27/2/24

Centenares de falangistas les esperaban, junto con 3.000 asistentes. Colocaron a Jaume, Mateu y Ques de espalda, mirando a la tapia. A Darder, lo tuvieron que sentar en una silla. No se tenía en pie. Cada disparo era coreado por los asistentes, como en el circo

"Cementerio de Palma, 1950. Una mujer de mediana edad deposita un ramo de flores en la tumba de Emili Darder Cànaves. Han pasado 13 años desde que lo mataron, desde que ella y su hija dejaron Mallorca para sobrevivir en el exilio. Pero la añoranza es más fuerte que el miedo y han vuelto. La visita al camposanto es lo primero que hacen después de bajar del barco, explica a Llorenç Capellà en una entrevista publicada en el periódico Baleares el 28 de diciembre de 1986. “Cubrimos su tumba con claveles rojos y yo esparcí unos pétalos secos de una rosa que había guardado del ramo de novia de Emilia. Fue un acto simbólico. ¿Me comprende, verdad?”. Emili Darder no había tenido funeral, pero su mujer, Miquela Rovira Sellarès, y su única hija, Emilia, cerrarían muchas de las puertas que su asesinato dejó entreabiertas. Décadas después, eso sí.

Un valioso legado

Emili Darder es conocido como el alcalde más querido de Palma, aunque el tiempo que pasó al frente del consistorio fue cortísimo, 14 meses. Su biógrafa, Catalina Moner, lamenta que aún hoy en día se le recuerde, básicamente, por el mayor cargo político que tuvo. “Ante todo, Emili fue intelectual y médico. Su compromiso social le llevó a presentarse como regidor. Aseguraba que solo la cultura hace ciudadanos libres y, tanto en su etapa de concejal como en su mandato como alcalde, impulsó proyectos que mejoraron la educación y las condiciones sanitarias de hombres y mujeres”.

También se puede decir que fue de los primeros políticos feministas de España, según Moner. “Se preocupó de incluir medidas higiénicas y laborales específicas para las mujeres, como la cartilla de embarazo y los permisos para que las madres dejaran el trabajo y pudieran amamantar a sus bebés. Creó guarderías para los hijos de estas mujeres y comedores escolares para las familias más vulnerables”. Le bastaron pocos años para cambiar la ciudad, desde abril de 1931 hasta julio de 1936, con un parón entre octubre de 1934 y febrero de 1936, cuando fue suspendido de sus funciones a raíz de la Revolución de Octubre. La capacidad de trabajo y su liderazgo nunca fueron puestos en duda.
La caída

El 19 de julio de 1936 el comandante general de Baleares, Manuel Goded, declaró el estado de guerra y en pocas horas se hizo con el control de Mallorca e Ibiza. Empezaba la persecución a los “desafectos al Glorioso Movimiento Nacional”, en palabras del gobernador civil del archipiélago, Luis García Ruiz. Al día siguiente, Darder era detenido. Yacía en cama después de padecer una angina de pecho y lo trasladaron al Hospital Provincial. Lo encerraron en el castillo de Bellver y allí estuvo hasta que volvió al centro sanitario. Siete meses soledad y vejaciones. En febrero de 1937, lo juzgaron.

En la instrucción se incluyó a tres hombres más: el líder socialista Alexandre Jaume, el alcalde de Inca, Antoni Mateu, y el empresario de Alcúdia, Antoni Maria Ques. No tenían relación entre ellos. La única conclusión que han sacado los historiadores es que se quería dar una lección a la sociedad. Arnau Company, que ha estudiado la causa 978, lo explica así: “No eran cuatro procesados cualquiera, sino cuatro personalidades de la etapa republicana y, para las nuevas autoridades, traidores a su clase social. Por esta razón, demostraron que la mano de hierro de los nuevos dirigentes era inflexible”. Darder, Jaume, Mateu y Ques fueron sometidos a un consejo de guerra con todos los preceptos legales y, a pesar de que el fiscal pidió prisión para dos de ellos, el Tribunal sentenció que se les fusilara a todos. Era el 16 de febrero.

Últimas horas

Darder no sospechaba nada. Tanto él como el resto de encausados habían pedido no declarar durante el juicio y lo siguieron desde una sala adyacente de la Audiencia Provincial. La sentencia les fue comunicada la noche del 23 al 24 de febrero. Ese día, Miquela había podido verle. Era la segunda ocasión que tenía de estar cerca de su marido. Solo en Navidad y en la antesala de su muerte. Durante la estancia en el hospital se habían saludado. Emili se acercaba a la ventana y hacía señas a sus familiares, que estaban en la plaza esperando. Fueron los momentos más dulces de una experiencia perturbadora para el médico mallorquín. Cuando supo que lo fusilaban, escribió a su esposa: “Querídisima Miqueleta: ya ves que me condenan con la pena de muerte, a mí, que he sido siempre el hombre pacífico y más contrario a la revolución que hay”. No se lo podía creer. Miquela, no se lo había dicho. “Emilia y yo lo llenamos de besos. Estuvimos tres horas con él y nos despedimos con absoluta normalidad. No sé de dónde saqué la fuerza para fingir sabiendo que horas después estaría muerto”.

Fueron trasladados al Convent dels Caputxins y allí les atendió un sacerdote. Darder estaba muy débil “y tuvieron que darle la comunión con cucharilla”, explicó su viuda a Llorenç Capellà. Después, lo vio por última vez. El piso de su hermana Dolors se encontraba cerca del convento. “El coche estaba aparcado delante. Lo sacaron casi a rastras y lo empujaron al asiento trasero, donde quedó estirado”.

No presenciaron el asesinato, pero Miquela aseguró que oyó los tiros, uno detrás de otro. A poco más de un kilómetro, a las 7:30h de la mañana del 24 de febrero, se escenificaba la ejecución macabra.

Centenares de falangistas les esperaban. El socialista Ignasi Ferretjans habla de 3.000 asistentes. A ciencia cierta, no se sabe. Colocaron a Jaume, Mateu y Ques de espalda, mirando a la tapia. A Darder, lo tuvieron que sentar en una silla. No se tenía en pie. Cada disparo era coreado por los asistentes, como en el circo. 

La reconciliación

Cuarenta años después, el 24 de febrero de 1977, Emili Darder tuvo su funeral. Lo promovió la familia y en la homilía del sacerdote, Pere Llabrés, se habló de entendimiento. Fue el primer paso hacia el reconocimiento unánime que hoy día hay hacia su figura. Es Hijo Ilustre de Palma, tiene un instituto y un centro de salud a su nombre, una calle y un premio de educación, entre otras cosas. Cerca de su tumba se ha erigido el Mur de la Memòria y cada año, por estas fechas, se celebra un homenaje a las víctimas de la guerra civil y el franquismo. Darder se ha convertido en un símbolo.

Un año más, asociaciones, representantes de partidos políticos y ciudadanos se han reunido en el cementerio de Palma para recordar aquello que la mayoría no quieren que se repita. Nunca se había visto tantas personas en el Mur de la Memòria. Para el nieto de Darder, Ferran Cano, la vuelta a las instituciones de la extrema derecha ha sido el revulsivo: “Los que hoy no están aquí y se niegan a conmemorar el Día en recuerdo de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo son los mismos que asesinaron a mi abuelo hace más de 80 años en esta tapia. Y lo volverían a hacer si pudieran”. Cano se refería a la ausencia de miembros del equipo de gobierno del consistorio en el acto. Es la primera vez que declinan formar parte en su organización. Maria Antònia Oliver, portavoz de la Plataforma per la Memòria Democràtica, lo considera “un agravio para cualquier demócrata”. Catalina Moner opina, también, que es un error: “La historia está llena de episodios que van más allá de las diferencias entre derechas e izquierdas. Hay que conocerla y no ocultarla”.

Polémicas aparte, Emili Darder es, en su tierra, un personaje conocido y querido, el hombre tranquilo que ejerció la medicina con entusiasmo, sin diferenciar el origen o la clase social del paciente al que atendía, el concejal revolucionario que puso en marcha el actual sistema de alcantarillado, el bibliotecario comprometido que no paró de adquirir obras de calidad para los potenciales lectores. Darder, el visionario. Darder, el intelectual. Darder, el pacífico."            (Mireia Balasch , El Salto, 26 feb 2024)

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