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5/9/22

El intento de asesinato de la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, es el acontecimiento de violencia política más previsible y explicable de la historia reciente... empezó en un circuito para alentar los discursos de odio contra los políticos que trazan las redes sociales, los medios de comunicación, influencers políticos y los movimientos de estetización de la violencia en las calles... y terminó en un hecho político gravísimo, comparable con acontecimientos como la violencia política que culminó con la toma del Capitolio en los Estados Unidos, la radicalización de grupos de derecha en Europa o las múltiples manifestaciones de violencia política en el Brasil de Bolsonaro... Toda esta movilización de fantasías autoritarias no sólo deteriora la calidad de la democracia sino que explica la secuencia trágica que vimos una y otra vez en esa noche imposible de olvidar

 "A pesar de la consternación que genera el intento de asesinato de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, estamos ante la certeza de que se trata del acontecimiento de violencia política más previsible y explicable de la historia reciente. Esto que finalmente se materializa con brutalidad, que observamos en la crudeza registrada en la imagen del arma de fuego lanzada sobre una de las principales dirigentes del país, responde y se explica por un proceso social, político-ideológico y mediático muy claro y muy preciso. En la historia inmediata tenemos el hostigamiento y la persecución en el proceso judicial del fiscal reproducida por los medios de comunicación. Si a eso se le agregan las declaraciones desafortunadas de dirigentes políticos, los pedidos de pena de muerte, más la serie de acontecimientos que se vienen sucediendo sólo en el último año, hay un primer registro que explica por sí solo esa fotografía trágica.

Luego, hay que reponer el circuito para alentar los discursos de odio contra los políticos que trazan las redes sociales, los medios de comunicación, influencers políticos y los movimientos de estetización de la violencia en las calles. En este caso es contra una determinada orientación, pero en realidad es contra la vida política democrática en general. Esto emergió. Pasó por este circuito en donde se supone que las palabras no hacen nada y terminó en un hecho político gravísimo, comparable con acontecimientos como la violencia política que culminó con la toma del Capitolio en los Estados Unidos, la radicalización de grupos de derecha en Europa o las múltiples manifestaciones de violencia política en el Brasil de Bolsonaro. Esto podía pasar porque esa red de ideología, medios y tecnologías de comunicación estaban preparando, ni siquiera silenciosamente, este tipo de acontecimientos. El contexto político-ideológico marcado por una creciente intolerancia y el autoritarismo político merece de modo urgente nuestra atención.

En el transcurso de este último año se acumularon declaraciones y posicionamientos que componen el sistema dentro del que hay que pensar este hecho: las declaraciones explícitas del magistrado Rosenkrantz mediante las que descalifica la doctrina de uno de los principales partidos políticos del país, la profundización del sesgo en la persecución y la condena que hace el sistema judicial contra funcionarios y ex-funcionarios políticos (frente a los mismos hechos castiga sistemáticamente a unos y exculpa siempre a los otros), la desproporción entre los crímenes que se imputan y las penas que se proponen (con la pena de muerte siempre como acicate fundamental), la negación de la igualdad de las inteligencias para razonar públicamente, la normalización en los medios de comunicación de mensajes que abiertamente propician y justifican la desaparición de un partido político, la creciente estetización de la violencia en las redes sociales que discuten cuestiones políticas y, last but not least, las declaraciones de importantes dirigentes políticos, en algunos casos parlamentarios y líderes de fuerzas políticas, que plantean la disputa bajo la lógica anti-democrática del “ellos o nosotros”.

En todos estos casos se apela a una supuesta racionalidad de los pronunciamientos y las declaraciones públicas que justifican este tipo de destrucción masiva del adversario político, cuestión que no deja de generar efectos paradójicos en las identidades y las ideologías. 

El contexto político-ideológico marcado por una creciente intolerancia merece de modo urgente nuestra atención

 Estos pronunciamientos creen que siguen criterios elementales de racionalidad cuando llegan al punto de justificar la exclusión o directamente la violencia política. Racionalidad que aparece siempre como respuesta, como reacción defensiva frente a una amenaza: “Como ellos son violentos no nos queda otra alternativa que no sea la violencia”, “como hacen demandas infinitas de imposible cumplimiento no nos queda más que excluirlos”, “como critican la verdad de nuestras ideas sólo podemos asumirlos como incapaces para pensar por sí mismos”.

La distancia entre lo que devuelve el espejo en el que los ciudadanos se reconocen y las prácticas sociales en las que efectivamente desarrollan su vida social es algo que afecta y fisura desde dentro a todas las posiciones ideológicas. Pero estamos frente a algo diferente cuando un juez de la corte suprema hace una proclama en la que se convoca al filósofo liberal Rawls para luego terminar condenando con retórica jurídica a la doctrina comprensiva de un partido por el mero hecho de que pretenda alojar derechos sociales dentro de la constitución de un Estado racional. Lo mismo vale para el supuesto liberalismo del legislador que vocifera como praxis política recomendada la consigna “ellos o nosotros”. También para los funcionarios que se apresuran a identificar la crítica pública de decisiones políticas o jurídicas con un acto de incitación a la violencia.

Si se afirma que criticar en el espacio público las decisiones de un juez o de un funcionario es un acto de violencia y una irracionalidad política que el Estado tendría que sancionar, entonces lo que se propone es que todas las decisiones importantes del Estado, sobre todo las que tienen que resolver conflictos, deben tomarse dentro de un espacio cerrado y ser aceptadas en silencio. Pero ese modelo de gestión del capitalismo –porque en buena medida de eso trata la cuestión de fondo– no guarda relación con los principios de las democracias liberales. Más bien se parece al fundamento cotidiano de los Estados autoritarios y de los partidos políticos iliberales. Este es el juego de espejos invertidos en el que los partidos de derecha en Argentina sucumben y hoy les impide terminar de asumir su compromiso con una democracia pluralista basada en la protección de los derechos humanos.

Toda esta movilización de fantasías autoritarias no sólo deteriora la calidad de la democracia sino que explica la secuencia trágica que vimos una y otra vez en esa noche imposible de olvidar."            (Ezequiel Ipar, CTXT, 03/09/22; fuente Anfibia.)

19/9/12

La fascinación de la guerra

" La impresión general que saco de mis aproximaciones veraniegas a los medios de comunicación es la de la fascinación ante el espectáculo bélico. Hay una frase que capta y, al mismo tiempo, encarna el estado de ánimo que caracteriza esos reportajes militares; es una frase de la prestigiosa periodista Florence Aubenas.

 Después de describir un convoy que se disponía a ponerse en marcha para combatir, añadía: “A los lados, los niños forman un pasillo de honor, deslumbrados, tan sobrecogidos de admiración que no osan acercarse a esos hombres”. 

Dado que la autora no se atreve a hacer ningún comentario sobre ese deslumbramiento infantil, que es una trágica consecuencia del conflicto, el resultado es que se nos está invitando a nosotros —tanto periodistas como lectores— a compartir esa experiencia de asombro.

 En la prensa, la fascinación se traduce en una sobreabundancia de imágenes: la guerra es fotogénica. Página tras página, contemplamos las ruinas humeantes de los edificios, los cadáveres expuestos en la calle, los malos a los que llevan a interrogar, con un probable uso de la fuerza, jóvenes hermosos que llevan un kalashnikov en las manos o en bandolera. Las fotos, ya se sabe, provocan una gran emoción, pero, aisladas, no emiten ningún juicio, y su significado es imposible de saber exactamente.

 La misma complacencia llena los textos que las acompañan: nos alegramos de ver los efectos de un atentado audaz, de descubrir un ejército dispuesto a tomar el poder. “La batalla galvaniza a los rebeldes”, pero es evidente que también a los periodistas. Las fotos muestran los rostros inquietos de los prisioneros y los pies les identifican con sobriedad: “un hombre sospechoso de ser informador”, “un policía acusado de espionaje”; ¿Están todavía vivos en el momento de la publicación? 

Se hace sin pestañear el retrato de un joven “modesto” cuya especialidad es “suprimir a los dignatarios y a los jefes de los milicianos”. Pero no tiene la culpa: “Es un asesino de asesinos, mata a los que matan”. Los combates y la violencia no solo son fotogénicos, sino mitogénicos, generadores de los relatos más emocionantes, los que nos hacen estremecernos y compartir la experiencia.

En su gran mayoría, los medios de comunicación no se conforman con representar la guerra, sino que la glorifican; escogen su bando y participan en el esfuerzo bélico. La verdad es que la guerra despierta fascinación casi siempre, quizá porque representa el ejemplo supremo de una situación en la que, en nombre de un ideal superior, estamos dispuestos a arriesgar lo más preciado que tenemos, la vida. 

A ello se añade la admiración que sienten los espíritus contemplativos por los hombres de acción, a los que se apresuran a convertir en símbolos, y también la atracción que ejerce la violencia, el placer que experimentamos cuando vemos destrucciones, matanzas, torturas. 

El encanto de la guerra procede asimismo de que es una situación simple, en la que es fácil elegir: el bien se opone al mal, los nuestros a los otros, las víctimas a los verdugos. Si antes el individuo podía pensar que su vida era inútil o caótica, en la guerra adquiere cierta gravedad. De pronto, ya no nos preocupamos por cuestionar la realidad que se esconde detrás de las palabras.

 ¿Acaso la revolución es necesariamente buena, sea cual sea el resultado? Y en cuanto a la lucha por la libertad, ¿no corre peligro de encubrir un simple deseo de poder? ¿Basta con hablar de derechos humanos, una denominación no controlada, para convertirse en su paladín?

Sin embargo, en esos mismos relatos aparece también otra imagen de la guerra, a poco que vayamos más allá de los grandes titulares y los pies de foto para interesarnos por las descripciones detalladas. 

Las justificaciones ideológicas, esenciales para desencadenar guerras civiles, después no sirven más que para vestir una lógica más poderosa, la avalancha de represalias y contrarrepresalias, la violencia que sube siempre un escalón más. “No es posible el perdón, esto será ojo por ojo y diente por diente”.

 “A quienes hayan matado los mataremos”. La intransigencia se vuelve obligatoria, la negociación y el compromiso se consideran traiciones. Las principales víctimas no son los combatientes de uno u otro ejército, sino las poblaciones civiles, que son sospechosas de complicidad con el enemigo, viven en la inseguridad permanente, mueren en ciegas explosiones, huyen de sus casas y sus aldeas, se aglutinan en campos de refugiados instalados en los países vecinos.

Las guerras civiles no son nunca un simple enfrentamiento entre dos partes de la población, sino que consagran la desaparición de cualquier orden legal común, encarnado hoy en el Estado, y convierten en lícitas, por tanto, todas las manifestaciones de la fuerza bruta: saqueos, violaciones, torturas, venganzas personales, asesinatos gratuitos.
Este es el futuro probable de esos niños sobrecogidos de admiración."             ( , El País,  11 SEP 2012)

22/5/11

¿Cuánto horror pasado queda aún en ella? "Todo"


Natascha Kampush

"Antes de acudir a la cita con Natascha Kampusch, de 22 años, su asesor nos pide que la llamemos Frau Kampusch (señora Kampusch).

Porque ella está cansada de que banalicen su nombre; que se abuse de ese "Natascha" tan familiar y sonoro, como si ella fuera aún el juguete que en verdad fue en manos de Wolfgang Priklopil (1962), el hombre que la secuestró el 2 de marzo de 1998, cuando tenía 10 años, y la mantuvo presa hasta el 23 de agosto de 2006.

Ese día, siendo ya mayor de edad, ella reunió la fuerza suficiente para escapar del influjo de aquel al que debía llamar "maestro", al que debía obedecer y servir; un "paranoico de rostro delicado" que la maltrató (...)

Pensamiento crítico de Frau Kampusch: "El interés que se muestra por una víctima es engañoso. Se siente afecto por la víctima solo cuando uno se puede sentir por encima de ella. Ya en la primeras cartas que recibí me llegaron docenas de acosadores, cartas de amor, proposiciones de matrimonio y perversas cartas anónimas" (...)

¿Cuánto horror pasado queda aún en ella? "Todo". Cientos de efectos colaterales: sueños de la vida fuera que la mantuvieron con vida dentro y pesadillas de dentro que la intranquilizan fuera; claustrofobia, agorafobia, resignación, culpabilidad, ser víctima y creer merecerlo, huellas de la tortura psicológica y física que él le infligió, el miedo a que la abandonara o a volver al mundo real... (...)

"Ya no tienes familia... Ahora soy yo todo para ti... Me perteneces. Yo te he creado". Ocho años y medio así. Hasta atreverse a decirle al secuestrador a la cara: "Te estoy agradecida por no haberme matado y por haber cuidado tan bien de mí... pero no me puedes obligar a vivir contigo. Soy una persona independiente... O me matas o me dejas libre". Un largo trecho. (...)

"Los indios no conocen el dolor', era su lema. Mi madre no imaginaba que eso me haría fuerte, me ayudaría a salvar la vida".

Natascha sabía ya entonces de redes de pederastia (hubo varios casos en los noventa). Los expertos aconsejaban en los noticiarios: no oponer resistencia, hablar... Ella lo hizo. Sufrió una regresión. Se hizo niña; la niña querida del secuestrador.

En su mazmorra, él le leía cuentos (La princesa y el guisante fue el primero), jugaban a las damas, la bañaba, le bajó un ordenador... Se convirtió en el único adulto capaz de tomar decisiones por ella. El que da comida y la quita. El dueño. ¿Cómo cree que pudo él hacer algo así? le preguntamos, mientras ella bebe té y se recoloca las medias.

"Él intentaba vengarse del mundo... No pensó en mí, ni en mi familia, ni en mis compañeros de clase que tendrían miedo durante años...". No sabía pensar en otros. Un asocial. Ella intentaba convencerle del error.

Le decía: "No puede ser esto', pero él creía tener derecho sobre mí... Muchos hombres se saben dueños de las mujeres. Y él quería construirse una a su antojo...". Un animal con princesa en su guarida. (...)

Imposible imaginarla allá abajo. 270×180×240 medía el zulo. Once metros cúbicos de aire agobiante. Su cuerpo frágil encajado entre la cama, la ropa, el despertador, la radio, una tele, bombillas, la Barbie... Allí esperando, una hora, dos, tres, un día entero, a que se abriera una puerta. Hablando sola.(...)

Y cuando ella creció y empezó a acumular coraje, a rebelarse, él, vulnerable, reforzó sus métodos de acoso mediante torturas y palizas, le retiraba la comida o las salidas del zulo, la dejaba abandonada hasta que ella cedía presa del pánico a morir de hambre en ese agujero. Enterrada viva. "Mi mayor espanto". (...)

"Lo que peor se llevó fue que no condenara al secuestrador". Pero ella le había perdonado. "Si no, no habría sobrevivido". Así que fue y es objeto de mofa: grupos en redes sociales que piden su vuelta al zulo, canciones o chistes que la citan de mal modo...

Sobre la crueldad de la sociedad (especialmente la suya) sabe ya bastante Frau Kampusch. "Poco a poco me di cuenta de que había caído en una nueva prisión". La voracidad de la opinión pública. (...)

El mal para Natascha Kampusch tiene rostro humano. Habla de esa violencia burguesa, soterrada y fina tan usual, de cómo se crean monstruos y víctimas para disfrazarla, del abuso del blanco y el negro para definir conductas, cuando el mal es gris y está en todos.

"Creo que Priklopil fue uno más entre nosotros, producto de la indiferencia". Ignora qué se puede hacer contra ello (...)

¿Pero qué relación desarrolló realmente con Priklopil durante tantos años? ¿La violó? ¿Le quiso?

-Eso no es público. Lo quiero guardar para mí.

Stop. Ahí no hay paso.

-¿Sintió su muerte?

-Claro, era el único familiar para mí. Pero esa impresión se suavizó mucho con el hecho de que ese día yo era libre. Y sentí alivio. Lo que él había hecho era injusto, y yo tenía que decidir o morirme ahí o buscar mi propio camino.

-¿Por qué se suicidó?

-Porque se quedó perdido, porque sabía que podía ir a la cárcel y porque había perdido a su princesa, la que había inventado, la que había querido que fuera perfecta. Pero yo era ya otra persona.

Resulta admirable Frau Kampusch. Que tan joven y con su experiencia haya conseguido mantener una actitud tan digna consigo misma. Mantenerse firme a las presiones. Que sepa guardar silencio sobre las humillaciones sufridas. (...)

La conversación deriva hacia el futuro. "Ahora sigo aprendiendo a adaptarme a la vida social, a reaccionar ante la gente y las críticas". (...)

Finalmente, salimos a un parque del centro de Viena para tomar las fotos... Frau Kampusch debería pasar inadvertida. Pero algunas personas la reconocen al instante. Sobre todo hombres mayores. Y hay miradas que no cuadran.

Es una sensación que ella tiene a veces, según comenta. Como en aquella visita que hizo un día a una conocida escuela privada: "Allí estaban todos esos chicos ricos, bien vestidos, musculosos. Pensé, porque lo sentí, que ellos creían que yo me merecía haber estado encerrada". Uff, peligro, peligro, el enemigo interior acecha. Ella se ríe. Lo sabe. " (El País Semanal, 30/01/2011, p. 36 y 22.)

3/11/08

¿Violencia simbólica? Violencia. La nuestra.



"El detonante final que convirtió esta plaza en un ring improvisado fue el estreno, en la primavera de 2007, de la película 300, dirigida por Zack Snyder y basada en la novela gráfica de Frank Miller sobre la Batalla de las Termópilas. Contagiado por el aguerrido espíritu del rey Leónidas y sus hombres, Legend convenció a Scientific y Spider, junto a quienes practicaba artes marciales al aire libre cerca de una discoteca donde se ganaba los cuartos como portero, para tomar prestada la denominación de origen espartana y fundar una congregación de aficionados a zurrarse al aire libre. (...)

El Triángulo, decidió en abril de este año colgar sus hazañas en Internet. Como reconoce Scientific en su perfil del portal Myspace, "nuestra ocupación es el porno: lo que hacemos por diversión es patear culos a nivel profesional". (...)

Al principio, estas refriegas carecían de reglas, hasta que El Triángulo prohibió los golpes en la cara; aunque eso es un decir, a tenor de vídeos como éste de los Union Square Spartans colgado en You Tube. También se ha establecido que si uno de los contendientes se rinde, termina el combate. No corre la sangre, a pesar de la brutalidad de los golpes. Pero sí hay un vencedor por KO. Los luchadores se funden en un abrazo.

"Se trata de una violencia simbólica, de tipo performativo -de performance-, para ser exhibida; cuando la sangre llega al río no suele estar tan a la vista", reflexiona Carles Feixa, antropólogo y autor, entre otros, del libro De jóvenes, bandas y tribus (Editorial Ariel). "Las batallas a pedradas en el espacio público ya formaban parte del paisaje de la España de posguerra en ciudades como Madrid o Barcelona. Se trataba de una especie de deporte. Lo que ha cambiado es la mediatización de la agresión, que se cuelga en Internet a los cinco minutos de ser presenciada. Estas peleas refuerzan a los contendientes su identidad como jóvenes y les autoafirma como grupo. Es una manera de decir: 'Estamos aquí'. Y también fomentan el mito de Nueva York como urbe repleta de violencia, cuando realmente su intensidad ha bajado considerablemente". (...)

La intención de estos muchachos cuando decidieron mostrar al mundo sus combates desde la Red era que sus vídeos actuasen como reclamo para ganarse unos centavos impartiendo clases callejeras de artes marciales. Pero lo que provocaron fue la proliferación de luchadores experimentados, ansiosos por medirse en Union Square. "Algunos de ellos no tienen oficio ni beneficio, y sueñan con conseguir un sponsor que les permita ganarse la vida peleando en espectáculos al estilo Pressing Catch como los que salen por la tele", apunta desde Nueva York Benjamin Lowy, autor de las fotografías que ilustran estas páginas. "El problema", advierte Carles Feixa, "es que la violencia simbólica puede llegar a convertirse en realidad, como ocurrió con la quema simbólica de coches en la Banlieue parisiense". (...)

De hecho, si de algo está el espacio internauta repleto es de vídeos cargados de violencia tan insoportablemente real como el de las chicas menores de edad que recientemente propinaron una paliza en Colmenarejo (Madrid) a una adolescente de origen ecuatoriano, mientras inmortalizaban el ataque con la cámara de un teléfono móvil. Una grabación lamentable donde puede escucharse a una de las ilustradas agresoras gritando "¡Dala fuerte!" o "¡Písala la cabeza!". "Hoy estamos evolucionando del erotismo de la violencia a esa pornografía de la violencia de la que habla Phillip Bourgeois", concluye el antropólogo Carles Feixa. "Esta transición no se debe tanto a lo que se hace sino al ojo de quien contempla esos vídeos". (...)

¿Quién dijo que la vida fuera fácil, muchacho? Como colofón a su libro autobiográfico Fight the power (traducido al castellano por Numa Editorial), el rapero Chuck-D, alma mater de Public Enemy y eminente cronista de la violencia en las calles de Nueva York, cita: "Me levanto después de que me pateen el culo, así que me levanto para patear unos cuantos culos". (El País Semanal, 02/11/2008, p. 67/72)