"Enrique González Duro, “Las rapadas. El franquismo contra la mujer” (...)
En este último título, recientemente editado por “Siglo XXI”, vemos
cómo la clase dominante y sus colaboradores, en el camino de la guerra
contra el pueblo trabajador tomaban como punto de partida la barbarie
más absoluta, y lo ejemplifica mostrando las escenas que se vivían en
las ciudades y pueblos que asaltaban: fusilaban en las plazas públicas
con hora señalada y puestos de bebida, comida y banda de música para
celebrar los asesinatos, e impedían a los familiares que se acercasen a
los cadáveres que cargaban en camiones para echar en fosas comunes.
González Duro hace relación de los lugares de tales ejecuciones.
A partir de diversas escenas nos muestra todo el sistema franquista
para la destrucción de toda mujer que hubiese tenido algo que ver con el
mundo de la República; los franquistas pusieron en marcha la máquina de
destruir su condición humana desde la esencia.
Comienza por la figura
de la miliciana como objeto principal de los fascistas porque era
exponente máximo de la mujer rebelde, de aquella que aspiraba a cambiar
la situación de las de su género.
Los franquistas tomaban represalias sobre las mujeres por ser
familiares de republicanos o conocidas republicanas, sospechosas o
combatientes, y generalizaron la violación y la tortura, les rapaban la
cabeza y las cejas, a algunas las dejaban un mechón del que colgaban
banderines monárquicos y las obligaban a beber aceite de ricino,
produciéndolas vómitos y diarreas, y las exponían en público en las
peores condiciones posibles, y las sacaban por los pueblos y las
ciudades mientras una banda de música tocaba para llamar la atención
conforme eran obligadas a cantar el himno falangista “Cara al sol” con
el brazo en alto, a saludar la bandera borbona, la de la falange y el
retrato de Franco; así hacían de estas mujeres una imagen inasumible por
el resto.
Con esos espectáculos callejeros, además de buscar el escarnio entre
los vecinos, pretendían implicar a la población en su conjunto. Para
producir el rechazo general y el miedo a las republicanas y negar su
condición de mujeres, el lenguaje común que implantaron lo formaban
términos que mezclaban el desprecio y la acusación, que las rebajaban,
las humillaban, las deshumanizaban, como putas, rojas, rapadas, peladas,
pelonas, sucias, feas, etc.
En Santagurda fusilaron a tantos hombres que le llamaban “el pueblo de
las viudas”, y a ellas las apresaron y raparon: “Dos barberos se
encargaron de la tarea, y uno de ellos les cobraba por raparlas. Las
bromas y las burlas completaban el escarnio, que aumentó a obligarlas a
desfilar, conminándolas a que gritaran “¡Abajo las putas! ¡Viva la
Guardia Civil!”. Y a las viudas les saquearon sus casas, las insultaron y
les incautaron tierra y alimentos”.
Vallejo Nájera, el psiquiatra de
Franco declaraba que ellos tenían sangre inquisitorial y que iban a
hacer que se instaurase otra vez la Inquisición. Llevaron la represión
hasta los rincones más ocultos de la sociedad.
Pero en el caso de la
mujer tomaban venganza aunque nadie la señalase, como vemos en el
ejemplo que González Duro transcribe: “castigo por derecho de
representación” a cinco mujeres que eran las esposas de los cinco
responsables políticos de Miranda de Ebro; varias de ellas fueron
sentenciadas a muerte, condenas conmutadas por las penas inmediatamente
inferiores. Fueron encarceladas en la prisión de Burgos, donde
permanecieron largos años”.
Terminada la guerra y pasados los primeros años “la violencia no era ya
un arma de la soldadesca de las tropas mercenarias, sino algo más
sistematizado y programado con la ayuda de los asesores de la Gestapo,
como se ha visto en algunos casos. Pero se seguía violando en la
Dirección General de Seguridad, en las comisarías de policía, en los
centros de detención falangistas, en los cuarteles de la Guardia Civil, e
incluso en las cárceles, con tanta o mayor impunidad que antes.
Los
nuevos dueños del poder sabían que toda estructura jurídica del orden
público estaba en sus manos y a su servicio: las rojas, a menudo
rapadas, podían seguir siendo violadas sin ningún problema, aunque a
veces la violación formaba parte de la tortura científicamente
aplicada”.
La sumisión y el miedo estaba sembrada en el conjunto social
por todos los represores, entre los que destacaba la Iglesia católica:
el objetivo era reconducir a las gentes en lo que el fascio llamaba
“reeducación”. (Crónica Popular, 30/07/2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario