De esta conferencia se recuerda especialmente el papel de Leopoldo II de Bélgica, quien superó a todos los demás mandatarios europeos en desfachatez adjudicándose la propiedad privada del así llamado Estado Libre del Congo, del que sacó pingües beneficios a través de la concesión de licencias para la explotación de las minas y la extracción de caucho así como de la venta de marfil.
En el país de Leopoldo II a los trabajadores que no cumplían con las exigentes cuotas de producción se les cortaba una mano y, como nadie se tomó la molestia de censar a los congoleños, aún hoy se desconoce la cifra exacta de muertos –por extenuación o ejecutados por la Force Publique–, que se estima entre los 5 y 10 millones.
En la Conferencia de Berlín Alemania se quedó con Togoland (actual Togo y Ghana), Camerún, África Oriental Alemana (hoy Burundi, Ruanda y Tanganika) y África del Sudoeste Alemana (hoy Namibia), donde tuvo lugar el genocidio.
La confiscación de tierras con el fin de entregarlas
a los colonos alemanes para convertirlas en grandes extensiones de cultivo
desplazó a los herero y nama de sus tierras, que aparecen invariablemente en
las estampas de los libros coloniales como despobladas, aguardando la
supuestamente laboriosa azada europea.
El modo de vida de ambas tribus se
basaba principalmente en un ganado que, debido la escasez de tierras para el
pastoreo y fuentes de agua, comenzaba a menguar, a lo que se sumaron fatalmente
las enfermedades vacunas traídas de Europa, un brote de tifus, una plaga de
langostas y una temporada de sequía.
Privados de su tradicional medio de
subsistencia, muchos herero se vieron forzados a trabajar como jornaleros para
los colonos alemanes –subvencionados por el estado alemán a través de su
oficina colonial con sede en Berlín– o alistarse en su ejército. No todos,
claro.
En 1904, Samuel Maharero, un dirigente de la comunidad herero, consiguió
aglutinar el descontento y organizar una columna de 8.000 hombres para combatir
al ejército alemán que consiguió desbordar inicialmente en número a las tropas
coloniales alemanas (Schutztruppen) y librar una efectiva guerra de
guerrillas que consiguió cercar Okahandja así como bloquear las comunicaciones
de los alemanes destruyendo las vías de ferrocarril en Osona y las líneas del
telégrafo en Windhoek, retrasando la llegada de tropas llegadas por mar desde
Swakopmund.
En la región de Waterberg los insurrectos expulsaron a los colonos,
se apoderaron de armas e infligieron graves derrotas a los colonos alemanes.
Tras la dimisión del gobernador, Theodor Leutwein,
Lothar von Trotha –un militar con experiencia en la supresión de las revueltas
en África oriental alemana y la Rebelión de los bóxers en China (1898-1901)–
asumió el cargo junto al de comandante en jefe de la región con la misión de
aplastar la insurrección de los herero.
Von Trotha, que declaró a un periódico
berlinés que «una guerra no puede conducirse humanamente contra quienes no son
humanos», llevó a cabo una despiadada campaña cuyo fin explícito era del
exterminio de los herero como pueblo, asesinando indiscriminadamente a heridos,
prisioneros, mujeres y niños, aterrorizando a la población y posiblemente
envenenando sus acuíferos, méritos por los que fue condecorado personalmente
por el káiser Guillermo. Von Trotha llegaría a firmar tras la expulsión de los
herero de la región una “orden de exterminio” (Vernichtungsbefehl) el 2
de octubre de 1904 –de la que se conserva una copia en el Archivo Nacional de
Botswana– que contrasta vivamente con el comportamiento de los combatientes
herero, que perdonaron la vida a mujeres, niños, africanos y blancos no
alemanes.
En la batalla de Waterberg, von Trotha consiguió rodear, gracias a un
ejército moderno –con una toma de decisiones centralizada y tecnológicamente
superior–, a los herero, que, superiores en número pero mal equipados, acabaron
sufriendo una dura derrota.
Aunque hoy se debate si fue un error técnico de von
Trotha o una decisión deliberada, los herero pudieron huir del cerco a través
del desierto de Omaheke, donde la mayoría murieron de hambre y de sed en una
auténtica marcha de la muerte (Todesmarsch). Se cree que al menos 30.000
herero murieron en esta travesía, más que en cualquier otra batalla contra los
alemanes.
Sólo 1.000 herero, incluyendo a Maharero, consiguieron cruzar con
vida el desierto y llegar a la británica Bechuanalandia (actual Botswana).
2.000 de ellos escaparon hacia Ovamboland, al norte, o a Namaland, al sur,
donde informaron a los nama –hasta no hace mucho, su enemigo histórico– del
trato recibido por los alemanes. Muchos habían desertado antes del ejército
alemán precisamente por esa misma razón.
Los nama retomaron el testigo de la lucha
anticolonial contra el dominio alemán bajo el liderazgo de Henrik Witbooi –un
antiguo oficial del ejército colonial– y Jakobus Morenga –hijo de un herero y
una mujer nama, por cuya cabeza el káiser Guillermo II ofreció personalmente
20.000 marcos– librando una guerra de guerrillas que, como antes la de los
herero, comenzó con éxito para los insurrectos en sus ataques a propiedades
privadas, edificios gubernamentales e instalaciones militares alemanas.
Pero
nuevamente la superioridad tecnológica de los alemanes decidió la suerte de los
nama: Witbooi fue herido de muerte en 1905 durante un ataque a una columna de
transporte alemana, Morenga murió en combate en 1907 contra los alemanes y los
británicos, que entretanto habían unido sus fuerzas contra el enemigo común.
Simon Kooper, bajo el mando del cual se reunieron los restos de las fuerzas de
los nama, consiguió llevar a su gente hasta Kalahari, lejos de los alemanes,
donde negoció con el gobierno colonial británico para que no se extraditase a
los combatientes nama.
Quienes no consiguieron escapar fueron hechos presos y
enviados a campos de concentración –inspirados en los establecidos por los
británicos en sus guerras coloniales– de Okahandja, Windhuk y Swakopmund y
otros lugares, donde trabajaron como mano de obra esclava en la construcción de
carreteras y vías de transporte: en Shark Island (desde donde se enviaron por
cierto los veinte cráneos que ahora Alemania ha devuelto) 1.359 presos de un
total de 2.014 murieron en la construcción de una carretera entre Lüderitzbucht
y Keetmannshoop.
Los nama presos en los campos fueron diezmados a causa de
enfermedades como el tifus, la disentería y el escorbuto, cuyo efecto se
multiplicó por la falta de asistencia médica y de agua potable y el
hacinamiento.
De los 17.000 herero capturados tras la guerra de
1904 y enviados a campos de trabajos forzados, 6.000 perecieron sólo en 1907.
Los supervivientes fueron separados y enviados a trabajar en las granjas de los
colonos alemanes con el objetivo de borrar de la faz de la tierra su cultura.
De los aproximadamente 20.000 nama que vivían en 1904, sólo 9.800 habían
sobrevivido para 1911 al hambre, la horca y el trabajo esclavo.
El oficial
médico jefe de Swakopung describió gráficamente a los presos nama como «piel
sobre huesos, literalmente», una expresión que se repetiría cuarenta años más
tarde, cuando los soldados estadounidenses y soviéticos derribaron las puertas
de los campos de concentración nazis.(...)
Entre los alemanes que allí participaron en el genocidio de las poblaciones herero y nama entre 1904 y 1908 se encontraba el futuro gobernador nazi de Baviera, Franz Ritter von Epp, quien durante la Segunda Guerra Mundial fue responsable de la liquidación de virtualmente todos los judíos y gitanos bávaros. En una concentración nazi en Nuremberg de 1931, von Epp y Hermann Göring aparecen juntos frente a Hitler. […]
Otro futuro nazi, Eugen Fischer, llevó a cabo su investigación racista en la África del Sudoeste Alemana […] [Fischer llegó a ser] el presidente del Instituto Alemán Káiser Guillermo para la Antropología, la Herencia Humana y la Eugenesia, denunciando a las “personas de color, los judíos y los híbridos gitanos”, y proporcionó a Hitler una copia de su obra mientras este último redactaba Mi Lucha en prisión.
Tras tomar el poder en 1933, Hitler nombró a Fischer rector de la Universidad de Berlín, donde comenzó la depuración de profesores judíos. El instituto de Fischer más tarde instruyó y patrocinó investigaciones seudocientíficas llevadas a cabo por médicos nazis, entre los cuales el notorio Josef Mengele.» (Sin Permiso, 08/10/2011, 'No hay “responsabilidad histórica” para los herero y los nama', de Àngel Ferrero)
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