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2/2/24

La deshumanización del otro, antesala de la agresión... A lo largo de la historia, en diversos conflictos se ha utilizado la deshumanización de determinados grupos para generar un clima social permisivo con la violencia.

 "«El genocidio empieza por la deshumanización», dijo Adama Dieng, asesor especial sobre la Prevención del Genocidio de las Naciones Unidas, en 2014. Pero su frase resuena con fuerza en la actualidad. Son numerosos los expertos que señalan cómo el discurso del odio suele preceder a la violencia a gran escala, algo que ha quedado patente, por ejemplo, en el marco del conflicto palestino-israelí, después de que el ministro de Defensa de Israel afirmara: «Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia».

No se trata de un mecanismo nuevo, ni inocente. A lo largo de la historia podemos encontrar innumerables ejemplos; y probablemente el más analizado sea el que acompañó al Holocausto. Ratas, piojos, cucarachas, zorros, buitres son algunos de los animales que los nazis usaban para definir a los judíos y despojarlos así, a través del discurso, de sus características humanas. En otras ocasiones, especialmente tras el inicio del Holocausto, la propaganda nazi optaba por retratar a los judíos como agentes insidiosos y astutos de malevolencia, en un intento de demonización.

En los procesos de colonización también se utilizó un discurso deshumanizador para legitimar la privación de derechos a los pueblos indígenas de los territorios conquistados. Así, los indios americanos eran directamente «salvajes», mientras que el cristianismo y la raza blanca eran sinónimo de «civilización» o «humanidad». Esto quedó claramente reflejado en el imaginario social construido por la literatura, la plástica y la historiografía, que siguió reproduciendo esos mismos clichés hasta prácticamente la actualidad. Lo mismo ocurrió en Asia o en África, donde el colonizado era comparado frecuentemente con animales. Como denunció el psiquiatra Frantz Fanon en su libro Los condenados de la tierra, «el lenguaje del colono es un lenguaje zoológico».

Otro caso paradigmático sobre el que se ha hablado mucho es el del genocidio ruandés. En la Radio Télévision Libre des Mille Collines el odio a la minoría tutsi se azuzaba con lenguaje degradante y calificativos animales. Se comparaba a los tutsis con cucarachas, serpientes y conejos «que había que matar».

Se trata de un concepto habitual en las guerras, especialmente en la lógica genocida, en la que está muy estudiado. La deshumanización es la cuarta fase de las 10 etapas de genocidio establecidas por el profesor Gregory Stanton. Tras clasificar a las personas entre «nosotros» y «ellos», establecer símbolos visibles de dicha clasificación y restringir los derechos del subgrupo minoritario, llega el momento de despojarles de su humanidad, comparándolos con animales, demonios o enfermedades. A pocas fases de distancia llega la preparación para el exterminio, la persecución y los asesinatos en masa.

Evidentemente, no hace falta deshumanizar a alguien para agredirlo, pero son muchos los expertos que han alertado de que estos procesos de deshumanización se asocian a una mayor disposición a perpetrar la violencia. Por otro lado, como explicó Nick Haslma a la BBC, hay poca evidencia de que el lenguaje deshumanizador cause el comportamiento violento, pero hay muchísima evidencia de que lo acompaña. Las personas que deshumanizan a otras son mucho más propensas a tratarlas mal.

Por un lado, la deshumanización hace más fácil para el perpetrador ser cruel con su víctima. Al fin y al cabo, los seres humanos contamos con numerosas prohibiciones morales y reticencias psicológicas que nos impiden hacer daño a otros. A priori, a todos nos parece inconcebible matar a otra persona, y aquellos que forman parte del brazo ejecutor de un genocidio, por ejemplo, no tienen por qué ser una excepción. La deshumanización funciona así como una manera de subvertir las inhibiciones sociales contra la violencia. Matar a un gusano siempre será más fácil que matar a un hombre o una mujer.

En este contexto, el lenguaje es solo uno más de los muchos mecanismos que se pueden emplear para despojar a alguien de su condición humana: reemplazar los nombres por números, rapar las cabezas, vestir a todos de la misma manera, hacerles vivir entre suciedad y excrementos… ¿Cuál es el objetivo de todo eso? Como rememora el psicólogo social James Edward Waller en el vídeo «Dehumanizing the enemy» tras preguntar a un comandante del campo de exterminio de Treblinka por qué tanta humillación, por qué no matar a los habitantes del campo sin más, él respondió: «Porque así es más fácil para mis hombres hacer lo que tienen que hacer».

Por otro lado, para quien no comete el crimen, para quien simplemente es testigo, también resulta mucho más fácil de justificar si la persona o el grupo agredido se ve como algo diferente a uno mismo, como seres «subhumanos». En un estudio en Estados Unidos se concluyó que los participantes que habían sido expuestos a comparaciones vejatorias sobre la población negra eran más proclives a tolerar una respuesta desproporcionalmente agresiva por parte de la policía. De la misma manera, otro trabajo mostró cómo aquellos que deshumanizaban a los musulmanes eran más partidarios de tácticas de contraterrorismo violentas.

Esto hace especialmente relevante el papel de los medios de comunicación. Está claro que el lenguaje juega un papel clave en la construcción del relato, en la visión que tenemos del conflicto, de quienes son los «buenos» y los «malos», pero también, como estamos viendo, puede contribuir a crear distancia con el sufrimiento de las víctimas, o a hacer que la opinión pública vea a unas víctimas como más merecedoras del trato recibido que a otras. Cuanto más escuchamos describir a un grupo de manera deshumanizada, más probabilidades tenemos de acabar deshumanizándolo. Ninguna persona, en ningún contexto, debería ser comparada con gusanos, ratas o cucarachas. Porque cuando se hace es para justificar lo injustificable."              (Cristina Domínguez , ethic, 27/11/23)

25/8/23

“La masacre de un millón de comunistas en Indonesia se convirtió en un modelo para EE UU y sus aliados”

 "Vincent Bevins es un periodista y escritor estadounidense que trabajó como corresponsal para Los Angeles Times en Brasil de 2011 a 2016. En 2017 se fue a cubrir el sudeste asiático para el Washington Post desde Yakarta, y entonces comenzó a investigar y escribir sobre la violencia experimentada en Indonesia y América Latina durante la Guerra Fría. Fue así como surgió su libro El método Yakarta. La cruzada anticomunista de Washington y los asesinatos masivos que moldearon nuestro mundo, que ahora publica la editorial Capitán Swing con traducción de Enrique Maldonado Roldán.  

El trabajo, que combina la rigurosa investigación histórica con el testimonio vivo de algunos supervivientes, se centra en la intervención y complicidad de Estados Unidos en las matanzas de alrededor de un millón de personas acusadas de ser comunistas en Indonesia entre 1965 y 1966, bajo la dirección del general Haji Mohammad Suharto, cuando el Partido Comunista de Indonesia (PKI) era el tercer partido comunista más grande del mundo.

La Guerra Fría es la historia de cómo Estados Unidos aprendió a utilizar sus nuevas herramientas y poderes para dar forma a los acontecimientos en el Sur Global, a menudo con consecuencias devastadoras

Aquella masacre sirvió de modelo a seguir en años sucesivos para la relación que Estados Unidos establecería con el Tercer Mundo, con especial énfasis en América Latina. No en vano, durante los años previos al golpe de Augusto Pinochet en Chile, los grupos de la derecha escribían “Yakarta ya viene” o simplemente “Yakarta” en las paredes de Santiago de Chile. Como describe de manera brillante Bevins en su libro, el éxito para la eliminación del comunismo de aquellos asesinatos masivos en Indonesia respaldados por Estados Unidos, se convertiría en un referente para planes de exterminio similares desarrollados por otros regímenes autoritarios capitalistas, también monitorizados o asistidos por Estados Unidos. Así, la historia de El método Yakarta es también la historia del mundo globalizado que hoy tenemos.

La premisa de tu libro, como indica su subtítulo, es que la cruzada anticomunista de Estados Unidos, iniciada tras la Segunda Guerra Mundial, dio forma al mundo en el que vivimos hoy. ¿Cómo era ese mundo y qué forma ha tomado?
En 1945, se podía dividir de manera razonable el mundo en tres partes. Algunas de ellas nos resultan familiares, como la terminología Primer Mundo y Tercer Mundo. El Segundo Mundo, por supuesto, estaba liderado desde Moscú. Pero lo que a menudo se olvida hoy en día, sobre todo en el Atlántico Norte, es que el Tercer Mundo no era un lugar, sino una idea y un proyecto político: un movimiento de futuro, muy optimista, que pretendía cambiar las reglas del sistema mundial tras el fin de la descolonización formal. La gran mayoría del planeta vivía en el Tercer Mundo, y muchos de sus líderes creían que, puesto que la era del control directo europeo estaba terminando, era natural que los países de Asia, África y América Latina ocuparan el lugar que les correspondía como iguales junto al Primer Mundo, es decir, los países que habían llevado a cabo el imperialismo en todo el globo.

En gran medida, creo que es justo decir que la Guerra Fría tuvo que ver más con las interacciones entre el Primer y el Tercer Mundo, que entre el Primer y el Segundo Mundo. Esto es ciertamente un hecho si se valoran todas las vidas humanas del planeta por igual, en lugar de dejarse llevar por las intrigas cortesanas en las capitales de las dos superpotencias. Y en este periodo de tiempo, de 1945 a 1990, un número realmente enorme de países del Sur Global se pusieron en el camino en el que todavía están hoy, y ese camino fue forjado por las circunstancias de la Guerra Fría. 

Tú expones, como parte de esta cruzada estadounidense, la conexión que se dio en el tiempo entre el surgimiento del proyecto del Tercer Mundo y la creación de la CIA. ¿Cuál fue esta interrelación? ¿Qué métodos utilizó la CIA en relación con el Tercer Mundo?
Justo después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como el Estado más poderoso que jamás había existido, con diferencia. La Unión Soviética, destruida por la guerra, no estaba ni siquiera cerca. Los dirigentes estadounidenses contemplaban ahora todo el planeta. Pero Estados Unidos, un país joven y teóricamente comprometido con los ideales democráticos y anticoloniales, no tenía la experiencia que tenían los británicos en la gestión de un imperio mundial. No contaban con la capacidad de espionaje del MI6 y, además, los funcionarios estadounidenses eran bastante provincianos. No sabían mucho sobre el resto del mundo, salvo algunas ideas románticas sobre Europa Occidental.

Este fue el contexto en el que se creó la CIA, al principio de la Guerra Fría. Suministraría información al presidente, pero también se le encomendó rápidamente la tarea de cambiar los acontecimientos en todo el mundo. Llevar a cabo operaciones encubiertas para favorecer los intereses de Estados Unidos. Incluso los historiadores más generosos de la CIA admiten de buen grado que estos hombres no tenían ni idea del Tercer Mundo.

Ahora bien, los líderes de los países del Tercer Mundo, e incluso los movimientos explícitamente comunistas del Sur Global, no sabían cómo los trataría el nuevo hegemón. Incluso hombres como Ho Chi Minh y Mao Zedong esperaban poder mantener términos amistosos con Estados Unidos. Por supuesto, esto no ocurrió. En gran medida, la Guerra Fría es la historia de cómo Estados Unidos aprendió a utilizar sus nuevas herramientas y sus nuevos poderes para dar forma a los acontecimientos en el Sur Global, a menudo con consecuencias devastadoras.

La caja de herramientas es muy grande y variada, desde una ligera presión económica hasta la financiación encubierta de ciertos partidos políticos, pasando por el estrangulamiento financiero, la invasión directa, e incluye el uso frecuente del golpe militar para establecer dictaduras y mantener los países abiertos al capital internacional. La única herramienta, el único método, sobre el que escribo principalmente en este libro es el asesinato en masa intencionado de izquierdistas o de personas acusadas de serlo. Esto no se hizo por venganza u odio ciego, sino que se llevó a cabo al servicio de la construcción de regímenes capitalistas autoritarios.

¿Qué hace que el caso de Indonesia sea especialmente relevante a este respecto?
El presidente Sukarno fue uno de los líderes que realmente encabezó el Movimiento del Tercer Mundo, si no su más elocuente defensor. Era un presidente anticolonialista de izquierdas, pero no comunista, y una fuerza unificadora no sólo en Indonesia, sino en toda África y Asia. La Conferencia de Bandung (1955) fue el momento en que el Tercer Mundo se unió realmente.

Para hacer posible la dictadura que le sucedió [en Indonesia], tienes una de las peores atrocidades de la Guerra Fría: el asesinato en masa, respaldado por Estados Unidos, de aproximadamente un millón de civiles inocentes

Así pues, tenemos un país que ahora es el cuarto más grande del mundo por población, y que estuvo a la vanguardia de un intento de rehacer las reglas de la economía global. Y para poner fin a su visión, para hacer posible la dictadura que le sucedió, tienes una de las peores atrocidades de la Guerra Fría: el asesinato en masa, respaldado por Estados Unidos, de aproximadamente un millón de civiles inocentes.

¿Cómo se implementó y desarrolló la política estadounidense hacia Indonesia?
La política estadounidense hacia Indonesia cambió en varias ocasiones. Al principio, el liderazgo de Sukarno se consideraba aceptable. Esto cambió en 1955, cuando ocurrieron dos cosas: el presidente Sukarno acogió la Conferencia Afroasiática de Bandung, que fue el acontecimiento que realmente dio un impulso histórico concreto al Movimiento del Tercer Mundo, y el pacífico Partido Comunista de Indonesia (PKI) comenzó a obtener resultados cada vez mejores en las elecciones democráticas. La CIA y el MI6 admitieron que se estaban ganando la lealtad de la población mediante una hábil labor de divulgación. Entonces se intentaron un par de cosas para detenerlos: la canalización de fondos a una parte musulmana conservadora, lo cual fracasó; y luego la CIA fomentó y participó en una guerra civil, tratando de romper el país, y fueron descubiertos. Así que entonces la estrategia de Washington pasó a ser la de construir una hegemonía dentro de las Fuerzas Armadas, trayendo a miles de oficiales a Estados Unidos para su entrenamiento. 

¿Qué es entonces lo que llamas el ‘método Yakarta’? ¿Qué diferentes formas adoptó alrededor del mundo?
En 1965, Estados Unidos y Gran Bretaña empezaron a trabajar entre bastidores con el objetivo de fomentar un enfrentamiento entre el desarmado PKI y los muy bien armados militares indonesios. Bajo circunstancias misteriosas, este enfrentamiento se produjo, y entonces los militares, con el apoyo activo de Estados Unidos, mataron a aproximadamente un millón de civiles inocentes. O más, tal vez menos: no lo sabemos con precisión, porque nunca se llevó a cabo ningún tipo de comisión de la verdad. Y otro millón permaneció en campos de concentración, simplemente por sus creencias políticas, mientras Indonesia se convertía en uno de los más importantes aliados de Occidente en la Guerra Fría.

‘El método Yakarta’, el asesinato en masa intencionado de izquierdistas o acusados de serlo, se empleó en al menos 23 países durante la Guerra Fría. Esto se hizo generalmente para crear regímenes capitalistas autoritarios aliados con EE UU

Este fue un éxito tan evidente para Estados Unidos y sus aliados, que otros grupos de derecha, anticomunistas, aliados de Estados Unidos y potenciales aliados de Estados Unidos, tomaron nota. Algunos de estos grupos se inspiraron en la masacre de Indonesia, utilizándola como modelo o como amenaza en sus propios países.

¿Logró Estados Unidos extender la aplicación de este método? ¿Cuáles fueron sus resultados?
No es tanto que Estados Unidos lo “aplicara”, sino que lo que yo llamo el ‘método Yakarta’, el asesinato en masa intencionado de izquierdistas o acusados de serlo, se empleó en al menos 23 países durante la Guerra Fría, antes y después de 1965. Esto se hizo generalmente para crear regímenes capitalistas autoritarios aliados con las potencias del Atlántico Norte, a menudo con gran éxito.

En muchos, muchos países hoy en día, especialmente en el Sur Global, el sistema político-económico que todavía está en vigor, es uno que fue profundamente moldeado por este momento de la historia. Se pueden ver efectos profundos en varios continentes. Creo que se puede afirmar con absoluta seguridad que no habríamos recibido el tipo específico de globalización que hemos recibido en los últimos 30 años sin el ‘método Yakarta’.

¿Hasta qué punto ese método se aplicó también dentro de los Estados Unidos? ¿Nos dice aún algo sobre las políticas actuales contra las comunidades pobres, marginadas y racializadas?
Me gusta trazar siempre una línea entre lo que ocurrió en el Primer Mundo y lo que ocurrió en el Tercer Mundo, porque esa división es real. Los izquierdistas, incluso cuando fueron perseguidos o marginados de la vida pública, fueron tratados de forma muy diferente en el Norte Global y en el Sur Global. A una de las protagonistas de mi libro, Francisca, le impactó llegar a Europa a finales de los años 60 y darse cuenta de que a los partidos de izquierda, socialistas y comunistas, simplemente se les permitía participar en la política, haciendo posible la interacción natural entre las diversas fuerzas sociales que dan forma a los acontecimientos en una democracia capitalista.

En muchos, muchos países hoy en día, especialmente en el Sur Global, el sistema político-económico que todavía está en vigor, es uno que fue profundamente moldeado por este momento de la historia. Se pueden ver efectos profundos en varios continentes del ‘método Yakarta’

Ahora bien, en Estados Unidos, por supuesto, no había partidos socialistas significativamente activos en la Guerra Fría, y aún hoy no los hay. Pero incluso durante el macartismo, si eras un socialista blanco, a menudo perdías tu trabajo o te hacían socialmente invisible, pero no te acorralaban y asesinaban. Ahora bien, los grupos que más cerca están de recibir el mismo trato que recibieron los izquierdistas del Tercer Mundo son los movimientos revolucionarios negros organizados, como por ejemplo fue el caso con las Panteras Negras. Por supuesto, siempre ha habido grupos dentro de Estados Unidos que han sido racializados y marginados, especialmente los descendientes de pueblos indígenas o africanos, y por tanto han sido tratados como si estuvieran por debajo de la nación, como si estuvieran realmente en el Tercer Mundo. Esto resulta natural para una colonia de colonos blancos constituida a través de la dominación imperialista de América del Norte. 

¿Qué continuidades y diferencias podemos encontrar en la actual política exterior estadounidense y en sus intervenciones? Si las hay, ¿cuándo empezaron a producirse estas diferencias?
Aquí suelo decir dos cosas. En primer lugar, cuando terminó la Guerra Fría, todas las entidades comunistas oficiales, las entidades secretas o públicas que giraban en torno a Moscú en el Segundo Mundo, desaparecieron; la CIA y el MI6 no. Así que tienes agencias públicas muy activas, muy reales, en Estados Unidos y Europa Occidental que operan con la misma estructura, y creo que en gran medida con los mismos objetivos, que tenían en el siglo XX. ¿Cuándo fue el año en el que se supone que la CIA cambió su misión o rompió con la práctica de llevar a cabo insanas operaciones encubiertas para dar forma a la historia del mundo? Si eso ocurrió, no he oído hablar de ello, ni he visto ninguna prueba. Incluso si creyéramos que, de alguna manera, la KGB se reconstituyó dentro del actual estado ruso, no hay comparación con la continuidad y el poder continuo ejercido por las agencias de las que escribí en mi libro.

Pero en segundo lugar, la Guerra Fría terminó y Occidente esencialmente ganó. Así que la hegemonía de Estados Unidos y la aplicación de las reglas del orden capitalista global pueden ser, y a menudo son, aplicadas de forma más sutil (y creo que efectiva) que el tipo de intervenciones obvias de, digamos, 1953 en Irán o 1954 en Guatemala. Es útil recordar que la violencia directa, como la invasión o el asesinato en masa, no suelen ser lo primero. Suelen ser el último recurso, tras la adopción de una serie de medidas coercitivas que pueden fracasar o sentar las bases para intervenciones más abiertas. A menudo se consideran formas aceptables, pero no óptimas, de resolver los problemas percibidos. Las invasiones siguen produciéndose, pero si se pueden aplicar las normas del orden mundial, por ejemplo, mediante negociaciones a puerta cerrada, sanciones económicas, acciones judiciales (“lawfare”) o golpes parlamentarios, suele ser preferible eso a enviar tanques al palacio presidencial o escuadrones de la muerte al campo. Estas opciones siguen estando sobre la mesa, sin duda, pero en el momento unipolar que se vive desde la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos dispone de un mayor conjunto de trucos en su caja de herramientas que los que tenía en la década de 1950. 

Por supuesto, el momento unipolar parece que está llegando a su fin o que debe hacerlo en algún momento en el futuro. Y creo que es útil decir dos cosas a ese respecto. Estados Unidos sigue siendo, con diferencia, el país más poderoso de la Tierra. Económicamente, políticamente, militarmente, China no está ni siquiera cerca. Pero por otro lado, en segundo lugar, Estados Unidos es relativamente menos poderoso de lo que era en 2010, e incluso aún menos de lo que era en 2000.  

Tu libro combina tanto la investigación historiográfica como las técnicas testimoniales, pasando constantemente de lo macro a lo micro y viceversa. ¿Cómo fue el proceso y la metodología de tu investigación y escritura?
Para mí era muy importante asegurarme de que los funcionarios estadounidenses no fueran los únicos actores de esta historia. Era crucial que los indonesios, los brasileños, los chilenos, los guatemaltecos, etc., estuvieran en el centro de la narración, y que los lectores entendieran cómo vivieron estos acontecimientos. Soy estadounidense, por supuesto, decidí concentrarme en la formación de la hegemonía global de Estados Unidos y presté especial atención a los funcionarios de la política exterior estadounidense, pero hay demasiados libros en los que los únicos personajes son norteamericanos, en los que los pueblos del Sur Global son receptores pasivos de la historia, en los que son simplemente víctimas sin nombre. Así que me aseguré de poder integrar testimonios en primera persona y detalles biográficos de la gente que impulsó el Movimiento del Tercer Mundo en las calles, así como de la gente que sufrió la cruzada anticomunista. Hacerlo de esta manera supuso mucho trabajo extra: añadió unos dos años más a la investigación, porque realmente se necesita tiempo para conocer lentamente a todas las personas adecuadas, explicar tu proyecto y esperar pacientemente a que la gente confíe en ti y crea que le gustaría participar. Además, es esencial realizar las entrevistas de forma que no se vuelva a traumatizar a las víctimas y que se pueda reconstruir una historia que tenga eco en las personas que lean el libro.

Después de recopilar muchas entrevistas en 12 países, elegí una cantidad muy pequeña de ese material —tal vez un 5% o menos— y opté por tejerlo dentro de una historia global de muy amplio alcance, que construí utilizando investigaciones académicas, archivos desclasificados y el trabajo de activistas y supervivientes realizado por otros en las últimas décadas. Esperaba conseguir una historia que pudiera pasar del supermacro al micro encuadre más íntimo y, para ser sincero, no tenía ni idea de si iba a funcionar. Fue difícil y tenía poca experiencia en ese tipo de escritura. Me ha resultado increíblemente gratificante escuchar de los lectores que este enfoque ha tocado la fibra sensible de muchas personas. Pero todo el trabajo real lo hicieron los propios entrevistados y los verdaderos expertos que trabajaron en estos temas durante muchos años antes de que yo llegara."                (Alejandro Pedregal  , El Salto, 22/12/21)

2/2/23

Seis millones de muertes... El Holocausto del Congo comienza con el expolio occidental de sus reservas de uranio

 "Nunca se va el dolor de haber perdido familiares en los campos de exterminio nazis. Seis personas de mi familia fallecieron de esta manera, otros cuatro acabaron ejecutados en los guetos polacos y en Forli. Murieron antes de nacer yo, pero tenemos sus fotografías y en vez de ver sus rostros nos parece que vemos su dolor, crónico. 

Pero, ¿de qué sirve el luto perpetuo si no se aprende ninguna lección? La más importante es que no puede repetirse ningún Holocausto más. Y, sin embargo, sigue sucediendo. Ante el silencio del mundo. Nadie habla de los seis millones de cadáveres en el subsuelo de la República Democrática del Congo (RDC), también rica en minerales. Permanecen invisibles, sin llorar, más allá de las fronteras de su país. 

“El Holocausto del Congo sigue en pie ante la complicidad de la comunidad internacional”, me dijo Rodrigue Muganwa Lubulu en un email. “Se viola a mujeres y niñas a diario, hay decenas de muertos todos los días”. Es el director de programa de CRISPAL Afrique y lo conocí en una charla por Zoom de ICAN Alemania en 2020.

La tragedia de la RDC, el segundo país más grande de África, comenzó con el descubrimiento del depósito de uranio de Shinkolobwe de 1915, el mayor hasta la fecha. Su expolio comenzó en 1921 y se mantuvo hasta su cierre en 2004. “Ha supuesto una condena para la comunidad desposeída alrededor de la mina”, en palabras de Lubulu, “porque no solo les han obligado a abandonar sus tierras, hogares y terrenos por culpa de la minería de uranio, sino que también obligaron a los hombres a cavar material radioactivo sin ningún equipo protector”.   

Los mismos cánceres y enfermedades que mataron a aquellos trabajadores del uranio siguen atormentando a sus descendientes a día de hoy, dice Lubulu, aunque la mina se haya cerrado.

Bélgica colonizó la actual RDC en 1908, pasando a ser conocida como Congo Belga, hasta conseguir la independencia en 1960. Se la conoció como Zaire entre 1971 y 1997. En seguida se convirtió en una tierra que despertó gran interés por parte de los Estados Unidos y la Unión Sovietica, inmersas en la carrera armamentística de la Guerra Fría. Entonces, como ahora, el país ofrecía riquezas al saqueador blanco. En la región oriental del país, escribió Armin Rose en un artículo del 26 de junio de 2013 en The Atlantic, “a poca distancia de la superficie hay suficientes minerales como para mantener en pie tanto la tecnología como la industria de defensa globales”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el uranio extraído de Shinkolobwe se destinó al Proyecto Manhattan estadounidense. “Más del 70% de la bomba de Hiroshima procedía de Shinkolobwe”, dice Lubulu, cuya organización ha llevado a cabo talleres y eventos con el objetivo de que la RDC firmara el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.

Le obsesiona pensar en si el ‘mineral de la muerte’, como llama al uranio, se hubiera quedado en el subsuelo. “Sin el uranio de Shinkolobwe, el 5 de agosto de 1945 hubiera sido un día productivo y fenomenal en Hiroshima”, declaró en su presentación para ICAN. 

Esto lo confirman las palabras del coronel del Proyecto Manhattan Ken Nichols, que escribió: “Sin la previsión de Sengler, que almacenó uranio en los Estados Unidos y, sobre la superficie, en África, no hubiésemos contado con la cantidad de uranio necesaria para justificar la construcción de plantas separadoras y reactores de plutonio”. Edgar Sengler fue en su momento el director de la Union Minière du Haut Katanga, y había acaparado 1200 toneladas de uranio en un almacén de Nueva York. Nichols compró este mineral, y otras 3000 toneladas adicionales guardadas sobre la superficie en la mina, para el Proyecto Manhattan.

Esta conexión entre el Congo e Hiroshima, y la tragedia de sus consecuencias, se expresan en los y las hibakushas de Japón. Así es como se conoce a quienes sobrevivieron la bomba. Es por ello que Lubulu y CRISPAL lucharon por la ratificación e implementación del tratado. 

“No se puede separar las armas nucleares del uranio”, en palabras de Lubulu. “Cuando tienes uno, obtienes el otro. Una vez lo excavas, se convierte en un monstruo que escapa de tu control”.

Por desgracia, este monstruo puede volver a salir de Shinkolobwe. Tanto Francia como China buscan obtener derechos de extracción allí. CRISPAL necesita moverse con rapidez para educar a la gente sobre este peligro reaparecido. Pero va a costarles mucho. 

Desde 1997, cuando los conflictos internos y externos se apoderaron de la RDC, al menos seis millones de personas han muerto. Intentar convocar eventos en comunidades congoleñas, especialmente si es desde la oposición a la minería de uranio, resulta bastante peliaguda, por no decir peligrosa. Nadie que le conociera olvida el trato brutal contra el activista antinuclear congoleno Golden Misabiko, que fue arrestado, preso dos veces, envenenado por su propio gobierno sn un supuesto intento de asesinato fracasado. Fue finalmente separado de su familia y enviado al exilio. 

Pese a este caso, Lubulu cree que, por encima de todo, el amor se abrira paso. “No existe puerta que el amor no abra”, dijo al concluir su presentación. Con suerte, el resto del mundo va a empezar a enviar su amor en dirección al Congo. "                       (Linda Pentz Gunter  , Beyond Nuclear International, El Salto, 28 nov 2022)

20/1/23

África y el genocidio oculto a plena luz del día

 "Rosa Moro ha escrito un libro -tan esclarecedor como desolador- sobre un horrible crimen contra la Humanidad que empezó hace 30 años en el corazón de África, que hoy continúa porque no se ha hecho justicia aún y además comenten nuevos crímenes los mismos autores principales: Paul Kagame, presidente de Ruanda, sus sicarios y otros colaboradores africanos, las potencias occidentales más implicadas, Estados Unidos y Reino Unido, con España como lacaya del imperialismo.

 En realidad hay otro crimen contra la Humanidad previo planeado en la segunda mitad del siglo XIX, protagonizado por el rey belga Leopoldo II, que se apoderó de las incalculables riquezas del Congo entre 1885 hasta 1908, año en que pasó su ‘propiedad personal’ a Bélgica, que colonizó el Congo hasta su independencia en 1960. Después llegó una guerra intestina planeada por las potencias citadas en unión con Bélgica, con un final acorde al crimen: una dictadura militar controlada por ellas.

Un siglo largo más tarde, en 1994, tuvo lugar lo que se conoce como el Genocidio de Ruanda, después lo que se conoce como la Primera Guerra del Congo entre 1996 y 1997, cuando el país se llamaba Zaire, posteriormente la Segunda Guerra del Congo, ya rebautizado como República Democrática del Congo, entre 1998 y 2003, en la que intervinieron nueve naciones africanas. Solamente en esos últimos 30 años la cifra de muertos ronda los diez millones de personas.

Creo que el principal propósito y mérito de Rosa es el de (empeñarse en) mostrar en España y otros países hispanohablantes, que semejante matanza no solamente es un holocausto, con el doble de víctimas mortales que las causadas por el nazismo, sino que también sus perpetradores -tutsis congoleños y de países periféricos- salgan a la luz, ya que su segundo crimen es haber ocultado el primero, acusando a sus víctimas -hutus y también tutsis- y persiguiendo a todos los que han denunciado públicamente.

Primera contradicción: los nazis fueron juzgados y condenados por jueces de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética. Sin embargo, los tres primeros países son los arquitectos -en beneficio propio- de las guerras del Congo, por lo que -junto con Ruanda y otros países africanos que intervinieron también en la guerra- son los responsables de este holocausto.

 

Además, los gobernantes occidentales han maniobrado de todas las maneras y con todas las armas -ilegales e ilegítimas- para evitar ser considerados responsables del crimen, hasta conseguir que algunos congoleños, ruandeses y otros solidarios internacionales pasen a ser los responsables. El resultado es que no ha habido un juicio de Nuremberg para aquellos, tampoco justicia para las víctimas y sus deudos, mientras que el resto del mundo no conoce la verdad de lo ocurrido.  

Se puede decir que Rosa, como periodista y solidaria con las víctimas africanas, hace lo único que se puede hacer en la actualidad: resucitar la verdad de lo ocurrido para dar algo de paz a los familiares, advertir a los responsables de que no podrán estar tranquilos y educar a al resto para que no caiga en el olvido lo sucedido y se repita. No es tarea fácil porque ha tenido que dar la vuelta a lo que se ha dicho y publicado hasta hoy, es decir, testimonios, juicios, informes, etc.

Afortunadamente Rosa ha podido apoyarse en víctimas, testigos e investigadores del holocausto que le han precedido en esta misma empresa: tres españoles y tres congoleños, es decir, seis personas solidarias, entregadas y completamente comprometidas con la Humanidad. Apenas se puede creer que tan pequeño número de justos, con sacrificio y perseverancia, haya conseguido que no triunfe, al menos no totalmente ni para siempre, el segundo crimen: ocultación y tergiversación.

Junto con esa vocación humanitaria, Rosa aporta su profesión de periodista, de forma que el texto sobre ‘el genocidio que no cesa en el corazón de África’ es además una ‘historia  de desinformación’. En sus propias palabras:

“Lo peor no es este bloqueo de los medios y las agendas políticas, lo peor es que los asesinatos continúan a día de hoy, mientras usted lee esto, en pleno 2022, y el mundo no se digna ni a mirarlos. ¿Cómo vamos a dejar de denunciarlo?” (página 9)

“Uno de los mayores expertos, Charles Onana, que ha pasado años, si no décadas, investigando en los países afectados, en archivos de la ONU, archivos de Estados Unidos, otros países como Francia, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, los tribunales españoles y los franceses, entre otros (afirma que los responsables) han organizado ‘una de las operaciones de propaganda más exitosas de finales del siglo XX (…) Una obra maestra de la desinformación, una intoxicación perfecta’.” (p.20)

¿Quién podría beneficiarse de un holocausto causado por verdugos africanos contra víctimas africanas, seguido de una intoxicación informativa perfectamente maquinada entre verdugos occidentales y verdugos africanos? Rosa apunta al principal y más persistente sospechoso:

“En 1939 Albert Einstein advirtió al presidente norteamericano Franklin Roosevelt que si quería la bomba atómica solo para los Estados Unidos, mantuviese alejados a los alemanes de la mina congoleña de Shinkolobwe, de donde salió el uranio para las bombas que lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.”

“La gigante belga Union Minière era propietaria de la mina y se lo vendía a Estados Unidos en un plan ultrasecreto con la colaboración de Gran Bretaña.”

“En 1993, el subsecretario de Estado para Asuntos Africanos con el presidente Clinton declaró ante el Senado estadounidense: debemos asegurar nuestro acceso a los inmensos recursos naturales de África […], no debemos seguir dejando África a los europeos. […] contiene el 78% de las reservas conocidas de cromo, el 89% del platino y el 59% de cobalto’.” (pp 27 y 28)

Es legítimo asociar la rapiña del Congo por parte del soberbio y matón gringo con otras: Venezuela, Iraq, Siria, Libia y la actual intentona contra Rusia, una pieza demasiado grande con la que ya se ha atragantado.

Escribe Rosa al respecto de esta fina ‘política internacional’ explicando a la vez el pasado y el presente del imperialismo: “Hoy quiere impedir a toda costa el acceso a estos recursos por parte de China, principalmente, también de Rusia.” (p. 29) Es evidente que en el Congo emplea este patrón de comportamiento en el mundo como Estado canalla, agresor, criminal de guerra y contra la Humanidad, que declara enemigo a un país cuando en realidad piensa en el botín de guerra y también cuando emprende guerras con cualquier otro motivo, sea el ‘humanitario’ o el ‘democratizador’ y especialmente el de ‘libertador de mujeres musulmanas’ cuando en realidad piensa en el sometimiento del resto de países, incluidos sus propios aliados.  

Añade Rosa: “Según Julian Assange, fundador de Wikileaks encarcelado por sacar a la luz pública los crímenes cometidos por los estados, principalmente Estados Unidos, «Prácticamente, todas las guerras que han comenzado en los últimos 50 años fueron resultado de las mentiras de los medios de comunicación. Los medios podrían haberlas impedido si hubieran investigado lo suficiente, si no se hubieran limitado a reproducir la propaganda gubernamental. ¿qué significa eso? Bueno, por lo general a las poblaciones no les gustan las guerras, y tienen que ser engañadas para ir a la guerra, porque no irían por voluntad propia. (p. 42).

La pregunta a estas alturas es obligada: ¿qué es lo que no ha hecho Estados Unidos para apropiarse de la inmensa riqueza de la República Democrática del Congo, la nación que sufre desde la colonización belga lo que se conoce como ‘la maldición de la riqueza’:

“El FPR quería conquistar el poder en Ruanda, exterminar a todos los hutu posibles para redefinir el mapa étnico de la región y ocupar, para anexionarse, dos provincia del Congo, los Kivus. Estados Unidos tenía como objetivo final el gran Congo, el control de primera mano de todas sus riquezas y de su posición estratégica en el continente. A partir de este momento, la deriva de Zaire fue de caída libre. De la pobreza causada por siglos de sobre-explotación de la que venía, pasó a la desestabilización por acoger en unos meses a millones de personas, y finalmente al caos como estrategia de balcanización o debilitamiento programado desde el exterior. Y todo, como de costumbre, ante la mirada impasible de la comunidad internacional.” (p. 67)

Todo significa un plan bien diseñado y puesto en práctica con diligencia y organización:

Estados Unidos proporcionó financiación, armamento e instructores, el edecán Tony Blair y su esposa Cherie Blair se encargaron de las empresas de relaciones públicas, es decir, los cipayos, y también están los traidores congoleños en el poder (pp. 69, 80 y 81 a 83 respectivamente)

Días muy felices y muy remunerados para los Blair y sus socios, por ejemplo, el grupo israelí NSO, propietario del programa de espionaje Pegasus, cuyo lema es: “tecnología que ayuda a las agencias gubernamentales prevenir e investigar el terrorismo y el crimen para salvar miles de vidas en todo el mundo”.

Al mismo tiempo el de los Blair es: “Apoyemos a Ruanda. Ahora no es el momento de cortar la ayuda a Kigali”. (p. 80)

Rosa no deja de exponer y denunciar a todos los responsables, sus maniobras, engaños, asesinatos, presiones, ataques, etc. y por ello añade junto a los anteriores las organizaciones gubernamentales e internacionales, la más despreciable la ONU, que “lamenta que no tuvo conocimiento del verdadero alcance de las masacres y por eso no intervino a tiempo” (p. 80)

Dejo ya de lado la ‘cuestión política’, que más bien es la acción genocida del cártel mafioso citado, cuya descripción es más de lo que un ser humano puede soportar sin que se le encoja el alma. Por eso quiero al menos llamar a la reflexión sobre el tremendo dolor que este infierno organizado en tantos países de África por los habitantes del jardín, según la canallesca mente de un tal Borrell, ha debido causar en tantos millones de seres humanos inocentes para que algunos monstruos en occidente puedan engordar su tripa. Rosa señala al respecto:

“La más brutal de todas las guerras es la de la invisibilidad. La invisibilidad deshumaniza. El resto del mundo normaliza y tolera el sufrimiento de las víctimas africanas, como si no alcanzasen la categoría de seres humanos.” (p. 113).

También dejo que el lector descubra en el texto otras enseñanzas además de las políticas expuestas en estas líneas someramente. Me refiero a interrogantes y respuestas que Rosa se plantea a lo largo de su relato, tanto sobre su experiencia personal como de otro tipo. También resulta de mucho interés sus conclusiones sobre relevantes cuestiones: intelectuales, profesionales, ideológicas y emocionales, que salpican el texto aquí y allá, creo que sin ser consciente, por no explicitarlas y porque no las presenta al final.

Rosa pone por delante a las víctimas, lógico, puede decirse, pero también se expone con su posición en la tragedia, política y humanamente. Describe la maldad, siendo tan sangrienta y cruel y es capaz de aguantarla durante años con entereza. No pide nada a cambio, al contrario, se dedica por entero a exponer esta tragedia interminable y se considera una colaboradora de sus colegas, las fuentes congoleñas, ruandesas y españolas para las que reclama todo el mérito y aparecen continuamente en su texto.

Por ello el lector africanista o el interesado en la política internacional, en geoestrategia, en el mundo de la comunicación y las relaciones públicas, tiene mediante el texto de Rosa la explicación veraz, sentida y humanista de este genocidio sin juzgar, abandonado, distorsionado y sin que se vislumbre un cambio en estas circunstancias.

Rosa y sus colegas que aparecen en su libro son la única esperanza de que se haga justicia.

Rosa Moro, El genocidio que no cesa en el corazón de África. Una historia de desinformación, Editorial Umoya – La Federación de Comités de Solidaridad con África Negra – umoya.org, 2022, ISBN: 978-84-09-41658-5"                    (Agustín Velloso  , Rebelión, 07/11/2022)

23/12/21

La masacre de un millón de comunistas en Indonesia entre 1965 y 1966 se convirtió en un modelo para EE UU y sus aliados el Sur global... un referente para planes de exterminio similares desarrollados por otros regímenes autoritarios capitalistas, también monitorizados o asistidos por Estados Unidos... un genocidio que marcó una época y sigue influyendo en el presente

"Vincent Bevins es un periodista y escritor estadounidense que trabajó como corresponsal para Los Angeles Times en Brasil de 2011 a 2016. En 2017 se fue a cubrir el sudeste asiático para el Washington Post desde Yakarta, y entonces comenzó a investigar y escribir sobre la violencia experimentada en Indonesia y América Latina durante la Guerra Fría. Fue así como surgió su libro El método Yakarta. La cruzada anticomunista de Washington y los asesinatos masivos que moldearon nuestro mundo, que ahora publica la editorial Capitán Swing con traducción de Enrique Maldonado Roldán.


El trabajo, que combina la rigurosa investigación histórica con el testimonio vivo de algunos supervivientes, se centra en la intervención y complicidad de Estados Unidos en las matanzas de alrededor de un millón de personas acusadas de ser comunistas en Indonesia entre 1965 y 1966, bajo la dirección del general Haji Mohammad Suharto, cuando el Partido Comunista de Indonesia (PKI) era el tercer partido comunista más grande del mundo.

Aquella masacre sirvió de modelo a seguir en años sucesivos para la relación que Estados Unidos establecería con el Tercer Mundo, con especial énfasis en América Latina. No en vano, durante los años previos al golpe de Augusto Pinochet en Chile, los grupos de la derecha escribían “Yakarta ya viene” o simplemente “Yakarta” en las paredes de Santiago de Chile. Como describe de manera brillante Bevins en su libro, el éxito para la eliminación del comunismo de aquellos asesinatos masivos en Indonesia respaldados por Estados Unidos, se convertiría en un referente para planes de exterminio similares desarrollados por otros regímenes autoritarios capitalistas, también monitorizados o asistidos por Estados Unidos. Así, la historia de El método Yakarta es también la historia del mundo globalizado que hoy tenemos.

La premisa de tu libro, como indica su subtítulo, es que la cruzada anticomunista de Estados Unidos, iniciada tras la Segunda Guerra Mundial, dio forma al mundo en el que vivimos hoy. ¿Cómo era ese mundo y qué forma ha tomado?

En 1945, se podía dividir de manera razonable el mundo en tres partes. Algunas de ellas nos resultan familiares, como la terminología Primer Mundo y Tercer Mundo. El Segundo Mundo, por supuesto, estaba liderado desde Moscú. Pero lo que a menudo se olvida hoy en día, sobre todo en el Atlántico Norte, es que el Tercer Mundo no era un lugar, sino una idea y un proyecto político: un movimiento de futuro, muy optimista, que pretendía cambiar las reglas del sistema mundial tras el fin de la descolonización formal. La gran mayoría del planeta vivía en el Tercer Mundo, y muchos de sus líderes creían que, puesto que la era del control directo europeo estaba terminando, era natural que los países de Asia, África y América Latina ocuparan el lugar que les correspondía como iguales junto al Primer Mundo, es decir, los países que habían llevado a cabo el imperialismo en todo el globo.

En gran medida, creo que es justo decir que la Guerra Fría tuvo que ver más con las interacciones entre el Primer y el Tercer Mundo, que entre el Primer y el Segundo Mundo. Esto es ciertamente un hecho si se valoran todas las vidas humanas del planeta por igual, en lugar de dejarse llevar por las intrigas cortesanas en las capitales de las dos superpotencias. Y en este periodo de tiempo, de 1945 a 1990, un número realmente enorme de países del Sur Global se pusieron en el camino en el que todavía están hoy, y ese camino fue forjado por las circunstancias de la Guerra Fría.

Tú expones, como parte de esta cruzada estadounidense, la conexión que se dio en el tiempo entre el surgimiento del proyecto del Tercer Mundo y la creación de la CIA. ¿Cuál fue esta interrelación? ¿Qué métodos utilizó la CIA en relación con el Tercer Mundo?

Justo después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como el Estado más poderoso que jamás había existido, con diferencia. La Unión Soviética, destruida por la guerra, no estaba ni siquiera cerca. Los dirigentes estadounidenses contemplaban ahora todo el planeta. Pero Estados Unidos, un país joven y teóricamente comprometido con los ideales democráticos y anticoloniales, no tenía la experiencia que tenían los británicos en la gestión de un imperio mundial. No contaban con la capacidad de espionaje del MI6 y, además, los funcionarios estadounidenses eran bastante provincianos. No sabían mucho sobre el resto del mundo, salvo algunas ideas románticas sobre Europa Occidental.

Este fue el contexto en el que se creó la CIA, al principio de la Guerra Fría. Suministraría información al presidente, pero también se le encomendó rápidamente la tarea de cambiar los acontecimientos en todo el mundo. Llevar a cabo operaciones encubiertas para favorecer los intereses de Estados Unidos. Incluso los historiadores más generosos de la CIA admiten de buen grado que estos hombres no tenían ni idea del Tercer Mundo.

Ahora bien, los líderes de los países del Tercer Mundo, e incluso los movimientos explícitamente comunistas del Sur Global, no sabían cómo los trataría el nuevo hegemón. Incluso hombres como Ho Chi Minh y Mao Zedong esperaban poder mantener términos amistosos con Estados Unidos. Por supuesto, esto no ocurrió. En gran medida, la Guerra Fría es la historia de cómo Estados Unidos aprendió a utilizar sus nuevas herramientas y sus nuevos poderes para dar forma a los acontecimientos en el Sur Global, a menudo con consecuencias devastadoras.

La caja de herramientas es muy grande y variada, desde una ligera presión económica hasta la financiación encubierta de ciertos partidos políticos, pasando por el estrangulamiento financiero, la invasión directa, e incluye el uso frecuente del golpe militar para establecer dictaduras y mantener los países abiertos al capital internacional. La única herramienta, el único método, sobre el que escribo principalmente en este libro es el asesinato en masa intencionado de izquierdistas o de personas acusadas de serlo. Esto no se hizo por venganza u odio ciego, sino que se llevó a cabo al servicio de la construcción de regímenes capitalistas autoritarios.

¿Qué hace que el caso de Indonesia sea especialmente relevante a este respecto?
El presidente Sukarno fue uno de los líderes que realmente encabezó el Movimiento del Tercer Mundo, si no su más elocuente defensor. Era un presidente anticolonialista de izquierdas, pero no comunista, y una fuerza unificadora no sólo en Indonesia, sino en toda África y Asia. La Conferencia de Bandung (1955) fue el momento en que el Tercer Mundo se unió realmente.

Así pues, tenemos un país que ahora es el cuarto más grande del mundo por población, y que estuvo a la vanguardia de un intento de rehacer las reglas de la economía global. Y para poner fin a su visión, para hacer posible la dictadura que le sucedió, tienes una de las peores atrocidades de la Guerra Fría: el asesinato en masa, respaldado por Estados Unidos, de aproximadamente un millón de civiles inocentes.

¿Cómo se implementó y desarrolló la política estadounidense hacia Indonesia?

La política estadounidense hacia Indonesia cambió en varias ocasiones. Al principio, el liderazgo de Sukarno se consideraba aceptable. Esto cambió en 1955, cuando ocurrieron dos cosas: el presidente Sukarno acogió la Conferencia Afroasiática de Bandung, que fue el acontecimiento que realmente dio un impulso histórico concreto al Movimiento del Tercer Mundo, y el pacífico Partido Comunista de Indonesia (PKI) comenzó a obtener resultados cada vez mejores en las elecciones democráticas. La CIA y el MI6 admitieron que se estaban ganando la lealtad de la población mediante una hábil labor de divulgación. Entonces se intentaron un par de cosas para detenerlos: la canalización de fondos a una parte musulmana conservadora, lo cual fracasó; y luego la CIA fomentó y participó en una guerra civil, tratando de romper el país, y fueron descubiertos. Así que entonces la estrategia de Washington pasó a ser la de construir una hegemonía dentro de las Fuerzas Armadas, trayendo a miles de oficiales a Estados Unidos para su entrenamiento.

¿Qué es entonces lo que llamas el ‘método Yakarta’? ¿Qué diferentes formas adoptó alrededor del mundo?

En 1965, Estados Unidos y Gran Bretaña empezaron a trabajar entre bastidores con el objetivo de fomentar un enfrentamiento entre el desarmado PKI y los muy bien armados militares indonesios. Bajo circunstancias misteriosas, este enfrentamiento se produjo, y entonces los militares, con el apoyo activo de Estados Unidos, mataron a aproximadamente un millón de civiles inocentes. O más, tal vez menos: no lo sabemos con precisión, porque nunca se llevó a cabo ningún tipo de comisión de la verdad. Y otro millón permaneció en campos de concentración, simplemente por sus creencias políticas, mientras Indonesia se convertía en uno de los más importantes aliados de Occidente en la Guerra Fría.

Este fue un éxito tan evidente para Estados Unidos y sus aliados, que otros grupos de derecha, anticomunistas, aliados de Estados Unidos y potenciales aliados de Estados Unidos, tomaron nota. Algunos de estos grupos se inspiraron en la masacre de Indonesia, utilizándola como modelo o como amenaza en sus propios países.

¿Logró Estados Unidos extender la aplicación de este método? ¿Cuáles fueron sus resultados?

No es tanto que Estados Unidos lo “aplicara”, sino que lo que yo llamo el ‘método Yakarta’, el asesinato en masa intencionado de izquierdistas o acusados de serlo, se empleó en al menos 23 países durante la Guerra Fría, antes y después de 1965. Esto se hizo generalmente para crear regímenes capitalistas autoritarios aliados con las potencias del Atlántico Norte, a menudo con gran éxito.

En muchos, muchos países hoy en día, especialmente en el Sur Global, el sistema político-económico que todavía está en vigor, es uno que fue profundamente moldeado por este momento de la historia. Se pueden ver efectos profundos en varios continentes. Creo que se puede afirmar con absoluta seguridad que no habríamos recibido el tipo específico de globalización que hemos recibido en los últimos 30 años sin el ‘método Yakarta’.

¿Hasta qué punto ese método se aplicó también dentro de los Estados Unidos? ¿Nos dice aún algo sobre las políticas actuales contra las comunidades pobres, marginadas y racializadas?

Me gusta trazar siempre una línea entre lo que ocurrió en el Primer Mundo y lo que ocurrió en el Tercer Mundo, porque esa división es real. Los izquierdistas, incluso cuando fueron perseguidos o marginados de la vida pública, fueron tratados de forma muy diferente en el Norte Global y en el Sur Global. A una de las protagonistas de mi libro, Francisca, le impactó llegar a Europa a finales de los años 60 y darse cuenta de que a los partidos de izquierda, socialistas y comunistas, simplemente se les permitía participar en la política, haciendo posible la interacción natural entre las diversas fuerzas sociales que dan forma a los acontecimientos en una democracia capitalista.

Ahora bien, en Estados Unidos, por supuesto, no había partidos socialistas significativamente activos en la Guerra Fría, y aún hoy no los hay. Pero incluso durante el macartismo, si eras un socialista blanco, a menudo perdías tu trabajo o te hacían socialmente invisible, pero no te acorralaban y asesinaban. Ahora bien, los grupos que más cerca están de recibir el mismo trato que recibieron los izquierdistas del Tercer Mundo son los movimientos revolucionarios negros organizados, como por ejemplo fue el caso con las Panteras Negras. Por supuesto, siempre ha habido grupos dentro de Estados Unidos que han sido racializados y marginados, especialmente los descendientes de pueblos indígenas o africanos, y por tanto han sido tratados como si estuvieran por debajo de la nación, como si estuvieran realmente en el Tercer Mundo. Esto resulta natural para una colonia de colonos blancos constituida a través de la dominación imperialista de América del Norte.

¿Qué continuidades y diferencias podemos encontrar en la actual política exterior estadounidense y en sus intervenciones? Si las hay, ¿cuándo empezaron a producirse estas diferencias?

Aquí suelo decir dos cosas. En primer lugar, cuando terminó la Guerra Fría, todas las entidades comunistas oficiales, las entidades secretas o públicas que giraban en torno a Moscú en el Segundo Mundo, desaparecieron; la CIA y el MI6 no. Así que tienes agencias públicas muy activas, muy reales, en Estados Unidos y Europa Occidental que operan con la misma estructura, y creo que en gran medida con los mismos objetivos, que tenían en el siglo XX. ¿Cuándo fue el año en el que se supone que la CIA cambió su misión o rompió con la práctica de llevar a cabo insanas operaciones encubiertas para dar forma a la historia del mundo? Si eso ocurrió, no he oído hablar de ello, ni he visto ninguna prueba. Incluso si creyéramos que, de alguna manera, la KGB se reconstituyó dentro del actual estado ruso, no hay comparación con la continuidad y el poder continuo ejercido por las agencias de las que escribí en mi libro.

Pero en segundo lugar, la Guerra Fría terminó y Occidente esencialmente ganó. Así que la hegemonía de Estados Unidos y la aplicación de las reglas del orden capitalista global pueden ser, y a menudo son, aplicadas de forma más sutil (y creo que efectiva) que el tipo de intervenciones obvias de, digamos, 1953 en Irán o 1954 en Guatemala. Es útil recordar que la violencia directa, como la invasión o el asesinato en masa, no suelen ser lo primero. Suelen ser el último recurso, tras la adopción de una serie de medidas coercitivas que pueden fracasar o sentar las bases para intervenciones más abiertas. A menudo se consideran formas aceptables, pero no óptimas, de resolver los problemas percibidos. Las invasiones siguen produciéndose, pero si se pueden aplicar las normas del orden mundial, por ejemplo, mediante negociaciones a puerta cerrada, sanciones económicas, acciones judiciales (“lawfare”) o golpes parlamentarios, suele ser preferible eso a enviar tanques al palacio presidencial o escuadrones de la muerte al campo. Estas opciones siguen estando sobre la mesa, sin duda, pero en el momento unipolar que se vive desde la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos dispone de un mayor conjunto de trucos en su caja de herramientas que los que tenía en la década de 1950.

Por supuesto, el momento unipolar parece que está llegando a su fin o que debe hacerlo en algún momento en el futuro. Y creo que es útil decir dos cosas a ese respecto. Estados Unidos sigue siendo, con diferencia, el país más poderoso de la Tierra. Económicamente, políticamente, militarmente, China no está ni siquiera cerca. Pero por otro lado, en segundo lugar, Estados Unidos es relativamente menos poderoso de lo que era en 2010, e incluso aún menos de lo que era en 2000.

Tu libro combina tanto la investigación historiográfica como las técnicas testimoniales, pasando constantemente de lo macro a lo micro y viceversa. ¿Cómo fue el proceso y la metodología de tu investigación y escritura?

Para mí era muy importante asegurarme de que los funcionarios estadounidenses no fueran los únicos actores de esta historia. Era crucial que los indonesios, los brasileños, los chilenos, los guatemaltecos, etc., estuvieran en el centro de la narración, y que los lectores entendieran cómo vivieron estos acontecimientos. Soy estadounidense, por supuesto, decidí concentrarme en la formación de la hegemonía global de Estados Unidos y presté especial atención a los funcionarios de la política exterior estadounidense, pero hay demasiados libros en los que los únicos personajes son norteamericanos, en los que los pueblos del Sur Global son receptores pasivos de la historia, en los que son simplemente víctimas sin nombre. Así que me aseguré de poder integrar testimonios en primera persona y detalles biográficos de la gente que impulsó el Movimiento del Tercer Mundo en las calles, así como de la gente que sufrió la cruzada anticomunista. Hacerlo de esta manera supuso mucho trabajo extra: añadió unos dos años más a la investigación, porque realmente se necesita tiempo para conocer lentamente a todas las personas adecuadas, explicar tu proyecto y esperar pacientemente a que la gente confíe en ti y crea que le gustaría participar. Además, es esencial realizar las entrevistas de forma que no se vuelva a traumatizar a las víctimas y que se pueda reconstruir una historia que tenga eco en las personas que lean el libro.

Después de recopilar muchas entrevistas en 12 países, elegí una cantidad muy pequeña de ese material —tal vez un 5% o menos— y opté por tejerlo dentro de una historia global de muy amplio alcance, que construí utilizando investigaciones académicas, archivos desclasificados y el trabajo de activistas y supervivientes realizado por otros en las últimas décadas. Esperaba conseguir una historia que pudiera pasar del supermacro al micro encuadre más íntimo y, para ser sincero, no tenía ni idea de si iba a funcionar. Fue difícil y tenía poca experiencia en ese tipo de escritura. Me ha resultado increíblemente gratificante escuchar de los lectores que este enfoque ha tocado la fibra sensible de muchas personas. Pero todo el trabajo real lo hicieron los propios entrevistados y los verdaderos expertos que trabajaron en estos temas durante muchos años antes de que yo llegara."                                     (Alejandro Pedregal, El Salto, 22/12/21)

4/10/21

La identificación y el castigo de los nazis había acabado en 1948 y era un tema olvidado a comienzos de los años cincuenta (o sea, la desnacificación duró sólo 3 años)

 "En 1915 y los años siguientes el Imperio Otomano perpetró el genocidio del pueblo armenio: un mínimo de 1 millón de muertos, además del sometimiento a procesos de deportación.

La Operación Reinhard desarrollada por el nazismo en Polonia exterminó en campos de concentración a 1,6 millones de judíos. En febrero de 1945, el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde por la aviación británica y estadounidense se saldó con un mínimo de 35.000 muertos. En la posguerra española, el terror franquista ejecutó al menos a 50.000 personas. Y ya en la década de los 90 del siglo pasado, las guerras de Yugoslavia podrían haber concluido con 200.000 víctimas mortales, la mitad musulmanes.

Son datos que figuran en el último libro del historiador Julián Casanova, Una violencia indómita. El siglo XX europeo, editado por Crítica en septiembre de 2020. Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest. 

Ha publicado, entre otros volúmenes, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939; Europa contra Europa, 1914-1945; y La venganza de los siervos, Rusia 1917. Su libro más reciente dedica un apartado a la memoria. “El proceso de desnazificación fue limitado”, afirma. Una violencia indómita podría tener una prolongación en mayo de 2021, cuando el gobierno alemán reconoció el genocidio cometido entre 1904 y 1907 en la colonia de África del Sudoeste, actual Namibia.

-¿Ha prestado, en general, poca atención la historiografía a la Europa Central y del Este en favor de la Europa Occidental? ¿Por qué razón?

La principal razón es el dominio de la historiografía occidental -británica, francesa y alemana- que ha analizado el continente desde la perspectiva política, diplomática y militar de sus países.  Ese foco tan centralizado en Europa occidental ha impedido reconocer la relevancia del centro y este de Europa en todos los grandes acontecimientos del siglo XX. Y salvo en Gran Bretaña y Alemania no hay muchos especialistas en esa amplia zona central y oriental de Europa.

-¿Qué casos de genocidio o grandes matanzas destacarías a lo largo del siglo XX?

No se trata tanto de reconocer la singularidad y relevancia del Holocausto o de los crímenes de Stalin, algo que se ha hecho en profundidad desde hace décadas, como de identificar la cultura de la violencia y del asesinato vinculada a la ideología de la raza, nación, religión o clase social. 

El paso de las políticas discriminatorias a las de exterminio fue a menudo provocado en esa primera mitad del siglo XX por conflictos entre Estados más que por agendas internas y generalmente tuvo repercusiones más allá de las fronteras de cada país, causando desestabilización regional y movimientos masivos de refugiados. En mi libro he examinado además con detalle la violencia sexual, desde la guerra civil en Irlanda o en España, a las dictaduras fascistas o comunistas, pasando por los ejemplos de limpieza étnica en Armenia y paramilitarismo antibolchevique y antisemita en los países derrotados en la Primera guerra Mundial.

-El libro explica cómo la Alemania nazi y la Unión Soviética hicieron uso de la violencia. ¿Existen ejemplos similares perpetrados por las democracias occidentales?

Desde finales del siglo XIX, antes de la Primera Guerra Mundial, las rivalidades políticas y nacionalistas de los principales imperios europeos actuaron de propulsores en la frenética pelea por África y por la adquisición de colonias. Un proceso acompañado de excesos y manifestaciones violentas, en el que desempeñó un papel importante la adopción de elementos básicos del darwinismo social, la interpretación de la vida y del desarrollo humano como una cruel lucha por la supervivencia donde los fuertes dominaban a los débiles.

El imperialismo tuvo efectos devastadores y la violencia utilizada para sofocar la resistencia indígena anticipó lo que tanto impactó después, porque se creía que nunca antes había ocurrido, en el frente oeste durante la Primera Guerra Mundial. Las políticas racistas y de exterminio dejaron baños de sangre, con varios millones de víctimas entre todos ellos, en el dominio británico de Sudáfrica, el alemán de África del Sudeste, la actual Namibia, y especialmente en el de Leopoldo II como “reino soberano” en el Congo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, con democracia consolidada por primera vez en la historia de los países de Europa occidental, la violenta derrota del militarismo y de los fascismos allanó el camino para el control de la violencia. Pero desde comienzos de los años sesenta, los principales países europeos occidentales estuvieron implicados en una guerra contra rebeliones nacionalistas en sus colonias. Persistentes delirios de grandeza llevaron a estadistas europeos a librar guerras en ultramar, en la Indonesia holandesa, en la Indochina y Argelia francesas y en las colonias británicas de Malasia y Kenia.

Fueron guerras “sucias”, que rompieron las reglas de las Convenciones de Ginebra que esos poderes habían firmado, con abundantes episodios de tortura y violación. Pero el caso que ilustra mejor la continuidad con la cultura militar de la violencia que se creía superada en las democracias occidentales fue la guerra combatida por Francia contra el movimiento de independencia de Argelia, entre 1954 y 1962, en la que salieron a la luz numerosos casos de tortura por parte del ejército y de violencia sexual contra las mujeres argelinas.

-¿Cómo resumirías el impacto de la Segunda Guerra Mundial en la población de la URSS?

La Segunda Guerra Mundial fue el escenario que propició el paso desde políticas de discriminación y asesinatos a las genocidas. Fue una guerra total con una serie de guerras paralelas. Comenzó como una guerra entre grandes potencias territoriales. En 1941, tras la renuncia unilateral por parte de Hitler al Pacto Alemán-Soviético que había sido el preludio al reparto de Polonia, la guerra se convirtió en un combate desesperado para la sobrevivencia de la Unión Soviética amenazada de aniquilamiento por la Alemania nazi.

En territorio soviético aparecieron en aquellos años, y además juntos, los elementos básicos que identifican históricamente la guerra total y el genocidio. Por un lado, la búsqueda de la destrucción absoluta del enemigo, la movilización de todos los recursos del estado, la sociedad y la economía y el control completo de todos los aspectos de la vida pública y privada. Por otro, la deshumanización de las víctimas y la ejecución de los planes de eliminación sistemática por parte de las fuerzas armadas y de los grupos paramilitares especiales alemanes.

-Por otra parte, ACNUR calculaba que a finales de 2019 había 79,5 millones de personas desplazadas en el mundo por conflictos o persecuciones. ¿Pueden rastrearse antecedentes en el libro?

Las purgas, los asesinatos y sobre todo la expulsión y deportación de millones de personas produjeron un trastorno demográfico enorme en Europa Central y del Este durante todo el siglo XX. La práctica de deportar minorías nacionales no comenzó con la Segunda Guerra Mundial. La Primera Guerra Mundial, las revoluciones y guerras en Rusia y el intercambio de población greco-turca en 1923 constituyeron puntos vitales de referencia en las décadas anteriores.

Pero la Segunda Guerra Mundial rompió todos los registros Según el pionero estudio de Eugene M. Kulischer, entre el estallido de la guerra y comienzos de 1943 más de treinta millones de europeos fueron obligados a cambiar de país, deportados o dispersados, mientras que desde 1943 a 1948 otros 20 millones tuvieron que moverse. Según su cálculo, unos 55 millones fueron desplazados por la fuerza en menos de una década, 30 millones como resultado de la invasión nazi y el resto como consecuencia de la derrota alemana. En los dos años posteriores al final de la guerra, 12.5 millones de refugiados y expulsados de los países del Este llegaron a Alemania.

-¿Qué dimensiones tuvo la violencia sexual en las guerras de la antigua Yugoslavia?

Yugoslavia apareció desde comienzos de los años noventa en las portadas de todos los medios de comunicación, con historias de masacres, violaciones, expulsiones y desplazamientos de población.

Pero si por algo destacó la violencia en aquellas guerras de sucesión de Yugoslavia fue por las violaciones de mujeres musulmanas en Bosnia-Herzegovina, un plan de terror organizado y orquestado por el mando militar serbio-bosnio. La información de esas violaciones masivas –y también sobre las que ocurrieron por los mismos años en Ruanda- y el subsiguiente reconocimiento internacional como crímenes de guerra dio “legitimidad intelectual y urgencia ética” a estudiar la violencia sexual en todas las guerras anteriores.

Las torturas y el asesinato acompañaron a las violaciones masivas en Bosnia-Herzegovina, con el objetivo de destruir a la comunidad musulmana. Esas violaciones, escenificadas en muchas ocasiones en público, no fueron el resultado de esporádicos estallidos de ira o de emociones enloquecidas por la guerra, sino “una política racional” planificada por la dirección política y militar serbia en Serbia y Bosnia-Herzegovina.

-Por último, Una violencia indómita. El siglo XX europeo dedica un epílogo a la memoria (“Pasados fracturados, presentes divididos”). ¿Rompió de manera drástica la Alemania de posguerra con el nazismo?

Tras los dos primeros años de posguerra, la violencia, las sentencias y los castigos de fascistas y nazis decrecieron en Europa y pronto llegaron las amnistías, un proceso acelerado por la Guerra Fría, que devolvieron el pleno derecho de ciudadanos a cientos de miles de ex nazis, sobre todo en Austria y Alemania.

En el Este, fascistas de bajo origen social fueron perdonados e incorporados a las filas comunistas y se pasó de perseguir a fascistas a “enemigos del comunismo”, que a menudo eran izquierdistas, mientras que en Occidente, donde las coaliciones de izquierdas se cayeron a pedazos en 1947, la tendencia fue perdonar a todo el mundo.

La identificación y el castigo de los nazis había acabado en 1948 y era un tema olvidado a comienzos de los años cincuenta. En 1952 un tercio de los funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Federal Alemana eran antiguos nazis, mientras que dos quintos de los miembros del cuerpo diplomático habían estado en las SS. En la República Democrática muchos ex nazis pasaron a las filas del Partido Comunista, algo que fue común también en otros países de Europa del Este.

El proceso de desnazificación, por lo tanto, fue limitado. "

(Entrevista al historiador Julián Casanova, autor de Una violencia indómita. El siglo XX europeo,
Enric Llopis , Rebelión, 05/06/2021)

29/6/21

La justicia internacional confirma la cadena perpetua por genocidio para Mladic, el ‘carnicero de los Balcanes’. El exgeneral serbobosnio fue condenado por la matanza de 8.000 musulmanes bosnios en Srebrenica en 1995

 "Ratko Mladic, de 78 años, el exgeneral serbobosnio conocido como el carnicero de los Balcanes y condenado a cadena perpetua por el genocidio de Srebrenica, perpetrado en 1995 por sus tropas en esa ciudad bosnia, ha visto confirmada su sentencia por la justicia internacional este martes. 

Concluye así la ruta judicial seguida contra los responsables directos de la peor atrocidad cometida en Europa desde la II Guerra Mundial, puesto que Radovan Karadzic, jefe político de Mladic, cumple ya la misma pena en una cárcel británica. 

Ambos fueron el ideólogo y brazo militar ejecutor, respectivamente, de la muerte de unos 8.000 hombres y adolescentes bosniacos (bosnios de religión musulmana) en el curso de una ejecución masiva de la que se cumplen 26 años este mes de julio.

“Los actos de Mladic fueron decisivos para la comisión de los crímenes: sin él no podrían haberse perpetrado”, puesto que controlaba a las tropas y también a las unidades de policía en los días del genocidio, según consta en el fallo, emitido por el organismo que ha tomado la decisión (un mecanismo judicial residual encargado de los flecos de los juicios de los Balcanes desde el cierre, en 2017, del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, TPIY).

 Mladic fue condenado ya en 2017 a cadena perpetua y apeló. Este martes, los jueces han rechazado todos sus argumentos, y él los ha escuchado desde la sala de vistas con atención y ha mirado a la cámara cuando se ha confirmado la sentencia. Luego ha movido la cabeza en un gesto de decepción. No está claro dónde cumplirá la pena, porque la cárcel donde se encuentra ahora en La Haya, sede del mecanismo residual y antes del TPIY, solo se utiliza hasta que concluyen los procesos. Serge Brammertz, fiscal jefe de ambas instancias, espera que la sentencia demuestre que “la justicia puede retrasarse, en especial la justicia internacional, pero eso no significa que sea denegada”, según ha dicho. Confiaba en que los jueces de apelación mantuvieran la pena de cadena perpetua porque “es preciso que se le haga justicia a las víctimas”.

 Munira Subasic, una de las madres de Srebrenica y que perdió a su marido y un hijo, ha dicho que “este es un día histórico, pero no solo para nosotras: allí donde iba mató a todos solo porque no eran serbios”.

El caso de Mladic incluye el cerco al que sometió a Sarajevo, capital de Bosnia Herzegovina entre 1992 y 1996. Fue el más largo de una ciudad (43 meses) en la historia de las guerras modernas y las tropas serbobosnias mataron allí (con ayuda de sus francotiradores) a cerca de 14.000 personas. El fallo de apelación lo califica de “campaña destinada a aterrorizar a la población”, y añade que Mladic “no ha demostrado que Sarajevo fuera un objetivo militar legítimo”.

Los abogados de Mladic apoyaron la apelación en el hecho de que el exgeneral “no puede ser considerado responsable de los crímenes cometidos por sus subordinados, porque él no ordenó la limpieza étnica”.

Desde hace casi tres décadas, las familias de los muertos de Srebrenica entierran todos los años alguno de sus restos. Después del genocidio, los cadáveres fueron metidos en fosas comunes, que después se abrieron para desperdigarlos por otros lugares para ocultar la matanza. El fiscal también apeló, porque la primera sentencia no apreció genocidio, sino crímenes de guerra y contra la humanidad, en varios municipios de Bosnia donde también hubo muertos, pero el tribunal lo ha rechazado porque no considera hubiera ahí un genocidio.

Idenfidad falsa

Mladic fue arrestado en mayo de 2011 en la localidad de Lazarevo, a unos 80 kilómetros de Belgrado, la capital de Serbia. Se encontraba en casa de unos familiares y se hacía llamar Milorad Komadic. Acababa de sufrir un derrame cerebral y no podía mover bien la parte izquierda del cuerpo, y aunque se recuperó con el tiempo, pidió la anulación del proceso por motivos de salud. El exmilitar, respetado por sus tropas y con fama de buen estratega en el Ejército serbobosnio, estuvo huido durante una década, pero los primeros años después del genocidio se exhibía sin problemas en su país y gozaba de protección. A medida que pasó el tiempo, y en especial debido a la negativa de la UE de estudiar la solicitud de posible adhesión de Serbia si su Gobierno no lo entregaba antes, su situación cambió. Tuvo que esconderse y acabó en el domicilio de unos parientes. Allí, le detuvo un grupo de agentes especiales serbios, que llevaba dos semanas vigilando la granja donde se ocultaba.

Los Países Bajos fue uno de los que se mantuvo más firme a la hora de frenar la ruta comunitaria serbia dado su propio trauma vital. Los casos azules holandeses protegían a los civiles cuando entraron las tropas de Mladic en 1995. Superados en número, sin apoyo externo y abrumados por la situación, presenciaron la separación de los hombres de las mujeres, niños pequeños y ancianos. Fue el paso previo a genocidio, puesto que los varones adultos y adolescentes ya no regresaron. En 2002, el Gobierno holandés dimitió después de que el informe que había encargado sobre Srebrenica señalara su responsabilidad moral -que no la culpa- de lo ocurrido. El grupo de veteranos que representa al Dutchbat III, el batallón de los cascos azules destacado en la población bosnia, señala que entre un 20% y un 30% de sus miembros padece estrés postraumático. En otros destacamentos similares le ocurre a un 6% de los militares. En febrero de este año, el Ejecutivo asignó la cifra simbólica de 5.000 euros para cada uno de ellos.

1/6/21

Macron admite en Ruanda la “responsabilidad abrumadora” de Francia en el genocidio

 "El presidente francés, Emmanuel Macron, abrió el jueves un nuevo capítulo en la compleja relación de Francia con Ruanda al reconocer la “responsabilidad abrumadora” de su país en el genocidio de 1994

En un discurso en Kigali, la capital ruandesa, Macron rechazó toda culpa y complicidad francesa en el asesinato de más de 800.000 ruandeses de etnia tutsi a manos del régimen hutu, pero admitió que París, aunque de forma involuntaria, tuvo un papel en el “engranaje que condujo a lo peor”. El anfitrión, Paul Kagame, aplaudió sus palabras.

 Macron no presentó excusas ni pidió perdón de forma explícita como hizo hace 21 años la antigua potencia colonial, Bélgica, pero en cambio indicó que Francia tiene “una deuda” hacia las víctimas y que son estas las que tienen “el don” del perdón. El presidente ruandés, Kagame, describió después en una rueda de prensa el discurso de su homólogo como un acto “de inmenso coraje” con “más valor que unas excusas”.

“Al estar hoy [por el jueves] aquí con humildad y respeto a vuestro lado, vengo a reconocer nuestras responsabilidades”, dijo el presidente de la República en el discurso de 14 minutos en el Memorial Gisozi. Allí están inhumados los restos de 250.000 víctimas del genocidio perpetrado hace 27 años por un régimen que había contado con el apoyo político y militar de Francia. Desde entonces, el papel de París y la resistencia francesa a asumir sus responsabilidades han envenenado la relación entre París y Kigali.

Macron pronunció un discurso denso que refleja su idea de la política de la memoria para un país que, como dice en una entrevista recién publicada por la revista Zadig, necesita “una mirada desacomplejada y lúcida” sobre el pasado con sus luces y sombras. Es uno de los ejes de su acción al frente de Francia, en la estela de su predecesor Jacques Chirac, que en 1995 fue el primer presidente en admitir la responsabilidad de Francia en la deportación y el exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. “En la vida de una nación”, dijo Chirac, “hay momentos que hieren la memoria y la idea que uno se hace de su país”.

Macron recoge este espíritu. En los últimos meses, se han publicado sendos informes de historiadores: uno, sobre la guerra de Argelia entre 1954 y 1962, que todavía marca y divide a Francia; y el otro, sobre Ruanda, donde el país, según su presidente, “tiene un deber: el de mirar a la historia a la cara y reconocer la parte de sufrimiento que infligió al pueblo ruandés al hacer prevalecer el silencio durante demasiado tiempo en el examen de la verdad”.

La derecha y la extrema derecha francesas suelen acusar a Macron de caer en la autoflagelación. En el caso de Ruanda, se añade la incomodidad de los antiguos colaboradores del socialista François Mitterrand, presidente entre 1981 y 1995 y responsable último de los errores de Francia en Ruanda, según el informe encargado por Macron y publicado en marzo bajo la dirección del historiador Vincent Duclert.

“Solo los que atravesaron la noche pueden, quizá, perdonar, conceder el don, en este caso, de perdonarnos”, dijo Macron. “Lo recuerdo, lo recuerdo, lo recuerdo”, añadió en la principal lengua ruandesa, el kinyarwanda.

Francia ve el discurso como la etapa final en la normalización de la relación con Ruanda, que debería culminar con el nombramiento de un embajador francés, ausente desde 2015. Uno de los momentos más complicados llegó en 2006, con la ruptura de las relaciones tras la imputación de nueve altos cargos próximos a Kagame por el juez francés Jean-Louis Bruguière, que los acusó de estar detrás del atentado contra el avión en el que murió en 1994 el presidente ruandés Juvénal Habyarimana. El atentado marcó el inicio del genocidio de los tutsis.

Francia y Ruanda retomaron la relación en 2009. Al año siguiente, el presidente Nicolas Sarkozy admitió en Kigali “errores políticos” y “una forma de ofuscación” de Francia en Ruanda. Pero fue Macron, en el cargo desde 2017, quien fijó la plena normalización como prioridad. Apoyó a la ruandesa Louise Mushikiwabo para presidir la Organización Internacional de la Francofonía. Y cultivó como aliado en África a Kagame, que ha liderado con mano de hierro su país durante estas décadas y ganó las últimas elecciones con un 98,8% de votos. La oposición lamentó, en vísperas de la visita de Macron, que este “callase ante el reino autoritario y las violaciones de los derechos humanos”, informó la agencia France Presse.

El caso judicial contra los colaboradores de Kagame quedó sobreseído en julio de 2020, poco después de la detención en las afueras de París, donde vivía escondido, de Félicien Kabuga, considerado uno de los principales responsables del genocidio.

“Reconocer este pasado, que es nuestra responsabilidad, es un gesto sin contrapartidas”, dijo Macron. “Es exigencia hacia nosotros mismos y para nosotros mismos, deuda hacia las víctimas después de tantos silencios pasados, don a los vivos de quienes todavía podemos, si lo aceptan, calmar el dolor”.