Un total de 795 hombres salieron del recinto, pero sólo tres lograron recorrer los casi 50 kilómetros que les separaban de Francia y recobrar la libertad. Uno de ellos, Jovino Fernández, regresó a Barcelona para seguir defendiendo la democracia. 585 fueron detenidos y devueltos al penal, donde sufrieron varios meses de reclusión en celdas de castigo. 14 fueron condenados a muerte.(...)
El hambre y las enfermedades amenazaban sus vidas tanto como los ideales políticos. Muchos de ellos "estaban allí en condición de presos gubernativos", explica Iñaki Alforja, historiador y autor del documental Ezkaba, basado en la histórica fuga. (...)"Estos internos no habían tenido ningún tipo de juicio. Los recluían por sospechosos para que testificaran y después los dejaban presos o los fusilaban. La mayoría eran vecinos de la zona detenidos por la calle", indica. "Esta práctica favorecía la impunidad", añade Domingo en relación a la falta de pruebas tras el asesinato de estos civiles.
Algunas de estas víctimas han sido localizadas en fosas comunes en los alrededores del fuerte. La más conocida es aquella donde cada cuerpo apareció con una botella al lado que contenía notas con los datos del fallecido. (...)
Los problemas por desnutrición y avitaminosis eran tan graves que incluso el director de prisión y el administrador fueron juzgados después de la fuga acusados de vender de estraperlo la comida que llegaba al penal, en lugar de alimentar a los internos. (...)
Uno de los guardias murió accidentalmente durante la fuga al caerse al suelo de un empujón y golpearse la cabeza. No falleció ningún carcelero más. "Es importante subrayar que los presos no buscaron venganza en ningún momento, tan sólo ataron a los guardias y escaparon.
Aún pudiendo hacerlo, no mataron a nadie, lo que dice mucho del talante de estos hombres", enfatiza la autora de La Fuga." (Público, 17/03/2011)
"De los pocos presos que salían del fuerte de San Cristóbal, un buen porcentaje lo hacía con los pies por delante.
Otros no tenían el privilegio de salir ni siquiera una vez muertos: simplemente, eran enterrados bajo la nieve y el fango del patio interno.
De 1934 a 1945 esta cárcel, ubicada en la cima del monte Ezkaba que domina el valle de Pamplona, acogió entre sus gélidos brazos a miles de reclusos, sobre todo republicanos. Pero el 22 de mayo de 1938 una veintena de ellos decidió que ya bastaba y que, entre unas condiciones de vida inhumanas y el sueño de la libertad, por muy remoto que pareciera, era mejor soñar.
Así, ese puñado de presos, casi todos miembros del partido comunista, proyectó y llevó a cabo una huída hacia la frontera con Francia en la que participaron 795 de los 2.497 reclusos de la estructura y que Carmen Domingo describe en su última novela, La Fuga (Ediciones B). (...)
Un gran patio central separa los dos edificios que acogieron en su época a los presos más afortunados, que contaban al menos con una tabla de madera para acostarse, y a los que vivían bajo tierra, amasados como animales en la oscuridad de pequeñas y agobiantes celdas.
"Era como un campo de concentración. Los reclusos comían agua y patatas. Y dormían en el suelo mojado", relata Domingo en uno de los cuartos de la llamada primera brigada, la zona donde las condiciones de vida eran las peores. A veces, para ahorrar, el responsable de la cárcel disminuía incluso las dosis de comida.
Y, por si no fuera suficiente, los presos que por alguna razón tenían que ser castigados eran encerrados en un espacio más pequeño todavía, donde "a veces simplemente se olvidaban de ellos", asegura, en la oscuridad de una de estas celdas, la escritora.
No sorprende que en los 11 años en los que la cárcel estuvo abierta, más de 1.000 presos fallecieron por enfermedades, según asegura Alforja, que subraya como el número de muertos seguramente fue mayor: "No se cuentan todos los que fueron fusilados". Aún así, cuando la fuga se puso en marcha, no todos se sumaron.
"Si pesas 35 kilos, estás congelado y alguien abre tu celda y te dice que te escapes, ¿qué haces?", plantea Domingo." (El País, 17/03/2011)
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