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30/1/24

Josu ‘Ternera’ y la ÉTICA... Su lenguaje verbal y no verbal están construidos para escapar del juicio moral que le merece la acción de matar. «Matar no está bien», declara en un par de momentos de la entrevista, en una concesión a la educación católica... intenta construir una justificación moral de la violencia amparándose siempre en el contexto. Su forma de contestar denota que él mismo es consciente de que sus argumentos son débiles y a menudo cínicos... busca la salvación y no la encuentra siquiera en sus propias palabras. La ética le persigue y le perseguirá siempre, aunque no muestre arrepentimiento ni tenga la decencia de pedir perdón a las víctimas... La ética alivia cualquier tarea cuando haces lo correcto, pero se convierte en un plomo cuando vives lejos de los principios morales básicos. Por eso, Josu Urrutikoetxea no quiere que le llamen por su nombre de guerra con minúsculas ni mayúsculas, mientras que ÉTICA se escribe en este caso con letras capitales

 "Probablemente a algunos lectores les irrite ya de entrada el titular de este artículo porque entiendan que el exterrorista Josu Urrutikoetxea, más conocido como Josu Ternera, y la ética son incompatibles. Son prácticamente un oxímoron. Yo mismo le he dado muchas vueltas hasta sentirme cómodo moralmente, para lo cual he tenido que saltarme las normas de ortografía y escribir ÉTICA con mayúsculas.

Al comentar el documental titulado No me llame Ternera, dirigido por el periodista Jordi Évole desde su productora Producciones del Barrio, que acaba de ser estrenado en Netflix, he evitado dejarme llevar por la repugnancia que provoca la justificación del terrorismo, al que Ternera se refiere eufemísticamente como «violencia armada», lo cual no es fácil. De hecho, he comprobado que no son pocos los articulistas que no lo han logrado al juzgar esta pieza audiovisual preestrenada en el Festival de San Sebastián. Y algunos comentaristas no han conseguido desprenderse tampoco del sesgo que aplican al entrevistador, Jordi Évole, personaje que desata odios y amores a derecha e izquierda.

Mi análisis no es político ni periodístico, es ético. Y mi conclusión es que Josu Urrutikoetxea siente en su mochila el enorme peso de la ética… de la ausencia de ética durante los 50 años que militó en la organización terrorista ETA. Su lenguaje verbal y no verbal están construidos para escapar del juicio moral que le merece la acción de matar. «Matar no está bien», declara en un par de momentos de la entrevista, en una concesión a la educación católica que, con poco éxito, le procuraron sus padres.

Ante las comprometidas preguntas de Évole, el exterrorista intenta construir una justificación moral de la violencia amparándose siempre en el contexto. Su forma de contestar denota que él mismo es consciente de que sus argumentos son débiles y a menudo cínicos. El uso continuo de la expresión «lo que es evidente» le permite huir de una valoración directa de los asesinatos cometidos por ETA, unas muertes que Ternera considera que «se podían haber evitado», aunque sitúa esa responsabilidad más en el lado del Estado español que en el de la banda terrorista.

Durante toda la entrevista, Josu Ternera busca la salvación y no la encuentra siquiera en sus propias palabras. La ética le persigue y le perseguirá siempre, aunque no muestre arrepentimiento ni tenga la decencia de pedir perdón a las víctimas. «Le diría que lo siento de veras» es lo más lejos que llega cuando el periodista le sitúa frente a una víctima.

Josu Ternera intentar aliviar la carga de una vida destrozada por la violencia y por una lectura testarudamente errónea del contexto político y social con el contrapeso de la coherencia entre pensamiento y acción, pero cuanto más lo intenta, más lastre añade a su mochila.

La ética alivia cualquier tarea cuando haces lo correcto, pero se convierte en un plomo cuando vives lejos de los principios morales básicos. Por eso, Josu Urrutikoetxea no quiere que le llamen por su nombre de guerra con minúsculas ni mayúsculas, mientras que ÉTICA se escribe en este caso con letras capitales."                (José Manuel Velasco, ethik, 02/01/24)

4/5/21

La ficción sobre ETA no es una moda. Responde a la necesidad de elaborar los traumas para seguir viviendo... Aún recuerdo la cara de desorientación de mi padre el día que se despidió de su escolta: había olvidado cómo había que girar el volante para aparcar el coche y ya no recordaba cómo se sacaba el tique del parquímetro...

 "A finales de 2015 publiqué El comensal, una novela sobre mi abuelo, Javier Ybarra, que fue secuestrado y asesinado por ETA en 1977, y sobre mi madre, que murió de cáncer en 2011. 

Cuando terminé el libro creí que ya no volvería a tocar más el tema del terrorismo, pero no ha sido así, porque cada vez que me siento a trabajar delante del ordenador aparece un encapuchado apuntándome con una metralleta desde la pantalla. Seguir escribiendo es la única estrategia que se me ocurre para que desaparezca.

La promoción de El comensal me dejó exhausta: tuve dos ataques de pánico y estuve a punto de vomitar de los nervios en varias entrevistas. Nunca antes había hablado en público ni sobre el asesinato de mi abuelo ni sobre las amenazas que recibió mi padre durante décadas. Romper el tabú me dio vértigo. El primer ataque de pánico lo tuve delante de mi padre poco después de que se leyera el libro. El segundo un día que estaba sola en casa cocinando. Antes de empezar a escribir nunca había tenido ansiedad.

En 2016 dediqué casi todo el año a promocionar el libro. Engordé seis kilos. En primavera me casé con un traje que me quedaba justo. A finales de 2017 tuve un hijo: Santiago. Santiago me pareció el mejor refugio para huir de las discusiones sobre la batalla por el relato, pero mientras sostenía al bebé en brazos, mi infancia en la Euskadi de los ochenta y de los noventa volvió a mí como un ovillo enorme que debía desenmarañar.

He aprendido mucho sobre la relación entre lenguaje y violencia observando a mi hijo. Lo primero que descubrí fue que la violencia surge cuando no hay palabras: los niños pequeños pegan porque aún no dominan el lenguaje que les permite expresar lo que les pasa. Luego descubrí la relación entre lenguaje y movimiento: los niños necesitan moverse porque es a través del contacto con otras personas y con el entorno en donde aprenden los nombres de las cosas. La maestra de Santi me resumió las fases de este proceso en la frase: “Caminar, hablar, pensar”. Aprender a moverse y a expresarse es lo más importante que tiene que hacer un niño durante sus seis primeros años de vida para que más adelante pueda pensar y relacionarse mejor.

A finales de 2011, después de que ETA anunciara el cese definitivo de su actividad armada, todos los vascos empezamos a poder hablar y movernos con mayor libertad.

Muchos ciudadanos salieron por primera vez a la calle sin miedo a que les pegaran un tiro. En contra de lo que pueda parecer, no es fácil volver a ser libre. Aún recuerdo la cara de desorientación de mi padre el día que se despidió de su escolta: había olvidado cómo había que girar el volante para aparcar el coche y ya no recordaba cómo se sacaba el tique del parquímetro.

Los bebés no reconocen en dónde empiezan y en dónde terminan las palabras. Una de las primeras conquistas del lenguaje es comprender que las palabras son grupos de sonidos independientes. Durante mi proceso de escritura he aprendido a transformar en palabras el zumbido que se escuchaba de fondo en mi familia. He nombrado el dolor que sentía en frases cortas y secas. Poco a poco soy capaz de construir frases más largas.

Para la elaboración de este artículo me pedían que hablara sobre el actual boom de la ficción sobre ETA. ¿Crees que es una moda?, me preguntaron. Podría parecerlo, pero no lo es, no es moda, es supervivencia.

Este auge de historias responde a la necesidad que tenemos de elaborar nuestros traumas para seguir viviendo. Por eso celebro cualquier obra que aborde con honestidad el “conflicto vasco”, aunque no todas las historias me interesan y no siempre estoy de acuerdo con lo que me quieren contar. Las celebro porque estoy convencida de que la palabra es lo contrario de la violencia y creo que, cuantas más historias surjan, más probabilidades tendremos de reconocernos los unos a los otros y de convivir en paz.

Yo, por ejemplo, nunca hubiera tenido la oportunidad de conocer un testimonio de una víctima de torturas policiales de no haber leído el excelente —y, aunque parezca increíble, divertido— libro Intxaurrondo, la sombra del nogal de Ion Arretxe. En mi día a día no tengo posibilidad de conocer a personas que hayan podido padecer algo así.

Los libros, a su manera, también son movimiento. Otras historias que me han hecho crecer son El ángulo ciego de Luisa Etxenike, que me ha ayudado a entender mejor el dolor de mi familia, y el documental Mudar la piel de Ana Schulz y Cristóbal Fernández, que me ha hecho reflexionar sobre la intimidad y la amistad.

Las historias que más me ayudan a reconciliarme con mi pasado son las que aportan una visión personal, las que no tienen intención de convencer de nada a nadie."                    (Gabriela Ybarra es escritora. El País, 25/12/20)

6/4/21

Un comando del IRA irlandés saca de su casa a Jean McConville, una viuda de 38 años, pobre como las ratas que, sola y abandonada, tira como puede de sus diez hijos. La meten en un coche y le descerrajan un tiro en la nuca

 "Una noche de diciembre de 1972 un comando del IRA irlandés saca de su casa a Jean McConville, una viuda de 38 años, pobre como las ratas que, sola y abandonada, tira como puede de sus diez hijos. La meten en un coche y cruzan la frontera entre las dos Irlandas. En un lugar boscoso le descerrajan un tiro en la nuca. No hay palabras, ni siquiera la sentencia. Confidente.

 Ahora, muchos años más tarde, un periodista norteamericano nacido en Boston, de ascendencia irlandesa, Patrick Radden Keefe, ha construido un libro impecable recién aparecido en castellano, 'No digas nada'. A partir del asesinato de una mujer que pasó por la vida casi como una sombra se ilumina una serie de mundos concéntricos, a veces paralelos, donde está el IRA, los servicios británicos, la guerra entre católicos y protestantes y las trayectorias de un movimiento terrorista que se convierte en partido, y unos políticos interesados en que las dudas sobrevivan a sus propias biografías.

Un texto que va más allá de una novela, ahora que entre nosotros los novelistas aspiran a ser reporteros, y que contiene toda la realidad que puede asumir un texto sin convertirse en una fábula. Un ejercicio del mejor periodismo, el que se fue hace años y amenaza con tenernos abandonados durante estas décadas funestas de equilibrios sobre la cuerda floja, donde se evalúa si falta esto o si lo demás está de más; si la proporción de crímenes del Estado está equilibrada con los terroristas, o si fueron antes los dolores o las heridas. Por el impresionante libro de Radden Keefe pasan todos, víctimas y verdugos, y los verdugos que acaban en víctimas y las víctimas con vileza de verdugos.

 Desde el líder Gerry Adams, promotor del asesinato de la viuda y que ahora no sólo niega su participación en los hechos sino incluso hasta que militara en el IRA, pasando por la complacencia silente de los servicios británicos, Ejército incluido, orientador en ocasiones de los atentados y la infiltración en la cúpula de la organización terrorista. El principal ejecutor de asesinatos, Pat McClure, no era más que un informador que acabaría sus días de funcionario carcelero en una prisión de alta seguridad de los EEUU.

 A diferencia de las malas novelas, que están plagadas de sentimientos, de culpas y de ominosas venganzas vecinales, en 'No digas nada' todo está cubierto por los hechos y las, en ocasiones sinceras y en otras equívocas, declaraciones de los supervivientes. No hay trampa ni cartón. Es el terrorismo en su auténtico retrato, donde hay gente para quien matar es un acto de liberación y gente que se encuentra metida en una guerra de la que no es posible salir si no es con los pies por delante o llevándose la vida de quien ni conoce, ni sabe, ni le interesa. Siempre hay una razón para cubrir una vergüenza, no digamos ya un crimen, y somos poco audaces para reconocer que hay quien lo lleva en la sangre, que su ADN está marcado por algo que le incita a la violencia y que la justificación viene luego. Siempre es posible encontrar una, y siempre hay alguien dispuesto a ayudarte a encontrarla porque le falta el valor para ejecutarla él mismo.

Desconozco la actual situación en Irlanda del Norte, no soy tertuliano, pero me temo que muchas heridas seguirán abiertas y muchas huellas vacías de sentido a la espera de que alguien que no sea el tiempo las vaya llenando. La ausencia de actividad terrorista no significa la paz porque eso no se da ni siquiera en las guerras convencionales donde existen vencedores y vencidos. Fíjense si la hipocresía no enmascara nuestras opiniones que para ilustrarlo siempre apelo al mismo ejemplo. En 1961 se estrenó en todo el mundo un filme excepcional de Stanley Kramer, donde actores como Spencer Tracy, Burt Lancaster o Montgomery Clift hacían interpretaciones que aún conmueven mi recuerdo. La película se llamaba 'Tribunal de Nuremberg' y así es conocida en la historia del cine. Menos en España, donde se le mudó el título y la censura puso “¿Vencedores o vencidos?”. En ese cambio hay una transmutación de valores e incluso algo mucho más sencillo: el régimen quería mostrar que aquella era la versión de los vencedores y ellos aún no habían sido vencidos; ni en la realidad ni en su memoria. El Tribunal de Nuremberg y los crímenes del nazismo no habían cruzado nuestra frontera invicta.

'No digas nada' nos obliga a mirarnos, quizá por eso ha tenido tan escaso eco entre nosotros. Lo nuestro, lo que toca, es la bazofia de última hora, a ser posible novela negra, tirando a gris de actualidad periodística. ¡Qué quedará de tanta mierda para seriales! No hace falta ejercer de Jeremías para detectar que estos no son buenos tiempos para el periodismo, ni para la épica, no digamos ya para la estética. No lo hemos hecho bien, ni supimos hacerlo de otra manera. Tampoco es razón para que nos maten en los geriátricos. ¿Qué culpa tienen tantos viejos que ni siquiera escribían para que paguen las culpas de nuestros errores?

 Es lógico que en la cucaña en que se han convertido los medios audiovisuales la máxima aspiración de nuevas generaciones, aseguran los expertos, esté en aparecer en una televisión, aunque sea anunciando compresas. Es lo que hay: un pantano de aspirantes y un reducto para intrigantes de barricada. Por eso algo parecido, sólo parecido, a 'No digas nada' sería casi imposible en nuestro panorama mediático y editorial. ¿Cómo desapareció “Pertur”?, una pregunta tan obvia sería hoy como un examen de grado. ¿Quién fue Moreno Bergaretxe “Pertur”? ¿Cómo le mataron? ¿Quiénes? La historia de ETA que llega y sobrepasa la Transición está en su figura, en su desaparición en el verano de 1976 en Hendaya tras una discusión con otros dos dirigentes de ETA. Una disidencia y un cadáver que nunca apareció, pero cuyos verdugos, o secuestradores, o cómplices, aún viven.

Siento envidia, de la buena, porque la envidia es como el colesterol, que lo hay bueno que sirve para esforzarse y lo hay letal porque achica la conciencia. Y eso me sucede con 'No digas nada'; quizá en España no nos dejarían ni intentarlo. Ocurre como con los reconocimientos. Me engolosino cuando leo los agradecimientos, las colaboraciones, las ayudas. Aquí un libro así serviría de diana para el tiro al blanco. El día que alguien lo logre será señal de que el periodismo, tras casi un siglo de mediocridad y servidumbre, vuelve a ser un instrumento que ayuda a pensar."                (Gregorio Morán, Vox Populi, 27/03/21)

3/1/20

Los jóvenes deben saber que ETA asesinó por pensar diferente y que el franquismo hizo lo mismo

"Durante la presentación de uno de mis libros hace pocos días, un hombre citó una encuesta de 2017 sobre el conocimiento que los jóvenes universitarios vascos tenían de ETA. Más del 50% no sabía quién fue Miguel Ángel Blanco. 

Lo comentaba entre la indignación y la perplejidad, una postura que comparto. Estos días, leyendo el ensayo colectivo Construyendo memorias entre generaciones: Tender puentes, buscar verdades, reclamar justicia (Postmetrópolis 2019), pensé que esa indignación no es tan común o tan compartida cuando hablamos de la ignorancia de nuestros jóvenes y no tan jóvenes respecto a la represión franquista. 

Este volumen, editado por la abogada Ana Messuti y en el que contribuyen seis investigadores nacidos en los años ochenta, es una interesante reflexión sobre cómo las generaciones más jóvenes se enfrentan al conocimiento de la historia de la represión a través de su trabajo de investigación y su activismo en iniciativas pro-derechos humanos como la querella argentina o la exhumación de las víctimas del franquismo en fosas comunes.

Marina Montoto Ugarte (1988), doctora en Antropología y Sociología y autodenominada milenial, reflexiona sobre cómo su investigación supuso un aprendizaje democrático y ciudadano y la ayudó a “conocer un pasado no trasmitido a las nuevas generaciones, sentir[se] interpelada como ciudadana española y a repensar las relaciones entre democracia, ciudadanía y memoria”. 

Su reflexión sobre memoria y democracia enmarca la de sus compañeros/as de volumen. No hay que tener un familiar en una cuneta ni haber heredado directamente el trauma de la represión para darse cuenta de que algo ha fallado en estos 40 años de democracia. Sólo este dato es suficiente: somos el segundo país del mundo con más desapariciones forzadas, después de Camboya.

Comparemos esta actitud con la de los políticos de derechas que tampoco vivieron el pasado traumático. Para ellos las preocupaciones de personas como Montoto Ugarte son “historietas de abuelos” o de “carcas de izquierda”. “Las fosas de no sé quién” son los más de 100.000 muertos, las 2.400 fosas sin exhumar y los familiares que reclaman sus cuerpos. No es que desconozcan la historia o no tengan memoria sino que, como aclara María Laura Martín-Chiappe, las derechas y sus votantes “se sienten representados por la historia oficial: esa es su memoria. Una memoria que aparece reflejada en los libros de texto, en las grandes narrativas, en el imaginario social”.

Construyendo memorias establece el vacío de conocimiento histórico heredado por la generación de sus autores/as: la historia de la represión no se estudia en los colegios porque no se llega a esa parte del temario o se enseña a través del tópico de “las dos Españas fratricidas” que obvia la represión de la dictadura posterior. Tampoco la memoria se ha transmitido fuera del ámbito privado porque, dice Manuela Bergerot Uncal, “el derecho cívico a la memoria en España ha sido reducido al ámbito de lo íntimo, de lo privado, eximiendo al Estado de cualquier responsabilidad” y, por tanto, no ha formado parte del debate público sobre nuestro pasado.

Ojalá hubiera muchas voces como las que se recogen en este volumen. Porque sí, los jóvenes deben saber quién fue Miguel Ángel Blanco y que ETA asesinó por pensar diferente. Igualmente, deben saber que la dictadura franquista hizo exactamente lo mismo durante 40 años largos, hasta sus últimos días, incluyendo en ese final los grupos de ultraderecha asesinos que operaron en la Transición."                     (Edurne Portela , El País, 29/12/19)

15/10/19

Edurne Portela: «La reconciliación y el perdón no siempre son éticos para la víctima»

 "La escritora debuta en la novela con Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg), la crónica de una época y una reflexión sobre las consecuencias de la violencia cotidiana.

Hace unos meses Edurne Portela (Santurce, 1974) participó junto al también escritor José Ovejero en el rodaje de un documental titulado Vida y ficción que inquiría a varios escritores españoles por los motivos de su dedicación a la escritura. Cuestionada sobre esto, la autora se retrotrae a su época de docente en Estados Unidos para recordar que «para mí la escritura desde siempre ha sido una forma de conocimiento. Si tenía que interpretar cualquier tema tenía que hacerlo a través de la escritura, y al escribir descubría un montón de cosas a través de la reflexión«. 

Pero fue con su anterior obra, el ensayo El eco de los disparos cuando advirtió que «había otro tipo de escritura que también me ayudaba a entender, todo lo que en ese libro había también de memoria, los relatos autobiográficos que incluí, me abrían la puerta a seguir indagando, pero lejos de la rigidez del ensayo académico». 

Y desde ahí ha dado el salto a la novela con la publicación de Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg), la crónica de una época y una reflexión sobre las consecuencias de la violencia cotidiana narrada desde los ojos de Amaia, una niña que se convierte en mujer en un pueblo de la margen izquierda del Nervión durante los años 80 y 90, donde todo es heroína, paro, detritus medioambiental, pelotas de goma y consignas asesinas, y donde la violencia no es sólo un problema personal.

Pregunta.- ¿Por qué el salto del ensayo a la novela, que aporta frente al ensayo esa exploración humana a la hora de comprender?  
Respuesta.- A mí lo que me ha aportado es la entrada a todo un mundo intuido de afectos, de intento de comprensión del mundo, del dolor propio y ajeno; al que a través del ensayo es imposible acceder. La ficción te da una forma de elaboración imaginativa con claves sobre cuestiones íntimas del comportamiento humano que no da el ensayo. La novela te puede ayudar a entrar en sintonía con ese mundo que se intenta reflejar, conecta con zonas de la intimidad o con momentos clave del lector; pero a la vez también conecta con la parte intelectual porque despierta una avidez de conocimiento. Es muy completa en ese sentido.

P.- ¿Cuánto es realidad y ficción, cuánto hay de Edurne en Amaia y en la novela?  
R.- Es una novela muy dura, así que me alegro de decir que casi nada. Lo que son los hechos que se narran, el sustrato biográfico de los personajes es pura ficción. Yo no he tenido esta vida y menos mal. Pero sí es cierto que todos los escritores dejamos algo de nosotros mismos no solo en un personaje, sino en todos, porque son seres que nacen de tu imaginación y experiencia. Entonces algunas cosas sí, muchas situaciones, pero esta no es mi vida. Aunque toda la cuestión del contexto social, sí son cosas que he vivido.
P.- Amaia vive desde la infancia rodeada de violencia de diversos grados, ¿cómo le afecta eso, en qué es distinta?

 R.- Hay que tener en cuenta que la novela está construida desde la voz de Amaia, desde sus vivencias infantiles y adolescentes, y en su relato queda patente cómo puede afectar todo eso. De niña tiene mucha ternura y sensibilidad, es muy curiosa y lista, y según va creciendo vemos cómo esa violencia que sufre dentro y fuera de la familia la va endureciendo y la transforma en una persona que necesita desarrollar una serie de estrategias buenas, malas o tremendas, para asentarse y afirmarse como un ser que sobrevive a todas esas experiencias. Su evolución está muy marcada por su contexto, podría haber sido otra Amaia.

P.- Toca superficialmente, en el sentido de que es desde los ojos de una niña, temas como la droga o el terrorismo, que allí eran el pan de cada día.  
R.- Todo está visto desde los ojos de Amaia, y en esas edades asistimos a su perplejidad de no entender lo que está pasando pero intuir que en muchos casos son cosas terribles. En realidad la novela solamente da pinceladas de esos mundos porque es lo que ella es capaz de ver y de procesar, sea en pensamiento o en diálogo. Es una novela con muchos silencios, muchas elipsis, no quiere explicar nada, que en muchos casos se da por sobreentendido pero está ahí.

P.- La novela muestra también la imposibilidad de mantener una asepsia total frente a muchos de estos temas, ¿aunque sea levemente hay que ir posicionándose?  
R.- Todos los personajes de la novela se mueven frente a este plano inclinado de una violencia brutal, y cada uno elabora unas estrategias diferentes. Porque claro, hay una violencia de la que puedes mantenerte más o menos distante, la violencia de ETA y su entorno, pero hay otras de las que no se puede escapar, que de alguna manera hay que asumir, enfrentar o huir de ellas, como la que está dentro de la familia.

P.- Apunta el tema de la huida, que llevan a cabo varios personajes, ¿es finalmente la única salida?  
R.- En el caso de Amaia hay una ida y un regreso, pero hay otros que sí, que se van y no vuelven. Su huída está interpretada desde su punto de vista, no podemos olvidar que siempre es su visión, muy diferente de la de otros personajes. El lector se puede preguntar hasta qué punto su subjetividad es real o está afectada por lo que ha sufrido. El mundo que ella ve es tan asfixiante que hay un momento en su vida cuya única solución es escapar. Ha llegado a un punto de no retorno, a un límite que ya no puede afrontar. Pero es cierto que, en general, hay una fuerza centrípeta, y son personajes profundamente humanos e incapaces de afrontar muchas veces las responsabilidades y ese mundo tan hostil para ellos.

P.- ¿Qué opina del fenómeno Patria? ¿A raíz de ese libro ya está normalizado hablar de ciertos temas difíciles en el País Vasco?

R.- Yo diferenciaría entre normalizado y posible. Normalizado no está, porque todavía hay muchas heridas abiertas y mucho trabajo por hacer en términos de asunción de responsabilidades y de duelo colectivo. La normalización llegará cuando hayamos hecho un trabajo hacia la convivencia, que debe hacerse dentro y fuera de Euskadi, está toda la cuestión de los presos, un tema difícil pero que sigue ahí. Todavía hay que reconocer muchas cosas, por ejemplo si hablas del GAL o de la tortura ya te llaman proetarra, cuando esto ha sido una violación del Estado de Derecho. Y hay un montón de crímenes de ETA que no se han resuelto todavía y cuyas víctimas siguen pidiendo investigación. Todavía estamos en un berenjenal considerable y creo que individualmente y como sociedad necesitamos hacer mucha autocrítica.

Por otro lado está la cuestión de qué se puede hacer ahora. Claro que se puede hacer mucho más que hace unos años, porque ya no hay una amenaza directa, no hay guardaespaldas. Ahora es mucho más fácil hablar de ello y además creo que tenemos otra conciencia que nos impulsa a mirar hacia dentro y hacia el pasado y asumir que es necesario afrontarlo. Patria se va a quedar ahí como un hito insuperable, pero creo que su éxito radica en que hay una necesidad de hablar de estos temas por parte de mucha gente que hemos alcanzado una madurez intelectual o creativa. Diferentes generaciones con una visión distinta. Bienvenidas todas.

P.- Sin embargo a la vez defiende que la literatura no debería ser un mecanismo de lucha contra el terrorismo, ¿por qué?  
R.- No, porque no concibo la literatura así. En El eco de los disparos ya defiendo que la literatura puede contribuir a crear un poso de empatía, de reconocimiento, puede crear una sociedad mucho más autocrítica y responsable de su participación en la historia. Aunque creo que estoy siendo muy ingenua, pienso que la novela, el cine o el arte pueden contribuir a cambiar el imaginario colectivo, pero lo que no pueden es acabar con una banda terrorista.

P.- Dentro del contexto que comenta de otro clima social, ¿todavía existen tabúes en el País Vasco? ¿Cuándo dejará de haberlos?  
R.- Hay un hecho que a mí me pareció un paso importantísimo en esto de la convivencia que fue el reconocimiento público que hizo el alcalde de Rentería Julen Mendoza (del partido EH Bildu) sobre las víctimas de ETA, en el que les pidió perdón por si en algún momento él o el ayuntamiento no habían apoyado lo suficiente o habían ahondado en su dolor. Me pareció un acto muy importante, porque nadie se espera esto en un pueblo como Rentería, con una historia tan sangrienta. Si en todos los pueblos del País Vasco hiciéramos esto se adelantaría muchísimo y se derribarían este tipo de tabúes que en algunos casos sí perviven. Pero que yo sepa, en otros pueblos están haciendo homenajes a los etarras, y ahí está el problema.

 P.- En el caso de Euskadi se habla, en cierto sentido, de perdonar y olvidar para seguir hacia delante, pero vemos que Amaia, no es muy capaz de ninguna de las dos cosas, ¿ocurre así en la sociedad vasca?  
R.- La novela no solo habla del conflicto vasco claro, habla también de la violencia del padre en el seno de la familia. Hay reconciliaciones y perdones que no son deseables y hay otros que sí se dan en la novela. Algunas de las violencias que ha vivido Amaia no sé si se pueden perdonar. No siempre la reconciliación ni el perdón son éticos ni sanos para la víctima. Es cierto que hay que potenciar la reconciliación, pero antes hay que cumplir unos requisitos."                   

2/10/19

Cara a cara entre la viuda y el asesino

"El 29 de julio de 2000 Juan María Jáuregui, político socialista de 49 años, ex gobernador civil de Guipúzcoa, fue asesinado en el restaurante Frontón de Tolosa, en Gipuzkoa, por los miembros del comando Buruntza, que lo mataron con dos tiros en la nuca. 

En junio de 2019, su viuda, Maixabel Lasa, comió con uno de los tres etarras que componían el comando, Ibon Etxezarreta, delante de las cámaras de Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cavanillas, para el documental Zubiak (ETA, el fin de silencio). Lasa no solo comió con Etxezarreta, sino que le cocinó en la sociedad gastronómica que ocupa el local donde anteriormente tuvo un bar restaurante la familia Jáuregui.

 "Nos une una historia que solo acabará cuando uno de los dos ya no esté aquí", le dice Lasa a Etxezarreta. Directora de la Dirección de Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco durante una década, Lasa conoce a Etxezarreta desde hace casi un lustro, cuando el preso de ETA se acogió a la vía Nanclares de reinserción. "Nosotros hemos estado varios meses preparando ese encuentro, porque no solo era que comieran, sino que se pusieran delante de las cámaras y hablaran", recuerdan en San Sebastián los codirectores Sistiaga y Cortés-Cavanillas. 

El documental, proyectado en el festival dentro de la sección Made in Spain, forma parte de una serie que la pareja ha filmado sobre ETA y el País Vasco para Movistar. Pero Zubiak, que dura hora y media, puede que se estrene también en salas.

En Zubiak la primera hora sirve para mostrar quién era Jáuregui, el primer gobernador de Gipuzkoa en poner la ikurriña en Legorreta, su pueblo natal, el político socialista que impulsó la investigación del caso Lasa y Zabala, cuyos cuerpos fueron hallados en Alicante tras haber sido torturados, investigación que le enfrentó al general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo. Más aún: el mismo Jáuregui, militante durante 16 años del Partido Comunista, había pertenecido a ETA y pasado año y medio en prisión durante la dictadura franquista. 

Todo este currículo era absolutamente desconocido para Etxezarreta, que sencillamente solo sabía que era un objetivo en su lista. Él condujo el coche del que se bajaron Luis María Carrasco y Patxi Xabier Makazaga para cometer el atentado.

 "Pero yo soy tan autor material como ellos, mi nombre está ligado al sufrimiento de sus familias de por vida", cuenta en la pantalla el exetarra, en prisión desde 2004 tras ser condenado por 20 atentados, cuatro de ellos con víctimas mortales. Sistiaga apunta: "Hemos tendido a hacer que las víctimas solo sean una fotografía de carnet. Hemos luchado porque Juan Mari sea una persona viva, que le corporeíces".

En Zubiak, recordando ese reguero de muertes —que en 2000 acabó con otras figuras claves como Ernest Lluch, Fernando Buesa o José Luis López de Lacalle— el expresidente del Partido Socialista de Euskadi Jesús Eguiguren expone cómo acabó mecanizándose el rito de enterrarlos y de buscar a un sustituto en el cargo del fallecido. Lacalle y Jáuregui eran muy amigos y a mitad de metraje sus viudas charlan sobre sus maridos, sus férreas convicciones políticas, a veces alejadas de las de ellas. 

Hay más testimonios sobrecogedores, como los del periodista Jaime Otamendi, que estaba con Jáuregui cuando lo asesinaron y que se plantea si pudo hacer algo (aunque Eguiguren apunta: "Juan Mari se sentía tan orgulloso de ser vasco que quizá bajó la guardia"); el de otro periodista, Gorka Landáburu, al que casi mata ETA con un sobre explosivo; el de Xavier Iraola, entonces alcalde de Tolosa, que no logró que toda la corporación condenara el atentado, o el de Ignacio Latierro, uno de los fundadores de la librería Lagun.

Pero la fuerza de las palabras de Lasa y Etxezarreta propulsan el documental. Para la viuda supone una satisfacción que de los tres etarras que acabaron con su marido, "dos se han arrepentido y saldrán de la cárcel con el trabajo hecho, sin creerse salvapatrias". El preso, que todas las noches retorna a la cárcel de Vitoria, "ha hecho un tránsito tremendo moral e intelectual", según Cortés-Cavanillas. Porque ni siquiera fue de los primeros en apuntarse a la vía Nanclares y hoy le dice a su compañera de mesa: "Yo nunca te he pedido perdón porque lo que hice fue imperdonable".

 Y explica sus dudas antes de iniciar los encuentros: "Te planteas cuáles tienen que ser los primeros pasos, si va a servir de algo". Y ambos recuerdan una de las primeras frases que ella dijo cuando se conocieron: "Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre". A lo que él remata: "Al final, hubiera preferido ser Juan Mari que Ibon". Pero Lasa intercede: "Vosotros, hoy, sois los mayores deslegitimadores del uso de la violencia".

Los dos cineastas explican: "Ibon es ahora un ser ético, y antes no lo era. Posee cierta moral. Solo vive su presente, no cree tener futuro. Este documental, pensamos, tiene muchos subtextos, reflexiones sobre el acercamiento de presos y sobre la evolución de Euskadi". 

Maixabel cuenta desde pantalla: "¿Sabes? Juan Mari soñó la noche anterior que lo mataban. Cuando vi su cuerpo y su sonrisa en la boca, parecía que decía: 'Me habéis matado pero esto lo vamos a ganar'. Ahora, hablando contigo, Ibon, siento que dejo atrás algo de mochila".                   (Gregorio Belinchón, El País, 21/09/19)

24/9/19

Viendo las caras de nuestros conciudadanos recibiendo en su pueblo a uno de los secuestradores de Ortega Lara Me pregunté: ¿es que ninguno de ellos fue capaz de pensar en el daño cometido por el homenajeado, en la tortura a la que sometieron a un semejante? Es la banalidad del mal que impone una corriente política en esos pequeños entornos, opresivamente cerrados, en los que discrepar o criticar implica ser rechazado o excluido... Es un sentimiento malsano de pertenencia a la comunidad, que impone la solidaridad con el asesino y el desprecio a la víctima...

"(...) cuando Israel juzgaba a Adolf Eichmann por genocidio contra el pueblo judío, la filósofa Hannah Arendt popularizó su famosa teoría de “la banalidad del mal”, después de asistir a ese juicio que acabó con el ahorcamiento del genocida en 1962. 

La tesis, fuertemente criticada entonces en Israel, aludía a la inconsciencia del mal producido, a la ausencia de una voluntad criminal expresa y a la inexistencia de rasgos violentos en su personalidad o enfermedad mental alguna. Se trataba simplemente de cumplir órdenes, de ascender profesionalmente, de actuar como “el primero de la clase” en el marco del sistema, de acatar el orden establecido, de simple burocracia, sin analizar el bien o el mal de sus actos.

 Viendo las caras de nuestros conciudadanos hace ya algunas semanas, recibiendo en su pueblo a uno de los secuestradores de Ortega Lara, recordé estos hechos históricos y, no sé si ingenuamente, les atribuí esa misma explicación. Me pregunté: ¿es que ninguno de ellos fue capaz de pensar en el daño cometido por el homenajeado, en la tortura a la que sometieron a un semejante y en los delitos por los que fue condenado?

En la organización de los ongi etorri a los miembros de ETA hay, claro está, un patético intento de justificar una trayectoria clamorosamente equivocada que solo ha producido tragedia y dolor. Incluidos ellos mismos. Lo grave es que haya gente dispuesta a hacer el coro a esa patraña y seguir consignas tan sectarias, como si nada hubiera ocurrido, inconscientes y ajenos a la crueldad de los crímenes que, en el fondo, reivindican con sus bengalas, sus aplausos y sus gritos.

Es la banalidad del mal, la convención social que impone la calle, secundando iniciativas de bares y cuadrillas, ensimismadas en su relato falsario. Es la banalidad del mal que impone una corriente política en esos pequeños entornos, opresivamente cerrados, en los que discrepar o criticar implica ser rechazado o excluido. 

Es la “moda social” que obliga a quedar bien con ese entorno. Es un sentimiento malsano de pertenencia a la comunidad, que impone la solidaridad con el asesino y el desprecio a la víctima, reiterando esquemas mentales pasados, equivocados, acríticos, fanáticos... felizmente superados por la realidad.

No. No se trata de burocracia o de órdenes legales, como explicaba Arendt su teoría sobre Eichmann. Es el clima social del pasado en algunos lugares dominados todavía por una subcultura de la violencia que siempre se defendió y nunca se criticó. Ni se critica todavía. No. No son solo amigos y familiares que le reciben, como dijo una dirigente de Bildu en Navarra para atenuar la repugnancia que habían producido esas imágenes. Eso puede hacerse en la intimidad, como lo están haciendo otros yéndose a casa con discreción y humildad.

Por eso es tan importante exigir la autocrítica a la izquierda abertzale y construir el relato recordando la verdad de las víctimas, sin reivindicar como héroes a los asesinos, sin homenajes a quienes solo merecen reproche social. Sin levantar las placas que en el suelo o en las fachadas de nuestras calles nos recuerdan los nombres de los asesinados, como ocurre en las calles de Bruselas, Colonia o Fráncfort en emocionado recuerdo de los judíos asesinados en el Holocausto.

 Hacen bien los partidos políticos vascos en exigir a Sortu ese nuevo paso en su camino a la democracia porque están en juego las convicciones sociales sobre el bien y el mal y la interpretación histórica de lo que fue nuestro trágico pasado. Es por eso una cuestión de moral pública y de justicia con la verdad. 

Es Sortu quien debe renunciar a ese patético intento de convertir en victoria lo que ha sido una derrota sin paliativos y un horror histórico para este pueblo. Son ellos quienes deben evitar esos espectáculos bochornosos e inadmisibles, que ofenden a la ciudadanía y desprestigian a nuestro país. Más aún, que ponen en duda la rectificación política que ellos mismos protagonizaron en el camino a la paz en 2011."                  (Ramón Jáuregui, El País, 18/09/19)

18/2/19

El Gobierno vasco ha puesto en práctica un programa educativo de respeto a los derechos humanos denominado Etikasi —aprender ética—. Gracias a él, jóvenes estudiantes vascos viajarán a Auschwitz para comprender sobre el terreno los niveles de deshumanización que puede llegar a alcanzar el ser humano... Ojalá un programa como este que ahora inicia el Gobierno vasco se hubiera puesto en práctica en Euskadi hace ya algunas décadas, cuando estaba activo el diseño de una tentativa totalitaria por parte de ETA implementada con el asesinato de más de 800 personas... el programa del Gobierno vasco es positivo, pero podría completarse con una enseñanza sobre el silencio ejercido, durante muchos años, por no pocos ciudadanos neutrales en Euskadi......

"(...) leo que el Gobierno vasco ha puesto en práctica un programa educativo de respeto a los derechos humanos denominado Etikasi —aprender ética—. Gracias a él, jóvenes estudiantes vascos viajarán a Auschwitz para comprender sobre el terreno los niveles de deshumanización que puede llegar a alcanzar el ser humano. Visitarán un campo icónico, convertido desde su origen mismo en el gran exponente del totalitarismo y de los crímenes contra la humanidad.

 Tiene un enorme valor la comprensión de espacios como ese. Son los lugares de las causas y las consecuencias de aquel inmenso hundimiento europeo del siglo XX y, en muchos casos, son todavía visitables.  (...)

Ojalá un programa como este que ahora inicia el Gobierno vasco se hubiera puesto en práctica en Euskadi hace ya algunas décadas, cuando estaba activo el diseño de una tentativa totalitaria por parte de ETA implementada con el asesinato de más de 800 personas. 

Ojalá las generaciones anteriores, entre ellas la mía, hubieran tenido la oportunidad de acceder, en el sistema educativo vasco, a una mejor comprensión de lo que sucedía en nuestro entorno inmediato. Y ojalá hubieran podido hacerlo a través de los espejos aumentados de las realidades nítidas e indiscutibles del exterminio nazi.

No consigo recordar, sin embargo, ni una sola vez en la que un profesor del colegio en el que estudié nos explicara qué era ETA y por qué no podía ser admitido el asesinato de seres humanos. Sé bien que no era solo una cuestión escolar, que sucedía igual en muchos otros entornos sociales. 

Entornos que vivían como si aquello no sucediera, que miraban para otro lado, que, de forma consciente o inconsciente, contribuyeron en la producción de un silencio que desempeñó un papel determinante para la continuidad en el tiempo de una organización terrorista cuya vida duró cinco largas décadas.

Cuenta la autora croata Daša Drndic, en su inmensa obra titulada Trieste, que, durante la II Guerra Mundial, trenes llenos de deportados salían desde el norte de Italia para atravesar los Alpes suizos en dirección a los campos de exterminio. Cuenta que lo hacían siempre de noche, a través del túnel alpino de San Gotardo. 

Quince kilómetros de túnel en una zona de tránsito estratégico que quedó abierta para el paso de aquellos trenes gracias a un acuerdo de Suiza con la Alemania nazi.

Desde el año 1943, más de 40.000 italianos salieron de Trieste en dirección a los campos polacos. Unos 9.000 eran judíos; el resto, partisanos y militantes antifascistas. Lo hacían atravesando las líneas ferroviarias cedidas para su uso por Suiza, país neutral.

Neutralidad viene del latín neuter —ni uno ni otro— y en los dilemas entre el bien y el mal, siempre desempeña un papel cómplice. Así fue en la Europa de la II Guerra Mundial. Y así fue también en la Euskadi en la que ETA mataba.

Es por eso que la razón invita a preguntarse por todos los túneles de San Gotardo, por todas las geografías de la neutralidad. ¿Cómo visitar los lugares simbólicos de quienes no encontraron diferencias entre los constructores de Auschwitz y quienes eran asesinados en sus cámaras de gas? ¿Dónde se localizan esos espacios cómplices? ¿Es posible una exposición sobre el silencio? ¿Puede levantarse un museo de la neutralidad?

Viene todo esto a mi memoria cuando pienso que el programa del Gobierno vasco es positivo en lo que busca, enseñar la maldad máxima que el ser humano ha alcanzado para alertar con ello de lo que son capaces las ideas totalitarias y educar en valores humanistas. Pero podría completarse con una enseñanza sobre el silencio ejercido, durante muchos años, por no pocos ciudadanos neutrales en Euskadi. 

Cinco largas décadas de violencia terrorista que solo fueron posibles gracias a que en nuestras ciudades y nuestros pueblos también había túneles de San Gotardo; vascos que nunca vieron nada, que miraron para otro lado, que nunca plantaron cara a ETA.

Aunque aquel silencio cómplice sea difícil de explicar, quizá llegue ya la hora de mirarlo de frente y reconocer que hubo un tiempo en que la ética no operaba en amplios sectores de la sociedad vasca. Sería de una enorme utilidad cívica con vistas al futuro.

Contribuiría, por ejemplo, a facilitar que las siguientes generaciones de vascos pudieran responder mejor ante nuevos dilemas que puedan plantearse en el futuro.

Todo un aprendizaje ético y cívico. Una sociedad consciente de las sombras de su pasado que actúa en consecuencia: nunca más el silencio cómplice de nadie cuando el mal aparece en cualquiera de sus formas."

Eduardo Madina es director de KREAB Research Unit, unidad de análisis y estudios de la consultora KREAB en su división en España, El País, 15/02/19)

27/11/18

13 víctimas, dos parejas rotas... Las cloacas del atentado que ETA nunca quiso asumir...

"El pasado 6 de noviembre, el diario 'Gara' informó de que la banda terrorista ETA llegó a publicar un último boletín interno (zutabe) antes de desaparecer del que no se había hablado hasta ahora. En este folleto, explicó el diario, la organización admitió que estaba detrás de dos atentados que no había reivindicado hasta el momento, el asesinato de tres personas en Tolosa (Guipúzcoa) en 1981 y la bomba que estalló en la cafetería Rolando de la calle del Correo de Madrid el 13 de septiembre de 1974 que se llevó por delante la vida de 13 ciudadanos. 

Este último fue, por lo tanto, la primera gran masacre perpetrada por ETA y, durante décadas, la mayor hasta que los terroristas hicieron explotar un potente artefacto en el Hipercor de Barcelona en 1987 que mató a 21 personas e hirió a otras 45. 

Durante más de 40 años, por lo tanto, la banda ha mantenido una mentira en relación al ataque a la cafetería Rolando. Sus dos etarras que perpetraron la masacre, Bernat Oyarzábal Bidegorri y María Lourdes Cristóbal Elhorga, no fueron nunca detenidos y, según publicó 'El Mundo' el pasado mayo ambos viven en Bayona (Francia) como matrimonio.

 Sus víctimas, por lo tanto, nunca fueron resarcidas jurídicamente y aún en estos momentos los familiares contemplan la impunidad en la que viven los verdugos. El pasado viernes, la asociación Dignidad y Justicia promovió en la Asamblea de Madrid una proposición no de ley (PNL) en la que reclamaba el reconocimiento de las víctimas de la cafetería Rolando. El grupo popular de la cámara regional hizo suya la propuesta y la elevó formalmente al pleno.

 La PNL pide que las autoridades impulsen la investigación de los 379 crímenes de ETA que aún siguen impunes, de los que 35 fueron cometidos en Madrid (13 de ellos en la mencionada calle del Correo). La banda no asumió inicialmente la autoría del atentado de Rolando porque hubo una división interna a consecuencia del ataque y se enfrentaron dos sectores.

 Según cuenta el libro 'Vidas rotas', durante los días previos al asesinato del entonces presidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, los terroristas que prepararon su atentado se fijaron en la cafetería por su posición estratégica, muy proxima a la Dirección General de Seguridad. Fue Genoveva Forest, su enlace en Madrid, quien sugirió el bar Rolando, al estar normalmente atestado de policías.

 En concreto, el 13 de septiembre de 1974, los terroristas colocaron un unos 30 kilos de dinamita rodeados de tuercas para ejercer de metralla en los aseos del local que acabó con la vida de 13 personas e hirió a otras 60. Efectivamente, 11 de los heridos eran policías. El techo de la cafetería se derrumbó sobre los clientes y la onda expansiva derribó los muros.

 La confusión protagonizó los minutos siguientes. Antonio Alonso Palacín -empleado de la fábrica de motores Abril- y María Jesús Arcos Tirado -telefonista en Alhama de Aragón- contrajeron matrimonio seis días antes. Ambos perdieron la vida tras la explosión. No fue, sin embargo, el único matrimonio que falleció aquel día. Baldomero Barral (de 24 años) y María Josefina Pérez Martínez también murieron. 

Félix Ayuso Pinel fue uno de los inspectores de Policía que ingresó herido de gravedad en el hospital de la Cruz Roja. Sobrevivió durante dos años y medio, hasta que el 16 de enero de 1977 murió por las heridas que le había provocado el atentado, el mismo día en el que ETA acribillaba a un ciudadano en Las Arenas (Vizcaya), Gonzalo Santos Turrientes, que salvó la vida a pesar de los cinco disparos que se incrustaron en su cuerpo. 

La profesora de Enseñanza General Básica (EGB) de Valdepeñas (Ciudad Real) Francisca Baeza Alarcón -que había ido a Madrid a hacer unas compras- también perdió la vida cuando tomaba café en Rolando con su prima Maribel González, que fue quien identificó

 Pero no solo fallecieron clientes. Gerardo García Pérez, camarero, casado y con tres hijos, fue uno de los tres empleados de la cafetería que perdió la vida. "Yo estaba en la barra, me disponía a cobrar a un cliente cuando, de pronto, sentí una gran avalancha de escombros sobre nosotros e intenté salir para afuera corriendo", recordó un compañero suyo, Emilio Candil, de 23 años, ante los medios, tal y como recoge la mencionada obra 'Vidas rotas'. "Oí gritos de socorro y me pareció como si perdiera el conocimiento; al despertar, vi a muchos que sangraban, igual que yo, en medio de los escombros, fue terrible", añadió. 

El también camarero Manuel Llanos Gancedo, de 26 años, ingresó todavía con vida en el hospital de la Cruz Roja, pero no llegó ni siquiera a ser intervenido quirúrgicamente. Francisco Gómez Vaquero, cocinero de la cafetería, fue rescatado aún con vida bajo los escombros por los miembros de la Cruz Roja, que calificaron el hecho como "milagroso". Sin embargo, el hombre de 31 años falleció posteriormente en el hospital Clínico de Madrid.

 Su mujer, de 20 años y con dos hijos, quedó viuda y comenzó a trabajar como asistenta para sacar adelante la familia, pues no recibió pensión de ningún tipo hasta muchos años después, como cuenta José María Calleja en su libro 'Contra la barbarie', una obra que también indica que los etarras querían inicialmente atentar en la Dirección General de Seguridad, opción que desecharon por la peligrosidad que para ellos conllevaba.

El ferroviario sevillano Antonio Lobo Aguado llevaba poco tiempo en Madrid, donde se había trasladado con su mujer y sus dos hijos por motivos laborales, cuando se encontró con la muerte en la calle del Correo. Luis Martínez Marín, Concepción Pérez Paino (administrativa de la Dirección General de Seguridad) y la estudiante María Ángeles Rey Martínez también perdieron la vida. 

El padre de esta última relató a Iñaki Arteta y Alfonso Galletero, autores del libro 'Olvidados', que su hija acudió a la cafetería con unas amigas, que se acercaron a la barra a pedir mientras María Ángeles fue a coger mesa. "Muchas veces me ha venido a la mente que, por apenas unos metros, mi hija no se salvó", recordó.

La investigación del atentado

"Ocho personas han sido detenidas en relación con el reciente suceso de la calle del Correo. Todas estas son miembros activos del partido comunista ortodoxo de Carrillo. La operación, llevada a cabo por la comisaría general de Investigación Social y la Dirección General de Seguridad, en colaboración con la Guardia Civil, ha permitido desarticular la compleja infraestructura de comandos E.T.A. en Madrid, actuando en conexión con los mencionados miembros del partido comunista".

Así rezaba un fragmento del periódico 'Informaciones' el 24 de septiembre de 1974. ¿Qué relación tenían estas personas con los dos terroristas? ¿Tuvo algo que ver el PCE en el atentado, tal y como aseguraba la policía? ¿Y qué había pasado con Oyarzábal y Cristóbal Elhorga?

Unos días antes de estas detenciones, la policía, todavía sin pistas, filtró a la prensa el nombre y la fotografía del vasco Justo Sansano, creyéndole implicado. Sin embargo, él demostró a las autoridades que el día del atentado se encontraba en Francia. Circularon todo tipo de rumores, como el de que el atentado había sido perpetrado por la ultraderecha.

Eva Forest, enlace de ETA

Pero todo fue más simple. En agosto, antes de la bomba, detuvieron tras un tiroteo al etarra José María Arruabarrena ("Tanque"). Le incautaron una agenda con el apunte "Rolando, 2.15-2:45". Tras el atentado de la calle del Correo, volvieron a interrogar a Arruabarrena y dio el nombre de Genoveva Forest. Comunista y casada con el dramaturgo Alfonso Sastre, fue quien sugirió a ETA atentar en la cafetería Rolando "para hacer algo más grande que lo de Carrero Blanco".

 El jefe de la Brigada de Investigación Social de aquel caso, José Sainz, explicó en una rueda de prensa que Genoveva Forest "era la máxima responsable de ETA V Asamblea en Madrid". Además, se encontraron en su casa ejemplares del libro 'Operación Ogro. Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco'. Ella era la autora.

Capturada por la policía, Genoveva Forest no tardó en facilitar los detalles de los dos etarras, aunque nunca fueron detenidos, porque escaparon a Francia. Forest también incriminó a personas de la izquierda antifranquista involucradas al haber alojado a miembros de ETA en sus casas.

"Muchos como yo no teníamos nada que ver, pero nos metieron en la cárcel igual", cuenta Lidia Falcón a El Confidencial 44 años después del atentado. La policía encontró en el bolso de Forest unas llaves, que pertenecían a Falcón. Poco después fue detenida. Falcón se sigue arrepintiendo por dejarle las llaves de su casa a Forest (ella vivía en Barcelona). "Si tuviera que volver a nacer haría otras cosas". Unos años más tarde escribiría 'Viernes y 13 en la calle del Correo' (Planeta, 1981).

La "heroína" ante el régimen

Lidia Falcón, que señala a Forest como coautora del atentado y encubridora de ETA, coincidió con ella en la cárcel. Recuerda la primera vez que la vio en la prisión: "Entró al comedor con aspecto de profeta y nos dijo a todas: "Esto ha sido lo más revolucionario que se ha hecho en España desde la Guerra Civil". Ella se veía "como una heroína ante el régimen franquista", aunque en público nunca llegó a reconocer que hubiera participado en el atentado de la calle del Correo. (...)

Con la amnistía de 1977 todos salieron en libertad y ni Genoveva Forest fue juzgada ni los terroristas buscados. Pero, ¿por qué ETA ha tardado tanto en atribuirse la autoría del atentado? "ETA no estaba contenta con la actuación de Genoveva Forest. Ella les había dicho que Rolando estaría lleno de policías. Fue un fracaso porque murieron muchos civiles", comenta Falcón.

El misterio del atentado de la calle del Correo fue alimentado tanto por ETA, que sufrió un cisma en la banda, como por los servicios secretos de la época, que lo vieron como una oportunidad para atacar a los comunistas. Los dos etarras han vivido en libertad hasta la fecha cerca de Bayona, en el sur de Francia."               ( , , El Confidencial, 11/11/18)

25/1/17

Le metieron un tiro en la frente a su perro. Por txakurra

"A S.A. le entraron de noche en la finca e hicieron pintadas a los caballos. ¡Cómo brillaba el GORA ETA en aquellos lomos asustados! 

A J.L.V., tras darle fuego al coche de su mujer, le enviaron la llave del portal con una amable nota: “Tenemos 47 copias y 47 personas dispuestas a darlo todo por eliminarte”. 

A M.T.C. e I.L. les atacaron a menudo la librería y una vez montaron una hoguera con los libros. Los nazis hicieron lo mismo con los de Freud y él se equivocó: “Es el progreso, en la Edad Media me habrían quemado a mí”. 

A J.R, seis décadas más tarde, le lanzaron una lluvia de cócteles, le abrasaron el 55% del cuerpo y le desintegraron la cara. Ahora es otro. Heine anduvo más certero: “Donde queman libros quemarán a seres humanos”.

A C.O. le asesinaron al hermano y por honrar la reliquia le pedían luego a gritos: “¡Hija de puta, devuélvenos la bala!”. 

A J.A.M. le destrozaron el medio de vida -una ferretería- y a P.E. -una furgoneta y utensilios de jardinería-. 

A A.S. lo lincharon casi hasta la muerte entre 17 púgiles y solo uno se mostró arrepentido de tan justo combate. 

A J.Y. al menos lo trataron de don Javier antes de secuestrarlo y matarlo. Había hierba en su estómago, o quizás caracoles como en las tripas de los fusilados de San Cristóbal. 

A J.M.A. le recordaban cómo evitar ese destino: “¡A., paga y calla!”. ¿Seguimos?

Y es que algunos ya reducen el llamado conflicto a una mera lucha, dos bandos, demasiado larga. Y no: muchísimo más que un ajedrez bélico, fue un buceo profundo en un pozo séptico de inhumanidad. Una cosa es mirar adelante y otra romper el retrovisor. 

A M.A. se le colaron en casa y le metieron un tiro en la frente a su perro. Por txakurra.

Por Xabi Larrañaga"            (Noticias de Navarra.  Sábado, 21 de Enero de 2017)

21/9/16

“Pero hay gente con la que mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y canalla como para olvidarlo”

"(...) Ahora, cinco años después del fin de ETA, aquellos estereotipos que eran la base de la comicidad se están alterando. “Se ha terminado la cataloguización permanente de lo rutinario. Antes era una exageración, cualquier decisión cotidiana estaba politizada: una carrera deportiva, la ropa, si decías egun on, el periódico que leías.... 

Cuando hemos visto que era una chorrada monumental, se ha diluido todo”, opina Borja Cobeaga, donostiarra de 39 años, uno de los creadores de Vaya semanita y coguionista de Ocho apellidos vascos.

 “Los grupos ahora están totalmente mezclados, antes eran mundos incomunicados. Las cosas se han relajado una barbaridad. Quizá a nivel institucional, político, o en algunas familias, no tanto, pero en la capa superficial de la sociedad se nota mucho”.

Las barreras eran también físicas, geográficas. Había calles, zonas o bares donde una parte de los vascos no entraba, por miedo o ideología, pero ya casi no existen. El Casco Viejo de San Sebastián era uno de esos lugares, visto como un bastión de la izquierda abertzale.

Había “castas”

Óscar Terol, donostiarra de 47 años, otro de los creadores de Vaya semanita, asiente: “Los grupos eran como castas, excluyentes, no podías entender a otro y había gente apestada, marginada socialmente, no podíamos compartir algo común. 

La ideología se vivía así, grabada a fuego, era potente como una religión, los vascos somos muy religiosos y nos hemos agarrado a la ideología como a una religión”. Además del fin del miedo, Terol apunta que el traumático paso de EH Bildu por el poder en Guipúzcoa, con grandes polémicas de gestión, hizo ver a muchos de los suyos que gobernar no era tan fácil.

El sentido del uniforme sigue estando muy marcado y sigue siendo relativamente fácil intuir el voto por la forma de vestir, aunque cada vez menos. “La batasunada sigue igual, vistiéndose como si bajara del monte, cultivan el feísmo, el chándal, los colores pardos”, apunta el escritor Juan Bas, director de Ja!, el festival del humor de Bilbao, y vecino del Casco Viejo de la capital vizcaína. 

“Sí ha cambiado lo de los bares, antes no entrabas a algunos por diatribas que se remontaban a las guerras carlistas. En el Casco Viejo ya no hay bares gueto, salvo algunos muy específicos”.

Cobeaga cree que “la estética borroka se ha quedado anticuada” y Terol confiesa que siente hasta ternura por quienes se aferran a sus símbolos: “Esas personas que mantienen una coleta, una ropa, un broche y dicen: yo vengo de este clan, el último mohicano de una especie… Es la cultura del caserío, que cada uno era un mundo propio, miles de maneras de entender una misma cultura. Una manera constante de reivindicar el matiz. Seguimos siendo tribales”.

Cobeaga explica el nuevo relax porque por fin se habría cumplido un deseo de Bernardo Atxaga: “Si los vascos nos quitásemos el peso que tenemos encima levitaríamos dos metros por encima del suelo”. No obstante, Bas cree que “la gente que jaleó en el pasado a ETA tiene interés en mezclarse, echar tierra sobre el pasado para decir que ahora todos nos llevamos bien y estamos en paz”.

 “Pero hay gente con la que mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y canalla como para olvidarlo”, concluye. Cuenta que cada día se cruza en la calle con un conocido representante de la izquierda abertzale “y hacemos los dos lo que tenemos que hace: mirar cada uno para otro lado”.                (Ïñigo Domínguez, El País, 14/09/16)

15/9/16

Le explica que desde que han aparecido las pintadas contra él en el pueblo ya no puede saludarle porque “le traería problemas... y el Txato le responde: "¿Alguna vez te han dicho que eres un cobarde?"

"(...)  PREGUNTA. Hay un momento en ‘Patria’ en el que Joxian se encuentra con el amenazado y luego asesinado Txato, que hasta entonces ha sido su mejor amigo. Le explica que desde que han aparecido las pintadas contra él en el pueblo ya no puede saludarle porque “le traería problemas”, pero que le saludará con el pensamiento. Y el Txato le responde: "¿Alguna vez te han dicho que eres un cobarde?". ¿La historia de ETA es una historia de matones y cobardes y poco más?

RESPUESTA. En parte, sí. Pero lo que yo ofrezco al lector es una ficción, ese episodio en concreto me lo he inventado. Eso no quiere decir que fuera imposible, porque en ese caso yo no lo hubiera introducido. Y a continuación extrapolamos, cometemos el error de Don Quijote que ataca el Teatro de Títeres por considerar que la ficción es real. 

En esa sociedad vasca en la que imperaba la violencia, y no me refiero solo a la violencia más llamativa, a la que llegaba a los periódicos, sino también a otra de tipo más cotidiano, hubo una gama muy amplia de comportamientos. Esos comportamientos no interesan a la historiografía por ser subjetivos y quedar fuera de su potestad. Esa es la mía, la del escritor de novelas. Yo estoy llamado a indagar en la condición humana desde la palabra escrita. 

Y la condición humana no se puede describir sin tener también en cuenta los comportamientos de las personas, lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Así, una novela no responde a la pregunta de qué pasó —que también—, sino a la de ¿cómo se vivió aquínbsp;Y el lector se pone entonces en la situación de preguntarse: ¿qué habría hecho yo? (...)

P. Por cierto que la 'omertá' que durante tantos años se enseñoreó del País Vasco pareció afectar también a la literatura sobre lo ocurrido, impresionantemente escasa para tan graves sucesos. Apenas un puñado de páginas, algunas de ellas escritas por usted. ¿Los escritores vascos pagaron su propio impuesto revolucionario con silencio? ¿Fueron tan cobardes como los demás?

R. Es que ese colectivo de escritores vascos no existe, no forman un grupo homogéneo. Existen vascos que escriben. De hecho, se supone que el escritor es aquel que se va a expresar desde una perspectiva propia. Si no lo hace, no está cumpliendo con su tarea. Y así lo que escriben unos se completa con lo que escriben otros. Ha habido escritores cómplices con el terrorismo, es evidente, han puesto su escritura al servicio de una causa.

 Es muy difícil dar frutos valiosos desde esa perspectiva, entre otras cosas porque no es la perspectiva de un hombre libre. Y después naturalmente ha habido miedo. Cómo no lo va a haber entre agresiones y asesinatos. A mí no me gusta juzgar desde la posición de uno que vive lejos a los hombres concretos que sufrieron esta situación.

 También es cierto que los escritores necesitamos un recorrido mayor que, por ejemplo, los periodistas que narran la actualidad. Pero nosotros introducimos en nuestros hábitos la humanidad completa, que decía muy perspicaz Ernesto Sábato. Conseguir esto no está al alcance de cualquiera. Uno lo intenta y puede fallar. De manera un tanto exculpatoria, entiendo que los escritores hayamos sido los últimos en llegar.

 Pero nosotros estamos llamados a dejar las palabras perdurables. Cuando nuestro testimonio tiene calidad estética, se convierte en universal. Recuerdo que cuando yo veía el 'Guernica' en los libros de texto con 10 años, ya me hacía una idea concreta de quiénes habían sido los malos durante la Guerra Civil. El hecho estético es irrebatible.

P. A propósito de la Guerra Civil. ‘Patria’ arranca con el final de la violencia armada y con la negativa de una viuda a aceptar el olvido como pilar fundamental de los nuevos tiempos. Se me ocurre una analogía con las víctimas la Guerra Civil. Los del bando nacional pudieron llorar a los suyos, mientras que los del republicano tuvieron que enjugar sus lágrimas durante cuatro décadas. ¿Las víctimas de ETA pueden hoy en Euskadi llorar en paz?

R. Las heridas todavía están abiertas y supurantes. Se siguen produciendo homenajes a presos de ETA liberados y en el pueblo los reciben con música y ceremonias de ensalzamiento. Puedo imaginarme que a una persona a la que le hayan matado al padre ese tipo de escenas le reproduzcan el dolor.

Que no haya atentados, sin duda alivia, aunque no tenemos la garantía de que no se vayan a volver a producir. Pero en la sociedad se nota que se han perdido la crispación y el miedo cerval que había hace unas décadas. Si a esta situación se le puede llamar 'paz'... 

No sé, no tengo prisa por ponerle un calificativo a la situación actual, en la que sí veo un deseo natural de distanciarse de aquella violencia. Un deseo natural que no es propiamente vasco, se da en todas las sociedades en las que ha habido conflictos sangrientos.

P. Pero su punto de vista es esperanzador. No vamos a destriparle al lector el final de la novela, pero apunta a un final positivo que sí parece un trasunto de su propia esperanza.

R. No quiero trivializar el concepto de la esperanza. Algo positivo hay al final de 'Patria', es cierto. Recuerdo que una víctima del terrorismo me acompañó en la presentación de ‘Los peces de la amargura’ y al final me amonestó porque no dejé un hueco a la esperanza. Esta fue una lección muy importante para mí. 

Negar la esperanza  es negar cierto triunfo que la víctima se reserva para sí. Yo he aprendido mucho hablando con las víctimas, me han dado grandes lecciones. Cené una vez con un grupo de víctimas y, vaya, si no me hubieran dicho lo que eran, habría pensado que era una despedida de soltera. No paraban de reír.

 En aquel ambiente en el que no tenían que explicar nada, porque todas habían compartido un mismo destino, había alegría, risas. Yo, que todavía era inmaduro, no lo comprendía, pensaba que debían vivir en un funeral constante. Hasta que aprendí que esa alegría era algo que no se habían dejado arrebatar por sus agresores.  (...)

P. Su perfil del etarra encaja en esa categoría de Arendt que señala la banalidad del mal. El terrorista, lejos de ser heroico o especial, no era más que el bruto del pueblo, el mismo chaval envenenado de testosterona y odio que disparaba perdigones a los perros. El problema de esta tesis es que resulta demasiado atractiva para los que nos consideramos inteligentes. Si eras inteligente, inquieto, leído, etc, ¿estabas completamente a salvo de caer en las redes de ETA? O de otra manera, ¿lo estuvo usted?

R. No, no, no, yo estuve tan expuesto como otros jóvenes vascos de mi edad a la doctrina, a la presión grupal, pero por determinadas razones no caí. Pero otros chavales de mi barrio cayeron y entraron en aquella espiral de la que ya no se podía salir. De ETA no se podía salir vivo. Me pongo a pensar qué salvó al muchacho vasco inmaduro con las hormonas alteradas que yo era. 

¿Por qué no fui de ETA? Tal vez por haberme criado en una ciudad donde el control sobre la gente es mucho menor que en un pueblo, donde te quedas sin amigos. Luego pienso también en la base cristiana de mi juventud, que reconozco desde mi ateísmo actual. La idea de que uno tiene que hacer el bien a los demás, la empatía con aquel que sufre. Y por supuesto viajar, conocer otros mundos, otras sensibilidades.  

P. Es un tema manido, pero ¿por qué cree que en los lugares donde anida el nacionalismo la Iglesia católica suele ser uno de sus principales valedores? ¿Son la religión y el nacionalismo ramas del mismo árbol?

R. Don Serapio es uno de tantos curas, aunque también hubo curas con escolta. Pero es cierto, como bien mostraba un reportaje demoledor de Antena 3, que el 70% del clero vasco es nacionalista.

P. Su novela se titula ‘Patria’ y la patria parece en ella el virus maligno que envenena todo lo demás, desde la convivencia a la amistad.

R. Absolutamente, el nacionalismo siempre pone un filtro. Siempre es tradicionalista, medieval, romántico, sacraliza la tierra. Y llevado a la política, el nacionalismo es muy peligroso.  (...)"                  (Entrevista a Fernando Aramburu, Público, 14/09/16)

26/3/15

El etarra Valentín Lasarte, de vinos y pintxos a 100 metros del bar donde asesinó a Gregorio Ordóñez

"Estuvo en la terraza de un local de la Plaza de la Constitución, en San Sebastián, unas horas después de haber sido puesto en libertad. No tiene ninguna orden de alojamiento de sus víctimas.

Eran en torno a las siete de la tarde cuando el sanguinario etarra, que ahora dice estar arrepentido pero que se niega a esclarecer atentados o ofrecer detalles sobre compañeros de ‘comandos’, apareció por el Bulevar donostiarra.

Lasarte, acompañado de un grupo de personas entre las que se encontraba algún familiar, se dirigió por las calles peatonales del casco antiguo hacia la Plaza de la Constitución, un lugar donde ya se le rindió homenaje a Iñaki de Juana Chaos, ahora en Venezuela, cuando salió de prisión.

Valentín Lasarte se sentó en uno de los bares de la plaza y allí degustó unos vinos y unos pintxos, según ha podido confirmar El Confidencial Digital a través de varios testigos presenciales.

Quienes pudieron ver al etarra que ahora dice estar arrepentido aseguran que estuvo muy tranquilo en todo momento disfrutando de sus primeras horas en libertad.
Se da la circunstancia que el sanguinario etarra se sentó en un local que se encuentra a sólo 100 metros del bar La Cepa. Allí, el ‘comando’ de ETA del que Lasarte formaba parte asesinó en enero de 1995 al concejal del PP en el ayuntamiento donostiarra, Gregorio Ordóñez.

El pasado mes de enero se cumplieron diez años de este crimen perpetrado por Lasarte y sus compañeros etarras que pegaron un tiro en la nuca al joven político vasco. (...)"             (El Confidencial Digital, 25/03/2015)

4/3/15

De Juana: «Me encanta ver sus caras desencajadas en los funerales. Su llanto es mi risa y acabaré a carcajada limpia»... que me expliquen cómo se puede perdonar a alguien así

"(...) Dentro de esa maldad, incomprensible para una mente normal, existen algunos ejemplos de terroristas que consiguen con sus actos, con su mirada o sus palabras, recoger la ira no solo de sus víctimas, sino de tantos ciudadanos que los recuerdan como monstruos. 

Uno de ellos es De Juana Chaos, que no solo asesinó a veinticinco personas, sino que desde la cárcel se dedicó a celebrar los crímenes que llevaban a cabo sus compañeros etarras como mejor le parecía, ya fuera pidiendo champán y langostinos para brindar por el éxito de un atentado, o escribiendo cartas, como en aquella ocasión en la que se jactaba desde la cárcel de que ese era un gran día y felicitaba a los ejecutores del doble crimen de Sevilla, por la precisión de su acción

. Decía en su misiva cosas tan descriptivas como esta: «Me encanta ver sus caras desencajadas en los funerales. Su llanto es mi risa y acabaré a carcajada limpia».

Tristemente, el funeral era el de mi hermano y su mujer, y supongo que el llanto era el de mi madre y el de todos los que los queríamos. Se pueden perdonar muchas cosas, pero que me expliquen cómo se puede perdonar a alguien así. 

Recuerdo que una vez leí que un compañero de filas etarras había dicho «jamás perdonaré a De Juana por la carta que escribió tras el asesinato del matrimonio sevillano». Que la crueldad no tiene limites es algo que los terroristas debían saber mejor que nadie, ya que la llevan dentro; pero se ve que de vez en cuando se desborda el vaso.

 En el vaso de De Juana no cabía más odio para poder escribir esa carta, de la que solo he citado dos frases por no parecer exagerada. Perdonen que sea tan gráfica cuando hablo de ETA, pero es que hay que serlo, que el tiempo pasa y solo los hechos verdaderos pueden desnudar la mentira de terroristas, cómplices y oportunistas políticos. No podemos permitirnos el lujo del olvido. (...)"           (TERESA JIMÉNEZ-BECERRIL, ABC – 26/02/15, en Fundación para la Libertad)


16/1/15

No, en realidad con el muerto no teníamos nada...

“F, a medianoche, tomando tisana. Describe un cierto procedimiento vasco de los años ochenta: la confección de la lista de chivatos. Momento importante en la vida colectiva. Se dieron casos como el del pueblo de 1.700 habitantes donde se llegaron a anotar más de 70. Apoteosis de la Guardia Civil. 

Se deduce que, a pequeña escala, pero siguiendo la lógica de 1936 a la lista iban a parar innumerables víctimas de la rencilla, ni siquiera política. F. da luego otra cita severa: un 80 por ciento de los crímenes etarras los ha decidido la facilidad, que alguien pasara por allí. 

Los terroristas buscaban la muerte, pero sobre el muerto no ponían remilgos. Bastaba que alguien ofreciera la información de que en el cuarto vivía un periodista, que un policía entrenaba en el frontón o que el panadero "chivato" empezaba a amasar a las tres. 

La facilidad del objetivo fue también una condición importante en los primeros meses de la guerra civil. De ahí que muriera tanta gente que, en un lado u otro, no tenía nada que temer. En los dos casos, asimismo, el asesinato tenía un carácter ejemplarizante, propagandístico, No, en realidad con el muerto no teníamos nada.”                      (Diarios.Blog de Arcadi Espada, 27-07-07)