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2/9/21

La mujer que más tiempo pasó en las cárceles franquistas

 "Manolita del Arco entró a prisión con la mayoría de edad casi recién cumplida y salió de la cárcel de Alcalá de Henares con 40 años.

 Esta es la historia de las "putas rojas". De las comunistas, de las que fumaban, y de las que pasaron décadas en la cárcel. En concreto, es la historia de Manoli del Arco, la madre del escritor y sociólogo Miguel Martínez del Arco; y la de sus compañeras: Paquita, Villa, Feli, Manola. Su hijo publica ahora 'Memoria del frío' (Hoja de Lata), donde hace un recorrido por la biografía de su progenitora

La mujer que más tiempo estuvo en la cárcel durante la dictadura franquista, casi dos décadas. Y por la de su padre, quién también fue preso durante 27 años. Y de las 5.463 cartas que se enviaron durante los 19 años que estuvieron ambos encarcelados a la vez. Martínez del Arco es el fruto de un encuentro en el breve período de libertad de ambos. Después de la concepción, de vuelta al calabozo.

‘Memoria del frío’ recorre las ciudades de Madrid, Bilbao, Donosti, Coruña. Las traslada a una época de tormento para unos, de goce para otros. Manoli del Arco cambió de identidad, de alojamiento, de vida. No fue suficiente para mantenerse a salvo. "¿Eres piculina?’", le pregunta una funcionaria en la entrada de prisión en Ventas; ‘’Pero qué dice. Yo soy una presa política’’. Y muy joven, arrestada por primera vez con 19 años en la calle Almagro

‘’Mi madre jamás habló de ese lugar pero estoy seguro de que en el Ministerio de Interior tiene que haber algo’’, explica del Arco a El Confidencial. Fue detenida una vez tras otra, por diferentes razones. ‘’5 de junio de 1943, Manuela del Arco Palacios acusada de delito contra la seguridad del Estado (....) condenamos a la procesada a pena de muerte.'' La clave era no desistir: al menos eso le recordaba Ángel -su amado- en cada carta y breve encuentro.

Carné de antifascista

¿Cuáles fueron los gravísimos eventos que cometieron estas mujeres para mantenerse presas tantos años? ‘’La represión franquista incentivaba el miedo para controlar a la población -con detenciones por tener el carné de la UGT-, pero también fue muy selectiva y depurada: querían diluir cualquier proceso de organización antifranquista, y la que mejor funcionaba en esos años era el PC. No cometieron ningún acto vandálico en concreto pero, cuando se conculcaron los derechos de reunión, comunicación en información, todo era delito. Hilaban bien para alcanzar cualquier elemento organizativo que quisiese derribar la dictadura de Franco’’, explica Martínez del Arco.

 El trabajo de investigación por el compromiso personal del autor con la historia y la búsqueda en el Archivo del PCE y el Archivo Histórico de la Defensa han sido claves para la construcción del relato: ‘’Me tomé casi dos años sabáticos y los primeros diez meses los pasé investigando. También recurrí a archivos por internet de Salamanca, Ávila, de PARES… luego solicité información al Ministerio de Interior. Me pedían un documento de identidad y el libro de familia para justificar que Manoli y Ángel eran mis padres. La solicitud fue hace un año y todavía no me han contestado.’’

 Pero las cartas son reales. ‘’Fue toda una sorpresa: abrí el arcón de mi cama y dentro de una bolsa, había un paquete. ¡Ahí estaban! Hay de 8 ó 9 años, el resto se perdieron'', sentencia.

Sororidad y humor

Manoli del Arco fue trasladada de tanto en tanto. En Málaga ingresó con veintiséis años después de participar en la primera huelga de hambre en 1946. Las presas fueron dispersándose entre las cárceles de mujeres de Saturrarán, Segovia, Córdoba, Alcalá de Henares o Ventas; la más concurrida. Después, en Segovia -donde permanecería ocho años-, se produjo la huelga de hambre que más repercusión tuvo junto a otras compañeras como Paquita Molina o Josefina Amalia Villa. Era enero del 49, faltaban siete años para su ingreso en Alcalá de Henares

 Las relaciones entre mujeres marcaron un punto de ¿apoyo?, ¿sustento?, ¿solidaridad?, en su vida. El reencuentro con su madre (Alicia) tras su primera amenaza, la crianza con su tía Angelines en Madrid, sus amigas de la infancia Feli y Manola y sus compañeras de celda. La relación de Manoli con Mary -que sería la ‘madrina’ de su hijo- duró hasta el final de sus días. También recuerda a la abuela Encarnación en Andalucía -que no llegaba ni a los 50, y que sabía lo mismo por vieja que por diabla-, y el contacto con presas comunes. Manoli apuntaba en su diario: ‘’Muchas mujeres son trabajadoras del campo que se han visto obligadas a delinquir. No tienen medios, no tienen formación’’. Y delinquen por necesidad o por venganza. ‘’Envidia llegué a tener de los muertos’’, le confiesa a Manoli la abuela Encarna.

 El autor explica que ''esas mujeres -Feli, Manola, Mary- son mi linaje, fueron mi familia real. Crearon espacios que hoy entendemos como feministas, aunque iban evolucionando. Mi madre no pensaba igual en los 40 que en los 2000, ellas cambiaban con las circunstancias a dos niveles: el mundo progresaba y ellas eran más permeables que los hombres, se impregnaban de los cambios de la sociedad más fácilmente. Por otro lado, se estaban produciendo acontecimientos que ellas mismas habían soñado. Mi madre nunca tuvo que cambiar de opinión respecto al aborto porque siempre estuvo de acuerdo, yo he crecido desde niño sabiendo que es un derecho de las mujeres.’’

 Manoli del Arco era lectora y el cura no entendía por qué prefería leer la biografía de Marie Curie -pasado el criterio de censura de los carcelarios- a los evangelios. A través de la ficción, su hijo arrastra al lector al seno de una época donde todas esas ‘putas rojas’ hacían apogeo de la sororidad entre las rejas. Y pasaban hambre y sufrían palizas, pero también se reían. El escritor recurre a la narrativa en prisión enfatizando el humor: "Yo que tuve la oportunidad de convivir con mujeres y hombres presos, pude apreciar una gran diferencia entre la lucha de ellas y la lucha de ellos. Las mujeres se ocupaban de los cuidados y de los espacios que tienen que ver con los afectos y relaciones personales. Los hombres tenían una visión más ligada al sacrificio y a la militancia heroica. Ellas, más empapadas de la vida cotidiana, encontraron en esos espacios de cuidados la libertad para sentirse vivas. Eso lleva al humor: a reírse de la norma, que constituyó una parte esencial de sus vivencias como opositoras’’.

Cartas de amor

Manoli y Ángel se conocieron en el inicio de la dictadura. Ella, camarada de apenas veinte años. Él, infiltrado en la Falange luciendo camisa azul y ganándose el respeto de su enemigo. Comunistas, compañeros: las cartas viajaban de celda en celda y de año en año con la esperanza de encontrarse pronto. ‘’Queridísimo mío, qué ganas tengo de verte’’. ¿Amor? ¿Necesidad de cariño? El intercambio de palabras entre presas y presos -entre Burgos y Saturrarán, entre Carabanchel y Málaga- para ‘aliviar la soledad’ era algo frecuente. ''Prisión de Segovia, 22 de diciembre de 1949. Dentro de dos días vuelve a celebrarse Nochebuena y una más que las circunstancias nos mantienen separados, ¿será la última? Esta es mi esperanza y no puedes imaginar la cantidad de proyectos que formo pensando que pudiera ser así. Tu Manoli.'' Cartas clandestinas porque no estaban casados. Manoli tenía veintidós cuando le conoció, no volvería a verle hasta los 40.

 1960. Ambos salieron de prisión; nació Miguel y poco después, Ángel Martínez regresó a la cárcel. El autor recuerda la dureza de verse privado de convivir con su padre, pero ‘’tuve una infancia dura, no triste’’. Se veían tres veces al año intentando aparentar normalidad. Un juego de actuación por parte de ambos. ‘’Salió de prisión con más de 70 años, muy deteriorado. Murió a consecuencia de las torturas y no le dio tiempo a reconstruir al completo su relación conmigo.’’

Manoli fue arrestada en varias ocasiones pero nunca volvió a prisión. Educó a su hijo rodeada de sus amigas y optando por alternativas poco frecuentes en los 60 y 70. "Era muy culta; los domingos me llevaba al Prado para hacer gymkanas conmigo’’, explica el autor. Manoli del Arco murió con 86 años por un problema cardíaco provocado por fiebre reumática. Tuvo tuberculosis renal -que le provocó grandes dolores en prisión- y problemas ginecológicos por los que, aparentemente, no podría ser madre. Lo fue. Y hoy su hijo publica una historia ficcionada de su vida. 

Sujetos activos

‘Memoria del frío’ -título que proviene de la continuidad de las bajas temperaturas en todas las prisiones, especialmente en Segovia- tiene un discurso cercano. Empatiza con las vivencias de las encarceladas y juega con los saltos temporales. ¿Cuál es la intención del autor más allá de la reconstrucción de la biografía de su madre? ‘’La reivindicación de que las mujeres fueron resistentes. Constituyeron, desde cualquier punto de vista, un espacio esencial para la lucha de la democracia. No solo tiene que ver con acontecimientos concretos, sino con una manera de ver la vida mucho más ligada a lo que hoy entenderíamos como feminismo. Salvo Dulce Chacón, siempre se ha tratado a las mujeres antifranquistas como víctimas de sus maridos, que estaban ahí casualmente. Y sí, puede que alguna estuviera bailando con un miliciano y justo le matasen por eso, pero no siempre fue así. No fueron objetos secundarios, fueron protagonistas. Tenían un pensamiento político y tomaron decisiones, a pesar, por supuesto, del machismo imperante''.

 Pero cuidado con la memoria histórica. Que no se tergiverse la intención crítica con llantos nostálgicos. ‘’Hay que anteponer la verdad, justicia y reparación; clave para resolver muchos de los problemas que tiene este país. Pero eso no suficiente. Hay toda una historia de vida que responde a una cosmovisión que debería formar parte de nuestra ciudadanía. No hemos generado un recorrido histórico, afectivo y cultural que tiene que ver con la gente que trató de construir un mundo diferente.’’

Edurne Portela recurre en el prólogo al termino de la posmemoria: los efectos de una experiencia no vivida, pero sentida como propia. Miguel Martínez del Arco redacta esta novela siendo parte de la historia, desde fuera y desde dentro: ''la vivo contada en mí''. Manolita del Arco fue criada por sus tíos en Madrid, dejó de ir a misa con 11 años y se alistó a la Asociación de Mujeres Antifascistas al inicio de la guerra. Y muchas cosas más: huyo a Bilbao, a A Coruña, dio cursillos -políticos y no políticos- con sus camaradas presas, no abandonando nunca el afán por el saber. Y fue madre y esposa. Martínez del Arco recoge la esencia de la linea de vida y la traslada en forma de novela porque no hay nada más real que la ficción."                      (Andrés Fanós, El Confidencial, 28/08/21)

30/4/19

Carlos Sentís, crónica para La Vanguardia (15 de mayo de 1945) dos semanás después de la liberación por el ejército norteamericano del campo de Dachau... Dante no vio nada y por eso pudo escribir sus patéticas páginas del infierno. Yo sí he visto Dachau y quizá por eso no sepa escribirlo...

"El campo nazi de Dachau fue liberado por las tropas del Ejército de los EE.UU el 29 de abril de 1945. Alrededor de doscientas mil personas fueron encarceladas en Dachau y sus campos satélites. 776 prisioneros eran españoles, de los que 70 fueron transferidos al subcampo de Allach.

Transcribimos el artículo del periodista Carlos Sentís, publicado en la Venguardia dos semanas después de la liberación del campo. Ni una palabra sobre los españoles.


Londres, 14, 7 tarde. (Crónica radiotelegráfica de nuestro enviado especial)

En el vasto mundo anglosajón hay una cosa que impresiona casi más que el final de la guerra en sí; el de los campos de concentración alemanes.

Yo sólo ha visitado uno. El de Dachau, en las afueras de Munich. Casi el último caído en manos del Ejército norteamericano. Visitándolo pasé un rato horroroso. Ahora, sobre el limpio papel donde escribo, no lo paso mucho mejor. 
Dante no vio nada y por eso pudo escribir sus patéticas páginas del infierno. Yo sí he visto Dachau y quizá por eso no sepa escribirlo. Lamento no ser notario para escribir un formulario con el léxico impersonal de los protocolos. 
Pero creo que puedo de todas maneras escribir en primera persona porque ni un solo lector que me haya seguido sobre la Prensa de España ha podido dudar jamás de mi ecuanimidad. A la cuenta de mi historial cargo el «doy fe». 
Se me dirá que más a Oriente de la propia Europa puede haber otros campos aterradores. Desgraciadamente, se puede creer en ellos. Pero no los he visto. Si los viese, movería exactamente mi pluma con la serenidad con que lo hago ahora.

La entrada de Dachau —sector amplio rodeado de un alto muro y de edificios cuarteleros— es muy trabajosa y minuciosa. Con nosotros —once periodistas— entra también Mr. Jefferson Geoffrey, embajador de los Estados Unidos en Francia. Los soldados norteamericanos nos ponen a todos en hilera, y con un aparato parecido al de los insecticidas nos meten por las mangas, debajo de las ropas, grandes cantidades de polvos desinfectantes «D.D.T.» que, con la penicilina, son el moderno «curalotodo». 
Quedamos todos como buñuelos para la sartén. Luego, una inyección del mismo producto: un pinchazo que todavía me duele. Un oficial norteamericano nos reúne. Las últimas instrucciones: en el campo, donde casi todos son detenidos políticos, hay tifus, disentería y otras enfermedades, docenas de moribundos y centenares de cadáveres insepultos de los dos mil que encontraron los norteamericanos al llegar. 
No debemos separarnos de los oficiales norteamericanos ni dar la mano a nadie aquí por razones sanitarias. Ante semejante programa me entran ganas de volverme atrás, pero fumando cigarrillos, comiendo pastillas, las manos protegidas en el bolsillo, penetro en el mundo fantasmagórico.

Avanzamos por una amplia avenida hasta el recinto rodeado de espino da, alambre. Hay banderas aliadas en todos lados, porque celebran los días de la victoria, que para ellos todavía no ha significado la ansiada libertad.  Conforme avanzamos, parece que vamos a entrar en una exposición o feria de muestras. 
Las muestras que cerca de la entrada, según después veré, son las mejores porque, por lo menos, pueden andar sin arrastrarse y no son contagiosos como otros que están en pabellones cerrados, de los cuales, a pesar de morir  muchos día a día, y después de una semana de la entrada de los norteamericanos, no pueden salir todavía.

Los paseantes o los que tienen libertad de movimientos dentro del campo van casi todos con el traje rayado de los presidiarios, pelados, con idénticos ojos inmensos en el fondo de sus órbitas, pero su nacionalidad es fácil de distinguir porque llevan toda clase de banderas, y los yugoeslavos y rusos llevan su uniforme militar casi completo. En sus barracas también hay banderas y distintivos. 
En las de los polacos hay dibujos improvisados, imágenes religiosas, que contrastan con la vecindad de la bandera roja de los rusos. De los treinta y dos mil detenidos que hay en Dachau la mayoría son polacos. Son los más serios y reservados. También son polacos 780 curas católicos del total de 1.350 curas, de los cuales sólo 50 no eran católicos.
 Los curas de otras nacionalidades, hasta hace unos días en que todavía no había salido ninguno (sólo lo han hecho unos poquísimos), se distribuían así, además de los polacos: 121 franceses, 69 checos, 31 italianos, 39 belgas, 30 holandeses y el resto entre alemanes y otras nacionalidades. Seminaristas, 108. En total representaban 40 Ordenes religiosas distintas.

Para darme éstos y otros datos, conforme avanzamos por unas especies de lazaretos donde los huesos vivientes recubiertos de piel toman el suave sol primaveral, que evidencia todavía más sus llagas, se me acercan toda clase de tipos. Todos me quieren contar su caso. 
Con grandes ademanes de afectuosidad me quieren presentar «casos especiales», con los cuales yo tengo que desobedecer las órdenes multares dándoles la mano o salir huyendo cobardemente a mitad de la conversación. A pesar de que los norteamericanos han hecho limpiar ya bastante, todo huele espantosamente.
 Basuras, toda clase de porquerías quemándose, en rincones apartados del campo, con lo cual se acusa, todavía más, el ambiente. A nuestro paso, oficiales norteamericanos, judíos y rusos, principalmente, son los que se levantan más o menos trabajosamente y se quitan respetuosamente la gorra.

Cuando nos paramos en un sitio, docenas de seres archisucios y que comen todo el rato pan con mantequilla (de los norteamericanos) por rincones, se precipitan sobre nosotros. Entonces, en mi interior se establece esa tremenda lucha: entra la caridad y la repugnancia. Yo me apego a los oficiales norteamericanos como de niño hacía en el regazo de mi abuela. Pero los norteamericanos nos dicen: «Todo eso no es lo importante. Ahora entraremos en el pabellón de los incomunicados.»

Uno de estos pabellones es exclusivamente de judíos. Aquí el olor a miseria humana es inaguantable. Hay muchos muchachos. Algunos tomando el sol por calles, son esqueléticos y tienen la barriga hinchada como una patata. Otros, amontonados sobre camastros de tres pisos, juegan a los naipes. Uno, en lo alto de la litera, con cara de pillete, me sonríe y muy divertido me señala algo en el suelo, debajo de él, entre dos literas. Voy allí para mirarlo.
 Es un cadáver reciente. El niño pillete se ríe a carcajadas al ver mi impresión. Casi al mismo momento, un moribundo que gime en la litera a ras de suelo, me tira de los pantalones. Quiere un cigarrillo. Voy fumando como una locomotora sin quitarme el cigarrillo de los labios. Salgo fuera tan pronto como puedo, pero en la calle tampoco puede respirarse.

Después, ya todo lo demás no me. interesa. Datos, nombres, nombres... Que si estuvo Sehusfihmgg con su mujer aquí mismo, en Dachau, hasta que le trasladaron hace poco; que si estuvo el obispo Piget y príncipes Leopoldo de Prusia y Borbón de Parma. Todo eso a mí no me dice nada ya. Oigo la gente medio loca que me dice al oído palabras de odio o rencor que prefiero no recordar. 
En distintos barracones nos invitan a entrar. Todo es tantrágico, que roza siempre lo grotesco. Unos portugueses y yo somos tomados aparte por unos franceses, siempre tan académicos a pesar de todo. Uno de ellos se suelta el discurso: «Nous sommes tres hereux de vous avoir par nous; je suis aussi, mes chers amis, écrivain; je prepare na texte sur Daehau», etc...

¡La locura! 

Pero los norteamericanos, metódicos, siguen infatigables. Ahora nos llevan al crematorio, donde por falta de combustible en las trágicas últimas horas de Dachau, y por ignorar los guardianes que estaban tan cerca las tropas de Patch, no pudieron quemar dos mil cadáveres entre los sacados de la cámara de gas (ejecuciones), o sacados de trenes en el colapso de los últimos días, y que se dejaron en una vecina estación, encerrados en vagones, muriéndose como moscas, mientras cundía el caos por todas partes.
 Los de allí afirman que Himmler circuló la orden original de salida para América, donde se ordenaba quemar a todos los detenidos del campo antes de entrar las tropas aliadas. 

De una especie de garaje o hangar —crematorio— van sacando cadáveres totalmente desnudos para echarlos a treinta y dos carros bávaros conducidos y cargados por alemanes, a los que se les obliga después a pasarlos, plenamente descubiertos, por algunos barrios antes de enterrarlos. 
A mi vista hay unos trescientos cadáveres, que se colocan en carros, con parihuelas, desde una especie de ventana. Son los que sacan aquella mañana. Cuerpos medio descompuestos. Una especie da vendimia macabra. 

Ni ustedes ni yo creo debamos entrar en esta perspectiva qué todavía me dan las retinas.

La nota del día de hoy en Londres ha sido las declaraciones de Goering, al que los periódicos, salvo alguno muy de izquierdas, no atacan demasiado, incluso le tratan entre ironías y humor. Los efectos de estas declaraciones he podido comprobarlos de manera muy personal estando en varios sitios de Londres y almorzando en un Club con Frank Wallace, quien visitó hace poco España invitado por el Patronato Nacional de Turismo y para cazar la cabra hispánica en Gredos. 
Todas las personas que me presentó en su Club comentaban muy favorablemente para España las palabras de Goering al general Patch, que reproducen textualmente todos los periódicos en esta exacta forma: "Patch le preguntó por qué cuando invadieron Francia no invadieron seguidamente España, y después de tomar Gibraltar no embotellaron en el Mediterráneo la Flota británica. 
Patch ha contado que, al preguntar esto, Goering agitó y levantó los brazos como si quisiese agarrar el cielo, exclamando: «Esta siempre fue mi opinión... Siempre, siempre, siempre y nunca se me hizo caso.» 

Aquí se aprecia tanto su contenido como el enardecimiento y vehemencia que puso repitiendo hasta tres veces una misma palabra. "                 

Carlos Sentís 

La Vanguardia, 15 de mayo de 1945"                 (Búscame en el ciclo de la vida, 29/04/19)

9/2/17

Sobreviviendo en las cárceles franquistas.. el 'club de Los Tumbados'


 Caricatura de El Club Los Tumbados, fechada en enero de 1941 en la Prisión Central de Tabacalera. | G. ROJO

"Hasta 1986 nadie sabía de la existencia de este selecto club, solo aquellos que pertenecieron a él y que al separarse decidieron mantenerse en el olvido. Tras la muerte de Antonio Peñil García, su mujer rescató del desván las caricaturas de El Club Los Tumbados, fechadas el 21 en enero de 1941 en la Prisión Central de Tabacalera de Santander. Ese dibujo descubrió a su hija Loli una faceta de su padre que hasta ese momento había guardado en silencio y que por ella fue detenido y encarcelado:

"Mi padre murió con 70 años (1916-1986). Tras su muerte fue cuando conocí al hombre luchador por un ideal y la defensa de una República elegida por la mayoría de los españoles: él pertenecía a las juventudes socialistas. Esa es mi pena desde entonces, no haber sabido mientras vivió de esa parte de su vida, tan importante para él. Nunca nos inculcó odio ni vivió odiando".

De los diez retratados solo conocemos la identidad de Antonio, el del medio de los personajes de la fila de arriba. De los demás lo desconocemos todo, salvo el perfil que una mano diestra dibujó sobre el papel. La obra está firmada con la inicial del nombre y el apellido del autor: G. Rojo. Es probable que perteneciera al grupo y se hubiera retratado entre sus compañeros. ¿Quién de ellos podría ser?

En agosto de 1937 cayó Santander y quedaron apresados 50.000 soldados republicanos. Los almacenes de la Tabacalera que estaban ubicados en la zona portuaria se convirtieron en improvisados campos de concentración, al igual que todos los edificios de grandes dimensiones de Santander, incluidos la plaza de toros, el campo de fútbol, las caballerizas del Palacio de La Magdalena o el seminario de Corbán. Sus grandes dimensiones permitieron almacenar a miles de republicanos como Honorato Gómez Iglesias a la espera de ser juzgados:

"De Las Salesas pasé a la Tabacalera, donde estuve mes y pico. Nos tenían en las naves en las que almacenaban los fardos de tabaco. El número allí era indefinido, todo el que trajeran cabía. Estábamos tumbados y los que no tenían sitio, sobre la pared de pie a relevos. En la cárcel de Santander tenías sitio, pero tenías que dormir de costado, lo que eran dos baldosas".
 De aquí la ironía de El Club Los Tumbados. (...)

El hecho es que en ese año había más de 3.800 presos republicanos hacinados en un espacio que no cumplía los más mínimos requisitos para esta función. Si hay un elemento común que se repite en los testimonios recogidos de aquella época son el miedo y el hambre. 

El frío, la enfermedad y las sacas le costaron la vida a miles de personas, mientras la propaganda del régimen insistía en la gran tarea que era la reeducación de los presos en los valores del nacionalsindicalismo que propugnaba el "Glorioso Alzamiento Nacional", que no dudó en usar la mano de obra forzada de los presos para realizar obras públicas o cedérsela a empresas privadas.

¿Cómo pudieron sobrevivir a las duras condiciones de vida que tenían en prisión? La respuesta la encontramos en la propia caricatura. Se formaron grupos de apoyo mutuo por afinidad ideológica o por paisanaje que tenían dos funciones básicas: mantener la moral ante la dureza del medio carcelario (falta de comida, malos tratos, hacinamiento, enfermedades, el miedo a que se ejecutasen las penas de muerte…) y de supervivencia, ya que dentro de los grupos compartían la comida que las familias les enviaban.

A partir de estos grupos, más tarde, se fueron organizando los partidos en prisión, que empezaron a desarrollar actividades políticas (realizaban propaganda, charlas de formación política y cultural, clases de alfabetización...) y reivindicaron la mejora de las condiciones de vida en prisión por medio de plantes y huelgas de hambre.

En 1941, cuando El Club Los Tumbados fue inmortalizado, en las prisiones franquistas penaban más de 230.000 personas, de ellas 20.000 eran mujeres."               (eldiario.es, 04/02/17)

15/9/16

Le explica que desde que han aparecido las pintadas contra él en el pueblo ya no puede saludarle porque “le traería problemas... y el Txato le responde: "¿Alguna vez te han dicho que eres un cobarde?"

"(...)  PREGUNTA. Hay un momento en ‘Patria’ en el que Joxian se encuentra con el amenazado y luego asesinado Txato, que hasta entonces ha sido su mejor amigo. Le explica que desde que han aparecido las pintadas contra él en el pueblo ya no puede saludarle porque “le traería problemas”, pero que le saludará con el pensamiento. Y el Txato le responde: "¿Alguna vez te han dicho que eres un cobarde?". ¿La historia de ETA es una historia de matones y cobardes y poco más?

RESPUESTA. En parte, sí. Pero lo que yo ofrezco al lector es una ficción, ese episodio en concreto me lo he inventado. Eso no quiere decir que fuera imposible, porque en ese caso yo no lo hubiera introducido. Y a continuación extrapolamos, cometemos el error de Don Quijote que ataca el Teatro de Títeres por considerar que la ficción es real. 

En esa sociedad vasca en la que imperaba la violencia, y no me refiero solo a la violencia más llamativa, a la que llegaba a los periódicos, sino también a otra de tipo más cotidiano, hubo una gama muy amplia de comportamientos. Esos comportamientos no interesan a la historiografía por ser subjetivos y quedar fuera de su potestad. Esa es la mía, la del escritor de novelas. Yo estoy llamado a indagar en la condición humana desde la palabra escrita. 

Y la condición humana no se puede describir sin tener también en cuenta los comportamientos de las personas, lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Así, una novela no responde a la pregunta de qué pasó —que también—, sino a la de ¿cómo se vivió aquínbsp;Y el lector se pone entonces en la situación de preguntarse: ¿qué habría hecho yo? (...)

P. Por cierto que la 'omertá' que durante tantos años se enseñoreó del País Vasco pareció afectar también a la literatura sobre lo ocurrido, impresionantemente escasa para tan graves sucesos. Apenas un puñado de páginas, algunas de ellas escritas por usted. ¿Los escritores vascos pagaron su propio impuesto revolucionario con silencio? ¿Fueron tan cobardes como los demás?

R. Es que ese colectivo de escritores vascos no existe, no forman un grupo homogéneo. Existen vascos que escriben. De hecho, se supone que el escritor es aquel que se va a expresar desde una perspectiva propia. Si no lo hace, no está cumpliendo con su tarea. Y así lo que escriben unos se completa con lo que escriben otros. Ha habido escritores cómplices con el terrorismo, es evidente, han puesto su escritura al servicio de una causa.

 Es muy difícil dar frutos valiosos desde esa perspectiva, entre otras cosas porque no es la perspectiva de un hombre libre. Y después naturalmente ha habido miedo. Cómo no lo va a haber entre agresiones y asesinatos. A mí no me gusta juzgar desde la posición de uno que vive lejos a los hombres concretos que sufrieron esta situación.

 También es cierto que los escritores necesitamos un recorrido mayor que, por ejemplo, los periodistas que narran la actualidad. Pero nosotros introducimos en nuestros hábitos la humanidad completa, que decía muy perspicaz Ernesto Sábato. Conseguir esto no está al alcance de cualquiera. Uno lo intenta y puede fallar. De manera un tanto exculpatoria, entiendo que los escritores hayamos sido los últimos en llegar.

 Pero nosotros estamos llamados a dejar las palabras perdurables. Cuando nuestro testimonio tiene calidad estética, se convierte en universal. Recuerdo que cuando yo veía el 'Guernica' en los libros de texto con 10 años, ya me hacía una idea concreta de quiénes habían sido los malos durante la Guerra Civil. El hecho estético es irrebatible.

P. A propósito de la Guerra Civil. ‘Patria’ arranca con el final de la violencia armada y con la negativa de una viuda a aceptar el olvido como pilar fundamental de los nuevos tiempos. Se me ocurre una analogía con las víctimas la Guerra Civil. Los del bando nacional pudieron llorar a los suyos, mientras que los del republicano tuvieron que enjugar sus lágrimas durante cuatro décadas. ¿Las víctimas de ETA pueden hoy en Euskadi llorar en paz?

R. Las heridas todavía están abiertas y supurantes. Se siguen produciendo homenajes a presos de ETA liberados y en el pueblo los reciben con música y ceremonias de ensalzamiento. Puedo imaginarme que a una persona a la que le hayan matado al padre ese tipo de escenas le reproduzcan el dolor.

Que no haya atentados, sin duda alivia, aunque no tenemos la garantía de que no se vayan a volver a producir. Pero en la sociedad se nota que se han perdido la crispación y el miedo cerval que había hace unas décadas. Si a esta situación se le puede llamar 'paz'... 

No sé, no tengo prisa por ponerle un calificativo a la situación actual, en la que sí veo un deseo natural de distanciarse de aquella violencia. Un deseo natural que no es propiamente vasco, se da en todas las sociedades en las que ha habido conflictos sangrientos.

P. Pero su punto de vista es esperanzador. No vamos a destriparle al lector el final de la novela, pero apunta a un final positivo que sí parece un trasunto de su propia esperanza.

R. No quiero trivializar el concepto de la esperanza. Algo positivo hay al final de 'Patria', es cierto. Recuerdo que una víctima del terrorismo me acompañó en la presentación de ‘Los peces de la amargura’ y al final me amonestó porque no dejé un hueco a la esperanza. Esta fue una lección muy importante para mí. 

Negar la esperanza  es negar cierto triunfo que la víctima se reserva para sí. Yo he aprendido mucho hablando con las víctimas, me han dado grandes lecciones. Cené una vez con un grupo de víctimas y, vaya, si no me hubieran dicho lo que eran, habría pensado que era una despedida de soltera. No paraban de reír.

 En aquel ambiente en el que no tenían que explicar nada, porque todas habían compartido un mismo destino, había alegría, risas. Yo, que todavía era inmaduro, no lo comprendía, pensaba que debían vivir en un funeral constante. Hasta que aprendí que esa alegría era algo que no se habían dejado arrebatar por sus agresores.  (...)

P. Su perfil del etarra encaja en esa categoría de Arendt que señala la banalidad del mal. El terrorista, lejos de ser heroico o especial, no era más que el bruto del pueblo, el mismo chaval envenenado de testosterona y odio que disparaba perdigones a los perros. El problema de esta tesis es que resulta demasiado atractiva para los que nos consideramos inteligentes. Si eras inteligente, inquieto, leído, etc, ¿estabas completamente a salvo de caer en las redes de ETA? O de otra manera, ¿lo estuvo usted?

R. No, no, no, yo estuve tan expuesto como otros jóvenes vascos de mi edad a la doctrina, a la presión grupal, pero por determinadas razones no caí. Pero otros chavales de mi barrio cayeron y entraron en aquella espiral de la que ya no se podía salir. De ETA no se podía salir vivo. Me pongo a pensar qué salvó al muchacho vasco inmaduro con las hormonas alteradas que yo era. 

¿Por qué no fui de ETA? Tal vez por haberme criado en una ciudad donde el control sobre la gente es mucho menor que en un pueblo, donde te quedas sin amigos. Luego pienso también en la base cristiana de mi juventud, que reconozco desde mi ateísmo actual. La idea de que uno tiene que hacer el bien a los demás, la empatía con aquel que sufre. Y por supuesto viajar, conocer otros mundos, otras sensibilidades.  

P. Es un tema manido, pero ¿por qué cree que en los lugares donde anida el nacionalismo la Iglesia católica suele ser uno de sus principales valedores? ¿Son la religión y el nacionalismo ramas del mismo árbol?

R. Don Serapio es uno de tantos curas, aunque también hubo curas con escolta. Pero es cierto, como bien mostraba un reportaje demoledor de Antena 3, que el 70% del clero vasco es nacionalista.

P. Su novela se titula ‘Patria’ y la patria parece en ella el virus maligno que envenena todo lo demás, desde la convivencia a la amistad.

R. Absolutamente, el nacionalismo siempre pone un filtro. Siempre es tradicionalista, medieval, romántico, sacraliza la tierra. Y llevado a la política, el nacionalismo es muy peligroso.  (...)"                  (Entrevista a Fernando Aramburu, Público, 14/09/16)

1/10/15

La Opereta del Rajá de Gorra, una obra de teatro estrenada por los republicanos españoles cautivos, dentro de los barracones del campo de Mauthausen

Un prisionero de Mauthausen yace en la nieve

"Pocas veces sabemos la verdad de los hechos históricos. Quizá nadie la sabe, ni siquiera quienes estaban en ellos y sólo vieron una parcela de la realidad y eso les impidió tener perspectiva.

En Mauthausen, en el campo de concentración cercano a la cantera de Wiener Graben, había una escalera llena de muertos cargando piedras a sus espaldas. 187 escalones de humillación y esclavitud.

La realidad del campo nunca la sabremos, hay demasiados que no pudieron contarnos sus experiencias y otros que prefirieron olvidar para reinventarse en una vida alejada de diez años de guerra y derrota.

Es difícil saber cuántos españoles murieron antes de comenzar los registros, casi imposible saber el número de desaparecidos entre campos de concentración y el maquis, pero lo que sí tenemos es la memoria, la que nos legaron humildemente los pocos que tuvieron fuerzas para agarrar un lápiz.

Dentro de esa miseria, de los hornos funcionando incansablemente, algunos supieron enfrentarse a la muerte de la mejor manera que sabían: viviendo. Y vivir es tratar de ser feliz hasta en los peores contextos. Eran jóvenes y anhelaban respirar, buscar los pájaros que no querían atravesar el campo porque las cenizas les impedían volar.

Cuando comencé a interesarme por Mauthausen, para construir un texto teatral, me encontré muchas sorpresas: un plan para sacar las fotos de la visita de Himmler al Lager (que fueron la prueba para condenar al dirigente nazi) gracias a Paco Boix; un niño procedente de Auschwitz que se paseaba vestido de bombero (un niño que ahora sigue pintando en Mallorca y con el que tuve una entrañable charla); los partidos de fútbol, los combates de boxeo o la Rondalla, la orquesta parcamente montada con instrumentos fabricados en el propio campo…

Pero fue hablando con Jacques, hijo de José Fernández, 'El inglés', que acababa de publicar las memorias de Luis García Manzano, Luisín, guardadas durante años por su padre, prisionero del campo de exterminio. Ahí estaba la clave que llevaba varios años buscando: La Opereta del Rajá de Gorra, una obra de teatro, con toda su parafernalia, estrenada dentro de los barracones.

A los nazis del campo los españoles les resultaban pintorescos por su desparpajo y su vitalidad ante la muerte. Poco a poco fueron consiguiendo alcanzar los trabajos donde no se moría y empezaron a organizarse. Dejaron a un lado las luchas entre anarquistas y comunistas y formaron un bloque común para sobrevivir.

Lo que no les arrebataba la enfermedad, la tortura o el hambre, se lo ofrecían a la parca suicidándose, tirándose desde lo alto de la cantera en "el salto del paracaídas", o lanzándose a la valla electrificada. Había que inventar algo para conseguir que los muchachos tuvieran quehaceres que los alejaran de la tragedia… ¿una revista de variedades con números de humor, poesía, claqué, gimnasia rítmica y las canciones de la Rondalla?

Sí, ésa era una buena idea. Así nació, de la mano de Antonio Díaz, la opereta que iba a ser recordada por todos el resto de sus vidas. Una comedia en cinco actos donde participarían prisioneros de varios países.

Todo el campo ayudó a su construcción y eso construyó su moral: la sastrería remendando trajes para vestuario; los de carpintería haciendo pelucas con las virutas de la madera y haciendo de tramoyistas; el maquillaje a cargo de los franceses que habían trabajado en la ópera de París; los decorados del Puerto de La Habana, dirigidos por Ramón Mila; los efectos de luces e instalación eléctrica a cargo de los electricistas... Toda una producción teatral que sin duda hubiera triunfado en las mejores salas.

El argumento: un emigrante que llegaba a La Habana y explicaba su odisea. A partir de ahí, españoles, polacos, checos, yugoslavos... dando el do de pecho para entretener a sus compañeros.

Eran los primeros días agosto de 1943 y nada parecía presagiar una victoria absoluta frente a Hitler, que amenazaba con emplear sus armas secretas y la superioridad en la batalla del ario común, así que había que seguir resistiendo y diseñar una red de solidaridad de mayor alcance.

Para eso servían los ensayos, para establecer debates y constituir un comité internacional de solidaridad que tomase las decisiones dentro del campo. Ni los judíos ni los soviéticos sobrevivían más de un par de días, eso nadie lo iba a cambiar. Pero con los demás debían intentarlo.

Tres días duró la representación de la opereta y los aplausos llegaron a Zeiris, comandante del infierno, que quiso hacer una función el día 11 solo para alemanes. El éxito fue rotundo y sonó a victoria, como si hubieran asestado un golpe dentro del corazón nazi. Habían ganado el derecho a ser personas, a sonreír, a dejar de ser mierda por un día. Infrahumanos, como Zeiris los llamaba.

Esa victoria moral les dio fuerza para gritar un "no" rotundo, semanas después, cuando quisieron enrolarles en la División Azul. Así, con el humor renovado, inauguraron el ''selecto'' Club de los Capricornios, al que sólo se accedía si tu esposa te abandonaba y la decisión quedaba acreditada por carta.

Con el carnet de entrada, a modo de bienvenida, se les hacía una caricatura con unos gloriosos cuernos. Tan dignos retratos eran expuestos en el barracón 12, el comedor.

Cuentan cómo una noche los mandos alemanes llamaron a los músicos para que les amenizaran la cena y el comandante Zeiris pidió a Juanito, el catalán, que entonase La dona e Mobile de Rigoletto. Él aprovechó para cantarla en catalán y, según dice Luisín, construyó la siguiente coplilla: La dona E mobile/sois unos cabrones/unos hijos de puta/y unos maricones/unos mal paridos/ dados por el culo/etc...

Eso sí, cantado muy seriamente junto al maestro Botella, quien dirigía la Rondalla. Al finalizar, los nazis aplaudieron como si se tratase del mejor tenor italiano.

Serrano Suñer había tratado de robarles la identidad al nombrarles "apátridas", ya no eran ni españoles, aunque su triángulo azul con la S les ubicase. Ahora eran luchadores por la libertad sin fronteras. De hecho, casi ninguno regresó nunca a España y tardaron decenas de años en obtener del gobierno español algún mínimo homenaje.

Algunos supervivientes que se reunían durante los años 60 y 70 en casa de 'El Inglés', decidieron no destapar estas ''diversiones'' por miedo a que no fueran entendidas en su dramático contexto. Decidieron ocultar lo que les había hecho humanos, una dicotomía dentro de otra. Sin duda, nada más lejos de la realidad.

Esa búsqueda poética de la felicidad, de la juventud, esa celebración de la vida era la lección más compleja. Pero la sociedad, como ahora, no estaba preparada para entenderlo. Era más sencillo hablar sólo de la muerte y cosificar a los prisioneros, haciéndoles números y uniformes rayados.

Una de las anécdotas más graciosas de la opereta fue la que le ocurrió a Manuel Peris, que interpretaba a Lolita, la rubia. Los maquilladores franceses eran tan buenos que le habían transformado en una verdadera señorita cuando entró un Unterscharfürer SS.

El nazi, al ver a la rubia, la Lolita, la agarró del brazo para llevarla al burdel, pensando que se había fugado de allí. Peris, por supuesto, protestó, pero el nazi siguió arrastrándole hacia la puerta hasta que, en un acto glorioso, mostró la fe de bautismo al incauto alemán que no pidió la cuenta y se marchó tan aprisa como su vergüenza le permitió.

Al salir, todos se miraron y soltaron una carcajada que duró horas. Era un pequeño triunfo, otra pequeña victoria y así se tomó cuando la historia corrió por el campo. Se estaban riendo de los nazis, quizá la única arma que podían tener contra ellos.

Luisín, en su manuscrito, dejó alguna de las letras de Ricardo Garriga que cantaron en la opereta aquellos días. Me resulta emocionante leer estas estrofas e imaginar cómo fueron interpretadas en aquellas funciones. Así cantaba el emigrante recién llegado a La Habana:

Tengo en España mi pueblo
mis ilusiones y amores
y una mujer que me quiere
tan bella como las flores.
Con las esperanza de verla
y de brindarle mi amor,
no me amargan las penas
ni de la vida, el cruel dolor.
Y al regresar, con gran pasión
le cantaré esta canción.

(Morenita, de Ricardo Garriga. Para La opereta del Rajá de Gorra)

Sirva este artículo de homenaje a los hombres que me regalaron su experiencia y la asociación de Amical Mauthausen por su inestimable ayuda. A veces, viendo cómo está el mundo, miro a la ventana y sonrío sabiendo que, como decía Neruda: "Podrán arrancar todas las flores, pero no podrán detener la primavera".              (Rubén Buren , Diagonal, 29/09/15)

9/3/11

María Topete... fue la encargada de separar a muchos de los niños de sus madres presas y entregarlos a los conventos

"María Topete (1900-2000) fue una de las carceleras más crueles de las prisiones para mujeres de Madrid durante la posguerra.

Ella fue la encargada de separar a muchos de los niños de sus madres presas y entregarlos a los conventos. Era la ejecutora de la doctrina del doctor Antonio Vallejo-Nágera: salvar a los hijos de las rojos porque ellos no eran culpables de la deficiencia mental de sus padres. (...)

¿Cómo llegó a conocer la historia de la carcelera María Topete?

Algunas de las mujeres que salen en La mujer del maquis pasaron por la prisión maternal de Ventas y San Isidro, y todas hablaban de una carcelera terrible que se llamaba María Topete. También leí la recopilación que hizo Tomasa Cuevas, magnetofón en mano, de los testimonios de sus compañeras presas. Y en esta lectura vi que María Topete era un personaje transversal en la memoria de las mujeres republicanas que fueron madres.

¿Cómo era María Topete?

Lo que me fascinó es que era una mujer de una familia ilustrada que se convierte en alguien cruel. Era una mujer conservadora, monárquica, criada en un ambiente social donde no eran golpistas. Una católica acérrima, pero no era fascista.

En su novela también narra la educación represiva que recibió, canalizada principalmente por ese fanatismo católico.

Sí, porque lo que he intentado es poner a María Topete en el contexto con todas esas influencias del catolicismo añejo que la lleva a pensar que es su deber salvar a los hijos de los rojos porque, según Vallejo-Nájera, tenían un defecto genético. (...)

Sin embargo, también fue víctima de una ideología.

Sí, ella es víctima de su fe y pasión mística. También pasó siete meses en el cárcel, donde se vio sometida a vejaciones que la marcaron de por vida. Pero ya antes tenía un posicionamiento político. Era gilrroblista, estaba en Acción Católica... (...)

Otro de los aspectos que usted toca en la novela es el de los niños desaparecidos tras nacer en las cárceles franquistas. ¿Ese secuestro de niños fue ideológico o social?

Hay dos etapas. Una, la que se ha descubierto últimamente, que se deben a mafias que pueden venir derivadas de lo que ocurrió en la posguerra y los agujeros que dejó la ley hasta 1999. Pero las adopciones o desapariciones de la primera etapa, según mi investigación, son de carácter ideológico.

Al menos los casos que he trabajado, que son los de las cárceles de Ventas y San Isidro, en Madrid. Había una motivación ideológica basada en las teorías de Antonio Vallejo-Nágera, que pretendían salvar a los hijos de los rojos disfrazado de una caridad católica que venía a decir: "Somos tan generosos que estos pobres niños no son culpables de los defectos de los padres". Y esto fue así durante buena parte de la posguerra. (...)

Desde que empezamos esta entrevista vemos como la Iglesia está detrás de la historia más reciente de España. Desde la represión de María Topete a los niños desaparecidos.

Sí, la más añeja y más rancia. Yo sé que se ha intentado abrir los archivos de los conventos para saber dónde han ido a parar esos niños... Pero va a ser un periodo muy complicado de conocer.

Cierto que hay algunos testimonios. Pero están muy escondidos. No se ha hablado de esta represión.

Pero no porque no haya habido gente que no haya trabajado en ellos. Lo que ocurre es que la Transición fue tan intensa que, yo por ejemplo, no me paré a buscar esto. Pero no es cierto que ahora nos estemos inventando la memoria.

Lo que ocurre es que el imaginario colectivo en la Transición estaba en otra parte. En la libertad, en la Movida..., pero no creo que se hubiera olvidado, sino que mirábamos a otro sitio. (...)

¿Qué es lo que más le ha impactado mientras escribía esta novela?

La fortaleza de las protagonistas. Están todas noveladas y hay personajes inventados como Jimena, que es un trasunto de varias presas republicanas.

Pero me ha sorprendido que en medio del dolor nunca perdieran el sentido del humor. Me impactó que en medio de todo aquello tuvieran ganas de cantar o disfrazarse en los baños.

Yo las he preguntado por esto a ellas y me han contestado que era la juventud o la necesidad de vivir. También es muy sorprendente la solidaridad y las ganas que tuvieron de reivindicarse frente a sus compañeros. Porque se ha escrito mucho de los presos del PCE, pero casi nada de las presas del PCE.

Ellas tienen el sentimiento de que estuvieron en la cárcel, murieron como chinches, pero la historia de los partidos que las ha ninguneado.

¿Qué ha quedado de estas mujeres en nuestra sociedad actual? ¿Ha calado su lucha?

No. Depende de los ámbitos en los que te muevas. Escuchar a estas mujeres me atrae muchísimo, porque si hablas con ellas son tolerantes..., pero sin olvidar." (Público, 08/03/2011)

7/10/10

La 'muerte afectiva'... el abandono de las presas por sus familiares

"(...) Es lo que presas francesas de campos de concentración llamaban muerte afectiva. Significa que los hombres renegaron de las que habían sido sus parejas. Les dejaron abandonadas en las cárceles y reorganizaron su vida con mujeres que no tuvieran significado.

Ninguna mujer ha hecho eso. Por último está la violencia privada: la machista en casa, casos de violencia de género de hombres que maltrataban a mujeres que habían querido y que están sin documentar. Aparte de los fascistas, también hubo republicanos. (...)

En Saturraran, murieron 177 mujeres y 59 niños.

M.G.: Es que, además, ningún hombre se hacía cargo de sus hijos. En 1939 los franquistas cambiaron algunas leyes. A los 3 años ya no podían estar allí. Además, no eran registrados. Sólo sus madres. Había una ley, incluso, que, una vez fuera, si el niño no se acordaba de sus apellidos, se le podía cambiar el nombre. Se calcula que hay más de 10.000 aún desaparecidos.

E.B.: El libro incluye una carta, de un adulto que de niño fue enviado de la cárcel a familiares de Extremadura. Volvió a buscar a su madre. En Ondarroa, durmió en una cueva y cogió una pulmonía. Un baserritarra oyó sus toses y se lo llevó hasta hoy.

M.G.: El auxilio social servía entonces para que los menores se dieran cuenta de que habían fusilado a sus padres con derecho. (...)

Las tropas fascistas italianas tomaron Ondarroa. Entonces, los hombres se marchan, escapan; otros van al frente, y se quedan solas las mujeres, que son violadas. En una canción popular de Ondarroa le preguntan a un niño a ver por qué es de color negro y responde Italiarrek jakingo dute. (...)

En los testimonios recogidos por Tomasa había mucho humor. ¿La película también lo contempla?

E.B.: Cuando asumes un trabajo de esta dimensión, te da temor incluirlo. Ahora, si quieres hacerlo realista, en la película hay dos o tres secuencias que están limpiando la ropa, cantan… Había diversión y la protagonista tiene un enamoramiento con un joven de Ondarroa... No pueden ser personajes uniformes y monolíticos. Tiene un punto de humor.

M.G.: De todos modos, si para la película se hubieran tomado frases con humor reales dichas por presas, el público las hubiera considerado como un fallo. Rosario Dinamitera cuenta que a ellas les racionaban el agua. Les daban un vaso al día y debían elegir si lo empleaban para beber o para asearse. Se decían: ¿Qué hacemos con esto: nos lo bebemos o lo dejamos para la noche?

11/3/10

El judío que se salvó con la risa

"En mitad de la visita, Hilsenrath pide un cenicero a su joven esposa. Acepta un cigarrillo y recuerda: "Una vez, en el gueto, me colé en un tren de la Cruz Roja que evacuaba huérfanos. Me sorprendieron sin papeles y me detuvieron con otros ilegales. Montaron dos ametralladoras para fusilarnos, pero un oficial nos mandó de vuelta al gueto. Un soldado rumano nos ofreció cigarrillos. Después de aquel susto, el tabaco me supo tan bien que no lo he dejado nunca". El tabaco mata menos que los nazis. Hilsenrath se ríe.

Regresó a Alemania hace 35 años, "sin haber olvidado nada" e "intentando no pensar en los seis millones". El Holocausto es "un suceso clave" en su vida y en sus libros. En su primera novela, el protagonista es un paria del gueto de Mogilev-Podolsk. "Yo no lo tuve tan mal, teníamos un salvoconducto que nos protegió de las deportaciones al Este". En la Ucrania ocupada, al otro lado del río Bug, esperaba la SS, que asesinaba a todos los judíos. Es común entre los supervivientes "un sentimiento de culpa impreciso, porque uno ha salido de allí y tantos otros no". Celan, Levi y Améry se suicidaron. Hilsenrath vuelve a reír: "Yo no me he suicidado, como es obvio: muy al contrario, se me desarrolló el sentido del humor". (...)

Cuando fantasea con regresar a Alemania, a Bronsky lo recibe un tipo con pinta de nazi y secretario general de Culpa y expiación (así tradujeron al alemán Crimen y castigo). Le dan dinero, chicas y una vivienda. Es una parodia de la hipocresía de la posguerra alemana, "porque no hay expiación posible, ni siquiera castigo adecuado para el Holocausto". ¿Y cuando Angela Merkel va a Yad Vashem? El "no" de Hilsenrath es rotundo: "Creo que Merkel es sincera, como su generación".

Hilsenrath regresó "por el idioma". En su novela Última estación: Berlín, el protagonista vuelve con el plan de matar a un compañero que lo maltrató en la escuela por judío. Se encuentra con un hombre amable, socialdemócrata y socio de Amnistía Internacional. Su odio se disipa. "Aquel niño existió, pero yo no fui a matarlo; vive cerca de Halle. Yo ya no tengo afán de venganza". ¿Desde cuándo? "Hará dos años". (Edgar Hilsenrath: El judío que se salvó con la risa. El País, ed. Galicia, cultura, 28/02/2010, p. 47)