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13/3/24

La historia de los ocho de Vernet... militares republicanos exiliados en Francia y que acabaron en un campo de concentración nazi... Gámir sufre un ataque y pierde la vista y el sentido. El médico que le atiende extiende un certificado para ingresarlo en el hospital y ofrece a sus compañeros tramitar un documento parecido. El grupo debate si aceptar o no la oferta y finalmente, el coronel Velasco decide que es demasiado arriesgado porque si los alemanes sospechan pueden obligar al delicado Gámir a abandonar el hospital y hacer el viaje con ellos. Siete se sacrifican por uno. La decisión marca un antes y un después: solo uno de ellos salvará la vida. El 30 de junio de 1944, el grupo, ahora de siete, es trasladado a Dachau

 "El Ministerio de Defensa recupera las vivencias del grupo de militares republicanos exiliados en Francia y que acabaron en un campo de concentración nazi. Los hijos de dos de ellos murieron asesinados por el bando en el que luchaban sus padres.

Velasco se puso muy enfermo al poco tiempo de llegar, lo sacaron del campo y no hemos vuelto a saber de él, lo más probable es que lo gasearan. Blasco murió el 18 diciembre y Amer, en febrero, los dos porque perdieron la moral y el ánimo y esa fue su perdición; Salavera murió en enero consumido por la diarrea, los piojos y los malos tratos; Marín murió en febrero del tifus, y Redondo, en la noche del 8 al 9 de marzo de fiebre, piojos y sobre todo, hambre; dormíamos juntos y murió abrazado a mí, hablándome de sus hijos. Toda la noche desde las 11 la pasé con el pobre cadáver y a la madrugada, ayudado por otro español, pudimos lavarlo y arreglarlo un poco antes de que se lo llevaran. Yo vivo de milagro, pero vivo…”.

El Teniente coronel José María García-Miranda, de 48 años, escribe a su esposa, Lucía, el 2 de mayo de 1945 tras ser liberado por los americanos del campo de concentración nazi de Dachau (Alemania). Pesa 39 kilos y aún tardará en reencontrarse con ella porque los supervivientes están tan débiles y enfermos que han de pasar una cuarentena. La carta resume el final del trágico destino de un grupo de jefes y oficiales del Ejército republicano que, en 1939, una vez perdida la Guerra Civil, cruzó a Francia y, al igual que miles de civiles, fue dando tumbos por centros de detención hasta recalar en una de las sucursales del infierno, las crueles sedes del holocausto. El sobrino nieto de García-Miranda, Rafael Pañeda Reinlein, encontró hace años, en un altillo de un desván, dentro de una maleta, los textos de su tío abuelo y, con su hermana Iciar, empezó a tirar del hilo para averigüar quiénes eran esos hombres de los que hablaba en su carta. Rafael recuerda la emoción cuando abrió aquellos “cuadernos de tapas marrones que llevaban tanto tiempo callados. Las cartas recién liberado de Dachau son un monumento”, afirma. El resultado es una emocionante historia de lealtad, honor y compañerismo en las circunstancias más difíciles, recogidas en el libro Los ocho de Vernet, por ser este pueblo francés la primera parada de su periplo tras perder la guerra. Publicado por el Ministerio de Defensa, la obra sirve de merecido homenaje. La iniciativa, como la de la Fiscalía General del Estado, que recientemente ha publicado En memoria de Javier Elola, fiscal fusilado, pretende recuperar un relato olvidado: el de los servidores públicos que pagaron con todo su defensa de la democracia, incluida la propia sangre. Dos de los hijos de estos militares fueron asesinados por hombres que decían apoyar al bando en el que luchaban sus padres, el de la República.

Iciar y Rafael Peñada son sobrinos de otro de los grandes nombres de la democracia, Fernando Reinlein, miembro de la Unión Militar Democrática (UMD), el grupo clandestino de militares que vigiló, desde dentro del Ejército, para que la dictadura no se perpetuase. “Yo trabajo en el Ministerio de Defensa”, explica Iciar, “y cuando digo el apellido Reinlein, unos tuercen el gesto por la UMD, y otros dicen: ‘Ah, pero también eres nieta de medalla militar’, porque mi abuelo estuvo en la División Azul [unidad española de apoyo a los alemanes en la II Guerra Mundial]. Esa situación, de parientes en ambos bandos, se da en muchas familias militares”.

La detención

El 8 de diciembre de 1943, la Gestapo detiene en el Hotel Alexandra del pueblo francés de Vernet les Bains a ocho militares republicanos: el general Mariano Gámir Ulibarri, de 66 años; los coroneles Jesús Velasco Echave (65); Carlos Redondo Flores (64 ) y César Blasco Sasera (66); los tenientes coroneles Fernando Salavera Camps (60) y José Mª García-Miranda Esteban-Infantes (46) y los comandantes Joan Amer Vadell (46) y Teodoro Marín Masdemont (66). Como el resto del Ejército Republicano, tienen distintas ideas y orígenes. Gámir ha nacido en una familia militar, católica y monárquica. 

El 14 de abril de 1931, al proclamarse la República, según recoge una biografía escrita por Manuel Amores Torrijos en colaboración con la familia, expresa su “congoja al arriarse por última vez la enseña rojigualda”. El golpe del 18 de julio de 1936 le pilla en Valencia. Al día siguiente envía un telegrama al presidente Azaña para manifestarle su lealtad. “La decisión no fue fácil por la militancia en Falange de tres de mis hijos”, se recuerda en el libro. Uno de ellos, Pepe, de 26 años, es asesinado en agosto de 1936 por un “grupo de izquierdistas” que lo saca de la cárcel de Huete (Cuenca) para matarlo “tomándose la justicia por su mano”. 

El general Gámir afirma entonces: “La tragedia familiar hizo que un sentimiento de culpa se apoderase de mí en los primeros días de luto, asaltándome la duda de si acaso habría optado por el bando equivocado”. En noviembre de 1936 también es asesinado en Paracuellos su sobrino José María: “Mi desesperación llegó al límite…”.

Mi abuelo”, relata a EL PAÍS Alfonso Gámir, nieto del general, “había sido gentilhombre del Rey [caballero al servicio del Monarca]. También era muy, muy religioso, lo que chocaba con el anticlericalismo del bando republicano. Pero defendió hasta sus últimas consecuencias el poder establecido y la palabra dada: había jurado lealtad a la República. Puso su deber por encima de todo, hasta de la familia. Y por eso estoy muy orgulloso de él”.

El coronel Velasco era hijo y nieto de militares y había dado clases, en la Academia de Toledo, como recoge Los ocho de Vernet, “a un joven cadete llamado Francisco Franco Bahamonde”. En noviembre de 1936, su hijo Antonio también fue asesinado en Paracuellos. Los padres de Redondo eran maestros.

Tras la detención en el Hotel Alexandra, el grupo es llevado a una cárcel en Perpiñán, acusado de “resistencia clandestina, colaboración con los maquis, ayuda y alojamiento a los resistentes y difusión de diarios clandestinos”, según expone en una carta el jefe de la resistencia de Vernet les Bains, Pierre Vidal, registrada en el Servicio Histórico de la Defensa francés. Dos meses después, los entregan a la policía francesa y sus condiciones mejoran notablemente. La víspera de que los trasladen al campo de concentración de Vernet d’Ariege, a 20 kilómetros de Toulouse, Gámir sufre un ataque y pierde la vista y el sentido.

 El médico que le atiende extiende un certificado para ingresarlo en el hospital y ofrece a sus compañeros tramitar un documento parecido. El grupo debate si aceptar o no la oferta y finalmente, el coronel Velasco decide que es demasiado arriesgado porque si los alemanes sospechan pueden obligar al delicado Gámir a abandonar el hospital y hacer el viaje con ellos. Siete se sacrifican por uno. La decisión marca un antes y un después: solo uno de ellos salvará la vida.

El 30 de junio de 1944, el grupo, ahora de siete, es trasladado a Dachau. El trayecto lo hacen en vagones de ganado donde los prisioneros están tan apiñados que tienen que hacer turnos para sentarse. El convoy transporta a unos 700 deportados, entre ellos, 70 españoles. García-Miranda cuenta en sus diarios cómo algunos logran escapar: “Lo consiguen de forma alucinante, levantando el suelo, descolgándose y dejando encogidos que el tren pasara sobre ellos”. El 28 de agosto, casi dos meses después, llegan al campo de trabajo, ya convertido en centro de exterminio.

Velasco, al contrario de lo que García-Miranda explicaba en la carta a su mujer, no fue gaseado. Como había llegado a Dachau muy enfermo, lo enviaron al campo de Bergen-Belsen, donde coincidió con Ana Frank, y allí murió, como la niña del célebre y triste diario. Mientras, el resto del grupo, ahora de seis, trata de sobrevivir en Dachau, donde cada mañana los guardias colocan en fila a sus prisioneros para seleccionar a los que pueden seguir trabajando y enviar a la cámara de gas a los que ya están demasiado débiles. El coronel García-Miranda llega a hacer de conejillo de indias en un experimento médico. Solo él y Gámir, que se había quedado en el hospital, podrán contar lo que pasó.

En 1948, Gámir se reencuentra en París con su hijo Alfonso, falangista, que le recrimina haber luchado “con los comunistas”, según recoge el libro. El general le responde que no puede entender “lo que significa para un militar una promesa de fidelidad, el concepto del honor”. “Mi padre”, relata Alfonso Gámir, “era muy cercano a José Antonio Primo de Rivera. Tenía unas ideas distintas a las de mi abuelo, pero nunca se perdieron el cariño, por eso fue a buscarlo a Francia”. El general había sido condenado en España, en ausencia, por rebelión militar. “Era justo al revés: los que se habían rebelado eran los franquistas, pero ganaron la guerra”. “Fueron de derrota en derrota”, añade Iciar Pañeda, “hasta la derrota final”.

En 2015, el entonces primer ministro francés, Manuel Valls, dedicó un perdón de Estado a los españoles que, como los ocho de Vernet, tras la victoria franquista recalaron en su país y en muchos casos, ayudaron a liberarla de los nazis: “Fueron humillados. Se les quiso arrebatar la dignidad. Los que huían en busca de la libertad esperaban otro tipo de acogida. Eso no es Francia”, dijo. García-Miranda y Redondo disponían de un certificado de actividades de la Resistencia. Tanto en España como en Francia luchaban contra el mismo enemigo."                       (Natalia Junquera, El País, 10/03/24)

5/2/24

José Ignacio Pérez, alias Paulino, soldado republicano, llegó a Mauthausen con 21 años. Los nazis lo pusieron a boxear... Sobrevivió cuatro años y salvó a otros compañeros, a los que pasaba comida a escondidas... Debemos recordarlo... a Europa, en cambio, le falla la memoria de qué hacer ante una matanza... Alemania, el Reino Unido, Italia y hasta 16 países han cortado su financiación de la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos... Abocan aún más a la catástrofe a una población ya masacrada rutinariamente... pero hay excepciones: España no ha retirado su ayuda. Así que me siento orgulloso de ser español... por Paulino y por la UNRWA (Íñigo Domínguez)

 "El pasado sábado, 27 de enero, el Marca hizo algo admirable: publicó un reportaje de 12 páginas (doce), de José Ignacio Pérez sobre la increíble historia de Segundo Espallargas, alias Paulino: “Yo boxeé en Mauthausen”. Era un mozo como un armario que se alistó con 16 años con los republicanos en la Guerra Civil y llegó a Mauthausen con 21. Los nazis lo pusieron a boxear. Organizaban combates entre prisioneros los domingos, con la amenaza de mandarle al crematorio si perdía. Sobrevivió cuatro años y salvó a otros compañeros, a los que pasaba comida a escondidas, y también a sus contrincantes, con los que alargaba el combate para no tumbarles rápido y que no fueran ejecutados. No sabemos bien lo que fueron aquellos españoles. En Hollywood ya habrían hecho una película.

El diario publicó este relato porque era el Día de la Memoria, conmemoración del día de la liberación de Auschwitz-Birkenau en 1945. Es una fecha a la que España siempre permanece muy ajena. Ya, no vivimos la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo no nos interesa, y esto siempre me ha sorprendido. Bueno, no tanto: del pasado no queremos saber, es algo muy nuestro. Paulino fue uno de los 7.251 españoles deportados a Mauthausen, de los que murieron el 65,5%. Hablas de ello y aún la gente no tiene ni idea. Así estamos. Quizá les sorprenda, bueno, no tanto, pero no hay en España un museo de la Guerra Civil. Están construyendo uno en Teruel. De donde era Paulino, por cierto.

No fue hasta 2019 cuando un grupo de investigación, del profesor Gutmaro Gómez Bravo, realizó la primera lista oficial y así pudo inscribirse por fin en el registro civil el fallecimiento de 4.427 españoles olvidados. La lista se publicó por primera vez en ¡2022! Somos una auténtica anomalía en Europa en la relación con nuestro pasado. Un extranjero siempre flipa de que vivamos con esa carga de secretos, leyendas urbanas, cosas no dichas, no sabidas, no reconocidas, y aniversarios no celebrados. En fin, tanta ignorancia. Vivimos en la desmemoria, y se nota, sobre todo en el burdo manejo del pasado. Si tuviéramos todos claras cuatro cosas básicas, una memoria de hechos indiscutibles que todos lamentamos, viviríamos mejor. Se dirían menos tonterías, eso seguro, como que esto ahora es una dictadura. En Italia o Alemania tienes en la tele cada semana un documental sobre su traumático pasado, y ya no es polémico, es una cuestión central de su identidad, aquí es una clave oculta, no resuelta, que explica comportamientos que requerirían un psiquiatra colectivo. Juan Carlos Fernández, autor de las ilustraciones del reportaje, incluye una foto suya de niño con su tío, también superviviente de Mauthausen: “Sucedió, sí, y si yo estoy en la foto es porque no fue hace tanto tiempo, ¿verdad?”.

Todo esto en una semana en que a Europa, en cambio, le falla la memoria de qué hacer ante una matanza. Alemania, el Reino Unido, Italia y hasta 16 países han cortado su financiación de la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, tras la acusación de Israel de que 12 empleados, de 30.000 que tiene, participaron en los atentados del 7 de octubre. Abocan aún más a la catástrofe a una población ya masacrada rutinariamente sin que ellos muevan un dedo. Conmueve tanta rapidez en acudir en auxilio del vencedor. Ya está en las páginas de la historia para nuestra vergüenza y futura memoria, pero hay excepciones: España no ha retirado su ayuda. Así que, pese al país tan loco que tenemos, ahí estaba yo leyendo el Marca en el bar y sintiéndome orgulloso de ser español, como un campeón, y no me digan que no era complicado esta semana."                 (Íñigo Domínguez , El País, 04/02/24)

16/10/22

Los españoles en Mauthausen vistos desde la lógica nazi: "Estos prisioneros nunca importaron al franquismo"

 "Una investigación recién publicada atestigua científicamente los nombres de 4.435 asesinados por el régimen nazi en Mauthausen. Aquí, los autores reflexionan sobre el tratamiento que estos españoles recibieron durante su éxodo: desde Francia hasta Alemania, para terminar en Latinoamérica o retornar al país galo.

En marzo de 1942 tan solo sobrevivían a Mauthausen 300 españoles. En los ocho meses previos, el régimen nazi asesinó a más de cuatro millares de españoles que, años antes de terminar en el campo de concentración, huyeron a Francia para escapar del nuevo régimen franquista que se instauraría en su país natal. Los historiadores Gutmaro Gómez y Diego Martínez publican la mayor investigación realizada hasta el momento en 'Esclavos del Tercer Reich. Los españoles en el campo de Mauthausen' (Cátedra, 2022), en la que ahondan sobre el destino de estos prisioneros que jamás perdieron su nacionalidad, en Francia fueron tratados como "indeseables" y sus últimas fuerzas las dedicaron para saludar a las fuerzas antifascistas que liberaron el campo austriaco.

¿Cuántos españoles habéis podido atestiguar que fueron internados en Mauthausen?

Diego Martínez: El tema de las cifras siempre es muy complejo por la gran dispersión de fuentes que hay. La historiografía maneja un total de 7.251 nombres de españoles que pasaron por el campo de concentración. De los fallecidos, estimados en 4.750, se conocen todos los nombres, aunque de los que fueron allí deportados es más complicado. De todos ellos, nosotros hemos cotejado con fuentes inéditas los nombres de hasta 4.435. De todas formas, es algo complicado de saber de forma exacta porque hay fallecidos que no aparecen o internos no inscritos.¿Cómo llegan los españoles a Mauthausen? ¿Por qué terminan internados?

Gutmaro Gómez: La mayoría proceden de la huida desde España al final de la Guerra Civil, los restos del ejército de Catalunya o de la Batalla del Ebro. Sabemos que a Francia llegan medio millón de españoles en un momento complicado para ese país, donde el frente popular deja paso a un gobierno de derechas que resuelve la cuestión de los refugiados españoles de forma autoritaria. Estos 500.000 españoles nunca tienen el estatus de refugiados y son tratados como indeseables, la categoría jurídica ligada a los nómadas, a los apátridas.

Cuando se produce la ocupación nazi de Francia, muchos españoles ya están censados según su categoría política. El eje Madrid-París-Berlín comparte políticas y métodos, en este sentido. Así, tienen dos métodos para apresar a los españoles en Francia que huyeron de Franco: primero porque saben dónde están y son entregados a la Gestapo o el ejército alemán, y luego porque otros muchos ya estaban incorporados a la legión extranjera francesa en batallones de trabajo, pero también en los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros y Compañías de Trabajadores Extranjeros.

DM: Aquí es importante la figura de la custodia protectora vigente en el nazismo. A la mayoría los detienen como prisioneros de guerra, así que son destinados a los 'Stalags', campos para este tipo de prisioneros. A Mauthausen llegan el 6 de agosto de 1940.

GG: Esa custodia antes había recaído en checos, daneses o polacos. Es una máquina perfecta para la represión para todos los considerados como enemigos del III Reich.

A estos españoles, ¿el Estado franquista los considera como tal?

GG: Sabemos que en España se conoce el paradero de estas personas y que desde Alemania les preguntan cantidad de veces cómo actuar con ellas por vía diplomática, así que sí son consideradas como españolas. La respuesta desde España es nula, silencio administrativo. Estos prisioneros nunca importaron al franquismo. ¿Y quién estaba en la embajada española de Berlín en esos momentos? Eugenio Espinosa de los Monteros. La presión que sí ejerce a España para que sean deportados al país la hacen con Francia antes de la ocupación, con Vichy.

DM: Hay que recordar que la custodia protectora la Alemania nazi también la aplica de forma interna. Es una figura jurídica que permite al Estado alemán escoger a una serie de personas para llevarlas a los campos de concentración. ¿Por qué España no tiene nada que decir en el caso de los españoles en Francia? Porque Francia es territorio ocupado y los prisioneros los gestionan los nazis.

Hay un apartado de la publicación llamado 'Manual de castigo'. ¿Existía este documento como tal?

DM: Sí, existió, lo crearon en el campo de Dachau. Son directrices que básicamente fijan el funcionamiento de un campo de concentración. No podemos entender el III Reich de 1939 como el de 1943. Es decir, Alemania no se acostó con Weimar y se levantó con un Reich nazificado al extremo. Por eso, los primeros crímenes que cometieron levantaron ampollas y algunos fiscales investigaron lo que sucedía en estos centros. Eso puso contra las cuerdas a algunos guardias, pero también al propio Himmler que llegó a ser encarcelado.

Con el manual conseguían que hubiera una normativa que amparara lo que hacían en los campos. Oficialmente los guardias no podían maltratar sistemáticamente a los prisioneros, pero en realidad tenían carta banca para hacer con ellos lo que quisieran.

GG: En los campos, quien manda son las SS por encima del Estado. Nosotros, en el libro, lo que hacemos es entender la inserción de los españoles en ese mundo, que hasta el momento se había hecho a través de la propia experiencia de los internados y no desde la lógica y la forma de actuar de los nazis.

'Demasiados muertos, pocos trabajadores' es el título de otro apartado. ¿Qué relación guarda esto con el desarrollo de la Guerra?

GG: Cuando empiezan a perder la Guerra, a partir de 1942, todo lo vuelcan al esfuerzo de la contienda y adaptan la administración de los campos para que la producción aumente, al igual que mejoran los tratados con las empresas privadas.

DM: De los 4.400 españoles fallecidos que conocemos, todos menos 300 murieron entre agosto de 1941 y marzo de 1942. Estos no están sometidos al rendimiento del trabajo, sino al trabajo como castigo. Los españoles que sobreviven sí son apreciados en el campo como grandes resistentes, porque el campo no deja de recibir gente que en una semana probablemente muera.

 Mauthausen, un campo destinado a los que consideraban irredimibles, como mendigos o alcohólicos, explica muy bien el exterminio por el trabajo, que sobre todo se da en la primera mitad de la guerra, aunque siempre se haya pensado que esto sucede al final. Al fin y al cabo, como en los últimos años quieren aumentar la producción de guerra, los nazis deben reducir la tasa de mortalidad. Y al menos inicialmente lo consiguen, aunque lejos de hacerlo mediante un mejor trato. El descenso se hace efectivo por la aparición de campos subsidiarios que acogen a personas de otros campos más duros, aunque en los últimos meses de la guerra estos también se convierten en auténticas trituradoras.

¿Alguno de los españoles internados fue utilizado como cobaya en experimentos científicos?

DM: Especialmente fueron utilizados para la experimentación con vacunas, como la del tifus y el cólera. Nosotros, en el libro, contextualizamos esta forma de hacer para que no parezca un caso aislado y el relato sea mucho más fidedigno de lo que fue: una red de campos de concentración que actuaban organizados y con las mismas estrategias.

Los españoles allí internos veían cómo poco a poco se les iba exterminando. ¿En algún momento albergaron algo de esperanza?

GG: De sus testimonios quedan pocos. Conocemos lo que escriben después, porque muchos supervivientes tienen la urgencia de contar lo que ha pasado. Prisciliano García Gaitero, cuyo caso personal vertebra el libro, cuenta cómo uno de los compañeros con los que cruzó los Pirineos hacia Francia fue mordido por un perro de las SS. Esa forma de vida te destroza la condición humana. En sus palabras se aprecia el abatimiento sin lugar a dudas. A este hombre, al final un médico le diagnostica y por ciertas circunstancias recibe ayuda y termina en Dachau, un campo algo mejor que Mauthausen en el que varios brigadistas le cuidan.

Pero no había mucha esperanza en el campo, al contrario. La gente se dejaba morir durante días, sobre todo cuando ves caer a esas personas con las que a lo mejor has luchado en la Guerra Civil española, terminas en unos barracones en Alemania sin saber muy bien cómo, y mueren. Eso lo vemos en los números. Cuando sumas el porcentaje de ratios de muerte en los grupos de afinidad, te das cuenta de la tragedia.

DM: La mayoría de ellos eran muertos vivientes. Los únicos que tenían algo de energía vital eran los capos de los campos de concentración. Para los que estaban más debilitados, a los que llamaban "musulmanes", prácticamente les era imposible seguir trabajando. La mayoría de ellos funcionaba por inercia, y el que no tenía un puesto privilegiado o algún conocido que le ayudara, moría, porque era imposible aguantar más de tres meses trabajando en la cantera de Mauthausen en esas condiciones.

Sí tenían algunos reductos. El sexo dentro de los campos de concentración, por ejemplo. Según cuentan, muchos no entendían la masturbación como una especie de necesidad biológica, sino que lo narraban como un acto de resistencia. Era una forma de sentirse vivos.

Es famosa la pancarta que recibió a las tropas liberadoras en Mauthausen realizada por españoles antifascistas. Tras la liberación, ¿cuál fue el destino para esos españoles ya marcados como antifascistas?

GG: Es un buen final que también es el principio de otra historia. Que esa pancarta esté en español demuestra la supervivencia y el grado de visibilidad que tenían en el campo.

DM: Por otra parte, tras la liberación del campo, las autoridades aliadas no contemplan otra cosa que la repatriación de los internos, lo que supone algunos problemas, como sucede con los españoles o aquellos que deberían retornar a países en ese momento bajo la órbita soviética, como los polacos.

En septiembre de 1945 se producen los primeros suicidios por esta cuestión y el alto mando aliado se da cuenta de que no puede repatriar a todo el mundo de manera forzosa, así que un millón de personas aproximadamente se queda sin saber dónde ir. Ese esfuerzo lo asume la Administración de las Naciones Unidas para el Socorro y la Reconstrucción, que en julio de 1947 es reemplazada por la Organización Internacional para los Refugiados. De hecho, la evolución que se produce de las definiciones dadas a las figuras de "desplazado" y "refugiado" es la semilla de su concepción actual.

Se dio el caso de que algunos españoles accedieron voluntariamente a volver a España, un total de 69, aunque ayudaron a 795. La mayoría se exilió, algunos se quedaron en Francia y otra buena parte marcha a Latinoamérica, sobre todo en Argentina pero también en otros muchos países.

GG: Esa dispersión ha contribuido que no se conozca bien esta historia. Tiene mucha trascendencia porque la liberación de Mauthausen es recibida en español, pero eso no se llega a producir en España en ningún momento por la larga duración del franquismo, y es una de las cosas que también nos separa del modelo de memoria de Europa."               (Guillermo Martínez, Público, 09/10/22)

4/1/22

La historia de un padre y un hijo que compartieron calvario en el campo de concentración de Mauthausen... "Iban mandando prisioneros a través de una especie de camioncito que estaba blindado. En el camino los mataban conectando un tubo de escape a esta parte del vehículo para que el aire y los gases del camión se introdujeran. En el castillo los quemaban. Al final, en Gusen y Mauthausen no daban abasto"... "los nazis admiraban la fortaleza mental de los españoles por la solidaridad colectiva y el compañerismo que tenían" a pesar de cohabitar más de 30 nacionalidades diferentes

 "Me dijeron que mi abuelo había estado en una cárcel y que su padre había muerto allí. Yo no me lo creía, era imposible. El concepto de cárcel fue creciendo hasta convertirse en campos de concentración nazi", recapitula Judith Miralles, una joven que reside en Villamayor de Gállego y que siente haber cogido el relevo de su abuelo de visibilizar todo lo que ocurrió en Mauthausen-Gusen.

Todo empezó como la típica curiosidad de una niña que escucha a su abuelo hablar por teléfono de forma recurrente de algo "tabú" entre la familia. Como si una llamada de lo "prohibido" le hubiera impulsado a sentarse con su walkman junto a su abuelo, José Egea Pujantes, para hacerle a modo de entrevista unas preguntas que desembocaron en la "responsabilidad y necesidad de visibilizar y hacer que no se olviden" todas aquellas personas que estuvieron en los campos de concentración nazis por sus ideas. 

 "Siento que he heredado esa responsabilidad y no me puedo deshacer de ello ni dejarlo a un lado. Soy lo que soy por lo que ha vivido y me ha contado mi abuelo, aunque nunca me ha transmitido ningún tipo de rencor y odio. Solo creo que hay que luchar contra el olvido, tanto de las personas que se liberaron como de los que fallecieron allí", asegura Miralles. 

Su abuelo José Egea Pujantes, natural de Murcia pero arraigado a Sitges y Aragón, nació en 1921 y, cuando estalló la Guerra Civil, era un adolescente de 15 años que soñaba con ser piloto de aviación. En estos años, su padre, José Egea García, tuvo que exiliarse del país al haber sido denunciado por estar metido en política, ejercer de secretario de la CNT en Sitges y ser anarquista. Desde ese momento, le perdieron la pista.

"Mi abuelo acabó formando parte de lo que llamaban la Leva del biberón, que se formaba por los reclutas más jovencitos del ejército republicano en zonas controladas todavía por ellos. En cambio, cuando empezó a actuar Franco, tuvieron que dejar las armas en La Junquera y huir. Terminaron en Argelès-Sur-Mer, un campo de deportados francés", sostiene Miralles.

En este lugar, que era una playa rodeada por una alambrada en donde para dormir tenían que hacer agujeros en la arena, José Egea (hijo) se enteró de que había otra persona que se llamaba como él y que resultaba ser su padre, del que no sabía nada desde hace tiempo. "Cuando se vieron, se abrazaron y lloraron. Él estaba allí desde hace tiempo con otros dos compañeros de Sitges, Tomás Iglesias y Carlos Fransó, que tenían una edad similar, unos 43 años".

Pasaron las semanas hasta que les ofrecieron alistarse en el ejército francés para obtener la nacionalidad francesa. Terminaron apuntándose en lo que llamaban la 11ª Compañía de Trabajadores Extranjera (CTE), compuesta por 250 republicanos, junto con otros españoles como Antonio Sospedra Herrera y Mariano Año, quienes ayudaron meses después a Pujantes por petición de su padre al tener solo 20 años y ser retenido por la Gestapo en una de sus huidas.

"La historia de mi abuelo y su padre es de idas y venidas. Se encuentran, se pierden, se encuentran, se pierden. En un bombardeo por parte de la aviación alemana salieron corriendo y, en ese momento, capturaron a mi bisabuelo para llevarlo a un centro de detención previo al campo de concentración", explica Judith Miralles sobre la llegada de ambos hasta Mauthausen, que fue "muy traumática por el agobio y la agonía del tren en la que durante tres días no se abrieron las puertas ni les dieron de beber".

La odisea de llegar, servir y sobrevivir en Mauthausen-Gusen

Según cuenta su nieta, llegaron el día 27 de enero de 1941, una fecha que ya estaba marcada en el calendario al ser el cumpleaños de su abuelo. En ese momento, bajaron del tren con medio metro de nieve que solo abría paso al llamado ‘El camino del silencio’ y en donde solo se escuchaba el crujido de las pisadas y los perros de los SS. "En ese momento, mi bisabuelo cogió a su hijo y le dijo: ‘José, de aquí no salimos. Este es nuestro último viaje juntos", dice.

Después de este recorrido, aquellas personas que llegaban hasta Mauthausen-Gusen debían ser desinfectados despojando toda su ropa y recuerdos, cortándoles el pelo y dándoles un uniforme del que no importaba la talla. Dejaban de tener nombre y apellidos porque les asignaban números para referirse a ellos. Para Pujantes el número 5894 y para García 6315. A continuación, pasaban a protagonizar una cuarentena que los ponía a prueba y en la que las relaciones se veían alteradas y perjudicadas por los duros castigos y presión.

Al principio, José Egea Pujantes estuvo trabajando en la cantera de los 186 escalones y fabricando piezas de motores y de armamento. Sin embargo, en abril de 1945, lo mandaron a Gusen, un cambio que significaba que "en poco tiempo podía estar liquidado", ya que ahí "todo se aceleraba y los mataban a través de métodos mucho más macabros". Pero antes de este traslado, que no anticipó su muerte ya que fue liberado el 5 de mayo de 1945, Pujantes tuvo que enfrentarse a la muerte de su padre, al cual llevaron a Gusen el 8 de abril de 1941 al "no servir como trabajador ni ser rentable para el régimen" (cáscaras vacías para Hitler) y al que mataron el 15 de agosto de 1941 en el castillo de Hartheim por inhalación de gas.

"Iban mandando prisioneros a través de una especie de camioncito que estaba blindado. En el camino los mataban conectando un tubo de escape a esta parte del vehículo para que el aire y los gases del camión se introdujeran. En el castillo los quemaban. Al final, en Gusen y Mauthausen no daban abasto", confiesa Miralles acerca de los procesos que se modificaban burocráticamente "para evitar que se conociera la existencia de estos centros" a pesar de esa chimenea "echara humo y oliera a carne quemada" durante todo el día.

"Los alemanes utilizaban tal producto que te abrasaba las vías respiratorias y te tenían 20 minutos agonizando. Los que estaban allí incluso perdían el control de los esfínteres. Es una muerte horrible y me parece sorprendente que a las personas de un bando sí se les haya homenajeado y las de los otros sigan bajo tierra o convertidos en cenizas", recalca la joven.

En el momento en el que mataron a su bisabuelo, se lo comunicaron a su hijo, quien "solo se permitió llorar ese día", ya que en el campo "no podías pensar en lo que le estaba pasando a otra persona o si tenías familia fuera porque solo quedaba la propia existencia como herramienta de convivencia y supervivencia". Tal y como añade Miralles, "los nazis admiraban la fortaleza mental de los españoles por la solidaridad colectiva y el compañerismo que tenían" a pesar de cohabitar más de 30 nacionalidades diferentes.

"Él decía que no se podía permitir pensar mucho en él, si lo iban a matar o liberar. Era un poco vivir al día, el llegar por la noche a la barraca y decir: otro día más", sentencia Judith, aunque también recuerda "las pequeñas acciones de sabotaje" como trucar las balas de su abuelo y sus lágrimas por la "incertidumbre" el día que lo liberaron.

"Te deshumanizan tanto que ellos aprendieron a convivir con la muerte. Inconscientemente acaban dándole normalidad e incluso en los recuentos sacaban a sus compañeros muertos para que los tuvieran en cuenta. Entraban a formar parte de ese macabro sistema en donde solo eran los peones más bajos y en donde el sufrimiento acaba muy dentro de todos y normalizándose", explica sobre el campo de Mauthausen, que era de categoría tres y significaba que "no te aniquilaban a la primera, sino que intentaban sacar toda la rentabilidad posible de los reclusos".

La vuelta a casa, la construcción de una nueva vida y la herencia que lucha contra el olvido

José Egea Pujantes consiguió salir de allí junto a otras personas que acabaron asumiendo su posición y papel de transmitir lo que habían vivido, aunque no todas lograban hacerlo temprano -en su caso tardó tiempo en contárselo incluso a su mujer- o querían recordarlo por el "delicado momento" por el que estaba pasando España, en el que era "fácil ser carne de cañón".

Cuando volvió a casa gracias a un salvoconducto, su madre "se desmayó porque llevaba muchos años sin verlo ni saber nada" y a él "le costó mucho volver a sentarse a comer con su familia al no sentirse una persona".

"Su carácter fue abriéndose poco a poco siendo capaz de verbalizar lo que había ocurrido, a pesar de que la familia de mi abuela al principio no lo aceptara por ser pobre y trabajar como albañil", admite Miralles sobre su abuelo, del que destaca su "valor, entereza, sentimiento de lucha y resiliencia".

Con el tiempo, Pujantes formó una familia e incluso volvió hasta el campo de concentración para grabar un documental. En cambio, sus años allí hicieron mella en su salud física y mental, algo que se vio alterado por el alzhéimer que le llevó a vivir un episodio determinante con su nieta Judith en uno de sus ingresos cuando ya residía en Aragón.

"De repente yo entré en la habitación, lo saludé y él repasaba como códigos de manera acompasada. Empecé a notar que eran números en alemán y, al preguntarle qué pasaba, me miró aterrorizado. En ese momento me quedé paralizada yo también porque me di cuenta de que en su mente le estaban pegado los 25 latigazos que le daban en el campo, que su mente había viajado hasta esos momentos y que si perdía la cuenta tenía que volver a empezar y sentir ese dolor", confiesa.

Aun así, algo que la llevó a coger ese "relevo" fueron las palabras de su abuelo, que le dijo "esto te va a tocar a ti", después de tener un brillo especial en los ojos al observar que se iba a hablar del campo de concentración de Mauthausen-Gusen en los libros de historia universal de los institutos, algo por lo que había luchado en su vuelta para "nunca caer en el olvido".                (Naiare Rodríguez Pérez  , eldiario.es, 30 de diciembre de 2021)

20/9/21

El trabajo forzado de los ‘Rotspanier’. La Alemania nazi utilizó a republicanos españoles como mano de obra esclava para construir las fortificaciones del Muro Atlántico... 35.000 ‘españoles rojos’ fueron obligados a trabajar para la economía de guerra nazi en la Francia ocupada

 "En el verano de 1941, cuando la Alemania nazi movilizó al grueso de su ejército para invadir la Unión Soviética, Adolf Hitler se encontró con dos problemas en su plan para sojuzgar Europa. 

Las sucesivas levas de hombres alemanes iban vaciando de mano de obra las fábricas fundamentales para la economía de guerra, y también por eso el frente occidental –la mitad de Francia estaba ocupada desde mayo de 1940- registraba una reducción de soldados. La solución ideada por el Tercer Reich para afrontar la perentoria necesidad de obreros fue redoblar un método que ya había iniciado: el trabajo forzado de extranjeros.

 Y para conjurar el riesgo de que los aliados lanzaran un desembarco aprovechando el descenso de tropa, Hitler ordenó construir una obra con pretensiones de fortaleza inexpugnable: el Muro Atlántico. Esta línea defensiva de fortificaciones, búnkers y obstáculos –que al final se reveló inútil– debía cubrir 3.000 kilómetros de costa, desde Hendaya, en Francia, hasta el Cabo Norte, en Noruega. Para su construcción, los nazis utilizaron también una gran parte de trabajo esclavo.

En ese terrible vuelco de la historia se vieron atrapados miles de españoles republicanos que estaban en Francia desde el fin de la Guerra Civil, y que fueron obligados a trabajar por la Alemania nazi en la construcción del Muro Atlántico, y también por la Francia de Vichy, el régimen colaboracionista del mariscal Pétain en la mitad libre del país, en otras obras y con otros fines.

 “Cuando hoy día los españoles piensan en sus víctimas del nazismo, recuerdan a los casi diez mil republicanos deportados a campos de concentración, sobre todo a Mauthausen, pero apenas saben de los antiguos trabajadores forzados”, sostiene el historiador Antonio Muñoz Sánchez, que ha investigado tanto esta cuestión como la lucha de los supervivientes en los años sesenta para que la entonces Alemania Occidental les reconociera como perseguidos políticos de Hitler.

El historiador Antonio Muñoz Sánchez ha investigado cómo estos exiliados españoles lograron que la RFA les indemnizara

“Intentaron acogerse a una ley de indemnizaciones del Gobierno de Adenauer de 1956, pero les pusieron muchas trabas; miles de ellos perseveraron, fueron a juicio, y lograron ganar”, explica Muñoz Sánchez. Los Rotspanier (españoles rojos), como les llamaban los nazis, habían sido reclutados a la fuerza por ser percibidos como enemigos políticos del nazismo, concluyó un tribunal de Colonia en una sentencia avalada en 1972 por el Tribunal Supremo alemán. Los demandantes recibieron 150 marcos por mes de cautiverio, y pensión vitalicia si sufrían secuelas físicas o psíquicas. 

Sobre este asunto casi desconocido tanto en Alemania como en España puede verse en Berlín hasta el 30 de octubre la exposición Rotspanier. Trabajadores forzados españoles durante la Segunda Guerra Mundial. Víctimas olvidadas del nazismo, comisariada por Muñoz Sánchez y por el historiador alemán Peter Gaida. 

En mayo de 1940, cuando la Wehrmacht lanzó su ofensiva contra Francia, había en el país unos 140.000 refugiados españoles que habían tenido que huir tras la victoria de Franco, de los que unos cien mil eran antiguos combatientes, y el resto, mujeres, ancianos y niños. Fueron tratados de modo despiadado por la Francia de Édouard Daladier, y en torno a la mitad de esos hombres se enrolaron en compañías de trabajadores extranjeros en duras condiciones.

Pero el régimen títere de la ‘Francia libre’ instalado en Vichy por Pétain en junio tras el armisticio con los nazis empeoró su situación. Pétain forzó entonces a más de 30.000 españoles a trabajar en condiciones extremas y sin salario en los llamados Grupos de Trabajadores Extranjeros (GTE), en Francia y en Argelia, construyendo infraestructuras, como la vía para el tren transahariano, o en labores agrícolas. 

También el régimen colaboracionista de Vichy empleó a la fuerza a ‘españoles rojos’, pero la Francia actual se desentiende

“En 1995, Chirac admitió la responsabilidad francesa en la deportación de judíos; en 2016, Hollande admitió el internamiento de gitanos; pero el grupo más numeroso de extranjeros internados fueron los españoles -dice el historiador Peter Gaida-. Emmanuel Macron estuvo hace poco con Pedro Sánchez en Montauban ante la tumba de Manuel Azaña y alabó a los exiliados españoles, pero no dijo nada del internamiento, el trabajo forzado y la deportación de españoles; ese asunto espera aún un reconocimiento oficial por parte del Estado francés, que sigue desentendiéndose”.

Con la decisión de Hitler de construir el Muro Atlántico, la necesidad de mano de obra se hizo imperiosa para los nazis. Su ejecución fue encargada a la Organización Todt (OT), un ente que reparaba y construía infraestructuras coordinando a empresas alemanas y a veces también de los países ocupados. Se llamaba así por su fundador, Fritz Todt, y a su muerte en 1942 pasó a depender del arquitecto Albert Speer. 

La Organización Todt (OT) llegó a emplear a millón y medio de personas, entre voluntarios, trabajadores forzados, prisioneros de guerra y deportados de campos de concentración. En ese magma acabaron unos 35.000 Rotspanier , suministrados a los nazis por las autoridades de Vichy para trabajar en la zona ocupada.

LOS TESTIMONIOS 

Hijos de republicanos explotados como obreros por Hitler relatan a 'La Vanguardia' las penurias que ellos les contaron

En Burdeos (Francia)

Carlos Ruiz García

“Mi padre fue de la quinta del biberón, se alistó él con 19 años porque quiso, para defender a la República; pasó a Francia en la retirada en 1939, y acabó obligado a trabajar en la construcción de la base de Burdeos-Bacalan, que los nazis hicieron para los submarinos italianos”, explica José Ruiz desde esta ciudad francesa. Su padre, el catalán Carlos Ruiz García, nació en Camarasa pero vivió en Súria. Y al quedarse para siempre en Francia, donde se casó con una española, mantuvo correspondencia con el hijo de quien había sido su maestro en Súria, el señor Sau. “Nos decía siempre: ‘Cuando me muera, haced lo que queráis con estos papeles’, así que cuando falleció, lo recogí todo en un libro”, explica José. El libro se titula Carta a un amigo. 1939-1944. Un republicano español. Barcelona a Burdeos

En 1939 el Gobierno de Daladier trató a los republicanos españoles como a enemigos; mi padre pasó un año y medio en el campo de Argelers, y luego Pétain entregó a los españoles rojos a los nazis –prosigue José Ruiz–. Mi padre contaba que en las obras de la base había dos personajes que eran verdaderos verdugos, golpeando con la porra a quien no trabajaba muy deprisa; los españoles dormían en un campo a las afueras de Burdeos, en Saint-Médard-en-Jalles, les levantaban a las tres de la mañana, y les llevaban en un tren que iba muy despacio; empezaban a trabajar a las cinco y hasta las seis de la tarde ahí estaban”. 

En Burdeos se les hizo un tardío primer homenaje civil en septiembre del 2006, pero Carlos Ruiz ya no pudo verlo; había muerto en el mes de junio. Gracias a una abogada, había pedido indemnización a la RFA y recibió así una pensión alemana.

En las islas del Canal (Reino Unido)

Francisco Font Saboya

También en las islas del Canal, único territorio británico ocupado por Hitler pues el Reino Unido las desmilitarizó en junio de 1940 al no poder defenderlas, hubo unos 4.000 españoles deportados desde Francia para trabajo forzado. Uno de ellos era el barcelonés Francisco Font Saboya, que tras la liberación se quedó a vivir en las islas, casado con una británica. Falleció en 1981. “Él era anarquista, y tras pasar a Francia, fue capturado por Vichy y forzado a trabajar en La Rochelle, donde se construía una base para submarinos”, explica su hijo Gary Font desde Jersey. “Mi padre nos contó, y este testimonio suyo está en el Imperial War Museum, que se presentaron hombres de las SS y gendarmes de Vichy a pedir voluntarios, y como nadie dio un paso al frente, se llevaron a la mitad; uno de ellos era mi padre, y así fue enviado en 1942 a Jersey”, prosigue Font. 

Un contingente de españoles tuvo que construir túneles fortificados en Jersey para los nazis. “Una vez mi padre fue golpeado hasta quedar inconsciente y enviado a un campo de castigo en otra isla por escamotear un trozo de pan –explica Gary Font–. Pero los españoles eran tratados relativamente bien en comparación con los prisioneros de guerra soviéticos que llegaron después; mi padre vio cómo un soldado de las SS mataba de un tiro en la cabeza a un joven ruso porque este, que no tenía zapatos, se había envuelto los pies con papel de los paquetes de cemento”. 

En Westmount (isla de Jersey) se construyó en 1972 por iniciativa civil un memorial a los 16.000 obreros forzados de varias nacionalidades, cuyo primer maestro de ceremonias fue Francisco Font, y ahora lo es su hijo Gary. “En Jersey quedamos entre 50 y 60 descendientes de trabajadores forzados españoles”, explica Gary Font, quien recuerda que su padre recibió una indemnización alemana de 5.000 libras.

En el land de Sarre (Alemania)

Narciso Jiménez Donaire

La experiencia del extremeño Narciso Jiménez Donaire, que tras la guerra se quedó a vivir en Alemania, casado con una alemana, ilustra un destino inusual en los españoles exiliados. Soldado republicano como sus dos hermanos, Narciso escapó a Francia, y allí fue internado en los campos de Argelers y Saint-Cyprien, tras lo cual trabajó para los franceses. “Al principio la organización Todt buscaba voluntarios; en 1941 a mi abuelo le prometieron un día libre y más comida, hay que ponerse en aquella situación”, explica su nieto Rafael Kulms desde Wadgassen (land alemán de Sarre).

“Le enviaron trabajar a La Rochelle, Boulogne-sur-Mer y Paso de Calais, y al final a Alemania –relata Kulms–. Mi abuelo tuvo suerte; la OT le destinó a una firma metalúrgica pequeña, donde fue relativamente bien tratado; por supuesto oficialmente eran trabajadores forzados y el trabajo era muy duro, pero él nos contó que no era vigilado, y que entraba y salía libremente. Era soldador, y ser un obrero cualificado probablemente también contribuyó a que le trataran mejor”. 

En el juicio en Colonia, Narciso Jiménez declaró ante el juez que durante esos años él no fue un trabajador forzado; “subjetivamente, él lo veía así”, concluye su nieto. Narciso, que conservaba sus ideas republicanas, no pisó España hasta 1975; falleció en el 2002. En el otro extremo de la historia familiar figura uno de sus hermanos, Feliciano Jiménez Donaire, enviado desde Francia al campo de concentración de Dachau, donde murió en febrero de 1945.

La dictadura franquista nunca intercedió ni por los trabajadores forzados españoles ni por los compatriotas deportados a Mauthausen y a otros campos nazis

En el conjunto de los 20 millones de europeos sometidos a trabajo forzado por la Alemania nazi en su territorio y en los países ocupados, los Rotspanier son un caso menos numeroso y particular. “Sus peculiares características de exiliados políticos de un país no beligerante pero simpatizante del Eje, y considerados por las autoridades de Vichy y Berlín como enemigos ideológicos a los que había que controlar y reprimir, les otorgaron unos rasgos únicos”, señala el historiador Muñoz Sánchez. La dictadura franquista nunca intercedió por ellos ni por los españoles deportados a Mauthausen y a otros campos nazis; todos eran también para Franco enemigos ideológicos derrotados.

11/6/21

Alemania recuerda a los “españoles rojos” y su trabajo esclavo durante el nazismo

"La historia de Celestino Alfonso Matos no es muy conocida, y eso que asesinó a Julius Ritter, el responsable para el Servicio de Trabajo Obligatorio de las temidas Schutzstaffel (SS) alemanas en toda Francia. Pierrot, que era el apodo de Matos, era carpintero y había sido Comisario político de la segunda Brigada Internacional. Tras la guerra civil española, se había refugiado en Francia, donde fue internado en un campo en Saint-Cyprien y más tarde deportado a Berlín. Consiguió huir pero para acabar siendo fusilado en Francia.

La historia de este comunista y la de otros 140.000 refugiados republicanos es recogida por una exposición bajo el título de “Rotspanier”, que es el nombre que los Nazis dieron a los republicanos y significa “españoles rojos”. La muestra está abierta en Berlín desde el jueves 3 de junio en el Centro de Documentación para el Trabajo Forzado durante el Nacionalsocialismo.

Junto con la asociación francesa Ay Carmela, fundada por un antiguo trabajador forzado y otros familiares de víctimas en Burdeos, los historiadores Peter Gaida y Antonio Muñoz Sánchez han querido contar la historia de los huidos tras la guerra. Personas que padecieron, en especial en Francia y en Alemania, así como en las colonias francesas del norte de África, el internamiento en campos de trabajo forzado. “Con el argumento de no abrir viejas heridas en la sociedad española, la democracia restaurada después de 1975 no acomete una revisión crítica de la guerra civil”, asegura el texto de una de las columnas iluminadas que componen la exhibición.

“Tenemos una ley de memoria histórica desde 2007”, decía el embajador español Ricardo Martínez Vázquez en la apertura de la exposición el jueves... y poco más. Porque sabe que los trabajos forzados durante el franquismo ni han sido investigados en profundidad ni sus víctimas han sido compensadas. Martínez Vázquez aseguró, sin embargo, que la exposición berlinesa “para un español es muy importante”, recordó que “Franco no tuvo ningún interés” en la memoria de estas personas y que ello fue “uno de los motivos” por los que cayeron en el olvido.

Martínez escogió muy bien las palabras, evitando hablar de la guerra civil, término discutido en Alemania, donde hay historiadores que la llaman “Guerra Española”, por la evidente intromisión extranjera. También omitió el decisivo papel de Alemania, que sí se menciona en la exposición. El régimen nazi fue responsable directo de la victoria de Franco y, por tanto, de la propia existencia de los refugiados, a los que la Legión Cóndor incluso llegó a bombardear. Hoy aún hay una avenida dedicada a la Legión Cóndor en la capital alemana, el Spanische Allee.

El embajador está acostumbrado a esos malabares diplomáticos. En septiembre participó en el homenaje anual a las Brigadas Internacionales.

Los republicanos huyeron de la muerte y la cárcel, también del trabajo forzado durante la dictadura de Franco. Decenas de miles pasarían por el sistema de campos de trabajo alemanes y franceses. Esto fue objeto de discusión en Berlín el pasado mes de marzo en el Instituto Cervantes en un programa hecho en cooperación con el Museo que ahora expone la muestra. Con una charla en la que participó el historiador Nicolás Sánchez Albornoz, que estuvo preso y tuvo que participar en la construcción del Valle de los Caídos, dieron un repaso a la impunidad de los crímenes franquistas en ese terreno.

Republicanos españoles en las colonias francesas

“Abandonamos a los refugiados españoles frente al fascismo italiano, portugués y alemán”, explicaba el presidente de la asociación Ay Carmela Emmanuel Dorronsoro en la presentación de esta exposición en Burdeos. Y eso, a pesar de que “muchos españoles fueron actores y no solo víctimas”, ya que participarían más tarde en la liberación de Francia del fascismo, como explica Gaida.

Pero se conoce poco que el régimen colaboracionista de Vichy empleó a los refugiados republicanos para construir grandes proyectos arquitectónicos, no solo en Francia, sino también en Túnez, Marruecos o Argelia. “Deseamos que nuestra exposición contribuya a que el gobierno francés reconozca a los españoles que fueron utilizados mediante el trabajo esclavo”, explica.

Ya en 1939, Francia decidió que los refugiados tenían que contribuir a defender el país o aceptar un servicio de trabajo obligatorio. 90.000 republicanos fueron destinados a diferentes destinos para la economía de guerra, de los cuales 50.000 trabajaron en las Compañías de Trabajo Extranjero (CTE), unidades de trabajo militarizadas.

Los enviaron a reforzar la línea de combate construyendo fortificaciones. Cuando la Wehrmacht ocupó Francia, se produjeron las primeras deportaciones y miles de españoles terminaron en Alemania en trabajos forzados o en campos de exterminio como el de Mauthausen.

Poco después el régimen autoritario de la parte francesa no ocupada por los nazis y dirigida por el mariscal Phillipe Pétain envió 76.000 judíos y 86.000 franceses y extranjeros a los campos de concentración nazis, además de imponer un Servicio de Trabajo Obligatorio. “Durante cuatro años más de 30.000 españoles (…) son obligados a trabajar sin sueldo y bajo condiciones extremas en la agricultura o en la industria”, detalla la exposición, que recoge cartas, comunicados oficiales, informes y fotos poco conocidas de este capítulo del exilio español.

El internamiento en campos de trabajo en Argelia, así como el empleo de mano de obra forzada republicana en la construcción del proyecto colonial del tren “Trans-sahariano” por el norte de África son otros de los aspectos centrales de la exposición. El trabajo forzado en la organización alemana Todt, que construyó autopistas y fortificaciones gracias a los reclusos en sus campos de trabajo, pero también la construcción de búnkers forman parte del repaso que los historiadores Gaida y Muñoz Sánchez hacen al periplo penoso de miseria, abusos y malos tratos recibidos por los republicanos. Ambos llevan décadas trabajando sobre el tema que les ocupa.

Gaida es el experto por excelencia de los campos de trabajos forzados en la Francia de Vichy y tiene una cercanía a las asociaciones de familiares de las víctimas que le ha permitido conocer historias personales que han enriquecido esta y otras exposiciones, así como sus libros monográficos sobre el trabajo forzado en las colonias francesas o sobre el Muro del Atlántico, el gigantesco proyecto con el que Adolf Hitler trató de evitar la invasión marítima en las costas francesas.

Muñoz Sánchez ha investigado la historia de las indemnizaciones a los republicanos en Alemania y el trabajo forzado de portugueses en el régimen nazi. Su trabajo conjunto en la exposición “Rotspanier” muestra el recorrido penoso del exilio republicano en el Tercer Reich y en Francia.
Una exposición con vocación educativa muy exigente

Uno de los dos historiadores que han elaborado la exposición, el doctor Peter Gaida, explica a El Salto que la intención de la exposición es dar a conocer la historia de los miles de republicanos que no eran destacados comunistas y que acabaron como trabajadores forzados no solo en Alemania, sino también en Francia. Y que, además, este último país nunca les ha reconocido oficialmente ni compensado, algo que sus familiares reclaman desde hace décadas.

Lo cierto es que la vocación inequívocamente educativa de la exposición, que cuenta con una página web en tres idiomas en la que hay también actividades escolares para trabajar la materia en clase, vídeos y fotografías, es muy exigente con el visitante. Se presuponen conocimientos, como en el caso de Mauthausen, en el que el historiador no ha querido hacer hincapié por ser algo más conocido y estudiado y, por ello, asegura, habría sido redundante. No se menciona a Francesc Boix, que aunque es muy conocido en España, no lo es tanto en Alemania y ello a pesar de que sus fotos fueron usadas en el juicio de Núremberg para poder condenar a algunos de los responsables.

Además, hoy día da la impresión de que las cuatro décadas de existencia de la República Democrática Alemana (RDA) han desaparecido de la historia. A veces los historiadores no se molestan en nombrar lo que ocurrió durante este periodo en la mitad de Alemania, ni siquiera para criticarlo, como podría haber sido el caso en esta exposición. Tan solo se menciona que “en el este de Alemania se recuerda la memoria de las Brigadas Internacionales”.


En el caso de la RDA, las Brigadas Internacionales fueron uno de sus mitos fundacionales, y el país, autodeclarado como antifascista, a diferencia de la República Federal, no se consideraba a nivel legal como sucesora del tercer reich, por lo que en un primer momento se negó a pagar reparaciones de guerra. Los participantes en las Brigadas eran considerados héroes nacionales y algunos de ellos compartieron destino con los republicanos en los campos franceses y alemanes y después recibieron pensiones por ser víctimas del nazismo. Hubo algunos españoles que consiguieron asilo político en la RDA por haber combatido contra el fascismo, pero la admisión de solicitudes estaba condicionada, eso sí, al parecer, por su filiación política y el visto bueno del Partido Comunista de España.

La exposición itinerante, que ya había sido mostrada en Francia, ha sido financiada por un organismo público alemán, la Fundación “Recuerdo, responsabilidad y futuro”, que se fundó en 2000 para compensar a los trabajadores forzados del Nacionalsocialismo alemán y para “promover proyectos de reconciliación”. Después de que las víctimas de trabajos forzados del nazismo se pasasen décadas reclamando una compensación y de que el estado alemán rechazase sus peticiones una y otra vez, éstas fueron reconocidas cuando buena parte de los afectados ya había fallecido. Ahora Alemania da lecciones de memoria a Francia con esta exposición.

La investigación puede visitarse hasta el 31 de noviembre en el Centro de Documentación para el Trabajo Forzado durante el Nacionalsocialismo (Dokumentationszentrum NS-Zwangsarbeit), en el barrio de Treptow-Köpenick en la calle Britzer Straße número 5. La entrada es gratuita y el museo está adaptado para personas con diversidad funcional.

El museo es el único campo de trabajo forzado que se conserva en Berlín y dispone de dos exposiciones permanentes muy recomendables en las que se puede conocer las historias de los italianos encarcelados allí como presos de guerra, así como sobre el fenómeno del trabajo forzado durante el nazismo. Después de su paso por Berlín se espera que, si la pandemia lo permite, dicha exposición vuelva a Francia para ser expuesta después en Barcelona y, con suerte, en otras ciudades españolas."        (Carmela Negrete, El Salto, 08/06/21)

8/4/21

José Epita Mbomo. El electricista que saboteó a los nazis y salvó a sus amigos. Víctima y héroe en una Europa espeluznante. Un obrero corriente que ocultó una vida épica a su propia familia.

 "El guineano se formó como mecánico de aviones y se casó con una blanca en Murcia en 1936. En el exilio dirigió un grupo local de la Resistencia francesa, fue deportado a Neuengamme y sobrevivió a un bombardeo británico sobre barcos de prisioneros en el Báltico. Una investigadora de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona ha descubierto su paso por el campo de concentración. Esta es su biografía, reconstruida por EL PAÍS.

 José Epita Mbomo fue guineano, español y francés. Mecánico de aviones en los años en que de verdad se asaltaron los cielos. El primer negro que, en 1936, se casó con una blanca en Cartagena (quién sabe si en España). Un republicano derrotado que aprovechó su trabajo como electricista en Francia para sabotear redes e instalaciones de la Wehrmacht. 

Un deportado al campo de concentración de Neuengamme que ayudó a salvar, que la familia sepa, tres vidas. Un superviviente de la masacre del Cap Arcona, el barco alemán que los británicos bombardearon el 3 de mayo de 1945 como si allá dentro fuese el mismísimo Hitler en lugar de 4.500 presos agónicos evacuados de campos del Tercer Reich. 

Un hombre pudoroso que apenas compartió sus dos guerras con sus cinco hijos, que le interrogaban sobre el origen de las cicatrices de su espalda sin demasiadas respuestas. Un militante del comunismo cuando se vivía como una religión y que rompió el carné durante la invasión soviética de Checoslovaquia. Desde que abandonó la isla guineana de Corisco en 1927, asistió en fila privilegiada a lo mejor y lo peor del siglo XX. Víctima y héroe en una Europa espeluznante. Un obrero corriente que ocultó una vida épica a su propia familia.

 José Epita Mbomo nació el 15 de agosto de 1911 en Ibanamai, en la isla de Corisco, entonces parte de la colonia española de Guinea. Allí acude a la escuela que gestionan religiosos claretianos que castigaban a sus alumnos a arrodillarse sobre garbanzos, contaría años después a su hijo Andrés. 

Vive con su tía Esperanza. El 6 de enero de 1927 aterrizaron en la isla tres hidroaviones de la Patrulla Atlántida, una misión militar y científica que buscaba sacar pecho en la carrera de los cielos y recoger información para cartografiar la costa occidental africana. La exitosa expedición regresa con dos adolescentes guineanos a bordo de los barcos de apoyo: José Epita Mbomo y José Friman Mata.

 Ambos se emplearán en la base de Los Alcázares (Murcia) y tendrán biografías en paralelo hasta 1939. Friman se reintegrará al taller militar murciano. Epita Mbomo se refugia en Francia y empezará otra guerra. Años después, en 1956, interrogan a Friman sobre su antiguo compatriota en un proceso puesto en marcha por la dictadura para escudriñar en sus antecedentes. Le perdió la pista en el exilio, contó.

 Un paréntesis sobre la Patrulla Atlántida. El siglo XX se estrenó con la fiebre del cielo. Los aeroplanos se convirtieron en el arma del futuro. Las guerras los desarrollaron a toda mecha: el primer bombardeo español (artefactos alemanes de 10 kilos arrojados sobre el poblado de Ben-Karrik en el norte de África) fue en 1913, una década después del primer vuelo a motor. 

Los países rivalizaban por volar más horas y más lejos. Una de las aventuras españolas que tendrá más eco exterior es el raid de tres hidroaviones Dornier Wal desde Melilla hasta Guinea (más de 15.000 kilómetros ida y vuelta en 121 horas y 25 minutos). Su jefe, el comandante Rafael Llorente Sola, recibió por ello el trofeo Harmon de la Liga Internacional de Aviadores, el mismo año que también se premió a Charles Lindberg por su solitaria travesía aérea de EE UU a Francia.

 En el Archivo Histórico del Ejército del Aire, consultado por EL PAÍS, se conservan unas 800 fotos tomadas por la Patrulla Atlántida y el informe redactado por Llorente en 1944: “La mayor parte de los territorios a recorrer no habían sido volados por nadie, por consiguiente no había que contar con aeródromos ni bases de aprovisionamiento o talleres de reparación y se hizo preciso situar en los puntos de etapa bidones con la gasolina necesaria y unos motores de repuesto en Canarias, Monrovia y Fernando Poo”.

 Apadrinados por el comandante Llorente, los guineanos se integran en el taller de la base aérea de Los Alcázares. Epita, desde el 4 de abril de 1927, según el Diario Oficial del Ministerio de la Defensa Nacional del 28 de octubre de 1938, donde figura su ascenso como asimilado a teniente. En ese antiguo pueblo de pescadores transformado con la llegada de los aviadores, Epita y Friman se convierten en delanteros del Club Deportivo Alcázares. Hay referencias a ambos en crónicas de periódicos como La Verdad o El Liberal en 1932 y 1933, localizadas por Javier Castillo, director del Archivo General de la Región de Murcia.

 Antes de que la guerra dinamitase la felicidad, Epita estrenó 1936 a lo grande. El 1 de enero se casa, como siempre había soñado, con una mujer blanca: Cristina Sáez, una cartagenera brava que desafía la hostilidad ambiental por su relación con un negro. La expectación por el enlace fue tal que la prensa madrileña envió periodistas a entrevistar a la pareja. Estampa publicó un reportaje de Javier Sánchez-Ocaña que merece ser leído de principio a fin. Aquí, un par de párrafos:

“-¿Se oponía su familia al noviazgo?

-No, mi familia no se mezcló jamás en nada. Desde el primer momento mi madre me dijo: ‘Tú verás lo que haces, hija. Tú eres la que has de vivir con él. Si te casas, piénsalo bien…´ Mi hermano tampoco se opuso nunca. Era muy amigo de Pepe y le apreciaba mucho. Pero, en cambio, las amigas y los parientes lejanos no me dejaban vivir. A todas horas estaba escuchando lo mismo: “¡Huy, Dios mío, casarse con un negro! ¡Pero si te sobran los pretendientes blancos, muchacha! ¿Y no te dará miedo, por las noches, cuando estéis a oscuras?”.

 En ese artículo José Epita viste el uniforme laboral de la base y Cristina Sáez un quimono que le da un toque de modernidad más propio de Los Ángeles que de Los Alcázares. O tal vez esa modernidad era la atmósfera de la época antes de ser arrasada por las bombas.

La pareja se había conocido en 1934 durante un baile de Carnaval en el casino del barrio de San Antón, donde la entrada de Epita conmocionó. “¡Un negro, un negro! ¡Ha entrado un negro en el baile! La orquesta cesó de tocar y las buenas madres de familia llamaron enérgicamente a su lado a las muchachas, que corrían alocadamente por el salón”, revivía Cristina Sáez dos años después. “Parecía que se lo iban a comer y yo me indigné al ver aquellos aspavientos. 

‘¡Qué gente más salvaje!’, les dije a mis amigas. ‘¿Qué tendrá de particular un negro?’. ‘Huy, yo no bailaría con él’, dijo una de ellas. ‘Ni yo’, añadió otra. ‘¿Y tú, bailarías con él?’, me preguntó mi hermano. ‘Yo, sí’, le contesté. Entonces mi hermano, que ya le conocía, le llamó para presentármelo: ‘Mira, Pepito, esta es mi hermana Cristina. Puedes bailar con ella…”.

Y bailaron y se hicieron novios y los jóvenes del barrio agredieron a Epita por salir con una blanca y las amigas afearon a Sáez por salir con un negro y rompieron y ella se fue a Madrid y él fue a buscarla y decidieron casarse. Una historia de amor, vaya. Cuando se casan en Cartagena, una muchedumbre les aguarda a la salida de la iglesia del Sagrado Corazón. Son el comandante Rafael Llorente y su esposa María Teresa Flores quienes firman las invitaciones para la boda de su “ahijado” José Epita.

 Faltaba poco para el golpe de Estado. “El aeródromo de Los Alcázares se mantuvo fiel a la República, que había creado allí una escuela de formación de pilotos. Era una base con un ambiente muy progresista, a diferencia de la de San Javier, que pertenecía a la Marina y donde casi todos los oficiales se sublevaron. El 19 de julio de 1936 los mandos y tropas de Los Alcázares tomaron la base de San Javier”, explica Javier Castillo, coautor de la obra Los Alcázares en blanco y negro (2006) junto a Juan Francisco Benedicto Martínez, y que prepara una exposición en el Archivo General de la Región sobre los 400 deportados murcianos a campos nazis.

En enero de 1939 Cristina Sáez, sus dos hijos y su madre, María Contreras, viajan de Los Alcázares a Cataluña en el taxi de su hermano. Han perdido la guerra y la familia organiza la evacuación a Francia. Se alojan unos días en la casa de Elvira Sagrera, una solidaria mujer de Banyoles (Girona), que lamentará por carta en mayo el desencuentro familiar: “El 29 de enero vino Pepe, que se disgustó mucho porque se habían marchado (...) Los nacionales debían estar muy cerca. Durante su permanencia hizo diligencias para averiguar su paradero y le dijeron que estaban en un hospital o en un asilo en Francia”.

 Epita cruza a Francia el 6 de febrero de 1939. Su hija Esperanza descubrió la fecha en una libreta donde su padre anotaba asuntos laborales. Hace una semana decidió examinarla de nuevo y encontró lo que siempre había estado ahí y no había visto: las idas y venidas de su padre por campos de internamiento franceses (Saint-Cyprien, Argelès-sur-Mer, Gurs, Septfonds…) durante diez meses de 1939.

El 6 de diciembre se incorpora a una empresa de Burdeos. Otra guerra se echaba encima y la especialización del español debía de ser apreciada. En algún momento la familia se reagrupa. “No sabemos cuándo se junta de nuevo con mi madre”, señala Esperanza Mbomo. No debió ser fácil a pesar de que ambos pasan por los mismos campos y duermen sobre la arena de Argelès-sur-Mer.

La familia se instala en Mérignac, en el departamento de la Gironda. Epita trabaja de electricista para una compañía contratada por la base aérea de la localidad. En 1942 se suma a un grupo mixto de la Resistencia conocido como Francotiradores y Partisanos Franceses del Sur/Guerrilleros Españoles. Ese año vuelan un garaje de las tropas motorizadas alemanas en Burdeos y destruyen el cable subterráneo que unía el aeropuerto de Mérignac con las unidades de la Wehrmacht de la costa atlántica. 

“No puedo asegurarlo, pero es probable que él haya participado en todo eso”, señala su nieto, Yván Mbomo, que en esta revisión del legado de su abuelo está descubriendo a un comunista de convicciones tan firmes que antepone la lucha por sus ideas a la protección de su vida y la de su familia. El 1 de abril de 1942 el electricista español se convierte en el jefe del grupo local de la Resistencia, a las órdenes de Julian Comme, que años después certifica que Epita participó en actos de sabotaje y propaganda con “disciplina y amor para liberar Francia”.

El 28 de marzo de 1944, cuando ya había nacido su tercer hijo, le detiene la policía francesa.

 

Le deportan con otros 200 españoles al campo de concentración de Neuengamme, al sur de Hamburgo, donde ingresa el 24 de mayo de 1944. Es el preso 31.635. “Fue deportado por motivos políticos, no raciales”, destaca Alicia Pérez Comesaña, la investigadora de la Universitat Rovira i Virgili (URV) de Tarragona que descubrió su paso por el campo gracias al convenio con los Archivos Arolsen de Alemania, que le permite el acceso a una gran base de datos de víctimas del nazismo. “Hasta ahora se conocían siete presos de raza negra en Neuengamme, todos miembros de la Resistencia contra los alemanes. Ahora sabemos que, al menos, eran ocho”.

 A pesar de que las SS destruyeron casi toda la documentación sobre los 100.000 internados en el complejo, está saliendo a la luz nueva información. “Por Neuengamme pasaron más de 500 españoles. Además de José Epita, desde la URV hemos identificado a otros deportados españoles hasta ahora desconocidos”, afirma.

Tanto Alicia Pérez Comesaña como el historiador Antonio Muñoz Sánchez, que investiga sobre los trabajadores forzados españoles del Tercer Reich, consideran que su oficio pudo contribuir a su supervivencia. “Mientras que muchos de sus compañeros españoles fueron asignados a comandos repartidos por todo el norte de Alemania para realizar tareas durísimas y agotadoras, Epita se quedó en Neuengamme y trabajó con toda probabilidad en una de las empresas de armamento que allí se instalaron, y donde los trabajadores especializados eran muy apreciados y tratados con menor dureza”, apunta la investigadora. 

“El hecho de ser negro”, puntualiza Antonio Muñoz, “pudo incluso jugar a su favor. En su racismo alocado, los nazis veían a los escasísimos deportados de origen africano como seres exóticos, y por ejemplo los ponían a trabajar de camareros.”

Y eso ocurrió con Epita, que se desempeñaba como mecánico (o electricista) de día y camarero de noche. “Ahí podía coger restos de comida, pan podrido, patatas y cosas así para sus compañeros”, relata Esperanza Mbomo. Su hermano Andrés recibió testimonios que lo corroboraban: “He conocido a tres de sus amigos del campo que, por separado, me contaron lo mismo. ‘Tienes un padre extraordinario, si él no nos hubiera dado comida cada día, ahora estaríamos muertos”. 

A veces el menú de supervivencia incluía ratas, según rememora Rafael Mbomo, otro de sus hijos. El meticuloso obrero salva la vida en una ocasión porque demuestra que no es el autor de piezas defectuosas, ya que firmaba las que producía con sus iniciales. Una de las pocas historias de Neuengamme que él mismo contó a la familia.

Puede que José Epita caminase en una marcha de la muerte o viajase en un hacinado vagón de mercancías desde Neuengamme hasta Lübeck (unos 70 kilómetros) cuando los nazis vacían el campo a finales de abril de 1945. Le internan en el Cap Arcona, un crucero alemán de lujo reconvertido en prisión flotante que en 1942 albergó el rodaje de una película en versión nacionalsocialista sobre el Titanic. Visto el final del crucero, un sarcasmo histórico.

 “Para los prisioneros, hacinados en las bodegas, no había ninguna clase de víveres, ni retretes, ni agua. Cuando las SS abrían las escotillas bajaban ollas grandes de sopa, pero no había tazones ni cucharas y gran parte de la comida caía al suelo de la bodega, mezclándose con los excrementos que se incrementaban con rapidez”, relata el historiador Richard J. Evans en El Tercer Reich en guerra (Península).

 El 3 de mayo de 1945, la escuadrilla 263 de la RAF lo bombardea junto a otros navíos fondeados en la bahía báltica y causa una de las mayores tragedias marítimas de la historia. El barco se incendia. Las SS habían retirado el material salvavidas y cortado las mangueras contraincendios. En el agua los náufragos luchaban a muerte (literalmente) por algo a lo que aferrarse para acabar pereciendo igualmente a causa de las heridas, la hipotermia o simplemente por agotamiento”, escribió el capitán del Ejército del Aire Rafael Morales en un artículo dedicado al hecho en la Revista General de la Marina

“Se ha dicho que la RAF ocultó a sus pilotos durante décadas la verdad sobre la naturaleza real de los objetivos hundidos y la identidad de las víctimas, y debe de ser cierto, porque en la historia oficial británica no se mencionan estos extremos”, añadía en el artículo. Tampoco en obras canónicas como La Segunda Guerra Mundial (Pasado & Presente), de Antony Beevor, o ensayos más especializados como Combate moral (Taurus), de Michael Burleigh, se refleja el fatal error de la RAF, que han escudriñado más las historiografías alemana y francesa.

De los 4.500 presos del Cap Arcona solo sobreviven 350. Uno de ellos fue José Epita Mbomo.

 A su familia le contó que se salvó porque sabía nadar. Y apenas contó más, ni del barco, ni del campo, ni de la Resistencia ni de la Guerra Civil porque fue siempre un hombre comedido. Siguió la pauta de otros supervivientes de catástrofes históricas, que envolvieron en silencio sus traumas. “Mi padre era un hombre callado que no decía nada sobre esas cosas que hoy podemos ver en documentos”, sostiene Andrés Mbomo.

Epita hizo lo que tenía que hacer, incluido sabotear a los alemanes o salvar la vida de sus amigos en el campo de concentración, sin vanagloriarse de las cosas buenas ni recrearse en las malas.

Acabada la guerra regresó a Mérignac con Cristina Sáez y sus hijos. Trabajó hasta su muerte en la empresa de electricidad Forclum. En 1956 la Dirección General de Seguridad de la dictadura pide informes sobre sus antecedentes: “Por interesarlo la Dirección General de Marruecos y Colonias, ruego a V. I. ordene me sean facilitados cuantos antecedentes y datos consten en esa sección referentes a JOSÉ MBOMO, hijo de José y Catalina Buambuha, tribu benga”, se lee en el expediente que se conserva en el Archivo Histórico del Ejército del Aire consultado por EL PAÍS. 

La fecha, según su nieto Yván Mbomo, coincide con el momento en que se tramita el cambio de nacionalidad y apellido de la familia (de Epita a Mbomo) ante la administración francesa. “En ese momento mis abuelos quieren evitar que sus hijos mayores, que habían nacido en España, tuviesen que cumplir el servicio militar o ser declarados desertores”, señala.

 En 1968 rompió el carné comunista mientras veía en televisión a los tanques soviéticos aplastando la Primavera de Praga. Al año siguiente regresó por primera vez a España. Pasó agosto junto a su mujer en Cartagena. Se reencontró con amigos, se conmovió. A la vuelta a Francia le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin. Falleció el 19 de diciembre de 1969 en un hospital en Burdeos. La República francesa le concedió honores póstumos como resistente en 1975. Cuando su hija Esperanza le preguntó por las cicatrices de la espalda, Epita no aclaró su origen. Aunque dijo algo:

“No debemos olvidar jamás, pero perdonar, sí. Yo he perdonado”.            (Tereixa Constenla, El País, 21/02/21)