"El día que Hessel cumplió 27, Boitel murió en el campo de Buchenwald.
Boitel era francés y estaba enfermo de tifus. Hessel, nacido alemán y
nacionalizado francés, figuraba en la lista de presos a ejecutar por
trabajar para la Resistencia contra la ocupación nazi de Francia. Con el
aliento aliado en el cogote, entre septiembre y octubre de 1944 los
alemanes aceleraban las liquidaciones.
Hessel contaba las horas,
atrapado en esa contradicción tan salvaje que debe sentir alguien cuya
vida depende de la muerte de otro. "Mis sentimientos son los de un
hombre salvado en el último instante. ¡Qué alivio!", escribió el 21 de
octubre de ese año.
Ya como Michel Boitel, fue enviado a una
fábrica de trenes de aterrizaje del Junker 52 en el campo de
Rottleberode, del que se fugaría por unas horas. Ni siquiera entonces le
mataron, lo que no deja de ser otro golpe de suerte.
Y también
sobrevivió a la siguiente escala en Dora, el campo de exterminio
ultrasecreto donde se fabricaban los V-1 y V-2 empleados en el bombardeo
de Londres, aunque fuese a cambio de sumergirse en "el horror puro,
absoluto": desnudaba cadáveres a cambio de dos rodajas de salchichón.
"Nos pasamos el día tirando de ropas cubiertas de sangre y excrementos,
palpando carnes frías", describe en Mi baile con el siglo, las memorias que lanza Destino en España el próximo miércoles.
Finalmente
saltó del tren en marcha en el que los alemanes evacuaban a los presos
hacia el norte y se convirtió, con el tiempo, en uno de esos testigos
excepcionales de algo imposible de digerir pasadas seis décadas. "No es
fácil describir ese progresivo envilecimiento, insidioso, casi
irreversible, del hombre concentrado que se convierte en lobo para
sobrevivir, en quimérico para seguir siendo cuerdo", reflexiona. (...)
"Ya no sé si entiendo a aquel joven de los años 1940 a 1945, francés por
elección, patriota por contexto, imprudente por su juventud,
particularmente afortunado, superviviente en más de una ocasión,
políglota, narcisista y egoísta", confiesa en un pasaje. (...)
"Lo que queda incrustrado en el recuerdo, 55 años más tarde, son los
episodios en los que tuve un buen papel, y con razón, puesto que el
hecho de no haber combatido, de no haber llevado a cabo nada para frenar
el avance alemán, de haber participado en la desbandada general queda
silenciado: solo salvé mi cuaderno de notas, que luego perdí".
Ahí
arranca su activismo, pero la gran clave que explica a este hombre al
que el siglo XX le dio excusas para ser detestable y, sin embargo,
eligió sonreír está en otro pasaje de su libro, donde aflora el sentido
de la responsabilidad que atenaza a quienes salieron vivos del
experimento de Hitler: "No se trata tanto del orgullo de haber
sobrevivido, sino de la vergüenza de haber permitido que el horror
comience de nuevo, aquí o allá, en ese mundo que creíamos que no
volvería a ver una cosa semejante".
El escritor Elie Wiesel,
también superviviente, resumía con simpleza y complejidad apabullante la
contradicción de aquellas víctimas: "Es imposible contar, pero está
prohibido callarse". (El País, 02/10/2011, p. 43)
"¿Puede haber poesía después de Auschwitz?"(Adorno).............. "¡Es un deber vivir después de Auschwitz!"(Imre Kertéz).............
5/10/11
"No es fácil describir ese progresivo envilecimiento, insidioso, casi irreversible, del hombre concentrado que se convierte en lobo para sobrevivir, en quimérico para seguir siendo cuerdo"
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