3/3/24

Pepi, el superviviente del Holocausto que encontró en el flamenco una forma de “aliviar el corazón”... Peter Pérez fue internado de niño, junto a su familia judío-sefardí, en el campo de concentración de Rivesates, en el Sur de Francia. Allí, entre la miseria y el dolor, descubrió el flamenco. Lo hizo gracias a los niños gitanos refugiados de la Guerra Civil que se abarrotaban en barracas y que cantaban para comunicarse con sus padres al otro lado de la alambrada. Con la música expresaban su dolor, su pena, sus ganas de reencontrarse

 "Peter Pérez tiene 87 años y nació en Viena. Sin embargo, todos le conocen como Pepi. La directora de cine Lucija Stojević le conoció cuando preparaba su anterior documental, La Chana y buscaba financiación para poder realizar aquella película sobre la bailaora flamenca anulada por su condición de mujer y gitana. La primera vez que quedó con Peter, este sacó un CD del cantaor de flamenco Niño de la Cava y lo puso.

“Mientras nos llegaba el cante profundo y áspero, el rostro de Pepi se contraía de dolor. Empezó a llorar”, recuerda la cineasta. Al escuchar aquellos acordes, aquella voz, algo se le removió por dentro de tal forma que no pudo contener su emoción. Stojevic se interesó por su historia, por lo que había dentro de él para haber reaccionado así y encontró una de esas vidas que merecen ser contadas. Peter Pérez fue internado de niño, junto a su familia judío-sefardí, en el campo de concentración de Rivesates, en el Sur de Francia. Allí, entre la miseria y el dolor, descubrió el flamenco. Lo hizo gracias a los niños gitanos refugiados de la Guerra Civil que se abarrotaban en barracas y que cantaban para comunicarse con sus padres al otro lado de la alambrada. Con la música expresaban su dolor, su pena, sus ganas de reencontrarse.

Peter quedó marcado por aquella música. Se estableció con ella una relación complicada. Escucharla le hacía retraerse a aquellos momentos duros. Aunque escapara del campo, siempre quedó marcado por la herida del Holocausto. La música le hace volver al peor momento de su vida, pero también es lo que le hizo avanzar. Su amor por el flamenco, y por el fandango, le han hecho querer buscar el flamenco más auténtico por toda España. Junto a su amigo Alfred recorre Europa, y la cámara de Stojevic les acompaña en el documental Pepi Fandango, que termina convirtiendo aquel encuentro casual en una película sobre el poder sanador del arte y en un relato de Memoria Histórica que une la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial.

 Como Quijote y Sancho Panza ambos recorren España. Pepi ha decidido que para terminar de exorcizar y sanar tiene que crear su propio fandango. Un trayecto hasta Paterna de Rivera en Andalucía donde Pepi intenta escribir su fandango, y que termina con un trayecto de vuelta a Rivesaltes, el campo donde estuvo internado y que visita por primera vez para enfrentarse directamente a su dolor.

“Los primeros sonidos que marcaron mi vida y que tengo en las entrañas fueron los fandangos a palo seco, de voces infantiles o adultas aislados en el campo de concentración de Rivesaltes: Y claro no recuerdo letras, sólo palabras que se repetían: hambre, enfermo, fiebre. En caló: madre - vata, quiero - camelo, pan - manró, comer - jalar, cagar - jiñar, penas y duquelas”, rememora Pepi. En el flamenco, y más concretamente el fandango, encontró la forma de “aliviar el corazón”, aunque sus sonidos le llevaran de nuevo dentro de aquel campo.

“Al principio no podía escuchar flamenco. Pensaba que me arrancaría todo, pero siempre lo tengo en la cabeza. Siempre lo busco”, dice Pepi en un momento del documental. Para él “los fandangos son eternos”, y tienen algo de aquella frase que le dijo su padre y que le sirvió para sobrevivir. “Me decía que nunca perdiera la esperanza, pero allí era imposible tener esperanza. Yo uní la esperanza con la idea de soñar. Así que soñé con salir de allí”, lo logró y convirtió aquellos sonidos que escuchaba a “los gitanillos” a su lado en la banda sonora de su vida.

Un superviviente en Málaga

Igual que se emociona en el documental, Peter Pérez se emociona en Málaga recordando cómo el flamenco le cambió la vida. Detrás de sus gafas de sol caen un par de lágrimas mientras cuenta que él conoció “el flamenco de un modo un poco especial y un poco duro en un campo de concentración”. “Tenía cinco años y de un día a otro nos separaron a mi padre, a mi madre y a mi. Me quedé solo con otros niños de más o menos mi misma edad. Afortunadamente para mí eran ‘gitanitos’, y ellos cuando estaban aterrorizados cantaban. Cantando se podían mirar. Y eso se me quedó en la entraña, como se dice aquí en Andalucía. Se me quedó esta idea de que el arte es un sistema de comunicación. Ellos hablaban a través de la música. Decían tengo hambre, tengo sed. Para mí el flamenco es vida y nada más”, expone antes de presentar su película en el Festival de Cine.

Un filme con estructura de road movie porque funciona como propia metáfora de la historia de Pepi. “Está el viaje físico que hacemos de Viena a Andalucía, también el viaje hacia el pasado, y de alguna manera hay un viaje psicológico y emocional que está pasando durante todo este proceso de búsqueda de enfrentarse con su propio trauma. Es, además, un viaje por la Europa de hoy, una reflexión sobre el olvido y sobre la banalidad de estos espacios que para alguien significa algo. Nos preguntamos cómo conectamos con nuestra historia, con nuestra memoria”, cuenta la cineasta al lado de su protagonista.

Una película, que además, llega en un momento donde parece que nadie aprende de los errores del pasado. Para Peter Pérez “es triste ver que esto continúa”. “Estaba desde antes de la Segunda Guerra Mundial, pero sigue y sigue. Nosotros ya fuimos ‘indeseables’ en la península ibérica. Tuvimos, junto a los musulmanes, que dejar esta tierra que era nuestra. Mi padre hablaba de nuestra tierra sin saber de dónde venía la familia Pérez. Sus amigos republicanos refugiados en Francia le preguntaban, de dónde vienes tú, y mi padre decía que de Zaragoza. No tenía ningún documento, y probablemente sería Toledo, pero él decía eso·”, recuerda Pérez.

Lucija Stojević tiene claro que está película habla “del presente”. “La hicimos antes de todo lo que estaba pasando, y ahora es más importante, porque habla de lo que pasa cuando nos olvidamos. Volvemos a repetir estos sufrimientos y los mismos patrones. Es importante que alguien como Pepi pueda hablar de lo que significa ser una víctima de odio, y como eso se lleva toda la vida dentro. Hablamos de víctimas mortales en Gaza, en Israel, en Rusia, en Ucrania… pero hay mucha gente que va a sobrevivir y va a tener que vivir con esto. Un trauma durante toda la vida y de esto no se habla”, apunta y Pepi toma la voz para añadir algo: “Esto es un problema para los hijos y los nietos. Tengo dos hijos, y nunca hemos hablado de aquellos tiempos. Hay una distancia que creo que con esta película ha cambiado un poco”. El arte como forma de tender puentes y hasta de sanar un trauma inimaginable."            (javier Zurro, eldiairo.es, 02/03/24)

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