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22/5/23

Más de 30 masacres con 112 víctimas han tenido lugar entre enero y mayo de 2023 en Colombia

 "64 líderes, lideresas y defensores de Derechos Humanos asesinados en Colombia entre enero y mayo de 2023, según el Observatorio de la ONG Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ); el último de los casos reportados (11 de mayo) es el del veedor ciudadano Jhon Fredy Rueda Rodríguez, víctima de los sicarios en el municipio de Sincelejo (Sucre); a ello se suman otros crímenes durante el mismo periodo: 11 excombatientes de las FARC firmantes de los Acuerdos de Paz y 34 masacres con 112 víctimas.

Además de las reformas sanitaria, educativa, tributaria y de las pensiones, la presidencia de Gustavo Petro ha promovido la prórroga de la Ley 418 de la Paz Total (noviembre de 2022) y el Proyecto de Ley por el que se establecen mecanismos de sujeción a la justicia ordinaria, garantías de no repetición y desmantelamiento de estructuras armadas organizadas de crimen de alto impacto (marzo 2023).

Son algunos de los puntos tratados en el conversatorio –celebrado el 16 de mayo en Valencia- que CEDSALA y la Coordinació Valenciana de Solidariitat amb Colombia organizaron con la lideresa social María Mercedes Ramos Cerinza (Camino hacia la paz total, perspectiva desde los territorios).

María Ramos Cerinza es coordinadora de la Red de Hermandad y Solidaridad con Colombia (REDHER); integrante de la Fundación Pasos de Derechos Humanos (DDHH) y miembro de la comisión nacional de DDHH del Congreso de los Pueblos.

En el acto hizo referencia al Paro Regional Indefinido por la Vida y la Permanencia en el Territorio, que durante 72 horas, a finales de enero, llevaron a término comunidades campesinas en la región de Los Dos Ríos; uno de los motivos del bloqueo viario fue exigir el reconocimiento de la emergencia humanitaria (en el Magdalena Medio), ante “los constantes ataques y la amenaza de la arremetida paramilitar”. Exigieron la “reacción inmediata” por parte del Gobierno de Petro.

Otro ejemplo de movilización popular se produjo el pasado 22 de marzo: inicio de la marcha pacífica de las comunidades negras de Buenaventura (Valle del Cauca), debido a “la crisis humanitaria que atraviesa el territorio, especialmente la zona rural”; denunciaron el asesinato de líderes comunitarios, las persecuciones y los desplazamientos forzosos por la acción de grupos paramilitares, así como el control militar de la población.

Un documento para aproximarse a las razones de las protestas es la Declaratoria de emergencia humanitaria y de DDHH en Colombia -emitida el 28 de abril de 2022- y a la que se adhirieron numerosas organizaciones populares, movimientos sociales y políticos; ONG de DDHH, sindicatos y colectivos de maestros, campesinos, mujeres, ambientales, jóvenes, estudiantes o étnico-culturales.

La Declaratoria hace balance de las violaciones de los DDHH durante el Paro Nacional (el estallido que comenzó un año antes), a partir de los registros de la ONG Temblores, Amnistía Internacional e INDEPAZ: cerca de 100 asesinatos, la mayoría perpetrados por la fuerza pública; más de un centenar de jóvenes con graves daños oculares; 60 casos de violencia sexual y de género (Naciones Unidas); 129 manifestantes desaparecidos en un mes (Fiscalía General de la Nación) y miles de detenciones arbitrarias.

Por la vida, la libertad y la permanencia en los territorios, concluye el texto, que comienza con la denuncia de un “genocidio político en curso”, inserto en una “estrategia de aniquilamiento de la oposición” (aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional y el enemigo interno).

Uno de los ejemplos de represión destacados es la sufrida por el magisterio afiliado a la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación -FECODE- (“al menos 6.119 violaciones a la vida, libertad e integridad de los docentes sindicalizados entre 1986 y 2016”, entre ellas 990 homicidios y 78 desapariciones forzadas).

Maestra, miembro del movimiento de masas del Centro Oriente y vocera de la Coordinación Colombia Europa Estados Unidos, María Ramos Cerinza informa de campañas permanentes como Ser líder social no es delito, en la que participa -de manera destacada- el movimiento Congreso de los Pueblos.

En una de las últimas denuncias, del 17 de mayo, la Campaña ha rechazado el artículo de la columnista del periódico Vanguardia (Santander),Cristina Plazas Michelsen, titulada La estrategia aterradora de Petro (parte 2); la razón es que promueve “prácticas sociales genocidas contra el Congreso de los Pueblos”.

También se solidarizan con la minga educativa en los territorios indígenas del departamento de Risaralda, que comenzaron el 10 de abril una lucha “en Defensa de la Educación Pública Propia y los derechos laborales de los docentesetnoeducadores”; en un contexto de emergencia (necesidades de construcción de aulas, establecimientos educativos y nuevos docentes, o restaurantes y cocinas escolares), los profesores indígenas se movilizaron hacia Bogotá “por el derecho a la educación”.

En la iniciativa Ser líder social no es delito podría incluirse el asesinato -el 22 de febrero de 2022- de los líderes campesinos Teófilo Acuña y Jorge Alberto Tafur, en el municipio de San Martín (César).

Los dos dirigentes formaban parte del Coordinador Nacional Agrario (CNA), el Congreso de los Pueblos y trabajaban con las comunidades del Magdalena Medio; el crimen fue perpetrado por sicarios uniformados con prendas militares (agencia Colombia Informa).

En el apoyo a las organizaciones populares se significa también la Fundación Pasos; así, han difundido la agresión y retención ilegal de documentos -por parte de la policía nacional- de la que fueron objeto jóvenes que estaban manifestándose en el centro de Bogotá, el 28 de abril; formaban parte de la Asociación Nacional de Jóvenes y Estudiantes de Colombia (ANJECO), y la movilización conmemoraba el segundo aniversario del Paro Nacional.

La ONG hace memoria en las redes sociales, asimismo, de la muerte del muchacho de 15 años Duván Aldana, en el municipio de Soacha (junio 2020). “¡La fuerza pública lo asesinó!”, denuncia la Fundación Pasos, respecto a los disparos de la Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) durante el desalojo de un predio."                  (Enric Llopis, Rebelión, 20/05/23)

5/4/22

Putumayo: Siguen vigentes los falsos positivos... Demencial masacre de 11 indígenas por el Ejercito en alianza con dos poderosos narcotraficantes: la Araña (Giovany Andrés Rojas) y el Alacrán (Víctor Patiño Fomeque)

 "Durante el año 2021, Colombia contabilizó 114 masacres y al menos 198 líderes sociales asesinados, para un total de 1.284 dirigentes asesinados tras la firma de los Acuerdos de Paz en 2016”.

Terrible lo que acaba de suceder en la vereda el Remanso del municipio de Puerto Leguízamo, departamento del Putumayo.  

El Ejército nacional en esa región a cuya cabeza se encuentra un alto oficial con graves y criminales antecedentes, el mayor general Edgar Alberto Rodriguez, ha ejecutado una masacre del presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda Remanso, Didier Hernández Rojas, de Ana María Sarria Barrera (esposa del presidente de la Junta), de Pablo Panduro Coquinche (gobernador del cabildo Kichwa, Brayan Santiago Pama), de un menor de edad de 16 años, Oscar Olivo Yela, de dos personas más conocidas como Pequeño y Cuéllar, resultando heridos Willinton Galíndez, Vanesa Rivadeneira Reyes y Nora Andrade, todos estos habitantes ampliamente reconocidos en esta comunidad, que participaban de un bazar comunitario. 

Todo indica que este operativo fue financiado por las mafias del narcotráfico de reconocidos criminales como la Araña (Giovany Andrés Rojas) y el Alacrán (Víctor Patiño Fomeque) con fluidas y abundantes relaciones con oficiales, sub oficiales y soldados profesionales de las diversas ramas de las Fuerzas Armadas a quienes aportan millonarias cifras de dinero y lujosas propiedades en Bogota y Medellín. Recientemente un hermano de la Araña fue sorprendido en Bogota en un vehículo del Ministerio de Defensa asignado a un alto general del Ejercito 

La demencial acción fue ejecutada por el Comando Contra el Narcotráfico y Amenazas Transnacionales en el Putumayo; esta operación ha sido presentada como un combate contra un grupo de las Farc organizado en el Frente 48.  

La Defensoría del pueblo, la población del municipio y la vereda, y las organizaciones de los Derechos humanos están indicando que se trata de un “falso positivo” de civiles inermes presentados como guerrilleros muertos en combate. 

Es una masacre cometida por el ejército y su Sexta Brigada encadenada al sistema de masacres y exterminio de líderes ejecutado por el régimen neonazi de Ivan Duque y del uribismo (en los últimos 4 años), tan amigo de este tipo de limpiezas contra los campesinos y los indígenas. 

El responsable de este operativo, Mayor Edgar Alberto Rodriguez, tiene acusaciones por su participación en 73 ejecuciones extrajudiciales o “falsos positivos”, y aun así siempre ha tenido el apoyo de toda la camarilla política del régimen genocida para ocupar altos cargos en las Fuerzas Armadas como encargado de Educación y Doctrina del Ejército Nacional; como  comandante de la IX Brigada en Neiva (Huila), donde su deporte preferido eran las ejecuciones extrajudiciales de campesinos; y como integrante de la Fuerza de Tarea Conjunta Aquiles que opera en el Bajo Cauca y el Nudo del Paramillo, que fue duramente cuestionado por las organizaciones sociales debido a la presunta participación de Rodriguez en ejecuciones extrajudiciales. 

En el Bajo Cauca Antioqueño los campesinos denunciaron el sitio exacto donde se encontraban mandos del frente neoparamilitar Virgilio Peralta Arenas, más conocida como los Caparrapos, alias Caín y alias Flechas, quienes se encontraban bajo los efectos del licor en un billar en el corregimiento de El Guaimaro del municipio de Taraza, tropas de la Operación Aquiles al mando del general Rodriguez extrañamente nunca buscaron capturarlos. Situación que aún no es aclarada por la Inspección general del Ejército. 

La duda sobre las actuaciones del General Rodriguez son permanente en su sangriento recorrido como militar, y por esa razón esta nueva masacre ocurrida en el Putumayo en la cual el Ejército quiere hacer pasar a varios civiles como “guerrilleros muertos en combate” debe ser no solo verificada, sino que la rápida investigación de los entes del Estado debe surtir por fin una acción efectiva contra la impunidad. 

A pesar de la grave denuncia, que vuelve a poner el foco sobre el dantesco capítulo de los “falsos positivos”, el Gobierno uribista de Duque descartó de inmediato cualquier irregularidad criminal. El irresponsable ministro de Defensa, el uribista Diego Molano, respondió en sus redes sociales: “Operativo no fue contra campesinos, sino disidencias Farc. No fue contra inocentes indígenas, sino narcococaleros”. Pero crecen las dudas sobre la versión que ha entregado la Fuerza Pública del oficial Rodriguez. 

La Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonia Colombiana (Opiac), denuncio que eran “Eran civiles, no guerrilleros”, sobre la muerte de 11 personas en un operativo militar en Puerto Leguízamo (Putumayo).  La comunidad dice que el Ejército irrumpió en un bazar comunitario de indígenas y campesinos asesinando a dos reconocidos líderes de la región.  

La OPIAC recupero los relatos de la comunidad, los cuales apuntan a que no hubo ningún tipo de enfrentamiento armado. “El Ejército llegó a la vereda donde se encontraban unos habitantes de la zona, realizando un bazar en una caseta comunal, adyacente a una cancha de fútbol de uso de los vecinos”, señaló un indígena de la región a una emisora comunitaria. Aseguraron que “dicha actividad era para recolectar fondos para atender necesidades de la misma vereda. En este espacio se encontraban el señor Divier Hernández y su mujer, padres de dos menores de edad de 6 y 2 años”. Eran personas que estaban en una reunión con la comunidad para reunir dinero y así construir unas ‘placas huellas’ que les sirvieran a los campesinos. 

La comunidad señaló que el bazar era para recolectar fondos para atender necesidades de la misma vereda y que se recolectaron once millones de pesos, los cuales desaparecieron en manos de los soldados durante los hechos. En el pronunciamiento, la organización señaló que estos ataques contra las comunidades indígenas en esta zona del país no son hechos aislados y que en meses pasados también se han presentado asesinatos de sus integrantes. 

Ni desde el Ejército ni en el Gobierno han explicado por qué los campesinos y los indígenas fueron masacrados en este operativo de Rodriguez. 

La Opiac (organización indígena) ha dicho que fue el Ejército el que hizo el levantamiento y que no tienen claro su paradero. Sin embargo, el secretario de Gobierno de Putumayo dijo a las emisoras comunitaria que los 13 cuerpos están en Mocoa, en poder de Medicina Legal, con una frágil cadena de custodia por el interés del Ejercito en alterar la escena del crimen.  

Una fuente indicó que quienes hicieron el levantamiento de los cuerpos fueron agentes del CTI de la Fiscalía que acompañaban el operativo militar que buscaba capturar a alias Bruno. El lío sería que esos investigadores no estarían autorizados para hacerlo. 

De acuerdo con Opiac, el Ministerio Público debe dirigirse de manera inmediata al lugar de los hechos y garantizar la protección de la escena de los hechos. La comisión de derechos indígenas solicitó que fuerzas como el Ejército Nacional frenen el asesinato por mediación de la modalidad de falsos positivos, contra la población de Puerto Leguízamo. 

La Opiac enfatizo que es deber del Ministerio de Defensa de Colombia retirar las declaraciones estigmatizadoras, donde justificaron el asesinato de civiles a manos de militares aludiendo que «pertenecían a grupos guerrilleros» sin evidenciar ninguna prueba de tal acusación. 

La Opiac solicita a la Procuraduría General de la Nación para que, en el marco de sus funciones legales, haga uso del poder preferente e investigue disciplinariamente a todos los funcionarios que participaron en este falso positivo, incluyendo al ministro de Defensa, Diego Molano. 

Ante los nefastos acontecimientos, la organización indígena instó a los organismos internacionales, defensores de los derechos humanos, incluir los homicidios denunciados en el Putumayo en los informes sobre la crítica situación que atraviesa Colombia en cuestión de derechos humanos e internacional humanitario. 

La Opiac exigió el desarrollo de una investigación con el objetivo de que se analicen judicialmente los sucesos reportados en el área, además del enjuiciamiento de los autores de estos hechos criminales.  

Un actor de Derechos Humanos de entidades extranjeras ha dicho que es urgente que las autoridades aclaren estos hechos y que desempeñen su tarea con profesionalismo. No es responsable, a cuatro días de los hechos, estar llegando a conclusiones de estar asumiendo que se trataba de miembros de las disidencias o que se trató de falsos positivos. Se debe investigar, y si hubo irregularidades o crímenes, los responsables deben ser llevados ante la justicia. 

La Defensoría del Pueblo acompaño ese llamado. El organismo informo que ha venido asistiendo a las familias afectadas y que les brindará la asesoría necesaria. En concreto, se brindará el servicio de representación judicial a través de un defensor público de víctimas en todos los procesos que se deriven de los hechos, que ojalá sea cierto dada la politiquería uribista de la Defensoría de Camargo, la ficha de las mafias de Montería.  

Las familias de Divier Hernández y Ana María Sarria anunciaron que demandarán al Estado, pues sostienen que no eran “bandidos”, como ha asegurado el ministro Molano. Recién inicia este episodio que vuelve a enlodar el actuar del Ejército en una región profundamente afectada por el conflicto y los cultivos de uso ilícito. 

Exigimos el castigo de los funcionarios comprometidos en este genocidio contra las comunidades indígenas y campesinas del Putumayo. "                      (Horacio Duque , Rebelión, 01/04/2022)

23/3/22

Los 'falsos positivos' colombianos... fueron 6.402 las personas asesinadas ajenas al conflicto armado y presentadas como dados de baja en combate, como “positivos” operacionales de las fuerzas militares... el fenómeno mismo del “Falso Positivo” como tal, lamentablemente, como hecho sociológico y político, se configura como todo un entramado perverso que se alimenta del crimen, la mentira, la componenda, como una forma de gobernar, de relacionarse, de lograr objetivos casi siempre asociados al acaparamiento de riquezas, prestigio y poder. Se constituyó en una forma de tomar decisiones, en un modelo, en un macro-ejercicio criminal de manipulación y muerte que se aferra del poder institucional y vive de él. Lo peor, se eleva como modus operandi del poder, como un estilo de Gobierno que hoy caracteriza una clase política que se aferra al poder en Colombia

 "Alix Fabián Vargas; Omar Leonardo Triana; Jorge Vargas; Óscar Alexander Morales y Yonny Duvián Soto. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA admitió a trámite, el pasado 29 de noviembre, el estudio de la posible ejecución extrajudicial de los cinco jóvenes. Los presuntos crímenes ocurrieron entre 2007 y 2008, durante la presidencia del derechista José Uribe Vélez.

La petición de análisis fue presentada por la Comisión Colombiana de Juristas, ante la presunta responsabilidad el Estado de Colombia en los siguientes hechos: secuestro, desaparición forzada y asesinato de los jóvenes, perpetrada por miembros del Ejército Nacional “para ser presentados públicamente como guerrilleros o miembros de bandas criminales dados de baja en combate, dentro del llamado patrón de los ‘falsos positivos`”.

La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) -sistema de justicia transicional creado en los Acuerdos de Paz de 2016 entre el Gobierno y las FARC-EP- informó en febrero de 2021 de que al menos 6.402 personas “fueron víctimas de muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate”, durante el periodo 2002-2008.

Los investigadores Omar Rojas Bolaños, Norela Mesa Duque y Alfonso Insuasty Rodríguez analizan el fenómeno de los falsos positivos en la siguiente entrevista -realizada por correo electrónico- en torno al libro Teoría Social del falso positivo. Manipulación y guerra, editado por la Universidad Autónoma Latinoamericana (UNAULA).

Investigador principal y autor del libro, Omar Rojas es coronel retirado de la Policía de Colombia, sociólogo e integrante de la Red Interuniversitaria por la Paz (REDIPAZ); Norela Mesa, coautora del volumen, es socióloga, docente e investigadora en la Universidad de San Buenaventura y miembro del Grupo Autónomo Kavilando. Asimismo ha participado como coautor Alfonso Insuasty, docente e investigador en la Universidad de San Buenaventura, integrante del grupo GIDAPD-CIDEH, miembro del equipo coordinador Red Interuniversitaria por la Paz (REDIPAZ) y del  Grupo Autónomo Kavilando.

P-El libro https://bit.ly/3icu5Lo fue publicado en septiembre de 2020; actualmente estáis trabajando en la segunda parte. ¿Qué líneas de investigación/novedades aportará?

Alfonso Insuasty (AI): Este libro es la continuidad del texto publicado en el 2017 titulado: “Ejecuciones extrajudiciales en Colombia 2002–2010. Obediencia Ciega en campos de batalla ficticios” (ver: https://bit.ly/3wgnsQn); apoyamos la divulgación de esta producción y articulamos esfuerzos investigativos con el Coronel Omar Rojas, para dar vida al libro del cual estamos conversando y que fue publicado por la Universidad Autónoma Latinoamericana en el año 2020 “Teoría Social del Falso Positivo Manipulación y muerte” (ver: https://bit.ly/3icu5Lo).

Luego de la publicación, mucho material quedó pendiente por procesar y nuevos interrogantes han surgido como reacciones al libro y más con los importantes avances de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en tanto se han logrado reveladoras declaraciones y confesiones de militares con alto rango de responsabilidad.

Así, fuimos encontrando nuevas preguntas que nos llevan a una nueva investigación que esperamos publicar este 2022, ¿cuál es la real dimensión de este fenómeno? ¿Quiénes se beneficiaron? ¿De cuantas víctimas en sí estamos hablando? ¿Qué debe pasar por el proceso formativo de un militar colombiano para que no sienta empatía alguna y permita que la misma estructura lo penetre para que acciones abiertamente criminales no lo cuestionen en lo personal? ¿Cómo se logra que acciones criminales se cataloguen como actos heroicos y que un criminal se vea como un patriota?

P- Numerosas preguntas…

AI: ¿Qué debe pasar en el sistema de poder, en esa arquitectura institucional para que este tipo de crímenes se sostengan en el tiempo y gocen de una abierta impunidad? ¿Qué debe pasar en la sociedad, sus sistema educativos, medios masivos de comunicación, para que estas acciones se avalen, acepten o in-visibilicen funcionalmente?, ¿qué debe pasar en el sistema de valores de una sociedad para que pasen de largo estas aberrantes conductas criminales y de manera sostenida?, son muchas preguntas para las cuales ya contamos con material, esperando aportar insumos para mejor comprender un fenómeno que desdice de una sociedad que se dice Democrática, que se jacta en ser defensora de vida, la libertad y que además, es mayoritariamente cristiana, católica, creyente, entre otras.

P-¿En qué consiste el fenómeno de los falsos positivos? ¿Quiénes apretaban el gatillo y qué obtenían a cambio?

AI: En sí, el fenómeno deviene del crimen tipificado como Ejecución Extrajudicial, en tanto se trata de la privación arbitraria de la vida por parte de agentes del Estado, o con la complicidad, tolerancia o aquiescencia de éstos sin un debido proceso previo, en este punto es importante recalcar que en Colombia no existe la pena de muerte y que el 15 de diciembre de 1989 la Asamblea General de la ONU bajo Resolución 44/162.2 estableció, además para las partes, la responsabilidad que cabe al Estado en prevenir estos hechos.

Vale recalcar como lo sostiene el CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular), que el grado de implicación de fuerzas oficiales en este delito de lesa humanidad, compromete de manera seria la legitimidad del aparato militar y policivo del país.

Ahora bien, este crimen ya se venía registrando en Colombia, pero durante el período 2000-2010 registró su pico más alto y en un intento de desviar la atención sobre el incremento de las denuncias, se le denominó “Falsos Positivos”, asimilando al lenguaje militar, en tanto muchos civiles no combatientes fueron presentados falsamente como resultados operacionales (“Positivos”) en el desarrollo de acciones de las Fuerzas Militares y ajunto se intentó argumentar que se trataba de hechos aislados, de “manzanas podridas”.

Esta denominación tuvo una apropiación social particular ampliando su connotación y significado como fenómeno que marca ya, desafortunadamente, la historia del país.

En este punto es procedente retomar el concepto de falso positivo que desarrolla Aponte (2011) en el libro “Persecución penal de crímenes internacionales”: (…) se trata de personas muertas sin piedad fuera de combate, ajenas al conflicto armado, pero que son puestas en escenas como ―positivos; es decir, como logros de las fuerzas armadas frente a las guerrillas, todo con el propósito de obtener beneficios en la guerra.

P-¿Qué estadísticas consideráis más veraces sobre estos asesinatos de civiles?

AI: En Colombia se han difundido varias cifras en torno a la dimensión de este crimen, de manera reciente fue la Justicia Especial para la Paz quien hizo pública la cifra que hoy se maneja y que puede seguir creciendo en la medida que avanzan las investigaciones, declaraciones en esta jurisdicción que nació gracias al acuerdo de Paz firmado entre el Estado y las extintas Farc-EP en el año 2016, la cifra comunicada asciende a 6.402 personas asesinadas ajenas al conflicto armado y presentadas como dados de baja en combate, como “positivos” operacionales de las fuerzas militares.

 Así la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) abrió el macro-caso número 03 titulado: ‘Muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado’. El punto de partida fue la cifra hallada en el quinto informe que entregó la Fiscalía General de la Nación a la Sala de Reconocimiento de Verdad y Responsabilidad (SRVR) y los 10 listados que aportó el Ministerio de Defensa en los que incluyó 1.944 miembros de la fuerza pública interesados en llevar sus procesos judiciales ante la JEP.

P-¿Podría darse un incremento en la cifra de víctimas?

AI: Omar Rojas dice que este número seguirá creciendo en la medida que avance la JEP, cree que se supera la cifra de 10 mil víctimas, sin embargo, con los datos ya recabados, hoy se estima que este lamentable suceso puede ser aún más grave de lo que ya advierte Rojas, datos que se recogerán para el siguiente libro a publicar.

P-¿Han existido complicidades y “cooperadores necesarios” en estas ejecuciones extrajudiciales?

AI: Para que esta orgía de sangre y muerte fuese posible, se tejió toda una red de corrupción institucional que incluía fiscales, jueces, medios de comunicación, todo un entramado y estrategia de control y manipulación del relato, de la información, que incluyó incluso toda una lógica comunicativa para posicionar como héroes a las fuerzas militares ante la amenaza que significaría que esta información saliera a la luz pública.

Es así que el fenómeno mismo del “Falso Positivo” como tal, lamentablemente, como hecho sociológico y político, se configura como todo un entramado perverso que se alimenta del crimen, la mentira, la componenda, como una forma de gobernar, de relacionarse, de lograr objetivos casi siempre asociados al acaparamiento de riquezas, prestigio y poder.

Se constituyó en una forma de tomar decisiones, en un modelo, en un macro-ejercicio criminal de manipulación y muerte que se aferra del poder institucional y vive de él.

Lo peor, se eleva como modus operandi del poder, como un estilo de Gobierno que hoy caracteriza una clase política que se aferra al poder en Colombia, lo cual, de suyo, compromete de manera esencial la llamada “Democracia”, “Libertad”, “Justicia”, “Salvaguarda de los Derechos Humanos” del país.

P-¿Cuándo empezaron a conocerse estos casos? ¿Cómo reaccionaron la opinión pública y los medios de comunicación colombianos?

Norela Mesa (NM): Los casos empezaron a conocerse a partir del año 2008, pero reconociendo que obedece a una política institucional (por no decir que de Estado), los hechos en concreto se documentan desde el año 2002. Ahora bien, con respecto a la reacción de la opinión pública y los medios de comunicación, tal y como afirmábamos en el libro “Teoría Social del Falso Positivo: manipulación y guerra”, la gente tendía a validar los crímenes en función de la vieja perspectiva en la que, si usted no debe nada, no teme nada y que solo a la gente vaga, los “viciosos”, los malos, los improductivos o delincuentes le suceden este tipo de cosas.

Claro, no es de extrañar porque en un país que otrora fuera muy seguidor de Alvaro Uribe Vélez y sus políticas, sobre todo en el plano de la seguridad (la seguridad democráInvestigador principal y autor del libro, Omar Rojas es coronel retirado de la Policía de Colombia, sociólogo e integrante de la Red Interuniversitaria por la Paz (REDIPAZ); Norela Mesa, coautora del volumen, es socióloga, docente e investigadora en la Universidad de San Buenaventura y miembro del Grupo Autónomo Kavilando. Asimismo ha participado como coautor Alfonso Insuasty, docente e investigador en la Universidad de San Buenaventura, integrante del grupo GIDAPD-CIDEH, miembro del equipo coordinador Red Interuniversitaria por la Paz (REDIPAZ) y del  Grupo Autónomo Kavilando.tica) y donde este mismo personaje llegó a afirmar (y todavía lo sostiene a pesar de las mil evidencias), en el caso de los jóvenes de Soacha, que si los asesinaron no era porque estaban haciendo algo bueno como trabajar y “recoger café”, dando lugar a la legitimación de la llamada “limpieza social”.

La gente siempre piensa primero en que la víctima es un bandido en lugar de pensar que los militares con el afán de conseguir ascensos, bonificaciones, días de descanso y otros beneficios, habían orquestado toda una estrategia que les permitiera reportar bajas en combate y, por tanto, efectividad en la lucha contra la insurgencia.

P-¿Qué mentalidad operaba en los militares implicados en el fenómeno de los falsos positivos?

NM: Nunca a nadie se le ocurrió pensar que los militares colombianos tenían una estructura psicológica asociada a la psicopatía, porque cuando uno lee las resoluciones de la JEP sobre las solicitudes de sometimiento a la jurisdicción y posa atentamente la vista sobre la narrativa de los hechos, una logra quedarse estupefacta ante la frialdad, la sevicia, la inexistente empatía y respeto mínimo por la vida del otro, el pensamiento criminal en cuanto a la forma de “cranearse” (planear) los asesinatos, encubrir pruebas, simular combates u operaciones militares, “uniformar” las víctimas, conseguir armamento asociado a la insurgencia para ponerlo al lado de los cuerpos, en fin…el modus operandi completo es monstruoso.

Pero pienso que más fría queda una con la indiferencia de la gente frente a los hechos y en parte con la complicidad mediática al no darle el lugar que merece en cuanto a difusión, rechazo y condena, tanto de los hechos, como de los perpetradores directos e indirectos, empezando por la política de seguridad que la propició y su autor intelectual.

P-¿Cuáles fueron las características sociológicas y estrato social de las víctimas?

Omar Rojas (OR): La selección de las víctimas para los Falsos Positivos tenía la intención de que, en caso de denuncia por parte de sus familiares, no existiera posibilidad de que estos fueran escuchados o que autoridades no complacientes con la estrategia diera importancia al evento e investigara. Se identifican dos grupos de perfiles en las víctimas del Falso Positivo, aunque el número de las víctimas no se encuentran en la misma proporción. El primer grupo aportó alrededor del 92% de los asesinados en especial en los registrados durante el periodo 2002 – 2006.

En este caso, las víctimas se seleccionan de sectores populares de bajo nivel cultural, de comunidades campesinas e indígenas, residentes de la calle, consumidores de drogas, desempleados y jóvenes con trabajos paupérrimos que se dejaran cautivar fácilmente con propuestas de mejores trabajos. “Escogíamos a los más chirretes, a los que estuvieran vagando por la calle y dispuestos a irse a otras regiones a ganar plata en trabajos raros”, confesó Carretero, uno de los reclutadores que surtía de víctimas a los militares (El País, 2014).

El segundo grupo, al que pertenece el 0.8% de las víctimas gracias a la alianza entre militares y grupos de extrema derecha, corresponde a paramilitares indisciplinados quienes eran entregados por los comandantes de las autodefensas a los militares a fin de generar disciplina entre la tropa comandada. A este grupo se le suma, primero, los antiguos paramilitares y guerrilleros que hubieran entregado las armas ubicadas fácilmente por las anotaciones y registros que de ellos se llevan en agencias del Estado.  Segundo, integrantes de bandas criminales a quienes se les ofrecía realizar actividades ilícitas y quienes eran asesinados posteriormente. Tercero, integrantes de la guerrilla y señalados por los paramilitares de ser colaboradores de ella.

P-¿Hasta qué escalón de los poderes del Estado y las Fuerzas Armadas alcanza la responsabilidad por estas ejecuciones extrajudiciales?

OR: El alcance de las investigaciones alrededor de las ejecuciones extrajudiciales durante el periodo de la política de seguridad ciudadana, conocido bajo el eufemismo Falso Positivo, evidencia un engranaje delictivo que no solamente involucra las fuerzas armadas. El Departamento Administrativo de Seguridad DAS, policía secreta del palacio de Nariño de la época, no solamente coordinó, al igual que unidades tácticas militares, con grupos paramilitares el desarrollo de la estratagema. Directivos y agentes de la dependencia participaron en las operaciones en dónde más de 10.000 personas fueron asesinadas a sangre fría, en campos de batalla ficticios.

Solamente en el periodo 2002 – 2006 la Jurisdicción Especial para la Paz ha determinado que se registraron 6.402 asesinatos. Si bien es cierto que más de 6.000 militares son responsables operativamente por la ejecución de personas, también es cierto que grupos operativos, unidades especializadas, batallones, brigadas y divisiones, tienen responsabilidad puesto que se realizaban reuniones previas al Falso Positivo en las que además de diseñar el falso enfrentamiento se impartían instrucciones de coordinación tanto a nivel interno como a nivel externo.

P-Dotaciones presupuestarias, estrategias, objetivos, controles y evaluaciones en relación con las víctimas…

-OR: Durante la planeación del evento se asignaban tareas administrativas para el transporte de las víctimas y se asignaba presupuesto para la consecución de uniformes y armamento, entre otros. Los comandantes de las fuerzas, ejército, fuerza aérea, armada y policía, tienen responsabilidad puesto que, en el plan estratégico institucional, elaborado cada año, se leía en uno de sus indicadores “número de terroristas a dar de baja en el año”.

Cada trimestre y cada semestre las unidades militares y de policía evaluaban la estrategia y al inicio de cada año los comandantes debían comprometerse con sus superiores y el Ministerio de Defensa Nacional con un número de terroristas a dar de baja en el año. Operadores de la justicia penal militar, incluyendo jueces militares, tienen responsabilidad dado que se encargaban de orientar a los soldados de cómo rendir las versiones en los tribunales, al igual que engavetar las investigaciones y cerraban los casos alegando falta de pruebas. Constitucionalmente el jefe de las fuerzas armadas en el país es el presidente de la república.

-P:¿Qué otros ejemplos destacarías de Estados, además de Colombia, que hayan utilizado los falsos positivos militares como estrategia de guerra sucia?

-OR: Existe la tendencia global del Falso Positivo, estrategia de guerra sucia, psicológica, militar, policial y política. En Kashimir el Estado recurre constantemente a la estratagema en donde, mediante falsos encuentros militares y de policía se asesina a personas alegando que mueren en enfrentamientos contra las fuerzas regulares y que ellas pertenecen a la insurgencia. Militares y agentes del Estado reciben prebendas por parte del Estado por los resultados de sus acciones. El término acuñado es el de “falsos encuentros”.

En Filipinas la estrategia es mostrar resultados contra las drogas donde fuerzas del Estado, bajo la dirección del presidente Rodrigo Duterte, han asesinado a miles de personas incluyendo niños. La Corte Penal Internacional ha anunciado la apertura de una investigación por posibles crímenes de lesa humanidad, pero el Estado no ha permitido que los investigadores ingresen al país.

En Ucrania el Estado ha recurrido a grupos ultranacionalistas de extrema derecha y neonazis conformando batallones especiales como el Azov especializado en antidisturbios y control de actos violentos en la calle los que, en compañía de otros sectores del gobierno, han asesinado más de 14.000 personas señalandolos de comunistas. Fascistas europeos no solamente apoyan el grupo, sino que han asistido a formaciones en sus instalaciones. Existen innumerables eventos de Falsos Positivos en el mundo, no solamente utilizando fuerzas regulares de combate.

P-¿Y en cuanto a América Latina?

Se ha incrementado el Falso Positivo Judicial en el que se han construido expedientes judiciales con sustentos falsos e inventados para opacar movimientos que buscan mejores condiciones para colectivos marginados. El expresidente Lula en Brasil fue objeto de uno de ellos.

P-Por último, ¿ha supuesto algún avance la Jurisdicción Especial para la PAZ (JEP), en vigor desde 2017? ¿Se han sustanciado responsabilidades penales en los tribunales civiles y militares colombianos?

-NM: Es de recordar que para la JEP todo lo relacionado con los Falsos Positivos se agrupan en el caso 003 denominado «Muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado». Para el estudio de estos casos se priorizaron seis zonas del país (Antioquia, Costa Caribe, Norte de Santander, Huila, Casanare y Meta) y a 2019, por ejemplo, dos años después de instaurada la JEP y un año y medio después de abierto el caso (que se abrió en julio de 2018), ya 55 militares habían rendido versión sobre los casos en los que se presumía su participación, aportando con ello al compromiso de verdad, no repetición y reparación de las víctimas. A la fecha, se han realizado 388 versiones en 442 sesiones, según el reporte de la misma JEP.

También es relevante que 2.963 miembros de la Fuerza Pública han suscrito actas de sometimiento a la jurisdicción, entre los más destacados está el general retirado Paulino Coronado, el general retirado Mario Montoya y el general retirado Henry Torres Escalante. Adicionalmente, el papel de las víctimas ha sido crucial para documentar el caso y los hechos relacionados con este; a la fecha, según el mismo reporte de la JEP, 984 víctimas se han acreditado y participan de manera activa en el proceso judicial.

De hecho, a partir de las declaraciones dadas por los miliares se logró que, por ejemplo, en el municipio de Dabeiba en Antioquia, se logran exhumar 80 cuerpos que podrían pertenecer a personas desaparecidas en el marco del conflicto armado colombiano, de los cuales varios de ellos se habrían hecho pasar como adversarios dados de baja en combate.

Adicionalmente, la JEP ha logrado imputar crímenes de guerra y de lesa humanidad contra al menos 15 miembros del Ejército. A febrero de 2022 la JEP había reconocido en 6.402 el total de hechos victimizantes asociados al caso (ya sabemos que la cifra se supera en miles), pero lo importante es que 508 militares han comparecido ante la jurisdicción para rendir versión, aportar verdad y esclarecer en cierta medida los motivantes que tuvieron para cometer estos delitos.

No obstante, si hay una inconformidad con respecto a los casos de falsos positivos cometidos en zonas no priorizadas y ello implica reconocer que, a pesar de los esfuerzos de la JEP, su alcance es limitado para poder atender y dar respuesta a todos los crímenes cometidos por la Fuerza Pública, agentes del Estado y en general, todos los actores involucrados, por lo que termina reiterándose su valor más en el plano de los simbólico que en el plano de justicia efectiva, en la manera como la reclaman muchas víctimas."                     ( Enric Llopis , Rebelión, 22/03/2022)

23/6/21

El Tribunal Permanente de los Pueblos falla que el Estado colombiano realizó un “genocidio continuado”

 "El Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) ha publicado este jueves 17 de junio el fallo de la que ha sido su 48ª sesión por genocidio político y crímenes contra la paz por parte del Estado colombiano. 

En el documento, leído por el jurado pero aún no divulgado públicamente, el TPP condena “a los sucesivos gobiernos de Colombia desde 1946 por su participación directa e indirecta en la comisión de un genocidio continuado dirigido a la destrucción parcial del grupo nacional colombiano (…) en particular a los movimientos sindicales y campesinos, las comunidades indígenas y afrodescendientes”. Así lo declaraba Philippe Texier, exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia de Francia, miembro del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (CESCR) de las Naciones Unidas y jurado de este Tribunal popular. 

El Tribunal Permanente de los Pueblos, heredero del Tribunal Russell que en el año 1967 investigó y juzgó la intervención militar de Estados Unidos en Vietnam, es un tribunal en parte simbólico sin ningún poder vinculante, como han reiterado varios de sus miembros en esta sesión. Sin embargo, la sentencia leída ayer, se convierte en un importante “instrumento pedagógico” que más adelante, según afirmaba Gianni Tognoni, filósofo italiano miembro del TPP, llegará a manos de las Naciones Unidas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Unión Europea y otras instancias internacionales. Además, lo primero y más urgente que se hará con el fallo, será su entrega a la Comisión de la Verdad y la Jurisdicción Especial para la Paz, ambos mecanismos del Acuerdo de Paz firmado el 2016 entre el estado colombiano y las FARC sistemáticamente incumplido por el actual gobierno de Iván Duque.

Antoni Pigrau, doctor en derecho y profesor de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona y miembro del jurado del TPP, explica que “el aspecto central de la sentencia del TPP es la caracterización del conjunto de hechos analizados durante el largo período histórico que ha sido objeto de esta sesión, como un genocidio continuado cometido contra una parte del grupo nacional colombiano”. Pigrau denuncia que “la construcción de un proyecto de reorganización social a través del terror, en el que la comisión de muchos de los crímenes concretos denunciados, que pueden ser calificados en sí mismos como crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad, se subsume en el crimen, central en este análisis, de genocidio”.

50 casos documentados de exterminio

Entre el 25 y el 27 de marzo de este mismo año el jurado del TPP, compuesto principalmente por activistas, juristas y académicos de distintas nacionalidades entre los que resaltaban la activista francesa Mireille Fanon-Mendès o la periodista italiana Luciana Castellina, escuchó 50 casos extensamente documentados sobre genocidio político y crímenes contra la paz en Colombia. Las audiencias se celebraron en Bucaramanga, Bogotá y Medellín con numerosos momentos de tensión emocional por la gravedad de los hechos relatados por representantes de organizaciones sociales y comunidades tradicionales, desde la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) hasta el Consejo Regional Indígena o el Proceso de Comunidades Negras. Se relataron masacres y exterminios ya destacados y ampliamente conocidos de la historia colombiana como la Masacre de las Bananeras de 1928, relatado por García Márquez en Cien años de Soledad, o el genocidio contra la Unión Patriótica de los años 80 y 90.

Testimonios, líderes sociales, investigadores universitarios, estudiantes, madres de víctimas de ejecuciones extrajudiciales conocidas como “falsos positivos”, víctimas de desaparición forzada, de desplazamiento forzado… Fueron tres días de un ejercicio imprescindible de memoria histórica y reparación simbólica. En entrevista para El Salto al acabar las tres jornadas de la sesión, Philippe Texier aseguró que “el Tribunal es una herramienta que crea puentes dialécticos entre lo existente y lo que debería ser para efectivamente respetar los derechos de los pueblos, es una pelea de largo plazo ante una crisis del derecho internacional”. Por su lado Mireille Fanon-Mendès, hija del pensador Franz Fanon, aseguró que “si decimos que hay crímenes contra la humanidad lo tenemos que justificar con argumentos legales, por eso este proceso no es exactamente simbólico”.

Fanon-Mendes, quién ya participó como jurado del TPP en dos casos sobre guerra sucia y presencia de multinacionales en México, uno en Canadá que condenó la violación de derechos humanos vinculada a la minería, y el proceso que juzgó las políticas migratorias europeas, aseguró para el caso de Colombia que “los documentos presentados son muy fuertes, con mucha información, nada de lo que se ha dicho no es verdad, estoy muy impresionada por la calidad de los casos, de los archivos, el contenido que nos han dado, ha habido un muy buen trabajo de los estudiantes, sindicalistas, comunidad LGTBI, indígenas, comunidades negras etc.”.  

Un fallo para la memoria histórica

“La población civil es blanco prioritario de la guerra contra-insurgente estatal bajo la estrategia de “quitarle el agua al pez” traducida en acciones sistemáticas de destrucción al pueblo”, dijo el jurado. En el fallo se nombran las prácticas cómplices entre fuerzas armadas y grupos paramilitares, el desplazamiento de más de ocho millones de personas de sus territorios y se destaca la figura del expresidente Álvaro Uribe Vélez que, según narraba Philippe Texier, “es la figura que mejor representa lo que se ha venido narrando hasta ahora”. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, entre 2002 y 2010 hubo 24.072 desaparecidos, 6.530 asesinatos selectivos, 403 masacres, más un mínimo de 6.042 falsos positivos, de los que puede ser responsabilizado directamente Álvaro Uribe, según el fallo del TPP, quién era presidente en ese periodo.

Se señaló también, como remarcó la abogada y activista de los derechos de los pueblos indígenas de Nicaragua Lottie Cunningham, que “este fallo visibiliza la violencia contra mujeres, niñas, periodistas y defensoras de derechos humanos y es que las mujeres defensoras enfrentan riesgos y obstáculos adicionales por el estereotipo de género”. Entre 2017 y 2019, 107 mujeres lideresas sociales y defensoras del territorio han sido asesinadas y por lo menos 37 sufrieron tortura y violencia sexual. En estos dos últimos meses han sido asesinadas dos autoridades tradicionales del pueblo originario nasa en el Cauca y una comunicadora comunitaria a manos de las disidencias de las FARC u otras guerrillas que funcionan bajo los intereses del narcotráfico.

El fallo del TPP busca en sus preámbulos contextualizar la guerra sufrida en Colombia desde hace tantas décadas. Andrés Barreda Marín, maestro en Sociología y doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México, leía como “en los años 40 se abrió un nuevo horizonte de dominación política sobre Colombia por parte de los Estados Unidos. Desde entonces EE UU define Colombia como el principal territorio de acceso al control biooceánico de América del Sur”. Desde estos términos el fallo denuncia la “convergencia entre los intereses extractivistas de las élites colombianas y los intereses geoestratégicos estadounidenses que desde los 50 comienzan a escalar década tras década la naturaleza y los niveles de la violencia que ejerce la oligarquía colombiana y su Estado en contra del pueblo de Colombia y es a partir de esta complicidad que propiamente inicia lo que hoy reconocemos como un genocidio continuado.”

El fallo también destaca en numerosas ocasiones la gravedad de la impunidad con la que todas estas vulneraciones permanecen. “Se ha construido una cultura en la que no solamente la vida de los vivos se desprecia, sino que se ha llegado a pagar recompensas monetarias o en especie de acuerdo con el número de personas muertas entregadas. Y se ha garantizado la impunidad a instigadores, financiadores, autores y cómplices de los crímenes”, detalla Antoni Pigrau. 

Así mismo, destaca la pobreza estructural y la concentración de la riqueza que causan y siguen perpetuando el conflicto. Y las por lo menos 76 personas asesinadas y cientos de desaparecidas durante las masivas movilizaciones del Paro Nacional desde el 28 de abril que pueden entenderse solamente teniendo en cuenta la tradición de violencias estatal que caracteriza a Colombia. Simbólico o no, ver escrita y sentenciada una condena al Estado colombiano es para muchos y muchas reparador. Y, como herramienta de los pueblos, ayudará a construir el relato de la guerra vivida y aun presente, nombrar y señalar responsables y afectados y caminar en dirección a que un día la justicia ordinaria pueda celebrar un proceso sino igual, que se le parezca."                (Berta Camprubí, El Salto, 22/06/21)

21/4/21

6,402 'falsos positivos' en Colombia: ¿Quién dio la orden? Entre el 2002 y el 2008, al menos 6,402 civiles colombianos/as, fueron víctimas de asesinatos ilegítimamente presentados como bajas en combate. El gobierno de Álvaro Uribe incentivó esta práctica atroz

 "Las botas de caucho negro - o botas Macha o Venus, como se las conoce en Colombia - se volvieron un símbolo de uno de los capítulos más oscuros de la historia del país: los denominados “falsos positivos.”

El pasado 12 de febrero, la JEP, mediante su Auto 033 de 2021, dio a conocer que en Colombia, entre el 2002 y el 2008, 6,402 civiles colombianos/as fueron víctimas de este crimen. Esto significa que hubo cerca de 1,000 asesinatos al año, durante 7 años. Una cifra escalofriante.

Pero, ¿qué es realmente un “falso positivo”, o, en su descripción jurídica, una “muerte ilegítimamente presentada como baja en combate por el Estado”? Aunque para los colombianos/as es un concepto, infortunadamente, muy familiar, conviene aclarar de qué se trata.

Aunque el Auto tiene como propósito hacer pública su estrategia de priorización para el Caso 03 de la Jurisdicción: “muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado”, lo que más llamó la atención de la ciudadanía fue la cifra de las víctimas: el número consolidado por la JEP es tres veces mayor que el consolidado por la Fiscalía del país.

Aunque un solo caso ya sería suficiente para causar alarma, en democraciaAbierta les explicamos por qué la cifra de 6,402 casos sitúa a los “falsos positivos” en el centro del debate sobre las atrocidades cometidas por el Ejército colombiano durante la guerra contra las FARC.

La gran mayoría de “falsos positivos” se dio bajo el ex-presidente Uribe

Un “falso positivo” ocurre cuando un/a civil es asesinado por las fuerzas militares de un Estado, en este caso el colombiano, y pasa a ser presentado como una muerte “legítima” en combate. También conocido como ejecuciones extrajudiciales, este crimen representa una violación flagrante del Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

Aunque la JEP reconoce que estas muertes perpetradas por el Estado, ocurren en Colombia hace más de 40 años, también identificó que el 78% de la victimización ocurrió entre los años 2002 y 2008, es decir, durante el mandato del ex-presidente Álvaro Úribe Vélez. Además, la Jurisdicción priorizó 10 departamentos de Colombia donde se concentraron el 66% de las víctimas de este crimen, durante ese mismo periodo: Antioquia, con el 25%; Meta; Caquetá; Cesar; Norte de Santander; Tolima; Huila; Casanare; La Guajira; y Cauca; de mayor a menor representatividad, respectivamente.

 ¿Qué podría explicar que la gran mayoría de casos se dieran durante la presidencia de Uribe Vélez? Durante su mandato, se puso en marcha la política de Seguridad Democrática, con la que el presidente buscaba volver a tener el control del territorio nacional. La política, entonces, denominó oficialmente a los grupos armados ilegales del país como “terroristas” - lo que permitía acciones bélicas en su contra - y fortaleció a las fuerzas armadas del país para enfrentarlos.

Sin embargo, y aunque la política de Seguridad Democrática mencionaba la protección de los derechos humanos, en realidad generó un incentivo perverso. En el 2005, el ministro de Defensa, Camilo Ospina Bernal, firmó la Directiva Ministerial 029, donde se oficializaron los lineamientos para pagos de recompensas por cada homicidio presentado como baja en combate por miembros de la fuerza pública. Es decir: se exigían muertes de guerrilleros como prueba de efectividad al Ejército colombiano y, además, se les incentivaba con recompensas monetarias.

Fue este incentivo perverso, acompañado del discurso de la política de Seguridad Democrática, el que llevó a los miembros de la fuerza pública del país a asesinar a civiles - campesinos, en su inmensa mayoría - para luego disfrazarlos de guerrilleros, montar una “escena de combate” y presentarlos como bajas legítimas de combate.

Botas de caucho: la evidencia

Es aquí es donde entran las botas de caucho como símbolo de estas atrocidades. Como en Colombia existía el cliché que la mayoría de guerrilleros calzaban estas botas, los militares vestían a los cadáveres de los/as civiles que asesinaban con las botas en el momento de montar la falsa escena de combate. Pero hubo casos donde las botas fueron puestas con el pie cambiado, lo que proporcionó a los familiares la evidencia que en realidad se trataba de asesinatos.

Aunque la JEP determinará más adelante, en su Auto de Determinación de Hechos y Conductas, los responsables y la lógica de estas muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado, las cifras publicadas ahora son muy explícitas: durante la presidencia de Álvaro Uribe Vélez, se concentraron la mayoría de los casos de estas ejecuciones extrajudiciales. Durante su presidencia, se puso en marcha una política que incentivó a los militares a presentar resultados de efectividad basados en número de muertes, lo que los llevó a asesinar sistemáticamente a civiles para presentarlos como guerrilleros muertos en combate y a cobrar una recompensa por ello.

Más allá de las consideraciones legales, el sufrimiento infligido a las víctimas y a sus familiares por un comportamiento atroz por parte de aquellos que debían defenderlos, exige una reparación.

Como reportamos recientemente en democraciaAbierta, las madres de “falsos positivos” han sido perseguidas y silenciadas por un Estado que, hasta la fecha, se ha negado a aceptar su responsabilidad. Muchas voces se unieron para decir que, aunque la cifra de 6,402 es ya de por sí insoportable, el número de víctimas de esta práctica perversa del Ejército colombiano es muchísimo mayor. Y se siguen preguntando: ¿quién es el último responsable? ¿quién dio la orden de asesinar a sangre fría a sus hijos y familiares, civiles, campesinos, personas trabajadoras, para ser presentados como “guerrilleros muertos en combate” y así recibir una recompensa?

¿Quién dio la orden? El país espera todavía la respuesta. Ante los hechos presentados por la JEP, el Estado colombiano ya no puede seguir haciendo la vista gorda o mirar hacia otro lado. En el reconocimiento que las atrocidades se cometieron en ambos bandos, sean quienes sean, está la semilla de la reconciliación."                   (Democracia abierta, 24/02/21)

16/3/20

Radiografía de la violencia contra líderes sociales en Colombia

"El continuo aumento de los asesinatos de líderes sociales en Colombia ha puesto en evidencia los desafíos que al menos cínco departamentos del país enfrentan a la hora de abordar la creciente violencia y asegurar la gobernanza efectiva.

A continuación InSight Crime analiza el panorama criminal en Putumayo, Nariño, Antioquia, Cauca y Norte de Santander para entender el crecimiento de la violencia en estas zonas y analizar la dificultad que existe a la hora de identificar el número de líderes que han sido blanco de ataques.

Incertidumbre frente a las cifras

A lo largo de los años diferentes organizaciones de la sociedad civil, las Naciones Unidas y el Ministerio Público han monitoreado y denunciado el problema. Sin embargo, debido a la dificultad para recolectar información en los lugares donde ocurren estos asesinatos, las cifras presentadas hasta el momento difieren bastante.

De acuerdo con el Instituto de estudios para el desarrollo y la paz (INDEPAZ) entre el 01 de enero de 2016 y el 08 de septiembre de 2019, 872 líderes sociales y defensoras de Derechos Humanos han sido asesinados en Colombia. 132 casos ocurrieron en el año 2016, 208 en el año 2017 y 282 en el año 2018. El 2019 cerró con 250 casos registrados.

Según Diana Sánchez, directora del Programa Somos Defensores, existe incluso un subregistro de este fenómeno en el país. “Detectamos una tendencia a desestimar los asesinatos. Hace unos años se explicaban por problemas pasionales o de linderos. Luego fueron los cultivos de coca y el narcotráfico. Ahora dicen que no eran líderes sociales ni defensores de derechos humanos” comentó Sánchez para el portal DW.

Como consecuencia de la disparidad en las cifras, la discusión en el país se ha centrado alrededor de la legitimidad de los números y no en la masacre que vive Colombia actualmente. La polémica ha girado en torno a cuál de todos es el listado correcto, o a quién califica como líder social o defensor de derechos humanos, más no realmente en el disparado aumento de la violencia luego de la firma del acuerdo de paz entre el Estado colombiano y las FARC en 2016.

 Un gran número de los líderes sociales son atacados por la labor que realizan para promover la implementación de los acuerdos de paz. Particularmente, por su trabajo para crear nuevos espacios de participación comunitaria y para frenar la incidencia de las economías ilegales en sus tierras.
 
Algunos han estado involucrados en actividades relacionadas con la sustitución de cultivos ilícitos, la creación de proyectos productivos y la repartición de tierras, todas actividades encaminadas a dejar de producir droga y encontrar una alternativa para su subsistencia.
También son atacados por defender los recursos naturales de sus territorios, particularmente por detener el uso del fracking, la minería y tala ilegal de árboles, y defender el uso de sus fuentes hídricas.

Muchos excombatientes de las FARC también se han convertido en blanco de amenazas, asesinatos y otras formas de violencia por parte de distintos grupos armados y fuerzas estatales.

Entre las razones detrás de estos ataques se encuentran el negarse a volver a la ilegalidad, promover la sustitución de cultivos de uso ilcíto y la desconfianza de los actores armados que operan en el territorio.

Martha Mancera, directora de la Unidad de Desmantelamiento de Bandas Criminales de la Fiscalía General, aseguró a El País, que su unidad investiga los casos de por lo menos 132 excombatientes de las FARC que fueron asesinados. Mancera afirmó que nueve de estos fueron víctimas de desaparición forzada, 107 fueron víctimas de homicidio y 16 están tipificados como tentativa de homicidio.

A esto se suma que por lo menos 41 familiares de desmovilizados de las FARC también fueron asesinados en el mismo periodo.

Si bien esta violencia ha alcanzados diferentes rincones de Colombia, las dinámicas criminales en las siguientes cinco regiones son las que más se han agudizado en el último año:
 Bajo Cauca: Una zona de guerra

En está subregión del departamento de Antioquia, compuesta por los municipios de Zaragoza, Nechí, Cáceres, Tarazá, El Bagre y Caucasia la guerra no da tregua. Incluso antes desde la firma del Acuerdo de Paz ha sido uno de los lugares más convulsionados en Colombia.

Allí no han cesado los homicidios ni los desplazamientos a manos de, principalmente, dos grupos: El Bloque Virgilio Peralta Arenas o Caparrapos, y los Urabeños. También se registra presencia de disidencias del frente 18 y 36 de las FARC así como del Ejército de Liberación Nacional (ELN)

Actualmente, la disputa la libran los Urabeños y los Caparrapos — franquicia que se separó de los Urabeños a finales de 2017 — para asegurar el control de rentas ilícitas como la minería ilegal, el narcotráfico y la extorsión, en zonas como Tarazá, consideradas uno de los enclaves criminales de estos grupos.

La militarización de la zona del Bajo Cauca no ha impedido que se sigan llevando a cabo numerosos asesinatos y masacres, no únicamente contra líderes sociales. En los primeros 20 días de enero de 2020 tuvieron lugar alrededor de 30 homicidios, según reportó El Tiempo.

Aunque muchos de estos casos no obedecen exclusivamente a liderazgos sociales, en una reciente masacre en la vereda Guáimaro de Tarazá dos de las víctimas eran líderes comunales. Pedro Alexander San Pedro y Carlos Andrés Chavarria hacían parte de la Junta de Acción Comunal (JAC) del municipio y pertenecían al Programa Nacional Integral de Sustitución de cultivos ilícitos (PNIS).

La crisis que vive la subregión se agudiza debido a que es una zona rica en cultivos de coca, cristalizaderos de droga, rutas de narcotráfico y minería ilegal. Así como un corredor estratégico con salida al sur de los departamentos de Bolívar y Santander, además a la región del Urabá antioqueño y el Pacifico colombiano.

Norte de Santander: El fortín de la coca

Con 33.598 hectáreas de cultivos de coca según el más reciente informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), Norte de Santander es el segundo departamentos con más cultivos ilícitos después de Nariño. Esto lo hace un lugar codiciado por varios grupos ilegales debido a que es a la vez un corredores estratégico para la entrada y salida de mercancías ilícitas por la frontera con Venezuela.

En la región del Catatumbo, al norte del departamento, confluyen con presencia armada el ELN por medio del Frente de Guerra Nororiental, el Frente 33 de las disidencias de las FARC, el Ejército Popular de Liberación (EPL), los Rastrojos, y existen denuncias sobre presencia de emisarios de carteles mexicanos.

Tras la firma del acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC en 2016 han sido asesinados en esa zona 42 líderes sociales y defensores de derechos humanos, según cifras de INDEPAZ. La razón detrás de estos asesinatos se concentra en el reacomodo que desde entonces han tenido todos estos grupos en el territorio con el propósito de hacerse con los réditos de la coca, el contrabando, la extorsión y el tráfico de armas.

A pesar de que desde 2018 el gobierno nacional ha reforzado el pie de fuerza militar en esa región con 5.000 hombres del Ejército, no hay señales de que la violencia disminuya. Solo en 2020, ha sido asesinados dos líderes, César Tulio Sandoval Chía en el municipio de Tibú y Fernando Quintero Mena en Convención.

Cauca: el epicentro de los asesinatos

El departamento del Cauca fue el más golpeado por el asesinato de líderes sociales durante el 2019 con 36 casos registrados solo hasta octubre de ese año por INDEPAZ. En las primeras tres semanas del 2020 se han documentado al menos cinco nuevas víctimas, la más reciente en el municipio de Guapi.

Si bien la situación es crítica en todo el departamento, el flujo de la violencia es distinto en cada zona. En el norte del Cauca el control lo tienen mayoritariamente las disidencias de las FARC, específicamente la Columna Dagoberto Ramos a cargo de alias “El Indio” y la Columna Jaime Martínez al mando de alias “Mayimbú”. Este es el presunto responsable de al menos dos masacres ocurridas en noviembre de 2019, incluyendo el asesinato de Karina García, candidata a la alcaldía del municipio de Suarez en Cauca.

 Ambos grupos mantiene una alianza en el territorio, donde controlan el negocio de la minería ilegal y el narcotráfico, incluyendo rutas importantes como la que baja desde Jamundí en el Valle del Cauca hacia el norte del Cauca por la vía Panamericana y luego al corredor del río Naya hacía el Océano Pacífico.
 
A diferencia de los municipios cerca al Pacífico, la situación del norte se ha agudizado por la oposición de las comunidades indígenas y afrodecendientes al uso de sus territorios para cultivos de uso ilícito y minería ilegal .

La Guardia Indígena en municipios como Toribio, Corinto y Caloto  ha realizado varias capturas de disidentes y les han incautado y destruido gran cantidad de armas y estupefacientes. En lugares como Suárez, Buenos Aires y Santander de Quilichao las comunidades afro se oponen al uso de mercurio y maquinaria pesada para proteger los ríos que atraviesan su territorio.

Pero la violencia que vive actualmente el Cauca no es exclusiva de las disidencias. Hacia el centro y sur del departamento se registra presencia del Frente José María Becerra del ELN en municipios como El Tambo, Sucre y Mercaderes. En lugares como Argelia se ha responsabilizado a este grupo de ataques contra la población civil.

En zonas de frontera con Nariño como Guapi y Mercaderes, hace presencia el Frente Manuel Vásquez del ELN y el frente 30 de las disidencias de las FARC.

Nariño: Una tierra sumida en el conflicto

Como el mayor productor de droga en el país, que además cuenta con explotación ilegal minera y salida hacia el sur del continente por la frontera con Ecuador, Nariño es sin duda una de las regiones de Colombia más apetecidas por grupos criminales.
Su condición estratégica y la constante reorganización de los grupos armados que allí operan en un intento por quedarse con los réditos de la ilegalidad se ve reflejada en las constantes disputas por el control del territorio y la fragmentación de estas organizaciones que impacta profundamente a las comunidades.

Desde el 2016 hasta octubre de 2019, fueron asesinados en ese departamento 75 líderes sociales, comunales, campesinos y defensores de derechos humanos.
En los municipios que se desprenden desde el océano Pacífico hacia el interior del departamento, la violencia ha estado a cargo de los enfrentamientos entre reductos de las disidencias de las FARC, particularmente entre las Guerrillas Unidas del Pacífico (GUP) y el Frente Oliver Sinisterra (FOS), además de la presencia de mafias narcotraficantes como el grupo de Los Contadores.

Si bien en zonas como el área rural de Tumaco existe información sobre un pacto de no agresión entre el FOS y las GUP, en el resto de la región se viven fuertes confrontaciones. El FOS continua enfrentado por un lado con Los Contadores y recientemente se han presentado varios desplazamientos por su pelea con un grupo que se desprendió del FOS y se hace llamar el Bloque Oriental Alfonso Cano.

Hacia la zona de la cordillera, en el nororiente del departamento hacen presencia el ELN con el Frente Manuel Vásquez, el Frente Estiven Gonzales de las disidencias y los Urabeños a través del grupo Héroes de la Cordillera.

Putumayo: Una violencia silenciosa

Putumayo, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), es el tercer territorio con más coca sembrada en Colombia, con un total de 26.408 hectáreas. Es un territorio estratégico por sus salidas fronterizas con Ecuador y Perú y los ríos Caquetá y Putumayo que conectan con el oriente del país y por donde pasan armas, narcotráfico y ocurren extorsiones, homicidios selectivos y desplazamientos forzados.

En este departamento el narcotráfico sigue siendo el motor de la guerra. La criminalidad sigue creciendo a manos de las disidencias del Frente primero de las FARC que delinquen en el municipio de Puerto Asís. En esta zona, así como en Puerto Guzmán, se libra una guerra entre el Frente Carolina Ramírez de las disidencias y la alianza criminal autodenominada la mafia Sinaloa.

 Este último grupo tendría una alianza criminal con la estructura de La Constru que mantiene el control del microtráfico en los municipios de Puerto Asís, Orito, La Hormiga, San Miguel y Valle del Guamuez .
 
Pero lo que más ha llamado la atención de autoridades y comunidades es el desenfreno con el que la muerte se ha ensañado con el municipio de Puerto Guzmán, particularmente en lo que va corrido del 2020.

A pocos días de que comenzara el año, este municipio del departamento de Putumayo al sur occidente de Colombia, amaneció con visos de tragedia. En la noche del 6 de enero, sicarios en moto asesinaron a Gloria Ocampo, una reconocida líder de 37 años que apoyaba programas de sustitución de cultivos ilícito en la zona, según reportó El Espectador.

Dos días después, otros dos líderes, Gentil Hernández y Óscar Quintero, fueron asesinados de la misma forma en las veredas de El Mango y Caño Zabala, reportó El Tiempo.

Una semana más tarde fue el turno de Yordan Tovar, directivo del Sindicato de Trabajadores Campesinos Fronterizos del Putumayo, quien fue asesinado en el municipio de Puerto Asís, según informó El Espectador.

La muerte de líderes como Ocampo, Hernández, Quintero, y Tovar se enmarcan todos dentro de una caravana de la muerte de asesinos que atraviesan las trochas del municipio en las noches, se bajan de sus motos, tocan a la puerta de sus víctimas y luego de llamarlos por nombre propio los asesinan sin contemplación.
Un modus operandi que se repite a lo largo de Colombia."

30/7/13

La guerra civil colombiana deja 220.000 muertos desde 1958

"Los colombianos que han nacido en los últimos 60 años lo han hecho en un país en guerra. Son pocos los que pueden afirmar que recuerdan a una Colombia sin violencia. Pero contar la historia de ese conflicto no ha sido fácil y se ha hecho de forma fragmentada.

Por eso, desde hace seis años el Centro Nacional de Memoria Histórica se dio a la tarea de reconstruirla, de explicar el origen y la evolución de los actores armados ilegales en Colombia, para tener por fin la memoria de un conflicto tan viejo que supera las cinco décadas, pero también por la dignidad de sus víctimas.

El resultado es un informe desgarrador que ayer fue entregado al presidente Juan Manuel Santos. Es el ¡Basta ya! —como ha sido titulado— “de una sociedad agobiada por su pasado, pero esperanzada en su porvenir”.  (...)

Estremece, por ejemplo, saber que el conflicto ha dejado unos 220.000 muertos entre 1958 y 2012, de los cuales el 81,5% por ciento eran civiles. Y que por cada combatiente han muerto cuatro civiles. También, que de cada 10 colombianos que murieron en los últimos 54 años, tres perdieron la vida por causa de la guerra.

 Fuente: Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia


El grupo de Memoria Histórica calcula que la cifra de desaparecidos llega a 25.000, algo que rebasa los crímenes de las dictaduras del Cono Sur. Además, hay un saldo de 6.000 niños reclutados, 10.000 personas amputadas por las minas antipersona y casi cinco millones de desplazados.

 La cantidad de personas que tuvieron que abandonar su hogar a punta de bala y miedo dobla la población de Medellín, que es la segunda ciudad más poblada de Colombia, después de Bogotá.

La lista de horrores es larga. Entre 1980 y 2012 ocurrieron 1.982 masacres, el 59% cometidas por paramilitares, el 17% por las guerrillas y el 8% por agentes del Estado. En total, dejaron más de 11.000 víctimas. Los investigadores también concluyeron que los asesinatos selectivos han sido la modalidad de violencia que más muertos ha dejado, cerca de 150.000.

 Esto quiere decir que nueve de cada 10 homicidios fueron asesinatos selectivos. Lo más grave es que el 10% los cometieron miembros de la fuerza pública. Ahora también se sabe que a los cuerpos de 1.530 personas sus victimarios les dejaron marcas de sevicia y fueron exhibidos públicamente como una estrategia para infundir terror.

 Se llegó a la crueldad tal de despedazar los cuerpos con motosierra y machete, a tener hornos crematorios y escuelas de tortura y descuartizamiento, como fue el caso de los paramilitares.

“Después de amarrarlos les llenaban la boca de agua y ahí comenzaban con una motosierra a cortarles todos los miembros del cuerpo. También llegaban y los cogían con unas navajas y les cortaban el cuerpo, los miembros, les echaban ácido, y de ahí con un soplete les quemaban las heridas”, dice una víctima de la masacre de Trujillo (valle del Cauca), uno de tantos testimonios que recoge el informe.

Se suma la práctica del secuestro protagonizada principalmente por las guerrillas, que llegó a convertirse en una especie de epidemia. 27.000 secuestros se cometieron en el marco de la guerra. “Vivimos como animales, encadenados (…), dormimos en el piso por años, sin poder limpiarnos, enfermos, sin saber a qué horas lo van a matar a uno”, dice otro testimonio de un exsecuestrado.

El filósofo e historiador Gonzalo Sánchez, director del informe y una de las personas que más ha estudiado la violencia en Colombia, resume así esta avalancha de barbarie: “Las cifras que nosotros ahora oficializamos van más allá de los registros que tenían las propias víctimas. Uno va sumando cifras y todos son récords ignominiosos”.

El informe también explica las formas de violencia utilizadas por cada uno de los actores del conflicto. “Los paramilitares asesinan más que las guerrillas, mientras que los guerrilleros secuestran más y causan más destrucción que los paramilitares”, dice. Y agrega que la prolongación y degradación que han empleado los grupos armados deja al descubierto uno de los rasgos característicos del conflicto: “La tendencia a no discriminar sus métodos y sus blancos”.   (...)

“Las víctimas han tenido que contarse su dolor entre ellas mismas”, dice Sánchez, que trabajó con un grupo de especialistas en el conflicto colombiano.

A la soledad de las víctimas se suma que, por haber sido una guerra que se ha concentrado en el campo colombiano y por tan largo tiempo, parece haber sido olvidada. Para quienes viven en las ciudades se trata de una guerra lejana, que está metida entre las montañas. 

Esto ha provocado una actitud de indiferencia que se ha alimentado por una cómoda percepción de que al país le está yendo bien y de que, a pesar de todo, hay institucionalidad.

Al final, este gran examen de la violencia colombiana no se trata de una historia lejana sino de una “realidad anclada al presente”, que busca, como dice el director del informe, convertirse en una herramienta de reflexión para construir —con todos— esa memoria que tanto necesita Colombia."              (El País, 24/07/2013)


"Gonzalo Sánchez, director del informe Basta ya, Colombia: Memorias de guerra y dignidad, habla de por qué se degradó el conflicto colombiano

Pregunta: ¿Colombia y el mundo se sorprenderán por la dimensión de la violencia?

Gonzalo Sánchez: Con una particularidad, las cifras que nosotros ahora oficializamos van más allá que los registros que daban las propias víctimas.

P: El prólogo del informe arranca afirmando que el conflicto colombiano rompe todos los cánones de los países en conflicto. ¿Por qué?

R: Por el acumulado de expresiones de victimización. En todas hay récords tremendos, dolorosísimos. Cuando decimos que en Colombia hay proyecciones –porque no tenemos los datos exactos- de 39 mil secuestrados, de los cuales 27 mil están relacionados con el conflicto armado, esa es una cifra grande comparada con cualquier conflicto en el mundo. 

O cuando proyectamos que hay 25 mil desaparecidos. Argentina se sacudió con una tercera parte. Y si se habla del desplazamiento forzado también estamos con otro record con más de 5 millones. Uno va sumando y todos son récords ignominiosos que van más allá de la complejidad de cualquier otro conflicto.

P: Se suma la larga duración.

R. Es el conflicto –no negociado– más largo en el mundo. Cuando arrancó la investigación tuvimos toda una discusión para definir por dónde arrancábamos. Decidimos por 1958, para decir que esta violencia de hoy está anclada en la de los años 50. Es un conflicto demasiado largo, con demasiadas víctimas y eso hace muy difícil negociarlo.

P: ¿Cuáles son las causas del conflicto colombiano?

R: El tema agrario es uno de ellos y hay que celebrar que sea tema central en los diálogos de paz. El otro es la exclusión política. Colombia tiene un enorme formalismo democrático, pero que a la hora de la verdad no se practica. 

Nos cuesta mucho asumir que la diferencia, que la controversia, que el pensar distinto debe ser algo consustancial y natural al debate político.

 La tercera causa, que hoy se está reconociendo, son los altos niveles de desigualdad. Colombia es un país que prospera pero para muy pocos y eso provoca irritación.

P: Una de las grandes conclusiones del informe es que la sociedad civil terminó en el medio ¿Por qué?

R: Las guerrillas centroamericanas y las de muchos países se montaron, de alguna manera, más o menos consecuente, con la idea de que eran expresiones de la voluntad de sus pueblos, de sus campesinos. Pero en Colombia el discurso rebelde, que inicialmente fue así, gradualmente se fue desdoblando en apoyo forzado de las poblaciones. 

Primero acudieron al secuestro y luego a otras formas, como el narcotráfico, que le generaron un flanco de ilegitimidad. Se suma la duración del conflicto. Una comunidad local soporta a un grupo armado dos y hasta cinco años, pero cuando empieza a volverse un conflicto de 10 y más años, ¿cómo aguanta?

 Los actores armados empiezan a sostenerse a costa de la población, que obviamente reacciona en contra.

P: Se suma la degradación de la guerra. ¿Cada grupo lo ha hecho a su manera?

Es como una competencia de horrores. Todos masacran, también secuestran y desaparecen a sus víctimas. Pero sí hay unas zonas dominantes de unos sobre otros. Uno de los rasgos de la violencia colombiana es esa multiplicidad de actores y la transformación de unos en otros. Por ejemplo, guerrilleros del EPL y miembros del Ejército se pasaron a ser paramilitares. 

Aun así hay diferencias. Los ‘paras’ masacran más, mientras la guerrilla secuestra más. Sin embargo, a la opinión pública en este país le irrita más la acción de la guerrilla que la de los paramilitares. Creería que por la fatiga con la insurgencia y el desespero porque el Estado no las atendía.

P: ¿Por qué Colombia se demoró tanto tiempo en reconocerlas?

R: Me pregunto, cómo es posible que, cuatro o cinco años atrás, no admitiéramos que hubiera conflicto armado cuando las cifras son de ese tamaño. Se necesitaba un cambio mental, un viraje en la manera de ver políticamente lo que estaba pasando. (...)

P: ¿Qué hacer con tanta barbarie?

R: El momento (proceso de paz) le da a uno esperanzas. Este conflicto ha llegado a un nivel tal que si se ponen en un contexto latinoamericano resulta totalmente fuera de contexto. El país quiere pensar en otras cosas, hay esta luz política de las negociaciones y uno piensa que aunque no lo va a resolver todo, de pronto si nos puede poner en la ruta de comenzar a asumir de manera distinta los conflictos que vivimos."              (El País, 24/07/2013)