"Es diciembre de 1952, Kimweli Mbithuka Kilatya, Naomi Nziula Kimweli y
sus tres hijos van en autobús de vuelta a su poblado en el centro de
Kenia para celebrar la Navidad. Les va bien, Kimweli trabaja para el
departamento de Obras Públicas y Naomi está embarazada de cinco meses.
Pero en el pueblo de Athi River los soldados detienen el autobús y
obligan a bajar a todos los pasajeros. Kenia era entonces una colonia
del Reino Unido y al mando estaba un oficial británico al que Kimweli y
Naomi llaman Luvai, que en su idioma kamba significa “persona sin
piedad”.
Los soldados separan a hombres de mujeres y niños y los llevan a
todos a un campo para detenidos. “Cuando llegamos, vimos que había gente
siendo torturada, a todos nos preguntaban que si habíamos tomado el
juramento Mau Mau y yo decía que no sabía nada de ningún juramento”,
relata ahora Naomi en voz baja, como si no quisiera molestar.
“Me habían
tapado los ojos y en ese momento oía a mis hijos llorando y llamándome:
‘¡Mamá, mamá!’. Nunca los volví a ver”. Hoy tiene 85 años, lleva un
vestido floreado y, sobre la cabeza, un pañuelo de colores que contrasta
con su cara triste y enfadada y sus ojos vidriosos, y continúa sin
alzar la voz y hablando con rapidez: “Porque cuando me metieron la
botella en la vagina, perdí el sentido”.
Naomi despertó tiempo después en el hospital King George de Nairobi y
allí descubrió que la violación le había hecho abortar. Muchas otras
chicas y mujeres sufrieron la misma agresión, con botellas de cristal
llenas de agua hirviendo, a manos de soldados kenianos que seguían
órdenes de los oficiales del Gobierno colonial británico.
Kimweli, su marido, que hoy tiene 89 años, sufrió su propio calvario.
Fue también interrogado sobre el juramento Mau Mau. “Me hicieron
sentarme y estirar las piernas y el oficial empezó a darme pisotones con
sus botas: ‘¿Tomaste el juramento?’.
‘¡No he tomado ningún juramento!’,
y me pegaba más fuerte”, cuenta mientras se levanta las perneras y
muestra unas cicatrices que, dice, son de aquel día. Kimweli viste un
traje de chaqueta gastadísimo que le está pequeño. Es alto y seco, de
pelo cano, expresión tensa y ceño fruncido, como si estuviera a punto de
reprocharte algo.
“Entonces me hicieron tumbarme de espaldas, con las
piernas abiertas, cogieron un par de pinzas y sentí un tirón en los
testículos y mucho dolor”. Los soldados le habían castrado.
Ese año, en 1952, miembros de la etnia kikuyu, la más numerosa de
Kenia, se habían alzado contra la Administración colonial británica, que
gobernaba este territorio desde 1890. Se hacían llamar Ejército Keniano
de la Tierra y la Libertad y no dudaban en asesinar a colonos
británicos en sus granjas y a kenianos leales a la Administración
colonial.
La represión de las autoridades coloniales fue brutal. Decenas de
miles de kenianos murieron o fueron torturados y hasta 1,5 millones de
personas fueron retenidas en campos para detenidos o llevadas a la
fuerza a “poblados protegidos” rodeados de alambre de espino y
patrullados por guardias que se diferenciaban poco de los campos de
detención. (...)
“Uno de los oficiales británicos obligó a los soldados a que nos
dieran palizas y uno insertó una botella en mis partes íntimas”, cuenta
con fría naturalidad Jane Muthoni Mara, una de las demandantes. “Querían
que les dijéramos sí habíamos tomado el juramento y con quién. Yo nunca
dije nada”, dice aún con orgullo. “Tomábamos el juramento para estar
unidos y para pedir libertad y que nos devolvieran nuestra tierra,
robada por los colonizadores”.
Jane tiene hoy 75 años, un rostro triste y pelo blanco que cubre con
un pañuelo de colores. Fue arrestada, golpeada y violada en 1954, cuando
apenas tenía 17 años. Jane narra estas torturas en voz baja en una sala
de la Comisión de Derechos Humanos de Kenia (KHRC, en inglés), en
Nairobi. La KHRC asesora y financia a los veteranos Mau Mau. El crimen
de Jane fue llevar comida a los rebeldes que se escondían en un bosque
cerca de su poblado, en el centro de Kenia.
Tras el inicio de la rebelión en 1952, el Gobierno colonial declaró
el Estado de emergencia y dedicó todos sus recursos a reprimir el
movimiento. Fueron los británicos quienes lo llamaron Mau Mau, una
expresión cuyo origen y significado aún hoy siguen sin estar claros.
Como apenas tenían armas de fuego, los rebeldes usaban lanzas y
machetes. Cuando mataban, solían dejar los cadáveres despedazados. Los
guerrilleros malvivían en los bosques y cuando los oficiales británicos
los encontraban se horrorizaban ante estos nativos sucios y de pelo
largo o rastas armados con grandes cuchillos.
Además, los Mau Mau
estaban unidos por un juramento que, decían los colonos británicos,
tomaban en una ceremonia bestial en la que consumían sangre y restos
humanos. Para las autoridades británicas, los Mau Mau representaban el
África violenta y salvaje que debía ser civilizada por la fuerza.
“¡Pero no es verdad! Éramos un movimiento de masas organizado para
liberar Kenia de la dominación colonial”, responde encendido Gitu wa
Kahengeri, presidente de la Asociación de Veteranos de la Guerra Mau
Mau.
“Cuando se fueron de Kenia, los británicos dejaron a mucha gente
discapacitada, muchos perdieron algún miembro, otros perdieron sus
propiedades, otros murieron, otros fueron torturados en campos de
detención o en prisiones, nuestras mujeres también fueron torturadas…”,
enumera enérgicamente Kahengeri, que aparenta menos de sus 84 años. (...)
Entonces, la capital keniana servía de base administrativa a los
miles de británicos que se habían trasladado a la colonia, atraídos por
la posibilidad de poseer grandes extensiones de tierra y mano de obra
nativa, ambas muy baratas.
“Eran muy duros con nosotros [los colonos], nos daban los peores
trabajos y si te quejabas te pegaban”, describe Paulo Muoka Nzili, de 85
años, otro de los demandantes. Pequeño, encogido por el paso de los
años, de entrecejo arrugado y ojos apagados, cuenta: “Tuvimos que
alzarnos contra ellos por todas estas injusticias”. (...)
En Nairobi y en sus fincas en el lago Naivasha, el Valle del Rift y
el centro de Kenia, los colonos, algunos de ellos descendientes de la
nobleza británica, disfrutaban de un nivel de vida altísimo y solo se
ocupaban de vigilar el trabajo de sus empleados y criados nativos.
Muchos kenianos se vieron despojados de sus tierras, obligados a
realizar duros trabajos por sueldos miserables. Incluso necesitaban un
permiso oficial para desplazarse por su propio país. Mientras tanto, las
fiestas que organizaban los colonos y su agitada vida social eran
legendarias en el Reino Unido, donde se hizo popular la pregunta:
“¿Estás casado o vives en Kenia?”.
Paulo, que hoy no oye bien y a quien le cuesta entender las
preguntas, cuenta que se refugió en el bosque y luchó contra los
británicos junto a otros rebeldes, con rifles de fabricación casera. Él
sí tomó el juramento Mau Mau y dice que tuvo que hacerse un corte y
beber su propia sangre, además de otros líquidos hechos mezclando
plantas del bosque.
Con esta promesa, uno se comprometía a no informar
sobre otros Mau Mau, a ayudar al grupo y a combatir al hombre blanco, al
que veían como opresor y ocupante ilegal de sus tierras. Otros
supervivientes describen de forma más simple la ceremonia, en la que
sencillamente se comprometían a luchar por la liberación de los
kenianos, sin sangre de por medio y en ningún caso con restos humanos.
Paulo fue capturado en 1955. “Me obligaron a tumbarme boca arriba,
mis brazos estaban atados y mis piernas encadenadas y este hombre,
Luvai, ordenó a un soldado que me castrara”, recuerda hablando a
trompicones y, como los demás, a través de un traductor. “Así que el
soldado me castró usando unas pinzas”, concluye sin más.
Los británicos describían a los Mau Mau como bárbaros que atacaban a
los blancos y se mataban entre ellos. “No había enfrentamientos entre
africanos”, responde indignado Ndiku Mutwiwa Mutua, que aparenta menos
de sus 85 años.
Era otro de los demandantes, pero que no va a poder
continuar en el proceso por un tecnicismo legal. Alto, de pelo aún muy
negro, rostro afable y sonrisa fácil, el gesto y el tono de Ndiku se
endurecen cuando recuerda aquella época. “Lo que queríamos era libertad y
claro que usamos armas. Nos escondimos y luchamos. Técnicamente, un
keniano que apoyaba a los británicos era nuestro enemigo, pero no se
trataba de kenianos contra kenianos”.
En 1961, el Gobierno británico declaró finalizada la rebelión y los
números de kenianos detenidos y retenidos por la fuerza y la violencia
sistemática que sufrieron no llegó a formar parte de la historia
oficial.
Dos años más tarde, Kenia obtuvo su independencia y su primer
Gobierno estuvo mayoritariamente formado por antiguos colaboracionistas,
a quienes tampoco interesó desenterrar la verdad de la revuelta Mau Mau
y que ni siquiera levantaron la prohibición que pesaba sobre el
movimiento.
“El Gobierno no ha hecho nada por nosotros”, se indigna de nuevo
Ndiku. “Dependemos de nosotros mismos o de nuestros parientes, el
Gobierno no ha hecho nada por los que luchamos por la libertad”.
Los demás veteranos corroboran esta versión y desde la KHRC, más
diplomáticos, señalan que el Gobierno keniano se ha comprometido en
alguna ocasión a financiar parte de los gastos legales del caso, aunque
por el momento no ha aportado nada de dinero.
En 2003, el nuevo Ejecutivo del presidente Mwai Kibaki eliminó la
norma que ilegalizaba a los Mau Mau. Inmediatamente, los veteranos
comenzaron a reunirse y a compartir sus historias. Crearon la asociación
y, junto con la KHRC, empezaron a trabajar en la posible demanda contra
el Reino Unido. (...)
El cuarto demandante es Wambugu wa Nyingi, que hoy tiene 84 años y
una cara cansada y amable. Wambugu fue arrestado también en la Navidad
de 1952. No había tomado el juramento ni participado con los Mau Mau,
pero sí era miembro de otra organización política prohibida por el
régimen colonial.
Como los demás detenidos, fue llevado a un campo.
“Allí nos golpearon y golpearon, tanto que 16 personas murieron”,
asegura hoy en una mezcla de swahili y kikuyu, vestido con camisa y
corbata. “Lo vi con mis propios ojos, no les dispararon sino que les
pegaron hasta que murieron y luego los prisioneros tuvimos que
enterrarlos”.
Esta violencia sigue sorprendiendo a muchos británicos, que en el
colegio estudiaron cómo los Mau Mau eran unos salvajes y asesinos sin
civilizar que fueron reeducados gentilmente por el Gobierno de su
majestad. Pero la insistencia de los veteranos y el trabajo de algunos
académicos occidentales ha ido cambiado esta versión de la historia.
Caroline Elkins, historiadora en la Universidad de Harvard, calcula
que entre 160.000 y 320.000 kenianos fueron llevados a los campos y que,
en total, alrededor de 1,5 millones de personas fueron detenidas o
trasladadas a la fuerza a los “poblados protegidos”.
La historiadora
estima que entre varias decenas de miles y, según los cálculos más
pesimistas, hasta 300.000 kenianos murieron durante la revuelta. Por
comparar, menos de 100 británicos y unos 1.800 africanos leales al
régimen colonial murieron en este periodo." (El País, 14/10/2012)
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