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15/7/16

Su padre tuvo un incidente con un colono, que le disparó su revólver y lo dejó en la calle malherido. Nadie lo recogió todo el resto de la noche y al amanecer murió, desangrado

"A diferencia de otros barrios de Jerusalén, tan inmaculadamente limpios como los de una ciudad suiza o escandinava, el vecindario palestino de Silwan, situado en el este y vecino de la Ciudad Vieja y la mezquita de Al Aqsa, regurgita de basuras, charcos hediondos y desechos.

 Me temo que tanta suciedad no sea casual, sino parte de un plan de largo alcance, para ir echando a los 30.000 palestinos que todavía viven aquí e irlos reemplazando por israelíes.

 Los colonos comenzaron a infiltrarse en el barrio, por la zona de Batan Al-Hawa, hace 11 años. Lo que hasta entonces parecía poco menos que casual —grupos de familias ultrareligiosas que conseguían instalarse en una casa elegida al azar— tomó el cariz de una operación planificada y con un objetivo claro. 

Los colonos que se han metido en el barrio de Silwan pertenecen a dos movimientos religiosos: Elad y Ateret Cohanim. Están repartidos en unas 75 casas y no son muchos: unos 550. Pero se trata de una cabecera de playa, que, a todas luces, seguirá creciendo. Al día siguiente de mi visita al barrio, se anunció que las autoridades de Israel habían autorizado la construcción de un edificio en el barrio para albergar nuevos colonos de Ateret Cohanim.

Para saber dónde están los asentamientos basta mirar arriba: las banderas israelíes, flameando en la suave brisa de la mañana, indican que han ido constituyendo un cerco, igual que en el sur de las montañas de Hebrón, dentro del que todo el barrio va quedando encarcelado.

Las maneras como estas familias se apoderan de una casa son diversas: alegando tener documentos antiguos según los cuales fueron judíos los propietarios; comprando el inmueble a través de un testaferro árabe; hostilizando y amenazando al ocupante hasta hacerlo huir; pleiteando en los tribunales para que se decida a demoler la vivienda por no haber sido construida con los permisos necesarios, o, en los casos extremos, aprovechando un viaje o salida de los dueños o inquilinos para meterse en el lugar a la fuerza.

 Una vez que los colonos están adentro, el Gobierno israelí manda a la policía o al Ejército a protegerlos, porque, quién podría ponerlo en duda, esas gotas de agua de invasores en medio de ese piélago de palestinos, corren peligro. 

Las gotas se irán convirtiendo en arroyos, lagos, mares. Los colonos religiosos que han echado raíces aquí no tienen prisa: la eternidad está de su lado. Así han ido extendiéndose los enclaves israelíes en Cisjordania y convirtiéndolo en un queso gruyère; así van creciendo también en el Jerusalén árabe.

Se guardan las formas, como en el resto de la nación: Israel es un país muy civilizado. En Batan Al-Hawa hay 55 familias palestinas amenazadas de expulsión, por vivir en casas que carecen de documentos que garanticen la propiedad y 85 inmuebles con órdenes de demolición, pues, como de costumbre, fueron edificados sin obtener los permisos adecuados.

Cuando le pregunto a Zuheir Rajabi, vecino y defensor palestino del barrio, que me guía en este recorrido, si tiene fe en la honradez y neutralidad de los jueces que deben pronunciarse al respecto, me mira como si yo fuera todavía más imbécil que mi pregunta. “¿Acaso tenemos otra opción?”, me responde. 

Es un hombre sobrio, que ha estado en la cárcel varias veces. Tiene tres hijos de siete, nueve y trece años que han sido arrestados los tres alguna vez. Y una hijita, Darín, de seis años, que anda prendida de una de sus piernas. Su casa está rodeada de dos asentamientos y ha recibido varias propuestas para que la venda, por sumas más elevadas que su precio real. Pero él dice que no la venderá nunca y que se morirá en el barrio; las amenazas de sus vecinos no lo asustan.

 Le pregunto si los colonos instalados en Silwan tienen niños. Sí, muchos, pero salen muy rara vez y generalmente escoltados por policías, soldados o la guardia privada que protege los asentamientos. Pienso en la vida claustral y terrible de esas criaturas, encerradas en esas casas hurtadas, y en la de sus padres y abuelos, convencidos de que, perpetrando las injusticias que cometen, materializan un proyecto divino y se ganan el Paraíso.

 Desde luego que el fanatismo religioso no es privativo de una minoría de judíos. También son fanáticos esos palestinos de Hamas y la Yihad Islámica que se despedazan a sí mismos haciendo estallar bombas en autobuses o restaurantes, lanzan proyectiles sobre los kibutz o tratan de acuchillar a los soldados o a pacíficos transeúntes, sin entender que esos crímenes sólo sirven para anchar la zanja, ya muy grande, que separa y enemista a ambas comunidades.

 De pronto, en nuestras andanzas por Silwan, Zuheir Rajabi me señala un edificio de varios pisos. Todo él ha sido ocupado por los colonos, salvo uno de los apartamentos; en él permanece contra viento y marea una familia palestina de siete miembros.

 Hasta ahora, han resistido, pese a que les cortan el agua, la electricidad, a que deban tocar la puerta a los colonos para poder entrar cada vez que salen a la calle, e, incluso, a que, cuando abren las ventanas, los bombardeen con basuras.

Mientras conversamos, sin darme cuenta, nos hemos ido rodeando de chiquillos. Pregunto si alguno ha sido detenido alguna vez. El que levanta las manos tiene una cara traviesa y descarada: “Yo, cuatro veces”. 

Cada vez estuvo sólo un día y una noche; lo acusaron de tirar piedras a los soldados y él negó y negó y terminaron por creerle, de modo que no lo llevaron a la corte. Se llama Samer Sirhan y su padre tuvo un incidente con un colono, que le disparó su revólver y lo dejó en la calle malherido. Nadie lo recogió todo el resto de la noche y al amanecer murió, desangrado.

Cuento estas historias tristes porque, creo, dan una idea justa del más candente problema que enfrenta Israel: el de los asentamientos, la ocupación creciente de los territorios palestinos que lo ha convertido en un país colonial, prepotente, y que ha dañado tanto la imagen positiva y hasta ejemplar que tuvo mucho tiempo en el mundo.

Todavía hay muchas cosas que admirar en Israel. Haberse convertido, por el esforzado trabajo de sus habitantes, en un país del primer mundo, de muy altos niveles de vida y haber prácticamente liquidado la pobreza en la sociedad israelí gracias a políticas inteligentes, progresistas y modernas.

 Y, la máxima hazaña con que cuenta en su haber: haber integrado a decenas de miles y miles de judíos procedentes de culturas y costumbres muy diversas, de lenguas diferentes, en una sociedad donde, pese a la unidad del idioma hebreo que es el común denominador, coexisten fraternalmente todas ellas preservando su diversidad (dígalo, si no, el millón de rusos que han llegado en los últimos años al país).

Desde la primera vez que vine a Israel, a mediados de los años setenta del siglo pasado, contraje un enorme cariño por este país. Todavía creo que es el único lugar en el mundo donde me siento un hombre de izquierda, porque en la izquierda israelí sobrevive el idealismo y el amor a la libertad que han desaparecido en ella en buena parte del mundo. 

Con dolor he visto cómo, en los últimos años, la opinión pública local se iba volviendo cada vez más intolerante y reaccionaria, lo que explica que Israel tenga ahora el Gobierno más ultra y nacionalista religioso de su historia y que sus políticas sean cada día menos democráticas. Denunciarlas y criticarlas no es para mí sólo un deber moral; es, al mismo tiempo, un acto de amor.

Jerusalén, junio de 2016."                  (Mario Vargas Llosa, El País, 02/07/16)

28/5/15

Caín mató a Abel hace 430.000 años

"El primer asesinato demostrado de la historia tiene 430.000 años. Un estudio analiza las lesiones mortales del cráneo sufridas por uno de los individuos hallados en el yacimiento de la Sima de los Huesos, en la sierra de Atapuerca.

 La violencia, inherente al ser humano, acompaña al hombre desde el comienzo de los tiempos. Ahora, el estudio de un cráneo de hace 430.000 años acaba de confirmar que por aquel entonces el hombre ya era capaz de asesinar.
El estudio, publicado hoy en la revista Plos One, analiza las lesiones mortales del cráneo sufridas por uno de los individuos hallados en el yacimiento de la Sima de los Huesos, en la sierra de Atapuerca (Burgos), un lugar que no deja de arrojar nuevos datos que poco a poco ayudan a reconstruir el inmenso puzzle de la evolución humana.

El cráneo en cuestión fue recuperado junto a los restos de otros 27 individuos en excavaciones realizadas entre 1990 y 2010. Los sedimentos de la capa geológica y los rasgos morfológicos de estos individuos permitieron determinar que todos ellos pertenecían al mismo grupo y que tenían una antigüedad de 430.000 años.

Estos restos, hallados en una recóndita sima de la Cueva Mayor de Atapuerca, estaban enterrados juntos, un hecho que durante décadas ha generado uno de los mayores debates de la prehistoria mundial.

Para los miembros del equipo de Atapuerca, esta acumulación de cadáveres podría considerarse el primer indicio de enterramiento o acto funerario, mientras que para otros paleontólogos, podría deberse simplemente a la acción de los carnívoros y carroñeros (que almacenaban sus presas) o a la acción geológica de corrientes de barro y agua (el yacimiento de Atapuerca es una red de cuevas de piedra caliza horadada por el agua).

Los estudios realizados en los últimos años han permitido descartar las dos últimas hipótesis. Sólo quedan dos opciones que expliquen esta acumulación de cadáveres: que los individuos cayeran de manera accidental por la sima vertical que da acceso a la Cueva Mayor (13 metros de caída) o que fueran depositados deliberadamente, como un acto funerario.

El estudio publicado hoy, basado en el análisis de las fracturas del cráneo 17, cierra el debate y confirma que este individuo fue asesinado y acumulado intencionalmente. Los investigadores han llegado a esta conclusión después de analizar el cráneo con las técnicas forenses actuales.

"Primero hicimos un estudio para descartar que las señales hubieran sido hechas por carnívoros, después analizamos datos geológicos y, por último, analizamos el tipo de fractura de los huesos. Con estos datos pudimos ir descartando hipótesis", explica a Efe la principal autora del trabajo, Nohemi Sala, investigadora del Centro UCM-ISCIII de Evolución y Comportamiento Humanos y miembro del equipo de Juan Luis Arsuaga.

"Sólo quedaban dos posibles causas: la caída accidental y la acumulación intencional", concluye. Los investigadores estudiaron los 17 cráneos para determinar en qué momento se habían hecho las fracturas, postmortem (tras la muerte) o perimortem (tiempo cercano a la muerte).

El cráneo 17 presenta dos orificios en el hueso frontal, "justo encima de la cuenca del ojo izquierdo. El estudio del contorno, tamaño y forma de las fracturas permitió determinar que se hicieron con el mismo objeto, y que fueron hechas cuando había tejido blando, es decir, o estaba vivo o acababa de morir", puntualiza Sala.

Las técnicas forenses actuales han permitido determinar que "el individuo recibió dos golpes independientes producidos por un mismo objeto, lo que descarta la caída. Nadie se cae por una pendiente y se golpea dos veces en el mismo sitio y con el mismo objeto". Además, la suma de datos, el tipo de lesiones y el lugar en que se encuentran "entran dentro de los patrones utilizados por los forense para determinar que ha habido un encuentro o conflicto cara a cara", afirma la investigadora.

"El estudio prueba, por primera vez, un asesinato que tuvo lugar hace casi medio millón de años. Probablemente el acto violento confirmado más antiguo de la historia", subraya Sala. (...)"            (Público, 27/05/2015)

24/7/14

Nadie puede sorprenderse por lo que ocurre en Gaza... cambian las cifras, pero la historia es la misma

"Los periodistas extranjeros que están allí y que fueron testigos de operaciones anteriores confirman que nunca han visto nada parecido. Muy pronto el parte de bajas superó lo ocurrido en noviembre de 2012.

Y sin embargo, en esencia todo esto sucedió antes, quizá a una escala menor. Las cifras de muertos cambian, pero hay cosas que siguen siendo las mismas. La deshumanización del enemigo (y por tal hay que entender todos los habitantes de Gaza, no sólo los miembros de Hamás).

 Responsabilizar a los civiles de su condición de víctimas sea por vivir en territorio gobernado por Hamás, o por estar en su casa o en la calle cuando se produjo el ataque porque ambas situaciones se producen cada día. Crear zonas en las que se dispara de forma indiscriminada contra todo aquel que esté en la calle.

Todo eso no proviene de una nueva orden dictada por el Gobierno actual, sino que viene de una mentalidad que se ha impuesto a lo largo de años. Hay algunos ejemplos en lo que escribí en 2004 (“Israel declara la yihad”) con ocasión de otros ataques. Por ejemplo, una manifestación de civiles en Gaza durante un toque de queda acabó con diez muertos, masacrados por los disparos de tanques. Sobre estas situaciones, un coronel israelí había dicho:
“Alguien que sale a la calle es obviamente alguien que está buscando problemas. Es alguien que pretende cometer un atentado terrorista, y por consiguiente es un objetivo legítimo”.
Y después citaba a un periodista israelí, que comentaba el ataque contra la manifestación:
“Esta conducta es parte de la creciente falta de sensibilidad del Ejército israelí hacia las víctimas civiles palestinas. Se explica por las draconianas instrucciones para abrir fuego en Gaza desde el principio de los enfrentamientos, cuando decenas de palestinos pagaron con sus vidas acercarse a la valla de seguridad o los asentamientos, por la decisión de asesinar al líder de Hamás Salah Shehade, a pesar de que había decenas de civiles a su alrededor, y por la indiferencia de la fiscalía militar: tan pocas investigaciones y procesamientos después de tantas bajas civiles.”
¿Más ejemplos? ¿Qué decir después de ver las imágenes de un voluntario, eliminado a sangre fría de dos disparos por un francotirador, que buscaba a sus familiares entre las ruinas de las casas?

En 2009, me referí al caso de unos suboficiales que se atrevieron a contar en un acto público los hechos que habían presenciado en Gaza.
“El suboficial contó la historia de una anciana que estaba cruzando una calle y que fue disparada por los soldados: ‘No sé si ella era sospechosa o no sospechosa, no sé quién era. Lo que sí sé es que mi oficial mandó a gente al tejado para acabar con ella. Fue un asesinato a sangre fría’.
Otro suboficial se refirió a un incidente en el que mataron a una familia. ‘Habíamos ocupado la casa, y a la familia se le dejó ir y se le dijo que se fueran hacia la derecha. La madre con los dos hijos se confundió y se fue hacia la izquierda.
Al francotirador de la azotea no se le dijo que no había problema con eso y que no debía disparar. Se podría decir que hizo lo que le habían ordenado. Le habían dicho que no debía permitir que nadie apareciera por la izquierda y les disparó’”.
Otra noticia de esa ofensiva: Israeli troops killed Gaza children carrying white flag, witnesses say. ¿Qué amenaza presenta para un soldado un grupo de gente con una bandera blanca?

También en esa ofensiva de 2009, se habló de la mentalidad de los soldados israelíes en relación a los civiles de Gaza. Los políticos dicen en sus discursos que el Ejército intenta distinguir entre las milicias de Hamás y los civiles (porque también entonces el jefe de las FFAA y el primer ministro, Ehud Olmert, decían que Israel tenía “el Ejército más moral del mundo”), pero en esa inmensa galería de tiro que es Gaza las tropas tienen ideas diferentes sobre sus objetivos.

 Cité el caso de un oficial que estaba intentando convencer a sus soldados (ya lo había hecho antes con sus superiores) de que no era necesario entrar en una casa disparando a matar. Y se queda perplejo al escuchar la respuesta de sus hombres:
“Uno de mis soldados me preguntó ‘¿Por qué?’. ‘Qué es lo que no está claro? No quiero matar a civiles inocentes’, le dije. Y él siguió: ‘¿Seguro? Cualquiera que esté dentro es un terrorista. Eso lo sabemos todos’. Le dije: ‘¿Crees que la gente de dentro escapará? Nadie escapará’. ‘Eso está claro’, responde, y entonces sus compañeros se unen (a la discusión): ‘Tenemos que asesinar a todo el que esté dentro. Sí, todos los que están en Gaza son terroristas’, y todas esas cosas con que les llenan la cabeza, sobre todo en los medios de comunicación”.
Cambian las cifras, sí, pero la historia es la misma."             (Guerra eterna, 21/07/2014)

4/7/14

Poco antes hubo un intento de secuestro de un niño palestino de ocho años en el vecino barrio de Beit Hanina...

"El último crimen es el de Mohammed Abu Judair, de 16 años, que fue asesinado en la mañana del miércoles en Jerusalén.

Su padre contó ayer que a las 3:30 de la madrugada del miércoles, un honda negro se detuvo delante de su casa, dos hombres bajaron del vehículo y forzaron a su hijo a subir. El coche partió a toda velocidad y aunque algunos palestinos intentaron seguirlo no lo consiguieron.

La familia de Mohammed, como muchas familias palestinas, estaba en la calle a esas horas para asistir a la oración de la madrugada en la mezquita con motivo de ramadán. Esto ocurrió en el barrio de Shuafat, en el sector ocupado de Jerusalén. Los testigos dicen que los secuestradores eran colonos judíos, pero la policía dice que no sabe si Mohammed fue asesinado en un “crimen de honor”.

Poco antes hubo un intento de secuestro de un niño palestino de ocho años en el vecino barrio de Beit Hanina.

Por lo menos tres cámaras de video grabaron el incidente y hubo varios testigos.

A las 4:15 el padre de Mohammed llamó a la policía israelí. Les dijo que el teléfono móvil de su hijo todavía funcionaba y que podían localizarlo. El teléfono seguía funcionando a las 4:45, pero al parecer la policía no hizo nada.

El cadáver apareció unas horas después en un bosque del sector judío de Jerusalén, cerca del antiguo pueblo de Deir Yasin, destruido por las milicias judías en 1948.

Mohammed murió torturado y apuñalado. Unas horas después, cuando la policía fue al lugar, el cadáver también estaba calcinado.

Los palestinos creen que se trata de una venganza por el asesinato de tres colonos judíos adolescentes cerca de Hebrón en junio.

El mismo miércoles por la noche en el centro del sector judío de Jerusalén vi a un montón de patrullas de la policía que iban en grupos de cinco o seis agentes.

También vi a grupos de veinte o treinta adolescentes, incluidas algunas chicas, que paseaban por los callejones de Nahalat Shiva gritando y cantando, muchos de ellos envueltos en banderas israelíes.

Son estos grupos los que cuando ven a un palestino le pegan una paliza. Ha habido víctimas que incluso han muerto. La policía estaba allí, sabía perfectamente qué iban buscando esos grupos, pero no hacía nada para detenerles e interrogarles.
Todo esto forma parte del clima que se respira por estos lares."           (Balagán, Público, 04/07/2014)

16/5/14

Boubacar mató a seis miembros de su familia... fue ese día cuando cruzó la línea tras la que no hay vuelta atrás

"La casa donde viven los 27 niños en el centro de Bangui está llena de pesadillas pobladas por el rostro de sus víctimas; de pecados cometidos por quienes les pusieron un arma en las manos y les obligaron a elegir entre matar o morir. El Confidencial visita el centro de reinserción donde un grupo de antiguos niños soldados trata de superar su horrendo pasado.

Assa (nombre ficticio elegido por él mismo) apenas despega la mirada del suelo. Ahora tiene 17 años. Fue hace tan sólo 24 meses cuando esas manos en las que apoya la frente empezaron a mancharse de sangre. “He hecho mucho daño”, musita. “Y me arrepiento mucho”, añade, con una voz que destila una amargura sin fin. (...)

27 adolescentes, exsoldados de la aborrecida alianza rebelde de mayoría musulmana Seleka, la horda de bárbaros y mercenarios que, en marzo de 2013, derrocó a otro exgolpista, el presidente de la República Centroafricana François Bozizé. Un enésimo golpe de Estado que ahondó la desgracia de un país al que ya antes el olvido del mundo había puesto de rodillas. (...)

Como a la mayoría de sus compañeros, cuando la vida repartió sus cartas, a Assa le tocaron las peores. Proviene de una zona rural cercana a Grimari, a 300 kilómetros al norte de la capital, y desde muy joven tuvo que ingeniárselas para alimentarse. “Mi padre nos abandonó a mí, a mi madre y a mis cuatro hermanas. 

Yo era el único hombre de mi familia y tenía que ganarme la vida. Lo hacía comprando en Bangui cartuchos que luego revendía a cazadores. Un día, en un control del ejército, los militares me robaron la mercancía de la que dependía que mi familia comiera”, cuenta Assa.

La injusticia de la que había sido víctima este chico lo llevó directo a las filas rebeldes. Anicet, el otro director del centro, explica que en muchas ocasiones a los Seleka ni siquiera les hacía falta secuestrar a los niños. “Los grupos armados llegaban a un lugar donde no había nada y les hacían promesas a los niños, les daban esperanza. Algunos (como Assa, que es analfabeto) no habían pisado nunca una escuela.

 Luego ese niño crece y empieza a oír en la radio que otros acceden a cosas de las que él carece; a ver que tienen una moto, mientras que él no tiene nada. No tenían nada que perder, mientras que los grupos armados tenían mucho que ganar, porque un niño a quien le ponen un arma en las manos no pregunta los porqués. Obedece y basta”, cuenta Anicet.   (...)

El director del centro recalca que estos antiguos niños soldados no responden a un perfil concreto. “Unos se unieron porque sus padres eran de los Seleka, otro porque un militar centroafricano mató a su hermano, otros para defender a su familia y otros simplemente para comer todos los días

Son niños que tienen un nivel educativo tan ínfimo que algunos no saben ni escribir su nombre. Nosotros tratamos de alfabetizarlos y les hacemos un seguimiento psicológico completo, pero somos conscientes de que la reintegración será muy difícil en un país cuyo tejido económico ha quedado destruido”.

La decisión “equivocada” de unirse a los Seleka, reconoce Assa, le ha cambiado: “Antes yo no era capaz de hacerle daño a una mosca. No se me hubiese pasado por la cabeza matar a una persona. Ahora puedo hacerlo sin titubear”.

No se ha perdonado a sí mismo. Puede que no lo haga nunca. La codirectora del centro, Monique, explica que el joven está severamente traumatizado: “Muchas noches se despierta gritando, incluso corre en sueños vociferando ‘¡dejadme!’ y dando manotazos al aire, tratando de soltarse de alguien que le agarra. 

En sus pesadillas ve las caras de la gente que ha matado, y cree que son fantasmas que han vuelto para vengarse. Hay que tener en cuenta que estos niños han matado a personas que, ante ellos, les suplicaban que tuvieran piedad. Esas imágenes les persiguen, las reviven constantemente”.

En realidad, una vez caídos en la trampa tejida con promesas de los rebeldes, los jóvenes no tenían otra opción que matar. Merveille, una joven de 17 años a quien la falta de futuro empujó también a unirse al grupo armado, cuenta a este diario cómo era su adiestramiento.

 “Nada más entrar en los Seleka, lo primero que hicieron fue enseñarme técnicas para asesinar. El comandante nos dijo que si no matábamos a quienes ellos nos dijeran, nos matarían a nosotros. Así que lo hacíamos. Y si dudabas o desobedecías una orden, te ataban y te torturaban”.

 Merveille tenía 15 años cuando se unió a la alianza rebelde. Procede de Sibut, a 186 kilómetros de Bangui, y desde los once años recorría las calles vendiendo comida para alimentar a sus ocho hermanos

 “Tuve que dejar la escuela. Mi hermana mayor me dijo que mi vida sería mejor si entraba en el grupo armado porque luego, cuando tomaran el poder, me harían soldado del ejército”, explica. En su comando, “había muchos niños”, incluso más jóvenes que ella. “Algunos murieron en los combates”, dice. Mientras habla no para de retorcerse las manos.

Como las otras cuatro niñas que viven ahora en esta casa de redención, Merveille fue violada. “Las niñas de los grupos armados”, explica la directora del centro, “además de ir al frente, tienen otras funciones: satisfacer a los comandantes, que las convierten en instrumentos sexuales, y hacer de criadas. Muchas veces, estas niñas sufren violaciones en grupo, de cuatro o cinco hombres que se turnan para abusar de ellas delante de todo el mundo”. (...)

Elena Lavin, la responsable de este proyecto en la ONG italiana, explica que cuando Merveille llegó al centro se encontraba en estado de shock: “No hablaba, decía que oía voces y estaba ausente. Tuvimos que llevarla a un psiquiatra”. (...)

 Explica cómo los niños iban al frente sin miedo porque sus mandos les habían convencido de que eran inmortales: “Nuestros comandantes nos daban grigris (amuletos tradicionales africanos) y una cuerda. Nos decían que si nos atábamos la cuerda a la cintura, nadie podría matarnos”.

Cuando la superstición y las torturas no bastaban para someter a los niños, entraban en juego las drogas. Merveille recuerda que cuando tenían hambre o miedo, cuando lloraban, les decían: “En lugar de llorar como un bebé, toma esto”. “Esto” es un medicamento, Tramadol, un compuesto opiáceo que se usa como analgésico pero que, en dosis elevadas (les hacían tomar la mitad de una caja cada vez), provoca excitabilidad, alteraciones en la percepción y, como efecto rebote, la posterior pérdida de la capacidad de resistencia.

 La droga tenía un doble efecto, explica la directora del centro: “Primero, volvía a los niños brutales; después, el medicamento los dejaba sin capacidad de reacción. Ese momento era el que aprovechaban para violar a las niñas y, a veces, también a los niños”.  (...)

Es un chico bajo para su edad, 17 años, pero con ojos de pedernal. Al extraño que se le acerca, lo fulmina con la mirada. Boubacar tenía 8 años cuando fue enrolado por uno de los grupos armados que después se unieron para formar Seleka. Desde entonces ha pasado por tres milicias diferentes e, incluso, ha sido desmovilizado en otra ocasión anterior.

El joven no tiene padres. Vivía con una abuela que no pudo impedir que pasara demasiado tiempo en la calle, su trampolín para entrar en el grupo armado. Un día, durante una reunión convocada por otros parientes para convencerlo de que dejara las armas, Boubacar mató a seis miembros de su familia: un tío, su mujer, el hijo de ambos, y otros tres primos. Quizás fue ese día cuando cruzó la línea tras la que no hay vuelta atrás. “Está perdido”, asevera Anicet.

“Los niños establecen lazos muy estrechos con su jerarquía y es muy difícil romper esos lazos. Sabemos que Boubacar está aún en contacto con su comando y que sólo espera salir de aquí para unirse de nuevo a ellos”, explica el educador. Para este chico, que hace poco rompió un dedo a uno de sus compañeros y que sigue siendo adicto a las drogas, la ayuda ha llegado demasiado tarde.

 También para Assa quien, días después de hablar con El Confidencial, fue expulsado del programa de reinserción por haber propinado una brutal paliza con una estaca a otra de las niñas del centro, que acabó en el hospital. Boubacar y Assa son ya carne de cañón."             (El Confidencial, 13/05/2014)

8/1/14

Von Galen, desde el pulpito de la catedral, ha denunciado el asesinato de miles de disminuidos psíquicos y físicos. Es imposible que la jerarquía católica en España no lo sepa. Ningún obispo español protesta en el pulpito contra la eugenesia alemana

"Münster está situada en la Baja Sajorna, una zona de Alemania en la que la religión católica es mayoritaria entre la población. Clemens von Galen, un cura nacionalista de familia noble, es el obispo de la ciudad. 

Su biografía es inequívoca: no es partidario de los nazis, pero está de acuerdo con el ataque a la Unión Soviética, donde la Iglesia ha sido borrada del mapa por las autoridades comunistas. Curas y obispos han tenido que escapar o han sido asesinados por el régimen de Stalin. Von Galen comparte con Pío XII el discurso sobre Rusia.


Von Galen ha tenido controversias públicas con Alfred Rosenberg, uno de los teóricos del nacionalismo racial que sirve a Hitler para elaborar sus salvajes discursos de exterminio. Y se ha atrevido a poner en cuestión el sistema educativo nazi, que tiende, a pesar del Concordato con el Vaticano, a eliminar la presencia del catolicismo en la escuela.

Pero hoy, 3 de agosto, ha ido mucho más lejos. Demasiado lejos. Desde el pulpito de la catedral ha denunciado la deportación y el asesinato de miles de personas, disminuidos psíquicos y físicos, en una gigantesca operación llamada Aktion T4, que tiene por objeto evitar la corrupción de la raza alemana. 

Los nazis no se conforman con esterilizar a las personas que consideran no aptas para formar parte de la raza elegida, sino que las eliminan con variados procedimientos que les sirven, además, para experimentar técnicas modernas de asesinato.

El sermón se reproduce y se disemina por toda Alemania, incluso en el frente, adonde llega impreso en hojas clandestinas que los soldados pueden leer. El revuelo es tal que las autoridades nazis tienen que suspender su programa de exterminio. Las autoridades discuten, y se llega a programar el asesinato del obispo.

 Pero Hitler decide que no, que ya llegará el momento de ajustar las cuentas con la Iglesia católica cuando la guerra acabe. Piensa que no es conveniente abrir un frente interior en estos momentos.

Es la primera respuesta seria de la Iglesia a las atrocidades nazis. Ni siquiera el papa Pío XII, amigo íntimo de Von Galen, que ejerce su mandato divino desde hace poco más de dos años, se atreverá en todo el tiempo que dure la guerra, a plantar cara de esa manera a los secuaces de Hitler, pese a los asesinatos de fieles católicos y el cierre y las incautaciones de dependencias eclesiásticas. A Von Galen la denuncia le hará merecer el apelativo de «el león de Münster».

Realmente, el obispo se ha jugado la vida. En una acción que tiene eco en todas partes, cuyos detalles llegan hasta los ingleses, que imprimen propaganda y la arrojan, alternando con bombas, sobre las ciudades alemanas al alcance de su aviación, como lo está la propia Münster.

En el Vaticano, por supuesto, se conoce el texto. Y lo conocen, por tanto, los representantes españoles en la ciudad Estado que gobierna Pacelli. No hay constancia documental de que se haya hecho pública, pero esos representantes están obligados a comunicarlo a la jerarquía española.

 Como también es seguro que los corresponsales españoles en Berlín, a sueldo de Goebbels, conocen la historia, porque la conoce toda Alemania. 

El programa Aktion T4 es oficial y sus prácticas tienen centro en Berlín, en la Tiergartenstrasse, donde cuarenta médicos ejercen de peritos para decidir a qué niños, mujeres, hombres o ancianos se les aplica el trata-miento con gases asfixiantes para quitarles de en medio.

El papa no hace ninguna declaración de apoyo a su amigo y representante en Münster. La prensa española no publica nada sobre el incidente. La Iglesia española no toma ninguna postura sobre ello.

Hasta que Von Galen ha hablado en voz alta, setenta mil alemanes han sido asesinados por el Estado nazi en un programa iniciado en 1933 que llaman sus autores «de eutanasia», confundiendo a propósito una acción semejante con la verdadera naturaleza del acto, que es la de la eugenesia, la eliminación de personas para mejorar la raza, una terrible perversión del darwinismo social que, en algunos casos, han llegado a admitir incluso fracciones del movimiento anarquista, pero de la que tampoco se han sustraído en su más caritativa versión esterilizadora Estados democráticos como Gran Bretaña, Australia o Estados Unidos, lugares donde se ha esterilizado hasta hace pocos años a delincuentes.

La suspensión oficial del programa en Alemania no acaba con el procedimiento. Hasta el final de la guerra un cuarto de millón de personas serán asesinadas con el objetivo de mejorar la raza y ahorrar al Estado los gastos de su manutención. 

Otros muchos miles serán liquidados en una derivación del programa en el campo de concentración de Sachsenhausen, reos de crímenes como ser polacos o judíos, «criminales contra la raza» o «asocíales».

La prensa y la Iglesia católica españolas ocultan la primera acción científica de matanza masiva puesta en práctica por los nazis. Es casi imposible que los voluntarios españoles, que luchan para ayudar a Alemania en su cruzada antibolchevique, conozcan los hechos. 

Salvo, quizá, el general jefe de las tropas, Agustín Muñoz Grandes, que tiene una fluida relación con sus camaradas de armas y con el embajador, el general Espinosa de los Monteros, porque los diplomáticos lo saben.

 Pero es imposible que la jerarquía católica en España no lo sepa. Ningún obispo español protesta en el pulpito contra la eugenesia alemana.

Ramón Garriga, el agregado de prensa de la embajada, conoce de sobra lo que está sucediendo en Alemania con los dementes y los disminuidos. Y lo comunica a sus superiores.”      

  (Jorge M. Reverte: La División Azul. Rusia, 1941-1944. RBA, 2011. Págs. 107/109)

9/10/13

Enfermeras de día, nazis y asesinas de noche

"(...) Especialmente relevante es el caso de las mujeres nazis, ya que pocas de ellas fueron juzgadas, lo que ha hecho que se reste importancia al papel fundamental que pudieron jugar en la ejecución de un gran número de crímenes.

Trece millones de mujeres militaron activamente en el partido nazi, y más de medio millón acudieron a países como Ucrania, Polonia o Bielorrusia excediendo las funciones para las que fueron enviadas, pero ¿tomaron partido en las matanzas a judíos? Eso es lo que se plantea Wendy Lower en Las arpías de Hitler (Editado por Memoria Crítica). Gracias a un arduo trabajo de documentación y búsqueda de datos y testimonios, Lower consigue ofrecer un poco de luz respecto a este tema.(...)
 
Aunque los juicios a mujeres nazis no fueron especialmente numerosos, Las arpías de Hitler recuerda que muchos de los supervivientes del Holocausto identificaron a las personas que los acosaron, violaron y torturaron como señoras alemanas que nunca pudieron encontrar al desconocer sus nombres. 

Además, los estudios realizados posteriormente han advertido que el genocidio no habría sido posible sin una amplia colaboración de la sociedad. ¿Quiénes fueron esas mujeres que ensuciaron sus manos con la sangre de los prisioneros?

La creencia más extendida es que las únicas que cometieron crímenes fueron las guardianas de los campos de concentración, mientras que el resto tuvo un papel secundario en la historia del nazismo. Sin embargo la realidad es bien distinta. Cuando los alemanes avanzaron hacia el este, medio millón de mujeres les acompañaron y alcanzaron un poder sin precedentes que les dio libertad para hacer con los prisioneros lo que quisieran. 

Maestras, enfermeras, secretarias y esposas, esas eran las funciones que originariamente tendrían que realizar todas aquellas que acudían junto al ejército. Finalmente, muchas de ellas decidieron, voluntariamente, colaborar directamente con las SS.

 Las arpías de Hitler incide constantemente en un dato fundamental: ninguna de las mujeres que describe tenían la obligación de matar. Negarse a asesinar judíos no les habría acarreado ningún castigo. Es más, el régimen no formaba a las mujeres para convertirse en asesinas, sino en cómplices. Por tanto, las que finalmente decidieron realizar dichos crímenes lo hicieron o por satisfacción personal o por obtener un beneficio de aquellas acciones.

De hecho, las primeras matanzas cometidas por los nazis las protagonizaron las enfermeras de los hospitales, que exterminaron a miles de niños por desnutrición, o incluso con inyecciones letales, aunque la mayoría de ellas nunca pagaron por sus delitos.

Es el caso de Pauline Kneissler, cuya tarea consistía en portar una lista de pacientes que posteriormente debían ser matados. En un solo año (1940) el equipo en el que trabajaba Kneissler en Grafeneck asesinó a 9.389 personas. Ella fue testigo directo de cómo los gaseaban y prestó su ayuda a la hora de administrar la inyección letal a muchos pacientes durante cinco años. Pauline fue una de las mujeres que, posteriormente, se trasladó al este para continuar con su ola de crímenes.

Sin embargo, allí no fueron las enfermeras las que cometieron los asesinatos más sádicos, sino las secretarias y las esposas de los miembros del partido nazi. Entre las primeras destaca el nombre de Johanna Altvater, que desarrollaba su puesto en Minden, Westfalia, antes de ser trasladada a Ucrania. 

Allí, en 1942, Altvater comenzó su descenso a los infiernos, llegando incluso a asesinar a un niño judío de dos años golpeando su cabeza contra un muro para arrojarlo sin vida a los pies de su padre. Este posteriormente llegó a declarar que nunca había visto tal sadismo en una mujer, una imagen que nunca pudo borrar de su mente.

Crímenes ante seres indefensos, prisioneros, mujeres e incluso niños. La mujer nazi tampoco tuvo piedad, como no la tenían sus compañeros masculinos. Aprendieron bien la lección de qué era lo que había que hacer y no dudaron ni un solo momento. 

Así le ocurrió a Erna Kürbs Petri, hija y esposa de granjero que junto a su marido Horst (miembro de las SS) se encargaba de dirigir una finca agrícola. Un día, Erna Petri vislumbró algo cerca de la estación de Saschkow. Cuando su carruaje se acercó se dio cuenta de que eran varios niños judíos escondidos que habían conseguido huir.

Petri les pidió que se acercaran y los llevó a su casa. Allí les dio de comer y los tranquilizó. Pero todo esto sólo fue parte de su siniestro plan. Al ver que su marido no regresaba a casa, ella decidió terminar el trabajo que él habría  hecho. Llevó a los niños hasta una fosa donde ya se había asesinado antes y los colocó en línea, dándoles la espalda. 

Cogió la pistola que su padre le había regalado y uno a uno los fue matando a sangre fría. Ni siquiera los gritos desconsolados de los que vieron cómo caía el primero ablandaron el corazón de Erna.

Estos son sólo tres de los muchos casos que Wendy Lower presenta en Las arpías de Hitler. Relatos que encogen el corazón y muestran hasta dónde es capaz de llegar el ser humano. Como la propia autora dice al finalizar su libro, nunca sabremos todo sobre el nazismo y el Holocausto, esto es sólo una historia más en un puzle con infinitas piezas de crueldad."                  (El Confidencial, 07/10/2013) 

3/10/13

“Encontré a los hombres que mataron a mi hijo y me dijeron que ni siquiera sabían a quién estaban matando”

"Encontré a los hombres que mataron a mi hijo y me dijeron que ni siquiera sabían a quién estaban matando”. El jeque Ahmad Badreddin Hassoun, el Gran Muftí de Siria, está sentado en una silla de respaldo recto, con un inmaculado turbante blanco sobre una cara angosta, inteligente y muy atormentada.

 Su hijo Sania era un estudiante de segundo año de la Universidad de Alepo a quien mataron a tiros cuando subía a su coche. “Fui a ver a los dos hombres en el tribunal y dijeron que solo les habían dado el número de la patente del coche, que no sabían a quién habían matado hasta que volvieron a su casa y vieron las noticias en la televisión”. 

Le pregunté por su reacción ante la confesión de los hombres y el Gran Muftí se cubrió los ojos con las manos y lloró. “Tenía solo 21 años, mi hijo más joven. Era el 10 de octubre del año pasado. Trato de olvidar que está muerto. De hecho siento como si Sania siguiera vivo. 

Ese día debía comprometerse con su futura esposa. Ella estudiaba medicina y él estaba en el departamento de política y economía. ‘Sania’ en árabe significa ‘la cumbre’. Los dos hombres dijeron que en total participaron 15 en la planificación de la muerte de mi hijo. 

Dijeron que les habían dicho que era un hombre muy importante. Les dije: ‘os perdono’ y pedí al juez que los perdonara. Pero dijo que eran culpables de otros 10 crímenes y que debían ser juzgados”. 

El jeque Hassoun alza un dedo. “Ese mismo día recibí un mensaje por SMS. Decía: ‘No necesitamos su perdón’. Entonces oí en uno de los canales de noticias que el líder de la banda había dicho que ‘primero habrá que juzgar al Muftí. 

Entonces que nos perdone’. De modo que le envié un mensaje: ‘Nunca he matado a nadie y no tengo la intención de matar pero me considero un puente de reconciliación. Un Muftí debe ser un padre para todos. ¿Por qué entonces queréis matarme?’ 

“Todos los hombres involucrados eran sirios, del campo de Alepo. Dijeron que habían recibido la orden desde Turquía y Arabia Saudí, que a cada uno le pagaron 50.000 libras sirias. Eso demuestra que el asesinato de mi hijo no tuvo fue por doctrinas o creencias. Los dos hombres tenían solo 18 o 19 años”. 

De modo que a cada uno le pagaron el equivalente a 350 libras esterlinas; la vida de Sania tenía un valor total de 700 libras esterlinas. “Tenía cinco hijos”, dijo el Muftí. “Ahora tengo cuatro”. 

El jeque Hassoun está, se podría decir, aprobado por el gobierno –oró junto a Bacher el-Asad en una mezquita en Damasco después de un aviso de bomba– y su familia, por no hablar de él mismo, era un objetivo obvio de los rebeldes sirios. 

Pero su valor y su mensaje de reconciliación no pueden tener la culpa. En cualquier nueva Siria que se alce de los escombros el jeque Hussein debe estar presente, incluso si su presidente se ha ido.  (...)

Y es verdad que el Muftí es un hombre secular, incluso fue parlamentario en la Asamblea por Alepo. “Estoy dispuesto a ir a cualquier parte del mundo a decir que la guerra no es un hecho sagrado”, dice. “Y los que combaten en nombre de Jesús, Muhammad o Moisés mienten. Los profetas vienen para dar vida, no muerte.” 

“Hay una historia de construcción de iglesias y mezquitas, pero construyamos seres humanos. Terminemos con el lenguaje de la matanza. Si hubiéramos gastado todos los fondos de la guerra para hacer la paz, ahora existiría un paraíso. Es mi mensaje para mi Siria”. 

No cabe duda de que es un hombre peligroso."                (Robert Fisk, Znet/The Independent, Rebelión, 26/09/2013)

23/1/13

Grimau, la primera víctima de Fraga

"Julián Grimau fue llevado al paredón la madrugada del 20 de abril de 1963. Tenía 52 años. En un plan vertiginoso del régimen fue condenado por un delito de “rebelión militar continuada” y fusilado en menos de 72 horas. Jueves por la mañana, Consejo de Guerra; viernes, Consejo de Ministros y no-conmutación; sábado en la madrugada, ejecución.

 “Fue ejecutado a las cinco de la madrugada, ante los faros de unas camionetas. Los reclutas del pelotón de fusilamiento estaban muy nerviosos. Dispararon 27 balas, pero el oficial al mando tuvo que rematarle con tres tiros de gracia. Nunca lo olvidaré", explicó el abogado defensor de Grimau Alejandro Rebollo.

Este año se conmemora el 50 aniversario de su ejecución e Izquierda Unida ha registrado una proposición no de ley en el Congreso para que el Gobierno rehabilite su figura. 
El Ejecutivo, de momento, no se ha pronunciado al respecto. La cuestión está pendiente desde enero de 1990, cuando su viuda pidió la revisión de la condena que le llevó al paredón, pero la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo se la denegó por “coherencia jurídica”.
Pero, ¿quién fue Grimau? ¿Por qué fue asesinado sin piedad por el régimen de Franco? ¿Por qué la dictadura, en pleno proceso de apertura, ignoró los más de 800.000 telegramas que llegaron a Madrid pidiendo clemencia, entre ellos los del papa Juan XXIII, J.F. Kennedy, Willy Brandt, Harold Wilson, Aldo Moro, Jean Paul Sartre o Nikita Jruschov?
El día de su ejecución, el 20 de abril de 1953, ABC publicó su supuesto expediente policial. Grimau, según el régimen, había sido jefe de una checa situada en el número 1 de la Plaza de Berenguer el Grande, de Barcelona, donde se había procedido a la detención y tortura de diversas personas.
 “Fraga diseñó una campaña de propaganda bestial para convencer a los españoles. De hecho, se entregaba un folleto explicativo sobre las acusaciones de Grimau a todas las personas que entraban y salían de España”, asegura Antonio Ortiz, historiador.
Las acusaciones del régimen nunca fueron probadas. Su juicio, según las palabras de su abogado defensor Alejandro Rebollo, fue una “burla a la verdad” que “vulneró hasta las propias leyes ilegales del franquismo”.
 “Grimau fue asesinado porque era un alto dirigente del PCE y el régimen quería dar un golpe sobre la mesa. Eran tiempos revueltos. Acaban de producirse las huelgas mineras en Asturias y CCOO comenzaba a tener peso en las fábricas de Madrid. El asesinato de Grimau era un aviso a la oposición al régimen: No tenemos problema en volver a coger las armas”,asegura Victor Díaz-Cardiel, dirigente del PCE y compañero y amigo de Grimau.

“Soy la última persona que lo vio en libertad”

Díaz-Cardiel fue la última persona que vio a Grimau en libertad. Fue el 7 de noviembre de 1962. Grimau, Díaz Cardiel y Valentín Andrés Álvarez, escritor de la Generación del 27 acudieron a una reunión junto a otro “camarada”. Tras finalizar el encuentro, Grimau y Díaz-Cardiel caminaron juntos hasta la calle Ibiza [en Madrid].
“Nos despedimos como cada día y él tiró hacia su casa, primero, y me dijo que luego iba a reunirse con algún contacto que le iban a facilitar papel y una máquina para hacer octavillas. En el autobús lo detuvieron”, relata Díaz-Cardiel a Público
Grimau fue detenido en un autobús de Madrid en el que sólo viajaban él y dos hombres más (dos agentes de la Brigada Político-Social). Después, se supo que le había delatado su contacto, Francisco Lara, quien poco antes había estado en prisión. “Nunca más supimos de Lara”, afirma Díaz-Cardiel.
La noticia de la detención tardó en llegar a la cúpula del PCE varios días. Grimau había desaparecido, literalmente, de la faz de la tierra. Durante los interrogatorios a los que fue sometido llegó a ser lanzado por la ventana del primer piso de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol (hoy sede del Gobierno de Madrid) por sus torturadores.
Armando López Salinas formaba parte de la comité central del PCE durante aquellos años, junto a otros históricos dirigentes como Javier Pradera, Manolo López o Romero Marín, líder del partido en el interior.
 “Tres o cuatro días antes de su detención estuvo en mi casa. Le conocí en aquel tiempo. Complicado y difícil. Se acababa de producir la crisis de los misiles de Cuba. Había habido huelgas en la construcción y en las cuencas mineras. Todo indicaba que iban a por la dirección del PCE”, recuerda López Salinas.
Aunque si alguien conocía bien a Grimau, ese era Díaz-Cardiel, quien asegura que su relación con Grimau era de “honestad” y “complicidad”. “Me sacaba 15 años. Era una relación cercana a un padre y un hijo”, asegura Díaz Cardiel, quien define al histórico dirigente del PCE asesinado como una persona “bondadosa”, “detallista” y “atenta”.
“Hay una anécdota -explica Díaz-Cardiel- que define la personalidad de Grimau. Una tarde, en plena crisis de los misiles de Cuba, yo paseaba con Julián por la calle de Atocha de Madrid. 
Entonces, vimos una cola enorme de gente en la entrada del cine Monumental. Julián me pregunto que de qué hablaría la gente un día como hoy y se puso en la cola para escuchar las conversaciones de los demás. Charlaba con mucha afabilidad con todo el mundo”.
Tras cinco meses detenido, el 18 de abril de 1963 llegó la hora del Consejo de Guerra. Los detalles, cuanto más profundos, más escabrosos son. El vocal ponente de la acusación, Manuel Fernández Martín, ni siquierda tenía la titulación en derecho. Como se demostró más adelante, había falsificado su título universitario durante la guerra. “Sólo había aprobado tres asignaturas”, asegura Antonio Ortiz. El Consejo lo condenó a muerte.
“Julián no tenía salvación. Durante los cinco meses que estuvo detenido los miembros de la dirección del PCE nos reunimos casi todos los días para mover nuestros contactos e intentar que fuera liberado. 
Lo hacíamos en la Clínica de Medicina Preventiva de Armando Calva, un amigo del Partido”, asegura Armando López Salinas. “Romero Marín era el más pesimista de todos.Desde el primer día que estuvo desaparecido sostuvo que Grimau sería asesinado. Nos tenían ganas y a él es al que pillaron”, prosigue.
El día después del Consejo de Guerra, se celebró un Consejo de Ministros extraordinario para atender las peticiones de indulto. Se reunieron 19 ministros más Franco. 
Entre ellos, Manuel Fraga, un recién llegado al Gobierno que se había encargado de vender a la sociedad española la verdad del régimen sobre Grimau. Todos votaron en contra de conceder el indulto. Como se pudo saber con el paso de los años, Fraga también.
“La única oposición interior que tuvo el régimen fue la del ministro de Asuntos Exteriores,  Fernando María Castiella, que ya estaba trabajando por la integración europea y, posiblemente, los ministros del Opus encargados de los planes de desarrollo, que veían también como este asesinato ponía piedras en el camino”, asegura Ortiz, que asevera que Fraga no alzó la voz para evitar la condena. “Muy al contrario, trató de mantenerse a favor para ganar puntos como un adepto al régimen”, agrega.
No hubo nada que hacer. La sentencia de muerte de Grimau estaba escrita antes de ser juzgado, torturado e incluso interrogado. "Me enteré de su muerte por la radio y me sumí en un llanto enorme. Era un año clave, la dictadura tenía miedo. El fusilamiento de Grimau quería amedrentarnos, pero no lo consiguió", recuerda Díaz-Cardiel.
López Salinas se enteró del fusilamiento de la boca de José Antonio Novais, corresponal de 'Le Monde' en Madrid, cuando paseaba por el Paseo de la Castellana junto a Romero Marín. 
“Planteamos a Grimau, semanas antes de su detención, que debía abandonar el país por su seguridad. Él se negó en rotundo. Se veía a sí mismo como el capitán que no debía abandonar el barco cuando este estaba en peligro de hundimiento”, asegura López Salinas.
“No puede ser considerado un demócrata alguien que no luchó contra la dictadura de Franco”, sentencia Díaz-Cardiel."    (Público, 19/01/2013)



21/1/13

Secuestrador, carcelero y asesino de Aldo Moro.

El militante de las Brigadas Rojas Prospero Gallinari

 "Prospero Gallinari, que perteneció al grupo terrorista marxista leninista de las Brigadas Rojas, murió en la mañana del lunes 14 de enero en el garaje de su casa, en Reggio Emilia. Tenía 62 años, corazón débil y manos grandes. (...)

Sus manos de campesino y de obrero cogieron las armas a principio de los años setenta, en una guerra al Estado organizada en varios ataques. En la primavera de 1978, formó parte del grupo que secuestró y asesinó a la víctima más famosa del terrorismo italiano: Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana.

En 1993, Mario Moretti contó haber apretado el gatillo. Hasta entonces los jueces habían condenado como ejecutor a Gallinari, quien sostuvo, frente al periodista Sergio Zavoli, que la responsabilidad de aquel gesto fue compartida:

 “Los militantes de las Brigadas Rojas mataron a Moro. Reivindicamos la paternidad de lo que decidimos hacer. Hemos llevado a cabo nuestras elecciones, conscientes de lo que estábamos haciendo y de las consecuencias que provocarían”. (...)

Gallinari creció en Reggio Emilia, ciudad rica de industrias y con pasado rural en el norte del país, galardonada con una medalla de oro por su lucha contra el fascismo nazi: las matanzas del Ejército alemán que se retiraba, entre septiembre de 1943 y abril de 1945, allí se cuentan por docenas y fueron de una extrema crueldad. En 1960, cuando la Democracia Cristiana (DC) formó un Gobierno con el apoyo externo de la extrema derecha del Movimiento Social, en la zona estalló la protesta.

 Durante una manifestación sindical, la policía disparó y mató a cinco trabajadores, todos inscritos al Partido Comunista (PCI), la agrupación de sobra más votada. En esta zona, entre Bolonia y Milán, los padres cogieron el fusil para echar a los fascistas. Sus hijos crecían en el mito de aquella resistencia traicionada.

 Algunos de ellos —no reconociéndose más en la política de los partidos de izquierdas— fundaron el núcleo de las Brigadas Rojas y en las colinas de Reggio, en 1970, decidieron volver a las armas. 

Empezó una época oscura de pistoletazos, secuestros y muertes. Empresarios, policías, funcionarios, periodistas, magistrados, profesores, hasta un obrero, fueron víctimas del grupo armado. En el otro bando, la extrema derecha ponía bombas en trenes, plazas y bancos.

La mañana del 16 de marzo de 1978, 10 brigadistas mataron a los agentes que escoltaban a Aldo Moro, el presidente del primer partido italiano, y le secuestraron. Desde aquel momento, Roma escondió un agujero negro en su vientre caótico.

 Un puntito invisible a centenares de investigadores, policías y carabinieri: la prisión del pueblo, en la jerga terrorista. Cuatro hombres, entre ellos Gallinari, y una mujer mantuvieron al diputado en un pequeño piso, en una habitación tras una estantería, interrogándole y dejándole escribir sus reflexiones y cartas. Italia, allá fuera, estaba convulsionada pero inmóvil entre la búsqueda y la indecisión sobre si negociar. El Estado decidió que no.  (...)

Moro fue condenado a muerte. Gallinari no dejó ni un minuto el piso en los 55 días del secuestro. No salió ni la mañana del 9 de mayo, cuando Moro fue escondido en una cesta, llevado al garaje, tiroteado y dejado en el baúl de un Renault 4, aparcado en el centro de Roma, entre la sede del PCI y la de la DC. Una tumba bien estudiada, ya que Moro, a pesar de las presiones del Vaticano y de EE UU, imaginaba un Gobierno abierto a los comunistas.

Le preguntaba Zavoli: “Gallinari, usted se quedó en el umbral viendo aquella cesta que desaparecía por las escaleras. ¿Qué hizo?”. “Recuerdo el telediario. Teníamos una televisión en blanco y negro, pero el color del rostro del periodista yo lo vi. He visto su cambio de expresión. Aún no había leído la noticia, pero supe que estaba a punto de anunciar el hallazgo del cadáver”. 

En aquel momento, Italia perdió la inocencia. Las Brigadas Rojas siguieron disparando, pero cada vez más aisladas. Gallinari fue arrestado el año siguiente. Con la misma frialdad con la que contaba el evento que desvió la historia de su país y su vida personal, decretó el fracaso de la lucha armada en 1987. Nunca se arrepintió o disoció de lo hecho."     (El País, 17/01/2013)

17/4/12

Más de 3.000 sindicalistas han sido asesinados en Colombia desde 1986... gran número de tales asesinatos han sido cometidos por los infames grupos paramilitares, algunos de ellos, fundados por la familia Uribe

"El último ejemplo de ello es la entrevista de Moisés Naím a Uribe, en El País del 31.03.12, en el que el columnista del diario de mayor difusión del país, el Sr. Moisés Naím, que se presenta como el gran defensor de los Derechos Humanos en América Latina, ensalza la figura del expresidente Uribe sin, en ningún momento de la entrevista, preguntarle sobre la bien documentada brutal represión que su gobierno realizó en contra de los sindicatos.

Según los datos de la Federación Internacional de Sindicatos, más de 3.000 sindicalistas han sido asesinados en Colombia desde 1986 sin que Moisés Naím cite ni uno de ellos.

Según la organización internacional Human Rights Watch, gran número de tales asesinatos han sido cometidos por los infames grupos paramilitares (algunos de ellos, fundados por la familia Uribe), que tuvieron y continúan teniendo lazos con las fuerzas armadas y el aparato de seguridad del Estado colombiano, tanto durante el gobierno Uribe como con el actual gobierno Santos, lo cual muestra una enorme tolerancia hacia el comportamiento criminal y asesino de tales grupos. Hasta hoy, la mayoría de tales asesinatos han permanecido impunes.

Un grupo que ha sido sujeto de una represión especial, ha sido el sindicato de maestros. Sindicalistas del sector magisterio, que defienden a los maestros, han sido especialmente reprimidos. 

De los 3.000 asesinados, casi 1.000 han sido maestros. En 2010, 51 sindicalistas fueron asesinados. De ellos, 29 eran maestros. En 2011, 26 sindicalistas fueron asesinados, 14 eran maestros. 

Esta selectividad hacia este grupo profesional se debe a que la horrible estructura de poder (una de las más desiguales en América Latina) y el establishment colombiano que domina el Estado colombiano no quiere que los maestros enseñen y muestren que es posible otra sociedad a la existente hoy en Colombia.

 Y aquellos que, a pesar de la enorme represión, muestran la realidad de explotación que existe en aquel país, pagan con su vida su compromiso e integridad profesional. Lo mismo ocurrió en España durante la dictadura, ya que el establishment no deseaba una educación laica y progresista que transmitiera valores democráticos a la juventud.

El nivel de represión ha conllevado que miembros del Congreso de EEUU hayan pedido al presidente Obama que paralice el tratado bilateral aprobado por el gobierno federal de EEUU y el gobierno colombiano de Santos hasta que tales asesinatos desaparezcan del escenario colombiano, petición que, lamentablemente, el presidente Obama ha ignorado. 

El asesinato de sindicalistas en Colombia (el país con el mayor número de tales asesinatos en el mundo) es una situación escandalosa.

 Pero lo que es también escandaloso es el silencio y la ocultación de aquella realidad por parte de los medios de información españoles de mayor difusión (como aparece claramente en la entrevista de Moisés Naím a Uribe), medios que justifican la avalancha de insultos al presidente Chávez como indicador de su supuesto inexistente compromiso con la defensa de los Derechos Humanos en América Latina.

 Su doble moral es la mejor prueba de que su preocupación no son tales Derechos Humanos, sino la promoción de sus intereses económicos, políticos y mediáticos. Así de claro."                 (Artículo publicado por Vicenç Navarro, 3 de abril de 2012, en www.vnavarro.org, 03/04/2012)

12/11/11

"De todas sus cacerías, Gibbs guardó trofeos: ya fueran pedazos de las víctimas –dedos, en general- o dientes"

"Condenado un soldado de EE UU por asesinar a civiles afganos. El sargento Calvin Gibbs guardaba los restos de sus víctimas como trofeos. Otros tres soldados le ayudaron a matar a civiles en Kandahar.

Culpable de todos los cargos que se le imputaban como líder de un grupo de soldados estadounidenses que mató a tres civiles afganos por simple placer. El sargento Calvin Gibbs consideraba que las bajas norteamericanas se pagaban con la vida del enemigo aunque este no estuviera en el frente y así entre enero de 2010 y mayo de 2011 asesinó a tres afganos en crímenes que hizo pasar por ataques contra su división.

El vengador escuadrón de la muerte
estaba compuesto, además de Gibbs, por otros tres soldados cuyo testimonio ha sido clave para lograr la condena de Gibbs. Esos tres uniformados se declararon con anterioridad culpables y buscaron acuerdos con la fiscalía a cambio de contar con detalle las atrocidades cometidas por Gibbs.

En noviembre de 2009, el sargento se convirtió en jefe de la tercera sección de la Quinta Brigada de Asalto de la Segunda División de Infantería del Ejército de Tierra, estacionada en Kandahar. A partir de entonces se dedicó a reclutar a otros tres soldados para llevar a cabo su particular venganza contra el enemigo.

“El sargento Gibbs tiene carisma; tiene una de esas personalidades que todo el mundo sigue”, dijo el militar a cargo de la acusación, Robert Stelle, al presentar su cierre del caso el pasado miércoles. “Pero es todo basura. Tenía su propia misión: asesinato y depravación”.

Asesinato de un joven, casi un niño, en enero de 2010 en un pequeño pueblo. Gibbs lanzó una granada contra el cuerpo de Gul Mudin sin previo aviso cuando este cuidaba un campo de su familia.

El sargento se justificó ante sus superiores diciendo que el joven les había atacado antes. El escuadrón de la muerte llegó a tomarse fotos con su "primer trofeo de caza", imágenes que hoy se pueden ver en internet y que son muy cruentas.

A esa brutal muerte le seguirían otras dos. La de un hombre llamado Marach Agha, acribillado con un AK-47, y la de un mulá, Allah Dad, al que reventó con una granada dentro de una fosa tras haberle separado de su mujer e hijos.

De todas sus cacerías, Gibbs guardó trofeos: ya fueran pedazos de las víctimas –dedos, en general- o dientes. En su pierna izquierda lleva tatuadas seis calaveras y al menos tres de ellas pertenecen a víctimas que no pertenecían a ningún Ejército o la insurgencia.

Gibbs sucumbió a la tentación de presumir de sus fechorías e impuso a su alrededor un sistema de terror por el que nadie se atrevía a denunciarle. Quien lo intentó sufrió el ostracismo y una brutal paliza. Fue el caso del soldado Justin Stoner, que finalmente superó el pánico y se atrevió a delatarlo, lo que abrió el camino para un consejo de guerra contra Gibbs." (El País, 11/11/2011)

17/3/11

"El deporte era la caza del hombre" y las charangas corrían las calles con música para combatir la angustia"

"El miedo hizo mudar la piel: "¡Que no quedaran restos de libertad, de república, de liberalismo!", escribe el poeta cordobés Juan Bernier (1911-1989) en su diario de aquellos días en los que "el deporte era la caza del hombre" y las charangas corrían las calles con música para combatir la angustia. Tocaban el Cara al sol. La sangre pilló desprevenidos a todos. (...)

Pero a la palabra limpieza ya no la podía parar nadie: "Y una infrahumana ferocidad se escuchaba a través de la sondas de uno y otro bando. Y se veían silencios y palideces en los rostros. El azar empujaba a un bando o a otro, según el sitio donde a cada uno les había sorprendido el Movimiento.

Derechas e izquierdas no eligieron, pero los dos signos llevaban a la muerte
", toma nota el poeta en los primeros días del golpe de Estado del ejército traidor. (...)

El cambio galopaba, los amigos eran asesinados, las calles sonaban de otra manera y pocos pudieron darse a la fuga: "No tuvo éxito mi propuesta a alguno de ellos de que huyeran de esta ciudad de cánticos marciales y sobre todo religiosos, que sonaban como misas de difuntos...

Pero bajo los cánticos se instituía la matanza y el asesinato más o menos legal, y pocos tuvieron la suerte de huir al bando preferido..." (...)

"Para matar, los rojos habían escogido las iglesias; los nacionales, los cementerios. ¿Dónde sería la muerte menos lúgubre?", escribe pocos días antes de ser reclutado para un batallón de castigo en el bando de los rebeldes. (...)

"En el campo cercano de Valdespartera, horrible y ávido paisaje de albero y sequedad, sin una planta, sin un árbol, coloreado sólo cada día por la sangre fresca de veinte o treinta rojos fusilados en la noche

Generalmente se los llevan, pero otros días nos encontramos los montones sangrientos donde los charcos de sangre quedan fríos, como gelatina roja sobre la tierra alba y las gafas rotas, las prendas olvidadas de los muertos".

Antes de que la carne vuelva a resucitar el ánimo de Juan Bernier, todavía tiene que pasar por el trago de hacerse el falso duro ante cuerpos sangrantes que huelen a pólvora: "Así mueren nos explica desde su caballo el teniente Sicilia los enemigos de la religión y de la patria.

Se les ha robado todo, pero yo no caigo como el cabo y amigo Marcos en llevarse unas tenazas para sacar los dientes y muelas de oro de estos fusilados que muchos días quedan sin retirar". (...)

"La libertad ciega y brutal me enseñó, con trallazos de sufrimiento, mi exceso de confianza en la bondad y el perfeccionamiento humano.

Vi, claramente, cómo todas las normas, las más respetables y espirituales creencias, los más altos principios no impedían el crimen, sino que incluso servían para justificarlo", escribe.

Tras su paso por la guerrare conoce que odió la severidad falsa de la moral, la "inservible barrera de la religión" (Público, 16/03/2011)

7/3/11

La guerra civil de Colombia...

"Cada habitante de este lugar lleva mucha muerte detrás. Las mujeres cuentan historias de matanzas y masacres que han sucedido en sus veredas. Todas tienen un marido, un hijo asesinado por la guerrilla o los paramilitares.

Son campesinos que han huido de la violencia sin nada en las manos. En la reunión comunal hablan de sus cosas. Aquí no hay tiros, sólo palabras que a veces suelen ser violentas, a veces desesperadas. Cuando hay elecciones, llega un político con promesas a cambio de su voto y luego nada. Ninguno de estos campesinos quiere volver a su lugar de origen.

"Yo tenía un chocolatal en Cali", dice Flora Esmila, una mujer de 72 años, "que me daba cuatro cosechas. Tenía plantados plátanos y naranjas. Vivía tranquila, pero un día me dijeron que en Chaguí de Cuaransangá, una vereda de Nariño, habían matado a mi hija. Cuando llegué ya estaba enterrada.

Fue por celos de un meleador que la requería para que se acostara con él y al negarse mi hija la denunció a los del monte como confidente de los militares y un día bajaron los del monte para matarla dejándola con cuatro niños. El marido está vivo, pero no hizo nada por miedo.

Los del monte me dijeron: ándate, échate a trotar, y me vine huida para Tumaco. Ahora cuido acá a mis cuatro nietas sin una ayudica, sin una platica de nada. El otro día, esta cama donde duermo con mis cuatro nietas se llenó de agua con la lluvia. No tengo a un hombre que me ponga una madera". (...)

Antonio Domingo tiene 30 años, nació en Buenaventura, vivió en la vereda de Boca de Satinga y hace dos años que está aquí con su mujer y dos hijos.

"Se llevaron a un compañero que era motosierrista, lo mataron y a los dos días apareció flotando en el río. Así mataron a otros también. Llegaron los Águilas Negras y se llevaron a otros y durante varios días el río fue bajando muertos. Mandaron desalojar a todo el barrio de San José Laturbe con 300 familias y se hicieron fuertes allí.

Me vine a Familias en Acción de Tumaco con mi mujer y mis dos hijos. Nosotros cultivábamos banano, yuca, papachina, mango, naranjas y cacao en un terreno de mi propiedad. Tuvimos que dejarlo todo.

Alrededor había campos de coca, pero nosotros no cultivábamos coca porque somos cristianos adventistas del séptimo día y la palabra de Dios dice que debemos darle el uso debido a lo que Él ha creado y que no debemos cultivar cosas ilícitas". (...)

"El Gobierno sólo llega hasta aquí a estropear a la gente. De pronto se presenta un avión fantasma, un avión negro, y comienza a bombardear la selva, y cada dos meses el Estado realiza un operativo con diez helicópteros que asustan a los niños, y detrás de los helicópteros llegan las avionetas y comienzan a fumigarlo todo.

Con el motivo de la coca, destruyen nuestros alimentos de pan coger, la yuca, el plátano, la caña. Después de la fumigación ya no se puede cultivar nada. Nosotros siempre hemos sido productores de coca. No pudimos controlar el mercado, pero gracias a la coca tenemos una casita, vemos la televisión y nuestra comida está fría en la nevera.

La coca es un arraigo entre nosotros. Culturalmente no se va a acabar porque el campesino es caprichoso. El hambre no admite socio. Pero a veces llega el ejército y produce violaciones, robos, y se nos lleva hasta los zapatos.

La guerrilla contraataca porque con el Gobierno no se puede hablar más que con un arma en la mano. De modo que la violencia no acabará nunca". (...)

Después cuenta doña Flor que llegó de profesora a la vereda de Azúcar y perdió a su marido, Segundo Vargas, hace nueve años en la playa donde nos embarcamos. Lo habían involucrado, pero no había hecho nada. Lo desaparecieron. "Llegan los paracos y si no tienes callos en las manos ya eres guerrillero, lo disfrazan a uno y le dan plomo, así fue con mi marido.

Doña Flor dejó de ser profesora para vivir de la coquita con sus siete hijos, pero ahora con la fumigación malvive vendiendo fritanguitas que prepara en casa. Los helicópteros se fueron con todo".

"A veces llega la guerrilla",
dice Dagoberto, "pero de ella no sufrimos violencia; si se llevan unas gallinas, las pagan; están con nosotros, viven con nosotros, se les sirve un café y se van, por aquí anda la columna de Daniel Aldaba, en caso de problemas se acude a ellos, que están en el monte. (...)

Tenemos un gobierno interno con normas para convivir. No se sirve alcohol a los menores, se cumple un horario de comercio y para caso de disputa o de pelea con puños hay un comité de conciliación, y si no hay avenencia se castiga al culpable a realizar 500 viajes por esta cuesta cargado con costales de diez paladas de arena y mientras sube y baja le da tiempo a meditar.

Aquí tenemos una organización de vigilancia. Sabemos quiénes son todos. Ustedes desde mitad de camino ya estaban vigilados. Les han dado permiso. Sólo queremos un acuerdo humanitario, que liberen a los que están en las montañas y tener un trabajo digno". (...)

El 26 de agosto sucedió una masacre. No se sabe quién fue, si la guerrilla o los paramilitares, o una banda que ganaba plata con el doble servicio, legales o ilegales, pero hubo doce muertos, entre ellos un niño de seis meses que quedó con dos tiros en la cabeza. Quedó con los ojos abiertos mirando uno a cada lado como queriendo saber quién era el asesino.

A una mujer embarazada la partieron en dos con una motosierra, le sacaron el feto y lo botaron. A doña Tulia, el ejército le mató al marido, don Gonzalo, que iba con ella, no era guerrillero, pero le dieron por muerto en combate. A Yurami, apenas una adolescente, con dos hijos, le mataron a sus cuatro hermanos.

A Sandra Viviana, de 21 años, le mataron al marido y la dejaron con dos hijos. Si les preguntas quiénes fueron, guardan silencio y se ponen a temblar cada una con su criatura en brazos. (...)

En medio de la selva, un campesino awa puede encontrarse con un grupo armado. Ante cualquiera de sus preguntas se siente perdido. ¿Has visto por aquí a los guerrilleros? ¿Has visto por aquí a los paracos? Tampoco le sirve el silencio.

De ambas partes recibirán la misma descarga de plomo. Su territorio lo necesitan la guerrilla, los colonos, los petroleros, los paramilitares, los capos de la droga. Pero ellos defienden el espíritu de sus mayores y luchan por no desaparecer. (...)

León Valencia, un ex guerrillero del EFN, fundador de Justicia y Paz, dirigente del movimiento Arco Iris, hijo del Mayo francés, de la teología de la liberación y del socialismo de Allende, se fue un día a las montañas, cuando tenía 16 años, porque en Medellín comenzaron a matar líderes cristianos que estaban de parte de los pobres.

Los curas empujaban a aquellos muchachos a la rebelión. En el monte los esquilmaron a tiros. Entre sus compañeros de ELN hubo 72 muertos. Abandonó el monte en 1994. Hoy trabaja por la reconciliación nacional, pero recibe amenazas todos los días por Internet, por carta, por teléfono y por mensajes por debajo de la puerta de su despacho. (...)

Alba Marina, de 40 años, es una líder del barrio. Lleva una Virgen Milagrosa estampada en la camiseta. Llegó aquí en 2001 desde Putumayo porque un día llegaron los de la guerrilla y, según dice, se llevaron a un hermano y al marido y los mataron, luego los dejaron botados en la plaza con dos niños de meses bajo el aguacero como si fueran marranos.

"Allí en nuestra tierra teníamos una vaca, ayudábamos al cura y sembrábamos coca. Yo era coquera, ¿por qué lo voy a negar? Gracias a eso pagaba las vacunas". Hoy en Ciudad Bolívar recibe amenazas de los paramilitares porque, con 2.500 desplazados, bajó a Bogotá y tomó el parque Tercer Milenio en señal de protesta por el abandono en que los tiene el Gobierno.

El hijo de la señora Orfilia García traía bestias para la guerrilla allá en Tulima. Ella dice: "Allí si a un guerrillero se le antoja acostarse contigo y te niegas, matan a tu marido por escarmiento. Yo me acosté con uno para salvar a mi hijo. Y si lo tienes como amante, tienes que quedarte o darles un hijo para la guerra, de lo contrario tienes que irte. A veces te obligan a acostarte con toda la cuadrilla".

A una mujer que se negó le mataron al marido con 14 tiros y lo tiraron al abismo de la quebrada. La señora Juzlary, de Río Blanco, no se negó a acostarse con un guerrillero. "Si mi marido supiera lo que tuve que hacer para que siguiera vivo... Un día comenzó a sospechar y me dijo: 'Ya sé por dónde va el agua', pero se ve que lo dio por bueno que me acostara con otro hombre con tal de vivir". (...)

En el barrio de Soacha viven algunas madres de los llamados falsos positivos. A los soldados del Ejército se les ofreció un premio en metálico por cada guerrillero que mataban. Sucedió que una cuadrilla de militares comenzó a arramblar jóvenes drogadictos, mendigos, enfermos y elementos llamados desechables extraídos de los bajos fondos, los raptaban, los metían en un camión, los vestían de guerrilleros, los mataban, pasaban al cobro y luego los enterraban en una fosa común en Ocaña.

Las madres de estos falsos positivos se han unido para rescatar la dignidad de sus hijos. Cuentan entre lágrimas historias patéticas que encogen el corazón. Adolescentes sacados de la cama con una promesa de trabajo, un disminuido mental raptado en plena calle, otros buscados entre los tugurios de lata y cartón. Dice Maria Julilerma: "Mi hijo Jaine Esteven, de 16 años, trabajaba en una buseta. Se fue a las once, no apareció a las seis de la tarde ni a las nueve. Un día me llamó desde Ocaña. Estoy bien, mamá. Lo mataron. ¿Dónde estará enterrado mi pobre chivito?"

. Estas madres reciben cada día amenazas de los paramilitares. Los Águilas Negras les mandan avisos escritos con letras mayúsculas: "A veces es mejor el silencio en caso de una desaparición, algo que ustedes no han podido entender de una buena vez por todas, tú eres la siguiente víctima, es mejor que calles todo lo que se ha dicho, tú ya sabes que estamos cerca de ti, así tú no entiendas y quieras jugar con nosotros. No es una amenaza, sino una advertencia. El pajarito vuelve al nido solo". (Manuel Vicent: Fuego cruzado en Colombia, El País Semanal, 21/12/2010, p. 46 ss.)