Los prisioneros son subidos a trenes que recorren el nordeste de Alemania antes de llegar a Ravensbrück. Los que son capaces de caminar emprenden una marcha de la muerte hasta el campo de Wöbbelin. El Ejército de EE.UU liberó este campo satélite el 2 de mayo de 1945. Durante las evacuaciones, Wöbbelin se convirtió en el punto de convergencia de muchos convoyes. Los documentos de posguerra recogen que Manuel llega a Ranvensbrück y después vuelve a ser evacuado hacía Wöbbelin.
"¿Puede haber poesía después de Auschwitz?"(Adorno).............. "¡Es un deber vivir después de Auschwitz!"(Imre Kertéz).............
5/3/20
Manuel nunca habló de su pasado, que la enfermedad y las secuelas físicas y psíquicas de la deportación le acompañaron toda la vida, ya que fue hospitalizado en numerosas ocasiones y tenía episodios de paranoicos: «que vienen los alemanes» gritaba
Los prisioneros son subidos a trenes que recorren el nordeste de Alemania antes de llegar a Ravensbrück. Los que son capaces de caminar emprenden una marcha de la muerte hasta el campo de Wöbbelin. El Ejército de EE.UU liberó este campo satélite el 2 de mayo de 1945. Durante las evacuaciones, Wöbbelin se convirtió en el punto de convergencia de muchos convoyes. Los documentos de posguerra recogen que Manuel llega a Ranvensbrück y después vuelve a ser evacuado hacía Wöbbelin.
13/5/15
“Auschwitz no se puede perdonar pero yo siempre he vivido sin odio"
Fue el 10 de mayo de 1940. Alemania invadió Bélgica. [La guerra había comenzado en septiembre de 1939]. Todo fue muy rápido: el 17 de mayo las tropas alemanas entraron en Bruselas y el 28 el rey Leopoldo firmó la capitulación. Poco después cayó París... Ese año, los alemanes no se mostraron particularmente peligrosos. (...)
Nos mudamos de barrio, nos quitamos la estrella amarilla de nuestras ropas y conseguimos una documentación nueva con nuevas identidades. Yo dejé de llamarme Paul Sobol. Ahora era Robert Sachs. Me puse Sachs por el inventor del saxofón, Adolphe Sax, que fue belga. Así estuvimos dos años. (...)
Ocultos, con otros nombres, vivimos casi dos años hasta que el 13 de junio de 1944, una semana después del desembarco de Normandía, la Gestapo nos detuvo. Alguien nos había denunciado e irrumpieron en plena noche en nuestro apartamento. Mi padre, que hablaba alemán, les dijo que se equivocaban pero ellos sabían que no, sabían a qué habían venido. Nos llevaron donde llevaban a todos, al acuartelamiento de Dossin, en Malinas.
¿Cómo fue el viaje?
Íbamos 50 o 60 en cada vagón. No cabíamos, teníamos sed y hambre, pero sobre todo mucha sed, y no nos daban nada. Había gente por todas partes, hacíamos nuestras necesidades allí mismo… Era verano y hacía mucha calor. A la tercera noche, el tren se detuvo, se abrieron las puertas y nos ordenaron bajar mientras éramos enfocados por proyectores de una luz cegadora. Era Auschwitz.
¿Qué comprendías?
¿Has estado allí?
Sí.
Pues entonces lo has visto. ¿Y pudiste comprender?
Estoy aquí, hablando con usted, para comprender… para tratar de imaginar, qué pudo ser aquello.
No se puede entender, salvo una cosa: Auschwitz no se trata de muertos en una guerra, Auschwitz fue, y eso lo sabías estando allí, toda una maquinaria burocrática e industrial, una cadena de elementos en serie, perfecta y conscientemente diseñada para el asesinato en masa de manera efectiva y rápida de millones de personas.
Nunca. Si empiezas a decir eso estás muerto. Siempre he sido optimista, he mirado hacia el futuro, yo era joven, tenía 18 años y quería vivir, quería sobrevivir a Auschwitz, siempre miré hacia el futuro, nunca hacia el pasado, siempre traté de usar mi creatividad, de hacer cosas para salir adelante, primero me ofrecí voluntario para un equipo de trabajo, luego dije que era carpintero y eso me ayudó, aunque era mentira, lo cual también me puso en una situación complicada, y cuando estuvieron a punto de pillarme en la mentira, convencí a un kapo para dedicarme a decorar pequeñas cajetillas para guardar el papel del tabaco...
Yo no tengo nada, ni siquiera sé si mi familia está viva o no. Cinco días después llega mi hermana Betsy y eso es todo. No tenemos casa, familia, trabajo ni formación, toda Europa está destruida y hay que reconstruirla.
No, nunca, a nadie, ni siquiera a mi hermana. Sé que ella se salvó porque la separaron de mi madre cuando estuvo en Birkenau y se la llevaron a Alemania a trabajar a una fábrica y allí le pilló el final de la guerra. Mi madre, mi padre y mi hermano, lo supe después, murieron en las caravanas de la muerte. Pero Betsy y yo nunca hemos hablado entre nosotros de nuestra estancia en Auschwitz.
¿Ha vuelto a Auschwitz?
Auschwitz seguía estando escondido en mi memoria hasta que un día, a finales de los 80, mi hermana Betsy me dijo: “¿Por qué no vamos a Auschwitz?”. Yo le dije que no, no tenía nada que hacer allí, no quería volver. Pero Betsy me dijo que era el lugar donde nuestros padres y nuestro hermano habían muerto y que podríamos ir allí como la gente va a los cementerios, para visitar el lugar donde reposan sus seres queridos, al fin y al cabo nosotros no teníamos ningún lugar al que ir. Así me convenció y fuimos juntos.
Esto fue después, cuando Spielberg creó la Fundación Shoah. Empezaron a hacer llamamientos para recoger testimonios. Yo me puse en contacto con la Fundación Auschwitz en Bruselas y me presenté. Fui el primer testimonio que recogieron en Bélgica. Entré en una sala, colocaron una cámara ante mí y empecé a hablar y estuve hablando dos horas y media. Al final, me dieron la cinta y con ella me fui a mi casa.
¿Se puede perdonar Auschwitz?
Jamás se puede perdonar una cosa así, quién puede perdonar eso, cómo puedo perdonar que asesinaran a mi madre, a mi padre y a mi hermano, que me lo quitaran todo de esa manera. No se puede. Pero dicho esto, nunca he soñado ni he tenido pesadillas sobre Auschwitz.
Algo tan grande y tan horrible nunca se podrá se olvidar. Por eso tantas personas hemos prestado su testimonio, para que nuestra voz, nuestro relato siempre se oiga. Aunque también soy consciente, y lo dije en la primera visita que hice a Auschwitz en 1987, de que llegará un día en que puede suceder como hoy pasa en Waterloo.
5/10/11
"No es fácil describir ese progresivo envilecimiento, insidioso, casi irreversible, del hombre concentrado que se convierte en lobo para sobrevivir, en quimérico para seguir siendo cuerdo"
Hessel contaba las horas, atrapado en esa contradicción tan salvaje que debe sentir alguien cuya vida depende de la muerte de otro. "Mis sentimientos son los de un hombre salvado en el último instante. ¡Qué alivio!", escribió el 21 de octubre de ese año.
Ya como Michel Boitel, fue enviado a una fábrica de trenes de aterrizaje del Junker 52 en el campo de Rottleberode, del que se fugaría por unas horas. Ni siquiera entonces le mataron, lo que no deja de ser otro golpe de suerte.
Y también sobrevivió a la siguiente escala en Dora, el campo de exterminio ultrasecreto donde se fabricaban los V-1 y V-2 empleados en el bombardeo de Londres, aunque fuese a cambio de sumergirse en "el horror puro, absoluto": desnudaba cadáveres a cambio de dos rodajas de salchichón. "Nos pasamos el día tirando de ropas cubiertas de sangre y excrementos, palpando carnes frías", describe en Mi baile con el siglo, las memorias que lanza Destino en España el próximo miércoles.
Finalmente saltó del tren en marcha en el que los alemanes evacuaban a los presos hacia el norte y se convirtió, con el tiempo, en uno de esos testigos excepcionales de algo imposible de digerir pasadas seis décadas. "No es fácil describir ese progresivo envilecimiento, insidioso, casi irreversible, del hombre concentrado que se convierte en lobo para sobrevivir, en quimérico para seguir siendo cuerdo", reflexiona. (...)
"Ya no sé si entiendo a aquel joven de los años 1940 a 1945, francés por elección, patriota por contexto, imprudente por su juventud, particularmente afortunado, superviviente en más de una ocasión, políglota, narcisista y egoísta", confiesa en un pasaje. (...)
"Lo que queda incrustrado en el recuerdo, 55 años más tarde, son los episodios en los que tuve un buen papel, y con razón, puesto que el hecho de no haber combatido, de no haber llevado a cabo nada para frenar el avance alemán, de haber participado en la desbandada general queda silenciado: solo salvé mi cuaderno de notas, que luego perdí".
Ahí arranca su activismo, pero la gran clave que explica a este hombre al que el siglo XX le dio excusas para ser detestable y, sin embargo, eligió sonreír está en otro pasaje de su libro, donde aflora el sentido de la responsabilidad que atenaza a quienes salieron vivos del experimento de Hitler: "No se trata tanto del orgullo de haber sobrevivido, sino de la vergüenza de haber permitido que el horror comience de nuevo, aquí o allá, en ese mundo que creíamos que no volvería a ver una cosa semejante".
El escritor Elie Wiesel, también superviviente, resumía con simpleza y complejidad apabullante la contradicción de aquellas víctimas: "Es imposible contar, pero está prohibido callarse". (El País, 02/10/2011, p. 43)
7/7/11
"Se dieron escenas de abusos de soldados a mujeres de presos... y casos de contraprestaciones sexuales para lograr algún favor"
— Sin duda, yo lo pondría al mismo nivel que Illetes y Bellver. El caso de la cárcel de Can Salas también es digno de estudio, aunque sin la existencia de ´sacas´. La verdad es que el tema me ha absorbido emocionalmente, porque mientras escribía era consciente de que muchas personas me hacían depositario de sus historias.
Y me impresionaba que gente de distintos lugares que ni se conocían, coincidiesen punto por punto en sus relatos.
—¿Somos conscientes los mallorquines de lo que sucedió allí?
— Se sabía que allí pasaba algo que no estaba bien, pero, en general, a nivel social sigue habiendo un gran desconocimiento. Hablamos con horror de los campos nazis, y lo mismo pasaba en las avenidas de Palma.
Hay que tener en cuenta que muchos presos quisieron ocultarlo todo a sus familias para intentar olvidar, pero también para protegerlas. Haber estado encarcelado por rojo era una gran mancha social para sus familiares, y a eso hay que añadir que habían estado sometidos a una enorme presión psicológica, conviviendo en un metro cuadrado por persona durante años y prácticamente a oscuras.
Un preso, al salir de Can Mir no quiso hablar de nada con nadie y lo primero que hizo al llegar a casa fue abrir la jaula de su jilguero. Curiosamente, el jilguero no quiso salir. (...)
—¿Le ha impresionado conocer la organización interna que llegaron a tener los presos?
—Me ha impresionado su voluntad de mantener la dignidad y de luchar contra el abandono personal en el que podían caer, aunque hubo muchos casos de presos que ingresaron en el manicomio. También me impacta su solidaridad a la hora de crear un fondo económico para ayudar a las familias de los ejecutados.
En las cartas ´oficiales´ que enviaban prácticamente no podían decir nada, pero se las ingeniaban para escribir papelitos y esconderlos en la ropa o en el doble fondo de una cesta. Escribiendo lograban evadirse y no sucumbir, pero al mismo tiempo, evitaban contar la realidad de la prisión para no preocupar a la familia.
—¿Hasta qué punto tuvieron que humillarse algunos familiares para hacer llegar comida o cartas a un preso?
—Se dieron escenas de abusos de soldados a mujeres de presos y casos, que siempre se han comentado, de contraprestaciones sexuales para lograr algún favor. Existió además una doble represión a algunas mujeres que después de perder a su marido se encontraron con el rechazo de los padres y familiares de éste.
Conozco varios casos de mujeres obligadas a prostituirse, es decir, condenadas a ser violadas de forma sistemática. Aunque también es verdad que había soldados de Can Mir que decidían colaborar al ver la situación de los presos y eran más permisivos.
Tenemos el caso del primer director de la cárcel, Toni Cañellas, que reivindicaba un trato más humano para los presos y protestó por algunas ´sacas´. Finalmente, lo encarcelaron tras una denuncia por haber dejado entrar una niña. (...)
—Y a partir de Can Mir comenzó a interesarse por las ´sacas´ y los juicios franquistas.
—No, lo primero de todo que me interesó fue el tema de las ´sacas´ y las ejecuciones, porque me obsesionaba saber qué puede pasar por el cerebro de una persona que hace algo así. Pero finalmente opté por dedicar el libro completamente a los presos e ignorar a los asesinos.
Considero, y esta es la única parte subjetiva del libro, que no pueden estar al mismo nivel unos que otros. Quise explicar como se entraba en Can Mir, cómo se vivía (salud, alimentación, ocio...), y cómo se salía. (...)
—El terror de los presos eran las listas de ´liberados´.
—Casi cada día entraba un falangista con la lista en la mano, y su crueldad era tal que, por ejemplo, caminaba hacia un preso como si fuera el elegido y después daba media vuelta. O decía "Antonio..." y se quedaba en silencio mientras todos los ´antonios´ quedaban aterrorizados.
A un preso, Jaume Pellicer, lo salvó un conocido suyo, el comandante Feliu. Lo bajaron del camión con los ojos vendados y cuando le quitaron el pañuelo frente a él había dos hombres muertos, uno de ellos crucificado y destripado.
—Al narrar esos desastres uno se pregunta, ¿Cómo es posible llegar a esto?
— Paul Preston explica que revisando los discursos de la derecha y la Iglesia reaccionaria de aquella época se entiende que se consiguió que una parte de la sociedad dejara de ver a los de izquierdas como personas. Y el paso siguiente era eliminarlos.
Can Mir es la historia de una infamia y una tragedia, y por esta razón se debe conocer, se tendría que explicar en los institutos. Ni una sola de las familias que he entrevistado pide venganza ni revisiones, sólo quieren recuperar la dignidad pública de sus familiares.
¿Cómo podemos entender que la única placa que recuerda Can Mir esté justo al lado de la placa del principal financiador de la represión: Joan March? ¿Qué podemos pensar cuando vemos que el Rey acude a los homenajes de Mauthausen pero no a los España? Sólo puede explicarse como una cuestión de insensibilidad democrática. Una anomalía política.
—¿Cuándo cerró sus puertas Can Mir?
— En enero de 1941. Los presos considerados sanos fueron trasladados a Formentera. Creo que se cerró porque se consideraba que la situación estaba ´normalizada´, pero también es posible que hubiera desavenencias con el propietario por el precio del alquiler.
En unos años comenzó a funcionar la sala Augusta de cine, que ninguno de los presos supervivientes quiso pisar jamás. Se referían a ella como la sala Angustias, del mismo modo que la prisión de Can Mir fue bautizada como Hostal Tauló, al ser un antiguo almacén de maderas. " (Manuel Suárez Salvà: En las avenidas de Palma pasaba lo mismo que en los campos nazis de Alemania´, Diario de Mallorca, 06/07/2011)
31/5/11
"Intento olvidar el pasado pero no puedo. Aparece una y otra vez. Cada vez que me preguntan vuelve desde el fondo de mi cabeza"
"Allí éramos todos candidatos a la muerte: 'Espera a mañana; mañana te matamos', nos decían", recuerda a sus 84 años desde una cafetería con vistas a la Gran Vía de Madrid. Después del campo polaco le trasladaron a Buchenwald y de allí al de Dora-Mittlebau.
Es un superviviente del Samuradipen, el Holocausto gitano orquestado por los nazis. Medio millón de personas sinti y romá en Europa no se salvaron; parte de su familia tampoco. "Antes de la guerra éramos 21 miembros, después quedamos mis dos hermanas y yo". (...)
"Intento olvidar el pasado pero no puedo. Aparece una y otra vez. Cada vez que me preguntan vuelve desde el fondo de mi cabeza". (...)
A los 15 años le expulsaron de la escuela, le metieron en la cárcel, estuvo recluido en tres campos de concentración y, cuando la guerra estaba a punto de acabar, le sacaron del recinto. Su destino: una cuneta.
"Nos reunieron en grupos de 100 o 150 personas y nos dijeron que íbamos a Hamburgo, a la fábrica de aviones. Empezamos a caminar y durante 14 días casi no paramos. Fue espantoso". Así describe una de las múltiples todesmarsch (marchas de la muerte) que se sucedieron, al final de la guerra, en Alemania. (...)
"Mis experiencias son todavía importantes. Se trata de algo que no se debe borrar", cuenta antes de levantarse para curiosear en el bufé. (...)"Me crié en Austria", aclara, y califica de "inaceptable el trato que Francia o Italia están dando a los gitanos". "Esas acciones son una razón más para recuperar mis memorias y divulgar la historia de mi vida. No podemos permitir que se repita algo así.
En Alemania, que se presenta muy abierta al mundo, también existe racismo. No es evidente pero está ahí, latente. Eso es algo que no debe pasar en los países modernos de Europa", sentencia." (FRANZ ROSENBACH: "Intento olvidar el pasado pero no puedo". El País, 30/05/2011, última)
25/3/11
"Como una sombra negra que miraba con crudeza y con una fragilidad tan sobrada de carácter que imponía más que el pelotón que acribilló a su hijo"

"Carmen Fernández Seguín (Coalloso, 1905- Sandiás, 1999) se murió a los 93 años en la casa familiar sin abrir la boca. Jamás dijo una palabra sobre su activa participación en la Guerra Civil, ni sobre su condena a muerte, ni sobre sus años de cárcel, ni sobre las vejaciones a las que fue sometida entre rejas, ni sobre el fusilamiento de su hijo mayor. Sencillamente "no hablaba de nada, parecía muda, casi daba miedo".
Clara Aparicio de Dios tiene 20 años y se le hinchan los poros desvelando emocionada la historia callada de su bisabuela paterna. La bisabuela Carmen, que murió cuando ella apenas tenía siete años, le parecía un ser extraño.
Hace tres, comenzó a preguntar por ella y ha conseguido hilar una historia -una más de las de miles de vidas ocultas de mujeres singulares- que abre, crujiendo, las páginas pegadas del pasado reciente. Carmen Fernández callaba sus desgracias. Se casó con Jesús de Dios, organizador del Partido Comunista en Sandiás, y se quedó viuda apenas cinco años después.
Una viuda viva: hizo suyo el legado político de su compañero y ejerció el activismo ideológico hasta en la cárcel de Alcalá, donde pasó cerca de 10 años, la mayor parte creando células del partido y organizando huelgas. Con represalias, naturalmente.
"A mí me parecía como un sargento, siempre seria, siempre distante, siempre callada", recuerda la bisnieta su mirada de niña a la anciana que posaba con dureza sus ojos sobre la vida. Clara comenzó a interesarse por aquella figura sobria que presidía con su carácter mudo el mundo familiar.
Su abuelo -Camilo de Dios , que formó en 1948 el grupo que intentó liberar a los líderes guerrilleros condenados a muerte de la cárcel coruñesa, y también él condenado a muerte, de la que se libró por su corta edad- comenzó a contarle la historia "poco a poco". "Con todo lo que me ha dicho en estos tres años aún no sé nada de nada", lamenta Clara.
"Está claro que la bisabuela tenía muchísimo carácter, mucho genio", tira del hilo de su historia para dar a conocer el esfuerzo y el castigo y el silencio que marcaron la vida de su antepasada y la de muchas otras mujeres anónimas.
"Recuerdo que yo le decía a mi madre que me daba miedo y ella me contestaba, 'quita, quita'; decía que eran tonterías mías", recuerda ahora la impresión que le causaba la bisabuela a la que ahora comprende. "Había pasado muchísimo y en casa no se hablaba de eso.
Nada. Pero yo ahora quiero saber y quiero que se sepa". A Clara siempre le llamó la atención que esa mujer de carácter vistiera de negro, no de luto. "Incluso se casó también de negro. No sé por qué esa elección, pero siempre fue así".
Los cinco años que Carmen Fernández vivió con su marido los pasó huyendo. Enseguida estalló la guerra y ambos escaparon a Portugal. Considerando que él era el referente comunista en la comarca, no fue fácil. Tuvieron que mediar dos hermanos falangistas del bisabuelo.
En esos cinco años de matrimonio, a De Dios le dio tiempo para trabajar en Portugal dedicado al "arreglo de todo tipo de cosas", a regresar esporádicamente a España de forma clandestina, a ser condenado y encarcelado y a recalar en Sandiás, donde murió en la cama. Mientras tanto, Carmen asumió su papel.
"Hizo de enlace antes, durante y después de la guerra pasando información y víveres a su marido y a los camaradas", cuenta Clara las "tareas" que forjaron el carácter de la bisabuela.
Ya en 1950, la sobria Carmen Fernández Seguín viajó a Ávila con su hijo mayor, Perfecto, para ponerse en contacto con la agrupación guerrillera de aquella zona. Pero madre e hijo caen en esa operación. Él es fusilado y a ella la ingresan en la cárcel de Ávila, desde donde la trasladan a Ourense.
"Aquí la juzgaron y la condenaron a 30 años de cárcel y a muerte, claro", relata Clara los hechos aislados con los que va construyendo la trayectoria política de la adusta antepasada. Solo cumplió 13 años de cárcel.
Pero durante ese tiempo, la silenciosa y espartana anciana que intimidaba a la pequeña Clara, organizó células del partido en la prisión, donde llegó a promover huelgas y protestas. "Y la vejaron no sé de qué forma. Porque mi abuelo no ha querido contarme todavía nada de eso".
Fuera de la cárcel la activa militante comunista selló sus labios, pero no dejó de hablar. "Colaboró en Mundo Obrero [el periódico del PCE] y en otras revistas ilegales y panfletos subversivos".
Después regresó a Sandiás y allí pasó los últimos años de la dictadura y la democracia mientras llevaba una vida "completamente normal", completamente anónima, en la casa familiar. Como una sombra negra que miraba con crudeza y con una fragilidad tan sobrada de carácter que imponía más que el pelotón que acribilló a su hijo." (El País, Galicia, 24/03/2011, p. 8)
18/3/10
"Aún hoy, a mis 92 años, me despierto por las noches aterrorizado... mientras mi mente cree que estoy siendo torturado todavía por aquel monstruo"
Hace apenas unas semanas, en conversación con este diario, confesaba: "Aún hoy, a mis 92 años, me despierto por las noches aterrorizado y envuelto en sudor mientras mi mente cree que estoy siendo torturado todavía por aquel monstruo", relataba con emoción. Desde entonces, arrastraba un acentuado déficit visual a consecuencia de las penalidades y violencias sufridas." (El País, ed. Galicia, obituarios, 17/03/2010, p. 45)
12/3/10
El final del duelo
Lorenza y Paola presenciaron aquel espanto. Pero ellas no se llamaban Einstein y se salvaron. "Compartimos la dicha de vivir juntos, y nos separaron en la muerte porque éramos de razas distintas. Pero mi tío ni siquiera era practicante", recuerda sonriendo Lorenza en su luminosa casa romana, cerca de Campo dei Fiori. (...)
"Al principio intenté fingir que aquello no pasó", cuenta. "Me fui a Londres a estudiar cine y me enamoré del director de la universidad. (...)
Cuando regresó, en 1959, se acabó el fingimieto. "Paola se había casado con un psiquiatra. Yo enfermé. No dormía, tenía alucinaciones y ataques de catatonia. Un colega de mi cuñado, gestaaltiano, me dijo que si quería curarme tenía que volver a la casa y escribir mis recuerdos. De modo que fui con un amigo francés, Guillaume, nos instalamos en una casa cercana y empecé a escribir".
Las primeras líneas tenían forma de diario escolar: "Ejercicio de redacción: 'Contad lo que habéis hecho hoy'. Desarrollo: "Hoy, el Duce ha hablado en la escuela y nos ha dicho que hagamos gimnasia para volvernos fuertes y educados y estar listos para acudir a su llamada en defensa de nuestra gran Italia porque estamos en guerra".
La niña que fue era la narradora de la historia. "Tiré la página a la papelera. Mi amigo la recogió y me dijo: 'Estás loca, es estupenda. Tienes que escribir todo el libro así'. Y eso hice". Cuando acabó, en 1961, Mazzetti tituló el libro El cielo se cae. (...)Federico Fellini dijo que nunca se había divertido tanto leyendo un libro, y que por fin alguien contaba la guerra desde otro punto de vista.
El cielo se cae se recibió como una ficción y Lorenza no sacó a nadie del error. Se había curado y eso era lo que contaba. Luego se puso a trabajar en la RAI, dirigió teatro para niños, se hizo comunista, la echaron de la RAI, se enamoró del hijo de un fundador del PCI y se casó con un cirujano partisano.
No tuvo hijos, escribió algunas historias más, pintó y siguió conforme con su pobreza." (El País, ed. Galicia, 11/03/2010, p. 40)