenas, campesinos y fuerzas políticas
alternativas pero no combatientes", señala.
Un ejemplo del hostigamiento que padece la ciudadanía se encuentra en
San José de Apartadó, donde la cifra de asesinatos desde 1997, año en
que se constituyó la pequeña comunidad de paz, asciende a 240.
"Éramos
1.200 cuando empezó todo", lamenta Giraldo en su visita por Madrid
antes de emprender rumbo a la Corte Penal Internacional para aportar
nuevas pruebas y lograr que el tribunal internacional decida abrir este
caso.
Hasta La Haya lleva los listados actualizados de víctimas,
las cartas cruzadas con el Gobierno colombiano y los 26 derechos de
petición ejercidos por el religioso. Ante estas peticiones, en las que
Giraldo relata con precisión al Ejecutivo de Juan Manuel Santos cada ataque que sufre
la comunidad, solo ha recibido indiferencia.
"Siempre me responden con
un párrafo donde Presidencia me remite a otras instituciones que nunca
han contestado nada concreto, sino que dan evasivas o niegan la
situación", lamenta en conversaciones con este medio en el Ateneo
madrileño donde ofreció una charla la semana pasada.
Las denuncias que Giraldo ha puesto en conocimiento del Gobierno no
han producido sanciones ni investigaciones penales, pero sí han
desplegado otros efectos . "En varias ocasiones, testigos que se
presentaron ante la fiscalía o el juzgado fueron asesinados o
amenazados", asegura el sacerdote.
El último ataque que sufrió la
comunidad de paz tuvo lugar hace escasas semanas. En un simulacro en el
que, según asegura Giraldo, no estaba la guerrilla, "dispararon contra
las casas dejando un muerto".
"Esos días hubo una presencia masiva de
paramilitares, lo que obligó a desplazarse hacia las veredas". Ese es el
mecanismo que los miembros de la comunidad utilizan para sobrevivir:
marcharse a las zonas contiguas - a las veredas- y esperar que los paramilitares abandonen y
puedan regresar al asentamiento sin correr peligro.
Se trata de los
movimientos internos que hacen estos campesinos pertenecientes a un país
que cuenta con más de cinco millones de desplazados como consecuencia
del conflicto.
La premisa que el colectivo de campesinos escucha con más frecuencia a
los militares y paramilitares que recorren la región es la del
"exterminio" por considerarles "la piedra en el zapato de los planes del
Gobierno y las empresas". "Si no fuera por el apoyo internacional, ya
nos habrían eliminado", subraya Giraldo.
Las ayudas que San José
de Apartadó recibe desde fuera de Colombia tienen que ver, entre otras,
con el asesoramiento jurídico, necesario para que los campesinos puedan
conservar sus tierras.
La Ley de víctimas y restitución de tierras del
Ejecutivo de Santos permite que las fincas devueltas a los campesinos
puedan ser negociadas entre éstos y empresas. De este modo, las posibles
alianzas dejan al campesino en una posición de debilidad
frente a las compañías que quieran comprarlas. Además, "no se han
legalizado las tierras, se venden sin pasar por las agencias del Estado,
dándose títulos testimoniales", indica Giraldo.
Las medidas reparadoras del Gobierno colombiano no convencen a una
comunidad que lleva cincos lustros de asedio. En los primeros meses de
su creación, San José sufrió cerca de 80 asesinatos. Los paramilitares
manejaban listados de sospechosos que mataban en el mismo lugar donde
los localizaban.
"Un día se colocó un retén de paras [paramilitares] en
una vía de acceso a la comunidad; allí paraba un autobús y según bajaban
los pasajeros comprobaban si estaban en la lista; si así era, los
mataban allí, delante de todos", relata Giraldo.
La esencia
colectiva de la comunidad de paz constituye sus cimientos ante los
múltiples asesinatos. De esta forma, cuando alguien es asesinado "el
grupo asume su labor". Organizar la resistencia ha sido una de las
claves de la supervivencia. Cuando comenzaron a comercializar los
cultivos, entre 2001 y 2004, llegó el cerco de hambre.
"Cuatro conductores que nos llevaban alimentos fueron asesinados
para que nadie quisiera hacer esa tarea".Después masacraron los cuatro
comercios del pueblo y cerraron todos los negocios de la carretera. Pero
también salieron adelante. Comenzaron a comprar semillas en Medellín, a
más de 300 kilómetros, y cultivar arroz, maíz, frijol y caña de azúcar.
La comunidad de paz sigue buscando fuera de su país la justicia y la
reparación que dentro le niegan, algo que Giraldo ha comprobado en
persona. A lo largo de su vehemente trayectoria en la defensa de los derechos humanos,
el sacerdote ha afrontado más de un proceso judicial.
En 2009, se
declaró objetor de conciencia para no colaborar en una investigación
contra él por haber denunciado las supuestas torturas de unos militares
contra varios campesinos. El Ejército le denunció por calumnias y el
fiscal que llevó el caso le aseguró que estaba sometido a grandes
presiones "desde arriba" para condenarlo.
"El fiscal dejó sobreseído el caso pero, por presiones, lo reabrió y
dictó una orden de búsqueda y captura contra mí", relata el religioso.
El coronel que fue a buscarle le confesó que no podía acatar la orden de
llevarle detenido.
"Llamamos al fiscal para que nos explicara qué
podíamos hacer, y lo resolvió diciendo que hiciera un escrito
ratificando mi objeción". Así procedió Giraldo que, a partir de
entonces, fue declarado reo ausente, le asignaron abogado de oficio y a los dos años se archivó su expediente.
"Curiosamente, me exoneraron la misma semana en que cambió el fiscal
general del Estado, el mismo que presionó al otro fiscal para que
reabriera mi caso".
Con todo, Javier Giraldo no se rinde y ahora
espera abrir alguna puerta en la justicia internacional. Los delitos
contra San José de Apartadó fueron denunciados en 2006 ante la Corte
Penal Internacional por la propia comunidad de paz bajo la calificación
de crímenes de lesa humanidad.
"Fuimos a la Corte Penal a recabar justicia y, aunque aún no han tomado ninguna decisión importante, seguiremos insistiendo", anuncia." (Público, 27/11/2012)
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