"(...) El 18 de septiembre de 1936, dos meses después del
fatídico golpe de Estado en España, 22 personas fueron apresadas en
Murillo de Gállego (Zaragoza): “Había mucha gente por el monte y los
caciques de Murillo dijeron que volvieran al pueblo, que nada les iba a
pasar, pero al llegar les rodearon y se los llevaron”.
Lo que sucedió
aquel día, y en los siguientes, es otro episodio de la historia negra
que se esparce por pueblos, aldeas, cunetas y cementerios de este país.
Las frases son de vecinos y familiares que observaron la
atrocidad. Muchos años más tarde, esos mismos ojos (otrora infantiles e
ingenuos y de nuevo llorosos) miraron a la cámara de Osanz para
recordarlo. Son “Los que callaron, los que quedaron”.
Los
que siguen preguntándose por qué y evocan imágenes que se grabaron en
su memoria: “Un panadero le dijo a mi madre: mira qué lista tenemos para
limpiar Murillo”, recuerda uno. “En Murillo nadie se esperaba la
catástrofe, nos cogieron a todos en casa”, rememora su vecina.
Y entre esas personas apresadas estaban Felipa Larraz Beitia, Ramona Barba Marcuello, Antonia Larraz Giménez y Modesta Rasal Vera.
“Llegó el jefe y dijo: a estas cuatro echarlas también. Iban cuatro
mujeres y las echaron en el camión”. Fue la última vez que las vieron
con vida: “Vi a mi madre saliendo de casa y marchando con esos matones… y
ya no se supo nada más”.
Las 22 personas fueron
fusiladas. Algunas en Ayerbe: “Pararon allí, los traían en un camión, y
los llevaron atados hasta este muro. Aquí los picaron. Mira, mira, aún
se notan las balas”, y señala los agujeros en la piedra. El plomo que
sesgó la vida de sus paisanos.
También en Agüero:
“Aquí mataron a 12”, relata un vecino con la entereza que da la vejez:
“Llamaron a otra gente del pueblo para que vieran cómo los mataban y los
enterraran. Traían a gente de izquierdas para que lo vieran, les daban
un escarmiento, pero, claro, tenían mucho miedo de que los fueran a
matar a ellos también”.
A Felipa, Ramona, Antonia y
Modesta las mataron a las afueras de Biscarrués, a menos de 20
kilómetros de Murillo de Gállego. “Las llevaban en un ‘vulquete’,
tapadas con una manta, yo tenía y siete años y pensaba: ¿a quién le
habrá tocado?”. La imagen quedó perenne en el recuerdo de más vecinas:
“Mi tía Rosalía siempre decía que se les veían los pies por debajo de la
manta, y que se preguntaba: ¿quiénes serán estas pobres mujeres? Sin
saber que una era su hermana”.
Sus cadáveres fueron recogidos por vecinos del pueblo y trasladados a
una fosa del cementerio. Allí permanecieron 82 años, hasta que, a
mediados de 2018, se puso en marcha el proyecto para recuperar sus
restos. Los trabajos fueron promovidos por la Asociación para la
Investigación y la Recuperación de la Memoria Democrática de Aragón
(Aidos) y dirigidos por el arqueólogo Hugo Chauntón. (...)" (Óscar F. Civieta, el diario.es, 01/02/19)
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