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11/12/13

El nuevo racismo se legitima en la incompatibilidad e irreductibilidad de las culturas, de modo que al Otro se le niegan sus valores y su ser cultural

"El objetivo de todo nacionalismo es la unidad cultural, la construcción de la unidad desde la diversidad para dar lugar a una totalidad diferenciada, coherente y armoniosa. Sin embargo, las culturas no son totalidades perfectamente delimitadas y congruentes con un grupo poblacional, se encuentran en constante evolución y son porosas.

 Como señala Turner, el nacionalismo esencializa la cultura cuando la convierte en propiedad de un grupo étnico; la ‘reifica’ como entidad separada al poner un énfasis excesivo en su carácter definido y delimitado; y la fetichiza al convertirla en insignia de identidad grupal. 

Pero, además, cuando la cultura se hace descansar sobre una base natural el nacionalismo penetra en el territorio del racismo. Al acecho, el racismo sabe que como las culturas son inestables, asalta la tentación de naturalizarlas, pues una cultura disfrazada de naturaleza reclama obediencia. 

Aunque en el nacionalismo vasco todavía afloran tics racistas, como la parodia de Andoni Ortuzar sobre los virus infecciosos de los españoles (Hitler hacía referencia a los virus judíos), ya no sustentan racismo biologicista de Arana que inscribía una diferencia esencial en la naturaleza de vascos y maquetos. Ya nadie defiende la existencia de razas con atributos naturales asociados a características intelectuales y morales.

 El nuevo racismo se legitima en la incompatibilidad e irreductibilidad de las culturas, de modo que al Otro se le niegan sus valores y su ser cultural y es percibido como alguien que no tiene cabida en la sociedad. Según Wieviorka operan dos lógicas: la diferenciación que tiende a rechazar los contactos y las relaciones, y la inferiorización que lleva a la descalificación del Otro presentándolo como taimado, corrupto, despreciable o ignorante.

Las dos vertientes del nacionalismo vasco llevan décadas inmersas en una titánica cruzada cultural. De un lado, el nacionalismo democrático en la tarea de institucionalización político-administrativa del país; de otro, el ala radical con su proyecto de exclusión de elementos extraños a su diseño social.

 Una vez derrotada militarmente ETA, principalmente desde el nacionalismo radical se propone un marco interpretativo con dos bandos en torno a un conflicto. Dice Bauman que, «lo más cruel de la crueldad es que deshumaniza a las víctimas antes de destruirlas». La deshumanización se produce cuando un ser humano es excluido de la categoría moral de ser persona, cuando tiene lugar la desconexión moral.

 Bandura propuso los siguientes mecanismos de desconexión: 1) justificación de la agresión; 2) etiquetaje eufemístico; 3) comparación paliativa o ventajosa; 4) difusión y desplazamiento de la responsabilidad; 5) minimización de las consecuencias y 6) culpabilización de la víctima.

Pues bien, los mecanismos de desconexión que deshumanizaban a la víctima para luego agredirla sin el peso moral de la conciencia fueron articulados en una ideología sólo por el nacionalismo radical. 

Desde variadas instancias (medios de comunicación, enseñanza, organizaciones políticas y sindicales, etcétera) se elaboró un discurso que etiquetaba al agredido (txakurra) y al agresor (los jóvenes descarriados de Arzalluz); minimizaba o ridiculizaba el mal («Ortega Lara vuelve a la cárcel» decía un titular de Egin cuando aquel fue liberado); comparaba la violencia de ETA con la legítima del Estado de derecho; culpabilizaba a la víctima (algo habrá hecho); desplazaba u oscurecía la responsabilidad o, en fin, justificaba sin más el asesinato por el conflicto. 

Exceptuado un periodo muy determinado de terrorismo anti-ETA y de violencia ilegal de Estado que los constitucionalistas han repudiado, nunca el constitucionalismo activó dinámicas de desprecio, nunca tuvo lugar una respuesta organizada a la violencia del nacionalismo radical. La hipótesis del conflicto se desvanece porque nunca el constitucionalismo se organizó para deshumanizar a quien luego sería agredido.

Karl Jaspers publicó en 1946 –fecha del juicio de Nuremberg– un pequeño texto titulado ‘La cuestión de la culpa’ y en el que se preguntaba por la responsabilidad por los crímenes nazis. ¿De quién fue la culpa? ¿De un puñado de criminales? ¿De una coyuntura histórica? 

Jaspers estableció cuatro conceptos de culpa: penal, moral, política y metafísica. La culpa penal concierne al delincuente que transgrede el código penal. Sin embargo, los crímenes fueron posibles porque una mayoría de alemanes fueron espectadores que se desentendieron de las agresiones. Por ello, para Jaspers fueron moralmente culpables de las atrocidades. En tercer lugar, hubo una culpa política porque amplias capas de ciudadanos se dedicaron a medrar en un Estado criminal.

El Plan de Paz y Convivencia del Gobierno vasco obvia el concepto de culpa. Señala que «es propio de la condición humana el rechazo impulsivo de la culpa. Nadie quiere cargar con ella…el pasado nos aleja porque estimula el miedo al dolor de la culpa».

 El plan no contempla la existencia de culpa moral porque sostiene que tenemos una sociedad adulta con unas cuantas ideas claras (sic), cuando aquí el terrorismo fue posible porque la mayor parte de los vascos se limitaron a observar las atrocidades. 

Y tampoco se hace referencia a la culpa política que concierne a los partidos nacionalistas que obtuvieron ventajas políticas y consolidaron su poder por el acoso a los constitucionalistas. Con la sociedad vasca ya muy fracturada, los nacionalistas no sólo tratan de ocultar la culpa moral y política, sino que, además, unos se identifican con el pasado violento; y otros, con las heridas del terrorismo nacionalista aún abiertas, tienen la osadía de proponer un nuevo Estatuto. Y dicen que quieren construir una plaza pública en la que tengan cabida todas las familias políticas…"              (IÑAKI UNZUETA /  Profesor de Sociología, EL CORREO 11/12/13, en Fundación para la Libertad)

3/2/10

La culpa en la sociedad chilena

"Pero lo más contundente, y lo más claro, se halla en el editorial que El Mercurio publicó el 13 de enero con el título Memoria respetable, pero parcial. Se trata de un editorial golpista (he pensado bien ese término antes de utilizarlo) en versión humanizada: golpe de Estado, sí; violación de derechos humanos, no.

O sea, dictadura sí (sólo cuando es necesaria), violencia no. Es en esta distinción en la que se basa la búsqueda de respetabilidad del pinochetismo social. Y el problema -y éxito- del Museo es que torpedea la línea de flotación de esa retórica.

Parece, pues, que el fondo del asunto es que sólo "aparecen" en el Museo los torturados, los detenidos-desaparecidos, los ejecutados por la dictadura, todo aquello que recogieron las Comisiones Rettig y Valech. Es unilateral: no aparecen todos. Ése es el problema. Sin embargo, eso no es cierto. En realidad todos aparecen en el Museo.

Quienes argumentan que sólo aparece una parte de la sociedad chilena no se dan cuenta -o quizá no quieren darse cuenta- de que esos ciudadanos destruidos por la dictadura no son una historia, o un relato, y aún menos una parte de la sociedad, sino que en realidad incluyen toda la historia, todo el relato contemporáneo que está en debate, y toda la sociedad, puesto que el daño sufrido incluye a los perpetradores directos, y también a los que aplaudieron pero no actuaron, a los que miraron hacia otro lado, a los compungidos y a los horrorizados, es decir, a toda forma de conducta, a toda moral.

Ésa fue la advertencia de Jaspers cuando nos aleccionó sobre el problema de la culpa en la sociedad alemana del Tercer Reich. De las cuatro culpas que estableció -criminal, política, moral y metafísica-, es la última la que nos muestra en qué modo lo sucedido a uno incluye la responsabilidad de otros; en sus propias palabras, "hay una solidaridad entre hombres como tales que hace a cada uno responsable de todo el agravio y de toda la injusticia del mundo, especialmente de los crímenes que suceden en su presencia o con su conocimiento. Si no hago lo que puedo para impedirlos soy también culpable". (RICARD VINYES: El 'problema alemán' en Chile. El País, ed. Galicia, opinión, 30/01/2010, p. 31 )