"La idea habría partido de un periodista y activista palestino llamado
Ahmed Abu Artima, 34 años, que sólo ha salido de Gaza en dos ocasiones
para visitar a su madre en Egipto.
¿Qué pasaría -se preguntaba
ingenuamente en un post de Facebook- si miles de los habitantes de la
Franja, en su mayoría refugiados, y sus descendientes se acercaran
desarmados a la verja que les separa de Israel e intentaran cruzarla en
cumplimiento de la resolución 194 de Naciones Unidas, aquella que
establecía el libre acceso a Jerusalén, su desmilitarización y el
derecho de los refugiados a regresar a sus hogares previos a la guerra
árabe-israelí de 1948? Pues que serían acribillados a balazos.
Nacía así la llamada Gran Marcha del retorno, concebida como una
protesta pacífica y hasta lúdica, con carpas levantadas junto a la
frontera donde se bailaría el dabke, se disputarían partidos de fútbol y
hasta se celebrarían bodas como manera de denunciar la crisis
humanitaria que vive Gaza por el bloqueo que padece desde hace más de
diez años y exigir el derecho a regresar del exilio de cinco millones de
refugiados palestinos.
Apoyada por Hamás, que es siempre la excusa de Israel para
transformar cualquier acción en un ataque terrorista camuflado, las
movilizaciones semanales habían dejado desde marzo cerca de cien muertos
hasta este lunes, en el que el Estado hebreo conmemoraba el 70
aniversario de su creación, los palestinos los 70 años de su catástrofe
(nakba) y el emperador del tupé decidía saltarse la legalidad
internacional y abrir en Jerusalén la nueva embajada de EEUU como tarta
de cumpleaños. Mientras la bella Melania declaraba inaugurada la
pantanosa legación, más de 50 palestinos fueron abatidos a tiros y cerca
de 2.000 resultaban heridos. “Un gran día para Israel” tuiteó Trump en
medio la masacre.
Denunciar este baño de sangre, estos crímenes sin sentido y esta
desproporción irracional en el uso de la fuerza convierte a quien lo
hace en un antisemita, según las normas de la propaganda de Israel.
Antisemitas son quienes creen inmoral mantener un muro de 700 kilómetros
que consagra el apartheid o los que piensan que Gaza es una cárcel en
la que viven casi dos millones de personas en condiciones infrahumanas,
con menos de cinco horas de electricidad al día y apenas agua potable
por la contaminación de sus pozos. Gaza, tales son las previsiones de
las agencias de Naciones Unidas presentes en la zona, será inhabitable a
partir de 2020.
Los palestinos han cometido y siguen cometiendo múltiples errores y
han sido víctimas de su propio cainismo pero siguen integrando la parte
más débil de un conflicto eternizado que ha dejado de figurar en la
primera página de la agenda internacional salvo cuando la sangre lo
empapa todo.
En los últimos años la estrategia de Israel se ha mantenido
invariable: no negocia nada con quienes califica de terroristas o
debilita a sus interlocutores para imponer su política de hechos
consumados.
Consciente de que el Gran Israel es imposible y que ha de aceptar la
presencia palestina, su plan pasa por jibarizarla y separar físicamente a
la comunidad árabe de la judía porque, como confesaba en su día el
exprimer ministro Ehud Olmert, “si llega el día en el que la solución de
los dos Estados fracasa y afrontamos una lucha al estilo sudafricano
por la igualdad del derecho al voto, el Estado de Israel estará
acabado”. La única bomba eficaz de los palestinos es la demográfica.
Y eso es justamente la que activistas como Abu Artima pretenden
detonar con sus movilizaciones. “No creo –explicaba en The Guardian– en
la liberación (de la tierra de Israel).
Creo en terminar con el
apartheid y que vivamos todos en un estado democrático. Quiero vivir con
israelíes”. Su protesta es mucho más peligrosa y demoledora que los
cohetes caseros de Hamás. De ahí la brutalidad de una respuesta que hoy
mismo puede volver a escribirse en una marcha prevista con ancianos,
mujeres y niños en primera línea de fuego." (Juan Carlos Escudier , Público, 15/05/18)
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