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8/11/23

Frédéric Lordon: Catálisis totalitaria... Existe una economía general de la violencia... Una vez que la injusticia se ha llevado al límite, una vez que el grupo ha experimentado el asesinato en masa —y, lo que es peor, la invisibilización del asesinato en masa—, ¿cómo no podría emanar de todo ello un odio con sed de venganza?... Conceder que se trata de «terrorismo» es negar que lo que ocurre en Israel-Palestina es de carácter político... El pueblo palestino está en guerra: no se le ha dado mayor margen de maniobra... «Han convertido a Gaza en algo monstruoso»... Sin que sea necesario echar mano a «terrorismo», desafortunadamente bastan «guerra» y «crímenes de guerra» para describir el colmo del horror... crímenes que llevan a crímenes, crímenes que precedieron a crímenes... Multitud de testimonios en vídeo de crímenes todavía frescos cometidos por Israel: ni una palabra... Las tragedias israelíes se personifican en desgarradores testimonios, las tragedias palestinas se aglomeran en estadísticas. Hablando de estadísticas: nos gustaría saber qué proporción de los hombres de Hamás que salieron al ataque ese fin de semana habrían cargado en sus brazos los cadáveres de sus seres queridos, los cuerpos desarticulados de bebés, hombres para quienes la vida ya no tiene otro sentido… que no sea la venganza... Que el martirio colectivo se pueda reducir así a la nada, que se niegue todo valor a la vida de los árabes y que ello pueda continuar indefinidamente, vaya ilusión colonizadora... todo el Occidente oficial comulga con esa ilusión. En Francia, a un grado asombroso... el bloque burgués francés es más israelí que los israelíes: se rehúsa a que se diga «apartheid» aunque lo digan los propios funcionarios israelíes; se rehúsa a que se diga «Estado racista» aunque lo diga una parte de la izquierda israelí, que a veces dice incluso más... El mundo árabe, y no sólo él, no deja de observar todo esto, y todo ello se sigue grabando en la memoria de sus pueblos. Cuando la némesis regrese, porque lo hará, los dirigentes occidentales, atónitos y con los brazos cruzados, seguirán sin comprender nada. Stupid white men

 "Frédéric Lordon analiza la situación en Palestina y cuestiona la reacción en los principales medios de comunicación franceses a la declaraciones de Jean-Luc Mélenchon, líder de La France insoumise, en relación con el ataque de Hamás contra Israel.

En esta entrada de su blog en Le Monde diplomatique, publicada el pasado 15 de octubre de 2023, Frédéric Lordon parte de la reacción en los principales medios de comunicación a declaraciones de Jean-Luc Mélenchon, líder de La France insoumise, en relación con el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre, para reflexionar sobre lo que denomina «economía general de la violencia» y conceptos como «terrorismo» y «crímenes de guerra», así como sobre las implicaciones políticas y éticas de esa «economía» para el conflicto en Oriente Medio y más allá.

 Existe una economía general de la violencia. Ex nihilo nihil: nada viene de la nada. Siempre hay antecedentes. Por desgracia, esa economía se rige por un solo principio: la reciprocidad… negativa. Una vez que la injusticia se ha llevado al límite, una vez que el grupo ha experimentado el asesinato en masa —y, lo que es peor, la invisibilización del asesinato en masa—, ¿cómo no podría emanar de todo ello un odio con sed de venganza? Las justificaciones estratégicas —hacer fracasar la normalización de las relaciones entre árabes e israelíes, reinstaurar en la escena internacional el conflicto palestino-israelí—, si bien reales, se han tropezado, sin embargo, con el hecho de que entre sus recursos figura el combustible de la venganza asesina. 

«Terrorismo»:  palabra sin salida 

La France insoumise no ha cometido los errores de que se la acusa. Pero ha cometido uno. Y grave. Frente a un acontecimiento de esta índole, no se puede pasar directamente al análisis sin antes expresar al horror, el espanto y la abominación[1]. No basta con pagar la cuota mínima de compasión ni, para salir del apuro guardando las apariencias, con soltar unas cuantas obleas verbales. Incluso si lo que se concede al pueblo palestino no rebasa esa cuota, se imponía esta vez atenerse al deber antes enunciado… y avergonzar a los prescriptores de la compasión asimétrica. 

Y, sin embargo, ese error, innegable, se ha aprovechado y se ha desplazado para transformarse —en el debate público— en motivo de emplazamiento y hasta de abjuración, respecto del cual La France Insoumise tiene esta vez toda la razón en no ceder: la cuestión del «terrorismo». ¿Debe ser el «terrorismo»como afirma Vincent Lemire«el punto de partida del debate público»? No. Ni siquiera es el punto de llegada: cuando mucho, su callejón sin salida. «Terrorismo» es una palabra sin salida. Es lo que nos recuerda Danièle Obono, y no le falta razón. Incapaz de otra cosa que no sea establecer como única perspectiva la erradicación e impedir cualquier análisis político, «terrorismo» es una categoría que se sitúa al margen de la política, una categoría que te saca de la política. La prueba la da Macron: «unidad de la nación» y derivados, 8 veces en 10 minutos de morondanga. Suspensión de los conflictos, neutralización de los desacuerdos, decreto de unanimidad. Conclusión lógica: las manifestaciones de apoyo al pueblo palestino son manifestaciones de apoyo al terrorismo e incluso manifestaciones terroristas, que es por lo que están prohibidas. 

Conceder que se trata de «terrorismo» es negar que lo que ocurre en Israel-Palestina es de carácter político. Y ello en grado sumo. Incluso si esa política adopta la forma de la guerra, continuando así por otros medios, según la fórmula de Clausewitz. El pueblo palestino está en guerra: no se le ha dado mayor margen de maniobra. En su seno se formó una entidad para dirigirla: ¿de dónde pudo haber salido? «Han convertido a Gaza en algo monstruoso» —dice Nadav Lapid. ¿Quiénes son «ellos»? 

 Sin que sea necesario echar mano a «terrorismo», desafortunadamente bastan «guerra» y «crímenes de guerra» para describir el colmo del horror. También bastan para describir las abominables masacres de civiles. Si para hablar de algo como la guerra —cosa que por principio equivale a matanza— se ha acuñado la categoría de «crímenes de guerra», sin caer en el pleonasmo, es para designar actos que hacen que algo que de por sí es atroz alcance niveles incluso superiores de atrocidad. En cualquier caso, es ese el momento en que una vez más hay que pensar en términos de economía general de la violencia: crímenes que llevan a crímenes, crímenes que precedieron a crímenes. La obstinación con que se quiere hacernos pronunciar la palabra «terrorismo» no satisface más que necesidades pasionales, sin ningún tipo de rigor intelectual. 

En realidad, «terrorismo» y «crímenes de guerra» son dos categorías que no dejan de entrecruzarse y que no perfilan ninguna antinomia estable. Hiroshima se ajusta, en sentido estricto, a la definición de terrorismo formulada por las Naciones Unidas: matar a civiles que no son parte directa en las hostilidades con el fin de intimidar a una población u obligar a un gobierno a realizar un determinado acto. ¿Se ha hablado alguna vez de terrorismo en el caso de la bomba de Hiroshima? ¿Y en el de Dresde? Al igual que en Hiroshima: aterrorizar a una población para obtener la capitulación de su gobierno. 

Pero para quienes, en la situación actual, han hecho de ello motivo de abjuración, «terrorismo» tiene una virtud insustituible: hacer que la violencia parezca desprovista de todo sentido. Y de causas. Violencia pura, venida de ninguna parte, que en rigor no reclama otra acción que no sea la extirpación, eventualmente en el registro elevado de la cruzada: el choque de civilizaciones, el eje del Bien, sin que haya margen para cuestionamiento alguno. Es cierto que en este caso navegamos por sobre aguas vallsianas[2], en las que comprender y conmoverse entran en contradicción y necesariamente disminuye la sensación de horror, lo que a su vez hace que aumente la complacencia. El imperio de la estupidez, como un derrame de petróleo, jamás deja de expandirse. 

La pasión por no comprender 

Sobre todo eso: no comprender. Lo cual, por otro lado, exige que se haga un esfuerzo, pues son abrumadoras las pruebas y basta con tener abiertos los ojos… para comprender. Se martiriza a todo un pueblo por medio de una ocupación que dura ya casi 80 años. Se lo encierra, se lo hacina al punto de enloquecerlo, se lo mata de hambre, se lo asesina, y no queda ni una sola voz oficial que diga una palabra al respecto. Así, 200 muertos en diez meses: ni una palabra —entiéndase ni una palabra que se pueda comparar ni remotamente con las palabras que se empeñan a favor de los israelíes. Multitud de testimonios en vídeo de crímenes todavía frescos cometidos por Israel: ni una palabra. Marchas pacíficas de palestinos hacia la frontera, 2018, 200 muertos: ni una palabra. Francotiradores que tiran al blanco apuntando a las rodillas, 42 en una tarde, un montón: pero ni una palabra: sí: «el ejército más moral del mundo». Exsoldados del ejército más moral del mundo que denuncian la repulsión, la crueldad de lo que les hicieron hacer a los palestinos: ni una palabra. A cada una de las abominaciones cometidas por Hamás el 7 de octubre podría oponérsele otras tantas o más cometidas por los militares o los colonos: esas que apenas hacen que se forme una onda en la superficie del agua. Las tragedias israelíes se personifican en desgarradores testimonios, las tragedias palestinas se aglomeran en estadísticas. Hablando de estadísticas: nos gustaría saber qué proporción de los hombres de Hamás que salieron al ataque ese fin de semana habrían cargado en sus brazos los cadáveres de sus seres queridos, los cuerpos desarticulados de bebés, hombres para quienes la vida ya no tiene otro sentido… que no sea la venganza. No se trata de «terrorismo», sino del metal fundido de la venganza vertido en la lucha armada. Eterno motor de la guerra. Y de sus atrocidades. 

En cualquier caso, es ese el sentimiento de injusticia que mantiene unido al grupo. Una vida que no vale lo que otra: no puede haber mayor injusticia. Hay que ser demasiado obtuso para no ser capaz de imaginárselo; en el mejor de los casos, ni siquiera por comprensión humana, sino por simple precaución estratégica. Que el martirio colectivo se pueda reducir así a la nada, que se niegue todo valor a la vida de los árabes y que ello pueda continuar indefinidamente, vaya ilusión colonizadora. 

Bloque burgués e «importación» 

Pero hay algo que resulta todavía más sorprendente: todo el Occidente oficial comulga con esa ilusión. En Francia, a un grado asombroso. Es grande la preocupación por los riesgos de «importación del conflicto». Sin darse cuenta de que el conflicto ya se está importando en una escala masiva. Por supuesto, «importación del conflicto» es una manera apenas velada de decir «árabes», «inmigrantes», «suburbios». Si bien no es ese en absoluto el verdadero canal de importación, que por el contario tenemos delante de nuestros propios ojos, tan ancho como el de Panamá, borboteando como una tubería de presión: el canal de importación del conflicto es el bloque burgués (Amable y Palombarini ©[2]). Todo su aparato —personal político, mediocracia en cuadro apretado y medios de comunicación en «edición especial»— se activó al instante para la importación. ¿Por qué tanta fijación con el terrorismo? Por La France Insoumise, claro está: y dale con lo mismo. Esta vez, sin embargo, con un nuevo punto de vista: el punto de vista de la importación interesada. Cuando afuera el bloque burgués cierra filas con Israel, aprovecha la oportunidad para unirse contra sus enemigos dentro. 

En este caso lo que se necesitaría es un análisis de la solidaridad refleja del bloque burgués con «Israel» (en cuanto entidad indiferenciada: población, Estado, gobierno) y de las afinidades por las que esa solidaridad pasa. Afinidades burguesas: el mismo gusto por la democracia adulterada (burguesa), la misma posición estructural de dominio (dominio nacional, dominio regional), las mismas representaciones mediáticas ventajosas, en este caso de Israel como sociedad burguesa (start-ups y fun en Tel Aviv). Todo lleva al bloque burgués a reconocerse espontáneamente en la entidad «Israel» y, por tanto, a abrazar su causa. 

Es más: el bloque burgués francés es más israelí que los israelíes: se rehúsa a que se diga «apartheid» aunque lo digan los propios funcionarios israelíes; se rehúsa a que se diga «Estado racista» aunque lo diga una parte de la izquierda israelí, que a veces dice incluso más; se rehúsa a que se hable de la aplastante responsabilidad del Gobierno israelí aunque de ello hable Haaretz; se rehúsa a que se hable de la política cada vez más letal de los gobiernos israelíes, aunque de ello hable una avalancha de altos funcionarios israelíes; se rehúsa a decir que Hamás cometió «crímenes de guerra», aunque lo digan las Naciones Unidas y el derecho internacional. Gideon Levy: «Israel no puede encarcelar a dos millones de palestinos sin pagar un terrible precioDaniel Levy, exdiplomático israelí, a una periodista de la BBC que le dice que los israelíes a punto de aniquilar Gaza están «defendiéndose»: «¿Cómo puede decir usted algo así sin pestañear? ¿Decir semejante mentira?» El bloque burgués: «Israel no hace otra cosa que defenderse.» Dice «terror» cuando los rusos cortan el acceso de Ucrania a todo recurso, pero no dice nada cuando Israel corta el acceso de Gaza a todo recurso. El bloque burgués experimenta un rapto de identificación que nada puede desarmar. 

Lo experimenta tanto más intensamente cuanto que la lucha contra los enemigos del hermano burgués de fuera y la lucha contra los adversarios del bloque burgués de dentro se refuerzan mutuamente. Es como una gigantesca resonancia inconsciente, que adquiere toda su fuerza en una situación de crisis orgánica en la que el bloque burgués impugnado está dispuesto a todo con tal de mantenerse. 

El bloque mira a su alrededor y no ve sino a un solo enemigo de consideración: la France Insoumise. El Partido Socialista, Europa Ecología Los Verdes, el Partido Comunista, a todos los ha neutralizado, no hay de qué preocuparse por ellos. Son gente que no representa ningún peligro y hasta pueden ser preciosos auxiliares. La France Insoumise, no. Se presenta ahora una oportunidad para aniquilarla: sin vacilar ni por un segundo. Al igual que con Corbyn y Sanders, las fabulaciones sobre su antisemitismo ya habían alcanzado velocidad de crucero, pero una oportunidad como ésta no se presenta todos los días. El paso en falso inaugural de La France Insoumise resultó providencial: todo podrá hacerse pasar por esa brecha: mentiras flagrantes, tergiversación descarada de declaraciones, encuestas falsas sobre declaraciones ficticias o sobre la ausencia de declaraciones, acusaciones delirantes. La BBC se abstiene de decir «terrorista», pero la France Insoumise tiene que decirlo. Académicos incuestionables producen análisis en los programas de televisión, pero el mismo análisis hecho por la France Insoumise es motivo de escándalo. La posición de la France Insoumise, en resumidas cuentas, es bien similar a la de las Naciones Unidas, pero se la tilda de antisemita. «¿Qué busca Jean-Luc Mélenchon? ¿Condonar el terrorismo islamista?», se pregunta sutilmente La Nuance. 

Cristalización 

La violencia del espasmo que sacude la vida política en Francia no tiene otra causa. El acontecimiento ha actuado como un poderoso reactivo que hubiese revelado todas las tendencias actuales del régimen, llevándolas a un punto al que ni siquiera las revueltas de julio les habían hecho alcanzar. El efecto catalizador ha sido abrumador. Crisis tras crisis, la dinámica pre-fascista no deja de adquirir consistencia y profundizarse. Meyer Habib, diputado francés de extrema derecha israelí, lo expresó en estos términos: «Rassemblement National[4] ha entrado en el campo republicano.» 

En cada ocasión, la hora de la verdad no deja de tener sus ventajas: ahora sabemos en qué consiste el campo republicano. Es el campo que prohíbe la disensión, que prohíbe la expresión pública, que prohíbe las manifestaciones, que impone la unanimidad o el silencio y que hace que sus matones policiales amenacen a todos aquellos y a todas aquellas que puedan verse tentados a seguir haciendo política en torno a la cuestión israelo-palestina. Es el campo que hace que instituciones universitarias adviertan de la publicación de comunicados por sindicatos estudiantiles, que estaría considerando discretamente la posibilidad de enjuiciar a organizaciones como el Nuevo Partido Anticapitalista o Révolution permanente y que es probable que esté pensando ya secretamente en disolverlas. 

De hecho, es mucho más que un espasmo. Por definición, un espasmo acaba por distenderse. En este caso, cristaliza: precipita una fase. Y no cualquier fase, sino la catálisis totalitaria. «Totalitaria» es la categoría que se impone en el caso de toda empresa política destinada a producir unanimidad bajo coacción. La intimidación, el alineamiento a la fuerza, el afán de venganza, la distorsión sistemática y la reducción a monstruosidad de toda opinión divergente son las operaciones de primer orden. Después vienen la prohibición y la penalización. Mostrar apoyo al pueblo palestino se ha convertido en un delito. Desplegar una bandera palestina se castiga con una multa de 135 euros: en vano se le busca algún fundamento jurídico presentable. «Free Palestine» es un graffiti antisemita… según CNews, que se ha convertido en árbitro de los buenos modales en la materia, signo del trastorno de los tiempos, en que la connivencia actual con antisemitas reparte acusaciones de antisemitismo, mientras que la connivencia anterior con los nazis reparte acusaciones de nazismo. Con la aprobación silenciosa del resto del campo político y mediático. En los pasillos de toda la galaxia Bolloré, no paran de desternillarse de risa, mientras que en LREM[5], France Inter y todos los programas como-se-llamen de France 5, se lo toman al pie de la letra. El campo republicano es el campo que suspende la política, las libertades y los derechos fundamentales, el campo unido en el racismo antiárabe y el desprecio por la vida de quienes no son blancos. 

El mundo árabe, y no sólo él, no deja de observar todo esto, y todo ello se sigue grabando en la memoria de sus pueblos. Cuando la némesis regrese, porque lo hará, los dirigentes occidentales, atónitos y con los brazos cruzados, seguirán sin comprender nada. Stupid white men. "                                ( , JOCOBIN LAT, 05/11/23)

7/11/23

¿A qué se debe esta oleada de asesinatos? En el último año, más de 200 palestinos han sido asesinados por el ejército y los colonos israelíes, muchos de ellos menores de edad. Pero esta rabia tiene raíces mucho más profundas... La venganza era una de las motivaciones de los comandantes de Hamás... "el colonizado es un perseguido que sueña constantemente con convertirse en el perseguidor". El 7 de octubre, ese sueño se hizo realidad para quienes cruzaron la frontera sur de Israel: por fin los israelíes iban a sentir la impotencia y el terror que ellos mismos habían conocido durante toda su vida... Ya ocurrió cunado FNL atacó la ciudad argelina de Philippeville en 1995... Campesinos armados con granadas, cuchillos, garrotes, hachas y horcas masacraron - a veces destripando- a 123 personas, principalmente europeos, pero también algunos musulmanes. Para los franceses, esta violencia era puramente gratuita, pero en la mente de los autores, era una venganza por las masacres de decenas de miles de musulmanes en Sétif, Guelma y Kherrata por parte del ejército francés con el apoyo de milicias de colonos, tras los disturbios independentistas de mayo de 1945... el gobernador general francés, Jacques Soustelle, dirigió una campaña de represión en la que murieron más de diez mil argelinos... Decidido a superar su humillación a manos de Hamás, el ejército israelí no se ha comportado de forma diferente -ni más inteligente- que los franceses en Argelia, los británicos en Kenia o los estadounidenses después del 11 de septiembre. El desprecio de Israel por la vida palestina nunca ha sido tan flagrante ni tan despiadado, y está alimentado por una retórica sobre la que el adjetivo genocida ya no resulta hiperbólico

 "El 16 de octubre, Sabrina Tavernise, presentadora del podcast The Daily, del New York Times, habló con dos palestinos de la Franja de Gaza. Empezó preguntando a Abdallah Hasaneen, un residente de Rafah, cerca de la frontera egipcia, que sólo podía captar la señal desde su balcón:

“Dígame, Abdallah, estábamos hablando de los ataques aéreos que se están produciendo desde el pasado sábado y, por supuesto, del mortífero ataque de Hamás contra Israel. ¿Cómo interpreta usted este ataque? ¿Cuál es su opinión?”

Abdallah Hasaneen responde: “No se puede encarcelar a la gente, privarla de sus derechos fundamentales y esperar que no reaccione. No se puede deshumanizar a la gente impunemente... No soy miembro de Hamás y nunca he sido un gran admirador de Hamás... Pero lo que está ocurriendo aquí no tiene nada que ver con Hamás”.

Tavernise (un poco avergonzada): "¿Entonces con qué tiene que ver?"

Se trata de la limpieza étnica del pueblo palestino, que afecta a 2,3 millones de palestinos. Por eso lo primero que hizo Israel fue cortar el suministro de agua, electricidad y alimentos. El problema no es Hamás. El problema es que cometimos el error de nacer palestinos.

Una tumba al aire libre
La segunda persona entrevistada por Tavernise era una mujer, Wafa Elsaka, que había regresado recientemente a Gaza después de trabajar como profesora en Florida durante 35 años. Ese fin de semana, Elsaka había abandonado su casa familiar después de que Israel ordenara a los 1,1 millones de habitantes del norte de Gaza que abandonaran sus hogares y se dirigieran al sur en previsión de una inminente invasión terrestre. Decenas de palestinos y palestinas perecieron bajo las bombas mientras tomaban rutas que el ejército israelí les había asegurado que eran seguras. Le dijo a la periodista estadounidense:

Ya vivimos [la Nakba] en 1948 y lo único que pedimos es poder criar a nuestros hijos en paz. ¿Por qué tiene que repetirse la historia? ¿Qué es lo que quieren? ¿Quieren Gaza? ¿Qué van a hacer con nosotros? ¿Qué van a hacer con la población? Quiero respuestas a estas preguntas, quiero saberlo con certeza. ¿Quieren arrojarnos al mar? Pues adelante, háganlo, ¡no prolonguen nuestro sufrimiento! No lo duden, háganlo... Antes decía que Gaza era una prisión al aire libre. Ahora digo que es una tumba al aire libre... ¿Cree que la gente de aquí está viva? Son todos zombis.

Cuando Tavernise volvió a entrevistar a Hasaneen al día siguiente, explicó que toda su familia se había refugiado en la misma habitación para tener al menos una oportunidad de morir juntos.

En los últimos días, la situación en Gaza ha llegado a extremos inimaginables, pero esto no es nada nuevo. En un relato de 1956 titulado "Carta desde Gaza", el escritor palestino Ghassan Kanafani describía su territorio como "más sofocante que la mente de una persona durmiente, presa de una pesadilla aterradora, con el olor singular de sus calles estrechas, el olor de la derrota y la pobreza". El héroe de la historia, un profesor que trabajó durante años en Kuwait, regresa a casa tras un bombardeo israelí. Le recibe su sobrina y descubre que tiene una pierna amputada: fue mutilada intentando proteger a sus hermanos y hermanas del impacto de las bombas.

Para Amira Hass, periodista israelí que ha cubierto Gaza durante muchos años, "Gaza encarna la contradicción central del Estado de Israel: democracia para unos, desposesión para otros; es nuestro nervio en carne viva". Cuando los israelíes quieren maldecir a alguien, no lo envían metafóricamente al infierno, sino a Gaza. Las autoridades de ocupación siempre la han tratado como una zona fronteriza, más parecida al sur del Líbano que a Cisjordania, y donde aplican normas diferentes y mucho más estrictas.

Tras la ocupación de Gaza en 1967, Ariel Sharon, entonces al mando del Comando Sur de Israel, supervisó la pacificación"del territorio conquistado, es decir, la ejecución sin juicio de decenas de palestinos (no se sabe exactamente cuántos) sospechosos de haber participado en la resistencia, y la demolición de miles de casas. En 2005, el mismo Sharon presidió la desconexión: Israel obligó a ocho mil colonos a abandonar la Franja de Gaza que, sin embargo, permaneció en su mayor parte bajo control israelí.

Las razones de la operación Diluvio de Al-Aqsa
Desde la victoria electoral de Hamás en 2006, la Franja de Gaza está sometida a un bloqueo, que el gobierno egipcio contribuye a hacer cumplir. "¿Por qué no abandonar esta tierra de Gaza y huir?", se preguntaba el narrador de Kanafani en 1956. Hoy, una idea semejante sería pura fantasía. Los habitantes de Gaza -no es exacto llamarlos gazatíes, ya que dos tercios de ellos son hijos y nietos de refugiados de otras partes de Palestina- son en realidad cautivos en un territorio que ha sido amputado del resto de su patria. Sólo podrían abandonarla si los israelíes les ordenaran instalarse en un corredor humanitario en algún lugar del Sinaí, y si Egipto cediera a la presión estadounidense y abriera la frontera.

No hay nada misterioso en los motivos de la operación Diluvio de Al-Aqsa, como Hamás llamó a su ofensiva: reafirmar la primacía de la lucha palestina en un momento en que ya no parecía estar en la agenda de la comunidad internacional; conseguir la liberación de los presos políticos palestinos; desbaratar un acercamiento israelí-saudí; humillar aún más a una Autoridad Palestina impotente; protestar contra la ola de violencia de los colonos en Cisjordania y las provocadoras incursiones de judíos religiosos y funcionarios israelíes en la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén; y, sobre todo, hacer comprender a los israelíes que no son invencibles, que hay un precio a pagar por mantener el statu quo en Gaza.

La operación fue un éxito rotundo: por primera vez desde 1948, combatientes palestinos, y no soldados israelíes, ocuparon ciudades fronterizas y aterrorizaron a sus habitantes. Nunca Israel se había parecido tan poco a un refugio inviolable para el pueblo judío. Como señaló Mahmoud Muna, propietario de una librería en Jerusalén, el impacto del ataque de Hamás fue "como si los últimos cien años se hubieran condensado en una semana". Sin embargo, esta ruptura con el statu quo, este violento intento de establecer una especie de macabra paridad con la formidable maquinaria bélica de Israel, ha tenido un coste, y es enorme.

Los comandos de Hamás y la Yihad Islámica, organizados en brigadas de unos 1.500 hombres, mataron a 1.400 personas, entre ellas 300 soldados y mujeres, niños y bebés. Aún no sabemos por qué Hamás no estaba satisfecha con haber logrado sus objetivos iniciales. La primera fase de la operación Diluvio de Al-Aqsa fue una clásica -y legítima- guerra de guerrillas contra una potencia ocupante: los combatientes cruzaron la frontera y la valla que rodea Gaza y atacaron puestos militares avanzados.

Las primeras imágenes de este asalto, junto con los informes de que habían penetrado en veinte centros urbanos israelíes, provocaron una euforia comprensible entre los palestinos, al igual que la muerte de cientos de soldados israelíes y la toma de no menos de 250 rehenes. En Occidente, no mucha gente recuerda que cuando los palestinos de Gaza se manifestaron en la frontera en 2018-2019 durante lo que llamaron la Gran Marcha del Retorno, el ejército israelí masacró a 223 manifestantes. Pero los palestinos lo recuerdan, y el asesinato de manifestantes no violentos no hizo sino reforzar el atractivo de la lucha armada.

La segunda fase de la ofensiva de Hamás, sin embargo, fue muy diferente. Acompañados por los gazatíes, muchos de los cuales abandonaban su ciudad por primera vez en su vida, los combatientes de Hamás se lanzaron a una embestida asesina. Convirtieron la fiesta rave de la Tribu de Nova en una sangrienta bacanal, un nuevo Bataclan. Cazaron a familias en sus casas, en kibutz. Ejecutaron no sólo a judíos, sino también a beduinos y trabajadores inmigrantes (varias de sus víctimas eran judíos muy conocidos por su labor solidaria con los palestinos, entre ellos Vivian Silver, una israelí-canadiense que ahora está secuestrada en Gaza). Como señaló Vincent Lemire en Le Monde, "se necesita tiempo para hacer salir y matar a más de mil civiles escondidos en garajes y aparcamientos o refugiados en cámaras acorazadas"[1]. El celo y la paciencia de los combatientes de Hamás son escalofriantes.

Las raíces de la rabia
Nada en la historia de la resistencia armada palestina a Israel se aproxima a la magnitud de esta masacre: ni el atentado de Septiembre Negro contra los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, ni la masacre de Maalot perpetrada por el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) en 1974[2]. El 7 de octubre murieron más israelíes que durante los cinco años de la segunda Intifada.

¿A qué se debe esta oleada de asesinatos? Sin duda, la rabia alimentada por la intensificación de la represión israelí tiene algo que ver con ello. En el último año, más de 200 palestinos han sido asesinados por el ejército y los colonos israelíes, muchos de ellos menores de edad. Pero esta rabia tiene raíces mucho más profundas que las políticas del gobierno derechista de Benjamin Netanyahu. Lo que ocurrió el 7 de octubre no fue una explosión, sino un acto metódico de exterminio; la difusión muy calculada de los vídeos de los asesinatos en las cuentas de las redes sociales de las víctimas sugiere que la venganza era una de las motivaciones de los comandantes de Hamás: Mohamed Deif, jefe del ala militar de la organización, perdió a su esposa y a sus dos hijos en un ataque aéreo en 2014.

Esto nos trae a la memoria la observación de Frantz Fanon de que "el colonizado es un perseguido que sueña constantemente con convertirse en el perseguidor". El 7 de octubre, ese sueño se hizo realidad para quienes cruzaron la frontera sur de Israel: por fin los israelíes iban a sentir la impotencia y el terror que ellos mismos habían conocido durante toda su vida. El espectáculo de júbilo palestino -y los posteriores desmentidos de Hamás de que se hubiera matado a civiles- es inquietante, pero apenas sorprendente. "En el contexto colonial", escribe Fanon, "lo bueno es simplemente lo que les duele".

Lo que conmocionó a los israelíes, casi tanto como el propio ataque, fue que nadie lo había visto venir. El gobierno israelí había sido advertido por los egipcios de que la Franja de Gaza estaba en ebullición, pero Netanyahu y sus ayudantes pensaban que habían conseguido contener a Hamás. Cuando los israelíes trasladaron recientemente un gran contingente militar de la frontera de Gaza a Cisjordania, donde los soldados tenían la misión de proteger a los colonos que estaban llevando a cabo pogromos en Huwara y otros asentamientos palestinos, pensaron que no tenían nada de qué preocuparse: Israel tenía los mejores sistemas de vigilancia del mundo y amplias redes de informadores dentro de la franja de Gaza. La verdadera amenaza era Irán, no los palestinos, que no tenían ni la capacidad ni los conocimientos técnicos para organizar un ataque de importancia.

Ya ocurrió en Philippeville en 1995
Fue esta arrogancia y desprecio racista, alimentados por años de ocupación y apartheid, lo que condujo al fallo de inteligencia del 7 de octubre. Se han hecho muchas analogías para describir la operación Diluvio de Al-Aqsa: Pearl Harbor (1941), la Ofensiva Tet durante la Guerra de Vietnam (1968), el ataque egipcio de octubre de 1973, que desencadenó la Guerra de Yom Kippur, y, por supuesto, el 11 de septiembre de 2001. Pero quizá la comparación más acertada sea con un episodio crucial y en gran parte olvidado de la Guerra de Independencia argelina: el levantamiento de Philippeville en agosto de 1955.

Rodeado por el ejército francés y temeroso de perder terreno frente a los políticos musulmanes reformistas partidarios de un acuerdo negociado, el Frente de Liberación Nacional (FLN) lanzó un feroz ataque en la ciudad portuaria de Philippeville y sus alrededores. Campesinos armados con granadas, cuchillos, garrotes, hachas y horcas masacraron - a veces destripando- a 123 personas, principalmente europeos, pero también algunos musulmanes. Para los franceses, esta violencia era puramente gratuita, pero en la mente de los autores, era una venganza por las masacres de decenas de miles de musulmanes en Sétif, Guelma y Kherrata por parte del ejército francés con el apoyo de milicias de colonos, tras los disturbios independentistas de mayo de 1945.

En respuesta a los sucesos de Philippeville, el gobernador general francés, Jacques Soustelle, un liberal al que la comunidad europea de Argelia consideraba demasiado cercano a los árabes e indigno de su confianza, dirigió una campaña de represión en la que murieron más de diez mil argelinos. Con esta reacción desproporcionada, Soustelle cayó en la trampa tendida por el FLN: la brutalidad del ejército francés empujó a los argelinos a los brazos de los insurgentes, del mismo modo que la feroz respuesta de Israel iba a fortalecer a Hamás, al menos durante un tiempo, incluso entre los palestinos de Gaza a los que no les gustaba demasiado el régimen autoritario de los islamistas. El propio Soustelle admitió en su momento que había contribuido a "cavar un abismo entre las dos comunidades por el que corre un río de sangre".

Hoy se ha abierto un abismo similar en Gaza. Decidido a superar su humillación a manos de Hamás, el ejército israelí no se ha comportado de forma diferente -ni más inteligente- que los franceses en Argelia, los británicos en Kenia o los estadounidenses después del 11 de septiembre. El desprecio de Israel por la vida palestina nunca ha sido tan flagrante ni tan despiadado, y está alimentado por una retórica sobre la que el adjetivo genocida ya no resulta hiperbólico. En los seis primeros días de ataques aéreos, Israel ha arrojado más de seis mil bombas sobre Gaza, y el número de personas muertas por los bombardeos hasta el 27 de octubre asciende ya a 7.326. Estas atrocidades no son excesos ni daños colaterales: son el resultado de una intención deliberada. Como dijo el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, "luchamos contra animales humanos y actuaremos en consecuencia" (Fanon: "El lenguaje del colono, cuando habla de los colonizados, es un lenguaje zoológico. (...) El colono, cuando quiere describir bien y encontrar la palabra adecuada, se remite constantemente al bestiario"). Desde el atentado de Hamás, la retórica exterminadora de la extrema derecha israelí ha alcanzado su punto álgido y se extiende también entre las corrientes supuestamente más moderadas. "Cero gazatíes", proclama un eslogan israelí. Un miembro del partido Likud de Netanyahu declaró que el objetivo de Israel debería ser "una Nakba que eclipse la Nakba de 1948". El ex primer ministro israelí Naftali Bennett se "desahogó" ante un periodista de Sky News: "En serio, ¿vas a seguir haciéndome preguntas sobre los civiles palestinos? ¿Qué te pasa? (...) Estamos luchando contra nazis”.

La nazificación del enemigo
La nazificación de los adversarios es una vieja estrategia que ha sustentado durante mucho tiempo las guerras y las políticas expansionistas de Israel. Durante la guerra de 1982 contra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Líbano, Menachem Begin comparó a Yasser Arafat con "Hitler en su búnker". En un discurso pronunciado en 2015, Benjamin Netanyahu sugirió que los nazis se habrían contentado con deportar a los judíos de Europa en lugar de exterminarlos si el Gran Muftí de Jerusalén, Hadj Amin Al-Husseini, no hubiera inculcado la idea de una "solución final" en la mente de Hitler. Al explotar descaradamente la Shoah y acusar a los palestinos de ser nazis peores que sus predecesores alemanes, los dirigentes israelíes se están "burlando del verdadero significado de la tragedia judía", como observó Isaac Deutscher tras la guerra de 1967. Por no mencionar que estas analogías contribuyen a justificar un embrutecimiento aún mayor del pueblo palestino.

El sadismo del atentado de Hamás facilitó la labor de esta empresa de nazificación al reavivar la memoria colectiva de los pogromos y la Shoah, transmitida de generación en generación. Es natural que los judíos, tanto en Israel como en la diáspora, busquen explicaciones a su sufrimiento en la historia de la violencia antisemita. El trauma intergeneracional es tan real para los israelíes como para los palestinos, y el ataque de Hamás ha afectado a la parte más sensible de su psique: su miedo a la aniquilación.

Pero la memoria también puede alimentar la ceguera. Hace tiempo que los judíos dejaron de ser parias impotentes, el Otro íntimo de Occidente. El Estado que dice hablar en su nombre tiene uno de los ejércitos más poderosos del mundo -y el único arsenal nuclear de la región. Las atrocidades del 7 de octubre pueden recordarnos a los pogromos del imperio zarista, pero Israel no es la "zona de residencia"[3].

Como ha observado el historiador Enzo Traverso, el pueblo judío "ocupa hoy una posición bastante singular en la memoria del mundo occidental". Su sufrimiento se pone de relieve y se protege jurídicamente, como si los judíos debieran estar siempre sujetos a una legislación especial"[4]. Dada la historia de persecución antisemita en Europa, esta preocupación occidental por proteger la vida de los judíos es totalmente comprensible.

Pero lo que Traverso llama la "religión civil" de la Shoah se ejerce cada vez más en detrimento de cualquier preocupación por los musulmanes y de cualquier reconocimiento genuino del problema de Palestina. “Lo que distingue a Israel, a Estados Unidos y a otras democracias a la hora de hacer frente a situaciones difíciles como ésta", declaró el Secretario de Estado estadounidense Antony Blinken el 11 de octubre de 2023, "es nuestro respeto por el derecho internacional y, si es necesario, por las leyes de la guerra". Y esto en un momento en que Israel hacía honor al derecho internacional arrasando barrios en Gaza y masacrando a familias enteras, recordándonos que, como escribió Aimé Césaire, "la colonización trabaja para descivilizar al colonizador, para embrutecerlo en el verdadero sentido de la palabra".

¿Les damos la bienvenida al [desierto de] Néguev?
En los días siguientes al atentado de Hamás, la administración Biden fomentó políticas de transferencia de población susceptibles de provocar una nueva Nakba, como la llamada evacuación temporal de cientos de miles de palestinos del Sinaí para permitir que Israel continuara su asalto a Hamás (el presidente egipcio Abdelfatah Al-Sissi replicó que si Israel estaba realmente interesado en el bienestar de los refugiados de Gaza, debería acogerlos en el Néguev, en el lado israelí de la frontera con Egipto).

Para reforzar su ofensiva militar, Israel recibió nuevas entregas de armas de Washington, que también envió dos portaaviones al Mediterráneo oriental como advertencia a los principales aliados regionales de Hamás, Irán y Hezbolá. El 13 de octubre, el Departamento de Estado estadounidense emitió un memorándum interno en el que pedía a sus funcionarios que no utilizaran los términos "desescalada/cese el fuego", "fin de la violencia/derramamiento de sangre" y "restablecimiento de la calma": no se puede tolerar ni la más inocua crítica a Israel.

Pocos días después, una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pedía una "pausa humanitaria" en Gaza fue previsiblemente vetada por Estados Unidos. En el programa Face the Nation de la CBS, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, definió el "éxito" en el conflicto de Gaza como "la seguridad a largo plazo del Estado judío y del pueblo judío", sin mencionar la del pueblo palestino, ni su condición permanente de apátrida. En un extraordinario lapsus linguae, casi sin darse cuenta reconoció el derecho al retorno de los palestinos: "Cuando la gente tiene que abandonar sus hogares o sus casas a causa de un conflicto, tiene derecho a regresar, a reclamar esos hogares y esas casas". Y lo mismo ocurre en esta situación. Tal vez, pero es bastante improbable, sobre todo si Hezbolá abandona su cautela y se une a la batalla, un escenario que una ofensiva terrestre israelí hace mucho más plausible. El apoyo estadounidense a la escalada puede tener sentido electoral para Joe Biden, pero corre el riesgo de provocar una guerra regional.

Hasta el devastador bombardeo del hospital Al-Ahli Arabi el 17 de octubre -del que Netanyahu culpó inmediatamente a los "bárbaros terroristas de Gaza"- los artículos de la prensa estadounidense estaban prácticamente calcados de los comunicados del Ejército israelí. Las grietas en el consenso proisraelí que había empezado a dar espacio a la realidad palestina y a palabras como "ocupación" o "apartheid" desaparecieron de la noche a la mañana, sin duda como testimonio de la fragilidad de estas pequeñas victorias retóricas. El New York Times publicó un editorial en el que afirmaba que el ataque de Hamás no respondía a ninguna "provocación inmediata" por parte de Israel, y también publicó un elogioso retrato de un general israelí retirado que "empuñó su pistola para enfrentarse a Hamás" y aconsejó al ejército que "arrasara con todo" en Gaza (una vez más, la cobertura del extraordinario diario israelí Haaretz mostró en comparación la cobardía de los medios estadounidenses, al atribuir la responsabilidad del conflicto al "gobierno anexionista y expropiador" de Netanyahu).

Un nivel de islamofobia sin precedentes
Los tres presentadores musulmanes de la MSNBC tuvieron que abandonar temporalmente las ondas, al parecer para no herir la sensibilidad israelí. Rashida Tlaib, congresista palestino-estadounidense de Detroit, fue acusada de liderar una "facción pro-Hamás" en la Cámara de Representantes por sus críticas al Ejército israelí. Se han perpetrado crímenes de odio contra los musulmanes estadounidenses, alimentados entre otras cosas por un torrente de islamofobia a un nivel no visto desde el 11-S y la "guerra contra el terror". Una de las primeras víctimas fue un niño palestino de 6 años, Wadea Al-Fayoume, asesinado en Chicago por el casero de su familia, al parecer en represalia por el 7 de octubre.

En Europa, las expresiones de apoyo a los palestinos se han convertido prácticamente en tabú y, en algunos casos, se han criminalizado. A la novelista palestina Adania Shibli, por ejemplo, se le comunicó que la ceremonia de entrega de premios por su novela Un detalle menor había sido cancelada en la Feria del Libro de Fráncfort. Su libro está basado en la historia real de una joven beduina palestina que fue violada y asesinada por soldados israelíes en 1949. Francia ha prohibido las manifestaciones propalestinas y la policía francesa utilizó cañones de agua para dispersar una concentración de apoyo a Gaza en la plaza de la República de París. La ministra británica del Interior, Suella Braverman, propuso la prohibición de enarbolar la bandera palestina. El canciller alemán, Olaf Scholz, declaró que la "responsabilidad de Alemania por la Shoah" le obligaba a "defender la existencia y la seguridad del Estado de Israel" y culpó a Hamás de todo el sufrimiento en Gaza.

Dominique de Villepin, ex primer ministro francés, fue uno de los pocos dirigentes occidentales que expresó su horror por lo que estaba ocurriendo sobre el terreno. En France Inter, el 12 de octubre, arremetió contra la "amnesia" de Occidente sobre Palestina, un "olvido" que ha permitido a los europeos creer que los acuerdos económicos y el comercio de armas entre Israel y sus nuevos amigos árabes del Golfo borrarían la cuestión palestina de la faz de la tierra. El 14 de octubre, Ione Belarra, ministra española de Derechos Sociales y miembro del partido de izquierdas Podemos, fue incluso más lejos, acusando a Israel de llevar a cabo un castigo colectivo genocida y pidiendo que Netanyahu fuera juzgado por crímenes de guerra.

Pero las voces de Tlaib, de Villepin y Belarra se ven completamente abrumadas por las de los políticos y expertos occidentales alineados con Israel, que representa el campo de la "civilización" en este conflicto y está ejerciendo su "derecho a defenderse" contra la barbarie de los árabes. Los comentarios sobre la ocupación y las raíces del conflicto se tachan cada vez más de antisemitas.

Los "amigos de Israel" entre los judíos pueden considerar esta situación como un triunfo. Pero, como señala Enzo Traverso, "el paso de la estigmatización a la valorización de lo judío", y el hecho de que conduzca a un apoyo incondicional de Occidente a Israel y a una preocupación unilateral por el sufrimiento de los judíos y no de los musulmanes palestinos, "favorece (...) un posicionamiento de los judíos dentro de las estructuras de dominación". Peor aún, el abandono de cualquier neutralidad respecto al comportamiento de Israel expone a los judíos de la diáspora a un riesgo creciente de violencia antisemita, ya sea perpetrada por grupos yihadistas o por "lobos solitarios". La censura de las voces palestinas en nombre de la seguridad del pueblo judío, lejos de protegerlo, sólo intensificará su inseguridad.

Los errores de cierta izquierda
La parcialidad sistemática de los medios de comunicación occidentales tiene su eco en la reacción simétrica del mundo árabe y de gran parte del Sur, donde el apoyo occidental a la resistencia ucraniana frente a la agresión rusa, al tiempo que se niega a reconocer la agresión israelí contra los palestinos ocupados, ya ha provocado acusaciones de hipocresía (una división que recuerda a las desavenencias de 1956, cuando los pueblos de los países en desarrollo apoyaron la lucha de Argelia por la autodeterminación, mientras que los países occidentales apoyaban la resistencia de Hungría a la invasión soviética). En las naciones que han luchado por acabar con el colonialismo, la dominación blanca y el apartheid, la lucha palestina por la independencia y las condiciones de obscena asimetría en las que se desarrolla tocan una fibra sensible.

También hay admiradores de Hamás en la llamada izquierda decolonial, muchos de los cuales han hecho carrera en universidades occidentales. Algunos de ellos -en particular el Parti des Indigènes de la République en Francia, que aclamó sin reservas la operación Diluvio de Al-Aqsa- parecen casi exaltados por la violencia de Hamás, que describen como una forma de justicia anticolonial que se hace eco de las tesis de Fanon en el muy controvertido primer capítulo de Los desheredados de la tierra, titulado "Sobre la violencia". En un mensaje en Twitter, la periodista estadounidense-somalí Najma Sharif ironizaba: "¿Qué creen que es la descolonización?, ¿una atmósfera fría?, ¿artículos académicos?, ¿ensayos? Pandilla de perdedores". En resumen, el estribillo de los fans del Diluvio de d'Al-Aqsa podría ser: "La descolonización no es una metáfora". Otros han sugerido que los jóvenes participantes en el festival Tribu de Nova merecían su destino por haber tenido la audacia de organizar semejante evento a pocos kilómetros de la frontera de Gaza.

Está claro que Fanon abogaba por la lucha armada contra el colonialismo, pero describía el uso de la violencia por parte de los colonizados como un proceso de desintoxicación ("A nivel del individuo, la violencia desintoxica"). Su concepción de las formas más asesinas de violencia anticolonial era la de un psiquiatra que diagnostica una patología de la venganza engendrada por la opresión colonial, no una receta. Era natural, escribió, que un pueblo "al que nunca se le ha dejado de decir que sólo entiende el lenguaje de la fuerza, decidiera expresarse por la fuerza". Refiriéndose a la experiencia fenomenológica de los luchadores anticoloniales, observó que, en la fase inicial de la revuelta, "para el colonizado, la vida sólo puede surgir del cadáver en descomposición del colono".

Lo que Fanon dijo realmente
Pero Fanon también describió con conmovedora elocuencia los efectos del trauma de la guerra, incluido el trauma sufrido por los insurgentes anticoloniales que masacraron a civiles. En un pasaje que pocos de sus admiradores actuales se atreven a citar, advertía a sus lectores:

El racismo, el odio, el resentimiento, "el legítimo deseo de venganza" no pueden alimentar una guerra de liberación. Estos destellos de conciencia que lanzan al cuerpo por caminos tumultuosos, que lo lanzan a un onirismo casi patológico donde el rostro del otro me invita al vértigo, donde mi sangre llama a la sangre del otro, donde mi muerte por simple inercia llama a la muerte del otro, esta gran pasión de las primeras horas se rompe si pretende alimentarse de su propia sustancia. Es cierto que las interminables atrocidades de las fuerzas colonialistas reintroducen elementos emocionales en la lucha, dando al militante nuevos motivos de odio, nuevas razones para partir en busca del "colono a masacrar". Pero el líder se da cuenta día tras día de que el odio no puede constituir un programa.

Para organizar un movimiento eficaz, Fanon creía que los protagonistas de la lucha anticolonial debían superar la tentación de la venganza primordial y desarrollar lo que Martin Luther King, citando al teólogo Reinhold Niebuhr, llamaba una "disciplina espiritual contra el resentimiento". En consonancia con esta perspectiva, su concepción de la descolonización argelina concedía un lugar no sólo a los musulmanes que luchaban por emanciparse del yugo colonial, sino también a los miembros de la minoría europea y a los judíos argelinos (ellos mismos una antigua comunidad "indígena") en la medida en que se unían a la lucha por la liberación.

En L'An V de la révolution algérienne, Fanon rindió un elocuente homenaje a los no musulmanes de Argelia que, junto a sus camaradas que profesaban el islam, imaginaron un futuro en el que la identidad y la ciudadanía argelinas estarían definidas por ideales comunes, no por la etnia o la fe. El eclipse de esta visión bajo los efectos combinados de la violencia francesa y el nacionalismo islámico autoritario del FLN es una tragedia de la que Argelia aún no se ha recuperado. Es la misma visión que defendieron intelectuales como Edward Said y un contingente minoritario, pero influyente, de representantes de las izquierdas palestina e israelí, y su destrucción no fue menos perjudicial para el pueblo de Israel-Palestina.

Recientemente me escribió el historiador palestino Yezid Sayigh:

Lo que me aterroriza es que nos encontramos en un punto de inflexión en la historia mundial. Ya habíamos visto una acumulación de profundos cambios en marcha durante al menos dos décadas, que dieron lugar a movimientos (y gobiernos) de derechas, incluso fascistas. Desde mi punto de vista, la masacre de civiles por parte de Hamás es un poco como Sarajevo en 1914, o quizá la Noche de los cristales en 1938[5], en el sentido de que desencadena o acelera movimientos fundamentales mucho más amplios. A un nivel más circunscrito, estoy furioso con Hamás, que prácticamente ha acabado con todo aquello por lo que hemos estado luchando durante décadas, y me asombra la gente que no puede hacer una distinción crítica entre la oposición a la ocupación israelí y los crímenes de guerra, y que hace la vista gorda ante lo que Hamás ha hecho en los kibutzdel sur de Israel. Esto es etno-tribalismo.

El culto a la fuerza
Las fantasías etno-tribales de la izquierda decolonial, con sus invocaciones rituales a Fanon y su exaltación de los guerrilleros parapoliciales de Hamás, son realmente perversas. Como escribió el escritor palestino Karim Kattan en un conmovedor ensayo publicado por el diario Le Monde[6], parece haberse vuelto imposible para algunos autoproclamados amigos de Palestina decir tanto que "masacres como las que tuvieron lugar en la fiesta rave de la Tribu de Nova son un horror indigno" como que "Israel es una feroz potencia colonial, culpable de crímenes contra la humanidad". En una época de derrota y desmovilización, en la que las voces más extremistas se amplifican a través de las redes sociales, el culto a la fuerza parece haberse instalado en ciertos sectores de la izquierda, cortocircuitando cualquier forma de empatía por los civiles israelíes.

Pero el culto a la fuerza de cierta izquierda radical es menos peligroso, porque carece en gran medida de consecuencias, que el de Israel y sus partidarios, empezando por la administración Biden. Para Netanyahu, la guerra es una lucha por la supervivencia, tanto la suya como la de Israel. Hasta ahora, en general ha preferido las maniobras tácticas y ha evitado las ofensivas militares a gran escala. Aunque Israel ha llevado a cabo varios asaltos a Gaza bajo su égida, el actual primer ministro es también uno de los principales artífices del acuerdo con Hamás, una postura que justificó en 2019 en una reunión de miembros del Likud en el Parlamento, durante la cual declaró que "cualquiera que quiera frustrar la creación de un Estado palestino debe apoyar a Hamás y transferirle dinero".

Netanyahu comprendió que mientras los islamistas estuvieran en el poder en Gaza, no habría negociaciones sobre la creación de un Estado palestino. La ofensiva del 7 de octubre no sólo echó por tierra su apuesta sobre la viabilidad del frágil equilibrio entre Israel y Gaza, sino que se produjo en un momento en el que se enfrentaba simultáneamente a acusaciones de corrupción y a un movimiento de protesta desencadenado por sus planes de poner bajo control al poder judicial y remodelar el sistema político israelí al estilo de la Hungría de Viktor Orbán. En un intento desesperado por hacer olvidar estos reveses, se lanzó a esta guerra presentándola como una "lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, entre la humanidad y la ley de la selva". Los colonos fascistas israelíes -representados en su gabinete por Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir, ambos partidarios declarados de la limpieza étnica- han matado a muchos palestinos en Cisjordania desde el ataque de Hamás (incluyendo las bajas del ejército, el número de muertos asciende a casi ciento veinte [a 29 de octubre]). Los ciudadanos árabes de Israel temen tener que revivir el tipo de ataques que sufrieron a manos de bandas de alborotadores judíos en mayo de 2021, durante las movilizaciones conocidas como la "Intifada de la Unidad". En cuanto a los habitantes de Gaza, no sólo se ven obligados a pagar por las acciones de Hamás, sino también, una vez más, por los crímenes de Hitler. Y el imperativo de invocar la Shoah se ha convertido en la auténtica "cúpula de hierro" ideológica de Israel, su escudo contra cualquier crítica a sus acciones.

¿Cuál es el objetivo último de Netanyahu? ¿Eliminar a Hamás? Eso es sencillamente imposible. A pesar de todos los esfuerzos de Israel por presentar a esta organización como la rama palestina del Estado Islámico, y a pesar de su naturaleza innegablemente violenta y reaccionaria, Hamás es un movimiento nacionalista islámico, no una secta nihilista. Forma parte del paisaje político palestino y se alimenta de la desesperación engendrada por la ocupación. Por lo tanto, no puede ser liquidado sin más, al igual que los fanáticos fascistas del gabinete de Netanyahu (o, para el caso, los terroristas del Irgun que, tras cometer atentados con bomba y masacres en la década de 1940, pasaron a formar parte del establishment político israelí en las décadas posteriores[7]. El asesinato de líderes de Hamás como el jeque Ahmed Yassin y Abdel Aziz Al-Rantissi, ambos eliminados en 2004, no ha obstaculizado en absoluto la creciente influencia de esta organización, e incluso la ha fomentado.

¿Cree Benyamin Netanyahu que puede obligar a los palestinos a renunciar a las armas o a su deseo de tener un Estado bombardeándolos hasta la sumisión? Esto ya se ha intentado antes y, más de una vez; el resultado invariable ha sido la aparición de una nueva generación de militantes palestinos aún más sublevados. Cierto, Israel no es un tigre de papel, como concluyeron imprudentemente algunos dirigentes de Hamás al día siguiente del 7 de octubre, demasiado contentos de haber podido exterminar a los soldados israelíes sorprendidos durmiendo. Pero Israel es cada vez más incapaz de cambiar de rumbo: su clase política carece de la imaginación y la creatividad necesarias para perseguir un acuerdo duradero, por no hablar del sentido de la justicia y de la dignidad del otro.

Judíos israelíes y árabes palestinos atrapados en un rincón
Una administración estadounidense responsable, menos sensible a las preocupaciones electorales y menos prisionera del establishment pro-israelí, podría haber aprovechado la crisis actual para instar a Israel a reexaminar no sólo su doctrina de seguridad, sino también sus políticas hacia la única población del mundo árabe con la que el Estado israelí no ha mostrado ningún interés en la idea de una paz genuina, a saber, los palestinos. En su lugar, Biden y Blinken se hicieron eco de los tópicos israelíes sobre la "lucha contra el mal", ignorando convenientemente la responsabilidad de Israel en el callejón sin salida político en el que se encuentra. La credibilidad de Washington en la región, que nunca ha sido muy fuerte, es ahora incluso más débil de lo que era bajo la administración Trump.

El 18 de octubre, Joshua Paul, que durante más de once años fue jefe de relaciones públicas y con el Congreso estadounidense de la Oficina de Asuntos Político-Militares del Departamento de Estado, dimitió de su cargo en protesta por las entregas de armas estadounidenses a Israel. En su carta de dimisión, escribió que una actitud de "apoyo ciego a un bando" había conducido a políticas "miopes, destructivas, injustas y contradictorias con los propios valores que defendemos públicamente". No es de extrañar que Emiratos Árabes Unidos fuera el único Estado de la región que criticara la operación Diluvio de Al-Aqsa. La hipocresía estadounidense -y la crueldad de la respuesta israelí- hicieron imposible tal crítica.

La verdad ineludible es que Israel no puede sofocar la resistencia palestina mediante la violencia, como tampoco los palestinos pueden ganar una guerra de liberación al estilo argelino: los judíos israelíes y los árabes palestinos están atrapados en una relación inextricable; a menos que Israel, con mucho el más fuerte de los dos adversarios, conduzca a los palestinos al exilio para siempre. Lo único que puede salvar a los pueblos de Israel y Palestina y evitar una nueva Nakba -que se ha convertido en una posibilidad real, mientras que una nueva Shoah no es más que una alucinación traumática- es una solución política que conceda a ambos pueblos los mismos derechos de ciudadanía y les permita vivir en paz y libertad, ya sea en un único Estado democrático, en dos Estados o en una federación. Mientras la búsqueda de tal solución siga en suspenso, la situación tiene prácticamente garantizado un mayor deterioro, y con él la certeza de una catástrofe aún más terrible."

( , Viento Sur, 04/Nov/2023; fuente: OrientXXI . Artículo publicado originalmente en la London Review of Books, vol. 45, 20, 19/10/2023)

27/9/19

La Venecia africana se desangra... La violencia yihadista en el Sahel, que asoló el norte de Malí en 2012, deriva en un terrible conflicto entre etnias que golpea con fuerza la ciudad de Mopti

"Frente a la imponente mezquita de barro, el sanador tradicional Yaya Konaté promete cura para la diarrea y la impotencia, la fiebre amarilla y la infección de orina. En las calles aledañas, Amadou Ouedraogo vende figurillas dogón de madera a 45 euros la pieza. “Antes podía sacar hasta 150 por cada una”, dice con amargura. El problema es que hoy apenas tiene a quién ofrecer su mercadería. 

La ciudad de Mopti (Malí), otrora conocida como la Venecia africana, el imán que atraía a cientos de turistas cada año que ansiaban navegar por el río Níger hasta Tombuctú o asomarse a los acantilados del país dogón, se ha convertido en el epicentro de un sangriento conflicto para el que ni siquiera el curandero Konaté ha encontrado remedio.

El lánguido presente de Mopti (unos 114.000 habitantes), donde los guías turísticos de antaño venden ahora cebollas y piezas de coche para sobrevivir y los recepcionistas de hoteles de lujo toman el té para matar el tiempo, contrasta con el ajetreo de su ciudad hermana de Sevaré, situada a tan solo 13 kilómetros y auténtica capital en guerra de la región.

 Los blindados de Naciones Unidas y del Ejército maliense levantan el polvo de sus calles en periódicas patrullas mientras en solares y descampados miles de desplazados que han huido del interior de la región se enfrentan a la incertidumbre de no saber cuándo regresarán a sus tierras para poder cuidar de su ganado.

En el huerto de Saremá, cedido por una familia para acoger a los 120 habitantes de una aldea dogón, el agricultor Mamadou Mienta, de 60 años, recita su letanía. “Fue a las tres y media de la madrugada cuando los peul se abalanzaron sobre nuestro pueblo. Las balas caían como la lluvia. Mataron a mi hermano”, asegura. 

A escasos cinco kilómetros, en el campo abierto de Banguetabá, hoy convertido en campo de desplazados, el pastor peul Bala Diakayaté cuenta una historia parecida, pero con los protagonistas invertidos: “Los dogones aparecieron de repente y pegaron fuego a nuestras casas, les daba igual si había gente dentro o no. Murieron muchos”, explica. Más de 900 escuelas han tenido que cerrar sus puertas con la consiguiente desprotección para decenas de miles de niños, alerta Unicef; el comercio y la actividad agrícola y pastoral se han resentido. La vida, en fin, sigue, pero a trompicones.

La guerra que vive el Sahel arrancó en 2012 con la ocupación yihadista del norte de Malí, pero en la actualidad ha derivado en un conflicto intercomunitario de una violencia atroz que se ha extendido al centro y ha saltado también a Burkina Faso y Níger. Según los datos del Proyecto Armed Conflict Location & Event Data (Acled, por sus siglas en inglés), solo en la primera mitad de 2019 fueron asesinadas 2.745 personas en estos tres países, una de cada tres (900) en la región de Mopti. 

La espiral de ataques ha sido incesante, un goteo que llegó a su paroxismo este año. El pasado 23 de marzo, una milicia dogón penetró en el pueblo peul de Ogossagou y dejó tras de sí un reguero de 160 cadáveres, entre los que había ancianos, mujeres y niños. Dos meses y medio más tarde, un grupo armado devolvió el golpe y asesinó a 95 personas de la aldea dogón de Sobane-Kou.

Abdoulaye Yoro Dicko se presenta con énfasis. “Yo soy peul, mi padre es peul y mi madre también”, asegura con orgullo. Vicepresidente de Tabital Pullaku, la asociación que representa a esta comunidad, recita una historia de agravios y hostigamiento constante hacia los miembros de su etnia para explicar lo que pasa en la actualidad.

 “Esto no es de ahora, la persecución de nuestra gente se remonta a muy atrás. En 1992 nos atacaron los tuaregs y robaron nuestro ganado, acudimos al Estado, pero [no conseguimos] nada. Y en Mopti se ha desarrollado la agricultura en detrimento de las tierras de pasto. ¿Qué podíamos hacer? Por sobrevivir te vas a unir al diablo si es necesario”, comenta.

Cuando Yoro Dicko menta al maligno se está refiriendo, claro está, a los yihadistas. En 2012, cuando el Estado desapareció del norte de Malí y los radicales se hicieron con el control, muchas comunidades peul se alinearon con los nuevos señores. Por miedo, por supervivencia o porque las nuevas ideas alteraban el orden establecido y devolvían a los pastores el acceso a tierras por las que transitaban desde los tiempos de Sekou Amadou, su histórico líder del siglo XIX.

 “Hoy quien ordena la actividad económica, los intercambios comerciales y las relaciones entre unos y otros en Mopti es Amadou Kouffa”, asegura un experto investigador en referencia al perseguido predicador yihadista que ha puesto patas arriba toda la región.

Venganza

Pero en 2013 el Estado hizo un amago de regresar de la mano de la operación militar Serval liderada por Francia. Y en enero de ese mismo año los primeros cuerpos de ciudadanos peul, vinculados o no con el yihadismo, comenzaron a aparecer en el fondo de pozos y enterrados en medio del campo con un tiro en la cabeza. Era la hora de la venganza. Quienes se habían unido a los yihadistas regresaron a sus pueblos y escondieron las armas, pero hasta allí les persiguieron. El Ejército, incapaz de ganar esta guerra, alentó el nacimiento de grupos paramilitares. Y las comunidades que sufrieron con la ocupación o la amenaza radical, como los dogones o los bambaras, se armaron también y se echaron al monte.

Hamidou Djimdé es miembro del ala política de Dana Ambassagou (que se traduce como "los cazadores que se confían a Dios"), la milicia dogón más activa y conocida, a la que se considera responsable de algunas de las peores masacres de peul en Mopti. “Cuando vinieron los barbudos en 2012 les dijimos que no reconocíamos su islam, pero muchos peul se les unieron y consiguieron armas. 

Desde entonces se dedican al pillaje. Empezaron a atacarnos y en 2015 la situación era ya insostenible. Los jefes dogones pidieron ayuda a los cazadores y los peul mataron a varios de los nuestros”, rememora. En ausencia de seguridad y con el Ejército acantonado en sus bases, todos empezaron a aplicar su propia justicia. Hasta hoy.

En medio de la refriega, algunas voces llaman a la cordura. Dos palabras se repiten como un mantra estos días de septiembre: cansancio y diálogo. “Todos estamos cansados, vemos que esto no conduce a nada sino a más muertes”, asegura Baboucar Guindó, un joven dogón residente en Bamako. “El problema es que nunca nos hemos sentado a hablar de lo que está ocurriendo”, dice el peul Bala Diakayaté en Mopti.

El nuevo primer ministro maliense, Boubou Cissé, parece dispuesto a que este diálogo sea posible, pero solo será eficaz si en torno a la mesa están quienes cometen los crímenes, claman los actores de este conflicto. Mientras, el G5 del Sahel (formado por Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger), reunido de urgencia la pasada semana en Burkina Faso, pide más fondos para el Ejército transfronterizo, que ha mostrado hasta ahora una enorme incapacidad para solucionar nada.

¿Aceptará la comunidad internacional que se dialogue con terroristas? Esa es la pregunta que resuena en Mopti, donde el vendedor de collares Boucacar se asoma al río Níger y maldice entre dientes: “Los turistas han huido por miedo, solo Dios sabe cuándo regresarán. Lo primero, que llegue la paz”.              (José Naranjo, El País, Malí, 24/09/19)

9/4/19

Las denuncias no partían de familiares de víctimas, sino de las “damas de España”, todas vivitas y coleando, bien tratadas y protegidas por la República, como María y de Pilar Millán Astray, hermanas del fundador de la Legión, o de Caridad Valero Julve, alto cargo de la Sección Femenina de la Falange... Pilar Primo de Rivera quiso vengarse de Matilde, visitándola en Ventas y regocijándose del cambio de tornas...

"(...) En 1931 Matilde superó notablemente las primeras oposiciones a este Cuerpo. Fue “Jefe de la Sección femenina auxiliar del Cuerpo de Prisiones de la Prisión de Mujeres de Barcelona”, y en 1933 “Jefe de servicios de la Prisión de Mujeres de Valencia”, de la que fue directora durante la guerra.

Era muy competente, hizo cumplir el reglamento sin permitir diferencias a favor de los peces gordos bien relacionados. Fue justa con todo el mundo, esforzándose por hacer de las cárceles algo más que un depósito de mujeres. Siempre trató a las presas sometidas a su custodia con corrección y con respeto. 

Era castellana, socialista, de estatura media, con una cara morena, pelo largo y negro peinado muy pegado a la cara, con una personalidad muy acusada, muy digna, con un claro concepto de su deber de funcionaria de la comprensión de los problemas que una cárcel de mujeres plantea.

El final de la guerra civil sorprendió a Matilde en Madrid, destinada en la prisión de Ventas de Madrid, donde fue detenida el 28 de marzo. Matilde Revaque jugó un papel fundamental en los primeros meses de posguerra, organizando la higiene, alimentación y limpieza, tras el caos originado por la llegada de varios miles de detenidas, en particular para que la escasa y deficiente comida pudiera llegar a todas, paliando en lo posible el hacinamiento, así como para que las enfermas y embarazadas pudieran recibir alguna atención médica.

Contribuyó cuanto pudo, con otras funcionarias también detenidas, a que las mujeres pudieran sobrevivir. El testimonio de Julio Rodríguez Vega, secretario general de UGT recoge noticias que circulaban por las cárceles de Madrid: “Por su simpatía personal, su afecto hacía sus compañeras a las que hacía múltiples favores Matilde era popular en toda la prisión. Jamás pidió un favor a las nuevas funcionarias”. Muchas ex presas que habían compartido infortunio con Matilde en la prisión de Ventas, testimoniaron referencias elogiosas hacia ella.

Matilde fue en todo momento consciente de que no se libraría del pelotón de ejecución. Fue sometida a un simulacro de juicio en el que no fue admitida prueba alguna de la procesada, todo se basó en acusaciones de maltrato, presuntamente infligidas a falangistas “damas de España”. No se aportaron nombres de víctimas, ni pruebas de haber ordenado represión o actividad criminal. No quedó acreditada participación alguna en los crímenes de los que se acusaba a Matilde, ni la identidad de las presuntas asesinadas, ni siquiera se probó que siquiera hubo tales crímenes.

Las denuncias no partían de familiares de víctimas, sino de las “damas de España”, todas vivitas y coleando, bien tratadas y protegidas por la República, como María y de Pilar Millán Astray, hermanas del fundador de la Legión, o de Caridad Valero Julve, alto cargo de la Sección Femenina de la Falange durante muchos años, que descargó todo su odio y no aportó prueba alguna. La falangista Pilar Primo de Rivera quiso vengarse de Matilde, visitándola en Ventas y regocijándose del cambio de tornas. Le dedicó un injurioso poema con el título «La Jefaza», recogido en su obra Cautivar, que ilustra cabalmente el rencor que le guardaba.

Matilde Revaque fue condenada a muerte por el delito de “adhesión a la rebelión” por su comportamiento como funcionaria de la República. Se mantuvo con valor y serenidad. A la funcionaria que la sacó, Victoria Úbeda, le dijo tomando entre sus dedos el emblema del cuerpo de prisiones que llevaba: “No olvides Victoria, que muero por haber llevado esto con dignidad”. Matilde fue fusilada el 13 de agosto de 1940 junto a 8 hombres, algunos policías de la República, algo gravísimo entonces, como también lo era el haber sido oficial de prisiones. (...)"                (Tulio Riomesta, 02/04/19)

26/3/19

El conductor, italiano de origen senegalés, de un autobús con 51 estudiantes a bordo le prende fuego en Milán... “¡Se acabó! ¡Tienen que terminar las muertes en el Mediterráneo!”, se desgañitaba mientras el autobús iba dando bandazos por la autovía...

"¡De aquí no sale vivo nadie!”. Sy Ousseynou, un senegalés de 47 años nacionalizado italiano que llevaba desde 2004 trabajando como conductor de un autobús escolar, decidió que iba a matar a los 51 alumnos de secundaria que trasladaba a bordo del vehículo en San Donato Milanese, una población a nueve kilómetros al sureste de Milán.

 Primero los ató con cables de teléfono y, acto seguido, sacó de debajo de uno de los asientos un bidón de gasolina y roció algunas butacas.

Italia estuvo ayer a punto de asistir a una masacre histórica. El mismo día en que el ministro del Interior y vicepresidente, Matteo Salvini, evitaba ser juzgado por secuestro de personas —por no dejar bajar de un barco a 150 migrantes en el puerto de Catania el pasado agosto— y que el Gobierno confiscaba la nave de una ONG que acababa de rescatar a 49 personas en el mar, a Sy Ouseynou se le cruzaron los cables: “¡Se acabó! ¡Tienen que terminar las muertes en el Mediterráneo!”, se desgañitaba mientras el autobús iba dando bandazos por la autovía.

El conductor debía trasladar a los alumnos, pertenecientes a dos clases distintas de la escuela media Vailati di Crema, a un gimnasio. Pero en un momento del recorrido, cambió de rumbo, comenzó a gritar y mostró una lata de gasolina y un encendedor y afirmó que, en realidad, pensaba llevarlos al aeropuerto. En el vehículo viajaban también tres adultos que acompañaban al grupo escolar.

En pleno recorrido logró que los monitores que viajaban en el autobús les quitasen los teléfonos a los chicos. Pero uno de los alumnos logró alcanzar un dispositivo que había caído al suelo, según él mismo contó a La Repubblica, y avisó a los carabinieri, que lograron rescatarles antes de que las llamas cubrieran por completo el autobús. Al poco tiempo, los agentes lo alcanzaron y trataron de bloquearlo. 

El conductor esquivó la primera barrera, pero perdió el control del vehículo, que terminó chocando contra los guardarraíles. Luego, los agentes rompieron los cristales de las ventanas traseras del autobús, por donde escaparon los niños. Las imágenes grabadas por los testigos muestran a los chicos corriendo por el arcén de la autopista mientras el autobús estalla en llamas.

Ninguno de los jóvenes resultó herido de gravedad, pero 12 tuvieron que ser trasladados al hospital con un principio de intoxicación y leves quemaduras. El conductor, que también ha resultado herido leve y ha sido detenido, tiene antecedentes penales por conducir en estado de embriaguez y abusos a menores.

La empresa propietaria del vehículo ha afirmado que el conductor lleva en su nómina 15 años y que nunca habían recibido quejas sobre su comportamiento. Tampoco sospecharon que pudiera tener algún tipo de problema mental y desconocían sus antecedentes penales.

La Fiscalía de Milán investiga los hechos y trabaja sobre las acusaciones de atentado, incendio y resistencia. Pero no excluye la posibilidad de que pueda tratarse de un atentado terrorista. De hecho, el caso también lo investiga Alberto Nobili, jefe del departamento antiterrorismo de Milán. 

“Ha sido un milagro, podía haber sido una matanza, los carabinieri han estado fantásticos bloqueando el autobús y liberando a todos los niños”, señaló el fiscal de Milán, Francesco Greco.
Matteo Salvini aprovechó el suceso para desplegar su agenda electoral y ya ha anunciado que se retirará la ciudadanía al detenido."                     (Daniel Verdú, El País, 20/03/19)

15/6/18

Olga Mayans, la española que sobrevivió a la masacre nazi de Tulle

Uno de los vecinos ahorcados por los nazis en Tulle (Foto cortesía de Olga Mayans)

"Aún me parece que oigo a aquellas bestias… gritando en alemán, aporreando la puerta de casa y amenazándonos con tirarla abajo si no la abríamos". Su rostro se ha ido cubriendo de tinieblas a medida que su envidiable memoria retrocedía en el tiempo. 

Aunque su trabajado cuerpo apenas le permite moverse unos pasos por la casa de Perpiñán en la que vive sola desde que falleció su marido, su mente se encuentra ya a 370 kilómetros de distancia. Muy lejos en el espacio y en el tiempo. Olga Mayans ha dejado de tener 92 años y vuelve a ser la jovencita asustada que era aquel 9 de junio de 1944.

"Hui con mi familia de Barcelona cuando las tropas franquistas estaban a las puertas de la ciudad. Nos refugiamos en Francia y yo acabé en Tulle, acogida por un matrimonio que me dio trabajo cuidando de sus tres hijos". Olga enseña las fotos que conserva de la que, desde entonces, siempre fue su segunda familia: los Tresallet. "Tenían dos gemelos, niño y niña, y otra hija mayor. Me querían como a una hermana".

 Louis, el padre, regentaba un taller de relojes en la localidad. Como tantos otros franceses y también muchos exiliados españoles, no pudo quedarse de brazos cruzados ante la invasión alemana de Francia. "Era de la Resistencia. Como en la relojería entraba y salía mucha gente, podía trabajar de correo sin levantar sospechas. Entraba uno y le dejaba un papel que más tarde alguien recogía", relata con admiración Olga.

La tensión se había disparado en la villa tras el inicio del desembarco de los Aliados en las playas de Normandía la noche del 5 al 6 de junio. Solo 24 horas después, los guerrilleros franceses habían lanzado una ofensiva contra Tulle en la que lograron liberar la ciudad. La alegría apenas duró unas pocas horas. El 8 de junio, efectivos de la División Das Reich de las Waffen-SS recuperaron el control de la localidad y perpetraron su sangrienta venganza. 

"El 9 por la mañana fueron, vivienda por vivienda, sacando a todos los hombres. Si no abrías, destrozaban la puerta con hachas. En nuestra casa solo estaba mi patrona, que se llamaba Denise, los niños y yo. Lo registraron todo y nos obligaron a encerrarnos, cerrando puertas y ventanas".

Durante varias horas los alemanes, siguiendo las órdenes del general de las SS Heinz Lammerding, reunieron a los prisioneros y realizaron una macabra selección. "Estábamos muy asustadas, pero no sabíamos exactamente lo que pasaba. Oíamos disparos, golpes y gritos. 

Lo más desgarrador era oír gritar a las mujeres que suplicaban por la vida de sus padres, maridos o hijos. Como nuestra casa era una especie de barraca, había muchos agujeros por los que mirar. Delante teníamos un soldado alemán con una ametralladora que se encargaba de que nadie se asomara a las ventanas ni saliera a la calle".

A solo unos metros de distancia comenzó la masacre. Los SS eligieron a 120 hombres y empezaron a ahorcarlos: "Con mucho cuidado para que no me vieran los soldados, yo miraba por las rendijas de las paredes de la casa. Y vi a los ahorcados. Los colgaban en todas partes… Yo los que vi estaban colgados de los balcones. La calle en que vivíamos fue una de la que más utilizaron para matarlos. Entonces se llamaba del Pont Neuf, Puente Nuevo; después de aquello la rebautizaron como calle de Los Mártires".

 Finalmente fueron 99 los vecinos ahorcados aquel día: "Tres eran españoles. ¡Aquello fue horrible! De una sola familia colgaron a tres". Los SS no se conformaron con ahorcar a ese centenar de vecinos en balcones y farolas; a otros 149 hombres los subieron a unos camiones y los enviaron a un campo de concentración.

 "Mi patrón fue uno de ellos. Se salvó de la horca, pero lo mataron en el campo de Dachau". Louis Tresallet no fue la excepción, sino la regla. En el campo de concentración perdieron la vida 101 de los 149 vecinos deportados durante aquella aciaga jornada.

Matanzas con víctimas españolas

La misma división Das Reich perpetraría al día siguiente, 10 de junio de 1944, otra masacre aún mayor en la localidad de Oradour-sur-Glane. En esta ocasión los miembros de las Waffen SS asesinaron a 642 personas en un solo día. "Nos enteramos de esa matanza bastante tiempo después", recuerda Olga mientras desempolva los periódicos que guarda de aquella época negra. "Allí no fueron ahorcados.

 Allí los ametrallaron y hasta los quemaron dentro de la iglesia". Así fue. 239 mujeres y 213 niños perecieron en el templo religioso de la localidad después de que los nazis les encerraran allí, les tirotearan y les arrojaran numerosas bombas de mano.

Entre las víctimas de esta segunda matanza había al menos 21 españoles, incluidos varios niños de corta edad. Sus nombres aparecen en el conmovedor mausoleo erigido en el cementerio de la ciudad. Una ciudad que conserva todas y cada una de sus cicatrices abiertas aquel día. No fue reconstruida para que las generaciones venideras recuerden todo el horror. "No se puede olvidar. ¡No se debe olvidar!", exclama Olga con el rostro tensado por la emoción. 

La lucha por conservar la memoria de las víctimas del nazismo ha sido, de hecho, uno de los pilares de su vida. A ello contribuyó que el destino y el amor hicieron que se casara, poco después de acabar la guerra, con Marcial Mayans, un superviviente barcelonés del campo de concentración de Mauthausen. Ambos prestaron su testimonio, hablaron acerca de los horrores provocados por el fascismo durante los cerca de 60 años que duró su matrimonio.

Desde que Marcial falleció en octubre de 2016, Olga no deja de decir a quien la visita que está deseando reunirse con él. Los recuerdos le duelen mucho más que la ristra de achaques que la mantienen postrada en un sillón durante la mayor parte del día. 

Aún así siente la obligación de seguir contando lo que vio en Tulle aquel día de junio de 1944. Cree que se lo debe a Louis Tresallet y al resto de víctimas de la masacre. Es por ello, es por ellos por quienes siempre está dispuesta a viajar en el tiempo… una última vez."              (Carlos Henández, eldiario.es, 13/06/18)

5/2/15

Quemado vivo...


 




"EL HECHO es que el piloto jordano Moaz al Kasasbeh fue encerrado en una jaula y quemado vivo por sus secuestradores islamistas. Su asesinato fue filmado y semanas después la grabación se distribuyó a través de diversas páginas web.

 La inmensa mayoría de los medios de comunicación se ha negado a exhibir el vídeo. Dicen que por no colaborar con la propaganda de los asesinos. Es extraño que un periódico tenga en su poder la descripción de un hecho relevante y se niegue a publicarla. 

Me pregunto, en la ida y venida de un soliloquio difícil, hasta qué punto es moralmente lícito no compartir una micra simbólica del dolor de Moaz; y también me pregunto a quién deja de verdad solo y abandonado esta negativa: si a sus asesinos o a él.

Pero sobre todo me pregunto por qué los periódicos hablan, ¡alardean!, de negarse a colaborar con los terroristas cuando en realidad lo que pretenden es proteger la sensibilidad de sus buenos y pequeños burgueses, y yo el primero. 

El asesinato del piloto está en todos los medios del mundo. Y con todos los detalles. Si hubiera propaganda en el terror está cumplida. Pero es que no solo cumplida: muy vitaminada. Del material que los productores islámicos han puesto al alcance de todos los periódicos éstos han elegido los momentos más estéticos y cinematográficos. 

Especialmente virulenta y desmoralizadora es la fotografía que muestra a Moaz en la jaula, observando absorto el zigzag de fuego que va a consumirle en pocos minutos. Es esta opción por el tráiler pasteurizado y no por la película íntegra, por el encuadre y no por la deformación de la sangre, lo que facilita que cualquier desfile de moda sea capaz de utilizar mañana el atrezo IS.

Un periódico puede negarse a publicar el vídeo del asesinato. Puede reducir la información a una columna en páginas interiores, como lo haría con toda seguridad de no existir las pruebas gráficas. Hay razones, aunque discutibles, para hacerlo. 

¿Pero cómo justificar esa elección del ángulo limpio y bonito de un asesinato? ¿Cómo escamotear la evidencia de que el ingenioso reptil de fuego que avanza dejará en la jaula el bulto negro de lo que fue un hombre? ¿Un Auschwitz con trenecillos que llegan y las lomas de cadáveres fuera del encuadre?

Lo que hace la propaganda."