John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos, en una campaña electoral
"Pero centremos el asunto: lo de la becaria es una tradición, y, como suele en las tradiciones, viene de antiguo. Ahora el cachondeíto se ha trasladado tres décadas antes de la era Clinton. Principios de los sesenta. La era Mad Men. La de Kennedy.
Una mujer que responde al nombre de Mimi, lo cual le da un aire de chica de oro, ha revelado en un libro, Érase una vez un secreto. Mi affair con John F. Kennedy y sus consecuencias, que el presidente la inició en las artes amatorias. Ella se describe a sí misma como una muchacha inocente que no puede decirle que no al hombre más poderoso del mundo, incluso cuando este le pide que le practique una felación a un asesor que está pasando un mal día.
La becaria hace lo que se le manda mientras el presidente mira. Nada me extraña. Del temperamento abusador de Kennedy se ha escrito mucho, de lo rápido que se le encendía el deseo y de lo poco que le duraba la mecha. Pero la narración de la exbecaria inocente es también un poco chica de oro que recuerda el episodio como lo más relevante que le ha pasado en la vida.
Incluso cuenta cómo va a visitar, acompañada de su marido, la tumba de John y Jackie y se siente un poco una intrusa. Mira la lápida del presidente y le dice: gracias. Y explica que esa experiencia que pudo ser traumática la ha convertido en la mujer que es ahora, le ha dado fuerza para luchar y compartir (el verbo de moda) lo que ocurrió.
Vamos, una mezcla descacharrante entre dos de las golden girls, Blanche y Rose, la ardiente y la inocentona. Lo que no acabo de entender es que según se revela en esa entrevista a Jackie O. que vio la luz hace pocos meses, la tiesa de Jackie afirmara que detestaba a Martin Luther King por tener un asunto fuera del matrimonio.
No se sabe si es que para Jackeline el derecho de pernada era solo cosa de blancos o que ella era una de esas señoras que no se enteran de lo que hace el marido en su propia cama. Porque Kennedy era más osado que Clinton y aprovechaba las ausencias de su esposa para enseñarles a las becarias y a las coristas la decoración de su cuarto.
Al hombre se le atribuye la nada desdeñable cantidad de mil conquistas. Una cifra simenoniana. Y yo me la creo. Quiero decir: si uno es el presidente y no tiene problemas en perpetrar el acto en el ala oeste o en el ala este, creo que lo tiene bastante fácil.
Si además dicho presidente no es de los que dedican un poco de tiempo y atención a la dama, sino que actúa rápido a fin de añadir una muesca más en la culata, me atrevería a decir que mil me parecen pocas. Pero no deja de sorprenderme en todo este asunto las incontenibles ganas de contar.
Mimi Alford, tras cuatro décadas de silencio y dos matrimonios, debe de sentir una especie de placer rejuvenecedor al confesar que ella estuvo allí, que formó parte del harén de un mito, del hombre al que asesinaron unos meses más tarde, que fue desvirgada en la cama de la sofisticada Jackie.
Se conforma con bien poco: escribir un libro para que sepamos que fue una entre mil. Y el actual marido, ¿qué dirá? -" (El País, Domingo, 12/02/2012, 'La becaria de turno', de ELVIRA LINDO)
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