22/5/11

¿Cuánto horror pasado queda aún en ella? "Todo"


Natascha Kampush

"Antes de acudir a la cita con Natascha Kampusch, de 22 años, su asesor nos pide que la llamemos Frau Kampusch (señora Kampusch).

Porque ella está cansada de que banalicen su nombre; que se abuse de ese "Natascha" tan familiar y sonoro, como si ella fuera aún el juguete que en verdad fue en manos de Wolfgang Priklopil (1962), el hombre que la secuestró el 2 de marzo de 1998, cuando tenía 10 años, y la mantuvo presa hasta el 23 de agosto de 2006.

Ese día, siendo ya mayor de edad, ella reunió la fuerza suficiente para escapar del influjo de aquel al que debía llamar "maestro", al que debía obedecer y servir; un "paranoico de rostro delicado" que la maltrató (...)

Pensamiento crítico de Frau Kampusch: "El interés que se muestra por una víctima es engañoso. Se siente afecto por la víctima solo cuando uno se puede sentir por encima de ella. Ya en la primeras cartas que recibí me llegaron docenas de acosadores, cartas de amor, proposiciones de matrimonio y perversas cartas anónimas" (...)

¿Cuánto horror pasado queda aún en ella? "Todo". Cientos de efectos colaterales: sueños de la vida fuera que la mantuvieron con vida dentro y pesadillas de dentro que la intranquilizan fuera; claustrofobia, agorafobia, resignación, culpabilidad, ser víctima y creer merecerlo, huellas de la tortura psicológica y física que él le infligió, el miedo a que la abandonara o a volver al mundo real... (...)

"Ya no tienes familia... Ahora soy yo todo para ti... Me perteneces. Yo te he creado". Ocho años y medio así. Hasta atreverse a decirle al secuestrador a la cara: "Te estoy agradecida por no haberme matado y por haber cuidado tan bien de mí... pero no me puedes obligar a vivir contigo. Soy una persona independiente... O me matas o me dejas libre". Un largo trecho. (...)

"Los indios no conocen el dolor', era su lema. Mi madre no imaginaba que eso me haría fuerte, me ayudaría a salvar la vida".

Natascha sabía ya entonces de redes de pederastia (hubo varios casos en los noventa). Los expertos aconsejaban en los noticiarios: no oponer resistencia, hablar... Ella lo hizo. Sufrió una regresión. Se hizo niña; la niña querida del secuestrador.

En su mazmorra, él le leía cuentos (La princesa y el guisante fue el primero), jugaban a las damas, la bañaba, le bajó un ordenador... Se convirtió en el único adulto capaz de tomar decisiones por ella. El que da comida y la quita. El dueño. ¿Cómo cree que pudo él hacer algo así? le preguntamos, mientras ella bebe té y se recoloca las medias.

"Él intentaba vengarse del mundo... No pensó en mí, ni en mi familia, ni en mis compañeros de clase que tendrían miedo durante años...". No sabía pensar en otros. Un asocial. Ella intentaba convencerle del error.

Le decía: "No puede ser esto', pero él creía tener derecho sobre mí... Muchos hombres se saben dueños de las mujeres. Y él quería construirse una a su antojo...". Un animal con princesa en su guarida. (...)

Imposible imaginarla allá abajo. 270×180×240 medía el zulo. Once metros cúbicos de aire agobiante. Su cuerpo frágil encajado entre la cama, la ropa, el despertador, la radio, una tele, bombillas, la Barbie... Allí esperando, una hora, dos, tres, un día entero, a que se abriera una puerta. Hablando sola.(...)

Y cuando ella creció y empezó a acumular coraje, a rebelarse, él, vulnerable, reforzó sus métodos de acoso mediante torturas y palizas, le retiraba la comida o las salidas del zulo, la dejaba abandonada hasta que ella cedía presa del pánico a morir de hambre en ese agujero. Enterrada viva. "Mi mayor espanto". (...)

"Lo que peor se llevó fue que no condenara al secuestrador". Pero ella le había perdonado. "Si no, no habría sobrevivido". Así que fue y es objeto de mofa: grupos en redes sociales que piden su vuelta al zulo, canciones o chistes que la citan de mal modo...

Sobre la crueldad de la sociedad (especialmente la suya) sabe ya bastante Frau Kampusch. "Poco a poco me di cuenta de que había caído en una nueva prisión". La voracidad de la opinión pública. (...)

El mal para Natascha Kampusch tiene rostro humano. Habla de esa violencia burguesa, soterrada y fina tan usual, de cómo se crean monstruos y víctimas para disfrazarla, del abuso del blanco y el negro para definir conductas, cuando el mal es gris y está en todos.

"Creo que Priklopil fue uno más entre nosotros, producto de la indiferencia". Ignora qué se puede hacer contra ello (...)

¿Pero qué relación desarrolló realmente con Priklopil durante tantos años? ¿La violó? ¿Le quiso?

-Eso no es público. Lo quiero guardar para mí.

Stop. Ahí no hay paso.

-¿Sintió su muerte?

-Claro, era el único familiar para mí. Pero esa impresión se suavizó mucho con el hecho de que ese día yo era libre. Y sentí alivio. Lo que él había hecho era injusto, y yo tenía que decidir o morirme ahí o buscar mi propio camino.

-¿Por qué se suicidó?

-Porque se quedó perdido, porque sabía que podía ir a la cárcel y porque había perdido a su princesa, la que había inventado, la que había querido que fuera perfecta. Pero yo era ya otra persona.

Resulta admirable Frau Kampusch. Que tan joven y con su experiencia haya conseguido mantener una actitud tan digna consigo misma. Mantenerse firme a las presiones. Que sepa guardar silencio sobre las humillaciones sufridas. (...)

La conversación deriva hacia el futuro. "Ahora sigo aprendiendo a adaptarme a la vida social, a reaccionar ante la gente y las críticas". (...)

Finalmente, salimos a un parque del centro de Viena para tomar las fotos... Frau Kampusch debería pasar inadvertida. Pero algunas personas la reconocen al instante. Sobre todo hombres mayores. Y hay miradas que no cuadran.

Es una sensación que ella tiene a veces, según comenta. Como en aquella visita que hizo un día a una conocida escuela privada: "Allí estaban todos esos chicos ricos, bien vestidos, musculosos. Pensé, porque lo sentí, que ellos creían que yo me merecía haber estado encerrada". Uff, peligro, peligro, el enemigo interior acecha. Ella se ríe. Lo sabe. " (El País Semanal, 30/01/2011, p. 36 y 22.)

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