"Fotógrafo, cineasta, artista visual. Ha hecho, sobre todo, cine documental. Es autor de Las Mujeres de Negro que, además de fotografía y cine, también es un libro, editado por el Observatorio de Derechos Humanos del Gobierno de La Rioja. Entre sus trabajos, hay uno dedicado a las personas refugiadas en las fronteras entre Croacia, Serbia, Grecia y Macedonia.
¿Qué es Las Mujeres de Negro?
La manera en la que empezó el proyecto y su finalidad es hacer una película documental, que ya estoy acabando. A raíz del proyecto, fui entrevistando, retratando a gente, recopilando también imágenes del pasado, documentos… De aquí surgió la exposición. También el libro que, al final, explica lo que se dice en el documental: las Mujeres de Negro, La Barranca, lo que pasó aquí, en La Rioja. Empiezo explicando, en primera persona, la historia de mi familia. El documental, el largometraje, es el fin del proyecto.
¿Qué fue lo que pasó en La Barranca, de Lardero?
Lardero es un municipio próximo a Logroño, la capital de La Rioja. Aquí no hubo un frente de guerra. Logroño cayó en 24 horas ante la ofensiva de falangistas y requetés. Aun así, 2.000 personas, civiles, perdieron la vida, víctimas de las represalias. Los fueron a buscar a su casa o a sus puestos de trabajo, los llevaron a prisiones improvisadas y, por las noches, los sacaban (las sacas) y los mataban en las tapias de los cementerios, en las cunetas… Empezaron por el cementerio de Logroño, donde los cuerpos eran enterrados en una fosa común. Allí hay identificadas 398 personas. Esto duró desde julio hasta septiembre del 36. Después, cuando la fosa se llenó de cadáveres, los empezaron a matar en un descampado, con un barranco grande, que imposibilitaba la fuga. Se trata de La Barranca, de Lardero.
¿Ha tenido algún reconocimiento especial La Barranca, como lugar, digamos, de referencia de la memoria democrática?
Aquí fueron asesinadas y enterradas en una fosa común muchas personas, de las cuales 407 han sido identificadas. Trataron, está claro, de ocultar lo que había pasado, pero las mujeres, madres, hijas de los fusilados, desde 1939, año tras año, iban, vestidas de negro, a dejar flores. Empezando por las de Villamediana, que fue bautizado como el “pueblo de las viudas”. Esto ha durado hasta hoy en día. Mi proyecto empezó precisamente con una fotografía que tenía mi abuela de su padre asesinado. El 1 de mayo de 1979 el lugar fue declarado “cementerio civil”. Único en España. No se han exhumado los cuerpos, y se decidió dignificar el lugar con este reconocimiento y la calificación de cementerio civil. ¿Fueron, como dices en el título del libro, las mujeres las que iniciaron y protagonizaron esta movilización histórica, en la medida en la que ha perdurado hasta hoy día?
Fue una iniciativa totalmente femenina. Fueron las mujeres las que empezaron a ir a La Barranca. Las Mujeres de Negro, porque llevaron luto toda la vida. Me decía uno de los entrevistados, nieto de un represaliado, que a él siempre le había parecido que aquello era una manifestación de protesta. En una situación en la que no se podía hablar, donde el silencio imperaba, ir de negro era como reivindicar la memoria, como el “no olvidamos”. Inicialmente, los hombres no se atrevían. Después, con el paso del tiempo, los años 50 y 60 estas mujeres iban con sus hijos, y después con sus nietos. Empezaron a ir también hombres…
¿La represión en La Rioja fue obra de soldados, policías o también de civiles, vecinos…?
Las denuncias eran obra de gente de la población, conocidos…, aunque los que llevaban a cabo las muertes eran militares o paramilitares. En muchos lugares, el nuevo alcalde, el rector del pueblo eran los que se encargaban de señalar a la gente, y ordenaban matar. Dice el catedrático Ricard Vinyes, en Crítica de la razón compasiva, que lo importante, más que las mismas víctimas, que se instrumentalizan (como, por ejemplo, hace el Estado de Israel con el Holocausto), es decir “no”; coger conciencia y poner los medios para que esto no vuelva a pasar.
¿Lo compartes esto?
El último capítulo del libro, que también es el final de la película se llama “Ni odio, ni venganza”. Me ha sorprendido, positivamente, que las personas que he entrevistado (hijos a quienes les mataron a los padres, etc.), que lo han vivido en primera persona, que no tengan odio ni deseo de venganza. A mí, como bisnieto, me puede doler el recuerdo de mi abuela llorando, pero es diferente. El tiempo, es cierto, ayuda a cicatrizar las heridas. Pensaba que el rencor todavía seguía vivo, pero no. En la entrada del monumento de La Barranca, un letrero recuerda que su objetivo es contribuir a hacer que aquello no se repita. Se trata de saber lo que pasó, una cosa que aquí se ha ocultado, pero no para vengarse. Que se sepa para que no se vuelva a repetir.
¿Esto pasa más bien por la conversación, la cultura, la reflexión, la crítica…, que por leyes o decretos, aunque estos puedan ser necesarios?
Se hacen muchísimas cosas en memoria histórica, pero el problema es que todavía no se dedican suficientes recursos. Hay un tabú para hablar de estas cosas. No se ha reconocido nada y los instrumentos de la memoria histórica están desapareciendo en algunas comunidades. Hay consenso sobre las víctimas de ETA, y está bien. ¿Pero por qué estas víctimas sí y las otras no? En otros lugares se han condenado las dictaduras y sus víctimas, y ha sido así como han cerrado las heridas. La subvención para hacer la película, como la edición del libro, vino del Observatorio de Derechos Humanos, de la consejería de Igualdad del anterior gobierno de La Rioja. El PP ganó las elecciones con mayoría absoluta y el nuevo gobierno ha eliminado la consejería de Igualdad.
Más que, en fin, pedir formalmente perdón, ¿de lo que se trata es de cambiar, de crear las condiciones para que aquello no pueda volver a pasar?
Yo nací en 1982 y nunca, ni en la escuela, el instituto o la universidad, me explicaron nada sobre lo que pasó realmente el 36. Es verdad que en la transición quizás se hizo lo que se tenía que hacer, acordar una reconciliación. Pero ya han pasado muchos años, y es hora de decir la verdad, porque en caso contrario seguiremos pagando las consecuencias. Yo he podido hacer este trabajo casi por casualidad, porque tuve la suerte de poder contar con el apoyo institucional y la financiación de un gobierno que creía en lo que estábamos haciendo. Pero cambia el gobierno y se ha acabado, volvemos al mismo intento de seguir ocultando el pasado. Ahora no habría podido hablar de las Mujeres de Negro.
¿No resulta chocante la pervivencia del silencio, la justificación e incluso la defensa del golpe del 36 más de 80 años después?
No se quiere escuchar, no se quieren saber las cosas, porque no se quieren reconocer. Aquí nos conocemos todos. Sabemos, por ejemplo, de personas, que se beneficiaron y prosperaron con el franquismo, sacando del medio en muchos casos a los que los estorbaban o pensaban que lo hacían, y siguen siendo relevantes. El poder de los que expropiaron, robaron, sigue institucionalizado. Una cosa que, en cualquier caso, tampoco está cuestionada. Nadie le tomará nada a nadie, pero…
¿Y la Iglesia católica, los curas, qué papel jugaron en todo esto?
La Iglesia no dice nada porque tampoco quiere reconocer lo que hicieron. En algunos pueblos fueron los curas los que más denunciaron a la gente, estaban presentes en los fusilamientos… También es verdad que hubo lugares en los cuales no mataron a nadie precisamente porque el cura intervino y salvó vidas.
¿En las sacas, hubo sucesos especialmente penetrantes?
En La Barranca y en La Rioja, en general, la mayoría de los muertos fueron hombres. Pero también se tiene constancia de la ejecución de medio centenar de mujeres. Es verdad que, entre los hombres, la mayoría fueron víctimas de lo que podría llamarse una limpieza política. Sindicalistas, gente con ideas… Pero mi bisabuelo era carnicero, republicano, pero nada significado. Las mujeres si que fueron fusiladas por ser más avanzadas, más feministas. Una de las historias que aparecen en el documental es la de Jacqueline, hija de Marina Argentina, una francesa que vivía en Cenicero. No era maestra oficial, pero la llamaban “la maestra”, porque, afiliada a la CNT, daba clases a mujeres. Fue asesinada en La Barranca. Con la represión se quiso borrar también la cultura, el conocimiento, las ideas de emancipación y progreso. Entre los denunciantes, sin duda hubo casos personales: malevolencias, intereses, envidias…, pero siempre poniendo en medio cuestiones ideológicas. Este o aquel es anarquista, de la CNT, comunista…" (Entrevista a Robert Astorgano, Peru Erroteta, elTriangle, 26/05/24)
"En la fosa de los “nueve sin nombre” en el
cementerio de Jaca (Huesca), los cuerpos estaban amontonados, tirados,
sin orden, huesos encajados unos en los otros. En posturas en las que se
lee cómo fueron arrojados a la zanja sin conciencia ni
intención de que descansasen en paz. Hasta en eso se nota el revanchismo
de quienes les dieron muerte. Tampoco tenían el tiro de gracia. Los
grupos de fascistas no lo daban, así que puede que alguno no estuviese
muerto siquiera cuando los echaron a la tierra. Eso se encontraron los
miembros de la Asociación por la Recuperación de la Memoria (ARMH) cuando abrieron, la semana pasada, la fosa de los civiles asesinados por un grupo de fascistas durante la Guerra Civil.
La
fosa de “los nueve sin nombre”, así es como se anotó en el libro de
enterramiento los cuerpos que se arrojaron a una zanja. Fue el 3
septiembre de 1937, en el cementerio de Jaca. Se les arrebataba de esta manera hasta de su identidad,
a pesar de que sus nombres eran bien conocidos. Habían estado casi un
año retenido por los franquistas por un sabotaje que no cometieron.
Estuvieron entre el fuerte de Rapitán y el seminario jacetano, no eran
prisioneros políticos y no sabían dónde meterles.
En su nota de prensa la ARMH empieza enumerando a cada una de las
víctimas con sus dos apellidos. En su reparación subraya esos nombres
que se quisieron borrar hace 86 años: Maximino Bergua Lalaguna,
Antonio Fanlo Maza, Nicasio Isábal Cajal, Esteban Aínsa Aso, Joaquín
Gracia Claver, Ramón Cajal López, Benito Lalaguna Callavé, Agustín
Villanúa Batalla y Juan Artigas Martínez,
“Eran rehenes”, dice Manuel Fañanás Isábal, nieto de Nicasio Isábal Cajal.
Lo repite ante la fosa de donde asiste a la exhumación de los restos de
su abuelo. Lo detuvieron junto a otros ocho hombre en Biescas, a una
treintena de kilómetros de Jaca. Hubo un sabotaje, se derribaron unas
pilonas de luz que abastecían de electricidad la zona. «A estos nueve
los detuvieron por delaciones basadas en rencillas, envidias… pero sin
ninguna prueba. Se sabía que eran inocentes pero se les tomó como
rehenes hasta que aparecieran los culpables. Al final ellos pagaron”,
añade el nieto de Nicasio.
El sabotaje fue utilizado por la Guardia Civil y la Falanje como
excusa para llevar a cabo detenciones y tomar venganza. Quienes
delataban eran vecinos de los inculpado y lo siguieron siendo de sus
viudas y sus huérfanos. “Había alguna mujer que trabajó en casa de quien
acusó a su marido. Y por la calle todos sabían quienes eran. Hay
uno de los pistoleros, mira que ironía, o justicia poética, que murió
antes de acabar la guerra, acabó lo enterraron aquí mismo –dice Manuel
Fañanas Isábal mientras señala un nicho a escasos dos metros de la fosa
donde se arrojó a su abuelo–. Fue a parar ante los hombres a los que asesinó”.
Desde el año 2000, recuperando la dignidad de las víctimas
Esta
asociación lleva desde el año 2000 haciendo exhumaciones científicas de
personas desaparecidas por la represión franquista. La primera fue en
Priaranza del Bierzo. Acuden, como en este caso, a petición de los
familiares.
En este caso lo tenían menos complicado que en otras actuaciones. En Jaca se sabía quienes estaban en esa fosa de los sin nombre
y hasta había un placa, colocada en 1940, para preservado la memoria,
Sobre ella se colocó una lápida de mármol en los años 70 y en un
intento de dignificar a los asesinados en la ermita de la Victoria, a
las afueras del cementerio de Jaca.
Se conocían las circunstancias en las que fueron asesinados por pistoleros fascistas. Uno de los descendientes, Antonio Lalaguna, nieto
de Maximino Bergua Lalaguna, fue de los que promovió la recuperación de
los cuerpos. Se puso en contacto con otros familiares y se localizó a
siete. Los dos últimas familias han sido encontradas una vez
iniciados los trabajos de recuperación de los cuerpos, a través del
llamamiento que se hizo por los medios de comunicación.
Así se enteró Agustín Villanúa
que estaban buscando a familiares de uno de los nueve cuerpos
rescatados. A sus 92 años, acudió al cementerio acompañado de su hijo y
se asomó a la fosa en la que ha estado su padre, Agustín Villanúa
Batalla, enterrado anónimamente desde 1937. «Mi madre siempre quiso recuperar el cuerpo», dijo emocionado a los miembros de la asociación que participaban en la exhumación.
A los pies de la fosa, también están familiares de Benito Lalaguna Callavé durante el último día de los trabajos. Mercedes Lalaguna Jiménez y su marido han viajado desde Lourdes (Francia) donde viven. Junto a ellos, Feliciano Gavín y su hija Gisela, nieta de Maximino Bergua, que han venido desde Biescas. “Mi suegra, Teresa Bergua
tenía meses cuando murió su padre y ha vivido más de 80 años con
miedo”, cuenta el yerno de Maximino. Su mujer, Pili y su cuñado, Toño,
han sido los que iniciaron el proceso que ha llevado a la exhumación de
Jaca.
Tirados en la fosa sin ningún respeto
“Al final los cuerpos están en donde decidieron sus asesinos no la familia. Fueron asesinados por un grupo de fascistas que se ensañó con ellos. A
algunos les hacían juicios sumarísimos, que no tenían ni 14 páginas, en
la que la defensa y la acusación estaba en manos de militares. A estos
ni eso. La muerte ya la tenían decidida y se los llevaron por delante”,
explica Marco González, vicepresidente de la ARMH. Él es el coordinador de los trabajos en esta exhumación.
Los
cuerpos se arrojaron a metro y medio, todos dispuestos en un pasillo de
unos 60 centímetros por ocho metros y medio de largo. Han permanecido allí durante 86 años, compartiendo tierra y destino. “Estaban
tirados de cualquier manera, desordenados, sin ningún respeto por los
muertos. En otras fosas están enterrados con cierta humanidad, pero aquí
tirados con urgencia”, añade Marco González.
Serxio Castro,
arqueólogo, apunta que han hallado los nueve cuerpos retorcidos,
amontonados sin sitio. «Tres cuerpos ocupando el lugar de uno, encima
unos de otros. Lo más importante en esta recuperación es el proceso de
individalización de los huesos. A cada uno se le asigna un
número, después se harán los análisis en el laboratorio antropológico y
genético de Ponferrada y se comparará con las muestras de ADN tomadas a
los familiares. La arqueología es una herramienta para recuperar los cuerpos, sus historias y su dignidad”, afirma.
Los parientes son parte del proceso exhumación
«Las
familias ocupan un lugar destacado en las aperturas de las fosas,
“queremos que estén presentes, que participen incluso si quieren, que
bajen a la fosa, vean que tratan los cuerpos con respeto. Estas
familias que han estado tanto esperando, abandonadas por el Estado
democrático, necesitan ser parte del proceso de autorreparación”, dice Serxio Castro.
En la exhumación, explica el arqueólogo, se ve claramente cómo fueron tratados antes y después del asesinato.
«Aquí no se ha encontrado apenas ningún recuerdo –comenta–. Estuvieron
un año presos y se les despojó de todo objeto personal y de cierto
valor”.
En otras fosas en las que a los fusilados se
los llevaron de sus casas y los mataron en el mismo día encuentran
gafas, alianzas, medallas de oro, carteras, relojes… Objetos que ayudan a indentificar al muerto
y a recomponer la memoria. “Aquí solo hemos encontrado, colgada del
cuello de uno de ellos, una medalla de aluminio, un colgante barato que
se vendían en todas las ferias de los pueblos. Eso y una mina de un
lápiz y un manojo de puntas que debía llevar uno de ellos en el
bolsillo”, cuenta el arqueólogo que lleva cinco años trabajando con la
ARMH.
Manuel Fañanas Isábal, cuenta que su madre era la mediana de los tres
hijos de Nicasio Isábal. El día que “provocaron” la guerra tenía 10
años. “Cumplió los 11 el 27 de julio de 1936, con la impresión de una
guerra acababa de comenzar”, explica. Meses más tarde, a finales de
octubre su abuelo fue detenido.
Repite lo que tantas veces
oyó en casa. “Se llevaban tres por cada uno de los que debieron
participar en el sabotaje. Los cogieron como rehenes para presionar para
que aparecieran los culpables. Mi abuela con la hija mayor se exiliaron
a Francia porque tenían miedo de ser detenidas también”, añade Manuel.
Su
madre con el hermano pequeño, se fueron a Jaca, con una hermana de
Nicasio. “La tía abuela era la que más le visitaba cuando estaba de
rehén, los hijos nunca fueron para no ver al padre en aquella
situación”.
Desde el principio se contaba en el pueblo del
valle de Tena que fue un capitán que estaba en el frente de Gavín quien
mandó detener a los nueve. “Les hace apresar no porque estuviesen implicados en el sabotaje, sino por su ideología, por rencillas y recelos. Siempre
se supo quienes les habían delatado. A uno de ellos se le hizo saber
que como saliera solo se lo harían pagar. Al menos vivió con miedo”, se
consuela Manuel Fañanás.
El cara al sol en el colegio, en casa silencio
De niño se fue enterando de lo que le pasó al abuelo. Con 63 años recuerda como en el colegio le enseñaron el cara al sol. Un día, con 6 años, sin saber qué significaba, lo cantó en casa y su madre le espetó, “calla
que huele a muerto”. No entendió quñe significaba ni sabía cómo olía un
muerto pero supo que no tenía que volver a entonar ese canto.
Pocos días antes de que los asesinaran, la tía abuela acudió a
visitar a su hermano Nicasio, alertada por un sacerdote que les dijo que
algo iba a pasar. «Conservamos la carta de despedida, volvía a decir que era inocente y que sabía que los iban a matar”, añade Manuel.
El
día 2 de septiembre a las seis y media de la tarde la Guardia Civil se
presentó en el barracón del Cuartel de Los Estudios, donde estaban
presos . El guardia Lorenzo Álvarez leyó en voz alta
los nombres de nueve vecinos de Biescas. Los llevaron a la Ermita de La
Victoria, adosada al cementerio, allí pasaron la noche. A la madrugada
del día 3 un grupo de falangistas los asesinño en la tapia del campo
santo.
Traídos de nuevo al mundo desde la Madre Tierra
Cuando
avisaron a Manuel Fañanás de que iban a abrir la tumba de su abuelo, al
principio dudó sobre si debían remover sus huesos. “Han estado juntos
compartiendo un trágico destino, al menos no han estado solos y hasta
puede que agonizaran juntos y la madre tierra los acogió…”, se decía a
sí mismo.
Ha leído mucho de la historia, sabe que los falangistas no daban el tiro de gracia, “si acaso tiraban alguna piedra”. Y
son muchas las veces que se ha imaginado cómo serían las últimas horas
de su abuelo. “Me he preguntado qué sentirían, si les vendarían los
ojos, si el disparo te dejas sentir dolor o te fulmina…”.
Manuel
ha permanecido hasta el último día de la exhumación. “Siento una
gratitud infinita por las ARMH que han recuperado los cuerpos, con
cuidado, con mimo, con respeto. Desde aquí propongo a los voluntario de la asociación para el premio Princesa de Asturias de la Concordia. Ellos
consiguen sacar ese fémur, ese cráneo que es como un parto de la madre
tierra, en la que ellos son las matronas que los vuelven a traer al
mundo”.
Y cita el discurso de Unamuno que lee entre las
páginas de la obra de Vázquez Montalbján: “A veces el silencio equivale a
mentir porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia”. El desconocimiento de lo ocurrido también nos hace cómplices de alguna manera.
Ni odio ni revanchismo
La
actitud ceremonial, sentida, de Manuel Fañanás ante la fosa en la que
ha estado anónimamente su abuelo, escenifica respeto y el tributo
familiar, un sentimiento del que ha sido albacea hasta ahora. Algo que
simboliza el sentimiento común a las familias.
En su discurso no cabe odio ni venganza, solo homenaje a la memoria, Justicia con su abuelo y las demás víctimas.
“Si yo me encontrase frente a frente con paramilitares siempre voy a
intentar razonar, convencer con argumentos, nunca descerrajar dos tiros
como hicieron aquí. Si entras es su juego, ellos ganan”, argumenta.
Compara
la dignidad de los asesinados con las de los ganadores de la contienda
civil. “Si miras a Millán Astray, con un solo ojo; o el otro enterrado
bajo una losa enorme de mármol, acorazados… parece que la tierra les
escupa, que no los quiera. Hicieron mucho mal pero al final
quedaron como bufones. Y a estos nueve aquí fue la madre tierra la que
los ha tenido hasta ahora. Hay Justicia en todo esto y seguirá habiendo”, mantiene Manuel Fañanás.
“Los huesos tienen un sonido quedo, silencioso”
León criba la tierra extraída de la fosa con un tamiz.
Distingue al vuelo huesecillos de la mano o el pie, o esquirlas de
otros más grandes entre la tierra parda. Aunque a veces duda y entonces
golpea en los caballetes metálicos para saber si es piedra o resto óseo.
“El hueso tiene un sonido más quedo, más silencioso”, explica.
No quiere protagonismo, él hace su labor como voluntario. Hace cinco
años llegó un día a una excavación con una bolsa en la que llevaba un
bocadillo. Dijo que venía a ayudar en lo que le dejaran y que la comida
se la traía para que no tuvieran ni que darle de comer.
Trabajaba
en la Universidad Complutense “con ordenadores”, desde que se jubiló va
a todas las exhumaciones de la ARMH que puede. “No tengo
familiares directos desaparecidos, me mueve la empatía y la inquietud
porque se sepa y por reparar lo que aquí sucedió”, cuenta. “Ahora
al acabar se nota como un relajo, dice en las últimass hora del trabajo
que ha hecho la asociación en el norte de Huesca–. Ver cómo reciben los
familiares los restos compensa la labor que hacemps y me reafirma en
nuestra misión”.
La iniciativa privada asume una labor que debería hacer el Estado
En
las exhumaciones participan psicólogos que preparan a las familias,
antes, durante y después. Les preguntan si van a querer asistir y les
dan apoyo. Raúl de la Fuente es uno de los psicólogos
voluntarios que suele atender a los familiares. En este caso no se ha
desplazado hasta Jaca desde Madrid y es Malena García
la que atiende a los parientes que se acercan al cementerio jacetano. Es
historiadora y hace nueve años que se unió a los voluntarios de la
ARMH.
“Para mí es una vergüenza que tenga que ser una
asociación formada por ciudadanos voluntarios los que se tengan que
dedicar a hacer algo que debería ser tarea del Estado. Son crímenes de Estado y es a él a quien le compete ocuparse de sus hijos, de sus nietos. Son víctimas como los son las de ETA.
Es una vergüenza que España esté llena de cunetas y las familias tengan
que entrar en la subasta, como si fuese de pescado, para ver a quién le
llega primero el para abrir la fosa y recuperar a sus familiares”,
critica.
A pesar de las numerosas exhumaciones en las que ha con la asociación, admite que se sigue emocionando. “Nunca acabas de acostumbrarte a esto, no haces callo
–reconoce–. A quienes dicen que exhumar a las víctimas es avivar
rencores, les digo que una herida necesita ser curada para sanarla. Hay
que desinfectar para curar. Esto es lo que hacemos. Se trata de pasar página pero esa página hay que leerla –advierte la historiadora–. Todas las experiencias de las familiar son similares pero cada una es única».
Un
día se dijo que no pintaba nada en el banco en el que trabajaba y lo
dejó. Cogía empleos temporales de camarera para tener disponibilidad
para participar en las exhumaciones. “Estos muertos han sufrido
mucho y ese sufrimiento lo haces tuyo. Estos también son mis abuelos,
son los míos. No solo lo padecieron los represaliados y sus familias, también a mí me robaron un país que pudo ser y no fue”,
argumenta Malena García. A pesar de que se licenció en Historia
reconoce que desconocía detalles de la guerra y la postguerra. Cuando
tenía 25 años comenzó a indagar y encontró una historia que no se
estudia y que se ha querido llenar de desmemoria.
La generación de los nietos ya no tiene miedo y siente rabia
“El
desconocimiento, el silencio que lo ha llenado todo es muy
intencionado. Forma parte de dejarlo todo ‘atado y bien atado’, para que
el dictador muriera en su cama. Pero no contaron con los nietos”,
asegura Malena García.
Cuenta como la primera
generación sentía pavor, la siguiente no sabía qué había ocurrido y aún
habían vivido el miedo. La tercera generación, los nietos y los
bisnietos, son los que sienten rabia y quieren que que se sepa lo pasó.
«A pesar de ello no quieren reclamar nada aunque tendrían
derecho a ello. “o en su lugar igual lo haría. Pero las familias solo
quieren llevarse a los suyos”, comenta la historiadora.
Recuerda
la anécdota de una nieta de un fusilado que bajó a la fosa y le dijo
‘Malena no contaban con nosotros, los fascistas no pensaban que íbamos a
estar aquí, no contaban con que los íbamos a sacar. «Lo decía con
orgullo”, añade.
Velar a sus muertos es algo muy marcado, antropológicamente ese sentimiento está muy vivo, opina Malena García. A
quienes repiten que esto no es más que remover el odio, les diría que
fuesen a una exhumación. “Da igual el color político, que venga y que
mire, que hable con las familias y vean cómo están tirados los cuerpos.
Eso es lo indigno, verlos retorcidos, amontonados”, añade. El ambiente en una exhumación, coinciden los voluntarios, siempre es de emoción. No hay odio ni afán de venganza.
«Yo siento más rabia que las familias», confiesa Malena. Recuerda un esqueleto de un hombre joven, en la fosa de Manzanares, estaba en posición fetal y rodeado de tiros. «Lo echaron vivo, desde seis metros y lo remataron allí. Todo eso te lo quedas. No dices nada a la familia pero entre nosotros nos miramos con horror».
«Las familias de las víctimas han sido muy maltratadas»
“En
este país, las familias no saben a dónde acudir, no hay un teléfono al
que llamar. Nos llaman a nosotros pero esa labor debía hacerla el
Estado, no nosotros. El día que desaparezcamos, que ya no hagamos falta eso será un triunfo. Las víctimas en España han sido muy maltratadas”, opina Malena García.
La asociación actúa a petición de las familias y siempre tratan de involucrar a los parientes en todo el proceso. “Es
algo que pertenece a las familias, la exhumación, por eso les animamos a
que estén presentes a que colabores, remuevan la tierra”, apunta el arqueólogo Serxio Castro.
Entre los voluntarios hay un minero de El Bierzo, jubilado, es quien lo sabe todo sobre asegurar la zona de la excavación. Desde
la misma fosa se pelea con el móvil para entrar en una videoconferencia
por Zoom, con el presidente de la ARMH que está en una charla en la
Universidad de Frankfurt.
Otro de los voluntarios habituales es un guarda forestal que se pide vacaciones para acudir a las exhumaciones. “Es el que mejor limpia los restos y el experto en objetos, sabe qué es cada uno, los clasifica. Esto es muy significativo, si lo puede hacer un grupo de voluntarios, ¿cómo no va a poder hacerlo el Estado con todos los medios?”, reprocha Malena García.
A pie de fosa de Jaca, con una insignia con la bandera republicana en la boina está José Rodríguez Solán, Josechu, vicepresidente del Círculo Republicano de Jaca.
Allí contempla lo que lleva tanto tiempo esperando. Esta solo es la
segunda fosa, de las 23 que calcula que hay en Jaca. En Aragón, estiman
que fueron 35.475 represaliados por el franquismo.
Los
nueve sin nombre, han viajado desde Jaca hasta Ponferrada, 600 km, en
bolsas y en cajas de cartón, indiviudalizados, con un número asignado. De allí, se retornarán a sus familias ya identificados con sus nombres y apellidos para ser inhumados con los suyos.
El décimo cuerpo permanecerá en la fosa
En la tierra junto a donde arrojaron a los nueve sin nombre quedarán los restos de Antonio Gallardo Mejía,
un objetor de conciencia que se negó a enrolarse en el ejército
franquista y a empuñar las armas. Fue asesinado y enterrado sin nombre
junto a la fosa común de los nueve. La ARMH buscaba a la familia de este hombre por si quieren recuperar los restos. De momento, se toma nota de las coordenadas pero se le deja en el mismo lugar.
“Esperemos que esta primera fosa común de civiles no sea la última: Por las cuatro esquinas del cementerio aún quedan unas 400 víctimas de la represión franquista y sus familias tienen derecho a recuperar esos restos”, argumenta Marco González.
Los
restos están repartidas por el campo santo en seis fosas. De una de
ellas ha crecido un rosal, dicen que surgió de la simiente que llevaría
en el bolsillo Jesús Lorés Visús,
uno de los fusilados. Cada mañana, antes de ir a la panadería, iba a la
huerta y siempre recogía semillas. Allí, es bonito pensarlo, la tierra
hizo crecer ese rosal como homenaje a los asesinados, como señal contra
la desmemoria." (Inma Muro
"Dos hombres aporrean la puerta de una vivienda situada en la
calle Aragón de Palma. El estrépito sobresalta a Francisca Puigserver,
quien se encuentra con su hijo Rafael, el quinto de siete hermanos, que
ese día no ha ido al colegio ante las noticias que llegan de Madrid:
'España está en guerra', rezan los periódicos.
Es el 19 de julio de
1936. Al abrir la puerta, dos guardias civiles le preguntan dónde se
encuentran su marido, Rogelio, y su hermano, Miguel. Como no están en
casa, le indican que, cuando regresen, se dirijan al cuartel. En solo un
instante, el día se ha tornado pesadilla para Francisca, a quien un
torbellino de pensamientos comienza a abordarla, preguntándose qué puede
haber hecho Rogelio, un zapatero que, a sus 41 años, se ha convertido
en el encargado de la fábrica de zapatos Minerva, en el barrio palmesano
de Santa Catalina.
Junto a su cuñado, Rogelio Fernández Aguiló se dirige a las
dependencias de la Benemérita tras recibir el mensaje de su mujer. Está
tranquilo y convencido de que todo aquello es un malentendido. Sin
embargo, ese día ninguno de los dos regresará a casa. Ni al siguiente,
ni al otro. Un compañero de Rogelio que anhelaba su puesto de encargado,
Antonio Timoner, lo ha acusado en falso de difundir noticias alarmantes
de corte izquierdista, unos hechos por los que, durante los siguientes
18 meses, permanecerá encerrado en el navío Jaume I, en el almacén de maderas reconvertido en cárcel franquista Can Mir
y en los campos de concentración de S'Àguila y Son Granada, en
Llucmajor (Mallorca), a pesar de que su caso será archivado mucho antes
por los tribunales.
Más de ochenta años después, su bisnieto, Antoni J. Escanellas,
ha recuperado la historia de Rogelio y, junto a ella, las numerosas
postales que escribió y recibió durante su cautiverio y que, desde
entonces, su familia ha mantenido guardadas como oro en paño. Las ha
dado a conocer en el libro Ficha nº 15. Postales contra el olvido,
recientemente publicado por Dolmen Editorial. Junto a las misivas, el
zapatero elaboró con sus manos agujas, cajas de alfileres, anillos,
pipas, colgantes y otros objetos que hacía llegar a sus familiares por
correo.
En Mallorca, convertida en punto estratégico para los intereses
de las fuerzas fascistas, la represión fue especialmente dura y, de
hecho, fue uno de los primeros lugares de España donde comenzaron a
instalarse campos de trabajo forzados para los prisioneros,
como aquellos en los que Rogelio permaneció encerrado. Pero, sobre
todo, la actividad más intensa se centró en los hombres encarcelados en
Can Mir, tras cuyos muros también fue prisionero y donde se implementó y
normalizó la práctica de las 'sacas': los presos eran 'liberados' y,
conducidos bajo engaño por grupos de falangistas, acababan asesinados en
las cunetas de las carreteras.
Detenidos “por rojos”
En el cuartel de la Guardia Civil, adonde ha acudido Rogelio,
uno de los detenidos pregunta por qué se encuentran retenidos. Sin
titubeos, uno de los agentes responde: “¡Por rojos!”. Y, desde ahí, los
conducen hasta el barco Jaume I, buque de Trasmediterránea que cubre de
forma habitual la ruta entre Palma y Barcelona y que ha acabado
convertido en cárcel flotante. Como explica Escanellas, fue ahí donde su
bisabuelo supo que los golpistas lo habían militarizado todo. Los
detenidos, confinados en las bodegas con las compuertas cerradas a cal y
canto, pasaban las horas esperando a que alguien acudiera a darles una
explicación, “alguien a quien contar que eran solo gente normal que
trabajaba en la industria zapatera de la isla y que Rogelio había ganado
un premio al zapato mejor elaborado y diseñado”.
No en vano, Rogelio estaba convencido de que el golpe de Estado
finalizaría en unas horas. Días, quizás. “Ese era el pensamiento
general, lo que la mayor parte de los detenidos pensaba. Que era una
rabieta de los militares, pero que llegarían a un acuerdo rápidamente.
Pero nunca llegaron a un acuerdo, nadie habló con nadie. Y pasaron las
semanas, y los meses...”, relata Escanellas, periodista y filósofo.
Tinta borrada por las lágrimas
Mientras tanto, desde ese 19 de julio, Francisca pasa las horas
en soledad. Permanece siempre callada, en una esquina, cabizbaja,
mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas, como aquellas que se
derramarían sobre una de las numerosas postales enviadas a Rogelio. Se
encontraba ya prisionero, bajo la inscripción Ficha 15, en el campamento
de Son Granada, en Llucmajor. Con la tinta borrada por las gotas
saladas, Isabel, una de sus hijas, transcribe lo que Francisca le va
dictando: “Apreciado esposo y padre, sirva la presente para manifestarte
nuestro buen estado de salud, deseando que la suya igual, por lo que
damos gracias a Dios...”.
Sin embargo, antes de que Rogelio recale en la antigua posesión
de Son Granada, son numerosas las vicisitudes que vivirá y las postales
que recibirá. Desde el cuartel de la Guardia Civil lo han conducido a
Can Mir, ubicado en el mismo solar donde en la actualidad se levanta el
popular cine Augusta, tras cuyos muros los prisioneros pasan los días
entre chinches, ratas y humedad, esperando la muerte, llegue o no. Las
cartas son el único modo de comunicarse con las familias y, por ello,
Rogelio enseña a escribir a quienes no saben mientras manipula pequeñas
maderas con las manos. “Era la única forma de no volverse loco allí”,
relata su bisnieto. La nave, de unos mil metros cuadrados, llegó a
confinar al mismo tiempo, en un “ambiente nauseabundo”, a 1.004
prisioneros “dando incesantes vueltas por aquel antro”, como dejó
constancia otro de los internos que permaneció tras sus rejas, el
músico, escritor y político Lambert Juncosa.
Meses después hacía su aparición en Can Mir el padre Atanasio de
Palafrugell, quien acompaña a los presos antes de morir y, en
determinados casos, la única persona a la que pueden ver antes de ser
asesinados. El cura, explica Escanellas, aprovechaba “todos los minutos
para intentar conseguir, por todos los medios, que confesaran que se
habían equivocado creyendo en sus convicciones y que pidieran perdón a
Dios”. Como documentó el investigador Manel Suárez Salvà, autor del
libro La presó de Can Mir. Un exemple de la repressió franquista durant la Guerra Civil a Mallorca (editorial
Lleonard Muntaner), el eclesiástico obligaba a los presos a besar la
cruz que portaba colgada de un cordón atado a la cintura. En uno de los
casos en el que el detenido, Miquel Òleo, se negó a ello, el 'padre
Santanasio' -como se le conocía en Can Mir- lo agarró del cabello y le
restregó el crucifijo por los labios hasta hacerle sangrar.
Rezos al Crist de la Sang
Uno de aquellos días, Francisca, devota, había ido a rezar al
Crist de la Sang. De repente, escuchó alboroto en la entrada de la
iglesia. “Se quedó completamente paralizada al ver a unos veinte presos,
con el mismo aspecto que su marido, que subían cansados las escaleras
escoltados por soldados con sus fusiles al hombro. Apartaron a Francisca
con un grito seco de 'cuidado' y los obligaron a besar el cristo a
golpe de culata. Era una parada obligatoria antes de escuchar el último
estruendo de su vida: una descarga de pólvora y metal”, relata
Escanellas. “Solo cuando pasó el último y estuvo convencida de que
ninguno de ellos era Rogelio, soltó el aliento”, añade. Pocas semanas
después, Mallorca y Eivissa ya se habían entregado a los fascistas.
La Navidad está próxima. Entre la algarabía que llega del
exterior, culatas y porras en mano, Rogelio piensa en su familia, y
decide escribir una postal. Se dirige de inmediato al escritorio -una
tabla sobre la que se puede apoyar el papel y el lápiz- y coge la pluma
entre sus manos. Las palabras comienzan a brotar sobre el papel: “En la
Navidad florida, Navidad de pavos y hornazos, acercaos vidas mías,
quiero daros unos abrazos”. Enmarcando estas líneas, en verde y rojo,
flores y una paloma. Después le da la vuelta a la postal y escribe:
“Sra. Dña. Francisca Puigserver. Apreciada esposa, hijitos y madrina,
cuñados y cuñadas, madre y hermanos, a todos me dirijo en tan memorable
día de Navidad, que para mí es muy triste al no poder cumplir como buen
padre, de llevar a mis hijitos el pavo...”. Y, en un hueco vacío que aún
queda, añade: “Si yo fuese palomita en tan memorable día, os haría una
visita en nuestra casa o casita bendita”. Es el 22 de diciembre de 1936.
Casi dos meses después, Rafael, de diez años y el quinto hijo de
Rogelio y Francisca, le envía una carta a su padre en la que le cuenta
que “todos los días yo y mi madrecita vamos a la iglesia de San Antonio
de Padua. Mi madrecita le reza y me hace decir: 'San Antonio bendito,
mandarás a casita a nuestro padrecito, que era tan bueno para todos, y
devolverás la alegría a nuestra casita'. Confío que San Antonio hará
este milagro, porque yo soy muy bueno...”.
“Rogelio se olvidará de la política si eso significa continuar vivo”
Francisca intenta, mientras tanto, reunirse con el padre
Atanasio. La acompañan sus hijos. Le explica -relata el periodista- que
son una familia creyente, que nunca han faltado a misa, que Rogelio es
un buen hombre y que “es cierto que se hizo del partido socialista que
prometía una mejora para las clases bajas, y que ellos eran clase baja”.
En ese instante, la mirada del capellán se enturbia. No quiere oír nada
más ni escuchar cómo le dice la mujer que su marido se olvidará de la
política si eso significa continuar vivo. Atanasio les conduce hasta la
salida para que se marchen y cierra la puerta a sus espaldas.
En Can Mir, Rogelio puede recibir de su familia cestas de mimbre
con pequeños utensilios, ropa y enseres de higiene personal, porque
Francisca y sus hijos viven muy próximos a la prisión. Sin embargo,
pronto dejarán de estar tan cerca de él porque el antiguo almacén de
maderas comienza a estar atestado de presos y hay que buscar una
solución. Coincidiendo con las nuevas necesidades defensivas de
Mallorca, las autoridades deciden trasladar a los detenidos a los campos de concentración
itinerantes que comienzan a instalarse a lo largo de la costa de
Mallorca. Allí son obligados a trabajar en la construcción de carreteras
y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en
barracones de madera o en tiendas de campaña. Rogelio y su cuñado,
Miguel, son dos de ellos.
Nuevo destino: s'Àguila de Llucmajor
En este contexto, en mayo de 1937 las autoridades deciden
enviarlos a la finca de s'Àguila, una posesión situada en la marina de
Llucmajor. En el tren viajan junto a otros ocho prisioneros. A su
llegada a la estación, un camión los conduce a su nuevo destino, un
solar de 1.750 'cuarteradas' (7.103 metros) dedicado esencialmente a la
cría de pastos y ovejas y a la producción de lana y queso. Ellos
dormirán en el suelo de unos barracones. Pero, pese a las pésimas
condiciones, señala Escanellas, a su bisabuelo s'Àguila le parece “un
remanso de paz, cerca del mar y en medio del campo”. Allí trabajarán
construyendo muros y paredes y arreglando calles y carreteras. Rogelio
tampoco se librará de las advertencias de los guardias, quienes le
aperciben de la presencia de un pozo que se convertirá en el nuevo
cementerio de la finca. “Allí lanzaban a los problemáticos”, asevera el
autor de Ficha 15.
Las postales, de nuevo, no cesan. Con el sello de la censura
militar, el 12 de mayo recibe noticias de su familia: “Queridísimo y
nunca olvidado esposo y padre, sirva la presente para manifestarte
nuestro buen estado de salud, deseando de todo corazón que tú goces de
igual beneficio, que es lo principal y por lo cual damos gracias a
Dios”. Unos días antes, Rogelio les había escrito para saber de ellos y
encargarles varios enseres para sobrevivir en el campamento. Francisca
le responde: “Sabrás que ya tenemos el colchón en nuestro poder, por lo
tanto no pases pena. Esperamos por aquí que te gustará. A la primera
ocasión te mandaremos todo lo que pides. Ya nos mandarás a decir los
días que te podemos escribir y mandar la ropa, si es que lo sabes.
Recibirás muchos recuerdos de la padrineta, de tu madre, hermanos, tíos,
y de todos tus queridos hijitos millones de besos, como de tu querida
esposa que nunca te olvida”.
En poco tiempo le llega el colchón prometido y ya no tiene que
dormir en el suelo. Escanellas explica que en s'Àguila, Rogelio es
considerado como un preso que no da problemas y, por ello, no le
castigan más allá del trato de esclavitud del trabajo forzado. “Tiene
tiempo para descansar, para escribir postales y para pensar, al hacer,
con trozos de madera y otros materiales, pequeños objetos, pequeños
materiales para enviarlos a la familia”, narra su bisnieto, quien
subraya que todo eso es, para Rogelio, “la máxima expresión de amor
desde que le encerraron aquel fatídico 19 de julio de 1936”. Nunca
habían podido enviarse tantas cosas y tantas postales.
“Yo soy zapatero”
Uno de esos días, Rogelio observa que uno de los guardias lleva
la bota rota. Al preguntarle por qué, le responde que allí no hay quien
se la arregle y que tampoco tiene tiempo de llevarlas a ninguna parte.
Mirándole a los ojos, de tú a tú, el prisionero se estira y da una
calada al pitillo: “Yo soy zapatero”, le dice. A partir de ese momento,
comenzará a trabajar más arreglando calzado que como obrero de
carreteras. “Lo hace tan bien que pronto se corre la voz de que los
zapatos que arregla no vuelven a romperse, porque trabaja a conciencia.
Siempre lo ha hecho, por eso era el encargado de la fábrica”, recuerda
su bisnieto. Hilo, trozos de piel, cola y agujas es todo lo que
necesita. Los soldados son sus clientes más numerosos. Por la noche
elabora anillos para sus familiares: “Francisquita mía, ya me dirás si
los anillos os han venido bien porque veo que os han gustado”, le
escribe a su mujer.
El 11 de julio de 1937, Francisca envía una nueva postal, pero
esta vez le viene devuelta. Teme lo peor. Como señala Escanellas,
s'Àguila tiene fama de ser un cementerio, sobre todo “por su terrorífico
pozo”. Por eso, acompañada de los pequeños, de inmediato acude a Can
Mir para preguntar por su marido. Un administrativo le informa de que lo
han enviado a Son Granada, una posesión próxima a s'Àguila. Miguel, el
hermano de Francisca, también está con él.
Los días de verano se hacen eternos en Son Granada. Es agosto y
la guerra atraviesa su fase más cruda. Tras el paso del otoño y con la
llegada del invierno, Rogelio hace todo lo posible por preparar una
visita con su familia, aunque la burocracia para ello se hace
interminable y las autoridades son implacables. “Cada negativa al
permiso de ver a su familia es un golpe duro para la moral de un hombre
que ya lleva más de un año encerrado. Necesita ver una cara familiar”,
subraya su bisnieto.
Pero un día, llega la gran noticia. Y, de inmediato, coge papel y
lápiz: “Apreciadísima esposa, hijita e hijitos, padrineta y toda la
familia. Yo bien, igual deseo para vosotros gracias a Dios. Francisca,
lo del permiso ya lo tengo, podéis venir el domingo como me indicáis, y
así me lo ha concedido mi señor teniente en jefe del campamento. El
domingo os espero con los brazos abiertos, si Dios quiere”. Es el 14 de
noviembre de 1937. Poco después, con las manos temblorosas, su hija
Isabel se dispone a responderle mientras Francisca le indica las
palabras: “Apreciado padre. Todos estamos bien, igual para vos deseamos,
a Dios gracias. El domingo 21 vendremos a abrazaros por fin, Dios nos
lo ha concedido. Recuerdos de todos, besos de vuestra hija, hijitos y el
corazón de tu esposa, Francisca”.
El reencuentro
Los nervios comienzan a contagiarse. Hay que decidir quién acude
hasta Son Granada. Creen que es mejor que Francisca vaya sola, pero al
momento descartan la idea. Finalmente, irá con su hermano Paco. Dos días
después, ambos ya van montados en el tren con destino a Santanyí, que
les apea en la parada de s'Arenal de Llucmajor. Tras caminar un buen
trecho hasta el campo de concentración, la visión es dantesca: “Gente
por aquí y por allá, algunos volvían reventados de trabajar, sucios y
acompañados siempre por un par de soldados imberbes a quienes los presos
duplicaban la edad”, explica el periodista. Un soldado va a buscar a
Rogelio. Cuando el guardia regresa con él, el recluso observa un perfil
de traje negro que asoma tras el militar: es Francisca.
“Tienen un par de minutos”, les indica. Francisca encuentra ante
ella a un hombre muy delgado y tapado -hace mucho frío- y que ha
perdido pelo, ya blanco. A su alrededor, colchones por el suelo y mantas
viejas y raídas que arropan a enfermos y heridos. Se abrazan tímida y
temerosamente, con la emoción contenida, y, sin dejar de mirarse,
comienzan a hablar. Él le cuenta que está bien de salud, que trabaja
como zapatero y que tienen a un cocinero que prepara guisos de verduras y
poco más, con algún hueso... Pero por lo menos no es aquel caldo de
boniato que les daban de rancho en Can Mir. Ella le explica qué tal está
la familia. Se encuentran en el auge de su conversación cuando, de
repente, se escucha: “¡Se acabó el tiempo!”. Ella se levanta enseguida y
se va. Rogelio se queda con un palmo de narices porque, con los nervios
y el miedo, Francisca ni siquiera se ha despedido de él.
Días después, el 7 de diciembre, Rogelio se levanta con un
fuerte dolor de estómago, un “malestar de nervios”, como señala
Escanellas. Horas más tarde escucha un fuerte estruendo, el de una
escuadra de aviones que llega desde el mar. Alguno por detrás susurra:
“Son de los nuestros”. Después, truenos de fondo, revuelo de alarmas y
mucho humo. Al llegar la calma, Francisca sale a la calle. Solo ve a
gente correr y la imagen que se le presenta no la olvidará en la vida.
Cerca de su casa, el suelo de las Avenidas ha sido bombardeado y la
porta de Sant Antoni está completamente destruida. Los periódicos hablan
al día siguiente de siete muertos y más de cuarenta heridos.
“Es usted libre”
Apenas unas semanas después llegan las Navidades, las segundas
que Rogelio pasará encerrado. No sabe si lo podrá soportar. “Está
convencido de que no le soltarán, y eso que el nuevo nacionalcatolicismo
es muy de aprovechar fiestas religiosas para hacer 'buenas obras', pero
todavía es tiempo de guerra y nada hace pensar que lo tratarán de
manera especial. Él nota que allí no le importa a nadie”, relata su
bisnieto. “[...] Os pido de corazón que os conforméis, que los hay que
están peor, y confiad en Dios, que pronto ha de volvernos a dar la
dicha, como vivíamos antes [...]”, escribe Rogelio a su familia. Con la
catedral de Palma en el reverso del papel, no sabe, sin embargo, que
será la última postal que enviará.
Ese mismo fin de semana, Francisca acude a rezar al Crist de la
Sang y piensa en ir de nuevo a hablar con el padre Atanasio. Una vez
delante del eclesiástico, le pregunta sin tapujos por qué su marido, sin
haber sido sometido a juicio alguno, lleva tanto tiempo encerrado. Le
implora que haga algo mientras le recuerda que ella y su familia son
creyentes de toda la vida. Unos días más tarde, el cura habla con el
director de Son Granada. Las distintas personas a las que se les
pregunta coinciden en resaltar su buena actitud de Rogelio, padre de
familia y gran trabajador. El jueves 6 de enero de 1938, su nombre suena
por boca de uno de los soldados. Junto a otros presos, es empujado al
interior de un camión con un macuto a la espalda y un hatillo al hombro.
Algunos lloran, sabedores de que el vehículo se dirige al cementerio de
Llucmajor. Rogelio acepta el destino, sea el que sea. Al pasar por la
estación de tren de s'Arenal, el camión frena y un soldado se dirige a
uno de los reclusos. “Es usted libre”. Es Rogelio Fernández, quien ese
mismo día regresará a casa.
Horas más tarde, unos nudillos tocan la puerta mientras
Francisca y los demás se encuentran absortos con los preparativos de la
noche de reyes. Quien sale a abrir es Paco, uno de sus hermanos, que no
reconoce al hombre que tiene delante, delgado, con el cabello corto y
barba de tres días, enfundado en ropa vieja. Francisca se queda sin
aliento y aferra a su marido por el cuello. El ya exrecluso ya no
volverá a trabajar en Minerva y montará su propio taller en casa, en el
que “siempre cobró poco a quienes tenían poco, mucho a quienes tenían
más, y nada a quienes lo necesitaron”, recuerda Escanellas. Nunca
volverá a hablar en público de política. Por la noche, al terminar de
cenar, sube a su habitación y coge con sigilo un pequeño transistor:
“Aquí Radio España Independiente, estación Pirenaica, la
única emisora sin censura de Franco...”, anuncian las ondas. Al cabo de
un rato se queda dormido.
No hace mucho, la madre de Escanellas le enseñó a su hijo una
caja muy antigua en la que custodiaba una extensa colección de postales.
Son las que se enviaron Francisca y Rogelio, quienes permanecieron
juntos hasta el final, y las que dieron pie a esta historia. El
periodista asevera que, una vez cerradas las galeradas de su libro, se
produjo un hecho singular: la causa judicial contra su bisabuelo y otros
cinco acusados fue desclasificada. El periodista pudo tener acceso así a
interrogatorios y demás documentos, uno de los cuales le dejó sin
palabras: Rogelio había sido absuelto por falta de pruebas el 21 de
abril de 1937. Sin embargo, aún permaneció encerrado nueve meses más,
hasta el día de reyes de 1938, sin poder volver junto a su familia." (Esther Ballesteros, eldiario.es, 28/10/22)
"Corría el año 1936, Pilar Terente estaba viuda y
regentaba un bar en La Teyera, en Langreo. Su hijo mayor fue llamado a
filas pero no acudió y se fue a luchar con la guerrilla a los montes
cercanos. Vecinos del concejo integrantes de la Falange comenzaron a
vigilarla y al localizar a varios guerrilleros comiendo en su bar
decidieron denunciarla. «Un día entraron a su casa y la sacaron a palos
con mi padre de 7 años cogido de su mandil. Al llegar a la plaza, a mi
padre le dieron con la culata de la escopeta dejándolo en el suelo
tirado.
Mientras, de otra casa sacaron a Amada Zapico, las pasearon por
todo el pueblo mientras las molían a palos. Horas más tarde unas vecinas
acudieron al alto Santo Emiliano, entre Langreo y Mieres, donde las
vieron ya muertas con los pechos cortados. Por miedo no se acercaron y
vieron cómo las tiraban monte abajo. Nunca pudimos recuperar sus
cuerpos». Así relataba ayer Joaquín Fernández la historia de su abuela y
su vecina. Mañana domingo un monolito en el lugar donde fueron
asesinadas recuperará su historia y las honrará.
El mismo lugar donde apenas un año después
otros dos vecinos del pueblo, que por su edad avanzada no entraron en
guerra, Cecilio González y Vicente Rodríguez, eran asesinados por la
represión fascista, de nuevo denunciados por sus vecinos y «molidos a
palos hasta a muerte. A mi abuelo lo apalearon en la calle porque no
lograban encontrar a sus hijos. No satisfechos acudieron a la casa de
'Cilio', también entrado en años, al que golpearon con la idea de que
desvelase donde guardaba la bandera de la sección del sindicato minero.
No lo lograron. Ambos cuerpos estuvieron tirados varios días en la calle
cerca del cuartel de Santo Emiliano, hasta que un día de madrugada sus
familias lo recuperaron», recordó Chimo Rodríguez, nieto de Vicente.
Cuatro
asesinatos que sus familias lograron sacar del olvido con una denuncia
presentada en 2014 en la embajada de Argentina en Madrid, y que
recordarán en el alto Santo Emiliano donde mañana en su honor, y el de
las numerosas familias que en esa zona perdieron a seres queridos por la
represión franquista, se colocará un monolito realizado en hierro por
el escultor entreguín Javier Fernández.
Un homenaje que cuenta con el apoyo de los
concejos de Langreo y Mieres, este último fletará un autobús a las once
de la mañana desde la plaza del Ayuntamiento para los que quieran
acompañar a familiares y amigos de los cuatro asesinado." (Marta Varela, El Comercio, 25/03/22)
"Rogelio Pérez Rodríguez (...) Sabía leer y escribir. Se dedicaba a la
compra-venta de tierras y ganado, también era destajista; su actividad
permitía que su familia viviese cómodamente. Debido a su trabajo, se
relacionaba con todo tipo de personas.
Era un hombre emprendedor, con
don de gentes, trabajador, destacaba por su solidaridad: siempre estaba
dispuesto para ayudar a los demás. También comentaban: «Lo que le
ocurrió a Rogelio, no tenía que haber pasado».
A principios de noviembre de 1936, fue
detenido en su casa, c/ Virgen del Carmen n.º 2, por el cabo de la
Guardia Civil José Quesada Cantos, junto a un grupo de falangistas del
pueblo, por orden del presidente de la nueva gestora, Eladio Sánchez
Camino, en presencia de su mujer y sus 3 hijos. La escena fue
desgarradora, las suplicas de su mujer no produjeron ningún efecto en
ellos.
Aun así, pidió ayuda desesperadamente a sus vecinos en el corto
trayecto que hay desde su casa a la cárcel del pueblo; nadie salió en su
auxilio, pesaron más el pánico y el miedo. Tan solo una persona oscura y
siniestra se asomó por una ventana, para comprobar que su plan se
estaba llevando a cabo.
Lo llevaron a la cárcel del pueblo, y
allí coincidió con algunos vecinos que también habían sido retenidos
forzosamente. Todos se hacían las mismas preguntas. Le pidió a su mujer
que le preguntase al cura Juan Bautista Gago si él sabía por qué estaba
detenido. Éste le respondió con una falta de humanidad y gran cinismo:
«No te preocupes, mujer, a Rogelio no le va a pasar nada malo». (...)
El jueves 19 de noviembre de 1936, como
cada noche, se repitió la misma escena. El silencio era absoluto. Un
militar comenzó a leer «la saca» en voz alta, hombres que se llevaban y
no volvían más. Dijo su nombre… un escalofrío recorrió su cuerpo,
dijeron que le iban a aplicar el bando de guerra. ¡Cuánta injusticia!,
no le dieron la oportunidad de defenderse. ¿Pero de qué le acusaban?
¿Qué delito había cometido? ¡Cuánta impunidad! Tenía 39 años, no
cumpliría más…
El cansancio, la incertidumbre, el frío
lo habían calado hasta los huesos, haciendo mella en él. Le ataron las
manos, lo subieron a un camión junto a un grupo de hombres y una mujer y
los llevaron a las tapias del cementerio de San Fernando de Sevilla,
llenas de sangre y testigos de tantas muertes inocentes… (...)
Lo recogieron en un camión, fue
trasladado dentro del cementerio, y en una fosa común lo tiraron como a
un perro. Cayó sobre otros cuerpos…. y otros cuerpos cayeron sobre él….
De esta forma quisieron ocultan sus delitos los golpistas.
Con el tiempo, su nieta averiguó que su
trágico final lo decidieron tres individuos de su pueblo, mientras
jugaban una partida de cartas. Motivos: envidias y ambición.
Justificación del hecho: lo acusaron de ser comunista. Se enriquecieron
tras la incautación de todos sus bienes. Todo se volvió de color negro.
La peor pesadilla comenzó para su familia. Lo mataron, pero sigue vivo
en los pensamientos, recuerdos y en los corazones de los suyos, y ellos
transmiten al mundo quién fue y qué hizo en esa corta vida.
Su nieta, después de 80 años de su
asesinato, lo busca y pide Verdad, Justicia y Reparación. Su familia es
el ADN de la memoria. Para que su nombre no se olvide. Para que no se
borre de la memoria." (Tulio Riomesta, 25/11/19)
"(...) El 18 de septiembre de 1936, dos meses después del
fatídico golpe de Estado en España, 22 personas fueron apresadas en
Murillo de Gállego (Zaragoza): “Había mucha gente por el monte y los
caciques de Murillo dijeron que volvieran al pueblo, que nada les iba a
pasar, pero al llegar les rodearon y se los llevaron”.
Lo que sucedió
aquel día, y en los siguientes, es otro episodio de la historia negra
que se esparce por pueblos, aldeas, cunetas y cementerios de este país.
Las frases son de vecinos y familiares que observaron la
atrocidad. Muchos años más tarde, esos mismos ojos (otrora infantiles e
ingenuos y de nuevo llorosos) miraron a la cámara de Osanz para
recordarlo. Son “Los que callaron, los que quedaron”.
Los
que siguen preguntándose por qué y evocan imágenes que se grabaron en
su memoria: “Un panadero le dijo a mi madre: mira qué lista tenemos para
limpiar Murillo”, recuerda uno. “En Murillo nadie se esperaba la
catástrofe, nos cogieron a todos en casa”, rememora su vecina.
Y entre esas personas apresadas estaban Felipa Larraz Beitia, Ramona Barba Marcuello, Antonia Larraz Giménez y Modesta Rasal Vera.
“Llegó el jefe y dijo: a estas cuatro echarlas también. Iban cuatro
mujeres y las echaron en el camión”. Fue la última vez que las vieron
con vida: “Vi a mi madre saliendo de casa y marchando con esos matones… y
ya no se supo nada más”.
Las 22 personas fueron
fusiladas. Algunas en Ayerbe: “Pararon allí, los traían en un camión, y
los llevaron atados hasta este muro. Aquí los picaron. Mira, mira, aún
se notan las balas”, y señala los agujeros en la piedra. El plomo que
sesgó la vida de sus paisanos.
También en Agüero:
“Aquí mataron a 12”, relata un vecino con la entereza que da la vejez:
“Llamaron a otra gente del pueblo para que vieran cómo los mataban y los
enterraran. Traían a gente de izquierdas para que lo vieran, les daban
un escarmiento, pero, claro, tenían mucho miedo de que los fueran a
matar a ellos también”.
A Felipa, Ramona, Antonia y
Modesta las mataron a las afueras de Biscarrués, a menos de 20
kilómetros de Murillo de Gállego. “Las llevaban en un ‘vulquete’,
tapadas con una manta, yo tenía y siete años y pensaba: ¿a quién le
habrá tocado?”. La imagen quedó perenne en el recuerdo de más vecinas:
“Mi tía Rosalía siempre decía que se les veían los pies por debajo de la
manta, y que se preguntaba: ¿quiénes serán estas pobres mujeres? Sin
saber que una era su hermana”.
Sus cadáveres fueron recogidos por vecinos del pueblo y trasladados a
una fosa del cementerio. Allí permanecieron 82 años, hasta que, a
mediados de 2018, se puso en marcha el proyecto para recuperar sus
restos. Los trabajos fueron promovidos por la Asociación para la
Investigación y la Recuperación de la Memoria Democrática de Aragón
(Aidos) y dirigidos por el arqueólogo Hugo Chauntón. (...)" (Óscar F. Civieta, el diario.es, 01/02/19)
"Víctor Manuel
ha convivido con decenas de perros. Pero nadie como Tula. Era capaz de
bajar cada día con la cesta de la comida para su tío de Ribono a Mieres,
donde trabajaba de taquillero en la estación. Tres kilómetros de
trayecto. Y regresaba... Era un animal superdotado. Incluso para intuir
su muerte. “No se me olvida como cuando ya estaba muy mal, mi abuelo
cavó su fosa y ella se metió dentro para tumbarse antes de ser
sacrificada”. Víctor reconocería esa tumba hoy a ojos cerrados, pero le
da rabia que muchas otras anden sin que sepamos quienes las ocupan. (...)
Víctor es un músico de raíz y memoria, de enjundia y
conciencia. “Un optimista escéptico”, se define. Y eso se desprende de
su copla Digo España, un canto de amor con
reproches, pero escrito con la cabeza alta: “Digo España y qué bien
suena esa palabra: No la arrojo contra nadie y contra nada”, reza su
estrofa principal.
Un tema al que vuelve 36 años después de componer España, camisa blanca de mi esperanza:
“Saboreo bien este país, aunque a ratos me gusta y otros, no. Nos pesa
el término como a mi generación nos pesó en su día la bandera.
La hemos
encajado con el tiempo, con la naturalidad con que la han aceptado luego
los más jóvenes después de ganar el mundial de fútbol”.
Las razones están no sólo en la canción en sí, también en el propio disco. Concretamente en temas como He cortado estas flores.
Una topografía amarga de las cunetas. Un exordio cargado por el peso
del silencio que vivió de niño: “A mi abuelo paterno lo fusilaron en
Oviedo. Mi padre casi nunca me habló de ello. El miedo persistió en sus
hijos pero no en los nietos”.
Las preguntas le pesaron tanto que al morir su padre, quiso saber.
“Accedí a su caso. Lo habían denunciado unos ferreteros de Mieres por
haber robado, según ellos, dos estufas. La clase política ha ido a
rebufo de un asunto tan doloroso. Lo fusilaron y lo enterraron en una
fosa donde dicen que en los alrededores hay 1.800 más sin identificar.
Yo iba con mi padre al cementerio de Oviedo y él dejaba unas flores en
un lugar indeterminado, a ojo”. Pero con la imagen del abuelo fija en su
cabeza y las razones mezcladas. “En vez de estufas, creyó que lo habían
denunciado por una cesta de huevos. Aun así, cuando nos trajo a Madrid
de visita una vez, nos llevó al Valle de los Caídos. Qué cosas, ¿no?”. (...)" (Jesús Ruiz Mantilla
, El País, 07/11/18)
"Entre 1939 y 1952 los franquistas
llevaron a cabo 3.358 asesinatos en Cataluña, 75% en 1939-40, de ellos
1.706 hombres y 11 mujeres en el Campo de la Bota de Barcelona.
Tras el
“enterado” de Franco, grupos de 20 personas eran fusilados por piquetes
de la Guardia Civil frente a un un rompeolas, sin conocimiento de sus
familias. Los cadáveres se arrojaban al Fossar de la Pedrera, en
Montjuïc. En España las fosas están llenas de mujeres asesinadas por los
franquistas, de noche, clandestinamente, tras la tapia de un
cementerio.
Eran juicios ilegales sin garantías
procesales, para eliminar al opositor político, vengarse del vencido,
impartir terror a un pueblo que salía de una guerra, donde los rebeldes y
golpistas habían sido los militares franquistas. En los consejos de
guerra contra las mujeres se las acusaba de libertinas, de relaciones
íntimas con compañeros o compañeras.
En ocasiones pagaban por sus
padres, maridos, hijos. A veces la denuncia de un vecino rencoroso,
delaciones o bulos interesados, celos, venganzas personales, intereses
económicos, desencadenaban la detención y el proceso.
Después de pasar por juicios llenos de
irregularidades, procedentes de la cárcel de mujeres de Les Corts,
fueron fusiladas en el Camp de la Bota por sus ideales republicanos,
catalanistas, anarquistas:
Carmen Claramunt Bonet,
natural de Roda de Berà (Barcelona). Fusilada el 18-4-39, con 28 años.
Acusada de “Nefasta para el Glorioso Movimiento Nacional, propagandista
de ideas izquierdistas, catalanistas, celebrar reuniones en su casa,
delación de personas de derechas”.
Claramunt escribió a su tía: “Se ha
decretado la pena de muerte. Tú ya sabes que matan a una inocente “. La
denunció una vecina, María Sallent, a quien habían asesinado los 2
hijos. Se cree que la tía de Claramunt quería dejar una tienda a su
sobrina y la familia Sallent anhelaba el negocio.
Magdalena Nolla Montseny,
natural de Astorga (León). Fusilada el 21-6-39 con 34 años. Fue una
venganza personal ya que el marido había huido a Francia. Una vecina,
que trataría de protegerse de Nolla porque tenía información que podía
perjudicarla, la acusó de participar en el asalto del Asilo Duran, tejer
ropa para los republicanos, abofetear a unas monjas, ser de ERC. Ella
lo negó todo, la fusilaron sin ninguna prueba.
Dolors Giorla Laribal,
natural de Barcelona. Fusilada el 21-6-39 con 27 años. Aunque los
testigos la consideraban inocente, católica, incapaz de actos
delictivos, había denunciado al marido para divorciase, un hombre de
derechas, por tener amantes y por malos tratos. Fue condenada a muerte
por ser “mujer de muy mala conducta, roja, separatista, afiliada a
Esquerra Republicana”.
Eugenia González Ramos,
natural de Hortaleza (Madrid). Fusilada el 11-5-39 con 20 años. Había
trabajado como enfermera en el Hospital de Mataró y diferentes
hospitales de la retaguardia republicana. La acusaron de pertenecer al
PCE y al Socorro Rojo, a la UGT, y de haber matado un falangista, lo que
negó ni se pudo demostrar.
Cristina Fernández Pereda,
natural de Villasinde (León). Fusilada el 13-5-39 con 39 años. Era
portera en Barcelona, casada, un hijo. Una profesión peligrosa, tras la
guerra padecieron fuerte represión por sus supuestas implicaciones para
identificar a posibles quintacolumnistas. Dos vecinas la acusaron de
conducta depravada, de haber matado a un teniente y de denunciar a gente
de derechas que más tarde fueron asesinadas. Nada pudieron probar,
Cristina lo negó todo y afirmó que gracias a ella el propietario del
edificio, donde hacía de portera, salvó la vida.
Ramona Peralba Sala,
natural de Gironella. Fusilada el 16-5-39 con 35 años. Era tejedora.
Tres mujeres la acusaron de haber revelado donde se ocultaba el hermano
de una de ellas. Según los informes de la falange y la Guardia Civil era
“propagandista del desnudismo, las ideas marxistas, extremista afiliada
a CNT, delegada de la FAI en la sección textil de la fábrica Monegal.
Sólo aceptó ser de la CNT.
Neus Bouza Gil, vecina del Poblenou. Fusilada el 26-4-39 con 22 años. Afiliada a la CNT. Delatada por un vecino, fue acusada de defender al gobierno Repúblicano, de ser miliciana de retaguardia en labores auxiliares (cocinando, lavando ropa) en el castillo “de las Cuatro Torres”, y aunque no se le conocía ningún delito de sangre fue acusada de participar en fusilamientos de derechistas sin aportar pruebas.
Virginia Amposta Amposta,
natural de El Pinell de Brai (Tarragona). Fusilada el 8 de agosto de
1939 con 50 años. Fue una de las representantes de la Sección de Oficios
Varios de la UGT donde representaba al Comité de Defensa y Control de
Sant Vicenç dels Horts, de lo cual fue acusada, así como de realizar
“propaganda disolvente siendo maestra de párvulos”, y de instigar el
asesinato de 16 personas en Viladecans, donde actuaba como articulista
en el boletín local de la CNT. Fue detenida con su compañero y también
sindicalista Adolf Casé Pitarque, ambos fueron fusilados juntos.
Elionor Malich Salvador,
fusilada el 8-8-39. 60 años. Era viuda, portera, la acusaron de
denunciar a vecinos, se la conocía como la Roja y su propia madre
declaró que “era de moral muy dudosa y que había vivido maritalmente con
varios hombres”.
Asumpció Puigdelloses Vila, natural de Vic (Barcelona). Fusilada el 27-3-40 con 43 años. Casada.
Inés Giménez Lumbreras, natural de Madrid. Fusilada el 13-11-40 con 24 años. Era estudiante y soltera.
En diferentes poblaciones de Cataluña también fueron fusiladas otras mujeres. Se conocen estos casos:
Salvadora Catà Ventura,
fusilada en el cementerio de Gerona el 25 de abril de 1939 con 37 años.
Estaba casada, era lavandera. Se la acusó de haber matado a un joven
requeté, ser del POUM, participar en el saqueo de iglesias, coser ropa
para el ejército republicano, burlarse de los católicos.
Elisa Cardona Ollé,
fusilada en Tarragona el 22 de abril de 1939 con 21 años, acusada sin
pruebas de haber denunciado diferentes personas de derechas hospedadas
en el Hotel Nacional de Tarragona, donde trabajaba. Siempre se declaró
inocente.
María Martí Iglesias,
fusilada en Lérida con 38 años. La acusaron de informar sobre un cura
escondido. No se pudo demostrar, ella lo negó todo, en el informe se
especificaba que era “mujer de malísima conducta”.
Concepción Guillén Martínez,
fusilada en Lérida el 13-5-43 por participar en la “revolución” con su
compañero, Juan Baeta Sánchez. Se la conocía con el apodo de la Leona.
Encarnación Llorens Pérez,
fue fusilada con su marido y su hijo de 24 años, uno al lado del otro
el 26 de abril de 1939, acusados de haber participado en el asalto al
convento de la calle de Lauria, aunque no había pruebas. En esos días
los sublevados acababan de ocupar Barcelona, estaban sedientos de
venganza, y decidieron ejecutar toda la familia." (Documentalismo Memorialista y Republicano, 23/10/17)