"El padre Francisco de Roux (Cali, 78 años) ha escuchado las
historias más atroces que uno se pueda imaginar. En los últimos cuatro
años ha recorrido Colombia para preparar el informe final de la Comisión de la Verdad,
un documento que pretende esclarecer lo que ocurrió en la guerra y
descubrir cómo y por qué mataron a cientos de miles de personas, muchas
de ellas inocentes.
Se presentará el próximo 28 de junio, cuando ya se
haya elegido nuevo presidente. En el proceso, el religioso jesuita y
filósofo, que ha interrumpido combates en medio de la selva entre
paramilitares y guerrilleros con su mera presencia, ha descubierto que
la sociedad colombiana estaba anestesiada, indiferente. De Roux es,
seguramente, la personalidad más respetada del país. Este viernes, en la
biblioteca de la curia jesuita de Bogotá, aparece vestido de beige y
con unas zapatillas de senderismo, dispuesto a hacer balance de lo que
supone abrir en canal una nación traumatizada e indagar en sus secretos
más inconfesables.
Pregunta. ¿Cómo sobreponerse a todo lo visto y escuchado?
Respuesta. No
podría vivir de otra manera como colombiano. Nosotros somos un cuerpo
como nación y no tenemos otra forma de ser libres y ganar dignidad si no
comprendemos la totalidad del cuerpo. Un cuerpo que tiene el rostro
destrozado en Machuca, que tiene el corazón roto en el Chocó, las
piernas quemadas en El Salado, los brazos arrancados en el Magdalena
Medio, el estómago y el hígado reventados en Nariño, la vagina
destrozada en Tierralta, el espíritu y el alma del pueblo devastado en
los indígenas del Vaupés y en los indígenas embera. ¿Cómo es posible
vivir tranquilamente como cuerpo cuando hay todo este dolor entre
nosotros? Un país tan bello, un país de tamboras, de vallenatos, de
cumbias, todo eso ha sido penetrado por el miedo, por el dolor, por la
incertidumbre de manera muy profunda. Por eso Colombia, después de 60
años, continúa en un conflicto armado interno, donde muchos muchachos murieron en batallas como guerrilleros o paramilitares sin tener ni idea de por qué estaban
peleando. Esto no es la guerra entre Rusia y Ucrania, esto es una pelea
sinsentido. No es una pelea por la religión, no es exactamente una
guerra étnica, es absolutamente irracional.
P. ¿Cómo se busca el perdón?
R. No
le puedes pedir a nadie el perdón, es una decisión individual, libre.
Implica entregar antes de recibir nada. Yo creo que en la tradición
cristiana de este país es comprensible el perdón. La gente está pidiendo
que se diga la verdad, que es parte del ritual católico del perdón. Y
más profundamente, nosotros estamos por la reconciliación. Primero,
construir sobre la verdad, segundo, tomar la decisión de no volvernos a
matar entre nosotros, tercero, hacerle sentir que ‘te entiendo, me pongo
en tus zapatos y te respeto’. Cuarto, construir juntos a pesar de que
las cosas fueron tan duras. Pero no vamos a olvidar, justamente para que
no vuelva a ocurrir. Vamos a llenar este país de lugares de memoria
para salvar la dignidad de la gente que murió.
P. ¿Siente que se ha insensibilizado después de tanto horror?
R. No,
pero sí me sorprende cómo Colombia se insensibilizó. Hizo natural el
vivir en medio de tanto sufrimiento humano, se volvió normal. En el año
2001 nosotros abríamos la televisión y lo primero que salía era la
masacre del día. Hoy aún hay pequeñas masacres,
pero entonces casi todos los días eran de 100, de 80 personas. Y el
país seguía como si nada estuviera pasando. Es una cosa tremenda. Los
comerciantes vendían cachivaches, los empresarios seguían con sus
empresas, los académicos dando clases, los curas diciendo misa. Una
brutalidad. ¿Por qué Colombia no reaccionó? Más del 80% de los muertos
fueron civiles no armados, no fueron combatientes. Y esto pasó durante
50 años. Hicimos trizas nuestra propia dignidad. Por eso a mí me
impresiona lo de esta niña sueca frente al calentamiento global -porque
yo siento la misma indignación-, cuando dice: How dare you? [¿cómo se atreven?] ¿Cómo se atreven a creer que son humanos si permiten que esto esté pasando?
P. En estos casi cuatro años ha hecho cientos de entrevistas a víctimas y victimarios. ¿Cuál no puede olvidar?
R. Las hay muy duras. Cuando el victimario contó la forma en cómo había matado a mi amiga Alma Rosa Jaramillo,
que se vino a trabajar conmigo al Magdalena Medio, hace 22 años. Los
paramilitares la tomaron y viva le serrucharon las manos, después los
brazos, las piernas y cuando murió, le tajaron la cabeza y la tiraron al
río. Me impresionó mucho también el clamor de las mamás en el municipio
de Argelia diciéndole a una guerrillera de las FARC que por qué se
había llevado a los niños y a las niñas cuando era la comandante. Y
cuando la vi a ella nombrando a los que se había llevado y contando que
había matado niños porque no cumplían las reglas de la guerrilla...
También me impresionó escuchar a un niño relatar cómo se lo llevaron a
la guerra en uno de estos frentes paramilitares y, a la semana de estar
allí, trajeron a otro que se quiso escapar y delante de ellos los
paramilitares le cortaron la cabeza. Hicieron que los 30 o 35 niños que
estaban allí se la pasaran entre ellos. Dos niñas se desmayaron y
entonces el jefe paramilitar ordenó que les quitaran el vestido y con la
cabeza ensangrentada les recorrieran el cuerpo. De ahí los llevaron a
comer. Las historias están más allá de toda proporción.
P. ¿Ha llorado mucho?
R. Sí, sí, sí... y sobre todo he sentido mucha conmoción interna en el corazón.
P. Lleva cuatro años de trabajo. ¿Cómo llega al final?
R.
Llegamos con la esperanza de decirle algo muy serio al país, que nos
ayude a comprender la hondura de la crisis humanitaria vivida por
Colombia. Si bien el acuerdo de La Habana produjo la paz entre los ejércitos,
la sociedad quedó tremendamente dividida y la confrontación ha
continuado. Esperamos plantear un informe en el que los colombianos
comprendamos qué fue lo que nos ocurrió, por qué nos vimos metidos en
esta tragedia, cómo responsabilidades muy diversas se implicaron en el
conflicto y cómo vamos a construir juntos hacia adelante.
P. ¿Qué significa el informe final para usted?
R.
Significa una experiencia dura, de confrontación con la verdad. Y al
mismo tiempo una llamada a la esperanza. Dura porque hemos pasado por
cosas muy hondas, hemos recorrido este país de nuevo y nos hemos
encontrado con multitud de mujeres violadas y abusadas. Los más de
30.000 niños llevados a la guerra, que hoy cuentan cómo los arrastraron
al conflicto, cómo fueron violados,
cómo obligaban a las mujeres al aborto. Hemos encontrado a muchísimas
personas secuestradas de los más de 27.000 secuestros que hubo. Más de
1.000 familias de los falsos positivos del ejército. Hemos estado en los
pueblos masacrados. Y podría seguir. Esa es la realidad del dolor.
También los soldados sin piernas, con las caras quemadas por las minas
antipersona. El dolor inmenso por todas partes. Colombia tiene que
detenerse ante eso y salir adelante.
P. ¿Le abruma la responsabilidad?
R. Es
abrumador porque las expectativas son muy grandes en Colombia y en la
comunidad internacional. Pero sobre todo están las expectativas de las
víctimas. Tenemos 10 millones de víctimas en Colombia y dicen ‘todavía
no nos han oído a todos’. Si le dedicáramos un minutos a cada víctima
nos demoraríamos 17 años trabajando las 24 horas del día.
P. En los últimos días renunció el único comisionado de las Fuerzas Armadas. ¿Cómo le afecta su salida?
R. Lamento
que se haya ido y por supuesto le pedí que no se fuera. Para nosotros
es importante tener el contraste de los distintos puntos de vista. Pero
francamente no me afecta para nada. Lo considero como parte de esta
difícil construcción de la paz basada en la verdad.
P. ¿Hay militares que no están preparados para escuchar la verdad?
R.
Todos los que en Colombia están metidos en el modo de guerra -no todos
los militares y no solo militares- tendrán muchas dificultades para
acoger la verdad. El modo de guerra es la necesidad de ver en todas
partes al enemigo interno, de uno y otro lado, la sospecha sobre lo que
están haciendo, el complot.
P. ¿Cree posible una injerencia de los militares en el terreno electoral?
R.
Espero que Colombia siga viviendo en el respeto a las decisiones de los
ciudadanos en las elecciones. Sería desastroso que eso no se diera.
Pero sí quisiera decir que la Comisión de la Verdad no está en el debate
político en ningún sentido. Le vamos a entregar el mismo reporte a
quién sea el presidente y esperamos que acoja esas recomendaciones con
altura moral y coraje.
P. ¿El informe es muy duro con las Fuerzas Armadas?
R.
Es muy duro con los crímenes de guerra y de lesa humanidad que se
cometieron dentro de las Fuerzas Armadas, pero también es muy duro con
las FARC y todos aquellos que tienen responsabilidades en el conflicto.
Se entiende las responsabilidades como responsabilidades que surgen en
contextos muy complejos. No es que aquí a uno se le ocurrió salir una
mañana, coger una ametralladora y matar gente. Las cosas que ocurrieron,
que son terribles, nacen al interior de donde juegan decisiones
políticas, económicas, militares, intereses personales. Seres humanos
actuando en colectivos.
P. ¿Qué reacción es la que más teme una vez se publique el informe?
R.
No me importan las críticas. Nosotros no pensamos que lo que estamos
haciendo es un punto final, queremos unir al país en una conversación,
que sigamos profundizando en lo que hemos encontrado. Lo que construimos
quedará al servicio no solo de los colombianos, sino de la humanidad.
Un archivo abierto al que se pueda volver para discutir lo que ocurrió y
añadir más. No me da miedo que nos señalen. No me da miedo el peligro
de la vida. Me da miedo que no logremos convocar al país para entender
lo que nos ha ocurrido y para construir desde nuestras diferencias. Es
tan difícil que no sé si vamos a estar a la altura.
P. ¿Cómo alejar el miedo a morir asesinado?
R.
Estoy convencido, aunque no lo puedo probar científicamente, de que la
existencia humana no termina con la muerte. ¿Qué quiere decir eso? No lo
sabemos. Los hombres y las mujeres que fueron serios en el amor y se
entregaron gratuitamente por nosotros, como lo hizo Jesús, o Buda, no
terminan con la muerte. La vida humana dura muy poco: 100, 70, 80
años... se van así (chas). Eso me da una gran tranquilidad.
P. ¿Le da crédito a las denuncias de un plan para asesinar a Gustavo Petro?
R. Ese tipo de denuncias en Colombia son muy delicadas. No estoy metido en la campaña, pero sí les doy crédito y exigen muchísimo cuidado por parte del Estado.
P. ¿Cómo se deja atrás esa violencia que aún continúa?
R.
Aquí se metieron las armas dentro de la política y Colombia no ha
logrado salirse de eso, sigue en modo guerra. La seguridad no la dan las
armas, la da la confianza, la fe que nos tenemos los unos en los otros.
Ese es el gran capital social.
P. Se acercan las elecciones. ¿Confía tanto en Petro como en Fico Gutierrez, los dos candidatos con más opciones?
R. Francamente
no veo con pánico que quede uno de los dos de presidente. Siento que en
el país hay la sensación de que estamos ante el abismo y yo no tengo
esa sensación. Colombia tiene que hacer cambios muy serios y ojalá que
el presidente que llegue haga esos cambios y dejemos de dar tumbos.
P. ¿Cuál es el primer problema de Colombia?
R. El narcotráfico. Mientras haya narcotráfico no veo posible que salgamos del modo de guerra.
P. ¿Es mejor el país hoy que en 2016, cuando se firmó la paz?
R. El
año que más me gustó, habiendo estado en esto de la paz desde 1982, fue
el año 2017. Cuando vimos bajar a los guerrilleros de 350 lugares. El
ejército y la policía los acompañaban. Dormían juntos. En el país se
tenía la sensación de que se construía un futuro. Fue un año muy bello.
Tengo la sensación de que el país saboreó la paz y que no va a dejar
pasar eso una vez que lo saboreó. La paz no se va a dejar derrotar, se
retomará con una gran fuerza.
P. ¿Y qué pasó después?
R. Que faltaba mucho por hacer.
P. ¿Qué quería ser de niño?
R. Pensé
en ser doctor. Pero desde muy niño, cerca de empezar la adolescencia,
en esa belleza de los atardeceres del Cauca, mirando la caída del sol,
detrás de los farallones de Cali, tuve una impresión muy profunda de que
detrás de todo esto había un misterio de amor muy grande, muy profundo,
que independientemente de cualquier historia espiritual o religiosa nos
ponía a todos en esta existencia, en medio de la evolución
extraordinaria del universo. Eso me conmovió y me puse de camino a
buscar lo que había allí. A los 16 años entré a la universidad de los
padres jesuitas. Así de simple. Me hice sacerdote en el seguimiento de
Jesús.
P. ¿Qué le gustaría hacer cuando acabe esta labor en la comisión?
R.
Si se me da, descansar un poquito, reflexionar y escribir sobre lo que
ha pasado. Pero unos meses, luego volveré a esto. Uno no puede salirse
de esto en lo que le queda de vida. No te puedes bajar de aquí.
P. ¿Entraría en política?
R. Para nada, nunca. No me interesa la política, ni el dinero, ni el prestigio.
P. ¿Hay algo que le hubiera gustado hacer en su vida que no haya hecho?
R. Me
hubiera parecido lindo tener niños y una compañera. No me arrepiento de
mi vida de celibato, pero me parece bellísima la oportunidad de tener
una familia con una persona que tú quieras y te acompañe en la lucha.
P. ¿Qué sentido tiene el celibato?
R.
Me acuerdo un día que en Micoahumado, un pueblo por allá en las
montañas del sur de Bolívar, hubo que salir a detener un combate entre
la guerrilla del ELN y los paramilitares, era un 24 de diciembre. La
gente no sabía qué hacer. Yo les dije: “Vean, voy a meterme en el
combate y nadie se viene, porque yo no tengo mujer, hijos, novia’”. Hay
misiones que pueden poner a una persona en el horizonte de poder
entregar toda la vida a una causa. Pero no estoy de acuerdo con el
celibato obligado, me parece gravísimo.
P. ¿Se he enamorado alguna vez?
R. En el camino de la vida a uno le ha tocado pasar por muchos momentos." (Inés Santaeulalia , Juan Diego Quesada , El País, 08/05/22)