María Martín, en la carretera de Buenaventura (Toledo) bajo la que yace, en una fosa común, su madre.
"Qué injusta es la vida... No, qué injustos somos los seres
humanos”. La reflexión surge de la voz ahogada de María Martín, una
anciana que cada cierto tiempo se acercaba a poner flores a un
quitamiedos de la carretera bajo cuyo asfalto yace, en una fosa común,
su madre, Faustina López González. Fue asesinada el 21 de septiembre de
1936 en Buenaventura (Toledo).
“Al otro lado, en aquellos zarzales,
tiraron su ropa”, recuerda la que entonces era una niña de seis años.
Con su testimonio arranca el documental El silencio de los otros, de Almudena Carracedo y Robert Bahar, que se estrenó ayer en la sección Panorama de la 68ª Berlinale.
El
filme, producido por El Deseo, es una inmersión al legado del mal de la
dictadura franquista, a través de los desaparecidos de la Guerra Civil
(aún hay 100.000 cadáveres en fosas comunes esperando a ser exhumados),
los torturados durante el franquismo y los miles de casos de niños robados, arrebatados a sus madres con mentiras incluso hasta a inicios de los años ochenta.
A esos crímenes les une que son delitos de lesa humanidad
—al menos así los consideran casi todas las naciones, excepto en
España— y que han sido investigados a través de una querella interpuesta
en Argentina y tramitada por la juez María Servini ante el silencio obtenido por las víctimas en España, excepción hecha de la investigación del magistrado Baltasar Garzón. (...)
Pero, ¿por qué todas las puertas se cierran en España? “Por
el poco conocido pacto del olvido, que se plasmó en la Ley de Amnistía
de 1977 que todavía rige”, recuerda Bahar. “En el resto del mundo las
democracias jóvenes —las sudamericanas, las asiáticas, las africanas-
han eliminado esas legislaciones aprobadas al final de las dictaduras,
algo que no ha hecho España”, rememora la directora.
En un momento de El silencio de los otros,
un querellante mira a la cámara y dice: “Es la primera vez que las
víctimas del franquismo vamos a declarar ante un juez y tenemos que
hacerlo a 10.000 kilómetros de nuestro país”. Y rompe a llorar. “Aun
así”, asegura la realizadora, “es una experiencia liberadora”.
A lo largo de su metraje, el filme da voz a esos tres
grandes grupos de víctimas: a los descendientes de los desaparecidos (al
fallecer María Martín, su hija toma el relevo), a los torturados
durante la dictadura —encabezados por José María Galante, quien siendo
estudiante fue apalizado durante dos semanas en la Puerta del Sol por
Antonio González Pacheco, policía más conocido como Billy el Niño, quien
hoy vive además a escasos metros de Galante, ambos en la madrileña
calle de General Yagüe, otro nombre que rememora los peores crímenes del
franquismo— y los casos de las decenas de miles de niños robados
durante medio siglo.
“Es muy sorprendente para un estadounidense que una
democracia de Europa Occidental nunca haya arrestado a nadie por esos
crímenes, y además que se oponga a su investigación por jueces de otros
países”, confiesa Bahar.
ra ambos directores, el objetivo de su trabajo está en que
el público vaya más allá de procesos jurídicos y de las estadísticas,
“que entienda que hablamos de personas”. Bahar sube la voz: “Si ves a
María sentada al lado de la carretera, ¿cómo es posible que te opongas a
investigar el caso?”.
“Queremos humanizar la perspectiva, que piense
que podía ser él mismo o sus padres o su abuela”, remata Carracedo.
Curiosamente, la familia de María Martín es buen ejemplo de las
diferentes perspectivas sobre los acontecimientos. Una de sus hijas
hereda su lucha; otro hijo apuesta por dejarlo como está.
“Hablamos
mucho de no reabrir heridas por no provocar rencores... Pues no es así
porque para muchos esas heridas no están ni de lejos cerradas”.
Entre otros momentos sorprendentes del filme, está la
declaración de Jaime Alonso, de la Fundación Francisco Franco, que
recuerda una posible semilla del silencio actual: "Es que los políticos
actuales vienen del franquismo".
Es una de las numerosas contradiciones
españoles, que llaman más la atención en su estreno mundial en Alemania,
país en donde no hay monumentos o calles que homenajeen a los
dirigentes nazis. "Para nosotros es fundamental esta proyección para
comparar cómo se encara la memoria histórica en dos países de Europa
Occidental.¡Qué diferente es la educación alemana y cómo asume su pasado
esta sociedad!", incide Bahar.
Los directores —ella llevaba la cámara, él grababa el
sonido, “para lograr una filmación íntima”— han rodado casi una década y
obtenido 450 horas de material. Después estuvieron un año catalogando
las imágenes y otros 14 meses en su montaje.
“Esa inmersión hizo que
tuviéramos acceso a los momentos claves”, recuerda Bahar, como cuando
los abogados reciben buenas noticias un día a las dos de la mañana. Para
Carracedo, “la pregunta final es: en 2018, ¿qué hacemos con estas miles
de víctimas? Porque este problema existe y no vale esconderlo debajo de
la alfombra”. (Gregorio Belinchón, El País, 17/02/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario