Mostrando entradas con la etiqueta a. Supervivientes: olvido. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta a. Supervivientes: olvido. Mostrar todas las entradas

5/3/20

Manuel nunca habló de su pasado, que la enfermedad y las secuelas físicas y psíquicas de la deportación le acompañaron toda la vida, ya que fue hospitalizado en numerosas ocasiones y tenía episodios de paranoicos: «que vienen los alemanes» gritaba

"Manuel Pérez Taboada nace el 19 de agosto de 1917 en Santa María de Xeve, parroquia de Pontevedra (No se ha podido localizar su acta de nacimiento). Hijo de Antonio, de profesión cantero y de Manuela, padres de nueve hijos en total. Nieto por línea paterna de Francisco y Josefa, naturales de Santa María de Xeve, y por línea materna de abuelos desconocidos ya que su madre Manuela fue entregada en la inclusa cuando nació.

Manuel trabaja como sastre y se afilia a la UGT. En un informe de la Prefectura de París de 1946 confirma este hecho y añade que también es anarquista.

Durante la Guerra de España, es movilizado por el ejército franquista, pero el 24 de octubre de 1937 deserta y se pasa el republicano, combatiendo primero con la 43 Brigada Mixta creada en Madrid en noviembre de 1936 y después con la 176 B.M. enviada al  Frente del Ebro como reserva, aunque uno de sus batallones llega a intervenir en los combates. La Brigada combate en Artesa de Segre y por último participa en el intento de defender Vich antes de pasar la frontera francesa. El 27 de agosto de 1938 es ascendido a sargento de la 176 B.M. «como premio a su distinguido comportamiento en distintas operaciones de guerra.»

Cruza la frontera francesa el 12 de febrero de 1939 por Port Bou y es internado en los campos de Argelès sur Mer y Le Barcarès, en el que permanece hasta febrero de 1940, movilizado en la 130ª Compañía de Trabajadores Extranjeros.

En 1941, por orden de los alemanes es trasladado a Bordeaux. Pasa un mes en el Cuartel Niel. En este antiguo cuartel —del que se apodera el ejército alemán las tras invasión de Francia —, son confinados miles de prisioneros españoles y de otras nacionalidades para ser distribuidos como trabajadores esclavos en distintas empresas y en la construcción de la base submarina. Entre otros destinos, Manuel trabaja en el aeródromo de Cognag y en la empresa alemana Carlet ubicada en Royan y en Bordeaux.

En 1942 se une a Marie Luise Merino, nacida el 27 de marzo de 1922 en Rozière sur Crise (Aisne), hija de Eulogio y María Antonia, españoles emigrados a Francia tras la Primera Guerra Mundial y naturalizados como franceses en 1931. El día 10 de diciembre de 1943 nace la primera de sus tres hijas.

Tras una denuncia es arrestado el 12 de febrero de 1944 en su domicilio de la calle Jules Guesde de Bordeaux «con más camaradas acusados de propaganda contra las autoridades ocupantes.» Encarcelado en Fort du Hâ, una antigua fortaleza del siglo XV que los nazis han convertido en prisión para los resistentes, es interrogado, torturado, e incomunicado durante su cautiverio. En mayo de 1944 se procede a su trasladado al Fort de Romainville, anexo al campo de Compiègne (Fronstalag 122), uno de los centros de deportación para presos políticos y resistentes, donde queda registrado con el número 35817, hasta que el 21 de mayo es obligado a subir a un tren con 2004 prisioneros, 195 de ellos compatriotas, que engrosan el convoy que les conducirá a Neuengamme, campo en el que ingresa el 24 de mayo de 1944 como prisionero político, de profesión cortador, asignado al block num. 10 (matrícula 32009).

El campo principal se encuentra en Neuengamme, un distrito de Hamburgo próximo al río Elba. Cuenta con más de 60 subcampos. Los prisioneros tienen que trabajar en la producción de armamento y  construcción de búnkeres en plantas industriales y plantas de producción subterránea. También son obligados a recoger escombros y reparar carreteras. Llegan a estar internados en él alrededor de 750 españoles.

Se conservan muy pocos documentos originales de los prisioneros de Neuengamme, debido a que las SS ordenaron la destrucción de todos los archivos cuando los aliados iban ganando posiciones en la Guerra. Las Haftlinskarte, o tarjetas de prisioneros se elaboraban en la oficina administrativa de la SS con el objeto de distribuir a los prisioneros para realizar trabajos forzados. No hay nombres en las tarjetas, solo la fecha de nacimiento y número de prisionero. También contienen información sobre el traslado de prisioneros a otros campos de concentración y el tipo de trabajo forzado que realizan.

Por compilaciones de posguerra, así como los datos que figuran en el expediente de deportación en los Archivos de Caen, y un informe de la Prefectura de Policía de París que recoge el testimonio de Manuel Pérez Taboada, podemos indicar que es asignado al kommando Fallersleben-Laagbec en Brunswick (Baja Sajonia), en el que los prisioneros trabajaban para la compañía Volkswagen, principalmente en la fundición de la fábrica y en obras de construcción. También pasa por el kommando Watenstedt, cerca de Helmstedt entre Braunschweig y Magdeburgo, encargado de la fabricación de municiones en la acería Stahlwerke Braunschweig. Este campo es evacuado el 7 de abril de 1945. 

Los prisioneros son subidos a trenes que recorren el nordeste de Alemania antes de llegar a Ravensbrück. Los que son capaces de caminar emprenden una marcha de la muerte hasta el campo de Wöbbelin. El Ejército de EE.UU liberó este campo satélite el 2 de mayo de 1945. Durante las evacuaciones, Wöbbelin se convirtió en el punto de convergencia de muchos convoyes. Los documentos de posguerra recogen que Manuel llega a Ranvensbrück y después vuelve a ser evacuado hacía Wöbbelin.

El 25 de mayo de 1945 es ingresado en un hospital americano, en el que pasa bastante tiempo. La repatriación a Francia se produce a través de la Cruz Roja Internacional y Manuel se establece en el domicilio familiar de los padres de su esposa en Saint Ouen (Seine).

Su hija Carmen nos relata que Manuel trabaja poco tiempo tiempo como sastre, que su madre Marie Luise, colabora en la economía doméstica montando un pequeño negocio de venta de helados, que Manuel nunca habló de su pasado, que la enfermedad y las secuelas físicas y psíquicas de la deportación le acompañaron toda la vida, ya que fue hospitalizado en numerosas ocasiones y tenía episodios de paranoicos: «que vienen los alemanes» gritaba. En los tiempos en que la salud le acompañaba acudía a actos sociales, le gustaba reunirse con españoles y bailar muñeiras. El gobierno francés le reconoció la incapacidad para trabajar y le otorgó una pensión vitalicia.

En 1958 inicia la tramitación para obtener el estatus de de deportado y resistente. Varios compañeros (Juan Blanco, Máximo Plaza y Marcos Mezquita) confirman que la detención de Manuel se produjo al ser denunciado por propaganda contra los alemanes, ser refractario al trabajo y portar armas. A pesar de estas circunstancias que provocaron el arresto y posterior deportación, Manuel solo consigue ser reconocido como deportado político y no como resistente.

En 1946 manifiesta ante la Prefectura de París su deseo de regresar a España cuando cambie el régimen. Mantiene contacto regular con su familia y siente mucha nostalgia de su tierra, pero nunca consiguió regresar a Galicia. Lo intenta en 1964, cuando fallece su padre, pero no logra la autorización para realizar el viaje. Su mujer y sus hijas si pudieron desplazarse a Pontevedra para conocer a la familia de Manuel.

Manuel Pérez Taboada fallece de un infarto el 3 de julio de 1966. Sus restos reposan en el cementerio de Clichy, a las afueras de París.

Cuando ingresó en Neungamme le fueron retirados todos sus objetos personales. Tras la evacuación del campo, los nazis escondieron los sobres que contenían los objetos de los prisioneros en un bosque cercano a Husum y que más tarde fueron encontrados por soldados británicos. No todos pudieron ser devueltos a sus propietarios o a sus familiares y gran parte de ellos quedaron bajo la custodia del Servicio Internacional de Búsquedas en Bad Arolsen, Austria.

En 2019, su hija Carmen recibió con emoción dos anillos que mostró orgullosa a toda la familia y que se negó a limpiar para conservarlos en el mismo estado que los dejó su padre."                  (Búscame en el ciclo de la vida, 16/02/20)

13/5/15

“Auschwitz no se puede perdonar pero yo siempre he vivido sin odio"


 Paul Sobol en su casa 

"(...) En Bélgica vivían unos 70.000 judíos bajo ocupación nazi. Entre 1942 y 1944, los alemanes deportaron cerca de 25.000 de ellos hasta Auschwitz. Apenas 2.000 sobrevivieron. Paul Sobol es uno de ellos. Historia viva de Europa. Dice que cuenta su historia para que no se olvide jamás lo que un hombre puede hacerle a otro hombre

Es consciente de las dificultades que atraviesa ahora Europa pero también dice que siempre hay que mirar al futuro con optimismo. “Si yo hubiera sido pesimista, jamás habría salido vivo de Auschwitz”, asegura. (...)

Entonces, llegaron los nazis…

Fue el 10 de mayo de 1940. Alemania invadió Bélgica. [La guerra había comenzado en septiembre de 1939]. Todo fue muy rápido: el 17 de mayo las tropas alemanas entraron en Bruselas y el 28 el rey Leopoldo firmó la capitulación. Poco después cayó París... Ese año, los alemanes no se mostraron particularmente peligrosos.  (...)

De pronto, comenzaron las primeras leyes antijudías, en mayo de 1942 nos obligaron a llevar cosidas a la ropa las estrellas de David amarillas y en agosto de ese año tuvieron lugar las primeras redadas, en Amberes, donde fueron detenidos 3.000 judíos. 

Yo había comenzado a estudiar mecánica y el 2 de septiembre el director de la escuela me llamó junto a otros alumnos judíos y nos dijo que no fuéramos al día siguiente, sin más explicaciones. Al día siguiente, precisamente, los alemanes hicieron una gran redada en el barrio de Midi, cerca de donde vivíamos nosotros, fue entonces cuando mi padre decidió que teníamos que desaparecer.  (...)

¿Qué pasó?

Nos mudamos de barrio, nos quitamos la estrella amarilla de nuestras ropas y conseguimos una documentación nueva con nuevas identidades. Yo dejé de llamarme Paul Sobol. Ahora era Robert Sachs. Me puse Sachs por el inventor del saxofón, Adolphe Sax, que fue belga. Así estuvimos dos años.  (...)

Hasta que un día os detuvo la Gestapo. ¿Cómo fue?

Ocultos, con otros nombres, vivimos casi dos años hasta que el 13 de junio de 1944, una semana después del desembarco de Normandía, la Gestapo nos detuvo. Alguien nos había denunciado e irrumpieron en plena noche en nuestro apartamento. Mi padre, que hablaba alemán, les dijo que se equivocaban pero ellos sabían que no, sabían a qué habían venido. Nos llevaron donde llevaban a todos, al acuartelamiento de Dossin, en Malinas. 

Había cientos de judíos de detenidos allí, de hecho fue la primera vez que viví en un entorno completamente judío. Hasta que el 31 de julio, con los americanos casi en Bélgica, los alemanes hicieron una lista de 956 personas para un transporte hacia Polonia. Mi familia entera estaba en la lista. Fue el convoy número 26, que a la postre sería el último que salió Bélgica.

¿Cómo fue el viaje?

Íbamos 50 o 60 en cada vagón. No cabíamos, teníamos sed y hambre, pero sobre todo mucha sed, y no nos daban nada. Había gente por todas partes, hacíamos nuestras necesidades allí mismo… Era verano y hacía mucha calor. A la tercera noche, el tren se detuvo, se abrieron las puertas y nos ordenaron bajar mientras éramos enfocados por proyectores de una luz cegadora. Era Auschwitz. 

Nos separaron, mi madre y mi hermana fueron llevadas a una parte del campo y mi hermano, mi padre y yo, a otra. [Silencio]. Cuando estabas en Auschwitz comprendías para qué servía todo aquello.

¿Qué comprendías?

¿Has estado allí?

Sí.

Pues entonces lo has visto. ¿Y pudiste comprender?

Estoy aquí, hablando con usted, para comprender… para tratar de imaginar, qué pudo ser aquello.

No se puede entender, salvo una cosa: Auschwitz no se trata de muertos en una guerra, Auschwitz fue, y eso lo sabías estando allí, toda una maquinaria burocrática e industrial, una cadena de elementos en serie, perfecta y conscientemente diseñada para el asesinato en masa de manera efectiva y rápida de millones de personas. 

Fue el progreso tecnológico y científico aplicado al asesinato, la exterminación de una parte de la sociedad de una forma planificada y consciente. La manera en que se organizaba Auschwitz… todo estaba encaminado a eso, llegabas en un tren como transportan al ganado, convertido en un animal, y enseguida hasta eso te quitan porque te convierten en un número, en mi caso el B-3635, te rapan, te lo quitan todo, te dan un traje de preso, ya no eres nada, eres un número sin más, sólo te llamarán por ese número, es lo único que tienes te recordar, yo no sabía alemán y mi padre no paraba de repetirme el número y de hacérmelo repetir: B sechs und dreizig funf und dreizig, una y otra vez, de eso podía depender tu vida. Primero te convertían en un animal, luego en un número y luego en el cero, en la nada. Para eso existía Auschwitz y eso es lo que hay que entender, lo no hay que olvidar.  (...)

¿No pensó en ningún momento: “Ya está, se acabó, no puedo más, abandono”?

Nunca. Si empiezas a decir eso estás muerto. Siempre he sido optimista, he mirado hacia el futuro, yo era joven, tenía 18 años y quería vivir, quería sobrevivir a Auschwitz, siempre miré hacia el futuro, nunca hacia el pasado, siempre traté de usar mi creatividad, de hacer cosas para salir adelante, primero me ofrecí voluntario para un equipo de trabajo, luego dije que era carpintero y eso me ayudó, aunque era mentira, lo cual también me puso en una situación complicada, y cuando estuvieron a punto de pillarme en la mentira, convencí a un kapo para dedicarme a decorar pequeñas cajetillas para guardar el papel del tabaco... 

Luego, en la caravana de la muerte escapé y eché a correr por el bosque. Ahí acabó Auschwitz y Dachau para mí, porque antes de que los rusos liberaran Auschwitz los alemanes lograron trasladarme con otros presos a Dachau [ese traslado de presos ordenado por los alemanes es la llamada caravana de la muerte. 

En este caso que relata Sobol, los presos tuvieron que recorrer 200 kilómetros en tres días en una situación extrema; muchos de ellos murieron exhaustos, fusilados por el camino y a veces también bajo bombardeos, porque atravesaban zonas en pleno combate].   (...)

Tras muchas penurias por una Europa destruida por la guerra, usted regresa a Bruselas de nuevo el 19 de mayo de 1945. ¿Cómo está la ciudad entonces, cómo se plantea su futuro?

Yo no tengo nada, ni siquiera sé si mi familia está viva o no. Cinco días después llega mi hermana Betsy y eso es todo. No tenemos casa, familia, trabajo ni formación, toda Europa está destruida y hay que reconstruirla. 

Tengo que empezar desde el cero absoluto. Al menos tuve a Nelly, mi novia antes de la guerra, con quien me reencontré y acabamos formando una familia y siendo muy felices. Ella murió hace tres años. Cuando estuve en Malinas ella logró enviarme una foto pequeña suya que pude conservar siempre, incluso en Auschwitz, y eso me ayudó siempre a sobrevivir, a mirar hacia el futuro.

 ¿Nunca pensó en Auschwitz, nunca habló de lo que le había ocurrido?

No, nunca, a nadie, ni siquiera a mi hermana. Sé que ella se salvó porque la separaron de mi madre cuando estuvo en Birkenau y se la llevaron a Alemania a trabajar a una fábrica y allí le pilló el final de la guerra. Mi madre, mi padre y mi hermano, lo supe después, murieron en las caravanas de la muerte. Pero Betsy y yo nunca hemos hablado entre nosotros de nuestra estancia en Auschwitz.

 Yo tardé mucho en dar testimonio público de mi vida, pero Betsy jamás lo ha hecho, es algo de lo que no quiere hablar. Mira, cuando yo llegué a Bruselas tras Auschwitz decidí dejar todo eso atrás, simplemente cerré esa puerta y le puse un candado y ahí se quedó. Nadie, ni siquiera mis hijos, supieron nunca nada. Decidí olvidarlo todo y mirar hacia el futuro, que era lo único que tenía.

¿Ha vuelto a Auschwitz?

Auschwitz seguía estando escondido en mi memoria hasta que un día, a finales de los 80, mi hermana Betsy me dijo: “¿Por qué no vamos a Auschwitz?”. Yo le dije que no, no tenía nada que hacer allí, no quería volver. Pero Betsy me dijo que era el lugar donde nuestros padres y nuestro hermano habían muerto y que podríamos ir allí como la gente va a los cementerios, para visitar el lugar donde reposan sus seres queridos, al fin y al cabo nosotros no teníamos ningún lugar al que ir. Así me convenció y fuimos juntos.

 Lo pasé muy mal la primera vez que estuve allí, recorrí los campos sin poder hablar, pero desde entonces voy una vez al año, al menos, y siempre voy con niños o jóvenes de colegios e institutos. Es muy importante que ellos sepan a través de nosotros qué supuso Auschwitz, qué fue realmente, qué sucedió allí.

 ¿Y cómo cambió todo, por qué decidió un día contar públicamente su historia?

Esto fue después, cuando Spielberg creó la Fundación Shoah. Empezaron a hacer llamamientos para recoger testimonios. Yo me puse en contacto con la Fundación Auschwitz en Bruselas y me presenté. Fui el primer testimonio que recogieron en Bélgica. Entré en una sala, colocaron una cámara ante mí y empecé a hablar y estuve hablando dos horas y media. Al final, me dieron la cinta y con ella me fui a mi casa. 

Mi mujer, Nelly, me preguntó qué tal había ido y no le pude contar nada, simplemente le di la cinta. Mis hijos también me preguntaron qué había pasado. Así que les dije que yo no me sentía capaz de contarles nada, que vieran la cinta. La vieron y así fue cómo ellos conocieron mi historia, pero yo nunca he podido hablarles a ellos directamente de Auschwitz, no puedo, sencillamente no puedo mirarles cara a cara y contárselo, nunca he sido capaz. Y así fue como después, en 2010, escribí el libro de memorias.

¿Se puede perdonar Auschwitz?

Jamás se puede perdonar una cosa así, quién puede perdonar eso, cómo puedo perdonar que asesinaran a mi madre, a mi padre y a mi hermano, que me lo quitaran todo de esa manera. No se puede. Pero dicho esto, nunca he soñado ni he tenido pesadillas sobre Auschwitz. 

Era pasado, simplemente, y ahí hay que dejarlo, y tampoco he sentido nunca he sentido odio ni rencor, el odio sólo te hace daño a ti, sólo te destruye a ti mismo, no sirve para nada, y jamás he odiado a los alemanes, aquello lo hizo quien lo hizo, ¿qué culpa tienen los alemanes de después de lo que hicieron sus padres o sus abuelos?  (...)

¿Tiene miedo de que pasen los años, las décadas, y de que las generaciones venideras olviden Auschwitz, lo que fue y lo que supuso en la historia?

Algo tan grande y tan horrible nunca se podrá se olvidar. Por eso tantas personas hemos prestado su testimonio, para que nuestra voz, nuestro relato siempre se oiga. Aunque también soy consciente, y lo dije en la primera visita que hice a Auschwitz en 1987, de que llegará un día en que puede suceder como hoy pasa en Waterloo. 

Llevan a los turistas, los suben a la colina del león y les dicen: “Ahí abajo hubo una batalla y hubo 30.000 muertos”. Del mismo modo puede ocurrir que algún día suban a los turistas al mirador de Birkenau, en Auschwitz, y les digan: “Ahí abajo murieron más de un millón de personas”.            (Público, 06/05/2015)

5/10/11

"No es fácil describir ese progresivo envilecimiento, insidioso, casi irreversible, del hombre concentrado que se convierte en lobo para sobrevivir, en quimérico para seguir siendo cuerdo"

"El día que Hessel cumplió 27, Boitel murió en el campo de Buchenwald. Boitel era francés y estaba enfermo de tifus. Hessel, nacido alemán y nacionalizado francés, figuraba en la lista de presos a ejecutar por trabajar para la Resistencia contra la ocupación nazi de Francia. Con el aliento aliado en el cogote, entre septiembre y octubre de 1944 los alemanes aceleraban las liquidaciones.

Hessel contaba las horas, atrapado en esa contradicción tan salvaje que debe sentir alguien cuya vida depende de la muerte de otro. "Mis sentimientos son los de un hombre salvado en el último instante. ¡Qué alivio!", escribió el 21 de octubre de ese año.

Ya como Michel Boitel, fue enviado a una fábrica de trenes de aterrizaje del Junker 52 en el campo de Rottleberode, del que se fugaría por unas horas. Ni siquiera entonces le mataron, lo que no deja de ser otro golpe de suerte.

Y también sobrevivió a la siguiente escala en Dora, el campo de exterminio ultrasecreto donde se fabricaban los V-1 y V-2 empleados en el bombardeo de Londres, aunque fuese a cambio de sumergirse en "el horror puro, absoluto": desnudaba cadáveres a cambio de dos rodajas de salchichón. "Nos pasamos el día tirando de ropas cubiertas de sangre y excrementos, palpando carnes frías", describe en Mi baile con el siglo, las memorias que lanza Destino en España el próximo miércoles.

Finalmente saltó del tren en marcha en el que los alemanes evacuaban a los presos hacia el norte y se convirtió, con el tiempo, en uno de esos testigos excepcionales de algo imposible de digerir pasadas seis décadas. "No es fácil describir ese progresivo envilecimiento, insidioso, casi irreversible, del hombre concentrado que se convierte en lobo para sobrevivir, en quimérico para seguir siendo cuerdo", reflexiona. (...)

"Ya no sé si entiendo a aquel joven de los años 1940 a 1945, francés por elección, patriota por contexto, imprudente por su juventud, particularmente afortunado, superviviente en más de una ocasión, políglota, narcisista y egoísta", confiesa en un pasaje. (...)

"Lo que queda incrustrado en el recuerdo, 55 años más tarde, son los episodios en los que tuve un buen papel, y con razón, puesto que el hecho de no haber combatido, de no haber llevado a cabo nada para frenar el avance alemán, de haber participado en la desbandada general queda silenciado: solo salvé mi cuaderno de notas, que luego perdí".

Ahí arranca su activismo, pero la gran clave que explica a este hombre al que el siglo XX le dio excusas para ser detestable y, sin embargo, eligió sonreír está en otro pasaje de su libro, donde aflora el sentido de la responsabilidad que atenaza a quienes salieron vivos del experimento de Hitler: "No se trata tanto del orgullo de haber sobrevivido, sino de la vergüenza de haber permitido que el horror comience de nuevo, aquí o allá, en ese mundo que creíamos que no volvería a ver una cosa semejante".

El escritor Elie Wiesel, también superviviente, resumía con simpleza y complejidad apabullante la contradicción de aquellas víctimas: "Es imposible contar, pero está prohibido callarse".    (El País, 02/10/2011, p. 43)

7/7/11

"Se dieron escenas de abusos de soldados a mujeres de presos... y casos de contraprestaciones sexuales para lograr algún favor"

"—¿Es Can Mir un símbolo de la represión fascista?

— Sin duda, yo lo pondría al mismo nivel que Illetes y Bellver. El caso de la cárcel de Can Salas también es digno de estudio, aunque sin la existencia de ´sacas´. La verdad es que el tema me ha absorbido emocionalmente, porque mientras escribía era consciente de que muchas personas me hacían depositario de sus historias.

Y me impresionaba que gente de distintos lugares que ni se conocían, coincidiesen punto por punto en sus relatos.

—¿Somos conscientes los mallorquines de lo que sucedió allí?

— Se sabía que allí pasaba algo que no estaba bien, pero, en general, a nivel social sigue habiendo un gran desconocimiento. Hablamos con horror de los campos nazis, y lo mismo pasaba en las avenidas de Palma.

Hay que tener en cuenta que muchos presos quisieron ocultarlo todo a sus familias para intentar olvidar, pero también para protegerlas. Haber estado encarcelado por rojo era una gran mancha social para sus familiares, y a eso hay que añadir que habían estado sometidos a una enorme presión psicológica, conviviendo en un metro cuadrado por persona durante años y prácticamente a oscuras.

Un preso, al salir de Can Mir no quiso hablar de nada con nadie y lo primero que hizo al llegar a casa fue abrir la jaula de su jilguero. Curiosamente, el jilguero no quiso salir. (...)

—¿Le ha impresionado conocer la organización interna que llegaron a tener los presos?

—Me ha impresionado su voluntad de mantener la dignidad y de luchar contra el abandono personal en el que podían caer, aunque hubo muchos casos de presos que ingresaron en el manicomio. También me impacta su solidaridad a la hora de crear un fondo económico para ayudar a las familias de los ejecutados.

En las cartas ´oficiales´ que enviaban prácticamente no podían decir nada, pero se las ingeniaban para escribir papelitos y esconderlos en la ropa o en el doble fondo de una cesta. Escribiendo lograban evadirse y no sucumbir, pero al mismo tiempo, evitaban contar la realidad de la prisión para no preocupar a la familia.

—¿Hasta qué punto tuvieron que humillarse algunos familiares para hacer llegar comida o cartas a un preso?

—Se dieron escenas de abusos de soldados a mujeres de presos y casos, que siempre se han comentado, de contraprestaciones sexuales para lograr algún favor. Existió además una doble represión a algunas mujeres que después de perder a su marido se encontraron con el rechazo de los padres y familiares de éste.

Conozco varios casos de mujeres obligadas a prostituirse, es decir, condenadas a ser violadas de forma sistemática. Aunque también es verdad que había soldados de Can Mir que decidían colaborar al ver la situación de los presos y eran más permisivos.

Tenemos el caso del primer director de la cárcel, Toni Cañellas, que reivindicaba un trato más humano para los presos y protestó por algunas ´sacas´. Finalmente, lo encarcelaron tras una denuncia por haber dejado entrar una niña. (...)

—Y a partir de Can Mir comenzó a interesarse por las ´sacas´ y los juicios franquistas.

—No, lo primero de todo que me interesó fue el tema de las ´sacas´ y las ejecuciones, porque me obsesionaba saber qué puede pasar por el cerebro de una persona que hace algo así. Pero finalmente opté por dedicar el libro completamente a los presos e ignorar a los asesinos.

Considero, y esta es la única parte subjetiva del libro, que no pueden estar al mismo nivel unos que otros. Quise explicar como se entraba en Can Mir, cómo se vivía (salud, alimentación, ocio...), y cómo se salía. (...)

—El terror de los presos eran las listas de ´liberados´.

—Casi cada día entraba un falangista con la lista en la mano, y su crueldad era tal que, por ejemplo, caminaba hacia un preso como si fuera el elegido y después daba media vuelta. O decía "Antonio..." y se quedaba en silencio mientras todos los ´antonios´ quedaban aterrorizados.

A un preso, Jaume Pellicer, lo salvó un conocido suyo, el comandante Feliu. Lo bajaron del camión con los ojos vendados y cuando le quitaron el pañuelo frente a él había dos hombres muertos, uno de ellos crucificado y destripado.

—Al narrar esos desastres uno se pregunta, ¿Cómo es posible llegar a esto?

— Paul Preston explica que revisando los discursos de la derecha y la Iglesia reaccionaria de aquella época se entiende que se consiguió que una parte de la sociedad dejara de ver a los de izquierdas como personas. Y el paso siguiente era eliminarlos.

Can Mir es la historia de una infamia y una tragedia, y por esta razón se debe conocer, se tendría que explicar en los institutos. Ni una sola de las familias que he entrevistado pide venganza ni revisiones, sólo quieren recuperar la dignidad pública de sus familiares.

¿Cómo podemos entender que la única placa que recuerda Can Mir esté justo al lado de la placa del principal financiador de la represión: Joan March? ¿Qué podemos pensar cuando vemos que el Rey acude a los homenajes de Mauthausen pero no a los España? Sólo puede explicarse como una cuestión de insensibilidad democrática. Una anomalía política.

—¿Cuándo cerró sus puertas Can Mir?

— En enero de 1941. Los presos considerados sanos fueron trasladados a Formentera. Creo que se cerró porque se consideraba que la situación estaba ´normalizada´, pero también es posible que hubiera desavenencias con el propietario por el precio del alquiler.

En unos años comenzó a funcionar la sala Augusta de cine, que ninguno de los presos supervivientes quiso pisar jamás. Se referían a ella como la sala Angustias, del mismo modo que la prisión de Can Mir fue bautizada como Hostal Tauló, al ser un antiguo almacén de maderas. " (Manuel Suárez Salvà: En las avenidas de Palma pasaba lo mismo que en los campos nazis de Alemania´, Diario de Mallorca, 06/07/2011)

31/5/11

"Intento olvidar el pasado pero no puedo. Aparece una y otra vez. Cada vez que me preguntan vuelve desde el fondo de mi cabeza"

"Arbeit macht frei. Una vez al año, Franz Rosenbach (Horaditz, República Checa, 1927) cruza la inefable puerta de Auschwitz con ese letrero, que reza: el trabajo libera. La primera vez que la atravesó tenía 16 años.

"Allí éramos todos candidatos a la muerte: 'Espera a mañana; mañana te matamos', nos decían", recuerda a sus 84 años desde una cafetería con vistas a la Gran Vía de Madrid. Después del campo polaco le trasladaron a Buchenwald y de allí al de Dora-Mittlebau.

Es un superviviente del Samuradipen, el Holocausto gitano orquestado por los nazis. Medio millón de personas sinti y romá en Europa no se salvaron; parte de su familia tampoco. "Antes de la guerra éramos 21 miembros, después quedamos mis dos hermanas y yo". (...)

"Intento olvidar el pasado pero no puedo. Aparece una y otra vez. Cada vez que me preguntan vuelve desde el fondo de mi cabeza". (...)

A los 15 años le expulsaron de la escuela, le metieron en la cárcel, estuvo recluido en tres campos de concentración y, cuando la guerra estaba a punto de acabar, le sacaron del recinto. Su destino: una cuneta.

"Nos reunieron en grupos de 100 o 150 personas y nos dijeron que íbamos a Hamburgo, a la fábrica de aviones. Empezamos a caminar y durante 14 días casi no paramos. Fue espantoso". Así describe una de las múltiples todesmarsch (marchas de la muerte) que se sucedieron, al final de la guerra, en Alemania. (...)

"Mis experiencias son todavía importantes. Se trata de algo que no se debe borrar", cuenta antes de levantarse para curiosear en el bufé. (...)

"Me crié en Austria", aclara, y califica de "inaceptable el trato que Francia o Italia están dando a los gitanos". "Esas acciones son una razón más para recuperar mis memorias y divulgar la historia de mi vida. No podemos permitir que se repita algo así.

En Alemania, que se presenta muy abierta al mundo, también existe racismo. No es evidente pero está ahí, latente. Eso es algo que no debe pasar en los países modernos de Europa", sentencia." (FRANZ ROSENBACH: "Intento olvidar el pasado pero no puedo". El País, 30/05/2011, última)

25/3/11

"Como una sombra negra que miraba con crudeza y con una fragilidad tan sobrada de carácter que imponía más que el pelotón que acribilló a su hijo"


La comunista ourensana Carmen Fernández Seguín (primera por la derecha, fila superior) en la prisión de Alcalá, donde pasó 13 años durante el franquismo

"Carmen Fernández Seguín (Coalloso, 1905- Sandiás, 1999) se murió a los 93 años en la casa familiar sin abrir la boca. Jamás dijo una palabra sobre su activa participación en la Guerra Civil, ni sobre su condena a muerte, ni sobre sus años de cárcel, ni sobre las vejaciones a las que fue sometida entre rejas, ni sobre el fusilamiento de su hijo mayor. Sencillamente "no hablaba de nada, parecía muda, casi daba miedo".

Clara Aparicio de Dios tiene 20 años y se le hinchan los poros desvelando emocionada la historia callada de su bisabuela paterna. La bisabuela Carmen, que murió cuando ella apenas tenía siete años, le parecía un ser extraño.

Hace tres, comenzó a preguntar por ella y ha conseguido hilar una historia -una más de las de miles de vidas ocultas de mujeres singulares- que abre, crujiendo, las páginas pegadas del pasado reciente. Carmen Fernández callaba sus desgracias. Se casó con Jesús de Dios, organizador del Partido Comunista en Sandiás, y se quedó viuda apenas cinco años después.

Una viuda viva: hizo suyo el legado político de su compañero y ejerció el activismo ideológico hasta en la cárcel de Alcalá, donde pasó cerca de 10 años, la mayor parte creando células del partido y organizando huelgas. Con represalias, naturalmente.

"A mí me parecía como un sargento, siempre seria, siempre distante, siempre callada", recuerda la bisnieta su mirada de niña a la anciana que posaba con dureza sus ojos sobre la vida. Clara comenzó a interesarse por aquella figura sobria que presidía con su carácter mudo el mundo familiar.

Su abuelo -Camilo de Dios , que formó en 1948 el grupo que intentó liberar a los líderes guerrilleros condenados a muerte de la cárcel coruñesa, y también él condenado a muerte, de la que se libró por su corta edad- comenzó a contarle la historia "poco a poco". "Con todo lo que me ha dicho en estos tres años aún no sé nada de nada", lamenta Clara.

"Está claro que la bisabuela tenía muchísimo carácter, mucho genio", tira del hilo de su historia para dar a conocer el esfuerzo y el castigo y el silencio que marcaron la vida de su antepasada y la de muchas otras mujeres anónimas.

"Recuerdo que yo le decía a mi madre que me daba miedo y ella me contestaba, 'quita, quita'; decía que eran tonterías mías", recuerda ahora la impresión que le causaba la bisabuela a la que ahora comprende. "Había pasado muchísimo y en casa no se hablaba de eso.

Nada. Pero yo ahora quiero saber y quiero que se sepa". A Clara siempre le llamó la atención que esa mujer de carácter vistiera de negro, no de luto. "Incluso se casó también de negro. No sé por qué esa elección, pero siempre fue así".

Los cinco años que Carmen Fernández vivió con su marido los pasó huyendo. Enseguida estalló la guerra y ambos escaparon a Portugal. Considerando que él era el referente comunista en la comarca, no fue fácil. Tuvieron que mediar dos hermanos falangistas del bisabuelo.

En esos cinco años de matrimonio, a De Dios le dio tiempo para trabajar en Portugal dedicado al "arreglo de todo tipo de cosas", a regresar esporádicamente a España de forma clandestina, a ser condenado y encarcelado y a recalar en Sandiás, donde murió en la cama. Mientras tanto, Carmen asumió su papel.

"Hizo de enlace antes, durante y después de la guerra pasando información y víveres a su marido y a los camaradas", cuenta Clara las "tareas" que forjaron el carácter de la bisabuela.

Ya en 1950, la sobria Carmen Fernández Seguín viajó a Ávila con su hijo mayor, Perfecto, para ponerse en contacto con la agrupación guerrillera de aquella zona. Pero madre e hijo caen en esa operación. Él es fusilado y a ella la ingresan en la cárcel de Ávila, desde donde la trasladan a Ourense.

"Aquí la juzgaron y la condenaron a 30 años de cárcel y a muerte, claro", relata Clara los hechos aislados con los que va construyendo la trayectoria política de la adusta antepasada. Solo cumplió 13 años de cárcel.

Pero durante ese tiempo, la silenciosa y espartana anciana que intimidaba a la pequeña Clara, organizó células del partido en la prisión, donde llegó a promover huelgas y protestas. "Y la vejaron no sé de qué forma. Porque mi abuelo no ha querido contarme todavía nada de eso".

Fuera de la cárcel la activa militante comunista selló sus labios, pero no dejó de hablar. "Colaboró en Mundo Obrero [el periódico del PCE] y en otras revistas ilegales y panfletos subversivos".

Después regresó a Sandiás y allí pasó los últimos años de la dictadura y la democracia mientras llevaba una vida "completamente normal", completamente anónima, en la casa familiar. Como una sombra negra que miraba con crudeza y con una fragilidad tan sobrada de carácter que imponía más que el pelotón que acribilló a su hijo." (El País, Galicia, 24/03/2011, p. 8)

18/3/10

"Aún hoy, a mis 92 años, me despierto por las noches aterrorizado... mientras mi mente cree que estoy siendo torturado todavía por aquel monstruo"

"Luis Rubio Chamorro... En 1946 fue encarcelado de nuevo y sufrió aislamiento en celdas de castigo. Con extremo detalle, narró las torturas sufridas en comisaría: "Entre otras, con cigarrillos encendidos apagados directamente sobre mi cuerpo, a manos de Roberto Conesa", explicaba recientemente. Rubio Chamorro aseguraba que el comisario había pertenecido en un principio a las Juventudes Socialistas Unificadas y que militaba en las organizaciones de barrio del área de General Lacy antes de pasarse al bando franquista y delatar y perseguir a compañeros republicanos.

Hace apenas unas semanas, en conversación con este diario, confesaba: "Aún hoy, a mis 92 años, me despierto por las noches aterrorizado y envuelto en sudor mientras mi mente cree que estoy siendo torturado todavía por aquel monstruo", relataba con emoción. Desde entonces, arrastraba un acentuado déficit visual a consecuencia de las penalidades y violencias sufridas." (El País, ed. Galicia, obituarios, 17/03/2010, p. 45)

12/3/10

El final del duelo

"Si todo está en la infancia, en el caso de Lorenza Mazzetti el cliché se cumple de forma singular, crónica y aguda. Esta mujer inteligente y llena de gracia ha vivido su extraordinaria vida cosida a su infancia. Nació en Florencia en 1928 con su gemela Paola. Sietemesinas y muy frágiles, quedaron huérfanas de madre y su padre las mandó a vivir con unos tíos de origen judío, Nina y Robert, que tenían dos niñas. Robert Einstein era primo del científico judío Albert Einstein. El 3 de agosto de 1944, cuando Lorenza y Paola tenían 12 años, las SS llegaron a la casa de campo cercana a Florencia donde vivían los seis, ametrallaron a su tía y a sus primas y quemaron la casa. Robert, escondido en el bosque, las sobrevivió unas pocas horas. Al conocer la noticia se quitó la vida.

Lorenza y Paola presenciaron aquel espanto. Pero ellas no se llamaban Einstein y se salvaron. "Compartimos la dicha de vivir juntos, y nos separaron en la muerte porque éramos de razas distintas. Pero mi tío ni siquiera era practicante", recuerda sonriendo Lorenza en su luminosa casa romana, cerca de Campo dei Fiori. (...)

"Al principio intenté fingir que aquello no pasó", cuenta. "Me fui a Londres a estudiar cine y me enamoré del director de la universidad. (...)

Cuando regresó, en 1959, se acabó el fingimieto. "Paola se había casado con un psiquiatra. Yo enfermé. No dormía, tenía alucinaciones y ataques de catatonia. Un colega de mi cuñado, gestaaltiano, me dijo que si quería curarme tenía que volver a la casa y escribir mis recuerdos. De modo que fui con un amigo francés, Guillaume, nos instalamos en una casa cercana y empecé a escribir".

Las primeras líneas tenían forma de diario escolar: "Ejercicio de redacción: 'Contad lo que habéis hecho hoy'. Desarrollo: "Hoy, el Duce ha hablado en la escuela y nos ha dicho que hagamos gimnasia para volvernos fuertes y educados y estar listos para acudir a su llamada en defensa de nuestra gran Italia porque estamos en guerra".

La niña que fue era la narradora de la historia. "Tiré la página a la papelera. Mi amigo la recogió y me dijo: 'Estás loca, es estupenda. Tienes que escribir todo el libro así'. Y eso hice". Cuando acabó, en 1961, Mazzetti tituló el libro El cielo se cae. (...)

Federico Fellini dijo que nunca se había divertido tanto leyendo un libro, y que por fin alguien contaba la guerra desde otro punto de vista.

El cielo se cae se recibió como una ficción y Lorenza no sacó a nadie del error. Se había curado y eso era lo que contaba. Luego se puso a trabajar en la RAI, dirigió teatro para niños, se hizo comunista, la echaron de la RAI, se enamoró del hijo de un fundador del PCI y se casó con un cirujano partisano.

No tuvo hijos, escribió algunas historias más, pintó y siguió conforme con su pobreza." (El País, ed. Galicia, 11/03/2010, p. 40)