"Pero vuelvo a lo sucedido el 17 de octubre. Días antes, llegó a
nuestros oídos la noticia de que el FLN preparaba una respuesta pacífica
masiva al toque de queda impuesto a la población argelina y que
abarcaba de hecho a la de Túnez y Marruecos (en la noche colonialista
todos los moros son pardos).
Alguien, no recuerdo quién, nos puso
al corriente de que la fecha fijada era ese 17 de octubre cuyas
imágenes de fantasmal violencia se grabaron en mi memoria con cruel
nitidez.
En compañía de un corresponsal argentino de France
Presse, fuimos primero a pie a la plaza de la Ópera, tomada totalmente
por la policía: hileras de agentes con casco antidisturbios y armados de
cachiporras canalizaban el flujo incesante de los magrebíes que subían
disciplinadamente la escalera de la boca del metro y los empujaban al
interior de los furgones que cortaban el tráfico en todas las avenidas
circundantes.
Al poco, nos llegó el aviso de que la concentración
masiva de quienes desafiaban el toque de queda sin otras armas que su
dignidad y coraje se situaba en l'Étoile. Allí, en las vastas aceras de
la rotonda que rodea la plaza propiamente dicha, batallones compactos de
norteafricanos con los brazos cruzados tras la nuca, ofrecían un
espectáculo que retrotraía a las imágenes de las redadas nazis durante
la Ocupación.
Resueltos, impertérritos, barridos crudamente a brochazos
por los focos giróvagos de la policía, aguardaban el momento de ser
introducidos a culatazos en los coches celulares hacia un destino
desconocido.
Entre los testigos de la tropelía, divisé a algunos
periodistas y colaboradores de l'Express, France Observateur y Les Temps Modernes.
Lo que entonces ignorábamos es que la policía, siguiendo las
instrucciones del prefecto Maurice Papon, iba a entregarse a una orgía
sangrienta en la que perecieron un centenar y pico de manifestantes.
Docenas de estos fueron arrojados al Sena sin que la prensa censurada de
la época pudiera establecer un balance preciso de los cadáveres
rescatados. La matanza permaneció enterrada en la memoria colectiva no
obstante la labor de historiadores como Jean Luc Einaudi, de novelistas
como el autor de Meurtres pour mémoire y de cineastas como Rachid Bouchareb, cuya película desdichadamente no he visto.
Con
motivo del cincuentenario de esos atropellos, varios filmes
documentales denuncian hoy la barbarie llevada a cabo en nombre de la
supuesta misión civilizadora europea en África y el Magreb: apaleamiento
a muerte de manifestantes inermes; ejecuciones de un balazo a
quemarropa; apriscamiento de los detenidos en el Palacio de los
Deportes; reedición del Vel d'Hiv...
Con 50 años de retraso, Francia recobra la memoria y bochorno de aquellas brutalidades gracias al filme Otoño en París de Jacques Panijel, cuya difusión, como la del libro de Péju, no ha sido posible hasta ahora." (El País, 11/12/2011, p. 33 )
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