"El 10 de julio de 1941, en un
impronunciable pueblo de la Polonia ocupada, Jedwabne, a 190 km de
Varsovia, se produjo uno de los hechos más crueles e increíbles que
registra la Segunda Guerra Mundial.
Durante algunas horas de ese día de
verano, un pueblo de 3000 habitantes fue el escenario en donde se
desarrolló un asesinato colectivo. Ese día, mil quinientas personas
mataron o vieron matar a otras mil seiscientas, éstas últimas de origen
judío, y en el exterminio no hubo ninguna distinción entre hombres,
mujeres, niños y ancianos.
Solo siete personas sobrevivieron al ser
salvadas por una familia polaca (el matrimonio Wyrzykowski) que,
justamente, por ese acto de solidaridad fue perseguida por años. La
historia, tan escalofriante como atroz, fue negada por décadas hasta que
el historiador polaco judío Jan T. Gross publicó en el año 2001 el
libro, Vecinos: El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, una
publicación que se convirtió en bestseller en Estados Unidos y Polonia,
donde desató un debate nacional sin precedentes.
El libro se construyó
recogiendo el testimonio de las únicas siete personas que sobrevivieron a
la masacre, y en los archivos de dos juicios celebrados por las
autoridades comunistas en 1949 y 1953. Una de las particularidades de
esta masacre es que en la Polonia ocupada por los nazis, los alemanes no
ordenaron la matanza ni participaron de ella, tan solo se limitaron a
autorizar el devenir de los acontecimientos y sacar fotografías.
Un
crimen colectivo realizado por una comunidad de vecinos, de individuos
“comunes”, en donde la mayoría de los hombres participaron activamente, y
el resto observó de forma pasiva pero cómplice. La secuencia fue
desvastadora. Con golpes y diversas torturas, todos los judíos fueron
arrastrados dentro de un granero, encerrados ahí, para luego prenderles
fuego.
Sometidos a toda clase de humillaciones, los judíos fueron
obligados a realizar actos de feria, ejercicios gimnásticos ridículos, y
toda una serie de vejámenes antes de ser ultimados por sus vecinos. A
esto le siguió la confiscación de los bienes “abandonados”, el silencio
generalizado, y un olvido sistemático y colectivo de lo acontecido.
Las
personas fueron aniquiladas, pero sus propiedades intactas fueron
apropiadas por sus ejecutores. Gross señala que se trató de un asesinato
en masa en un doble sentido, por el número de las víctimas y por el
número de los verdugos. Los mataron de modo frenético, barbárico, y de
múltiples maneras, a unos con herramientas de metal, a otros a
cuchilladas, a otros a estacazos.
Uno de los elementos más perturbadores de esta historia es
que rompe el arquetipo de monstruo que comete actos inhumanos. Como
señala el texto de Gross, en Jedwabne los verdugos fueron unos polacos
normales y corrientes. Eran hombres y mujeres de todas las edades, y de
las profesiones más diversas. Buenos ciudadanos.
Y lo que vieron los
judíos, para mayor espanto y desconcierto, lo último que alcanzaron a
ver, fueron solo rostros familiares. Vieron a sus propios vecinos
devenidos en asesinos voluntarios. Un ejemplo en donde la horda, la
furia de una masa resentida que por distintos motivos se contamina con
las ideas de diferencia y superioridad, elimina los límites y las
responsabilidades individuales. Distintos informes detallan que los
habitantes de Jedwabne de la posguerra sabían perfectamente que los
judíos del pueblo habían sido asesinados por sus vecinos durante la
guerra, y no por los nazis.
La historia permaneció prácticamente oculta hasta la publicación de
Gross (2001) y cobró una mayor difusión gracias al estreno de la
extraordinaria película polaca, “Poklosie”, (o “Secuelas” 2012). Escrita
y dirigida por Wladyslaw Pasiloski, narra la historia de la matanza y
recibió en Polonia severas críticas, amenazas, y un verdadero boicot por
parte de sectores nacionalistas polacos que niegan lo ocurrido ahí, y
en otros pueblos similares, ya que éste no fue el único caso.
Recomiendo
leer el reportaje publicado en Páginai12, realizado por Luis
Bruschtein, a la filósofa y poeta Laura Klein, “Jedwabne, la vergüenza
de los polacos”, ya que ella tuvo familiares asesinados en ese pueblo.
Así, también, el artículo de Ana Wajszczuk en el diario La Nación, “La
vecindad del mal”.
La historia de Jedwabne representa un acontecimiento testigo de hasta
dónde puede llegar un grupo de personas comunes, de rostros amigables y
familiares, ante ciertas circunstancias de contagio del odio más
visceral, y donde no hay ninguna cabida para la reflexión y la empatía.
En la obra teatral Potestad, de Eduardo Pavlovsky, un médico
conquista al público a través de un relato dramático donde detalla cómo
ha sido despojado de su hija.
Esta emoción se revierte sorpresivamente
en los minutos finales del monólogo, cuando revela su condición de
médico apropiador de la dictadura. Por aquel entonces, muchas personas
le recriminaron al autor-actor haberle otorgado rasgos tiernos y cálidos
al personaje del genocida.
El escritor y maestro del terror Alberto Laiseca decía que los
monstruos existen. No se refería, por supuesto, a seres con colmillos,
Quasimodos, u hombres-mosca, sino que hablaba más bien del
comportamiento de los seres ordinarios, de aquellos que habitan en
tantos pueblos lejanos y ciudades cercanas de este mundo, y que
pareciera que solo están esperando a que alguien se anime a dar la orden
de ataque." (Federico Pavlovsky, Página12, 18/12/17)
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