5/10/11

"No es fácil describir ese progresivo envilecimiento, insidioso, casi irreversible, del hombre concentrado que se convierte en lobo para sobrevivir, en quimérico para seguir siendo cuerdo"

"El día que Hessel cumplió 27, Boitel murió en el campo de Buchenwald. Boitel era francés y estaba enfermo de tifus. Hessel, nacido alemán y nacionalizado francés, figuraba en la lista de presos a ejecutar por trabajar para la Resistencia contra la ocupación nazi de Francia. Con el aliento aliado en el cogote, entre septiembre y octubre de 1944 los alemanes aceleraban las liquidaciones.

Hessel contaba las horas, atrapado en esa contradicción tan salvaje que debe sentir alguien cuya vida depende de la muerte de otro. "Mis sentimientos son los de un hombre salvado en el último instante. ¡Qué alivio!", escribió el 21 de octubre de ese año.

Ya como Michel Boitel, fue enviado a una fábrica de trenes de aterrizaje del Junker 52 en el campo de Rottleberode, del que se fugaría por unas horas. Ni siquiera entonces le mataron, lo que no deja de ser otro golpe de suerte.

Y también sobrevivió a la siguiente escala en Dora, el campo de exterminio ultrasecreto donde se fabricaban los V-1 y V-2 empleados en el bombardeo de Londres, aunque fuese a cambio de sumergirse en "el horror puro, absoluto": desnudaba cadáveres a cambio de dos rodajas de salchichón. "Nos pasamos el día tirando de ropas cubiertas de sangre y excrementos, palpando carnes frías", describe en Mi baile con el siglo, las memorias que lanza Destino en España el próximo miércoles.

Finalmente saltó del tren en marcha en el que los alemanes evacuaban a los presos hacia el norte y se convirtió, con el tiempo, en uno de esos testigos excepcionales de algo imposible de digerir pasadas seis décadas. "No es fácil describir ese progresivo envilecimiento, insidioso, casi irreversible, del hombre concentrado que se convierte en lobo para sobrevivir, en quimérico para seguir siendo cuerdo", reflexiona. (...)

"Ya no sé si entiendo a aquel joven de los años 1940 a 1945, francés por elección, patriota por contexto, imprudente por su juventud, particularmente afortunado, superviviente en más de una ocasión, políglota, narcisista y egoísta", confiesa en un pasaje. (...)

"Lo que queda incrustrado en el recuerdo, 55 años más tarde, son los episodios en los que tuve un buen papel, y con razón, puesto que el hecho de no haber combatido, de no haber llevado a cabo nada para frenar el avance alemán, de haber participado en la desbandada general queda silenciado: solo salvé mi cuaderno de notas, que luego perdí".

Ahí arranca su activismo, pero la gran clave que explica a este hombre al que el siglo XX le dio excusas para ser detestable y, sin embargo, eligió sonreír está en otro pasaje de su libro, donde aflora el sentido de la responsabilidad que atenaza a quienes salieron vivos del experimento de Hitler: "No se trata tanto del orgullo de haber sobrevivido, sino de la vergüenza de haber permitido que el horror comience de nuevo, aquí o allá, en ese mundo que creíamos que no volvería a ver una cosa semejante".

El escritor Elie Wiesel, también superviviente, resumía con simpleza y complejidad apabullante la contradicción de aquellas víctimas: "Es imposible contar, pero está prohibido callarse".    (El País, 02/10/2011, p. 43)

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