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31/7/18

Como represalia, decenas de vecinos de Negreira, A Baña y Val do Dubra fueron interrogados, torturados y una docena de ellos condenados a diferentes penas de prisión

"Marzo de 1949. Están a punto de cumplirse diez años desde que Franco redactara el tristemente célebre parte en el que anunciaba el fin de las hostilidades bélicas después de que el Ejército republicano acabara "cautivo y desarmado". 

Sin embargo, y por mucho que dijera el ya dictador, la guerra aún no había terminado en España a finales de los años 40. En las sierras seguían actuando pequeños grupos de hombres y mujeres que todavía luchaban por la libertad y plantaban cara, con las armas en la mano, a las fuerzas militares y policiales del nuevo régimen. Una de estas unidades del maquis se sentía cada vez más acorralada.

Se trataba del destacamento Manolo Bello, perteneciente a la IV Agrupación del Ejército Guerrillero de Galicia. Lo formaban Carmen Temprano Salorio, José María Castelo Mosquera, Manuel Pena Camino, Vicente Peña Tarrasa y Manuel Ramiro Soto. En las primeras horas del día 5, fueron sorprendidos por la Guardia Civil mientras se escondían en una humilde casa ubicada en Zas, una pedanía del municipio coruñés de Negreira.

 Comenzó entonces un tiroteo en el que Carmen resultó gravemente herida. Muy probablemente porque ella misma se lo pidió, su compañero José María Castelo la remató en ese mismo instante para que no cayera en manos de los franquistas. 

Los cuatro hombres del grupo lograron escapar del cerco en compañía de una vecina, Manuela Teiga. Vicente Peña también había recibido varios balazos por lo que el grupo tuvo que hacerse con un caballo para intentar poner tierra de por medio.

 Esta penúltima etapa del viaje solo duraría 20 kilómetros. Pasadas las tres de la tarde, en los montes de Páramos, fueron nuevamente sorprendidos por sus perseguidores, que acribillaron a balazos a tres guerrilleros y a Manuela. Solo Manuel Ramiro logró escapar y acabó integrándose en otra unidad de resistentes. 

Su lucha se prolongaría tres años más, hasta caer abatido por la guardia civil el 2 de junio de 1952 en la también coruñesa localidad de Mesía.
 Las represalias en la zona por lo ocurrido no se hicieron esperar. Decenas de vecinos de Negreira, A Baña y Val do Dubra fueron interrogados, torturados y una docena de ellos condenados a diferentes penas de prisión. 

Erundino Vieto desapareció para siempre y todavía hoy su familia trata de averiguar cuál fue su último destino. El cuerpo de Carmen fue recuperado, pero los otros cuatro cadáveres permanecieron en una fosa olvidada durante casi siete décadas. (...)"           (Carlos Hernández, eldiario.es, 27/07/18)

24/5/18

Las hermanas ‘Schindler’ gallegas que salvaron a 500 judíos del Holocausto Lola, Amparo y Julia Touza siguen a la espera de ser nombradas 'Justas entre las naciones'

Lola Touza, segunda por la izquierda, en 1923

"El reloj de la estación de tren de Ribadavia, en Ourense, marca las seis menos diez. Lleva 50 años parado y es el mismo que Lola, Julia y Amparo Touza miraban todos los días cuando iban a trabajar al quiosco de la terminal. Corría el año 1941 y ellas regentaban, además del casino de la localidad, este pequeño puesto de madera en el que vendían melindres, licor café, aguardiente de hierbas o bocadillos. 

A simple vista, ofrecer estos productos era su principal cometido en la estación, pero las tres guardaban un secreto que muy pocos en el pueblo sabían y que hasta muchos años después de su muerte nunca vio la luz.

Entre los numerosos pasajeros que viajaban en la línea Hendaya-Vigo, aún en circulación, se encontraban muchos judíos que huían de los campos de concentración nazis. Lo hacían cruzando la frontera francesa hacia España y con el objetivo de llegar a Portugal para marcharse a Estados Unidos o a América Latina. 

Según el historiador José Ramón Estévez y el escritor Vicente Piñeiro, expertos en esta historia, las tres hermanas consiguieron ayudar a alrededor de 500 judíos gracias a una red clandestina que las conectaba directamente con el cónsul portugués Arístides de Sousa, que también desempeñó el mismo cargo en Vigo. 

“Creemos que ellas recibían telegramas de Sousa, reconocido por la cantidad de visados que concedió a judíos que huían del Holocausto. Cuando recibían el aviso, sabían si en el tren que circulaba ese día había alguien que las necesitaba o no. Los pasajeros solo tenían que preguntar por “la madre", que era el apodo de Lola. 

Después, las tres hermanas los escondían en el quiosco de la estación de Ribadavia para, aprovechando la discreción de la noche, trasladarlos a su casa, donde los ocultaban hasta que fuese seguro cruzar la frontera y llegar a Portugal, bien caminando, bien en coche”, asegura Piñeiro.

La red de las hermanas Touza, dirigida por Lola, contaba con otros protagonistas que nunca desvelaron el secreto. Entre ellos se incluían dos taxistas del pueblo, Xosé Rocha y Javier Míguez; un tonelero llamado Ricardo Pérez, que hacía las veces de intérprete; el padre del historiador Estévez, Francisco, aún vivo; y su abuelo Ramón.

 “Lola se acercó a mi abuelo en la estación mientras cargaba un vagón de ladrillo y le dijo que tenía escondido a un señor que venía de Europa y que quería que él lo llevase a la frontera con Portugal, que está a 12 kilómetros de Ribadavia. Mi abuelo lo acompañó en la noche, junto a mi padre, a través del río, haciéndose pasar por pescadores. Este señor, en agradecimiento, les dio una moneda que luego, muchos años después, entregamos a los nietos de Lola”, afirma Estévez.

Las peripecias que pasaron Julia y sus hermanas fueron conocidas por muy pocos vecinos del pueblo. De hecho, en la actualidad, todavía muchos dudan de la labor de estas tres hermanas, pese a que hay documentos y testigos que lo acreditan. El secreto no fue desvelado hasta 2005, cuando el escritor Antonio Patiño escribió su historia, que había jurado a Lola no contar hasta que las tres hubiesen fallecido. 

“A raíz de esa publicación fui desenredando la madeja de enigmas que mi abuela y mis tías habían ocultado durante tanto tiempo. Yo vi muchas cosas de pequeño que, a partir de ese momento, de repente empezaron a cuadrar”, cuenta el arquitecto Julio Touza, nieto de Lola.

Touza resume la hazaña de su abuela y sus tías como una historia de silencios. “Ellas ayudaban a estas personas de manera desinteresada y nunca lo hicieron público. Tampoco lo contó mi padre. Eran solidarias por naturaleza y no solo con judíos huidos, sino también con prisioneros de la Guerra Civil, a los que daban comida a través de los barrotes de la cárcel”, sostiene. 

El arquitecto recuerda a su abuela como una mujer fuerte, con tesón y adelantada a su época. "Según he podido saber después, las tres pusieron en riesgo su vida en numerosas ocasiones. No era habitual que la Gestapo visitase la localidad, pero sí que, en alguna ocasión, vinieron preguntando por "la madre". La presencia de los nazis era habitual en Galicia porque venían en busca de wolframio, un mineral necesario para reforzar cañones y acorazar tanques, muy abundante en la zona", añade.

Solo una placa en su honor

El 7 de septiembre de 2008, el Ayuntamiento de Ribadavia aprobó poner una placa en homenaje a las Touza. "A las tres hermanas Lola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la Libertad", se puede leer en el que fue su domicilio en Ribadavia. El mismo año, el Centro Peres por la Paz plantó en Jerusalén un árbol con el nombre de Lola Touza que recuerda su labor. 

Desde entonces, la familia también espera que se les otorgue el título de Justas entre las Naciones, el máximo reconocimiento oficial que otorga el Estado de Israel. "Para que se les conceda este título se deben cumplir tres requisitos: que hayan salvado a un judío, que lo hayan hecho arriesgando sus vidas y que se haya llevado a cabo de forma desinteresada. Ellas cumplen todos", explica Touza.

Por su parte, el Centro Sefarad-Israel en España confirma que esta investigación se está llevando a cabo, pero no da fecha exacta para la resolución del proceso que califican como "lento y complicado". Por ello, el 13 de abril lanzaron una campaña para recoger firmas que apoyen su Expediente de Honra del Municipio. El Yad Vashem, institución creada para honrar a las víctimas y los héroes del Holocausto, tampoco ha precisado a este periódico el momento previsto para el nombramiento.

Recientemente se publicó que este año se estrenará una película musical basada en la vida de las Touza. El nieto de Lola no ve posible el musical. Solo recuerda que Emilio Ruiz Barrachina, al que se mencionaba como director de la película, "escribió un libro sobre las tres hermanas, titulado Estación Libertad". Este periódico ha intentado sin éxito hablar con él. 

"Lo que sí puedo contar es que he tenido varias reuniones con un español que forma parte del equipo de Steven Spielberg para hacer un filme que cuente su historia y no he rechazado la idea. También tengo previsto reformar la casa de mi tía y abuelas para convertirla en un pequeño hotel y centro de actividades que regenten los vecinos de la localidad", confiesa Touza. 

Mientras tanto, a la espera de esa película, del reconocimiento o de la casa homenaje, la historia de Lola, Julia y Amparo seguirá silenciada. "Quizá es lo que ellas hubiesen querido", concluye el nieto."                (Mai Montero, El País, 27/04/18)

3/10/14

La niñera que se convirtió en madre de un niño judío... y el oficial de las SS que los salvó


 Gertruda y Michael, en Berlín en 1947. / P. EDITORIAL

"En la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto también emergieron comportamientos edificantes de personas humildes y valientes. La polaca Gertruda Babilinska (1902-1995) fue un gran ejemplo. 

Ella era una católica en la Varsovia invadida por los nazis en 1939 que se jugó el pellejo para ayudar a la familia judía Stolowitzky, que le había dado empleo como niñera en su lujosa casa y, después, fue la heroica madre adoptiva del pequeño Michael cuando Lydia, la mamá del niño, murió y el padre, Jacob, quedó atrapado por la guerra en París y no pudo regresar a Polonia. 

Esta es la historia que cuenta La promesa de Gertruda (Plataforma Editorial), libro escrito por el abogado y periodista Ram Oren a partir de las entrevistas con los supervivientes de aquellos hechos y sus parientes, así como con los documentos obtenidos de su investigación. El texto fue publicado en 2007 en hebreo, se ha traducido a ocho idiomas, con 250.000 ejemplares vendidos; de estos, unos 3.500 en castellano desde que se editó en España el pasado mayo.

Hoy ligado al negocio del turismo y residente en Nueva York, Michael Stolowitzky dice, por teléfono, que Gertruda era "un ángel". "No solo fue buena para mí; lo era por cualquiera que lo necesitase". En la conversación, Stolowitzky la llama en todo momento "mi madre".

 "Es que yo tenía entonces dos años y no recuerdo nada de mi madre biológica, así que Gertruda lo fue desde que tengo uso de razón. Bueno, fue más que una madre porque lo que ella hizo, debe hacerlo una madre por su hijo; pero en realidad no tenía ninguna obligación. Me podía haber delatado, había carteles por la ciudad en los que se amenazaba con la muerte a los que ayudasen a los judíos".     

Oren, autor de best-sellers, ha reconstruido esta "historia real" en una novela de 400 páginas en la que, además de la adinerada familia Stolowitzky, muestra a otros personajes atrapados por sus asfixiantes circunstancias personales, como el oficial de las SS Karl Rink, que se afilió al nazismo para tener un puesto de trabajo y vio cómo sus correligionarios asesinaban a Mira, su esposa judía, lo que le hizo tomar partido, de forma disimulada y arriesgando su vida, por aquellos a los que le habían ordenado exterminar. 

Así ocurre cuando se cruza con Gertruda y Michael para salvarlos de una muerte segura. Michael aún lo recuerda: "Íbamos andando por una calle de Vilna [adonde habían huido desde Varsovia] cuando cuatro soldados alemanes nos detuvieron, nos apuntaron con sus rifles y me gritaron repetidamente: '¡Bájate los pantalones!".

 Si aquellos nazis descubrían a un niño circuncidado era su final y el de Gertruda. "Nos quedaba un segundo de vida cuando una voz dijo: '¡Soltadle!, no es judío". Los soldados siguieron las órdenes del oficial Rink y se fueron.

 El oficial de las SS Karl Rink en febrero de 1938. / P. EDITORIAL

En un mundo en el que llegar vivo al final del día era un triunfo, Gertruda Babilinska promete a Lydia Stolowitzky en su lecho de muerte que cuidará de Michael como si fuera su hijo y que lo llevará a la Tierra prometida, a  Palestina. 

A partir de ese momento, la pareja protagonista se enfrenta con extraordinaria valentía a las penurias económicas, al frío, al temor de que alguien descubra que Michael es judío y lo envíen a un campo de concentración, a las bombas...
      
Cuando el conflicto bélico acaba, Gertruda y Michael viven una nueva odisea: embarcan junto a otras 4.500 personas en el célebre barco Exodus, en julio de 1947, en dirección al lugar donde nacerá el Estado de Israel. Michael cuenta que cuando Ram Oren se puso en contacto con él, quería escribir un libro sobre el Exodus e incluir unas líneas de su odisea junto a Gertruda. "Sin embargo, cuando quedamos, hablamos durante horas y al acabar me dijo: 'Michael, nunca había oído una historia tan fascinante". El motivo de su libro había cambiado.

Aquel niño llamado Michael creció y el horror de la guerra quedó atrás. A finales de los años cincuenta intentó recuperar parte de la enorme fortuna que su padre guardó en bancos suizos. Los vericuetos de otra lucha que detalla Oren.

Sin que se trate de una gran novela, el texto narra con logrado realismo acontecimientos históricos como la Noche de los cristales rotos, del 9 al 10 de noviembre de 1938, o la lucha por la supervivencia en el gueto de Vilna tras la invasión nazi. 

 Quizás lo más desgarrador del libro son las despedidas de seres queridos que esperan volver a verse pero son conscientes de que será muy difícil, que probablemente es la última vez que se abrazan. Y lo más fascinante de esta historia es cómo una y otra vez la abnegada Gertruda tuvo tantas agallas para superar las terribles dificultades y cumplir su promesa."          ( , El País,  01 de octubre de 2014)

21/4/14

El Schindler mexicano

Entrada del castillo de Reynard, en Francia, que acogió a 850 hombres

 "Algunos le llaman el Schindler mexicano, pero es probable que su gesta en favor de un enorme grupo condenados a una muerte segura o a la miseria absoluta y el desahucio espiritual fuera mayor que la del empresario alemán, que salvó a más de un millar de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.

 Porque Gilberto Bosques, cónsul de México en Francia, a donde había llegado a investigar los sistemas educativos del país, firmó 40.000 visas para que muchos perseguidos por el nazismo pudiesen cruzar el Atlántico. Pero además, junto a otros diplomáticos, alquiló dos castillos en los alrededores de Marsella (Reynard y Montgrand) para que 1.350 hombres y mujeres (mayoritariamente españoles) atrapados en el sur de Francia entre la histeria sin sentido del final de la Guerra Civil española y el brutal comienzo del conflicto bélico europeo pudieran conservar su vida y su dignidad.

Se cumplen ahora 75 años de la llegada de los exiliados de 1939 españoles a México y entre el sinfín de celebraciones que se dedicarán a la efeméride, una pequeña pero reveladora exposición en el Instituto de estudios Mexicanos recuerda aquel utópico episodio en el que dos enormes edificios destartalados en Marsella, en plena Francia de Vichy, sirvieron de hogar y antesala del exilio a centenares de españoles.

 Gilberto Bosques plantó la bandera de su país en aquellos caserones y los convirtió en territorio mexicano a salvo (no siempre, la verdad sea dicha) de las incursiones de la policía y el ejército. 

Aquellos refugiados tomaron fotos de toda su peripecia y elaboraron unos cuadernos –con extensos pies de foto incluidos- que entregaron a su protector en agradecimiento. Ahora, muchas de esas instantáneas conforman el recorrido de esta muestra que puede visitarse en el Instituto de de México en Madrid.

 Para entender la dimensión de aquel refugio hay que invocar el recuerdo de la la penuria de los campos de concentración de donde provenían la mayoría de sus inquilinos. Hambre extrema, frío, maltrato y una mortalidad infantil del 97%.

 Cuando poco a poco fueron llegando a Reynard y Montgrand, aquella gente fue rehabilitando los desvencijados lugares y convirtiéndolos en una suerte de no lugares donde podían recibir clases de todo tipo, bañarse en una enorme piscina, asistir a conciertos -incluso algunos habitantes de Marsella se acercaban a lo que pasó a llamarse los domingos de la Reynard- sembrar frutas y verduras, bailar… 

Para “alimentar su alma, además de su estómago”, como explica la comisaria de la exposición María Luisa Capella, para cuyo trabajo ha contado con la colaboración de la UNED y del Centro de Estudio para Migraciones y Exilios. Además, el trabajo que llevaban a cabo era remunerado con la única condición de que el salario de un día a la semana se dedicase al mantenimiento de la casa. 

Con todo lo que hizo, cuando los españoles le agradecían a Gilberto Bosques todo lo que había hecho por ellos, él solía contestar: “… no fui yo, fue México”.


El diplomático mexicano Gilberto Bosques

La muestra contiene también el documental Visa al paraíso, de Liillian Liberman, en el que relata esta historia y la de muchos otros casos en los que Bosques permitió a otros perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial salir de Francia rumbo a México. Muchas veces ya a través de Marruecos.

 Por eso Bosques, cuando ya se cerraron ambos castillos –Reynard en noviembre de 1941 y Montgrand en noviembre de 1942- sugirió al presidente mexicano Manuel Ávila Camacho la idea de romper relaciones con el país galo. Sucedió cuando él mismo estaba ya sufriendo un acoso insoportable que terminó con él, su familia y el resto de la delegación diplomática confinados 13 meses en arresto domicilario en Bad Godesberg, Alemania.

Las lecciones en estos tiempos en los que otra forma de violencia se ha apoderado del mundo, en un momento en que los españoles vuelven a hacer las maletas hacia el país que acogió a sus abuelos hace 75 años, están claras para Capella.

 “Debe servir para aprender a abordar los problemas de las migraciones y los exilios que en este mundo de hoy está a la orden del día y cada vez son más lacerantes; esas migraciones humanas ante las que no podemos mirar a otro lado”. Como no lo hicieron Gilberto Bosques y los suyos."             (El País, 09/04/2014)

23/10/13

-Estoy perseguida. Mañana tendré que entrar en un gueto. Sé la horrible suerte que me espera. -¿Y bien?

"Todos los judíos propietarios de vehículos de cualquier clase: automóviles, camiones, bicicletas, motocicletas, tenían que declararlos y hacer entrega de los mismos, sin pretexto alguno. 

Otra disposición, que motivó una dura carta del Cardenal Primado, por alcanzar a los sacerdotes católicos de origen hebreo, fue la de prohibir que los judíos tuviesen a su servicio personal cristiano.


Durante varios meses la actividad del Gobierno en materia de emanación de leyes antisemitas fue inagotable. En plena iniciación del verano se prohibió a los judíos la asistencia a las piscinas; en los tranvías tenían la obligación de montar tan solo en el segundo departamento del "tándem". 

En cada ley se advertía una aviesa intención de humillarles, de gozar con su caída. Las tiendas judías fue-ron cerradas, pero los dueños venían constreñidos a mantener al personal duran-te tiempo indefinido; el Ayuntamiento cobraba sus facturas atrasadas, y el desdichado que poseyese como toda fortuna una droguería o una papelería modesta, estaba abocado al hambre, ya que, como advertimos, la primera medi-da adoptada fue la de bloquear las cuentas, no permitiendo disponer a nadie de más de 1.000 pengös a la semana.

Para regular aparentemente las relaciones del Estado con los judíos, se orde-nó la organización de un Consejo Central Judío, que recibiría las órdenes del Ministerio del Interior y que se comprometía a hacerlas cumplir.

Como resultado de las leyes que expulsaban a los hebreos de sus respectivas profesiones, quedaron fuera de la Cámara de Abogados 2.000 judíos; 130 perio-distas de la Asociación Oficial de la Prensa, un número indeterminado y eleva-do de médicos, odontólogos, especialistas en radio y en cine.

 Los incapaces, los que se habían visto postergados por su falta de cualidades, aprovecharon amplia-mente la coyuntura, ocupando gozosos los sitios recién abandonados.

Ya hemos dicho que hasta entonces los judíos no llevaban distintivo alguno, como sucedía en Alemania o en otros países ocupados por el Reich, pero faltó tiem-po para ordenar la infamante estrella amarilla en un decreto que reproducimos:

"Todo judío que haya cumplido los seis años, sin consideración a género, fuera de casa, deberá llevar en la parte izquierda de su abrigo, vestido, blusa o prenda de vestir exterior, una estrella de seis puntas, en sitio bien visible, de un diámetro de 10/10 centímetros, fabricada de tela, seda o terciopelo y de amarillo. Dicha estrella deberá ser cosida sobre la respectiva prenda de en forma que no se pueda quitar con facilidad. Para establecer quién es judío a este respecto rigen las mismas disposiciones insertas en otros Boletines".

No soy exactamente un sentimental y consideraba ya que había cosas  más terribles que llevar una estrella amarilla sobre el pecho, pero me c< trabajo no sentir indignación cuando veía a un niño, que apenas levantaba un palmos del suelo, sintiéndole quemar el pecho aquel signo que le condenaba al desprecio y le dejaba inerme ante la sociedad.

Y entonces comenzaron a producirse las escenas patéticas, a vivirse los momentos dramáticos, a pasar ante mí sucesos que jamás podré olvidar.

Por aquel entonces logré alquilar una "villa", que me libraba de la incomodidad del hotel y de la constante fiscalización que sobre mis actos se llevaba a cabo. Pasaron pocos días en que mi calidad de inquilino apenas se veía turbada, cuando cierta mañana me anuncian la presencia de una señorita, cuyo apellido no tuve ocasión de oír en los días de mi vida. En efecto, jamás la había visto. 

Venia en nombre de un amigo accidental, con quien yo había hablado un par de veces. Sobre el pecho, la estrella amarilla:

"-¿Qué desea, señorita? -Le pregunté extrañado, pues a los judíos les estaba prohibido hacer visitas.
-Estoy perseguida. Mañana tendré que entrar en un gueto. Sé la horrible suerte que me espera.
-¿Y bien?
-Usted es mi única esperanza. Quizás si me diese cobijo en su casa, por algunos días tan solo. Luego vería yo de arreglármelas... Únicamente hasta que pasen estos primeros malos días...".

Le hice saber, con delicadeza, que mi posición de periodista neutral me impedía transgredir las severas órdenes sobre la ocultación de hebreos. Además, yo mismo tenía una serie de compromisos con gente conocida, con amigos. Quizá el mismo que me la recomendaba -ario- podría, mejor que yo, solucionar su caso.

Aquella muchacha lo vio todo perdido. Sus nervios se rompieron, se puso a llorar, cayó a mis pies presa de un ataque histérico, se asía a los mueble besaba aquel suelo donde ella adivinaba la salvación, aunque fuese momentánea. 

Mi mujer, que había permanecido ausente, zanjó la cuestión. Y así fue cómo la señorita Zita Sz. inauguró la serie de refugiados que con carácter más o menos permanente vivieron en mí casa durante el tiempo en que permanecí en Budapest.

Más adelante, el hijo de un coronel -medio judío- fusilado por los alema-nes; la esposa de un notable cirujano, un italiano de Badoglio, e infinidad de conocidos, amigos y hasta desconocidos, entre ellos un francés, pasaron por aquella casa, convertida en refugio de los perseguidos. 

Han sido meses de cons-tante tensión, temiendo, cada instante, la visita temerosa de la Gestapo; a mi cargo la suerte de los que confiaban en mí, que vivían gracias a mí; meses inol-vidables, tremendo aguafuerte superior a toda otra emoción. Luego las jornadas en el refugio, bajo las bombas, cara a cara, ante la muerte, los perseguidos y yo. Esa ha sido, por mucho tiempo que viva, la mayor satisfacción que puedo esperar de la existencia.

De todas formas, aquella inicial etapa habría de quedar pálida ante las mons-truosidades que se cometerían meses más tarde. Pasadas las primeras semanas de furor antisemita, la situación se calmó en apariencia.

 Los que lograron esca-par a la muerte comenzaron a organizarse, ayudados por una pasiva resistencia de la población civil. Lo que sucedió en provincias pudo ser evitado en la capi-tal, gracias a la valerosa y enérgica intervención del Cardenal Primado católico. 

En el campo, desde luego, fueron cazados y exterminados, sin consideración algu-na. Los que no alcanzaron la muerte se vieron deportados a Alemania para tra-bajar en las fábricas y en las faenas rurales.

 Pero Budapest era demasiado grande para que una "limpieza" eficiente pudiera tener brillante éxito. Comenzaron por señalarles con la estrella y confinarles en las casas-gueto, pero antes de que el exterminio fuese consumado hubo tiempo para que se alzasen voces en defen-sa de aquellos desdichados. (…)

La Legación sueca, por medio de la Cmz Roja, montó unas oficinas que libra-ban documentos de protección. Supe después que en la casuística, esos papeles servían de poco, pero hubo un movimiento muy elogioso de socorro al acosa-do.

 La representación diplomática suiza hizo otro tanto, y los salvoconductos eran redactados en húngaro y en alemán. Poco antes de la entrada de los Soviets ya tenían preparadas idénticas documentaciones, pero escritas en lengua rusa. (…)" 

(Eugenio Suárez:  Corresponsal en Budapest  (1946), Ed. Fundación Mapfre, 2007, págs. 104/107)

14/5/12

La historia de otro Schindler: Albert Göring se dedicó a salvar judíos austríacos. Era hermano del segundo de Hitler, Hermann Göring

"El hermano de Goring fue otro Schindler

Las tropas de asalto nazis habían colgado un cartel alrededor del cuello de una mujer judía en cual se podía leer, “ Soy una judía cerda”. La multitud que se daba cita en las calles aledañas de Viena se reía y aplaudía alegre cómo si de un circo se tratase.  

Dentro de toda esa gente fervorizada, había un hombre alto, con bigote y calvo, un hombre que se abrió paso entre la muchedumbre y  logró salvar a aquella mujer. Aquí comienza la historia de Albert Göring. 

La mujer logró escapar y el héroe desconocido fue arrestado. Los soldados nazis identificaron al salvador  y le pusieron en libertad al instante.

 La identidad de aquel hombre respondía a la de Albert Göring, hermano del Mariscal del Tercer Reich, Hermann Göring, uno de los más cercanos colaboradores de Hitler.
Albert dedicó gran parte de su vida a la liberación y al auxilio de los judíos en Austria. Sin embargo, sus hazañas nunca vieron la luz hasta ahora. Setenta años después de la muerte del nazismo, una versión en alemán de su historia ha sido publicada por primera vez en Alemania.
El libro titulado, El hermano de Hermann: ¿Quién fue Albert Göring?, está  escrito originalmente en Inglés por el autor australiano William Hastings Burke. El autor decidió dar forma a la épica biografía de Albert tras conocer el número de judíos que éste logró salvar.

 “Una de las razones por las que la historia de Albert nunca se supo antes en Alemania se debe a que él mismo se negó a permitir que nadie se lo publique” afirma el autor.  (...)


Albert se ayudó una y otra vez de los ventajas que le aportaban su apellido en tiempos de dominio nazi,  gracias a él logro salvar a judíos de una muerte segura en las cámaras de gas.
Él les proporcionó dinero y documentos falsos para ayudarlos a escapar en el extranjero, en lugar de ser deportados. Consiguió un trabajo influyente como jefe de las exportaciones de vehículos Skoda y en la fábrica de armas en Brno, en la Checoslovaquia ocupada por los nazis.
En 1944 llevó a cabo su mayor gesta en el campo de concentración de Theresienstadt, a unos sesenta kilómetros de Praga. Después de haber conducido un camión hasta  el campamento, dijo, “Yo soy Albert Göring , de la empresa  Skoda y necesito los trabajadores”, recuerda Jacques Benbassat, el hijo de uno de los mejores amigos de Albert. 

“Él llenaba su camión con los trabajadores. El comandante daba el visto bueno porque él era Albert Göring. Pero Albert solo los llevó al bosque para dejarlos en libertad”, relata Jacques.

Además de su labor con los judíos, Albert mantenía contactos con la resistencia checa. Después de la guerra declaró que había utilizado  el conocimiento adquirido de su hermano para contarles un secreto submarino del astillero y los planes nazis para invadir la Unión Soviética. Más tarde, la información fue pasada a Moscú y Londres.
 En 1944, la Gestapo era consciente de las actividades de Albert y fue condenado a muerte. Su hermano Hermann volvió a intervenir y pidió a Heinrich Himmler, jefe de la Gestapo, que archivara el asunto pero advirtió a su hermano que no le ayudaría más.
La última vez que ambos hermanos se encontraron fue en un campo de prisioneros del ejército de los EE.UU, en la ciudad bávara de Augsburgo en mayo de 1945. Se dice que Hermann le dijo a su hermano: “Pronto serás libre, luego cuida de mi esposa y de mi hijo”. Hermann lograría evitar la pena de muerte gracias al suicidio.

No obstante, Albert no sería liberado hasta marzo de 1947 gracias a que los ex empleados de Skoda testificaron a su favor. Sin embargo, la vida en la Alemania de posguerra fue un desastre. El apellido que le había ayudado a salvar a tantos se convirtió en una losa.

Albert, un ingeniero calificado, fue incapaz de encontrar un trabajo. Murió pobre, amargado y no reconocido en el año 1966. Sin embargo la historia de Albert conmueve a cualquiera, se convirtió en la congoja encubierta de las tropas nazis y en el señor Schindler de los judíos perseguidos."       (En positivo)

14/3/11

La casa refugio de Binucha. Una familia de Narón ocultó en su casa durante años a perseguidos por la dictadura


Benigna Díaz Corral, frente a la casa de Cornido, en Narón, donde ayudaba a refugiarse a perseguidos políticos por la dictadura

"Su padre, Rudesindo Díaz, construyó un zulo en la bodega bajo el banco de carpintero donde se ocultaban los perseguidos. Su madre, Benigna Corral, les lavaba la ropa y caminaba kilómetros para comprar bollas de pan en otras parroquias para que nadie se percatase de que alimentaba a demasiadas bocas.

A su hermano, Sindo Díaz, lo ejecutaron contra las paredes de su casa en 1954 por ayudar a escapar al mítico guerrillero mugardés Pancho Martínez Leira.

A ella, cómplice valiente de los suyos, la sorprendió la Guerra Civil con 12 años. Su juventud no impidió que fuera detenida e interrogada durante los años más duros de la posguerra. Cargó con el sufrimiento de su familia y de muchas otras, que pusieron en el refugio de su casa de Cornido, en la parroquia naronesa de O Couto, su última esperanza de una vida libre. (...)

A sus 86 años no le falla la memoria para revivir los días más duros. "Recuerdo el miedo, pero también pequeñas alegrías. Había muchos escapados y pocas casas que los ayudaran.

Apenas la nuestra y otras dos de A Faísca y O Feal, además del médico de Mercé, que curó a muchos", cuenta. Explica que en su casa solían refugiar a tres o cinco personas, que protegían con un muro de discreción y silencio. (...)

La historia de Binucha, sus padres y su hermano Sindo se hubiera diluido en el olvido sin el empeño del dibujante Siro López por darle eco a la memoria de su propia familia, protegida por la de Rudesindo.

Celita, una hermana mayor del escritor ferrolano, volcó los recuerdos de la familia López en una larguísima carta a su amiga Binucha que se publicó como Héroes esquecidos, el primero de los ocho relatos que dan forma a Retallos da Memoria I, un pequeño volumen que la asociación ferrolana Memoria Histórica Democrática editó en 2007 para rescatar algunas de las voces silenciadas durante cuatro décadas de dictadura.

"Fuisteis para nosotros mucho más que buenos samaritanos. Nos disteis de comer y beber, nos acogisteis como amigos y sentisteis como propia, nuestra angustia", escribió Celita a Binucha. A lo largo de 21 páginas, se cuenta como el matrimonio de O Couto ayudó a otras familias a ocultarse y huir.

Rudesindo Corral era carpintero y amigo del padre de Siro López, albañil afiliado a la UGT y actor aficionado que, tras la Guerra Civil, peregrinó durante "tres años y tres meses" por las cárceles de San Felipe (Ferrol) y A Coruña por su fervor teatral de "marcado carácter político-social".

La madre de Siro se refugió con sus hijos en Cornido bajo el ala protectora de Rudesindo. Celita cuenta como Binucha y Sindo era cómplices de sus padres haciendo de "recaderos" de llevar noticias a las madres y esposas de los huidos.

Algunos lograron exiliarse y cada huida era un triunfo. Recuerda a Salgado, un hombre que se ocultó durante mucho tiempo en el zulo y luego regresó con su familia. "Murió en su casa muchos años después y siempre escondido", lamenta. (...)

Su familia también vivió momentos de angustia cuando a un joven guerrillero se le ocurrió disparar la pistola y el estruendo puso a una pareja de la Guardia Civil sobre la pista del lugar donde se ocultaba.

Cuando los padres de Binucha enfermaron y fallecieron, ella y su hermano Sindo tomaron el relevo de la casa de O Couto. A Sindo lo sorprendió la muerte el 19 de noviembre de 1954 con 28 años. La Guardia Civil sitió la casa y localizaron al guerrillero Pancho, que se defendió a tiros.

Malherido, logró escapar -murió un mes después- y en represalia, ejecutaron a su amigo y protector. "Lo llevaron a rastras a la parte de atrás. Nunca os dejaron ver el cadáver. El destino no se portó bien ni con Pancho ni con Sindo. Nosotros, estamos en deuda con vosotros", termina la misiva." (El País, Galicia, 12/03/2011, p. 8)

8/10/08

Tres gallegas "justas entre las naciones", las Touza de Rivadavia


As irmás Touza, Julia, Lola y Amparo Touza Domínguez, paseando por Rivadavia

"En un cajón de una casa de Ribadavia hay guardado un duro alfonsino. Una moneda enorme de plata que el señor Estévez conserva desde los años 40 por consejo de su padre que en paz descanse. Entonces ya brillaban en los bolsillos las pesetas rubias de Franco. La pieza de plata no era de curso legal, pero cuando su hijo se la mostró, el padre no se lo pensó dos veces: "Gharda eso ben, que eso vale moito e alghun día sacarache dun apuro".

El duro de Alfonso XII era el pago por los servicios prestados y una forma de sellar su boca para siempre. Se lo dio Lola Touza una noche, después de que aquellos dos hombres que hablaban una lengua imposible (alemanes o polacos, nunca lo supo) se quitaron la ropa y se echaron al agua.

El 7 de septiembre Ribadavia rindió homenaje a Lola, Amparo y Julia, as Irmás Touza, por esa su "gesta heroica" y secreta. Durante la II Guerra Mundial tejieron, dirigieron y costearon una red clandestina que salvó a muchos judíos, quizás más de 50, pasándolos por Ponte Barxas y otras rutas recónditas a Portugal; un territorio menos controlado por los nazis desde donde embarcaban rumbo a América o África los perseguidos. 

Tras el acto, en el camposanto donde las tres están enterradas, Estévez, de 86 años, se acercó a Julio Touza, uno de los nietos de Lola, y le confesó lo que nunca había confesado. Le contó que aún guardaba el duro alfonsino, que nunca lo había gastado por aquello de obedecer a su padre. Le explicó que su abuela y sus tías recurrieron a él en aquella ocasión porque tanto ellas como sus colaboradores habituales andaban muy vigilados. Él pescaba de noche en el Miño y por la mañana cambiaba los peces por huevos y otras cosas que tenían los vecinos. Monedas no solían llegar nunca a sus manos, y menos duros de plata.

Las Touza escogieron a este vecino porque conocía bien el tramo del Miño entre Ribadavia y Portugal y sabía qué atajos eran más seguros en la noche. Al chico, aquella misión se le grabó para siempre en la memoria, y pese a que aquellos dos hombres que guió hasta el paso seguro del río no hablaban cristiano, fue capaz de entender el nombre de uno de ellos. Cuando se desnudaron, vio que llevaban un número tatuado en el brazo. No sabía que eran judíos, pero aquel nombre, Samuel Vendayan, sonaba bíblico y no lo olvidó.

Las Touza, que atendían la cantina de la estación, no eran judías. Tenían por única fe echar una mano a los demás. Durante la Guerra Civil habían llegado a estar en la cárcel por ayudar a muchos republicanos. Por esconderlos en un zulo que habilitaron en su propia casa, aquella casa grande que era a la vez casino y salón de baile, justo enfrente del ayuntamiento, donde estaban los calabozos provisionales. Pero las Touza también ayudaron a algún falangista. Y en Ribadavia todo el mundo les decía "Las Madres". Las tres murieron solteras, pero Lola, la jefa de la casa, tuvo un hijo, Julio, y Amparo y Julia también lo adoptaron. Para los vecinos, las Touza Domínguez eran madres de Julito y, después, de todos los demás. (...)

En Ribadavia, por su historia, no calaban las soflamas del Caudillo contra los judíos. Las Touza, en contacto con los ferroviarios, pasaban a los huidos con la ayuda de dos taxistas, José Rocha y Javier Míguez, O Calavera. De intérprete hacía el tonelero, Ricardo Pérez, O Evanxelista, que había trabajado en Nueva York. Todo esto fue secreto hasta que el librero Antón Patiño lo escribió en 2005, saltándose el juramento al saber que le quedaban meses de vida. El arquitecto espera como agua de mayo la lista de Londres. Necesita encontrar en ella a Samuel Vendayan. Entonces tendrá la prueba que exige Israel para "canonizar" a las Touza. Declararlas "Justas entre las naciones". Heroínas del holocausto." (El País, ed. Galicia, Galicia, 04/10/2008)