"Silencio. En esas callejuelas bulliciosas, repletas de niños
correteando y de hombres ociosos apoyados en la pared, reinaba un
silencio abrumador en aquella mañana del 18 de septiembre de 1982. Los
periodistas que acudimos allí no comprendíamos dónde se habían podido
meter las decenas de miles de habitantes de los campamentos de
refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en los suburbios meridionales
de Beirut.
Bastaron unos pasos para comprenderlo. Varias mujeres abrazadas a sus
hijos yacían muertas en el primer recodo de la calle. Algunas de ellas
carecían de faldas porque, probablemente, habrían sido violadas antes de
ser asesinadas. Un recién nacido había sido degollado.
A pocos metros,
los cadáveres de dos chavales de menos de 10 años, uno encima del otro,
fueron aparentemente alcanzados por los disparos cuando intentaban huir.
En sus rostros era aún visible su expresión de horror en los momentos
que precedieron a la muerte.
A cada paso se descubrían nuevos horrores. Frente a una tapia una
docena de hombres, algunos con las manos atadas, habían sido fusilados
junto con algunos animales -burros, gallinas y cabras- que debían ser de
su propiedad. Otros dos jóvenes daban la impresión de haber sido
torturados, con algunas extremidades arrancadas, antes de morir de un
disparo en la nuca. Sólo uno de los mozos muertos llevaba un arma.
Muchas de las humildes casas de Chatila habían sido derribadas por
excavadoras. En al menos una de ellas sus moradores estaban sepultados
bajo los escombros. Del amasijo de piedras en el que había sido
convertida su vivienda salían algunos miembros -la pierna de una mujer,
el brazo de un anciano- ya hinchados y amoratados tras permanecer
expuestos horas al sol de justicia del húmedo verano beirutí.
Los cuerpos sin vida habían empezado a descomponerse. El hedor hacía
aún más insoportable el espectáculo de la matanza. A Ettore Mo,
corresponsal del diario milanés Corriere della Sera, se le saltaron las lágrimas ante tanto horror. Otros colegas de la prensa tuvieron arcadas y vomitaron.
Llevaban ya contados 63 cadáveres en el acceso sur del campamento de
Chatila y se disponían a ir a Sabra, cuando irrumpió nervioso el taxista
libanés que a la entrada del campamento esperaba a los periodistas.
'¡Hay que irse!', repetía asustado. 'Pueden volver en cualquier
momento', insistía aludiendo a los asesinos.
Allí donde tenía aparcado el vehículo apareció el único habitante de
los campamentos. Karima Yassir, era una mujer palestina, presa de un
ataque de nervios y que no paraba de gritar '¡Sáquenme de aquí!
¡Llévenme a cualquier sitio donde no nos maten!'. Entre sollozos Karima
acabó contando que había perdido a su marido, de 37 años, y a sus cuatro
hijos, de 4, 9, 12 y 13 años.
Aún sin saberlo, los periodistas acababan de descubrir la mayor
matanza de la historia de Líbano, un país con una historia ya de por sí
ensangrentada. (...)
Allí se amontonó la prensa para dictar en voz alta, sin ser sometida a
censura, crónicas en las que recalcaba que la matanza se había
desarrollado 'bajo la mirada impasible' del Ejército israelí. Cuando
acabó de transmitir, un soldado, judío uruguayo, se acercó a este
corresponsal con rostro preocupado. 'Perdone, le escuché', le dijo.
'¿Está usted seguro?'. 'No, no puede ser cierto'.
Lo era y en proporciones aún mayores. El 19 de septiembre, algunos de
los habitantes de Sabra y Chatila que huyeron a tiempo se atrevieron a
regresar en busca de familiares. Narraron sus tremendas vivencias y
sirvieron de guías, a través del laberinto de los campamentos, a
organizaciones humanitarias, periodistas y servicios de protección civil
de Líbano que enterraron los cadáveres en fosas comunes." (El País, 16/09/2002)
"Sharon afirma que el Gobierno israelí, con la excepción de Beguin, autorizó la 'limpieza' de Sabra y Chatila.
Ariel Sharon, ministro israelí de Defensa, ha aceptado su
responsabilidad, extensiva a todo el Gobierno, con la excepción del
primer ministro, Menájem Beguin, que se encontraba ausente, en la
autorización concedida e las falanges libanesas para penetrar en los
campamentos de refugiados de Sabra y Chatila, en el sur de Beirut, para
limpiarlos de terroristas. -Sharon declaró ayer ante la comisión del
Estado que investiga las posibles responsabilidades israelíes en la
matanza de palestinos entre el 16 y 18 de septiembre." (El País, 26/10/1982)
"300 falangistas y soldados de Haddad asesinaron, bajo vigilancia israelí, a los refugiados palestinos.
El Ejército libanés y los servicios de protección civil siguieron
enterrando ayer, por tercer día consecutivo, cadáveres de las víctimas,
mayoritariamente palestinas, en la que puede ser la mayor matanza de la
historia de Líbano, que empezó a perpetrarse hace hoy una semana en los
campamentos de refugiados de Sabra y Chatila, situados al sur de Beirut,
por las milicias cristianas de diversas procedencias, a tan sólo unos
centenares de metros de las posiciones del Ejército de Israel. (...)
Cinco días después de que los periodistas descubriesen la matanza ha
quedado prácticamente establecido, en base a las descripciones de los
uniformes proporcionadas por militares libaneses, enfermeras europeas y
parientes de las víctimas, que los atacantes pertenecían a la milicia
falangista cristiana (Kataeb), concretamente a la policía militar de
este grupo; a la facción armada capitaneada por el comandante libanés
Saad Haddad, aliado de Israel; y hasta al diminuto movimiento chiíta de
los Mártires de Kerbala, que también colabora en el sur del país con el
Ejército israelí.Aunque la mayoría de los uniformes de los milicianos
fuese identificable por la insignia del tradicional cedro libanés cosida
en el pecho o en el brazo a la altura del hombro, y otros por el
brazalete de la policía militar Kataeb, muchos no llevaban ningún
emblema que permitiese reconocerles. (...)
La milicia mixta de aproximadamente trescientos atacantes empezó a actuar el jueves 16 de septiembre a las cinco de la tarde, y acabó su trabajo
el sábado 18, a las siete de la mañana, dando muerte durante esas 36
horas, según la Cruz Roja Internacional, a unos mil hombres, mujeres y
niños, incluídos varios recién nacidos, entre los que figuran, según la
Prensa local, entre cien y doscientos libaneses, casi todos de confesión
chiíta.
Las autoridades israelíes han cambiado varias veces de versión sobre
el desarrollo de la tragedia, contradiciéndose a sí mismas, pero
imputando sistemáticamente a los milicianos la responsabilidad de lo
ocurrido, mientras eximían a Saad Haddad de toda culpa. (...)
El Ejército israelí, que había reforzado el martes por la tarde,
horas antes de que fuese anunciada la muerte del presidente electo
Bechir Gemayel, su dispositivo militar en tomo a Beirut oeste, ex feudo
de las fuerzas palestinas, inició su avance el miércoles empujando
pacíficamente hacia el norte al Ejército libanés y, el jueves, día en
que empezó la matanza, rodeaba por completo los campamentos de
refugiados de Sabra y Chatila.
Ninguna fuerza militar que le fuese ajena podía moverse por la zona
sin su consentimiento y una eventual infiltración de milicianos
cristianos a través de sus líneas está descartada ya que ha quedado
demostrado que los atacantes de los campamentos se concentraron muy
cerca de sus unidades antes de pasar al ataque, coordinado desde el
edificio de la ONU, situado en la llamada plaza de la Embajada de
Kuwait, enfrente de un dependencia castrense israelí. (...)
Las milicias penetraron en los campamentos bajo la mirada de los
hombres del Ejército israelí el jueves día 16 a las 17.00 horas, pero
efectuaron su siniestra labor en gran parte de la noche a la luz de las
bengalas disparadas todas las noches sobre el sur de Beirut por el
Ejército israelí.
Es más, a tan sólo 300 metros de la entrada meridional de Chatila, el
Ejército israelí ha instalado desde el 3 de septiembre un puesto de
observación avanzado en el tejado de un edificio alto de apartamentos de
oficiales libaneses, desde el que los hombres allí apostados pudieron
asistir en primera fila a la matanza, oyendo disparos y gritos de terror
y viendo incluso de noche lo que sucedía allí abajo gracias a la luz de
las bengalas.
Por si fuera poco, mujeres de Chatila que consiguieron
escaparse del campamento el viernes de madrugada corrieron hasta las
unidades israelíes estacionadas en las cercanías para solicitar en vano
su intervención para que detuvieran la matanza.
Para evitar probablemente cualquier contacto prolongado con la
Prensa, las unidades israelíes estacionadas en la zona, y que podían
acaso testimoniar de la pasividad del Ejército israelí, fueron
rápidamente relevadas por tropas procedentes de la llanura libanesa de
la Bekaa. (...)
La Radio Nacional de Israel afirmó incluso, citando a un oficial de alto
rango, que la operación había sido realizada "en coordinación con el
Ejército israelí". Con o sin coordinación del Ejército israelí, la
escasa resistencia opuesta por los habitantes del campamento demuestra
la inexistencia de los supuestos elementos armados palestinos
denunciados por Sharon." (El País, 23/09/1982)
"Decenas de nuevos cadáveres aparecen en los rincones más insospechados de los campamentos palestinos.
A medida que transcurren las horas, la matanza de centenares de
palestinos en los campamentos de refugiados de Chatila y Sabra, al sur
de Beirut, adquiere mayores proporciones. "El horror no tiene límites",
era la frase más pronunciada por todos aquellos que visitaron nuevamente
ayer los lugares de la tragedia.
Guiados por los habitantes de Chatila
que escaparon a la matanza y se atrevieron ayer a regresar a sus hogares
en ruinas, los numerosos diplomáticos y periodistas que recorrieron el
laberinto del campamento descubrieron en los rincones más insospechados
de sus callejuelas decenas de nuevos cadáveres.
En total varios centenares, probablemente más de mil palestinos
indefensos, murieron asesinados entre la tarde del jueves y la madrugada
del sábado, a escasos centenares de metros de las posiciones del
Ejército israelí. (...)
Cuando conversaban con los corresponsales extranjeros que les enseñaban
las fotografías espeluznantes publicadas ayer por los diarios libaneses,
algunos militares israelíes parecían, no obstante, francamente
perturbados por lo sucedido.
Un célebre periodista de un gran diario
norteamericano, indignado por las nuevas facetas de la matanza
descubiertas ayer, gritó incluso en dirección a donde se encontraban
varios oficiales hebreos: "Mi único deseo es que mi país os corte toda
la ayuda que os da". (...)
Madres abrazadas a sus recién nacidos, asesinadas junto con sus hijos
de un disparo en la sien o en la nuca; niños adolescentes mutilados y
torturados antes de ser fusilados; hombres maduros atados de pies y
manos y aplastados en un garaje por una camioneta; niños, otra vez,
muertos en las camas en las que dormían junto a sus pobres juguetes;
mujeres decapitadas probablemente con hachas; ancianos con impactos de
bala en la espalda, muertos probablemente cuando intentaban huir;
jóvenes reunidos ante una pared y fusilados; personas acuchilladas o
degolladas.
El aire era irrespirable. Los cadáveres de las primeras víctimas del
jueves se encontraban ya completamente desfigurados, en un avanzado
estado de descomposición. Todos exhalaban un apestante hedor de
putrefacción. Más de algún guía improvisado del campamento y más de
algún soldado libanés vomitó al borde de la calzada. La Prensa aguantaba
algo más gracias a las mascarillas que tapaban la nariz y la boca.
Pero el horror no acababa ahí. Desde un pequeño montículo se divisaba
perfectamente una explanada artificial aplanada en pocas horas por las
excavadoras, pero por cuyos bordes emergían aún de la tierra brazos,
manos o cabezas de las víctimas apresuradamente enterradas.
¿Cuántos
cadáveres que no podrán ser contados contenía aquella fosa común y
cuántos están atrapados entre los escombros de las casas, repletas de
cuerpos sin vida y dinamitadas tras la matanza?
Otros palestinos, aún con vida, han sido, según los relatos, transportados en camiones a algún lugar desconocido." (El País, 20/09/1982)
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