Unos bomberos, ante el cuartel de la Guardia Civil destruido por la explosión del artefacto
"Pascual acababa de hacer el relevo de las seis de la mañana junto a
otro compañero cuando ocurrió. En ese momento estaban los dos solos
vigilando la entrada de la casa cuartel. De repente, vio un coche que se
detuvo en mitad de la calle, un poco antes de llegar a la puerta.
“¡Eh!
¡Que ahí no se puede parar!”, le gritó desde dentro. Pero el conductor
se bajó y empezó a correr. Y el coche comenzó a echar humo. “Abrí la
verja, salí y vi que lo estaban esperando en otro coche. Oí cómo él les
decía ‘Ya está, ya está’. Mi compañero se fue corriendo a avisar al
equipo de desactivación de explosivos.
Pero fue todo muy rápido. Otro
vehículo entró por la calle y se puso detrás del que echaba humo. Les
dije que se fueran. Dieron marcha atrás y en ese momento saltó todo por
los aires. Yo perdí el conocimiento, lo recobré, lo perdí otra vez.
Sentía mucho dolor, no podía levantarme. No recuerdo más. Me desperté ya
en el hospital”.
Antonio estaba durmiendo junto a su mujer, Carmina. Esa madrugada
estaban solos en casa. “Recuerdo un estallido sonoro infernal. Y una
luz. Después, el edificio se movió como de un lado a otro… y se
desplomó. Carmina y yo nos quedamos atrapados en el colchón, que hizo
como un sándwich.
Mi mujer empezó a gritar: ‘¡Que nos matan!, ¡Que nos
matan!’. Yo estaba un poco aturdido porque el marco de la ventana me
había golpeado en la cabeza. Poco a poco empecé a darme cuenta de lo que
estaba pasando, de que era un atentado. Pero no sabíamos qué pasaba
fuera… si había terroristas…
Yo, por si acaso, le dije a Carmina:
‘Cállate, cállate, no abras la boca’. Y traté de ir a por mi arma, que
estaba en otra habitación. Pero no podía pasar. Todo se había derrumbado
a nuestro alrededor. Todo eran escombros”.
Pascual Grasa y Antonio Frutos tienen grabados a fuego los minutos que siguieron al atentado de ETA contra la casa cuartel de Zaragoza
perpetrado el 11 de diciembre de 1987, uno de los más sanguinarios de
la banda terrorista. Pascual tenía entonces 32 años. Antonio, 27. Ambos
eran guardias civiles. (...)
Hace 25 años, a las seis y diez de ese 11 de diciembre, Henri Parot
—miembro del comando Argala—, dejó un coche bomba en la puerta de la
casa cuartel con 250 kilos de amonal y abundante metralla. Murieron 11
personas, y casi 90 resultaron heridas. Ocurrió seis meses después de la
matanza de Hipercor en Barcelona,
que había provocado 21 muertos, todos civiles.
ETA estaba cometiendo
atentados especialmente virulentos en ese momento para tratar de mejorar
su posición ante el Gobierno en los contactos previos a las
conversaciones de Argel. Para ellos era una estrategia. Pero Pascual y
Antonio vieron morir ese día a sus compañeros, a las mujeres de sus
compañeros, a los hijos pequeños de sus compañeros…
En la casa cuartel
vivían unas 40 familias (180 personas) y algunas decenas de estudiantes
de la residencia que alojaba el edificio.
“Cuando logramos salir al patio, me encontré con un cabo y con su
hija. Estaban muertos”, recuerda Antonio, que tiene ahora 52 años.
“Había muchos cuerpos sepultados bajo los escombros. Los bomberos
estaban ya aquí. La gente lloraba, gritaba, les metían oxígeno para que
respiraran.
Las viviendas que estaban más cerca de la bomba quedaron
destrozadas. Ni siquiera se podía salir a la calle desde el patio. No
había salida. Al final sacaron a la gente desde la ventana rota de
nuestra habitación, que se convirtió en uno de los accesos al exterior”.
Las niñas de Antonio y Carmina, dos gemelas de un año, se salvaron de
milagro. Los padres, ambos murcianos, las habían llevado con su familia
a pasar el puente de la Constitución y aún seguían allí. “Si no,
probablemente habrían muerto”, piensa Antonio. “La onda expansiva fue
muy fuerte en su cuarto. Tenían un acuario que estalló en mil pedazos.
El tabique de su habitación reventó”.
Las pequeñas de este matrimonio se salvaron. Pero el atentado mató a
dos gemelas de tres años, Esther y Miriam; a una niña de seis, Silvia; a
otra de siete, Silvia; a otra de 12, Rocío; y a un menor de 17, Ángel. A
otros los dejó huérfanos. Sin familia alguna en la que anclar su corta
vida. Emilio José Capilla Franco se quedó ese día sin su padre, sin su
madre y sin su única hermana.
“Lo vimos perfectamente”, recuerda
Carmina. “Estaba muy quieto sobre una baldosa, lo único que quedaba en
pie y que podía caerse en cualquier momento. Al final lograron bajarlo
de ahí al pobrecico”. Sus padres, Emilio y María Dolores, y su hermana,
Rocío, habían quedado enterrados bajo el edificio.
La ejecución del atentado la llevó a cabo Henri Parot junto a su hermano Jean, Jacques Esnal y Frederic Haramboure. Lo ordenaron Francisco Múgica Garmendia, Pakito; Joseba Arregi Erostarbe, Fiti; y Josu Urrutikoetxea, Josu Ternera, la dirección de ETA en ese momento.
Todos han sido condenados en Francia o España a miles de años de prisión o cadena perpetua. Y todos, salvo Josu Ternera, huido, están en la cárcel.
Pascual ha pasado por múltiples intervenciones quirúrgicas; tiene
secuelas en la mano, los tendones, una pierna más corta que otra...
Antonio estuvo tres días ingresado con una conmoción cerebral. “Pero lo
peor es lo que queda dentro de la cabeza”, dice Carmina. “Es tanto
dolor, tanto lo que viste, que jamás lo olvidas. Han pasado 25 años y
aún sigues pensando en ello. Aún te sobresaltas”.
ETA anunció el cese de la violencia hace más de un año.
“Ojalá que nadie vuelva a sufrir un atentado nunca más”, pide Pascual.
“Yo les pido que entreguen las armas y que se pongan a disposición de la
justicia. Que se ponga de verdad un punto final”. (El País, 11/12/2012)
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